Capítulo Doce

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A veces los días pasan tan rápidamente coma un pensamiento, y las semanas como un sueño. En las siguientes semanas las cuales pasaban volando, Bach Filina llevó a Palko a su casa. Conoció a la familia de él. Entonces el hijo y la nuera de Juriga llegaron de América, y Lesina tuvo que encontrar un lugar a donde trasladarse. Todos se regocijaron de ver a Palko. Su madre y abuela casi no podían dejar de acariciarlo. El anciano Juriga tuvo un buen llanto cuando el niño lo abrazó.
Lesina se quejó a Bach de que él estaba preocupado de que su esposa tuviera que vivir con la esposa del hijo de Juriga. La nuera de Juriga era una persona chimosa y bulliciosa, y tenía dos niños pequeños que eran llorones desobedientes. Fue por causa de aquellos dos pequeños que el hijo de Juriga había regresado a su tierra natal. Sus hijos más grandes habían estado muriendo uno tras otro.
Esto era la oportunidad de Filina para darle a Lesina un buen consejo, a saber, que tomara a su esposa, a la madre de ella y a Palko, y que se trasladara antes del invierno a su casita en las montañas de Gemer. Tambien le dijo que la Señora Slavkovsky pensaba darle algunos árboles de un pedazo de tierra que tenía que ser reforestado. Mientras tanto podría hallar algún otro lugar en donde quisiera quedarse. Lo único que tendrían que llevar consigo era su ropa y artículos pequeños, porque cualquier otra cosa que necesitaran se podría encontrar en el castillo: camas, mesas, y todo lo que era necesario para la cocina. Todos ellos estaban muy agradecidos por este consejo bueno.
En aquellas semanas que pasaron tan rápidamente, la Señora Slavkovsky se trasladó con su padre y la Tía al castillo. Cada mañana viajó por carretón a los rediles y permaneció allí hasta la noche. De vez en cuando también se quedó por la noche en la choza de Ondreco. Otras veces ella llevó a los niños consigo de regreso. En el castillo bajo la dirección del Señor Slavkovsky, muchos cambios se llevaron a cabo, y cuando el jardinero tuvo los medios y el consejo de su director, el de buena gana se puso a trabajar. En dos semanas uno no habría reconocido el jardín ni el castillo. Los albañiles repararon los lugares quebrados, los pintores pintaron todo, los carpinteros repararon las puertas, los marcos de las ventanas y los pisos de madera dura. Mientras hacían los mejoramientos, las sillas, las camas y las mesas, y otras cosas necesarias para la casita de Palko, fueron puestas a un lado, para que cuando viniera los Lesina tuvieran bastante a la mano para hacerse en casa. Aun para Dunaj arreglaron una caja cómoda, para que no tuviera que sufrir en el tiempo de lluvia.
Otra vez era una tarde hermosa de verano. En frente de los rediles todo estaba preparado para una gran hoguera. Bach Filina llamó a todos sus ayudantes y les dijo que tendrían una celebración tal como ninguno de ellos había visto antes. Por en medio del bosque paseaban Pedrico y Ondreco, y entre ellos Palko, en dirección a la casita. Adelante de ellos, persiguiendo uno a otro, corrían Dunaj y Fido. Ellos también se regocijaban de verse uno a otro. Los niños regresaban de una visita con los Lesina y llevaban consigo toda clase de regalos. Una pistola de agua, por la cual se podía echar el agua a las copas de los arboles más altos; trompos musicales que podían girar casi la cuarta parte de una hora. De la madre de Palko recibieron una caja enteramente llena de ciruelas pasas rellenadas de nueces, las cuales Ondreco consideraba mejores que higos y dátiles.
-¡Mi madre está muy alegre hoy!—Ondreco le dijo a Palko—, porque vino una carta por fin de mi abuela en América. Me dieron una carta escrita especialmente para mí, en la cual la abuela escribe de manera muy bonita. Te la voy a mostrar después, Pedrico.
-También mandaron saludos para mi—dijo el compañero.
—Lo que ellos escribieron a mama, no lo sé, pero mama corrió al abuelo, se echó en sus brazos y lloró y se rio. Estoy seguro que ellos no querían que yo entendiera, porque hablaban en inglés, pero ellos nos van a decir todo acerca de ello. Bach Filina dijo que vamos a tener una celebración.
—También tendremos un himno, uno tan bello, y ese será cantado esta noche, y estoy seguro que les gustará a tus padres—dijo Pedrico.
Realmente era una celebración bonita. Primeramente, sobre dos varillas asaron dos corderos. Bach Filina proporcionó grandes pedazos de la mejor clase de queso a todos. La Señora Slavkovsky repartió peras y ciruelas. Esteban trajo dos tinajas de agua mineral para lavar la carne asada. La Tía Moravec compartió panes y galletas entre todos. Todos sirvieron a la silenciosa y linda madre de Palko, y a su buena abuela anciana, y a su padre también. Después se sentaron alrededor de la hoguera. El Señor Slavkovsky oró, abrió las Santas Escrituras, leyó Salmos 103, y habló bondadosamente acerca del gran amor perdonador de Dios. Entonces cantaron los hermosos himnos que la Señora había traído. Pero Palko también tuvo que leer en su Libro. Leyó acerca de Cornelio, quien con toda su casa recibió al Señor Jesús. Palko habló tan bellamente acerca de lo triste que era en la casa del gran hombre, porque a pesar de que muchas veces oraba y hacia mucho bien, no conocían el camino al verdadero País del Sol, puesto que no conocían al Señor Jesús. Que alegre Cornelio estaba después, cuando él y sus obedientes soldados dieron la bienvenida al Apóstol Pedro allí, y con el también, al Señor Jesús, a quien recibieron para siempre en su casa y en su corazón. Luego de una señal de la Señora empezaron un cántico bello que Palko no había oído antes, pero que era muy conveniente a su historia.
La voz de Cristo oí decir,
"Ven y descansa en mí.
Reposa ya, oh pobre ser,
Tu alma redimí"
Tal como fui me vine a Él,
Cansado de vagar.
Sosiega yo hallé con Dios
Y júbilo sin par.
Mientras ese himno sonaba entre el bosque, se podía notar en las caras de los escuchantes alrededor de la hoguera, que todos Lo había n experimentado, pero especialmente en el rostro será de Filina. Entonces estaba tan silencioso, que uno podía oír las campanas de las ovejas en la distancia. Aunque el cielo estaba cubierta de nubes de tempestad, y los relámpagos se podían ver en el oeste de vez en cuando, y en la distancia el trueno se oía, la tempestad de todos modos estaba muy lejos, y todavía no llegaría a ellos.
De repente Bach Filina se puso de pie, y después que hubo dado gracias primero al Señor Jesús en una oración audible de que Él vino y también buscó y salvó lo que estaba perdido, empezó a explicar que estaba celebrando, lo cual más le agradaba, que no solamente la Señora Slavkovsky, sino su padre también se estaba quedando en las montañas de Gemer. Dijo:—Mariana el Señor Slavkovsky saldrá para América para traer acá a su esposa. Cuando el haya vendido su finca allí, de una vez regresará a su lugar de nacimiento para no dejarlo jamás otra vez.—Los ojos de Bach estaban llenos de lágrimas cuando les daba el mensaje, pero agregó—, Son noticias muy gozosas, ¿verdad?
¿Quién puede describir el gozo que prevalecía después de eso? Ondreco abrazó a su madre y al abuelo y se acurrucó junto a Bach.—Todos vamos a quedar en casa, en la casa con Bach Filina. No vamos al mundo lejano y extranjero. Bueno, vamos a permanecer en nuestras montañas. Aun Palko estará aquí con nosotros—agregó.
-Sí, mi hijo.—El abuelo acercó al niño hacia él—. Vamos a quedarnos en la casa. Vamos a vivir aquí juntos con el Señor Jesús y Él con nosotros.
Después de un rato la hoguera empezó a menguar. Las voces se callaron. Solamente en la distancia el trueno sonaba, el relámpago alumbraba, pero arriba de los rediles brillaban las estrellas claras. Alrededor de los edificios Bach Filina dio vuelta, vigilando que ningún peligro amenazaba en ningún lugar, y otra vez en la banca, como una vez hacía mucho tiempo, se detuvo. Esta vez, el padre y la hija estaban sentados allí juntos; ella ya no era una vagabunda, pues ella había regresado primero al Padre celestial, y luego al terrenal. Había regresado a la casa y file aceptada. Bach quería pasar de largo, pero ellos había n estado esperándole.
-Sabíamos que tú pasarías por aquí—dijo Slavkovsky, e hizo lugar para su hermano al lado de Sí mismo—. María tiene una petición para hacerle.
—¿A mi?—Bach se extrañó.
-Sí, a usted, mi querido Tío. Deje de ser nada más el "Bach". Venga a vivir con nosotros. Usted tendrá la supervisión de las cosas; sea una familia con nosotros—la Señora rogó con todo el corazón, pero Bach meneó la cabeza.
—La agradezco, mi hija—habló él, profundamente conmovido—. Me gustaría hacerme una familia con ustedes porque todos son muy queridos para mí; pero no me haga abandonar mi llamamiento. Una vez yo empecé como un hombre infeliz, y esta vocación me dio animo en mi tristeza. Yo crecí con las ovejas, con el trabajo y con la naturaleza alrededor de mí. Ahora ya que los cielos se han abierto arriba de mí, déjeme a esta puerta del cielo. No dejen que les moleste el hecho de que ustedes tienen una finca rica y yo soy nada más un pobre "Bach". Todo lo que necesito para mi vida, voy a ganar honradamente. Tengo donde vivir, y ustedes me aman; yo no estoy solito. Ustedes vendrán a visitarme y yo les visitare, especialmente cuando tú, mi hermano, regreses. U nicamente una cosa les pido, si ustedes tienen más que necesitan para vivir, que manden a Palko a la escuela. Su padre lamenta no poder hacerlo para él. Dios le ha dada lo que ninguna escuela puede suplir, pero si las personas de tal clase de fe pudieran pararse en los púlpitos habría un verdadero despertar en nuestra nación.
—Pues, Bach Filina, yo le agradezco. He estado pensando en la misma cosa, pero no me atreví a hablar con Lesina acerca de ello.—La Señora agarró la dura mano de Bach en la suya—. Créame, de buena gana vamos a hacer cualquier cosa para Palko. Él nos trajo la vida y la salvación; que lo lleve a millares en el futuro.
La noche silenciosa y misteriosa entró sobre el mundo, con un silencio quebrado únicamente por el sonido suave de la flauta del pastor. Esteban tenía la vigilia de la noche y de esa manera tocaba para sí mismo:
"Si yo tan solamente supiera dónde ella mora,
A dónde la noche tan rápidamente vuela,
Yo correría como una flecha,
Y así la obligaría a regresar".
Pero la noche estaba pasando, para nunca regresar, ¿pero qué importaba? Después de ella una mañana nueva se levantaría, y con ella la fresca gracia de Dios para los que reciben al Señor Jesús, y a quienes Él da el derecho de ser los hijos e hijas de Dios.
¡Ojalá que todas las almas lo recibieran!
El final