Contrastes entre Israel y la Iglesia: Parte 3

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J.H. Smith
(continuación del número anterior)
La adoración
La adoración rendida a Jehová por los israelitas y la rendida al Padre por los verdaderos cristianos (los creyentes) son cosas muy distintas. En Israel, sólo los hijos de una tribu, Leví, y de ella de una sola familia, la de Aarón, podían rendir culto.
Consideremos el culto en el templo tal como nos es reseñado en 2 Crónicas 5:12-14: “Y los levitas cantores ... vestidos de lino fino, estaban con címbalos y salterios y arpas al oriente del altar; y con ellos ciento veinte sacerdotes que tocaban trompetas. Sonaban pues las trompetas, y cantaban con la voz todos a una, para alabar y confesar a Jehová; y cuando alzaban la voz con trompetas, y címbalos e instrumentos de música, cuando alaban a Jehová ... no podían los sacerdotes estar para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había henchido la casa de Dios”.
Aquí, hermanos, tenemos divinamente sancionado el orden de la adoración para la antigua dispensación, el judaísmo, los siglos del trato de Dios con Su pueblo terrenal, antes de la cruz. (C.H. Brown).
En cambio, en la cristiandad todo verdadero creyente, lavado con la sangre preciosa de Cristo, puede rendir culto a Dios. Pedro, escribiendo a los cristianos que antes eran judíos, dijo: “Vosotros sois un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1 Pedro 2:5). Y el autor inspirado (sin duda, Pablo) escribió a los que antes eran hebreos: “ofrezcamos por medio de Él a Dios siempre sacrificio de alabanza, es a saber, fruto de labios que confiesen a Su nombre” (Hebreos 13:15). Ambos se dirigieron a todos los creyentes, no a una clase especial.
En Filipenses 3:3 leemos: “nosotros somos la verdadera circuncisión, los que adoramos a Dios en espíritu” (Versión Moderna).
Cuando la mujer samaritana dijo al Señor Jesús: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalem es el lugar donde es necesario adorar”, ella le dio oportunidad de hablar del cambio del judaísmo a la cristiandad, pues el Señor contestó: “Mujer, créeme, que la hora viene, cuando ni en este monte, ni en Jerusalem adoraréis al Padre ... la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:20-24).
Instrumentos musicales
Los israelitas, que no tenían al Espíritu Santo morando en ellos, no podían adorar a Dios “en espíritu y en verdad”. Tenían que hacer uso de instrumentos fabricados por el hombre: címbalos, flautas, salterios, arpas, trompetas, etc. Pero el cristiano tiene mejor instrumento, uno que el Espíritu de Dios, que mora en él, puede tocar: es su corazón: “hablando entre vosotros con salmos, y con himnos, y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor con [la mejor traducción] vuestros corazones, dando gracias siempre de todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:19-20). Es con el corazón, amados hermanos en Cristo, que adoramos al Padre, no con los instrumentos musicales hechos por el hombre. El Espíritu de Dios no toca tales, pero sí a los corazones agradecidos, de pecadores salvos por la gracia, Él quiere tocarlos.
Templos
Jehová habló a Moisés, diciendo: “Y hacerme han un santuario, y Yo habitaré entre ellos” (Éxodo 25:8). Entonces por mandato divino Moisés y ciertos de los israelitas edificaron el “tabernáculo”. Cuando “acabó Moisés la obra, entonces una nube cubrió el tabernáculo del testimonio, y la gloria de Jehová hinchió el tabernáculo” (Éxodo 40:33-34). Ese tabernáculo fue la morada de Jehová en medio de Su pueblo terrenal durante su peregrinaje por el desierto, y por muchos años en la tierra prometida de Canaán.
Pero cuando el reino fue establecido, el templo fue construido por Salomón en el lugar ordenado por Jehová en Jerusalén. Ya hemos leído como “la gloria de Jehová había henchido la casa de Dios” (2 Crónicas 5:14).
Pero ¡cuán grande el cambio en la cristiandad! El creyente mismo es “el templo de Dios” el cual ya “no habita en templos hechos de mano”, sino por “el espíritu de Dios” mora en los cuerpos de los creyentes en Cristo Jesús. “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (Hechos 7:48; 1 Corintios 3:16). Tanto colectiva como individualmente, los creyentes como “el cuerpo de Cristo”, son “juntamente edificados, para morada de Dios en Espíritu” (Efesios 2:22). ¡Cuán bendito el privilegio otorgado a cada creyente en Cristo Jesús, el de ser hecho “templo de Dios ... morada de Dios”! (véase Juan 14:23).
(seguirá, Dios mediante)