Capítulo 7

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"Cuanto a las cosas de que me escribisteis, bien es al hombre no tocar mujer. Mas a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su mujer, y cada una tenga su marido.
"El marido pague a la mujer la debida benevolencia; y asimismo la mujer al marido. La mujer no tiene potestad de su propio cuerpo, sino el marido: e igualmente tampoco el marido tiene potestad de su propio cuerpo, sino la mujer.
"No os defraudéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparse en la oración; y volved a juntaros en uno, porque no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia." (vvss. 1-5).
El comentario de un fiel siervo del Señor sobre esta parte de la epístola a los corintios es tan acertado que no podemos hacer mejor que citarlo:
"Capítulo 7. El Apóstol da respuesta al asunto del cual trató en parte al fin del capítulo 6, es decir, la voluntad de Dios en cuanto a la relación [sexual] entre el hombre y la mujer. Hacen bien aquellos que se quedan fuera de esta relación para andar con el Señor según el Espíritu, no cediendo en nada a su naturaleza [carnal]. Dios mismo había instituido el matrimonio— ¡ay del que hablara mal de él!—pero el pecado entró en el mundo y todo lo que es de la naturaleza de la criatura, es manchado. Sin embargo, Dios ha introducido una potencia que viene todo de arriba y fuera de la naturaleza: el poder del Espíritu. Andar dependiente de ese poder es la mejor cosa; es andar fuera del ambiente en donde el pecado obra. Pero esto es raro; y los pecados a sabiendas, por lo común son el resultado de haberse apartado de lo que Dios ha ordenado según la naturaleza humana. Por lo general, entonces, cada hombre debe tener su propia mujer; y consumada la unión, él ya no tiene potestad de sí: en cuanto al cuerpo, el marido pertenece a su mujer, y la mujer a su marido. Y si, por consentimiento mutuo, se apartan por algún tiempo para dedicarse a la oración y los ejercicios espirituales, han de volver a unirse, porque por falta de gobierno en sus corazones Satanás no aproveche la situación para perturbar sus almas y destruir su confianza en Dios y en Su amor, tentando por medio de dudas [...] el corazón que se propuso mucho y [...] fracasó." (J.N.D.)
"Mas esto digo por permisión, no por mandamiento" (v. 6). En este comentario, tanto como en el versículo 25 y el versículo 40, vemos que el Apóstol distinguió cuidadosamente entre sus propios pensamientos y juicio como un siervo espiritual animado y guiado por el Espíritu de Dios, y lo que él escribió por mandamiento directo del Señor. Sin embargo, debemos reconocer que toda la Santa Biblia (o sea las Sagradas Escrituras, tanto los 39 libros del Antiguo Testamento como los 27 del Nuevo), fue escrita por "santos hombres de Dios [...] inspirados del Espíritu Santo" (2ª Pedro 1:21). Dios no solamente nos ha comunicado Sus propios pensamientos, sino nos ha dado a saber también lo que Sus criaturas han pensado y dicho. Todo es para nuestra instrucción: "Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra" (2ª Ti. 3:16, 17).
"Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo: empero cada uno tiene su propio don de Dios; uno a la verdad así, y otro así. Digo pues a los solteros y a las viudas, que bueno les es si se quedaren como yo. Y si no tienen don de continencia, cásense; que mejor es casarse que quemarse" (vvss. 7-9). Cuando los fariseos tentaron al Señor, preguntándole: "¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquiera causa?", Él les replicó, citando del libro de Génesis, capítulos 1 y 2, y agregando esto: " [...] Yo os digo que cualquiera que repudiare a su mujer, si no fuere por causa de fornicación, y se casare con otra, adultera; y el que se casare con la repudiada, adultera. Dícenles sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces Él les dijo: No todos reciben esta palabra, sino aquellos a quienes es dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron a sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; el que pueda ser capaz de eso, séalo" (Mateo 19:3, 9-12). Permanecer soltero o soltera para dedicar toda la vida al servicio del Señor es el mejor camino, pero [...] bien pocos son los que tienen "don" para ello; no olvidemos que no es dado a muchos servir al Señor toda la vida fuera del yugo matrimonial, lo que equivale a decir: hacerse eunuco. Pablo escribió en otra parte de esta epístola a los corintios así: "¿No tenemos potestad de traer con nosotros una hermana mujer también como los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?" (cap. 9: 5). Aun el Apóstol Pedro (o Cefas) era un hombre casado (compárese Mateo 8:14).
"Mas a los que están juntos en matrimonio, denuncio, no yo, sino el Señor: que la mujer no se aparte del marido; y si se apartare, que se quede sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no despida a su mujer" (vvss. 10, 11). Una vez casados, no es una cuestión de un juicio espiritual de parte de un apóstol, sino mandamiento del Señor, que los esposos respeten la institución divinamente ordenada desde la creación del hombre y de la mujer; pero, ya que el pecado está en el mundo, a veces los cristianos que son casados descuidan de su responsabilidad ante Dios, el uno para con el otro y viceversa, y no congeniando se apartan. Dado tal caso, no quedan de ninguna manera libres para casarse con otras personas: hay que permanecer, o sin casarse con otros, o llegar a la reconciliación.
“Y a los demás yo digo, no el Señor: si algún hermano tiene mujer infiel [vale decir, no creyente], y ella consiente en habitar con él, no la despida. Y la mujer que tiene marido infiel [vale decir, no creyente], y él consiente en habitar con ella, no lo deje" (vvss. 12, 13).
Por supuesto, este consejo del Apóstol es para los que se convirtieron después de haberse casado, pues un verdadero cristiano no debe casarse con una inconversa, como dice 2ª Co. 6:14: "no os juntéis en yugo con los infieles" (o sea, inconversos); así esta exhortación es para el cónyuge convertido después del casamiento.
"El Dios de toda gracia" espera que el creyente en el yugo matrimonial procure ganar por Cristo el inconverso. Tan engañoso es el corazón que es posible que un hombre convertido quiera librarse del yugo matrimonial bajo pretexto de servir al Señor en el evangelio; pero el Apóstol enseña que el campo de evangelización empieza con lo más próximo: su querida esposa. Si una mujer inconversa consiente en habitar con su marido ya convertido, es por amor conyugal. Ella va a discernir por el cambio efectuado (o que debe efectuarse) en él que es Dios quien ha obrado. Con el tiempo ella puede ser convertida también. El marido no debe despedirla. Viceversa, si una mujer se convierte a Dios y su marido inconverso consiente en habitar con ella, la esposa no debe dejarlo. En cuanto al testimonio de ella en el hogar, el Apóstol Pedro dice: "Asimismo vosotras, mujeres, sed sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conversación de sus mujeres, considerando vuestra casta conversación, que es en temor, el adorno de las cuales no sea exterior con encrespamiento del cabello, y atavío de oro, ni en compostura de ropas, sino el hombre del corazón que está encubierto, en incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios" (1ª P. 3:1-4). Una vida tal predica 24 horas al día y es más convincente que mil sermones.
"Porque el marido infiel es santificado en la mujer, y la mujer infiel en el marido: pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos; empero ahora son santos" (v. 14). (Por supuesto, la palabra infiel aquí significa "no creyente" más bien que una persona inmoral).
Hay cristianos que han encontrado difícil entender este pasaje, pero es fácil comprenderlo, una vez apreciada la bendita posición del cristiano bajo la gracia en contraste con el israelita bajo la ley de Moisés; pues las mujeres tomadas por los israelitas como esposas escogidas de las naciones alrededor de Israel, tales como las mujeres de los ammonitas, moabitas, árabes, edomitas, las de Asdod, de Egipto y de otros pueblos, no podían entrar en la congregación de Israel, ni tampoco sus hijos. De los ammonitas y moabitas dice en la ley de Moisés: "No entrará ammonita ni moabita en la congregación de Jehová; ni aun en la décima generación entrará en la congregación de Jehová para siempre" (Dt. 23:33An Ammonite or Moabite shall not enter into the congregation of the Lord; even to their tenth generation shall they not enter into the congregation of the Lord for ever: (Deuteronomy 23:3)). Léase también Esdras, capítulos 9 y 10.
Pero este pasaje en la carta de Pablo a los corintios y a todos los que invocan el nombre del Señor en cualquier lugar—por extenso a nosotros también—nos da a saber que el marido o esposa no creyente no son tenidos por nuestro Dios y Padre como inmundos, ni los hijos de la unión con el creyente, sino por gracia "ahora son santos."
Bajo la ley, los que no eran de Israel y sus hijos no podían disfrutar de los privilegios del pueblo terrenal escogido por Dios; fueron excluidos. Bajo la gracia, en cualquier nación donde Dios ha salvado al esposo o a la esposa, Él identifica la familia entera con el creyente, el cual debe procurar traerla a las reuniones de la iglesia, para que oiga la palabra de Dios y los miembros lleguen a ser salvos. Claro, los hijos que no son salvos todavía no pueden estar en comunión, o partir el pan, etc.; así la "santificación" en el sentido de este pasaje tiene que ver con la posición concedida a los esposos los hijos no convertidos todavía, pero unidos al miembro convertido en la familia; los hijos no se dan por "inmundos," sino como "santos." Actualmente, tienen que arrepentirse de sus pecados a su tiempo y depositar su fe en el Señor Jesucristo, pero mientras están debajo del techo del hogar en donde se invoca el Nombre del Señor, y no se han manifestado por rebeldes incrédulos, son objetos especiales de la compasión y amor de Dios. ¡Cuán tardos estamos, los creyentes en el Señor Jesucristo, para creer lo bendito y bondadoso que nuestro Dios es para con nosotros y nuestras familias! Y ¿qué dijo el Señor a Noé? "Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de Mí en esta generación" (Gn. 7:11And the Lord said unto Noah, Come thou and all thy house into the ark; for thee have I seen righteous before me in this generation. (Genesis 7:1)).
"Pero si el infiel [o no creyente] se aparta, apártese: que no es el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso; antes a paz nos llamó Dios. Porque ¿de dónde sabes, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿o de dónde sabes, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?" (vvss. 15, 16).
Como ya hemos leído en los vvss. 12 y 13, cualquier hombre casado que ha recibido a Cristo como su Salvador no debe despedir a su mujer porque ella no se ha convertido; e igualmente cualquier mujer casada que ha recibido a Cristo como su Salvador no debe dejar a su marido porque él no se ha convertido. Pero si el infiel o la infiel (vale decir, no creyente) se aparta de su propia voluntad porque no ha querido vivir más en yugo matrimonial con un creyente en el Señor Jesús, el creyente no tiene control sobre ello. Dios le ha llamado a paz y en paz debe aceptar la separación. (Por supuesto, no se considera en este pasaje que el creyente, hombre o mujer, haya provocado la separación de parte del no creyente a causa de haberse comportado con espíritu no cristiano.)
Ahora bien el Apóstol, prosiguiendo su tema, reconoce específicamente lo instituido por Dios desde el principio de la raza humana, que el hombre y su mujer "serán una sola carne" (Génesis 2:24); "serán dos en una carne" (Mateo 19:5). Le pregunta el Apóstol a la mujer cristiana: "¿de dónde sabes, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido?"; y le pregunta al marido cristiano: "¿de dónde sabes, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?" Dios quiere que los esposos cristianos, maridos o mujeres, sean ejercitados acerca de la salvación de aquellos seres amados con los cuales contrajeron matrimonio.
"Empero cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a cada uno, así ande: y así enseño en todas las iglesias" (v. 17). Observemos aquí lo que es de notar también en los capítulos 4:17, 11:16, tanto como en el cap. 1:2, es decir: que la enseñanza del Apóstol Pablo era la misma para todas las iglesias cristianas; así todo el contenido de sus epístolas dirigidas a los corintios es aplicable para todos nosotros los cristianos del siglo XX, como lo son sus demás epístolas.
"¿Es llamado alguno circuncidado? quédese circunciso. ¿Es llamado alguno incircuncidado? que no se circuncide. La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es; sino la observancia de los mandamientos de Dios." (vvss. 18, 19). El obrar eficaz de la gracia de Dios ha borrado toda característica particular entre los judíos y los gentiles. Ahora bien, lo imprescindible es observar "los mandamientos de Dios;" éstos no son los diez mandamientos de Moisés dados a los judíos y a los cuales condenaron porque no los guardaron (comp. Romanos 2:17-24, etc.). Para los cristianos, "los mandamientos de Dios" o "mandamientos del Señor" (cap. 14:37) comprenden la instrucción espiritual íntegra de toda la Biblia, entendida por la enseñanza eficaz del Espíritu Santo. Por ejemplo, este pasaje: "Porque así nos ha mandado el Señor, diciendo: Te he puesto para luz de los gentiles, para que seas salud hasta lo postrero de la tierra" (Hch. 13:47). Lo que vino a ser el mandamiento del Señor a los apóstoles Pablo y Bernabé no fue literalmente ni siquiera un mandato, sino sencillamente una frase dirigida por Jehová al Mesías de Israel mediante Isaías, una palabra profética que declaró que la bendición que viniera en la persona de Cristo (el Mesías) no solamente sería para el bienestar de Israel, sino que también sería salvación para los gentiles en todo el mundo: "Poco es que Tú Me seas siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaure los asolamientos de Israel: también Te dí por luz de las gentes, para que seas Mi salud hasta lo postrero de la tierra" (Isaías 49:6). Ahora bien, cuando Pablo y Bernabé vieron que los judíos en Antioquía de Pisidia se oponían al evangelio, contradiciendo y blasfemando, entonces entendieron que la profecía de Isaías 49:6 señalaba la predicación del evangelio a todo el mundo: de ahí llegó la profecía a ser para los apóstoles el mandamiento del Señor, aunque, literalmente, no era mandato siquiera.
Ciertamente todos los mandamientos de Moisés (salvo el de guardar el sábado, el cual es ceremonial) son de carácter moral y son comprendidos en los mandamientos de Dios que se hallan en el Nuevo Testamento, por ejemplo: "El que hurtaba, no hurte más; antes trabaje, obrando con sus manos lo que es bueno, para que tenga de qué dar al que padeciere necesidad" (Efesios 4: 28). La gracia de Dios hace mucho más que prohibir el robo: convierte al ladrón en benefactor.
"Cada uno en la vocación en que fue llamado, en ella se quede. ¿Eres llamado siendo siervo? [vale decir, esclavo] no se te dé cuidado; mas también si puedes hacerte libre, procúralo más. Porque el que en el Señor es llamado siendo siervo, liberto es del Señor: asimismo también el que es llamado siendo libre, siervo es de Cristo. Por precio sois comprados; no os hagáis siervos de los hombres. Cada uno, hermanos, en lo que es llamado, en esto se quede para con Dios" (vvss. 20-24). Millares de esclavos convertidos a Cristo han glorificado a Dios en medio de las pruebas más duras de su fe; no pocos han sido martirizados por amos crueles.
De todas maneras, no es fácil reconciliar la voluntad de Dios y la de un amo inconverso, a veces tampoco la de un amo convertido que no anda humildemente como siervo del Señor; por eso, el Apóstol recomienda al esclavo, y por extenso, al empleado estorbado en su servicio al Señor a causa de la perversa voluntad de un patrón inconverso, que si puede hacerse libre, que lo haga. Somos comprados a gran precio; ¡con la "sangre preciosa de Cristo"!; por lo tanto, no debemos hacernos siervos de los hombres, es decir: conformarnos a sus normas y exigencias a expensas de la verdad divina.
Pero en cuanto a la vocación (estado o empleo) en que uno se halla cuando se arrepiente, cree en el Señor Jesucristo y llega a ser salvo, es bueno quedarse en ella, pero a condición de que uno "en esto se quede para con Dios." Un verdugo, por ejemplo, al convertirse a Cristo, no puede quedar para con Dios en su oficio; tampoco un mozo o camarero en una cantina, vendiendo bebidas intoxicantes.
"Empero de las vírgenes no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel. Tengo, pues, este por bueno a causa de la necesidad que apremia, que bueno es al hombre estarse así. ¿Estás ligado a mujer? no procures soltarte. ¿Estás suelto de mujer? no procures mujer. Mas también si tomares mujer, no pecaste; y si la doncella se casare, no pecó; pero aflicción de carne tendrán los tales; mas yo os dejo. Esto empero digo, que el tiempo es corto; lo que resta es, que los que tienen mujeres sean como los que no las tienen, y los que lloran, como los que no lloran; y los que se huelgan, como los que no se huelgan; y los que compran, como los que no poseen; y los que usan de este mundo, como los que no usan, porque la apariencia de este mundo se pasa. Quisiera, pues, que estuvieseis sin congoja. El soltero tiene cuidado de las cosas que son del Señor, cómo ha de agradar al Señor; empero el que se casó tiene cuidado de las cosas que son del mundo, cómo ha de agradar a su mujer. Hay asimismo diferencia entre la casada y la doncella: la doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en el cuerpo como en el espíritu; mas la casada tiene cuidado de las cosas del mundo, cómo ha de agradar a su marido. Esto empero digo para vuestro provecho, no para echaros lazo, sino para lo honesto y decente, y para que sin impedimento os lleguéis al Señor" (vvss. 25-35).
Este pasaje, en parte, es un comentario sobre lo ya escrito por el Apóstol Pablo en los vvss. 7 a 9, inclusive. La palabra clave es: EL TIEMPO ES CORTO (v. 29). No conviene que el cristiano lo malgaste, sino que lo aproveche lo máximo posible para el servicio del Señor. Si somos cónyuges, procuremos consagrarnos a servirle. Si no somos casados, más libertad aun para dedicarle nuestras energías. Pero Dios quiere que estemos sin congoja.
El mundo se dedica a vender y comprar: es el comercio. Pero el cristiano compra según sus necesidades, no para hacerse rico aquí abajo en donde su divino Maestro fue pobrísimo. El cristiano debe usar de este mundo lo que sea útil en el servicio del Señor, no para seguir la moda en sus diversos aspectos. Nosotros los cristianos estamos en el mundo, pero no somos del mundo. "No son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo" (Juan 17:14-16). Si este bendito hecho fue de tanta importancia para el Señor Jesús, que dijera dos veces a Su Padre que no somos del mundo, como tampoco Él es del mundo, ¿conviene que nos conformemos al mundo? ¡No!
"Mas si a alguno parece cosa fea en su hija virgen, que pase ya de edad, y que así conviene que se haga, haga lo que quisiere, no peca; cásese" (v. 36). Nótese que la palabra "hija" que está escrita en letra cursiva en la versión de Cipriano de Valera no es una parte del texto inspirado, sino fue suplida por el traductor, pero en este caso hubo error, pues el pasaje no se trata de una virgen, mucho menos la hija de alguien. Permítannos verter al español una traducción inglesa que es muy exacta: "Pero si alguno cree que no se porta bien de acuerdo con su virginidad [propia], y si ha pasado ya la flor de su edad y que así conviene que se haga, haga lo que quisiere, no peca; cásese."
El pasaje se trata de un soltero no joven. Nos acordamos de un fiel siervo del Señor que, siendo joven, quería casarse con una hermana en Cristo, pero como ésta cuidaba de su madre enferma, no quiso casarse hasta que hubiera hecho lo último posible para su mamá, la cual no murió hasta unos treinta años después de la decisión de su hija de esperar. Mientras tanto el siervo del Señor guardaba su virginidad: no se casó con otra. Pero cuando la única mujer que él había querido por esposa estaba suelta del cuidado de su madre ya difunta, entonces a más o menos a 60 años de edad se casaron y seguían sirviendo fielmente al Señor como antes.
"Pero el que está firme en su corazón, y no tiene necesidad, sino que tiene libertad de su voluntad, y determinó en su corazón esto, el guardar su hijo virgen, bien hace" (v. 37). Aquí tanto como en el v. 36, la palabra "hija" no es del texto griego. Debe traducirse, "el guardar su virginidad."
Hay solteros que han tenido "don de continencia" durante muchos años y han guardado su virginidad, pero algunos, pasada ya la flor de su edad, sin embargo quieren casarse. Bueno, no pecan, pero es mejor no casarse. "Así que, el que se casa bien hace; y el que no se casa mejor hace" (vertida al español de una traducción inglesa muy exacta) (v. 38).
"La mujer casada está atada a la ley, mientras vive su marido; mas si su marido muriere, libre es: cásese con quien quisiere, con tal que sea en el Señor. Empero más venturosa será si se quedare así, según mi consejo; y pienso que también yo tengo Espíritu de Dios" (vvss. 39, 40). La palabra clave, "en el Señor," es uno de los mandamientos de Dios, y no sólo se aplica al caso de una viuda, sino también, por extenso, a todo cristiano, el cual desobedece los mandamientos de Dios cuando se casa con una inconversa. "No os juntéis en yugo con los infieles [vale decir, no creyentes]; porque ¿qué compañía tiene la justicia con la injusticia [...]?" (2 Co. 6:1414Be ye not unequally yoked together with unbelievers: for what fellowship hath righteousness with unrighteousness? and what communion hath light with darkness? (2 Corinthians 6:14)).
"Según mi consejo." El Apóstol Pablo, cuando escribió esta epístola a los corintios, ya tenía muchos años de experiencia entre los creyentes como un pastor y había observado los resultados de varios casos de matrimonio. Lleno siempre del Espíritu Santo, y teniendo ya juicio maduro formado por el mismo Espíritu, pudo dar su consejo fiel. Si alguien está dispuesto a menospreciarlo, debe tener muy en cuenta que Pablo tenía al Espíritu de Dios en plenitud.