Capítulo 8

 •  15 min. read  •  grade level: 15
Listen from:
La Gran Tribulación
También, en relación con el dominio del anticristo, habrá otro suceso de importancia trascendental. Ya aparecen anuncios de esto esparcidos por los profetas, así como por diversos pasajes de las escrituras del Nuevo Testamento. Generalmente, se designa como la gran tribulación, pero si examinamos este tema con atención se verá que se trata sólo de un rasgo de este terrible tiempo de prueba por el que tendrán que pasar los habitantes de la tierra en aquel período. De hecho, habrá un tiempo de angustia sin precedentes, tanto para judíos como para gentiles. En este capítulo nos proponemos reunir alguna de la información que la Escritura nos proporciona acerca de esta cuestión, así como mostrar quiénes son los santos que tendrán que pasar por este horno ardiente.
1. El tiempo de angustia para los judíos. Jeremías se refiere específicamente a esto, y para comprenderlo con claridad citaremos el pasaje con su contexto: «Así habló Jehová Dios de Israel, diciendo: Escríbete en un libro todas las palabras que te he hablado. Porque he aquí que vienen días, dice Jehová, en que haré volver a los cautivos de mi pueblo Israel y Judá, ha dicho Jehová, y los traeré a la tierra que di a sus padres, y la disfrutarán. Éstas, pues, son las palabras que habló Jehová acerca de Israel y de Judá. Porque así ha dicho Jehová: Hemos oído voz de temblor; de espanto, y no de paz. Inquirid ahora, y mirad si el varón da a luz; porque he visto que todo hombre tenía las manos sobre sus lomos, como mujer que está de parto, y se han vuelto pálidos todos los rostros. ¡Ah, cuán grande es aquel día! tanto, que no hay otro semejante a él; tiempo de angustia para Jacob; pero de ella será librado. En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, yo quebraré su yugo de tu cuello, y romperé tus coyundas, y extranjeros no lo volverán más a poner en servidumbre, sino que servirán a Jehová su Dios y a David su rey, a quien yo les levantaré» (Jer. 30:2-9). Hay tres cosas evidentes que se desprenden de este pasaje. Primero, que Israel (como hemos visto en un capítulo anterior) será todavía restaurado a su propia tierra; que después de esto — o después de la restauración de muchos — habrá un tiempo de angustia sin precedentes; y tercero, que luego tendrán su final liberación y bendición. La relación de estos tres acontecimientos fija el período de la tribulación que padecerán, y expone que ello tendrá lugar después de su regreso a la tierra y antes de la aparición del Señor.
Si ahora pasamos al profeta Daniel encontraremos un testimonio similar. Después de hablar de los hechos del anticristo (Daniel 11:36-45), dice: «En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro» (Dn 12:1). Una vez más, vemos que cuando se encuentren en su propia tierra, y en relación con las actuaciones del anticristo, y por ello después que el Señor haya venido a arrebatar a Su pueblo, y antes de Su aparición, los judíos pasarán por un tiempo de angustia sin precedentes.
Nuestro Señor se refiere a lo mismo. Advirtiendo a Sus discípulos, en respuesta a la pregunta que le habían formulado: «¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de Tu venida, y del fin del siglo?» (Mt. 24:3), Él dice: «cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados» (Mt. 24:15-22; también Mr. 13:14-20). Este pasaje es sumamente importante por muchas razones. Relaciona la tribulación mencionada con el acontecimiento predicho por Daniel, y por ello mismo con el anticristo, y también revela la causa así como el período de esta angustia sin precedentes (Véase Dn. 12:11 con Dn. 9:27).
Y ahora, relacionando los diversos pasajes citados de las Escrituras, aprendemos que después de la restauración de los judíos a su tierra, y expuestos una vez más, como en los días de Antíoco Epifanes (véase Dn. 11:21-31), a la hostilidad del rey del norte (Siria), los judíos conciertan un pacto para protección con la primera «bestia» — la cabeza del Imperio Romano redivivo. A esto es lo que se refiere Daniel cuando dice: «Y por otra semana — es decir, por una semana de años, o siete años — [el príncipe romano] confirmará [no el, sino un] pacto con muchos [o, más bien, “con los muchos”]. Pero se nos dice también que «a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda» (Dn. 9:27). Por el pacto que este príncipe había concertado con los judíos, es evidente que su compromiso era protegerlos en su práctica religiosa; pero ahora, asociado con el anticristo, viola su tratado — ordena que el sacrificio diario sea abolido, y que se establezca la abominación desoladora (Dn. 12:11) en el santuario. Esto es, se establece un ídolo en el templo (léase 2 Ts. 2:4; y comparar Ap. 13:11-17). Es a esto que se refiere nuestro Señor en este pasaje que hemos citado; y Él especifica la introducción de esta «abominación desoladora» como la señal para la huida del remanente piadoso que se encontrará en aquel tiempo en Jerusalén. Cuando suceda esto, se promulgará un decreto mandando que todos adoren la imagen que así usurpa el puesto de Dios, y junto con esto comenzará el tiempo de la tribulación — que se desatará con una furia sin precedentes contra todos los que rehúsen obedecer este decreto, y desde luego contra los judíos como tales, y que se extenderá, como veremos más adelante, por todo el mundo.
En la misericordia de Dios, esta feroz prueba se limita a la media semana, y por ello sólo durará tres años y medio. Estos son los cuarenta y dos meses, o los mil doscientos sesenta días, que se mencionan varias veces en el libro de Apocalipsis. Este período coincide con el testimonio de los dos testigos (Ap. 11) y con los juicios divinos — los ayes — conectados con el mismo; también durante este período el diablo, arrojado a la tierra, proyecta su gran ira contra el resto de la descendencia de la mujer, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo (Ap. 12:9-17). Y es el dragón quien da poder a la «bestia», quien inspira todas las actuaciones de la cabeza del Imperio Romano y del anticristo contra el pueblo de Dios. Combinando estas cosas entre sí, podemos formarnos una cierta idea del carácter sin precedentes de esta tribulación. Es satánica tanto en su origen como en su poder, y contiene cada elemento de padecimientos que el maligno odio de Satanás puede inventar y combinar; pero Dios la emplea para castigar a la nación judía por su pecado culminante de rechazar a su Mesías. Si añadimos que incluso los componentes piadosos de la nación no gozarán de una conciencia del favor de Dios, aunque Su Espíritu estará obrando en sus corazones, comprenderemos en cierta medida las palabras de nuestro Señor: «habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá».
Esta tribulación, como ya se ha dicho, afecta especialmente a los judíos. Los pasajes citados de Jeremías y Daniel se aplican ciertamente a ellos, y la referencia expresa que hace nuestro Señor a este último profeta, además de otras indicaciones en Su discurso, no deja lugar a dudas de que Él también tenía a este pueblo a la vista. La pasada historia de la nación, y la terrible culpa en que incurrieron al crucificar a su Mesías, nos ayudará a comprender a la vez su razón y propósito, a la vez que es un consuelo recordar que en cada caso que se menciona, sigue inmediatamente la mención de la liberación y bendición del remanente escogido por Dios.
2. Además de «la angustia de Jacob», leemos también acerca de la gran tribulación. Se menciona en Apocalipsis 7. En la primera parte del capítulo contemplamos a cuatro ángeles «en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios» (vv. 1-3). Y consiguientemente hay ciento cuarenta y cuatro mil que son sellados de entre las doce tribus, el remanente que Dios recoge de Israel. A continuación leemos: «Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero» (vv. 9-10). Es con respecto a esta innumerable multitud que uno de los veinticuatro ancianos pregunta a Juan: «Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Éstos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero» (vv. 13-14). Ahora bien, estamos sólo exponiendo lo que cualquiera familiarizado con el idioma original admite sin problemas, cuando decimos que efectivamente la lectura es «han salido de la gran tribulación». Así, esta inmensa multitud ha pasado a través de ella, y en la escena que tenemos ante nosotros aparecen como una hueste salva y llena de regocijo. En consecuencia, tenemos una clara prueba de que no sólo habrá una angustia sin precedentes para la nación judía, sino también, y probablemente de manera simultánea (puede que sea alto antes) habrá un período similar de tribulación para los gentiles: «de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas». Este parece ser el mismo suceso al que se refiere el Señor como «la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra» (Ap. 3:10). Por lo que se refiere a su origen y a su carácter, es poco lo que se revela, por no decir que nada; pero se explica de forma suficiente por el terrible estado en el que el mundo se hundirá tras el arrebatamiento de la Iglesia, y por el hecho de que la «bestia», que abrirá «su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de Su nombre, de Su tabernáculo, y de los que moran en el cielo», tendrá autoridad «sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo» (Ap. 13:5-8).
3. Ahora surge la cuestión de si la iglesia estará presente durante la tribulación, y si la respuesta es que no, ¿quiénes son los santos que figuran en la misma? Los que hayan leído los anteriores capítulos de este libro ya conocerán la respuesta; pero como se trata de una cuestión importante, y es posible que algunos hayan comenzado la lectura con este capítulo, será aconsejable recordar la enseñanza de la Escritura acerca de esto mismo. En primer lugar, queda meridianamente claro, si nuestra interpretación de la Escritura es correcta, que la iglesia será arrebatada antes de este período. Así, encontramos en Apocalipsis 19 que la bestia y el falso profeta (el anticristo) son tomados y destruidos en la aparición del Señor (vv. 11-21). En 2 Tesalonicenses aprendemos asimismo que el Señor entonces consumirá al inicuo (al anticristo) «con el resplandor de Su venida». Pero en Colosenses se nos enseña que «Cuando Cristo, el cual es nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados juntamente con Él en gloria» (Col. 3:4, V.M.). En el pasaje al que ya se ha hecho referencia (Ap. 19) se dice asimismo que «los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían [al Verbo de Dios] en caballos blancos» (v. 14). Del versículo 8 tenemos que el lino fino es las acciones justas de los santos. Los santos (la iglesia) en estos dos pasajes de la Escritura aparecen descritos como viniendo con Cristo, y por ello es innegable que tienen que haber sido arrebatados previamente para estar con Él. La estructura del libro de Apocalipsis expone esto mismo. «Escribe», dijo el Señor a Juan, «las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas» (Ap. 1:19). El primer capítulo contiene lo que él vio; el segundo y el tercero «las [cosas] que son», la dispensación de la iglesia; y el resto del libro trata de las cosas posteriores al cierre del período de la iglesia. De ahí que, inmediatamente después del tercer capítulo, se ve a los veinticuatro ancianos en el cielo sentados en tronos, vestidos de ropas blancas, y con coronas de oro en sus cabezas (Ap. 4:4). ¿Quiénes son éstos? Las coronas hablan de su carácter regio, y su ropaje revela su carácter sacerdotal, lo que señala claramente a Apocalipsis 1:6. Por tanto, se trata de los santos, y por ello los encontramos trasladados al cielo antes del comienzo de la tribulación.
Pero se podría plantear la pregunta: ¿Quiénes son entonces la gran multitud que nadie podía contar y que aparece en Apocalipsis 7, de quienes se dice específicamente que han salido de la gran tribulación? Ahora bien, si los ancianos simbolizan la iglesia — sin excluir los santos de las pasadas dispensaciones — , queda claro que esta multitud no puede pertenecer a la misma clase. Los ancianos están en el cielo, en tanto que esta multitud redimida se encuentra sobre la tierra; y esta distinción nos ayuda a comprender quiénes son. Son, como ya se ha descrito, un enorme número de gentiles que han pasado a través de la tribulación para llegar a la bendición, y que por ello entrarán bajo Cristo en las glorias y las bendiciones de Su reino milenario; más aún, van a tener un puesto especial bajo Su gobierno. «Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en Su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá Su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos» (vv. 15-17).
Queda por responder la otra parte de la pregunta. ¿Quiénes son los santos que se ven durante la tribulación? Son el remanente elegido por Dios de entre los judíos. Esto puede verse en Mateo 24. Es acerca de los que estén en Judea que habla el Señor (v. 16). Son llamados a orar que su huida no sea en día de sábado (v. 20) — una instrucción que no tendría sentido excepto para un judío piadoso bajo la Ley; se les advierte contra falsos Cristos (vv. 23-24) — una advertencia que difícilmente sería comprendida por cristianos que saben que Cristo está ahora a la diestra de Dios; y finalmente, los elegidos no son recogidos hasta después de la tribulación, etc., y de la aparición, mientras que, como ya hemos visto, la iglesia aparecerá acompañando a Cristo. Se podrían recoger indicaciones del mismo carácter, si fuere necesario, del libro de Apocalipsis; pero ya hemos expuesto que los ancianos en el cielo demuestran que la iglesia no podría estar sobre la tierra durante la tribulación. Por tanto, queda probado de forma evidente que se trata de judíos piadosos, como Sadrac, Mesac y Abed-nego, que serán echados en este horno ardiente, calentado «siete veces más de lo acostumbrado». Sus dolores y clamores a lo largo de este tiempo de angustia sin precedentes aparece seguidos y expresados en muchos de los Salmos. Los creyentes de esta dispensación se convirtieron «de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a Su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1 Ts. 1:9-10). Porque es a éstos que el Señor dirige estas palabras: «Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra» (Ap. 3:10).