Capítulos 2:29-4:6: Vida

1 John 2:29‑4:6
Capítulo 2:29.— Este versículo comienza un nuevo párrafo que se extiende al capítulo 3. Hubiera sido mejor si aquellos que definieron las divisiones de capítulos y versículos en la Biblia lo hubieran colocado en el tercer capítulo, porque pertenece al tema que allí se desarrolla.
Varios atributos morales de la naturaleza divina
En este punto, Juan reanuda sus pruebas y contrapruebas sobre quiénes son hijos de Dios y quienes no lo son. Lo siguiente que él presenta son las características morales de la naturaleza divina. Por lo tanto, “nacer de Dios”, que es el medio por el cual recibimos la vida divina, se menciona apropiadamente varias veces en la última parte de la epístola (capítulos 2:29; 3:9 [dos veces]; 5:1,4,18 [dos veces]). Los rasgos característicos de la naturaleza divina fueron manifestados perfectamente en Cristo cuando estuvo aquí, y se pueden ver ahora en los hijos de Dios, aunque a veces se oscurecen en nosotros.
J. N. Darby afirma que en este pasaje hay tres pruebas de la posesión de la vida divina por parte de una persona (Synopsis of the Books of the Bible, edición Loizeaux, págs. 508-515) que son:
LA PRUEBA DE PRACTICAR LA JUSTICIA (Capítulos 2:29–3:10).— La primera prueba de la vida divina que Juan aborda es la justicia. Él dice: “Si sabéis que Él es justo, sabed también que cualquiera que hace justicia, es nacido de Él”. La justicia es “hacer lo correcto”. La injusticia es “hacer lo incorrecto”. Es incuestionable que Dios es absolutamente justo. Sin embargo, Juan afirma este obvio hecho y lo usa como prueba de la profesión de una persona. Su punto aquí es que, dado que Dios es justo, todos los que tienen Su vida también serán justos, porque ellos “nacieron de Él”. Así, los hijos de Dios se manifestarán como tales mediante la práctica de la justicia, pues en ellos se verán las características morales del Padre. Esto, entonces, puede usarse como referencia para probar a todas las personas que profesan ser hijos de Dios. En pocas palabras, un hijo de Dios practicará la justicia y uno que no es un verdadero hijo de Dios no lo hará.
Juan usa la palabra “hacer” repetidamente en estos versículos en relación con la justicia (hacer lo correcto) y el desenfreno (hacer nuestra propia voluntad independientemente de Dios). Está hablando del carácter general de la vida de una persona —algo que es habitual y característico de ella— y no lo que puede hacer que sea contrario a su carácter. Por lo tanto, los hijos de Dios, aunque imperfectos en sus caminos, practican de manera característica la justicia. Lo mismo ocurre con los incrédulos; sus vidas se caracterizan por practicar el desenfreno. Puede que hagan algo de vez en cuando que les parezca justo, pero lo que los caracteriza es la búsqueda de las cosas del mundo; ese es el hábito de su vida.
Amados del Padre
Capítulo 3:1.— Juan hace una pequeña digresión para explicar de dónde es que los hijos de Dios adquieren el poder moral para practicar la justicia —es producida al contemplar el amor del Padre—. Por eso dice: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios”. (“Hijos” aquí se refiere a nuestra relación como siendo parte de la familia de Dios y no a la posición de hijos que tenemos por medio de la Adopción (Filiación) que es la línea distintiva de la verdad presentada por Pablo).
En Juan 3:16, el apóstol Juan se enfoca en la medida del amor de Dios por los perdidos; aquí en 1 Juan 3:1, se enfoca en la forma en que el Padre ama a Sus hijos. ¡Somos los objetos de Su amor! Él quiere que no solo conozcamos este maravilloso hecho, sino que vivamos en su disfrute. Vivir con la conciencia de que somos amados perfecta y eternamente por el Padre es una fuerte motivación para que practiquemos la justicia. De hecho, ¡Él nos ama tanto como ama a Su propio Hijo! (Juan 17:23).
Tan caro soy a Dios, mi Salvador,
Que más no puedo ser, ya que el amor
Con que mi Padre ama a Su Hijo allí,
El mismo es con que Él siempre me ama a mí.
(Himnario Mensajes del Amor de Dios, no 931)
Tener esta conexión con el Padre y el Hijo a través de la posesión de la vida eterna* nos desconecta moralmente del mundo, pues los dos son diametralmente opuestos (capítulo 2:15-16). El mundo no conoció a Cristo cuando estuvo aquí (Juan 1:10). ¡Los hombres eran tan ciegos que pensaban que tenía un demonio! (Juan 8:48). El mundo tampoco conoce a los hijos de Dios. Juan enfatiza esto, declarando: “Por esto el mundo no nos conoce, porque no Le conoce á Él”. Esto significa que no podemos esperar que la gente de este mundo comprenda nuestras fuentes internas y las razones para vivir para Cristo y practicar la justicia. Ser guiados y controlados por las invisibles realidades celestiales que han capturado los afectos de nuestros corazones es un completo misterio para el hombre del mundo. Todas estas realidades le están ocultas, porque la fuente de nuestra vida está “escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3).
Versículo 2.— Juan agrega: “Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él apareciere, seremos semejantes á Él, porque le veremos como Él es”. Por lo tanto, nuestra relación con Dios como sus “hijos” no es algo que estemos esperando, ya la tenemos “ahora”. Físicamente, no nos vemos diferentes a la gente de este mundo porque todavía estamos en “el cuerpo de nuestra bajeza”, que muestra evidencias de envejecimiento, enfermedad, dolor, tristeza, etc., como toda la raza humana (Filipenses 3:21). Pero cuando Cristo aparezca, viniendo del cielo para juzgar a este mundo con justicia (Salmo 96:13; Hechos 17:31), nosotros vendremos con Él (Zacarías 14:5; 1 Tesalonicenses 3:13; 4:14; Judas 14; Apocalipsis 19:14), y seremos “semejantes” a Él en gloria (Filipenses 3:21; Colosenses 3:4; 2 Tesalonicenses 1:10). ¡Entonces el mundo sabrá que somos hijos de Dios y que el Padre nos ama! (Juan 17:23).
Juan dice que nuestra certeza de esta realidad radica en el hecho de que “le veremos como Él es”. Esto tendrá lugar en el Arrebatamiento, unos siete años antes de la Aparición de Cristo. Nota: No dice que lo veremos como era, sino como es. Así, le veremos como un Hombre glorificado, ¡y en ese momento seremos transformados instantáneamente a Su semejanza en gloria! El apóstol Pablo dijo: “Como trajimos la imagen del terreno, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15:49). Esta maravillosa transformación se llevará a cabo “en un momento, en un abrir de ojo, á la final trompeta” (1 Corintios 15:52; 1 Tesalonicenses 4:16). ¡Qué momento será este!
Versículo 3.— Juan continúa hablando del efecto práctico que esta esperanza (de ver a Cristo como es) tiene en los hijos de Dios. Dice: “Y cualquiera que tiene esta esperanza en Él, se purifica, como Él también es limpio”. Por lo tanto, saber que pronto seremos semejantes a Cristo (moral y físicamente) produce un ejercicio en nosotros para ser moralmente como Él ahora mientras esperamos Su venida. Todo verdadero creyente que tiene presente esta esperanza “se purifica”, quitando de su vida las cosas que son incompatibles con la santidad de Dios (2 Corintios 7:1; 1 Pedro 1:15-16). La pauta que tenemos en esta purificación práctica de nuestra vida es la pureza misma de Cristo, “como Él también es limpio”. Él “no conoció pecado” (2 Corintios 5:21), “no hizo pecado” (1 Pedro 2:22), y “no hay pecado en Él” (1 Juan 3:5). Nota: Juan no dice que somos limpiados como Cristo se limpió a sí mismo, porque Cristo nunca necesitó ser purificado. ¡Él es puro y no podría ser más puro! Así, esta esperanza, si se entiende correctamente, tiene un efecto santificador en el creyente.
Justicia y desenfreno
Versículo 4.— Si bien el verdadero hijo de Dios se conocerá por estar “perfeccionando la santificación” en su vida mientras espera la venida del Señor (2 Corintios 7:1), alguien que simplemente profesa ser un hijo de Dios no se preocupará por tal cosa. Esto será evidente en su vida. Este fue el caso de los maestros gnósticos. Se jactaban de un conocimiento espiritual más elevado, pero eran bastante descuidados en cuanto a la santidad personal. Juan, por lo tanto, pasa a definir la verdadera naturaleza del pecado y, al hacerlo, expone a estos charlatanes. Él dice: “Cualquiera que practica pecado, también practica el desenfreno; y el pecado es desenfreno” (traducción J. N. Darby). Al afirmar esto, Juan no está hablando de un creyente defectuoso que comete un pecado, sino de una persona que “practica” el pecado como una característica de su vida. Su carácter general prueba que no es un verdadero hijo de Dios, aunque puede profesar serlo.
Las versiones Reina-Valera presentan este versículo incorrectamente, diciendo: “el pecado es transgresión de la ley”. Si esto fuera cierto, entonces tendríamos que decir que no había pecado en el mundo hasta que Dios le dio la ley a Moisés. Esto no puede ser cierto, pues contradice a Romanos 5:12-14, que afirma que el pecado estaba en el mundo antes de la ley. La nota al pie de la traducción de J. N. Darby dice: “Traducirlo ‘el pecado es transgresión de la ley’ como en la AV [Versión Autorizada, que es la versión King James] es incorrecto, y da una definición falsa del pecado, porque el pecado estaba en el mundo, y como consecuencia la muerte, antes de que la ley fuese dada”. Debe ser traducido: “El pecado es desenfreno”. Vivir desenfrenadamente es hacer nuestra propia voluntad en independencia de Dios. Es el ejercicio de la propia voluntad.
Versículo 5.— Juan agrega el dichoso antídoto de que, aunque hemos pecado y no hemos alcanzado la gloria de Dios (Romanos 3:23), Cristo “apareció para quitar nuestros pecados” y llevarnos a una relación con Dios. Vino a resolver el problema del pecado para la gloria de Dios y la bendición de la humanidad. Su obra de expiación en la cruz eliminó el pecado de delante de Dios judicialmente (Hebreos 9:26) y, en un día venidero, quitará el efecto total del pecado de este mundo literalmente y traerá un estado eterno de impecabilidad (Juan 1:29; Apocalipsis 21:1-8). Mientras tanto, Él está quitando la culpa del pecado de los que creen, salvando sus almas y purificando sus conciencias (Hebreos 9:14). Cuando habla de Cristo como el gran Cargador del pecado, Juan tiene cuidado de distinguirlo de todos los demás hombres, diciendo: “Y no hay pecado en Él”. Esto significa que Él no tuvo una naturaleza pecaminosa caída como la tienen los otros hombres; Su naturaleza era (y es) santa (Lucas 1:35).
Versículo 6.— Habiendo sido quitados nuestros pecados cuando recibimos a Cristo como nuestro Salvador, Juan nos da la manera sencilla que Dios tiene por la cual somos guardados de pecar en lo adelante. Dice: “Cualquiera que permanece en Él, no peca”. Permanecer en Cristo es vivir en constante comunión con Él (Juan 15:4). No pecaremos cuando estemos en la presencia del Señor en comunión con Él. De acuerdo con su estilo, Juan habla de manera absoluta —afirmando el estado normal de los hijos de Dios—. (Es triste decir que es cuando salimos de la comunión con Él que pecamos). Por otro lado, “cualquiera que peca, no le ha visto, ni le ha conocido”. Juan habla aquí de una persona que vive en un estado continuo de desenfreno, que es el estado normal de los incrédulos. Dice que esa persona realmente no conoce al Señor. Nota: Juan no dice, “cualquiera que comete un pecado...”, porque no está hablando de actos individuales de pecado, sino del carácter general de la vida de una persona.
Las dos naturalezas contrastadas
Versículos 7-10.— Debido a la presencia del pecado y de hombres pecadores en este mundo, Juan continúa exhortando a los hijos de Dios a mantenerse en guardia contra los engaños de los falsos maestros que buscaban oportunidades para infiltrarse entre los santos y desviarlos. Para ayudarlos a identificar a estos falsos obreros, Juan ofrece una breve disertación sobre las características básicas de las dos naturalezas —la vieja naturaleza heredada en el nacimiento natural a través de nuestros padres (Salmo 51:5) y la nueva naturaleza comunicada por Dios a través del nuevo nacimiento (Juan 3:3-8)—. Él no considera estas dos naturalezas en una sola persona (es decir, un creyente), sino de manera abstracta, o sea, lo que caracteriza a los creyentes y a los incrédulos.
Él nos da una prueba simple mediante la cual se puede probar toda pretensión de tener la naturaleza divina. Dice: “El que hace [practica] justicia, es justo, como Él también es justo. El que hace [practica] pecado, es del diablo; porque el diablo peca desde el principio” (versículos 7-8, traducción J. N. Darby). Así, los que son verdaderos pueden distinguirse de los que son falsos al observar la práctica general de sus vidas, ya que lo que uno “practica” indica su carácter. El que es verdadero practicará la justicia y el falso profesante practicará el pecado (desenfreno), por el cual se manifestará su verdadero carácter. Esto muestra que la posesión de la nueva naturaleza no es evidenciada por la profesión que alguien haga, sino por la forma en que se comporta en lo que respecta a la práctica. Por lo tanto, no debemos ser ingenuos y dejarnos engañar por un comentario casual que una persona pudiera hacer que suene como si tuviera fe en Cristo. Su verdadera identidad será conocida por el carácter de su vida.
Si una persona practica el pecado de manera característica, está claro que es “del diablo”. El diablo se caracteriza por la rebelión desenfrenada contra Dios y ha practicado el pecado “desde el principio”. El principio del que habla Juan aquí no podría ser el comienzo de Satanás como criatura. Si fuera así, entonces Dios podría ser acusado de crear una criatura malvada, lo cual no es cierto. Dios no creó a Satanás como el diablo; se convirtió en el diablo por rebelión. Juan se refiere al comienzo (el origen) del pecado en el universo moral, que comenzó con la rebelión de Satanás contra Dios (Ezequiel 28:11-19). Algunos piensan que el pecado tuvo su comienzo con la caída de Adán (Génesis 3), porque Romanos 5:12 dice: “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte”. Sin embargo, este versículo no se refiere a la entrada del pecado y la muerte en la creación primitiva, sino a la entrada del pecado y la muerte en la raza humana (el mundo adámico). Es un error pensar que el pecado no existió hasta la caída de Adán. Satanás y sus ángeles cayeron antes de que cayera Adán y son claramente los primeros pecadores. Que Satanás era un pecador antes de Adán se puede ver en el hecho de que él estaba obrando pecaminosamente en el jardín del Edén, mintiendo y engañando a la mujer antes de que ella y su esposo pecaran. En Romanos 5:12, Pablo rastrea la entrada del pecado en la raza humana, mientras que Juan nos lleva de regreso al origen del pecado.
Agrega: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (versículo 8b). El diablo ha obrado en los corazones de los hombres a través de la vieja naturaleza pecaminosa, llenando a los hombres de incredulidad y desenfreno. El Señor vino a “deshacer” esas malas obras en el corazón de los hombres, dando vida eterna* a los que creen en Él (Juan 10:10). Y los que creen pueden vivir una vida sin pecado, por encima de la influencia maligna del diablo, porque “cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque Su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (versículo 9). Muchos creyentes sinceros se han sentido perturbados por este versículo. Al no comprender el estilo de escritura abstracta de Juan, han llegado a la conclusión de que no han nacido de nuevo, como habían pensado, porque han pecado después de recibir a Cristo. Sin embargo, este versículo no significa que un creyente no sea capaz de pecar. Lo que Juan dice en el capítulo 2:1 no tendría sentido si ese fuera el caso. Él indica allí que un creyente es capaz de pecar si no es cuidadoso. El punto de Juan aquí es que la nueva naturaleza en un creyente, recibida en el nuevo nacimiento, no es capaz de pecar. Esto significa que, si vivimos de acuerdo con los apetitos y deseos de nuestra nueva naturaleza, no pecaremos. De este modo, él ve al creyente plenamente identificado con la nueva naturaleza.
Versículo 10.— Juan luego resume las características básicas de las dos naturalezas, diciendo: “En esto son manifiestos los hijos de Dios, y los hijos del diablo: cualquiera que no hace justicia, y que no ama á su hermano, no es de Dios”. Desde una perspectiva moral y espiritual, Juan traza dos simientes entre los hombres: los que son “hijos de Dios” (Juan 1:12-13) y los que son “hijos del diablo” (Mateo 13:25; Juan 8:44; Hechos 13:10). Se trata de dos familias distintas, cada una con un carácter que guarda un parecido moral con su padre. Una es “de” Dios y la otra es “del” diablo. Habiendo declarado en el versículo 7 que una persona que habitualmente practica la justicia muestra claramente que es justa, Juan concluye con el lado contrario aquí en el versículo 10. Alguien que habitualmente “no hace justicia” manifiesta que no es de Dios. Moralmente, tiene la misma naturaleza que el diablo y, en ese sentido, es hijo del diablo. Es posible que muchos de ellos no vivan vidas escandalosamente perversas, pero no practican “justicia” ni hay “amor” divino en ellos.
LA PRUEBA DEL AMOR (Capítulo 3:11-23).— Habiendo mencionado el “amor” en el versículo 10, Juan amplía esta característica esencial de la naturaleza divina en la siguiente serie de versículos. Es la segunda gran prueba de que una persona tiene vida divina. Dice: “Porque, este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos á otros. No como Caín, que era del maligno, y mató á su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas”.
Amor por los hermanos
El antiguo mandamiento, que en cierto sentido es nuevo (capítulo 2:7-8), de “que nos amemos unos á otros”, es mencionado de nuevo como evidencia de tener vida divina. Como fue el caso con la justicia práctica, el amor fue manifestado perfectamente en la vida del Señor Jesús. Caín se presenta como lo opuesto a estas dos cosas. Manifestó desenfreno y odio —las dos características opuestas a la justicia y el amor—. Él mató a su hermano porque el sacrificio de su hermano fue aceptado por Dios y el suyo no. La aprobación de Dios hacia Abel despertó un odio envidioso en el corazón de Caín, que lo llevó a matar a su hermano. Esto muestra a lo que puede conducir el odio desenfrenado.
Versículo 13.— Juan entonces nos recuerda que al manifestar estas dos características de la naturaleza divina —lo que haremos si somos verdaderamente hijos de Dios— tendremos el odio del mundo derramado sobre nosotros. Dice: “Hermanos míos, no os maravilléis si el mundo os aborrece”. Esto no debería sorprender a ningún hijo de Dios; el Señor advirtió a los discípulos de esto (Juan 15:18–16:4). Los principios del mal que se manifestaron por primera vez en Caín han marcado el curso del mundo desde entonces.
Versículo 14.— Ante el odio del mundo, sabemos que hemos pasado “de muerte á vida” (Juan 5:24) porque amamos a nuestros hermanos. La actividad del amor divino es la prueba práctica de la vida divina. Por otro lado, si una persona que profesa ser un hijo de Dios no ama a sus hermanos, prueba que no es un hijo de Dios —de hecho, “está en muerte” (muerte moral).
Versículos 15-16.— Juan luego contrasta el ejemplo extremo de odio con el ejemplo más grande de amor. Dice: “Cualquiera que aborrece á su hermano, es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna* permaneciente en sí. En esto hemos conocido el amor, porque Él puso Su vida por nosotros: también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”. El odio conduce al asesinato, pero el amor conduce al autosacrificio por el bien de los demás. El sacrificio de Cristo es el ejemplo perfecto de este último: Él “puso Su vida por nosotros” (1 Juan 3:16; Juan 10:11). ¡Ambos actos de odio y amor extremos llevaron a la muerte! Pero fue por razones completamente diferentes —una fue por la violencia y la otra fue por pura sumisión—. Juan dice que esta misma expresión de amor debe verse en los hijos de Dios porque tienen la misma vida divina. Si somos verdaderos creyentes, nuestro amor se expresará en acción. Nos serviremos “por amor los unos á los otros” (Gálatas 5:13) y pondremos “nuestras vidas” al servicio de nuestros hermanos. El amor práctico es una prueba genuina de que somos verdaderos.
Versículo 17.— En contraste, dice: “Mas el que tuviere bienes de este mundo, y viere á su hermano tener necesidad, y le cerrare sus entrañas, ¿cómo está el amor de Dios en él?”. Alguien que profesa tener vida divina, pero no manifiesta amor ni compasión por su hermano —si esa es la práctica habitual de su vida— prueba que no es un verdadero hijo de Dios.
Versículo 18.— Conociendo el engaño del corazón humano (Jeremías 17:9), Juan nos advierte acerca de tener meras expresiones superficiales de amor (ver Santiago 2:15-16). Dice: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y en verdad”. Los apóstoles Pablo y Pedro exhortan a los santos a ese fin también (Romanos 12:9; 1 Pedro 1:22). Esto muestra que Dios quiere veracidad en Su pueblo.
Confianza en la oración
Versículos 19-22.— Juan agrega: “Y en esto conocemos que somos de la verdad, y tenemos nuestros corazones certificados delante de Él. Porque si nuestro corazón nos reprendiere, mayor es Dios que nuestro corazón, y conoce todas las cosas. Carísimos, si nuestro corazón no nos reprende, confianza [denuedo, traducción J. N. Darby] tenemos en Dios; y cualquier cosa que pidiéremos, la recibiremos de Él, porque guardamos Sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él”. Hablando estrictamente de los creyentes aquí, muestra que al tener un amor genuino por nuestros hermanos, tenemos una confirmación personal en nuestras almas de que somos “de la verdad”. Y como tal, tenemos confianza en la presencia de Dios para hacer peticiones audaces en oración. La certeza de la que Juan habla aquí no es la garantía de la salvación eterna de nuestras almas, sino la certeza de que nuestras peticiones de oración sean concedidas.
Agrega una condición importante que no debe pasarse por alto: “si nuestro corazón no nos reprende”. Esto muestra que cuando nos acercamos a Dios en oración, debemos tener una buena conciencia. Esto se logra al juzgarnos a nosotros mismos y confesar nuestros pecados (1 Corintios 11:31; 1 Juan 1:9). Si tenemos algo en nuestra conciencia que no hemos confesado, nuestro corazón nos condenará y no tendremos esa confianza. Suponiendo que nos juzgamos a nosotros mismos, que es el estado cristiano normal, tenemos la seguridad de que todo lo que le pidamos “lo recibiremos de Él”. Este es el resultado de andar en comunión con Él como algo habitual. Los deseos de nuestro corazón son formados por Su influencia dichosa y por disfrutar de las cosas que Él disfruta (Salmo 36:8), por lo que nuestras peticiones son solo para aquellas cosas que contribuyen al cumplimiento de esos deseos divinos. Al vivir en Su presencia, Él pone en nuestro corazón las cosas que está a punto de hacer, y las pedimos y nos las concede. Recibimos “cualquier cosa que pidiéremos” porque lo pedimos de acuerdo con la voluntad de Dios (capítulo 5:14-15). Nuestra confianza en Su presencia es el resultado de nuestra obediencia: “guardamos Sus mandamientos” y “hacemos las cosas que son agradables delante de Él”. Cristo, como Hombre dependiente en la Tierra, es un ejemplo vivo de esto. Él siempre hizo aquellas cosas que agradaban a Su Padre (Juan 8:29), y siempre oró en armonía con la voluntad de Dios, y “fué oído por Su reverencial miedo” (Hebreos 5:7).
Versículo 23.— Juan habló de los mandamientos (plural) del Señor; ahora habla del “mandamiento” (singular) de Dios. Esto es “que creamos en el nombre de Su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos á otros como (Cristo) nos lo ha mandado”. Aquí vemos dos elementos esenciales de la nueva naturaleza: la fe y el amor. Estas cosas se verán en cada creyente, aunque a veces solo de manera débil. Quien no es un verdadero hijo de Dios no manifestará estas cosas.
LA EVIDENCIA DE SER HABITADO POR EL ESPÍRITU SANTO (Capítulos 3:24–4:6).— Como tercera prueba de que uno posee la naturaleza divina, Juan pasa a hablar de la presencia del Espíritu Santo en el creyente, por medio del cual Dios mismo habita en nosotros. Dice: “El que guarda Sus mandamientos, permanece en Él, y Dios en él. Y en esto sabemos que Él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado” (LBLA). Hay dos tipos de “permanecer” aquí:
•  Nuestra permanencia en Él.— Esto es algo práctico, que tiene que ver con mantener una comunión íntima con Él. Como Juan indica aquí, este es el resultado de la obediencia personal, guardar Sus mandamientos (Juan 14:21,23; 15:4).
•  Su permanencia en nosotros.— Esto es algo constante que resulta de tener la naturaleza divina (Juan 14:20).
Ambos aspectos de la permanencia son el resultado de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Ésta, entonces, es otra prueba por la cual se puede comprobar toda afirmación de que se es un hijo de Dios. Alguien que no es un verdadero hijo de Dios no tendrá la presencia del Espíritu en su interior. Por consiguiente, no permanecerá en comunión con el Señor, ni tendrá la presencia permanente de Dios en él. Esto será evidente en sus acciones.
Falsos maestros
Capítulo 4:1.— Habiendo introducido el tema del Espíritu Santo que habita en los hijos de Dios en el capítulo 3:24, Juan se apresura a advertirnos en este capítulo acerca de los muchos falsos espíritus que están por todo el mundo tratando de imitar al Espíritu de Dios. Dice: “Amados, no creáis á todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas son salidos en el mundo”. Su punto aquí es que, dado que es “la última hora” y muchos anticristos están obrando (capítulo 2:18, LBLA), debemos tener cuidado a quién escuchamos. No debemos creer “á todo espíritu”. Esto significa que no debemos ser ingenuos y pensar que solo porque un hombre habla de la Biblia, necesariamente está diciendo la verdad. Una cosa es hablar de las Escrituras y otra es hablar en conformidad con las Escrituras. Satanás nunca es más satánico en su actividad que cuando usa las Escrituras para engañar a la gente. Él es muy capaz de citar la Palabra de Dios y aplicarla mal para lograr su propósito de desviar a la gente (Mateo 4:6). El apóstol Pablo advirtió: “Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se transfigura en ángel de luz. Así que, no es mucho si también sus ministros se transfiguran como ministros de justicia” (2 Corintios 11:13-15).
Con esto en mente, Juan nos exhorta a poner a prueba “los espíritus”. No usa la palabra “espíritus” para referirse a la actitud o conducta de los maestros (Daniel 5:12; 6:3), sino más bien para indicar que detrás de cada maestro hay un espíritu real —ya sea el Espíritu de Dios (Hechos 2:4) o un espíritu maligno (2 Crónicas 18:21)—. Pablo predijo que en los “postreros tiempos” habría “espíritus engañadores” en la casa de Dios que traerían error doctrinal, y que los falsos maestros absorberían y propagarían estas doctrinas erróneas, y desviarían a muchos (1 Timoteo 4:1). Estos maestros a menudo tienen una apariencia agradable que encanta y engaña a la gente (Romanos 16:18). Pueden parecer ovejas, pero en realidad son “lobos” “vestidos de ovejas” (Mateo 7:15); el Señor nos advirtió acerca de estos trabajadores malvados. Entonces, no es solo su forma de ser lo que debemos probar (lo que Juan ha hecho en sus pruebas y reprensiones anteriores), sino también su mensaje. Esto es especialmente cierto cuando se trata de la “doctrina de Cristo” (2 Juan 9), ya que aquí es donde se exponen los espíritus malignos que inspiran a estos falsos profetas. En el momento en que abren la boca y enseñan sobre el tema de la Persona de Cristo, revelan su verdadero carácter.
Tres pruebas para detectar falsos maestros
Juan pasa a dar tres pruebas mediante las cuales se puede verificar cada maestro. Estas pruebas revelarán a los que son verdaderos y expondrán a los que son falsos, porque la doctrina de un hombre revelará el espíritu que lo está energizando. Nota: esto no se hace ahondando en las falsas doctrinas presentes en la cristiandad. Tal ocupación solo nos corromperá, y podríamos tropezar en el proceso (comparar con Deuteronomio 12:29-32). Del mismo modo, ¡no descubrimos si una docena de botellas contienen veneno tomando un sorbo de cada una!
Versículos 2-3.— La primera y mayor prueba tiene que ver con lo que un maestro en particular sostiene acerca de la Persona de Cristo. Como se ha mencionado, aquí es donde se exponen estos espíritus seductores, ya que no pueden hablar bien de Cristo y exaltarlo (1 Corintios 12:3). Juan dice: “En esto conoced el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo es venido en carne es de Dios”. Por lo tanto, la marca distintiva del ministerio que emana del Espíritu Santo es que Cristo será exaltado.
Confesar “que Jesucristo es venido en carne” es más que una mera confesión de palabras de nuestros labios; los demonios pueden confesar a Cristo como el Hijo de Dios solo de labios (Mateo 8:29). La confesión de la que habla Juan indica que la persona es sana en cuanto a la doctrina de la Deidad de Cristo y Su Humanidad perfecta. Venido en carne” significa que existió antes de Su encarnación y, por lo tanto, es una Persona eterna. La palabra “venido” implica que Él estaba en otra parte antes de estar aquí en este mundo como Hombre (1 Timoteo 1:15, etc.). Las Escrituras enseñan que Él estaba con el Padre en el cielo antes de Su encarnación (Juan 8:42; 13:3; 16:28). De hecho, el evangelio de Juan lo presenta como el Enviado de Dios (Juan 3:17; 4:34; 5:23, etc.). “Venido en carne” es algo que no se puede decir de nosotros, ya que no existíamos antes de nuestra concepción y nacimiento. Sin embargo, en la encarnación de Cristo, Él unió a la humanidad con Su Persona y se convirtió en Hombre (Juan 1:14). Hubo una unión de las naturalezas divina y humana lo cual es inescrutable para la mente humana (Mateo 11:27). “Venido en carne indica que cuando el Señor Jesús se hizo Hombre, no tenía una naturaleza pecaminosa caída. La palabra “carne”, sin el artículo definido “la”, se refiere a la humanidad sin las implicaciones de la naturaleza pecaminosa. Ver esto nos ayuda a evitar cualquier conclusión de que el Señor se haya hecho partícipe de la naturaleza caída y pecaminosa cuando se convirtió en Hombre. Tenía una naturaleza humana santa, no una naturaleza humana caída (Lucas 1:35).
Juan luego presenta el lado opuesto: “Y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo es venido en carne, no es de Dios: y éste es el espíritu del anticristo, del cual vosotros habéis oído que ha de venir, y que ahora ya está en el mundo”. Si alguien profesa ser cristiano, pero no cree en la deidad y/o la plena humanidad de Cristo, está dando una clara indicación de que no es un verdadero creyente. Predica “otro Jesús” (2 Corintios 11:4). Es decir, el Jesús que tal persona presenta no es el mismo Jesús que presenta la Biblia. Por lo tanto, la pregunta a hacerse que revelará los verdaderos colores de una persona es esta: “¿Qué es lo que sostiene en cuanto a la Persona de Cristo?”. Todas estas falsas enseñanzas serán inmediatamente expuestas como teniendo el “espíritu del anticristo” por esta simple prueba.
Versículos 4-5.— La segunda prueba por la cual todos los profetas y maestros pueden ser verificados tiene que ver con cómo las personas perdidas y sin vida del mundo responden a su mensaje. Juan dice: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque El que en vosotros está, es mayor que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye”. Los hijos de Dios “vencen” a estos maestros y sus falsas doctrinas mediante la morada del Espíritu Santo. “El” (el Espíritu) que “en” nosotros está, es “mayor” que “el que está en el mundo” (Satanás). Juan ya ha hablado de cómo se hace esto en el capítulo 2:20-27. La unción del Espíritu nos da discernimiento para saber que lo que estos falsos maestros están presentando es erróneo y, en consecuencia, lo rechazamos y así somos preservados. De esta manera, triunfamos sobre las artimañas del enemigo.
Por otro lado, si las enseñanzas de estos hombres son recibidas por personas religiosas en este mundo que no son nacidas de Dios, está claro que su mensaje es falso. Las cosas que enseñan bajo la bandera del cristianismo concuerdan con la perspectiva del hombre natural del mundo, porque se basan en principios mundanos que las personas mundanas entienden. Entonces los reciben. Así, un par de preguntas sencillas revelarán todo lo que necesitamos saber acerca de estos falsos maestros: “¿Son populares en el mundo? Y ¿reciben su enseñanza los hombres naturales del mundo?”. Si es así, entonces lo que está siendo enseñado no puede ser la verdad de Dios, porque “el hombre animal [natural] no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente” (1 Corintios 2:14).
Versículo 6.— La tercera prueba por la que todos los maestros pueden ser verificados tiene que ver con la posición que toman en relación con las enseñanzas de los apóstoles. Juan dice: Nosotros somos de Dios: el que conoce á Dios, nos oye: el que no es de Dios, no nos oye. Por esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error”. El “nosotros” y “nos” en este versículo se refieren a los apóstoles. Juan se incluye en su voz colectiva. Ellos son “de Dios” y todo verdadero hijo de Dios recibirá sus enseñanzas como viniendo de Dios. Esta, entonces, es una referencia por la cual todos los que profesan enseñar la verdad pueden ser probados. La gran pregunta aquí es: “¿Coincide su enseñanza con la enseñanza de los apóstoles?”.
Teniendo en nuestras manos las epístolas divinamente inspiradas del Nuevo Testamento, en las que se revela cuidadosamente la doctrina de los apóstoles, podemos “juzgar” la fuente de todo ministerio, si es de Dios o no (1 Corintios 10:15; 14:29). Debemos tener cuidado aquí porque el enemigo (Satanás) es muy sutil. Sus falsos ministros usarán las Escrituras para propagar sus errores, y podemos ser engañados por sus ingeniosas interpretaciones erróneas. Por lo tanto, es importante tener “buena doctrina” la cual hemos “seguido plenamente” en un estudio íntegro de todos los asuntos bíblicos (1 Timoteo 4:6, traducción J. N. Darby; 2 Timoteo 2:15).
En conclusión, si el Espíritu de Dios verdaderamente mora en una persona, sostendrá sana doctrina tocante a la Persona de Cristo (versículos 2-3). Además, ella no será engañada por las enseñanzas anticristianas en virtud de tener la unción del Espíritu (versículos 4-5). Y oirá y recibirá la doctrina de los apóstoles (versículo 6).
Resumen de la evidencia de una nueva vida y naturaleza
•  Practicamos la justicia (capítulos 2:29–3:10).
•  Amamos a los hermanos (capítulo 3:11-23).
•  Tenemos al Espíritu de Dios morando en nosotros (capítulos 3:24–4:6).