Capítulo 8

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"Y por lo que hace a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos ciencia. (La ciencia hincha, mas la caridad edifica. Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saber. Mas si alguno ama a Dios, el tal es conocido de Él)", vvss. 1-3.
El Apóstol empieza a comentar sobre lo sacrificado a los ídolos (que no son nada), y que todos tenemos ciencia, pero se interrumpe para señalar la gran diferencia entre la "ciencia" y el "amor," pues la ciencia eleva la soberbia del corazón del hombre mismo, mientras el amor humildemente busca la edificación del hermano flaco por el cual Cristo murió. El que se imagina que ya sabe algo se está enorgulleciendo y actualmente no sabe nada del verdadero amor de Dios tal como lo debe saber. Pero si alguno ama a Dios (y "Le amamos a Él, porque Él nos amó primero" — 1ª de Jn. 4:1919The woman saith unto him, Sir, I perceive that thou art a prophet. (John 4:19)), Dios es conocido por él, y ¡ cuán bendito es este conocimiento!
"Acerca, pues, de las viandas que son sacrificadas a los ídolos, sabemos que el ídolo nada es en el mundo, y que no hay más de un Dios. Porque aunque haya algunos que se llamen dioses, o en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), nosotros empero no tenemos más de un Dios, el Padre, del cual son todas las cosas, y nosotros en El; y un Señor Jesucristo, por el cual son todas las cosas, y nosotros por Él" (vvss. 4-6).
En las Sagradas Escrituras, no se describe adoración alguna de ídolos antes del diluvio universal en los días de Noé; pero después del diluvio que tuvo lugar más o menos dos mil trescientos cincuenta años antes de que Cristo naciese, el diablo puso en la mente de los hombres adorar cualquier cosa en el cielo, la tierra, y en las aguas, aun muchísimas cosas fabricadas por los hombres mismos. Detrás de los ídolos había demonios (véase 1ª Co. 10:19-21). Aun antes de que muriese Noé, apenas transcurridos trescientos cincuenta años después del diluvio, la idolatría se había arraigado ya entre sus descendientes. Abraham que era de la décima generación desde Noé, nació sólo dos años después de su muerte; pero Terah, el padre de Abraham, era idólatra (véase Josué 24:2). "El Dios de la gloria apareció" a Abraham y le sacó de esa familia idólatra. ¡Cuán rápidamente los hombres, "habiendo conocido a Dios, no Le glorificaron como a Dios, ni dieron gracias!; antes se desvanecieron en sus discursos, y el necio corazón de ellos fue entenebrecido. Diciéndose ser sabios, se hicieron fatuos, y trocaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de animales de cuatro pies, y de serpientes [...] los cuales mudaron la verdad de Dios en mentira, honrando y sirviendo a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén" (Ro. 1:21-23, 25).
Un ídolo no es absolutamente nada. Hay un solo Dios Creador. Los hombres han llamado "dioses" a un sinnúmero de cosas en el cielo y en la tierra; también se han fabricado muchos "señores." Pero el solo Dios Creador es el Padre de nosotros, los que somos nacidos de Él; y el único Señor que reconocemos es nuestro Señor Jesucristo. De Dios nuestro Padre son todas las cosas; por Cristo nuestro Señor son todas las cosas.
"Mas no en todos hay esta ciencia: porque algunos con conciencia del ídolo hasta aquí, comen como sacrificado a ídolos; y su conciencia, siendo flaca, es contaminada" (v. 7).
Hay idólatras que se convierten a Dios, como hicieron los tesalonicenses y corintios. Antes de convertirse, no sólo habían adorado sus ídolos, sino también habían comido en los templos paganos las viandas sacrificadas a los ídolos. Al convertirse, no llegaron en seguida a reconocer que los ídolos no eran nada, y al comer, como antes, de cosas ofrecidas a los ídolos, se contaminaron sus conciencias.
"Si bien la vianda no nos hace más aceptos a Dios: porque ni que comamos, seremos más ricos; ni que no comamos, seremos más pobres." (v. 8). Otra traducción dice:
"Pero la vianda no nos encomienda a Dios; ni que no comamos nos faltará algo; ni que comamos tendremos una ventaja" (trad. de J.N. D.). El comer o no de alimentos para el cuerpo mortal no nos hace más aceptables a Dios. "Para alabanza de la gloria de Su gracia [...] nos hizo aceptos en el Amado" (Ef. 1:6), en Cristo Su Hijo, y jamás tendremos mejor aceptación que ésta.
"Mas mirad que esta vuestra libertad no sea tropezadero a los que son flacos. Porque si te ve alguno, a ti que tienes ciencia, que estás sentado a la mesa en el lugar de los ídolos, ¿la conciencia de aquel que es flaco, no será adelantada a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por tu ciencia se perderá el hermano flaco por el cual Cristo murió. De esta manera, pues, pecando contra los hermanos, e hiriendo su flaca conciencia, contra Cristo pecáis. Por lo cual, si la comida es a mi hermano ocasión de caer, jamás comeré carne por no escandalizar a mi hermano" (vvss. 9-13).
Ya que el comer o no de viandas no altera en el grado más mínimo nuestra aceptación ante Dios el Padre en Cristo el Hijo, entonces el amor hace que al comer no pongamos piedra de tropiezo ante los pies del hermano flaco. La ciencia hincha, pero el amor edifica. El amor piensa en el bienestar espiritual del hermano flaco por el cual Cristo murió. Dice el Apóstol que si herimos la conciencia débil del tal, contra Cristo estamos pecando— ¡acusación solemne! Por ejemplo: un judío se convierte a Dios y confiesa a Cristo como su Señor. Él ya no es judío, sino cristiano. Pero él nunca comía carne de puerco, pues le era prohibida por la ley de Moisés (véase Lev. 11:4,74Nevertheless these shall ye not eat of them that chew the cud, or of them that divide the hoof: as the camel, because he cheweth the cud, but divideth not the hoof; he is unclean unto you. (Leviticus 11:4)
7And the swine, though he divide the hoof, and be clovenfooted, yet he cheweth not the cud; he is unclean to you. (Leviticus 11:7)
). Ahora, como cristiano, él no ha sabido todavía que la cristiandad nada tiene que ver con las leyes ceremoniales del judaísmo, y que "todo lo que Dios creó es bueno, y nada hay que desechar, tomándose con hacimiento de gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado" (1ª Ti. 4: 4, 5). Ahora bien, otro cristiano de la misma iglesia, el cual antes era un pagano, convida al judío convertido a que coma en su casa. En la mesa pone ¡un lechón asado! El pobre judío, siendo huésped, come—obligado por las circunstancias y acatamiento al que le ha invitado—pero su conciencia se contamina, su comunión con Dios se rompe, y vuelve a su casa triste. Así que el Apóstol concluye: "si la comida es a mi hermano ocasión de caer, jamás comeré carne por no escandalizar a mi hermano," "el hermano flaco por el cual Cristo murió."