Capítulos 1:5-2:11: Luz

1 John 1:5‑2:11
El problema que enfrentaba la Iglesia en esos primeros días era que los maestros anticristianos se habían infiltrado en las filas cristianas y estaban corrompiendo a muchos creyentes meramente profesantes con sus malas doctrinas (capítulos 2:18-26; 4:1-6). Estos falsos maestros profesaban conocer a Dios y tener vida eterna*, pero eran impostores. La preocupación de Juan era que ellos “engañarían” a los santos con sus doctrinas erróneas y los llevarían a “extraviarse” (capítulo 2:26, traducción J. N. Darby). Los santos, por tanto, necesitaban poder identificar a estos charlatanes y así evitarlos. Para ayudarlos a reconocer cuáles eran reales y cuáles no, Juan se vio guiado a introducir varios elementos esenciales de la naturaleza de Dios (que caracterizan a los hijos de Dios) mediante los cuales se podía detectar toda falsa pretensión a la posesión de la vida eterna*. Esto proporcionaría a los santos un patrón con el que podrían probar, y así saber quién era falso, y rechazar la comunión con ellos, como Juan ordena hacer a la señora elegida (2 Juan 9-11).
Luz y tinieblas
Capítulo 1:5.— El primer elemento esencial de la naturaleza y el Ser de Dios que Juan nos presenta es la luz. Él dice: “Y este es el mensaje que oímos de Él, y os anunciamos: Que Dios es luz, y en Él no hay ningunas tinieblas”. “Luz” significa la absoluta santidad y verdad, mientras que “tinieblas” significa maldad y ausencia del conocimiento de Dios. Al declarar que “Dios es luz, y en Él no hay ningunas tinieblas”, Juan deja en claro que Dios es absolutamente santo y que no es posible que el pecado sea encontrado en Él, o de alguna manera asociado con Él. Todo verdadero cristiano sabe esto.
En este pasaje, Juan afirma que Dios no solo “es luz” (versículo 5), sino que “está en la luz” (versículo 7). Dado que la luz disipa las tinieblas y revela las cosas como realmente son (Efesios 5:13), al declarar que Dios ahora está en la luz, Juan indica que Dios se ha revelado completamente. Esto, como vimos en los versículos 1-2, fue hecho por la venida de Cristo al mundo. Ahora ha habido una revelación completa del Padre en Cristo (Juan 1:18; 14:9). En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios habitaba en “la oscuridad” con respecto a la revelación de Su Persona (1 Reyes 8:12; 2 Crónicas 6:1). En aquellos tiempos fueron revelados ciertos atributos de Dios, pero Él no había sido declarado completamente. Tal revelación esperaba la venida de Cristo, el Revelador de Dios. Así, como resultado de la venida de Cristo, el Dios que es luz se ha colocado en la luz.
Dios no solo está en la luz, sino que sus hijos también están en la luz. La venida de Cristo trajo a Dios a la luz, pero es la sangre de Cristo derramada en Su muerte lo que nos preparó para esa luz (versículo 7). Antes de la conversión, éramos “tinieblas” (Efesios 5:8a), pero al venir a ser creyentes en el Señor Jesucristo, fuimos sacados “de las tinieblas á Su luz admirable” (1 Pedro 2:9; Hechos 26:18; 2 Corintios 4:6). Ahora somos “hijos de luz” (Efesios 5:8b; 1 Tesalonicenses 5:5). Ahora, todo verdadero creyente anda en la luz, debido a la gloriosa manifestación de la vida eterna* en Cristo y la obra que realizó en la cruz.
Un examen de varias presunciones de andar en la luz
Habiendo declarado que Dios “es luz” y “está en luz”, esto se convierte inmediatamente en una prueba de la profesión de un hombre. Juan aborda seis presunciones comunes que una persona puede profesar, indicadas por las palabras: “Si dijéremos ... ” (capítulo 1:6,8,10) y, “El que dice ... ” (capítulo 2:4,6,9). En este pasaje, Juan da pruebas y contrapruebas mediante las cuales se pueden verificar todas las presunciones de conocer a Dios y estar en la luz.
LA PRUEBA DE ESTAR EN COMUNIÓN CON DIOS EN LA LUZ (Capítulo 1:6-7).— Juan dice: Si nosotros dijéremos que tenemos comunión con Él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no hacemos la verdad; Mas si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión entre nosotros, y la sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado”. Entonces, si Dios es luz y decimos que lo conocemos y estamos en comunión con Él, pero vivimos de una manera que prueba que estamos en total ignorancia de Dios, está claro que nuestra profesión es falsa. Todos estos andan “en tinieblas” y no son realmente verdaderos creyentes. No tienen un conocimiento real de la naturaleza santa de Dios y no tienen nada en común con Él, porque “¿qué compañía tiene la justicia con la injusticia?” (2 Corintios 6:14). Por otro lado, si un hombre hace una profesión de conocer verdaderamente a Dios, manifestará la realidad de ello. Andará “en luz” y tendrá “comunión” con otros que están en la luz, y comprenderá que “la sangre de Jesucristo su Hijo” ha lavado sus pecados. Se caracterizará por las siguientes tres cosas:
Primero, el creyente está “en luz”. Por lo tanto, tiene un conocimiento básico de Dios y Su naturaleza santa, al tener vida divina y creer en el evangelio. Esto le pone en la luz posicionalmente. Como se mencionó en la Introducción, Juan mira las cosas de manera abstracta. Él habla aquí acerca de donde anda el creyente, no de cómo anda. No toma en cuenta que un creyente, que está en la luz, a veces puede no andar de acuerdo con la luz. (“Todos ofendemos” en esto; Santiago 3:2). Él está mirando la luz y la oscuridad como posicionales; todos están o en la luz o en la oscuridad. Alguien le preguntó a J. N. Darby: “¿Qué son las ‘tinieblas’? Respuesta: La ausencia del conocimiento de Dios y, por eso, no es posible que ningún cristiano esté en tinieblas. Cuando recibo a Cristo, recibo la luz. Dios es luz, y si le conozco, no estoy en tinieblas” (Notes and Jottings, página 106). También se le preguntó: “¿Qué pasa si un creyente da la espalda a la luz?” La respuesta que dio fue: “¡Entonces la luz brillará en su espalda, porque él siempre está en la luz!” (Unknown and Well Known, a Biography of John Nelson Darby [Desconocido, y muy conocido: Una biografía de John Nelson Darby], por W. G. Turner, página 36).
En segundo lugar, “tenemos comunión entre nosotros”. Los hijos de Dios tienen un interés común —Cristo, el Hijo de Dios— y esto los lleva a andar juntos en feliz comunión. Esto los caracteriza. Una vez más, Juan no está considerando que a veces una persona se puede salir de la comunión práctica con sus hermanos con pensamientos e ideas divergentes, sino está afirmando lo que caracteriza a los hijos de Dios.
En tercer lugar, “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. Así, los hijos de Dios conocen el significado de la obra consumada de Cristo en la cruz, de la cual habla Su sangre. Sus conciencias fueron limpiadas como resultado de descansar en fe en lo que Él logró allí (Hebreos 9:14). Por lo tanto, no tienen ningún deseo de escapar de la luz, pero están contentos de ser examinados por ella (Salmo 139:23-24; Juan 3:21) porque saben que todo lo que la luz expone, la sangre lo ha limpiado. De hecho, cuanto más minuciosamente la luz los ilumina, más claramente se ve que no hay mancha de pecado en ellos. Tal es el poder limpiador de la sangre de Cristo. La palabra “limpia” en este versículo está en pretérito perfecto en griego. Esto no significa que la sangre necesite ser reaplicada continuamente en caso de que un creyente falle, sino que el creyente permanece en un estado constante de ser limpiado por la sangre, porque la sangre nunca pierde su poder, teniendo una eficacia eterna.
LA PRUEBA DE TENER LA NATURALEZA DE PECADO (Capítulo 1:8).— Juan procede a examinar otra pretensión; en este caso, es en relación con que el creyente todavía tiene la naturaleza pecaminosa en él. Dice: Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos á nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros”. Esta falsa pretensión muestra que no solo había hombres asociados con la profesión cristiana que estaban en tinieblas en cuanto a la verdadera naturaleza de Dios, sino que también estaban en tinieblas en cuanto a su propia condición. ¡Profesaron “no tener pecado” en ellos! Es decir, ¡dijeron que no tenían una naturaleza pecaminosa, que es la carne! Juan dice que todas estas personas se “engañan” a sí mismas. Hacer tal afirmación solo prueba que no están en la luz, porque si lo estuvieran, la luz les habría revelado lo que son. Uno de los puntos más elementales del conocimiento cristiano que resulta de estar en la luz es que sabemos que todavía tenemos la carne en nosotros (Romanos 7:18). Esto muestra la seriedad de sostener el error; si voluntariamente sostenemos al error, perderemos nuestro discernimiento y seremos engañados por él. Entonces, si nos encontramos con alguien que profesa conocer a Dios y estar en comunión con Él, pero dice que no tiene una naturaleza de pecado, nos está dando una clara indicación de que probablemente no es un verdadero creyente.
LA PRUEBA DE LA CONFESIÓN DE LOS PECADOS (Capítulos 1:9–2:2).— Juan pasa a otro punto, que es la cuestión de haber pecado. Él dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad. Si dijéremos que no hemos pecado, lo hacemos á Él mentiroso, y Su palabra no está en nosotros” (versículos 9-10). La confesión de pecados marca a un verdadero hijo de Dios. Puesto que él está en la luz, si peca, la luz lo examinará y su conciencia se despertará en cuanto a lo que ha hecho. Esto conducirá a su arrepentimiento, lo que traerá una confesión franca y humilde de haber pecado. Entonces, el efecto de estar en la luz es que confesamos nuestros pecados. Todo verdadero hijo de Dios hará esto. Alguien le preguntó a J. N. Darby qué debería hacer un creyente caído cuando ha estado en un curso de rebelión durante años y no puede recordar exactamente qué pecado inició su separación del Señor. Su respuesta fue: “Puede confesar su condición de debilidad en general”. Si es genuino, conducirá a su restauración.
La confesión de pecados es en realidad un ejercicio del creyente en relación con su restauración a la comunión cuando ha fallado. Si se exigiera la confesión de los pecados a los pecadores que vienen a Cristo para salvación, ¿cómo se salvaría nadie? ¿Qué pecador puede recordar todos sus pecados? Cuando tomamos en cuenta el hecho de que “el brillo [los pensamientos] de los impíos son pecado” (Proverbios 21:4) y “el pensamiento del necio es pecado” (Proverbios 24:9), sería una tarea imposible. Sus pecados pueden llegar a ser miles, ¡tal vez millones! Un pecador que busca la salvación y el perdón de los pecados simplemente tiene que reconocer o confesar que es un pecador (Lucas 18:13) y confesar que Jesús es su Señor (Romanos 10:9; Filipenses 2:11), pero no está obligado a confesar todos y cada uno de los pecados que ha cometido. El principio abstracto involucrado en el perdón de los pecados aquí puede ser lo suficientemente amplio como para abarcar la primera vez que uno viene a Cristo para el perdón y la salvación eternos (ver Synopsis of the Books of the Bible [Sinopsis de los libros de la Biblia] por J. N. Darby, nota al pie de 1 Juan 1:9). Sin embargo, el contexto muestra que Juan en realidad está hablando de aquellos dentro de la compañía cristiana. Al comentar sobre esto, F. B. Hole dijo: “Es cierto, por supuesto, que lo único honesto para un incrédulo, cuando le llega la convicción, es confesar sus pecados, y entonces el perdón, completo y eterno, será suyo. El creyente, sin embargo, está en vista aquí. Dice: ‘Si confesamos ... ’” (Epistles, vol. 3, página 147).
El perdón del Padre
Al confesar nuestros pecados, Dios es “fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados” porque las demandas de la justicia divina fueron satisfechas puesto que Cristo pagó un rescate por nuestros pecados (Mateo 20:28; 1 Timoteo 2:6). Juan no dice exactamente que el creyente que ha pecado debe pedir perdón —porque todos los creyentes permanecen en un estado de perdón eterno— pero dice que debemos reconocer lo que hemos hecho confesando nuestros pecados a Dios el Padre. Por lo tanto, no es el perdón eterno lo que está en vista aquí, sino el perdón paterno. Juan agrega: “Y nos limpie de toda maldad”. Esto tiene que ver con ser limpiados de la condición en que estábamos, la cual produjo el pecado que cometimos, y así obtener la liberación de su esclavitud (Juan 8:34). Esto es para ayudarnos a no volver a fallar de esa manera.
Versículo 10.— Sin embargo, si alguien que profesa estar en la luz dice que “no hemos pecado”, deja claro que no está en la luz. Si realmente estuviera en la luz, la luz habría manifestado sus pecados y habría sabido que ha pecado. Negar que pecamos es fruto de la incredulidad. Esto desafía “Su Palabra”, que declara que todos los hombres han pecado (Eclesiastés 7:20; Romanos 3:23). No vamos a contradecir la Palabra si la tenemos realmente morando en nosotros, como dice Juan aquí. En el caso de un creyente, el pecado interrumpe su comunión con Dios. Se sentirá incómodo todo el tiempo que esté fuera de la comunión, porque todo verdadero hijo de Dios anhela la paz, el gozo y la complacencia que proviene de estar en comunión con Dios. Perder esto es perder su sentido de bienestar espiritual, y esto producirá una confesión de sus pecados, a partir de lo cual la comunión felizmente se recuperará. Un mero profesante no siente esta pérdida porque nunca ha conocido la comunión con Dios.
La abogacía de Cristo
Capítulo 2:1-2.— Habiendo hablado de la provisión misericordiosa de Dios para Sus hijos que fallan, para que nadie piense que está enseñando que está bien que un hijo de Dios peque (por tener tal provisión), Juan se apresura a corregir esta falsa noción. Él exclama: “Hijos míos, estas cosas os escribo, para que no pequéis” (traducción J. N. Darby). Esta es la primera vez en la epístola que Juan habla a su audiencia como “hijos míos”. En esto, vemos su pasión y profunda preocupación por la preservación de ellos. De ninguna manera querría que los creyentes trataran el pecado a la ligera. De hecho, es algo muy serio que un hijo de Dios se encuentre pecando; que ni lo pensemos. Si realmente entendiésemos lo que se necesitó para quitar el pecado de manera justa, en la agonía de los sufrimientos expiatorios de Cristo en la cruz, ¡lo repudiaríamos!
Las traducciones de Reina-Valera dicen: Hijitos míos”. Sin embargo, no debe estar en el diminutivo, ni aquí, ni en los siguientes versículos: 2:12,28; 3:7,18; 4:4 y 5:21. “Hijitos” se refiere a aquellos que son jóvenes en la fe, pero aquí Juan se dirige a toda la familia de Dios, no solo a los nuevos conversos. Usar “hijitos” en este versículo implicaría que los jóvenes en la fe son los únicos que están en peligro de pecar. Eso no es verdad; todos los santos son capaces de fallar si no se mantienen cerca del Señor (incluso un apóstol podría hacerlo).
Juan continúa diciendo: “Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo; y Él es la propiciación por nuestros pecados: y no solamente por los nuestros, sino también por todo el mundo” (traducción J. N. Darby). Esto explica cómo los creyentes que fallan llegan a confesar sus pecados; es a través de la obra de Cristo como “Abogado para con el Padre”. Nota: Juan no dice: “Cuando alguno peque ... ”. Esto implicaría que pecar es normal para un cristiano, lo cual no es cierto. Con Cristo intercediendo por nosotros como nuestro Sumo Sacerdote, somos guardados de pecar, si buscamos Su ayuda (Hebreos 7:25; 2 Pedro 2:9; Judas 24). Entonces, realmente, el cristianismo normal es no pecar. Pero “si”, por voluntad propia, un creyente peca, existe esta provisión de Dios para su restauración. Este es el punto de Juan aquí. Decir que no hemos pecado niega nuestra condición y la necesidad de la abogacía de Cristo; pero decir que el pecado es normal para nosotros niega el sumo sacerdocio de Cristo.
Los cristianos que caen no pierden su salvación (como algunos enseñan erróneamente); si eso fuera cierto, entonces Juan habría dicho: “Si alguno peca, debe recibir de nuevo a Cristo como su Salvador”. Pero al referirse a Cristo como nuestro Abogado, como lo hace, indica que está tratando con el asunto de la restauración y no con la salvación. Notemos también que la abogacía de Cristo es “para con el Padre”. Esto muestra que el pecado de un creyente no afecta su relación con Dios. Dios sigue siendo su Padre y él sigue siendo Su hijo, incluso si ha fallado. Asimismo, en una familia natural, el niño que desobedece a su padre no deja de ser su hijo. Si bien nuestra relación con Dios no puede verse afectada por el pecado, nuestra comunión con Dios ciertamente permanecerá suspendida hasta que confesemos el pecado que rompió la comunión. El problema es que somos capaces de entrar en una condición de alma tan débil que ni siquiera nos damos cuenta de que estamos fuera de la comunión con el Señor, y somos como Sansón, “no sabiendo que Jehová ya se había de él apartado” (Jueces 16:20). Con todo esto, no debemos pensar que el Señor nos abandona cuando pecamos. Él prometió nunca hacer eso (Hebreos 13:5). Pero Él quita el sentido de Su presencia con nosotros.
“Abogado” podría traducirse como “Patrocinador”, que significa “el que asume la causa de otro”. En las Escrituras, se aplica al Señor (1 Juan 2:1) y al Espíritu Santo (traducido como “Consolador” en Juan 14:16,26; 15:26; 16:7). Es importante entender que la obra de Cristo como Abogado comienza inmediatamente cuando un creyente cae en pecado, no cuando se vuelve a Dios arrepentido y confiesa sus pecados. Juan no dice: “Si alguno confiesa sus pecados, abogado tiene para con el Padre”. Esto haría que la abogacía de Cristo fuera una consecuencia de que el creyente fracasado volviera a Él, y así estaríamos poniendo el “carro delante de los bueyes”. Si la obra de Cristo como Abogado dependiera de nosotros volver a Dios y confesar nuestros pecados, nadie sería restaurado jamás, porque ningún creyente que fracasa puede regresar por su propia voluntad; tal es el poder esclavizador del pecado (Proverbios 5:22; Juan 8:34). La verdad es que no podemos salvarnos a nosotros mismos, y si fallamos, no podemos restaurarnos a nosotros mismos. La restauración es puramente obra del Señor (Salmo 23:3, LBLA). Es lo que Cristo hace como Abogado lo que nos lleva a volvernos a Dios y confesar nuestros pecados.
Cuatro herramientas involucradas en la abogacía de Cristo
Podemos preguntarnos: “¿Qué es exactamente lo que Cristo hace como Abogado que resulta en la restauración del creyente?” Hay cuatro herramientas involucradas en esta obra:
•  Primero, en el mismo momento en que pecamos, Él se dirige al Padre y ora por nuestra restauración. El Señor oró por Pedro de esta manera antes de que él volviera (Lucas 22:31). Al mismo tiempo, el Señor aboga nuestra causa ante Dios contra las acusaciones del diablo con respecto a los pecados involucrados en nuestro fracaso (Apocalipsis 12:10). El Señor no está allí para persuadir a Dios de que disculpe o ignore nuestros pecados, sino como “Jesucristo el justo”, Él apunta a Su sangre y dice: “Yo pagué por estos pecados sobre la base de haber hecho ‘propiciación’ por ellos”. Por lo tanto, nuestra restauración se basa en la eficacia inmutable de la obra expiatoria de Cristo en la cruz.
•  En segundo lugar, Él dirige al Espíritu de Dios para que traiga la Palabra de Dios a nuestra conciencia (Lucas 22:61). El Espíritu tratará con nuestra condición y conducta pecaminosa y nos ocupará con nuestro fracaso hasta que nos arrepintamos y confesemos nuestros pecados. Puede traer a la mente un versículo, ya sea por medio de escucharlo, leerlo o recordarlo, que nos llamará la atención. Por lo tanto, la Palabra de Dios juega un papel en la restauración del creyente (Salmo 19:7; 119:9).
•  En tercer lugar, Él emplea la acción disciplinaria en nuestras vidas (1 Pedro 3:12). El Padre también trabajará para ese fin (1 Pedro 1:16-17). Todas sus acciones hacia nosotros de esta manera gubernamental se basan en Su amor por nosotros (Hebreos 12:5-11). Su amor es tal que usa incluso los problemas (sufrimiento, enfermedad, tristeza, etc.) en nuestras vidas para llamar nuestra atención y transformarnos (Job 33:14-22).
•  En cuarto lugar, Él enviará a nuestros hermanos a buscarnos (Gálatas 6:1; Santiago 5:19-20). Un hermano o una hermana puede hablarnos sobre nuestro camino, y el Señor puede usar esto para hacernos volver.
Estas herramientas trabajarán juntamente para hacer que el creyente caído vuelva en su corazón a Dios. Alguien que profesa falsamente tener vida eterna* no tiene a Cristo como su Abogado (ni como su Salvador), por lo que no reconocerá que ha pecado, y si lo hace, será algo superficial.
Propiciación
“Propiciación” (Romanos 3:25; Hebreos 2:17, LBLA; 1 Juan 2:2; 4:10) es una palabra que tiende a intimidar a la gente porque suena profunda y complicada. Si bien la propiciación es una verdad inmensamente importante, su significado en realidad no es difícil de entender. Simplemente se refiere al lado de Dios en cuanto a la Cruz, a lo que Dios recibió a través de la obra expiatoria de Cristo. Su muerte satisfizo las demandas de la justicia divina y reivindicó la naturaleza santa de Dios en relación con el pecado. Permitió que Dios pudiera salir en gracia al hombre con una oferta de perdón completa para todo pecador que cree. Por lo tanto, la propiciación tiene que ver con satisfacer las santas demandas de Dios contra el pecado. Pero también existe nuestro lado de la obra de Cristo en la cruz, lo que los maestros de la Biblia llaman la “sustitución”. El lado sustitutivo de Su obra expiatoria tiene que ver con satisfacer las necesidades del pecador. Necesitábamos que alguien ocupara nuestro lugar bajo el justo juicio de Dios contra nuestros pecados. Cristo ha hecho esto, como dice el apóstol Pedro: “el justo por los injustos” (1 Pedro 3:18, LBLA). Así, la expiación tiene dos partes: la propiciación y la sustitución.
Predicamos la propiciación al mundo, no la sustitución
Juan agrega: “No solamente por los nuestros, sino también por todo el mundo” (traducción J. N. Darby). Esto muestra que la propiciación es muy amplia en su aplicación. Fue hecha por todo el mundo, y debido a eso, toda persona en el mundo puede ser salva si viene a Cristo con fe. La Reina-Valera agrega: “por los de todo el mundo”. Las palabras “los de” no están en el texto griego, sino que fueron agregadas por los traductores porque pensaban que daría claridad al texto. Sin embargo, tanto aquí como en otros casos parecidos, estas adiciones cambian el significado del pasaje. La verdad es que la propiciación fue hecha por todo el mundo, pero Cristo no ha llevado los pecados de todos en el mundo. Las Escrituras declaran que Él llevó el juicio de los pecados de “muchos” —lo que se refiere a los creyentes (Isaías 53:12; Mateo 20:28; 26:28; Hebreos 9:28)— pero no de todos los hombres. Es cierto que Cristo “por todos murió” —esto es propiciación (2 Corintios 5:15; 1 Timoteo 2:6)— pero Él solo cargó los pecados de los muchos que llegarían a creer. Por lo tanto, lo que Cristo logró en la cruz es “para con todos”, pero es solo “sobre todos los que creen” (Romanos 3:22, traducción J. N. Darby). La gravedad de este error, aunque en la mayoría de los casos no es intencional, es que presenta a Dios como injusto. Si Cristo llevó el juicio por los pecados de todos en el mundo, entonces Dios sería injusto al permitir que alguien fuera arrojado al infierno. ¡Ellos pagarían por los pecados que ya fueron pagados por Cristo!
Por eso predicamos la propiciación al mundo en el evangelio. Les decimos a los perdidos que los santos reclamos de Dios fueron satisfechos por la obra expiatoria de Cristo en la cruz y que Dios no solo está satisfecho, sino que también ha sido glorificado por ello. Y que, si vienen a Cristo con fe, pueden ser salvos. Por otro lado, enseñamos la sustitución a los que creen. Les decimos que Cristo llevó el justo juicio por sus pecados y, por lo tanto, Dios (siendo Dios justo como lo es) nunca los castigará por sus pecados. Hacerlo requeriría un pago doble, algo que Dios nunca haría porque sería injusto. Esta preciosa verdad le da al creyente paz y seguridad.
Como regla general en las epístolas, cuando la obra de Cristo en la cruz está a la vista y los pronombres “nosotros”, “nos” o “nuestro” se usan, se presenta el lado sustitutivo de Su muerte (Isaías 53:5-6; Romanos 4:25; 5:8; 1 Corintios 15:3; 2 Corintios 5:21; Gálatas 1:4; Efesios 1:7; 1 Pedro 2:24; 3:18; 1 Juan 3:5; Apocalipsis 1:5-6, etc.). Lamentablemente, muchos predicadores evangélicos, obreros misioneros y maestros de escuela dominical, etc., han entendido mal esto y les dicen a sus oyentes inconversos que Cristo murió por sus pecados y que Él llevó el juicio por ellos. Este malentendido proviene en gran parte de suponer que estos pronombres en las Escrituras se refieren a toda la raza humana, lo cual no es así; se refieren a los creyentes, la compañía cristiana. Las epístolas fueron escritas a los cristianos, no a la gente perdida de este mundo. Nos alegraría mucho si los hombres de este mundo las leyeran; muchos se han salvado al hacer esto, pero no han sido escritas a ellos.
LA PRUEBA DE OBEDIENCIA (Capítulo 2:3-5).— Juan pasa a examinar otra afirmación de profesión. Dice: “Y en esto sabemos que hemos llegado a conocerle: si guardamos Sus mandamientos. El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no guarda Sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él; pero el que guarda Su palabra, en él verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado. En esto sabemos que estamos en Él”. La prueba aquí es la obediencia. Ésta es una de las mayores pruebas de la realidad de la profesión de una persona. Juan menciona dos cosas a este respecto:
•  Guardar Sus “Mandamientos” (versículo 3).
•  Guardar Su “Palabra” (versículo 5).
Los “mandamientos” del Señor son las instrucciones especiales que Él dio a Sus discípulos en Su ministerio terrenal. Juan se refiere a ellos varias veces en sus escritos (Juan 13:34; 14:15; 15:10-12; 1 Juan 2:3-4,7-8; 3:22-23; 4:21; 5:2-3; 2 Juan 4-6). Como se ha mencionado en la Introducción, el tema del ministerio de Juan es la vida eterna* en la familia de Dios. Este supone que las condiciones dichosas de afecto que existen en la comunión del Padre y del Hijo también están en los hijos de Dios, y cuando se da a conocer el más mínimo deseo o anhelo a los hijos, este tiene la fuerza de un mandato sobre sus corazones. Se convierte en algo que deben hacer por Aquel a quien aman tanto (capítulo 4:19). Por lo tanto, estas cosas se llaman adecuadamente “mandamientos”. (Ver 2 Samuel 23:15-17).
Estos mandamientos no deben confundirse con los Diez Mandamientos que Dios le dio a Israel a través de Moisés (Éxodo 20). Algunos han entendido mal esto y se han imaginado que el Señor estaba enseñando que los cristianos están bajo la ley y por lo tanto deben observar sus mandatos. 1 Corintios 14:37 muestra que los mandamientos del Señor no son los mandamientos de la ley dados en el Sinaí. En este capítulo, Pablo instruye a los santos en cuanto al orden de Dios para el ministerio cristiano en la asamblea, y concluye llamando a estas cosas “mandamientos del Señor”. Esto muestra que no debemos pensar que cada vez que vemos la palabra “mandamientos” en las Escrituras, automáticamente se refiere a los Diez Mandamientos; las instrucciones que Pablo dio en 1 Corintios 14 no tienen nada que ver con los mandamientos de la ley que Dios dio en el Sinaí. Generalmente, cuando se mencionan los mandamientos mosaicos en las epístolas, se les llama “la ley” (Romanos 3:19-20; 13:8-9; 1 Timoteo 1:9; Santiago 2:10, etc.).
Sus mandamientos “no son penosos” para los que lo aman (1 Juan 5:3) porque Su “yugo es fácil” y Su carga “ligera” (Mateo 11:30). Por lo tanto, en el cristianismo, las cosas que Él nos pidió que hiciéramos no son dolorosas, como lo fue la Ley de Moisés (Mateo 11:28; Hechos 15:10).
Guardar “Su Palabra” es algo más elevado que guardar Sus mandamientos. Tiene que ver con conocer la mente y la voluntad de Dios cuando no hay un versículo bíblico específico que aborde nuestro motivo de preocupación. Tales cosas se disciernen permaneciendo en Él —es decir, estando en comunión con el Señor (Juan 15:4,7). En tales situaciones, “el amor de Dios se ha perfeccionado” en nosotros (LBLA). El goce de Su amor al estar en comunión con Él nos ha llevado a discernir Su mente, y en ese sentido el amor de Dios ha logrado su fin divino en nosotros. Por lo tanto, como creyentes, no solo “le hemos conocido” por fe (versículo 3), sino también “sabemos que estamos en Él” a través de la experiencia personal de la comunión (versículo 5). Nuestra obediencia prueba la realidad de nuestra relación con Él y demuestra que realmente lo conocemos.
Por otro lado, si alguien dice que conoce a Dios, pero no guarda Sus mandamientos (y mucho menos Su Palabra), está claro que el amor y la obediencia a los que Juan se refiere no están en él. Tal persona ha manifestado su condición real; no tiene ningún conocimiento real de Dios y demuestra ser “mentiroso, y no hay verdad en él” (versículo 4).
LA PRUEBA DE ANDAR COMO CRISTO ANDUVO (Capítulo 2:6-8).— Juan luego habla de otra prueba: El que dice que está en Él, debe andar como Él anduvo. Amados, no os escribo un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que habéis tenido desde el principio; el mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído” (LBLA). (“Amados” es una palabra que no se usa en las Escrituras para los perdidos. Dios ama a los pecadores (Juan 3:16), pero reserva este término de cariño para los hijos de Su familia). Habiendo hablado de guardar Su Palabra permaneciendo en Él, Juan anticipa que habrá algunos que profesarán permanecer en Él. Demuestra que todas estas personas pueden ser probadas para la realidad de su profesión por la forma en que andan. Los verdaderos creyentes andarán “como Él anduvo” —es decir, como el Señor anduvo cuando estuvo aquí en la tierra—. Por tanto, la vida de Cristo es el nivel de vida del cristiano. Esto va más allá de la simple obediencia para incluir la manifestación de las características morales de Cristo en nuestras vidas: Su mansedumbre, Su humildad, Su bondad, Su compasión, Su empatía, Su fidelidad, etc. Estas características de gracia se manifestarán en los verdaderos creyentes. Puede que no sean tan distintivos en nosotros como lo fueron en el Señor; sin embargo, se verán en cada creyente hasta cierto punto.
Versículo 7.— Tomando a Cristo como ejemplo de nuestro andar, Juan dice a los santos: “No os escribo un mandamiento nuevo”. El “mandamiento antiguo” —que es amarnos los unos a los otros— fue expresada perfectamente en la vida del Señor. Juan no tenía ninguna cosa que añadir porque no se puede mejorar la perfección. Esto contrastaba con lo que proponían los falsos maestros anticristianos. Ellos eran conocidos por torcer las cosas —lo cual no era la verdad en absoluto—. ¡Qué reconfortante escuchar a Juan decir que tenemos todo lo que necesitamos en Cristo!
Justo antes de que el Señor regresara a Su Padre en el cielo, dio este mandamiento a los discípulos, llamándolo “un mandamiento nuevo” (Juan 13:34). Esto se debe a que el tipo de amor con el que estaban familiarizados bajo el sistema mosaico era amar a su prójimo “como” a sí mismos (Lucas 10:27). Pero ahora, en el cristianismo, tenemos un nuevo y diferente punto de referencia; debemos amarnos “como” Cristo nos amó (Juan 15:10-12). Desde la perspectiva que Juan estaba escribiendo, mucho después de que el Señor anduvo en este mundo, se refirió a él como un “mandamiento antiguo”.
Versículo 8.— Habiendo mencionado esto, Juan dice: “Otra vez os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en Él y en vosotros; porque las tinieblas son pasadas, y la verdadera luz ya alumbra”. Parecería que Juan se estuviera contradiciendo. Él acababa de decir que no tenía ningún mandamiento nuevo que entregar a los santos, ¡pero ahora dice que sí! ¿Qué es lo que quiere decir? Es simplemente que el mandamiento antiguo de que nos amemos unos a otros debe aplicarse ahora en las nuevas circunstancias de la nueva dispensación que se había introducido con la venida del Espíritu Santo. El nuevo mandamiento no difiere del antiguo en sustancia. Como había sido expresado en Cristo, ahora estaba teniendo su expresión en los hijos de Dios. En consecuencia, Juan dice que “es verdadero en Él y en vosotros”. J. N. Darby observó: “En otro sentido, era un mandamiento nuevo, porque (por el poder del Espíritu de Cristo, siendo unidos con Él y obteniendo nuestra vida de Él) el Espíritu de Dios manifestó el efecto de esta vida” (Synopsis of the Books of the Bible, edición Loizeaux, vol. 5, página 497). Así que el mandamiento antiguo no había perdido su frescura; fueron las circunstancias en las que iba a ser aplicado que lo convirtieron en un mandamiento nuevo.
Esta manifestación de amor en los hijos de Dios es la primicia de una era completamente nueva de regeneración moral en la Tierra, que se establecerá cuando Cristo reine en Su reino (el Milenio) (Mateo 19:28). Anticipándose a ese día, Juan dice: “Porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya está alumbrando” (Juan 2:8, LBLA). La versión Reina-Valera Antigua dice aquí (erróneamente) que las tinieblas “son pasadas” (la traducción LBLA dice que “las tinieblas van pasando”); sin embargo, en este mundo, la ignorancia de Dios aún no ha desaparecido. Debemos esperar el establecimiento del Milenio para esto, cuando la Tierra sea llena del conocimiento del Señor (Isaías 11:9). Cuando uno mira a su alrededor a las condiciones en este mundo hoy, puede inclinarse a decir que la oscuridad moral y espiritual va en aumento en lugar de estar desapareciendo. Pero los que tienen fe ven que la oscuridad está en el proceso de desaparecer porque “la verdadera luz” ha comenzado a brillar en Cristo y en los hijos de Dios, lo cual antecede a lo que está por venir. Esa luz que ha empezado a brillar ahora nunca será apagada.
LA PRUEBA DEL AMOR DIVINO (Capítulo 2:9-11).— Juan examina una característica más de estar en la luz: un amor genuino por nuestros hermanos. Dice: El que dice que está en luz, y aborrece á su hermano, el tal aun está en tinieblas todavía. El que ama á su hermano, está en luz, y no hay tropiezo en él. Mas el que aborrece á su hermano, está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe á donde va; porque las tinieblas le han cegado los ojos”. Siguiendo con su estilo, aquí Juan habla de manera abstracta. No toma en cuenta que un verdadero cristiano puede permitir que la carne realce en su alma y que tenga sentimientos amargos hacia alguno de sus hermanos. Asume que este es el hábito y el carácter de la vida de una persona que está en tinieblas y en ninguna manera salvada.
Si alguien está verdaderamente en la luz, andará en la luz y no buscará ocasión para hacer tropezar a su hermano. Así demostrará su amor por su hermano y que verdaderamente permanece en la luz. Por otro lado, alguien que odia a su hermano “anda en tinieblas” y ha sido “cegado” por la oscuridad en la que anda. Manifestará esto siendo engañado por las doctrinas erróneas de la cristiandad y apartándose así de la verdad; también intentará hacer que otros tropiecen de la misma manera. Con esto, demuestra que no tiene verdadero amor por su hermano y que él mismo no es un verdadero hijo de Dios.
Un resumen de las características de los que están en la luz
•  Ellos andan en la luz, en comunión unos con otros, con el conocimiento de que la sangre de Cristo ha limpiado por completo sus pecados (capítulo 1:6-7).
•  Saben lo que son en sí mismos: aún tienen una naturaleza pecaminosa (capítulo 1:8).
•  Si fallan, confiesan sus pecados porque tienen un Abogado para con el Padre (capítulos 1:9–2:2).
•  En obediencia, guardan Sus mandamientos y Su Palabra (capítulo 2:3-5).
•  Exhiben las características morales de Cristo en su andar y manera de vivir (capítulo 2:6-8).
•  Aman a sus hermanos y lo demuestran teniendo cuidado de no serles de tropiezo (capítulo 2:9-11).