J. H. Smith
(continuación del número anterior)
El sacerdocio
En Israel el sumo sacerdote, o pontífice, era de la tribu de Leví, de los descendientes de Aarón. Fueron hechos sacerdotes “sin juramento”. Tenían que ofrecer sacrificios primero por sí mismos, luego por el pueblo, repitiéndolos a menudo. Servían conforme “a la ley de mandamiento carnal”. en la tierra. “Por la muerte no podían permanecer”. Siendo “hombres flacos” todos murieron.
Entrada a la presencia de Dios
En Israel nadie podía entrar en la presencia de Dios sino solamente el sumo sacerdote, y éste solamente una vez al año, no sin sangre ajena, la cual ofrecía por sí mismo, y por los pecados de ignorancia del pueblo (léase Hebreos 9:7). Ningún otro israelita tenía libertad para entrar en la presencia de Dios.
¡Qué contraste con el privilegio y la libertad de entrada que todo cristiano tiene! ¿Por qué? ¡Oh, porque “la sangre de Jesucristo” ha sido derramada! “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo, por el camino que Él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por Su carne” (Hebreos 10:19-20).
El sumo sacerdote
El de Israel era un hombre pecador; tenía que ofrecer sacrificio por sí mismo; y con el tiempo había de morir. En cambio, nuestro pontífice, Jesucristo, fue “santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores, hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como los otros sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una sola vez, ofreciéndose a Sí mismo. Porque la ley constituye sacerdote a hombres flacos; mas la palabra del juramento, después de la ley, constituye al Hijo, hecho perfecto para siempre” (Hebreos 7:26-28).
La muerte puso fin a la intercesión sacerdotal del pontífice en Israel; pero nuestro Pontífice resucitado de entre los muertos, no muere jamás; “por lo cual puede también salvar eternamente a los que por Él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25).
El sacerdote en Israel desempeñó las funciones de su sacerdocio en la tierra; pero nosotros los cristianos “tenemos tal pontífice que se asentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (Hebreos 8:1).
Para la Iglesia el pontífice es el Hijo de Dios. Según la carne era del linaje de David de la tribu de Judá. Fue hecho sacerdote “con juramento”: “Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote eternamente según el orden de Melchisedec”. Él es “santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores”. No tuvo que ofrecer primero sacrificios por Sí mismo, porque jamás pecó de pensamiento, palabra u obra. Para los pecadores ofreció un “solo sacrificio para siempre”, cuando se ofreció “a Sí mismo”. Sirve cual sumo sacerdote “a la diestra del trono de la Majestad en los cielos”, y “según la virtud de vida indisoluble”. No muere jamás. “Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por Él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. (Léanse Hebreos capítulos 7, 8, 9 y 10).
En gloria se sienta a la diestra del gran Dios,
Jesús, nuestro sumo Pontífice en paz,
Alzando Sus manos allí por nosotros
En real simpatía y amor que es tenaz;
Cual sumo sacerdote es potente—
Ya que en la cruz redención consumó—
Para mandar socorro fielmente,
Las misericordias que Él por nos logró.
(Himno 751 del “Himnario Mensajes del Amor de Dios”)
(seguirá, Dios mediante)