Juan Capítulo 7

John 7  •  5 min. read  •  grade level: 13
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El Cumplimiento Futuro De La Fiesta De Los Tabernáculos En Forma De Tipo
En este capítulo, sus hermanos según la carne, todavía sumidos en la incredulidad, hubiesen querido que Él se mostrase al mundo, si hacía estas grandes cosas; pero el tiempo para ello aún no había llegado. En el cumplimiento del tipo de la fiesta de los tabernáculos, Él lo hará. La Pascua tenía su antitipo en la cruz, Pentecostés lo tenía en el descenso del Espíritu Santo. La fiesta de los tabernáculos, hasta ahora, no ha tenido cumplimiento. Era celebrada después de la siega y la vendimia; e Israel conmemoraba alegremente, en la tierra, su peregrinación antes de entrar en el reposo que Dios les había dado en Canaán. Así será el cumplimiento de este tipo cuando, tras la ejecución del juicio (ya sea al discernir entre el impío y el bueno, o simplemente en venganza), Israel, restaurado en su tierra, estará en posesión de todas sus prometidas bendiciones. En aquel tiempo Jesús se mostrará al mundo; pero en el tiempo del que estamos hablando, Su hora no había llegado aún. Entretanto, habiéndose ido (vers. 33-34), Él da el Espíritu Santo a los creyentes (vers. 38-39).
Observen aquí que no se introduce ningún Pentecostés. Pasamos de la pascua en el capítulo 6 a los tabernáculos en el capítulo 7, en lugar de lo cual los creyentes recibirían el Espíritu Santo. Como he señalado, este Evangelio trata de una Persona divina en la tierra, no del Hombre en el cielo. Se habla de la venida del Espíritu Santo como siendo sustituida por el último u octavo día de la fiesta de los tabernáculos. Pentecostés presupone a Jesús en lo alto.
El Espíritu Santo Presentado Como La Esperanza De La Fe En Esa Época; La Sed Apagada Y Abundancia De Agua Viva Para Los Demás
Pero Él presenta al Espíritu Santo de tal modo que le convierte en la esperanza de la fe en el tiempo en el cual Él habla, si Dios creaba un sentido de necesidad en el alma. Si alguno tenía sed, que venga a Jesús y beba. No sólo su sed sería apagada, sino que de lo más profundo de su alma fluirían ríos de agua viva. Así que al venir a Él por la fe para satisfacer la necesidad de su alma, no sólo sería el Espíritu Santo en ellos una fuente de agua viva brotando para vida eterna, sino que también esta agua viva fluiría en abundancia desde el interior de ellos para refrescar a todos aquellos que tenían sed. Observen aquí, que Israel bebió agua en el desierto antes de que pudieran cumplir con la fiesta de los tabernáculos. Pero solamente bebieron. No hubo ninguna fuente en ellos. El agua fluyó de la roca. Bajo la gracia, cada creyente no es, sin duda, una fuente en sí mismo: pero todo el río fluye de él. Sin embargo, esto sucedería sólo cuando Jesús fuese glorificado, y en aquellos que eran ya creyentes previamente al recibimiento del Espíritu. De lo que se habla aquí no es de una obra que vivifica. Se trata de un don a aquellos que creen. Además, en la fiesta de los tabernáculos, Jesús se mostrará al mundo; pero éste no es el asunto del cual el Espíritu Santo así recibido es, en forma especial, el testigo. Él es dado en relación con la gloria de Jesús, mientras Él está oculto del mundo. Esto fue también en el octavo día de la fiesta, la señal de una porción que trascendía al reposo sabático de este mundo, y lo cual comenzó otro período—una escena nueva de gloria.
Observen también que, en forma práctica, aunque el Espíritu Santo es presentado aquí como poder que actúa en bendición fuera de aquel en quien Él mora, Su presencia en el creyente es el fruto de una sed personal, de una necesidad sentida en el alma—necesidad por la cual el alma ha buscado una respuesta en Cristo. El que tiene sed, la tiene por sí mismo. El Espíritu en nosotros, revelando a Cristo, llega a ser, morando en nosotros cuando hemos creído, un río en nosotros, y de este modo para los demás.
El Espíritu De Los Judíos Mostrado Claramente
El espíritu de los judíos se mostró claramente. Intentaron matar al Señor; y Él les dice que Su relación con ellos en la tierra pronto terminaría (vers. 33). No hacía falta que se apresuraran para deshacerse de Él: pronto le buscarían y no podrían hallarle. Él iba a Su Padre.
Vemos claramente aquí la diferencia entre la multitud y los judíos—dos grupos siempre diferenciados el uno del otro en este Evangelio. El primer grupo no comprendía por qué Él hablaba del deseo que tenían de matarle. Aquellos de Judea estaban atónitos ante Su seguridad, sabiendo que en Jerusalén ellos estaban conspirando contra Su vida. Su tiempo no había llegado todavía. Ellos enviaron alguaciles para prenderle, y ellos vuelven, sorprendidos por Su discurso, y sin haberle puesto las manos encima. Los Fariseos se enfurecen, y expresan su desprecio hacia el pueblo. Nicodemo arriesga decir una palabra de justicia de acuerdo a la ley, y se hace acreedor del desprecio de ellos. Pero cada cual se va a su casa. Jesús, quien no tuvo casa hasta que regresó al cielo de donde Él vino, se va al monte de los Olivos, lugar testigo de Su agonía, Su ascensión y Su regreso—un lugar que Él frecuentaba habitualmente, estando en Jerusalén, durante el tiempo de Su ministerio en la tierra.