Apocalipsis 9

Revelation 9  •  15 min. read  •  grade level: 17
Listen from:
Los Testigos De Dios
(Apocalipsis 10–11:18)
Con el capítulo décimo llegamos a una pausa en la profecía de los juicios de las siete trompetas, a fin de que nos sean presentados los caminos de Dios en el mantenimiento de un testimonio por Cristo en relación con la tierra durante el solemne período del juicio de la sexta trompeta, o segundo Ay. Esta sección parentética termina con la declaración en el capítulo 11:14 de que «El segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay viene rápido.» Esto indica de cierto que los acontecimientos descritos en esta porción tienen lugar durante el segundo Ay, y son seguidos inmediatamente por el juicio del tercer Ay o de la séptima trompeta. Por los detalles que se dan en este pasaje veremos que los acontecimientos registrados tienen lugar durante el período de tres años y medio que preceden de inmediato a la venida de Cristo para reclamar Su reino terrenal.
(V. 1) El pasaje comienza con una visión de un «ángel fuerte» que descendía «del cielo». Por la descripción que sigue, tendremos desde luego razón en concluir que en este poderoso ángel tenemos una presentación de Cristo. Está revestido con una nube que tan frecuentemente, en las Escrituras, se refieren a la Presencia Divina. El arco iris que en el capítulo 4:3 se ve alrededor del trono está ahora sobre la cabeza de este ángel, y establece que éste es Aquel por medio de quien se cumplirá el pacto de misericordia de Dios con la tierra. Su rostro como el sol nos recuerda que en esta Persona se exhibirá toda la gloria de Dios y se manifestará la autoridad suprema. Sus pies como columnas de fuego vienen a indicar que está andando en una senda de santo juicio contra el pecado.
(V. 2) En Su mano tenía «un librito abierto». De los versículos que siguen podemos inferir que el libro abierto se refiere a las profecías del Antiguo Testamento, que han sido reveladas, en contraste con el libro con los siete sellos que predice cosas no reveladas en los tiempos del Antiguo Testamento.
El ángel puso Su pie derecho sobre el mar y Su pie izquierdo sobre la tierra. Simbólicamente, el mar se emplea a menudo en las Escrituras para designar a la masa de las naciones en estado tumultuoso, mientras que la tierra hace referencia a la parte ordenada de la tierra que ha tenido la luz de Dios, sea en el judaísmo o en la cristiandad, y por ello la porción del mundo a la que se aplica de manera especial la profecía. Somos así llevados al tiempo en que Cristo declarará públicamente Sus derechos sobre todo el mundo.
(Vv. 3-4) La voz alta y los siete truenos nos dicen que los derechos de Cristo se harán valer mediante unos juicios que nadie podrá evadir, aunque no se le permite a Juan revelar lo dicho por los siete truenos.
(Vv. 5-7) Cristo, representado por el ángel fuerte, y que ya ha reivindicado Su derecho a todo el mundo, ahora jura por Aquel que vive por los siglos de los siglos, quien creó todas las cosas, que el tiempo ha llegado en que entrará en Su herencia terrenal—que no habrá «más dilación» (V.M.). La séptima trompeta introducirá los juicios finales, se consumará el misterio de Dios y se introducirán las bendiciones del reino según las gratas nuevas anunciadas a Sus siervos los profetas. El misterio de Dios, en este pasaje, se refiere al hecho de que durante eras Dios no ha intervenido públicamente en los asuntos de los hombres. La maldad humana ha aumentado sin el freno de ninguna exhibición pública de parte de Dios. Se ha dejado a los hombres que satisfagan sus concupiscencias, que consigan lo que ambicionan, que aumenten en su rebelión contra Dios y en su persecución contra Su pueblo. Durante las eras, los miembros del pueblo de Dios han sido torturados en el potro, echados de sus casas, martirizados en la pira, y Dios no ha interferido de manera evidente. Todo esto—que ha recibido el nombre de «el silencio de Dios»—es un gran misterio. Pero no es inexplicable, porque en la Escritura un «misterio» no es algo que no se pueda explicar, sino algo que sólo es conocido por los iniciados. Durante el tiempo del misterio de Dios, los creyentes han tenido el libro abierto de la profecía prediciendo el tiempo de bendición que vendrá cuando Dios intervenga públicamente. Así, la lámpara de la profecía ha iluminado las tinieblas de las edades y el creyente ha sido iniciado en la mente de Dios. Pero cuando el Señor Jesús intervenga públicamente, y tome posesión de los reinos de este mundo, se consumará el misterio de Dios. Se cumplirán y se manifestarán al mundo el juicio de los malvados y las bendiciones del reino, que el creyente ya conoce anticipadamente.
El incidente final del capítulo 10 es profundamente significativo y está lleno de instrucción. Se le manda a Juan que tome el librito abierto y que lo coma; se le dice que cuando lo haga, lo encontrará amargo en su vientre, aunque dulce como miel a la boca. ¿No muestra esto el hecho de que todo lo que Dios va a introducir—el desarrollo de las glorias venideras—es ciertamente dulce a nuestro paladar, pero que involucra el dejar de lado la carne, y el juicio absoluto de aquello que la carne codicia? Hemos de descubrir que como creyentes la carne sigue estando en nosotros, y que por ello la verdad, por dulce que sea a nuestro paladar, involucra amargos ejercicios de corazón al descubrirnos el verdadero carácter de nuestros corazones. Es necesario no sólo que juzguemos el mundo alrededor de nosotros, sino que también juzguemos la carne dentro de nosotros; porque si nos juzgamos a nosotros mismos, no seremos juzgados. Cuando hayamos juzgado la carne, el Señor podrá emplearnos como testigos para otros, así como a Juan se le dice, cuando ha pasado por todos estos ejercicios de corazón: «Debes profetizar otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes.» En su tiempo, Isaías tuvo que aprender la amargura de sus propias visiones. En el capítulo 6 de su libro ve una visión de toda la tierra llena de la gloria de Jehová. Es desde luego un dulce paladeo de la bendición y gloria que han de venir. Pero inmediatamente dice: «¡Ay de mí!, que estoy muerto; porque [soy] hombre inmundo de labios.» Aquí tenemos la amarga conciencia que la palabra produce al descubrirle el carácter de su propio corazón. Pero cuando lo reconoce todo, encuentra que hay provisión para ello en un carbón tomado del altar. Del mismo modo, cuando descubrimos y reconocemos lo que somos, descubrimos que todo ha sido arreglado por Aquel que murió por nosotros. Habiendo sido purificado mediante sacrificio, Isaías es precisamente el que el Señor puede enviar con un mensaje a otros (Is 6:3-10).
(11:1) Habiendo quedado así dispuesto para el servicio, Juan recibe una vara de medir, y se le ordena así: «Mide el santuario de Dios, y el altar, y a los que adoran en él.» La mención del templo y de la santa ciudad muestran claramente que los acontecimientos predichos en esta porción de Apocalipsis se centran en Jerusalén y están relacionados con la nación de Israel.
Como símbolo, el templo denota la morada de Dios, y el altar la manera de acercarse a Dios sobre la base del sacrificio. La medición parece denotar que el hombre de Dios ha de tener en cuenta todo lo que Dios se ha reservado para Sí como teniendo Su aprobación. ¿No nos dice esta acción, y las figuras empleadas, que durante el tiempo de estos juicios Dios tendrá a Su pueblo al que se deleita en reconocer, y que se le acercarán en adoración?
(V. 2) El patio no debía ser medido, lo que denota el hecho de que en este tiempo se permitirá a los gentiles hollar la santa ciudad durante tres años y medio. Está claro, pues, que durante el período final de los tiempos de los gentiles, mientras Dios se reserva un remanente piadoso, la masa de la nación judía será entregada a la violencia de los gentiles, que hollarán su ciudad. Durante este tiempo, el mundo recaerá en el salvajismo pagano y en la corrupción, y como los perros y los cerdos pisotearán todo lo que es «santo», y, como lo muestran los siguientes versículos, despedazarán al pueblo de Dios (Mt 7:6). De modo que Pedro nos advierte que en los últimos tiempos los hombres actuarán como el perro que vuelve a su vómito, y la cerda lavada a revolcarse en el cieno (2 P 2:22).
La mención de los cuarenta y dos meses, o tres años y medio, vincula en el acto la Revelación dada a Juan con las profecías de Daniel. En el capítulo noveno de Daniel, versículos 24-27, leemos acerca de un período de setenta semanas, al fin del cual se establecerá la justicia eterna bajo el reinado de Cristo. Se nos dice luego que estas semanas comenzarían con el mandamiento de edificar Jerusalén, lo que sabemos que tuvo lugar en el reinado de Ciro. Además, se nos dice que después de siete semanas y sesenta y dos semanas el Mesías sería cortado. Es evidente entonces que cada día de estas semanas representa un año y que las primeras sesenta y nueve semanas de años quedaron completadas en la crucifixión de Cristo. Esto nos deja una semana de siete años que queda aún por cumplir. Al comienzo de estos últimos siete años nos dice Daniel que el guía del Imperio Romano concertará un pacto con los judíos por siete años, y que en medio de los siete años se hará que cese el sacrificio judío. En el capítulo séptimo de Daniel aprendemos también, por el versículo 25, que tratará con dureza a los santos del Altísimo, y que pensará en cambiar los tiempos y las leyes durante este período de «un tiempo, y tiempos, y medio tiempo», en otras palabras, durante tres años y medio.
(Vv. 3-4) Es esta última semana de siete años la que nos es presentada aquí en Apocalipsis, y más especialmente la segunda mitad de esta semana. Así, en este pasaje aprendemos que durante este período no sólo llegará a su culminación la oposición de los gentiles contra el antiguo pueblo de Dios, sino que durante este mismo tiempo Dios suscitará a dos destacados testigos, en base del principio de la Escritura de que «por boca de dos o tres testigos se decidirá todo asunto». Que van vestidos de cilicio puede que muestre que su mensaje es un llamamiento intenso al arrepentimiento. En este caso, el período de tres años y medio se enuncia en días, quizá para enfatizar el hecho de que el testimonio será diario.
Las figuras usadas para exponer el carácter de estos testimonios son similares a las empleadas en el cuarto capítulo del profeta Zacarías. Por este pasaje, queda claro que el olivo indica que estos testigos están ungidos por el Espíritu Santo para estar «de pie delante del Dios de la tierra» (cf. Zac 4:14 con Ap 11:4). Como candeleros son testigos ante los hombres. Su testimonio es para el Señor, que ha manifestado sus derechos sobre el mar y la tierra y que está para establecer Su reino. En el día en que los que moran en la tierra quieren reclamar el mundo para ellos mismos, Dios tendrá Sus testigos que manifiestan que Él es «el Señor de la tierra».
(Vv. 5-6) Este testimonio atraerá una intensa oposición del enemigo, que será confrontada con actos de poder divino. Los dos testigos recibirán poder para cerrar el cielo y que no llueva durante los días de su profecía, tal como lo hizo Elías en su tiempo (1 R 17:1). Y así como Moisés azotó a Egipto con plagas, del mismo modo estos testigos del Señor de toda la tierra herirán «la tierra con toda clase de plagas».
Hoy en día, el pueblo de Dios testifica del Dios del cielo en Su gracia soberana, salvando a pecadores para el cielo, por medio de la fe en Cristo. Por ello, no hay signos externos de juicio que acompañen a su testimonio. En los días venideros de estos testigos, Dios dará testimonio del reinado venidero de Cristo en la tierra, que será introducido por unos juicios que limpiarán la heredad de mal. En consecuencia con este testimonio, se dan solemnes señales del juicio venidero.
(Vv. 7-8) Al final de los tres años y medio, cuando concluya el testimonio de los dos testigos, se permitirá a la bestia, que como vemos algo más adelante es la cabeza del avivado Imperio Romano, que los venza y dé muerte. Sus cuerpos muertos yacerán en la calle de la gran ciudad, la condición moral de la cual en estos últimos días quedará tan absolutamente degradada que será asemejada con Sodoma con su cruda inmoralidad, y con Egipto con su idolatría y mundanidad.
Entonces se nos recuerda que esta asombrosa condición es el resultado del mayor de todos los pecados, porque esta gran ciudad es «donde también nuestro Señor fue crucificado».
De acuerdo con la revelación dada a Juan, el Señor, cuando estaba en la tierra, advirtió a Sus discípulos que la condición de mundo inmediatamente precedente a Su aparición será de violencia y corrupción como en los días antes del diluvio, y de la más burda impureza, como en los tiempos de Lot, cuando cayó sobre Sodoma el juicio del cielo. Al ver la creciente violencia, corrupción, concupiscencia e impiedad que señalan a las tierras que durante tanto tiempo han tenido la luz de la cristiandad, ¿no discernimos cómo todo se está preparando para la terrible crisis de mal descrita en estos versículos?
(V. 9) Si los gentiles se unieron a los judíos en crucificar al Señor, no podemos sorprendernos al aprender que todo el mundo se unirá para expresar su odio y menosprecio contra los testigos del Señor, dejando sus cuerpos insepultos.
(V. 10) Además, se nos dice que habrá una clase definida, descrita como «los moradores de la tierra», que no sólo dejan sus cuerpos expuestos a los ultrajes, sino que «se regocijarán sobre ellos», «se alegrarán» y «se enviarán regalos unos a otros». Estos moradores de la tierra, cuyo gran objetivo, como el rico de Lucas 12, es comer, beber y regocijarse sin pensar en Dios ni en el futuro, encuentran que el testimonio de estos dos testigos les es un refinado tormento, y se regocijan cuando, creen ellos, son vencidos y silenciados para siempre.
(Vv. 11-12) Sin embargo, el regocijo del mundo será breve, porque al fin de tres días y medio Dios intervendrá, y delante de la gente Él resucitará a Sus testigos, que oirán una gran voz del cielo que los llamará, diciendo: «Subid acá.»
(V. 13) Al haber sido rechazados los testigos de Dios, no queda ya nada más que el juicio. El testimonio de este hecho lo da un gran terremoto en el que mueren siete mil personas. Por un momento los hombres se aterrorizarán y darán «gloria al Dios del cielo». El testimonio de los dos testigos era acerca de «el Señor de toda la tierra», manteniendo con ello el derecho de Cristo a la tierra. ¡Ay!, aunque en un momento de terror los hombres puedan admitir que hay un Dios en el cielo, no quieren someterse al Señor de toda la tierra. Sin embargo, Dios ha determinado que al nombre de Jesús «se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra, y debajo de la tierra» (Fil 2:10).
Así, aprendemos por este pasaje profundamente solemne que los acontecimientos finales de esta edad tendrán su centro en Jerusalén y tendrán lugar durante un período de tres años y medio. Además, se nos dice que durante la gran tribulación de estos últimos días habrá un remanente temeroso de Dios, y entre ellos dos destacados testigos, cuyo testimonio irá acompañado de poderosos actos de poder que traerán plagas sobre los hombres. Opuestos al pueblo de Dios, y en contraste a ellos, habrá una gran compañía de moradores sobre la tierra conducidos por dos hombres señaladamente malvados—la cabeza del Imperio Romano, y el Anticristo (Ap 13), cuya oposición vendrá acompañada por «la actuación de Satanás, con todo poder y señales y prodigios mentirosos» (2 Ts 2:9).
(Vv. 14-17) Los solemnes acontecimientos traídos delante de nosotros en los capítulos 10-11:13 ponen fin al período del segundo Ay, y preparan el camino para el establecimiento del reino de Cristo, que es introducido por el tercer Ay al tocar el séptimo ángel su trompeta.
Con el toque de la séptima trompeta somos llevados de la tierra al cielo para oír grandes voces en el cielo anunciando las felices nuevas de que «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos». Por fin habrá llegado el gran día en que el gobierno de este mundo pasará a manos del Señor Jesús. Todo el cielo se regocija ante este anuncio, y los santos, representados por los Veinticuatro Ancianos, adoran a Dios con acción de gracias.
(V. 18) ¡Cuán solemne que la introducción de este reino de bienaventuranza será un «Ay» sobre los moradores de la tierra que han rechazado a Cristo y a Sus testigos. El reino que introduce bendición eterna para el pueblo de Dios significará un Ay eterno para los aborrecedores de Dios y de Su Cristo. Ven en este solemne anuncio que por fin ha llegado el tiempo cuando la ira de las naciones contra Cristo y Su pueblo será confrontada con la ira de Dios.
Entonces, también, habrá llegado «el tiempo de juzgar a los muertos». ¿No es posible que esto se refiera a los santos martirizados como en Apocalipsis 14:13, que serán recompensados por los sufrimientos que han soportado de manos de los hombres? Además, en los días del reinado de Cristo, los siervos, profetas y santos de Dios y todos los que han reverenciado el Nombre de Dios a lo largo de las edades, grandes y pequeños, recibirán su recompensa, mientras que los que han destruido la tierra serán ellos mismos destruidos.