Lucas Capítulo 7

Luke 7  •  14 min. read  •  grade level: 14
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Fuera Del Patio Amurallado Del Judaísmo; Fe En El Corazón De Un Gentil
Por eso, después de esto, hallamos al Espíritu Santo actuando en el corazón de un Gentil. Ese corazón manifestó más fe que cualquiera entre los hijos de Israel. De corazón humilde, y amando al pueblo de Dios, como tal, a causa de Dios, cuyo pueblo ellos eran, y elevado así él en sus afectos sobre el miserable estado en que ellos estaban en la práctica, este Gentil puede ver en Jesús a Uno que tenía autoridad sobre todas las cosas, incluso como la que él tenía sobre sus soldados y siervos. No sabía nada acerca del Mesías, pero reconoció en Jesús el poder de Dios. Esto no era una mera idea: era fe. No había una fe como ésta en Israel.
Poder Ejercido Para Levantar a Los Muertos; Todas Las Cosas Nuevas
El Señor, entonces, actúa con un poder que iba a ser la fuente de aquello que es nuevo para el hombre. Él resucita a los muertos. Esto era, de hecho, ir más allá del límite de las ordenanzas de la ley. Él tiene compasión en la aflicción y la miseria del hombre. La muerte era para el hombre una carga: Jesús le libra de ella. No se trata solamente de limpiar a un Israelita leproso, ni de perdonar y sanar a los creyentes de entre Su pueblo; Él restaura la vida a uno que la había perdido. Israel, no hay duda, se beneficiará de ello; pero el poder necesario para el cumplimiento de esta obra es aquel que hace todas las cosas nuevas, dondequiera que sea.
Las Posiciones Familiares De Juan El Bautista Y Cristo; El Testimonio Del Señor Acerca De Juan
El cambio del cual estamos hablando, y que estos dos ejemplos ilustran tan notablemente, es presentado al tratar acerca de la conexión entre Cristo y Juan el Bautista, quien envía a averiguar de propios labios del Señor, quién es él. Juan había oído de Sus milagros, y envía a sus discípulos a averiguar quien era el que los hacía. Naturalmente el Mesías, en el ejercicio de Su poder, le habría librado de la prisión. ¿Era Él el Mesías? ¿o tenía Juan que esperar a otro? Él tenía fe suficiente para depender de la respuesta de Uno que obraba estos milagros; pero, encerrado en prisión, su mente deseaba algo más positivo. Esta circunstancia, ocasionada por Dios, da lugar a una explicación respetando la posición familiar de Juan y Jesús. El Señor no recibe aquí testimonio de Juan. Juan tenía que recibir a Cristo sobre el testimonio que Él daba de Sí mismo; y ello, habiendo tomado una posición que haría tropezar a los que juzgaban según ideas judías y carnales—una posición que requería fe en un testimonio divino, y, consecuentemente, se rodeaba de aquellos en los cuales un cambio moral les capacitaba para apreciar este testimonio. El Señor, en respuesta a los mensajeros de Juan, realiza milagros que demuestran el poder de Dios presente en gracia, y el servicio rendido a los pobres; y declara que bienaventurado es aquel que no halla tropiezo en la humilde posición que Él había tomado a fin de llevarlos a cabo. Pero Él da testimonio de Juan, aunque no vaya a recibir ninguno de él. Juan había atraído la atención del pueblo, y con razón; él era más que un profeta—había preparado el camino al Señor mismo. No obstante, si él preparó el camino, el completo e inmenso cambio que iba a ser llevado a cabo aún no se había cumplido. El ministerio de Juan, por su misma naturaleza, le situó fuera del efecto de este cambio. Él fue delante de este cambio para anunciar a Aquel que iba a cumplirlo, cuya presencia introduciría su poder en la tierra. Por consiguiente, el más pequeño en el reino era mayor que él.
La Recepción Del Pueblo Para Con Juan Y Para Con El Señor
El pueblo, que había recibido con humildad la palabra enviada por Juan el Bautista, dio testimonio en sus corazones a los caminos y a la sabiduría de Dios. Aquellos que confiaron en sí mismos, rechazaron los consejos de Dios cumplidos en Cristo. El Señor, ante esto, manifiesta claramente cuál era su condición. Rechazaron por igual las advertencias y la gracia de Dios. Los hijos de la sabiduría (aquellos en los que obraba la sabiduría de Dios) la reconocieron y le dieron gloria en sus caminos. Ésta es la historia del recibimiento, tanto de Juan como de Jesús. La sabiduría del hombre condenaba los caminos de Dios. La justa severidad de Su testimonio contra el mal, contra la condición de Su pueblo, mostró a la mirada del hombre la influencia de un demonio. La perfección de Su gracia, condescendiendo con los pobres pecadores, y presentándose a ellos allí donde estuvieran, fue tomada como un acto de revolcarse en el pecado y como si uno se diera a conocer por sus propios asociados. La orgullosa justicia propia no podía soportar ninguna de las dos cosas. La sabiduría de Dios sería reconocida por aquellos que eran enseñados por ella, y por aquellos solos.
Los Modos De Dios Hacia Los Pecadores En Contraste Con El Espíritu Farisaico
Luego, estos modos de Dios hacia los pecadores más miserables, y el efecto de ellos, en contraste con este espíritu farisaico, son mostrados en la historia de la mujer que era una pecadora en casa del Fariseo; y un perdón es revelado, no en referencia al gobierno de Dios en la tierra a favor de Su pueblo (un gobierno con el cual la sanación de un Israelita bajo la disciplina de Dios estaba relacionada), sino que un perdón absoluto, involucrando paz para el alma, es otorgado al más miserable de los pecadores. No se trata aquí meramente de si era profeta. La justicia propia del Fariseo no podía discernir ni siquiera eso.
La Hija De La Sabiduría
Tenemos un alma que ama a Dios, y mucho, porque Dios es amor—un alma que ha aprendido esto con respecto a, y por medio de, sus propios pecados, aunque no conociendo aún el perdón, al ver a Jesús. Esto es gracia. Nada más emotivo que la manera en que Jesús muestra la presencia de aquellas cualidades que hicieron a esta mujer verdaderamente honorable—cualidades relacionadas con el discernimiento de Su Persona por la fe. En ella se halló un entendimiento divino de la Persona de Cristo no razonado mediante doctrina sino sentido en su efecto en su corazón, una profunda conciencia de su propio pecado, humildad, amor por aquello que era bueno, fidelidad a Aquel que era bueno. Todo esto mostraba un corazón en el cual reinaban sentimientos apropiados a la relación con Dios—sentimientos que fluían de Su presencia revelada en el corazón, porque Él se había dado a conocer. Éste, sin embargo, no es lugar para considerarlos; pero es importante observar aquello que tiene un gran valor moral, cuando se trata de explicar lo que es en realidad el perdón gratuito, y que el ejercicio de la gracia de parte de Dios crea (cuando es recibida en el corazón) sentimientos que corresponden a sí misma, y que no pueden ser producidos por nada más; y que estos sentimientos están en relación con esa gracia, y con la conciencia de pecado que ésta produce. La gracia da una profunda conciencia de pecado, pero es en relación con el sentido de la bondad de Dios; y los dos sentimientos aumentan en proporción mutua. La cosa nueva, la gracia soberana sola, puede producir estas cualidades que responden a la naturaleza de Dios mismo, cuyo verdadero carácter el corazón ha aprehendido, y con quien está en comunión; y eso, mientras juzga el pecado como lo merece en la presencia de un Dios tal.
Los Corazones De Los Fariseos, El Del Pecador Y El De Dios Manifestado En Gracia
Se observará que esto se relaciona con el conocimiento de Cristo mismo, quien es la manifestación de este carácter; la verdadera fuente por gracia del sentimiento de este corazón quebrantado; y también que el conocimiento de su perdón viene después.
Es la gracia—es Jesús mismo—Su Persona—que atrae a esta mujer y produce el efecto moral. Ella se marcha en paz al comprender la extensión de la gracia en el perdón que Él pronuncia. Y el perdón mismo tiene su eficacia en su mente, en que Jesús era todo para ella. Si Él perdonó, ella estaba satisfecha. Sin atribuirse esto a ella misma, fue Dios revelado a su corazón; no fue la propia aprobación, ni el juicio que otros podrían formarse del cambio obrado en ella. La gracia había tomado posesión de su corazón de tal manera—gracia personificada en Jesús—Dios se manifestó a ella de tal forma, que Su aprobación en gracia, Su perdón, se llevó todo lo demás con ello. Si Él estaba satisfecho, ella también. Ella lo tuvo todo al conceder esta importancia a Cristo. La gracia se deleita en bendecir, y el alma que concede la suficiente importancia a Cristo se satisface con la bendición que es otorgada. ¡Cuán sorprendente es la firmeza con la que la gracia se afirma, y no teme soportar el juicio del hombre que la desprecia! Toma sin vacilar la parte del pobre pecador a quien ella ha tocado. El juicio del hombre sólo demuestra que ni conoce ni aprecia a Dios en la más perfecta manifestación de Su naturaleza. Para el hombre, con toda su sabiduría, no es más que un pobre predicador, quien se engaña a sí mismo al hacerse pasar por un profeta, y a quien no valía la pena darle un poco de agua para sus pies. Para el creyente es amor perfecto y divino, es paz perfecta si él tiene fe en Cristo. Sus frutos no están todavía ante el hombre; ellos están ante Dios, si Cristo es apreciado. Y aquel que le aprecia no piensa en sí mismo ni en sus frutos (a excepción de los frutos malos), sino en Aquel que fue el testimonio de la gracia para su corazón cuando no era nada más que un pecador.
Ésta es la cosa nueva—la gracia, e incluso sus frutos en la perfección de ellos: el corazón de Dios manifestado en gracia, y el corazón del hombre—un pecador—respondiendo a ello por gracia, habiendo asido, o mejor dicho, habiendo sido asido por la perfecta manifestación de aquella gracia en Cristo.