Hasta ahora, Pablo en sus exhortaciones se ha dirigido a los santos de Tesalónica como a creyentes individuales. Ahora, en esta sección final de la epístola, él los exhorta en forma colectiva como una compañía de creyentes (una asamblea) que espera a que el Señor regrese (el Arrebatamiento). Entonces, estas exhortaciones son dirigidas a la asamblea en general, y trazan las características que debe tener una asamblea saludable.
Versículos 12-13a.— La primera de estas exhortaciones tiene que ver con reconocer y respetar a aquellos que tienen un lugar de liderazgo en la asamblea. Pablo escribe, “os rogamos, hermanos, que reconozcáis á los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima por amor de su obra”. Esto nos enseña que los que componen una asamblea local deben estimar respetuosamente a los ancianos/sobreveedores de esa asamblea por causa del lugar que ocupan y el trabajo que realizan. El “trabajo” y la “obra” que Pablo menciona aquí son locales, ya que la responsabilidad de supervisar es una función local en la casa de Dios. Por tanto, los ancianos en una asamblea no pueden funcionar como tales en otras asambleas.
No es que estos hombres tengan un lugar exaltado desde donde presiden sobre los santos en una manera autoritaria. Esto es precisamente lo que Pedro advierte (1 Pedro 5:3). En cambio, los ancianos o sobreveedores deben moverse “entre” los santos con mansedumbre y humildad con el propósito de guiarles y ayudarles en sus dificultades personales, y así “pastorear la asamblea” (Hechos 20:28, traducción J. N. Darby).
Cabe destacar que cuando la Escritura menciona las funciones de los ancianos, éstas son mencionadas en sentido plural (“los que trabajan”), pero cuando se trata de sus cualificaciones morales, éstas son mencionadas en sentido singular (1 Timoteo 3:1, “Si alguno ... ”). Esto nos muestra que el gobierno de una asamblea no debe estar en las manos de un solo hombre. Dios quiere que estos hombres funcionen como un grupo, y así se cuiden y equilibren unos a otros, si es necesario. Esto permitirá mayor inmunidad a que un anciano de la asamblea sobresalga y tome el control. Diótrefes es un ejemplo de un sobreveedor que no fue cuestionado por otros en esto, y lamentablemente se desvió (3 Juan 9).
En cuanto a aquellos que ejercen este oficio en la casa de Dios, la Escritura nos dice que debemos “conocerlos” (1 Corintios 16:15), “estimarlos” (1 Tesalonicenses 5:13), “honrarlos” (1 Timoteo 5:17), “imitarlos” en su fe (Hebreos 13:7), “obedecerles” (Hebreos 13:17), “someternos” a ellos (Hebreos 13:17), y “saludarles” (Hebreos 13:24). Pero no nos dice que debemos designarlos, simplemente porque las asambleas no tienen el poder para designar ancianos. En cada caso que la Escritura menciona a asambleas que tenían ancianos designados, cada uno de ellos fue designado para la asamblea por los apóstoles o delegados de algún apóstol. A pesar de esto, ¡prácticamente toda asamblea cristiana hoy en día intenta escoger y designar a sus ancianos!
Hay sabiduría en el hecho de que Dios no dé a las asambleas el poder de designar a sus ancianos. Si una asamblea tuviera ese poder, podría existir la tentación de asignar hombres que estén predispuestos a sus intereses. Para guardarnos de este peligro, Dios mismo escoge a estos hombres por medio del Espíritu Santo (Hechos 20:28), y serán conocidos por sus calificaciones morales y por el trabajo que realicen. En los primeros días de la Iglesia, los apóstoles o sus delegados reconocieron esta obra de Dios en algunos hombres y los asignaron para ese oficio (Hechos 14:23; Tito 1:5). Hoy en día, el Espíritu de Dios aún está usando hombres para llevar a cabo la obra de supervisión en las asambleas locales. Éstos no pueden ser asignados a ese cargo oficialmente, porque no hay ningún apóstol en la tierra hoy en día para hacer eso. Aun así, Dios quiere que las asambleas locales reconozcan a estos hombres por sus cualificaciones morales (1 Timoteo 3:1-7; Tito 1:6-9) y por el trabajo que ellos realizan (1 Tesalonicenses 5:13; 1 Timoteo 5:17-18), y permitir que ellos “apacienten la grey de Dios” y “cuiden de ella” (1 Pedro 5:2).
Las personas a las que Pablo se refiere aquí en 1 Tesalonicenses 5:12-13 no fueron designadas oficialmente por un apóstol. Pablo y Silas fueron echados de Tesalónica después de haber estado solo tres sábados, y por ello no hubo suficiente tiempo para que los nuevos convertidos en esa ciudad maduraran espiritualmente y fueran asignados a realizar tal obra. Asignar a un niño en Cristo sería poner a un “neófito” en peligro espiritual, donde podría caer “en juicio del diablo” —que es “soberbia” (1 Timoteo 3:6; Proverbios 16:18)—. Pero cuando fue escrita esta epístola, algunos de ellos ya manifestaban madurez espiritual, y el Espíritu Santo los escogió para esta obra.
En su exhortación aquí, la idea de Pablo es que la asamblea debe reconocerlos y tenerlos “en mucha estima por amor” y apoyarlos en su obra. Esta es una exhortación necesaria para todas las asambleas, ya que existe la tendencia de que los santos perciban el cuidado personal de parte de los sobreveedores de la asamblea hacia los santos como una intrusión en sus vidas personales y se resientan por ello. Se podría preguntar, “¿cómo se supone que una asamblea reconozca a estos hombres si no han sido designados?” La respuesta es sencilla; serán claramente identificables porque “se han dedicado al ministerio de los santos” (1 Corintios 16:15). Debemos reconocerlos por las obras que hacen.
Versículo 13b.— Pablo luego dice, “Tened paz los unos con los otros”. No es casualidad que esta exhortación continúe a su solicitud de respetar a quienes lideran. La paz normalmente permanece en las asambleas que aceptan a sus ancianos, en lugar de resistirlos y desafiarlos. Las revueltas contra los líderes de una asamblea han sido la razón principal de la ruptura de la paz y unidad de la Iglesia a través de la historia.
Versículo 14.— En este verso vemos cuatro exhortaciones que parecen estar dirigidas particularmente a los ancianos. Pablo dice, “que amonestéis á los que andan desordenadamente”. La casa de Dios es un lugar de orden, y las personas desordenadas y de mala conducta no deben encontrarse ahí haciendo lo que les plazca. Por tanto, los tales deben ser corregidos. Nota: él no pide que la asamblea les excomulgue, sino que les “amonesten [adviertan]”, y así restaurarlos a andar ordenadamente (Gálatas 6:1). Esta exhortación se aplica en particular a los que estaban “ocupados en curiosear” y que “andaban ... fuera de orden” entre los santos de Tesalónica (2 Tesalonicenses 3:6-15), pero puede aplicarse a todos los que andan desordenadamente.
Luego Pablo nos dice, “que consoléis á los de poco ánimo”. Esto se refiere a aquellos que están desanimados. Alentar a los que están desanimados es una tarea importante ya que un cristiano desanimado está en peligro de ser una presa del enemigo (1 Pedro 5:7-8).
Pablo añade, “que soportéis á los flacos”. Probablemente se refiere a los débiles en la fe —esto es, a los que tienen un entendimiento deficiente de la libertad de la gracia (Romanos 14:1; Gálatas 5:1)—. Quizá se refiere a aquellos que se habían convertido del judaísmo y tenían dudas acerca de algunas comidas y días festivos.
Finalmente, debían ser “sufridos para con todos”. Esto quiere decir que debemos tener aun más gracia hacia aquellos que nos irritan, y no dejar que nuestros espíritus sean provocados de una forma carnal por esas personas.
Versículo 15.— Pablo nos advierte que no hay que tomar represalias cuando se nos ha hecho mal. “Mirad que ninguno dé á otro mal por mal; antes seguid lo bueno siempre los unos para con los otros, y para con todos”. Las represalias entre hermanos seguro obstruirán la paz en la asamblea. La manera correcta de tratar con las ofensas personales entre hermanos es enseñada por el Señor en Mateo 18:15-17. El remedio para toda animosidad mostrada hacia nosotros es devolver bondad a los que nos hacen mal (Romanos 12:18-21). Esto se debe practicar con nuestros hermanos cristianos, y también con la gente del mundo (Lucas 6:27-29). Tomar represalias contra los incrédulos seguro que dará un mal testimonio ante el mundo.
Versículo 16.— Pablo nos dice, “Estad siempre gozosos”. Podemos pensar que esto es humanamente imposible ya que hay ocasiones cuando no podemos evitar el dolor. Incluso se nos dice que vayamos “á la casa del luto” y que “lloremos con los que lloran” (Eclesiastés 7:2; Romanos 12:15). Sin embargo, Pablo no está hablando de estas excepciones, sino habla del carácter general de nuestras vidas —lo que normalmente debería caracterizarnos como cristianos.
Versículo 17.— Pablo luego escribe, “Orad sin cesar”. De manera similar, escribe “Orando en todo tiempo” en Efesios 6:18 (compara también con Lucas 18:1). Nos podemos preguntar qué es lo que quiere decir con esto, ya que él sabía que los santos tenían responsabilidades diarias que cumplir. Ellos simplemente no tenían el tiempo para estar de rodillas todo el día —¡incluso el mismo Señor “acabó” de orar! (Lucas 11:1)—. Sin embargo, Pablo no se refería al tiempo en oración privada (Mateo 6:6; Efesios 1:16; etc.), sino a la actitud instantánea y constante de oración que los cristianos deben tener mientras cumplen sus responsabilidades diarias. Porque debemos vivir, movernos y estar en una comunión continua con el Señor, y esto debe tomar la forma de un espíritu de oración. Podemos ver esto en Nehemías. Mientras él trabajaba para el rey de Persia, el rey le hizo una pregunta, pero Nehemías no tenía tiempo para irse a su casa a orar, así que hizo una pequeña y rápida oración al Señor ahí mismo, y luego le contestó al rey (Nehemías 2:4-5).
Versículo 18.— Entonces Pablo dice, “Dad gracias en todo; porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. Esto muestra que necesitamos tener un espíritu de sumisión y agradecimiento por todo lo que pasa en nuestras vidas. Es fácil dar gracias al Señor cuando cosas buenas y agradables pasan en nuestras vidas, pero cuando experimentamos pruebas y cosas negativas, necesitaremos gracia especial para tomar esas cosas como viniendo de Su mano. El Señor mismo es nuestro gran ejemplo en esto. Cuando Él vino a los Suyos, ellos no Le recibieron (Juan 1:11). Él lo aceptó con un espíritu de sumisión diciendo, “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra ... Así, Padre, pues que así agradó en Tus ojos” (Mateo 11:25-26). Podremos hacer esto solamente si creemos que Dios está sobre todas las circunstancias de nuestras vidas, y que solo permitirá que seamos afectados por lo que es absolutamente necesario (Lamentaciones 3:37; Mateo 28:18; Efesios 1:22; Colosenses 1:17). La fe que cree que Él verdaderamente es un Dios bueno (Salmo 73:1), y que solo está interesado en nuestro bien y en bendecirnos (Job 23:14; 2 Corintios 4:17) se someterá a lo que Él haya permitido, y hasta Le dará gracias por ello —incluso si es algo decepcionante.
Versículo 19.— Pablo dice, “No apaguéis el Espíritu”. Dios nos quiere usar como medios por los cuales Su Espíritu pueda obrar para bendición de otros. El Señor dijo, “El que cree en Mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre. (Y esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él ... )” (Juan 7:38-39). Dios desea obrar a través de nosotros por el Espíritu, y nosotros debemos permitir que el Espíritu tenga esa libertad. No debemos obstaculizarle en esto. Si lo hacemos, apagamos el Espíritu. Es como una manguera de la que fluye agua. Si alguien tomara la manguera y la doblara, el flujo de agua se cortaría, o a lo menos sería reducido en gran manera. De manera similar, el Espíritu de Dios pueda querer guiarnos a hacer algo para el Señor, pero nuestra voluntad puede oponerse, de tal modo que rehusemos seguir Sus indicaciones. Al resistirnos de esta manera, apagamos el Espíritu. Quizá el contexto de esta exhortación es la asamblea, pero apagar el Espíritu también puede suceder fuera de la asamblea en el curso de la vida diaria.
La Escritura nos ilustra lo que es apagar el Espíritu en la historia del siervo de Abraham (Génesis 24). Él es una figura del Espíritu Santo que ha sido enviado al mundo para asegurar una esposa para Cristo (Isaac siendo figura de Él). Habiendo asegurado una esposa para Isaac dándole regalos, el siervo de Abraham se apresuró para llevarla a Isaac, pero el hermano y la madre de ella interfirieron y trataron de detenerle “á lo menos un año” (Génesis 24:55, margen de la versión King James) antes de dejarlo irse con ella. Esta es una imagen de lo que es apagar el Espíritu. Y el siervo les dijo: “No me detengáis, pues que Jehová ha prosperado mi camino; despachadme para que me vaya á mi señor” (Génesis 24:56). De igual manera, el Espíritu nos dice, “No me detengáis”.
Contristar al Espíritu es diferente (Efesios 4:30). Esto es cuando vamos y hacemos algo que el Espíritu no nos ha guiado a hacer, por lo cual se contrista por nuestras acciones. El pecado es lo que contrista al Espíritu. Cuando el creyente peca, el Invitado divino dentro de nosotros lo siente, y nos hará juzgar ese pecado. En términos sencillos:
• Apagar al Espíritu es no hacer algo que Él nos guía a hacer.
• Contristar al Espíritu es hacer algo que Él no nos ha guiado a hacer.
Versículo 20.— Pablo dice, “No menospreciéis las profecías”. Nuevamente, el contexto indica a la asamblea como el lugar donde usualmente las profecías son dadas, pero también se puede referir a un hermano o hermana profetizando fuera de la asamblea. Esta exhortación es necesaria hoy en día, ya que tenemos la tendencia de “menospreciar las profecías” y de que nos desagrade la persona que profetiza de una forma que toca nuestras conciencias. Si la persona ministra en el Espíritu, y nosotros lo ignoramos, estaríamos dando oídos sordos a lo que Dios nos pueda decir. El impío rey Acab es un claro ejemplo de esto. Él dijo del profeta Miqueas, “mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza cosa buena, sino siempre mal” (2 Crónicas 18:7). Acab miraba el ministerio profético de Miqueas como algo maligno porque le reprendía. Naturalmente, nos gustan los profetas que nos dicen “cosas halagüeñas” (Isaías 30:10), pero hay veces que “la palabra de exhortación” a nuestras conciencias es necesaria (Hebreos 13:22). No debemos resentirla; Dios podría usarla para corregirnos en alguna forma necesaria. Las profecías son un medio ordenado por Dios para comunicarse con nosotros.
Versículo 21.— Pablo añade, “Pero examinadlo todo; retened lo bueno” (traducción J. N. Darby). El hecho de que haya añadido un “pero” aquí indica que lo estaba conectando con el versículo anterior (el versículo 20). Nos muestra que las profecías deben ser puestas a prueba para asegurar si vienen de Dios o no. Esto es una precaución necesaria —especialmente en estos últimos días cuando la profesión cristiana tiene muchos “falsos doctores [maestros]” (2 Pedro 2:1) y “obreros fraudulentos” (2 Corintios 11:13)—. La idea aquí es que no todas las profecías son de Dios ni vienen de Dios. El creyente no debe ser ingenuo, sino que debe “examinar” todas estas cosas según el estándar de la Palabra de Dios misma (Isaías 8:20). La pregunta es: ¿coinciden con las Escrituras? Si no coinciden, debemos desecharlas. Por el contrario, si están de acuerdo con la Palabra, debemos “retenerlas”.
Sin embargo, si no conocemos las Escrituras como deberíamos (quizás porque somos nuevos en la fe), podemos depender de “la unción del Santo” (1 Juan 2:20-26). Esto se refiere a la presencia del Espíritu de Dios en nosotros ayudándonos a discernir la verdad cuando se nos presenta, y al contrario también, para discernir el error. Para esto es necesario que permanezcamos en Él por medio de la comunión.
Versículo 22.— Dios deseaba que los tesalonicenses se mantuvieran separados de toda clase de mal —a causa de su testimonio y para su preservación personal—. Por eso, Pablo dice, “Apartaos de toda especie de mal”. Esto puede requerir discernimiento espiritual porque muchas veces el “mal” puede manifestarse de formas muy sutiles.
Versículos 23-24.— W. Kelly indica que estos versos son la sustancia de la oración del apóstol por los tesalonicenses. Pablo dice “Y el Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará”. En el capítulo 3:10, Pablo dijo a los tesalonicenses que él oraba regularmente por su perfección espiritual y su entendimiento; ahora, en estos versículos, nos dice que también oraba por su preservación. El tema aquí, como en el capítulo 4:3, es la santificación práctica o progresiva. El orden en el que él habla de las tres partes de nuestra humanidad es significativo, y nos da la clave de cómo somos preservados. Pablo dice “espíritu y alma y cuerpo”.
• Nuestro espíritu es la parte consciente de Dios e inteligente (racional) de nuestro ser (Job 32:8; Proverbios 20:27).
• Nuestra alma es el centro de nuestros apetitos, emociones y deseos (Génesis 27:4; 34:3; Deuteronomio 12:20; Marcos 12:30; 1 Pedro 2:11).
• Nuestro cuerpo es la parte física de nuestro ser (Génesis 2:7).
Por lo tanto, la forma en la que seremos guardados del mal es permitiendo que nuestro espíritu tome el lugar de dirigirnos en los asuntos y decisiones de nuestra vida. Si permitimos que nuestras emociones del alma dirijan nuestras decisiones, nos desviaremos muy prontamente, ya que los afectos y emociones del corazón pueden ser engañosos (Jeremías 17:9) e inestables (2 Samuel 13:15). Por tanto, no debemos ser guiados por lo que nos hace sentir bien o por lo que nuestro corazón desea. Tenemos que comprar, comer, viajar, y realizar actividades que la parte inteligente de nuestro ser cree que están de acuerdo con la voluntad de Dios. Esto se determina por los principios de la Palabra de Dios. Cuando nuestras decisiones son correctas y están en acuerdo con la Palabra de Dios, entonces podemos involucrar nuestras almas y cuerpos. Esa es la manera de preservarnos. La gente del mundo pone este orden al revés y dicen, “cuerpo, alma, y espíritu”. Ellos viven predominantemente por lo que complace al cuerpo y al alma, y niegan al espíritu —resultando en toda clase de pecado.
Versículo 25.— Pablo solicita las oraciones de los santos con respecto a su trabajo y servicio para el Señor. Esto muestra que la oración ante el trono de la gracia es recíproca. Orar por los santos es un privilegio.
Versículos 26-28.— Pablo finaliza la carta con su despedida usual, deseando que “la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con” ellos.