Confesión

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Las Escrituras indican que hay dos tipos de confesión entre los hombres. Una de ellas, es la confesión de “Jesús como Señor” y está relacionada con la salvación inicial del alma (Romanos 10:9-10 – traducción J. N. Darby) y la otra es una confesión de pecados, que está relacionada con la restauración de un creyente que ha fallado (1 Juan 1:9).
Muchos cristianos evangélicos piensan que, para que alguien sea verdaderamente salvo, debe hacer una confesión pública de su fe en Cristo. Romanos 10:9 es usado para apoyar esta idea. Dice: “Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios Le levantó de los muertos, serás salvo.” Como resultado, los predicadores evangélicos a menudo instan a confesiones públicas en sus reuniones y manifestaciones evangélicas.
Ellos hacen una “llamada al altar” a su público, llamando a aquellos que quieren ser salvos a venir al frente para hacer una declaración pública de su fe. Sin embargo, si hacemos de la confesión de fe en Cristo ante los hombres una condición para la salvación eterna, entonces la bendición del evangelio no estará únicamente basada en el principio de la fe, ¡sino que se convierte en algo basado en la fe y las obras! Y esto es contrario a los fundamentos del evangelio (Romanos 3:26-31, 4:4-5; Efesios 2:8-9). Además, significaría que una persona no podría ser salva si estuviese sola en algún lugar desierto, ¡porque no tendría a quien hacer su confesión! De acuerdo con esta idea, puede haber “arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21), ¡pero no sería suficiente! Habría una condición adicional—tendría que confesar su fe a alguien. Pero ¿qué pasaría si la persona muriese antes de tener la oportunidad de decirle a alguien de su fe en Cristo? ¡De acuerdo con esta enseñanza, estaría perdida! Ni que decir tiene que esta idea equivocada no está de acuerdo con las Escrituras.
“Confesar” en Romanos 10:9 significa “concordar” (Concordancia Strongs) o “expresar acuerdo.” La pregunta es: ¿Expresar acuerdo con quién? A. Roach dijo, que en base a Filipenses 2:11, que dice: “toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, á la gloria de Dios Padre,” y Romanos 14:11 que dice: “toda lengua confesará á Dios,” está claro que esta confesión se hace a Dios, no a los hombres. El creyente reconoce delante de Dios que Jesucristo es el Señor. H. A. Ironside dijo: “Aquí la confesión no es, naturalmente, la misma que cuando nuestro Señor dice, ‘Cualquiera pues que Me confesare delante de los hombres, le confesaré Yo también delante de Mi Padre que está en los cielos.’ Esta es más bien la confesión del alma a Dios mismo de que ella recibe a Jesús como Señor” (Lectures on Romans, págs. 130-131).
Pablo menciona la “boca” antes del “corazón” (que es el orden encontrado en Deuteronomio 30:14), pero en Romanos 10:10, él invierte ese orden, dando el verdadero orden en que ocurre cuando una persona es salva. Así, la recepción interna de la Palabra por la fe resulta en una expresión externa de fe en la confesión de que Jesucristo es el Señor.
En condiciones normales, un creyente verdadero hará confesión de su fe en Cristo ante sus semejantes. Esto debe ocurrir de forma bastante natural, pues las buenas nuevas de salvación son demasiado buenas para mantenerlas sólo para nosotros. La confesión de nuestra fe delante de los hombres es buena, y si un creyente no confiesa a Cristo delante de los hombres, le será negada una recompensa y una mención honrosa ante el Padre en el día venidero (Mateo 10:32-33)—pero esa no es una condición por la cual él sea o no salvo eternamente. Un nuevo creyente puede vacilar en confesar a Cristo al principio, pero su bienestar eterno no depende de eso. Pablo enseñó que la bendición de salvación es únicamente “por medio de la fe” (Romanos 1:17, 3:30, 4:16, 5:1). Él estaría contradiciéndose en Romanos 10:9, si él estableciese la condición de confesión delante de los hombres como base de salvación de una persona.
El segundo tipo de confesión tiene que ver con los pecados, pero es en conexión con un creyente siendo restaurado a la comunión con Dios. 1 Juan 1:9 dice, “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.” Este versículo se refiere a los hijos en la familia de Dios—o sea a nosotros los cristianos. Un creyente que ha fallado, habiendo permitido el pecado en su vida, necesita regresar en arrepentimiento al punto de partida de su desvío del Señor y confesar esos pecados a Dios el Padre. Al hacer esto, se juzga a sí mismo y llega al fondo de la causa de su desvío. Alguien le preguntó a J. N. Darby sobre una situación en el que una persona se haya apartado de manera general, pero no puede pensar en ningún pecado en particular que ha sido la causa de ello. Él dijo que, si ese fuera el caso, la persona puede confesar que su estado había sido malo.
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Muchos tienen la idea de que pecadores arrepentidos que vienen a Cristo para salvación deben confesar sus pecados. Pero la Escritura no dice esto. Si fuese necesario hacer esto para ser salvo, ¡entonces nadie sería salvo! ¿Qué pecador puede recordarse de todos sus pecados? Especialmente cuando consideramos que la “altivez de ojos, y orgullo de corazón, y el brillo de los impíos, son pecado” (Proverbios 21:4) y “el pensamiento del necio es pecado” (Proverbios 24:9). En este caso, nuestros pecados deben estar en los millares—¡tal vez en los millones! Sería una tarea imposible para un pecador confesar todo eso. Felizmente, Dios no coloca eso como condición de salvación para nuestras almas. El pecador que busca salvación debe reconocer (o confesar) que es un pecador, y al creer, debe confesar a Jesús como Señor. Pero Dios no exige que él tenga que confesar cada pecado que ha cometido en su vida para ser salvo.