Contrastes Entre Israel Y La Iglesia

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El Llamamiento
El llamamiento de Israel, cuyo progenitor fue Abraham, era terrenal: “Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu simiente daré esta tierra” [Canaán] (Gén. 12:7). Jehová dijo a Jacob (Israel): “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac: la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu simiente” (Gén. 28:13).
El llamamiento de la Iglesia (es decir, el conjunto de todos los pecadores salvos por la gracia soberana de Dios desde el día de Pentecostés hasta el momento de la venida del Señor), es celestial “. . hermanos santos, participantes de la vocación celestial” (Heb. 3:1). “Nuestra vivienda es en los cielos” (Fil. 3:20). “. . . la esperanza que os está guardada en los cielos” (Col. 1:5), “que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria” (Col. 1:27). Bendecidos “con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo” (Efe. 1:3).
¿Cuándo fue hecho el llamado? Abraham fue llamado por Jehová casi dos mil años A.C. (Según las genealogías en Génesis, fijada la fecha de la creación de Adam a 4.004 A.C.). La Iglesia fue escogida en Cristo antes de que el mundo fuese creado: “según nos escogió en El [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de El en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a sí mismo, según el puro afecto de su voluntad” (Efe. 1:4,5). ¡Bien podemos exclamar con reverencia y adoración! “Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos [o: “nos favoreció” ] en el Amado” [en Cristo] (Efe. 1:6).
El Sacrificio Por El Pecado
Los sacrificios de animales limpios y de aves ofrecidos por los israelitas eran provisionales y no podían borrar de una vez los pecados, como leemos en Hebreos 10:1-4: “Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se allegan. De otra manera cesarían de ofrecerse; porque los que tributan este culto, limpios de una vez, no tendrían más conciencia de pecado. Empero en estos sacrificios cada año se hace conmemoración de los pecados. Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.”
Pero es el sacrificio de Cristo, El Cordero de Dios, que ahora perfecciona para siempre al pecador arrepentido, al conjunto de los pecadores salvos por la gracia de Dios — la Iglesia. “Somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez . . . éste, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio para siempre, está sentado a la diestra de Dios . . . . Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificado” (Heb. 10:10-14).
Para Israel, entonces, era un sacrificio en su eficacia temporal; para la Iglesia un sacrificio en su eficacia eternal.
El Sacerdocio
En Israel el sumo sacerdote, o pontífice, era de la tribu de Leví, de los descendientes de Aarón. Fueron hechos sacerdotes “sin juramento.” Tenían que ofrecer sacrificios primero por sí mismos, luego por el pueblo, repitiéndolos a menudo. Servían conforme “a la ley de mandamiento carnal” en la tierra. “Por la muerte no podían permanecer.” Siendo “hombres flacos” todos murieron.
Entrada a La Presencia De Dios
En Israel nadie podía entrar en la presencia de Dios sino solamente el sumo sacerdote, y éste solamente una vez al año, no sin sangre ajena, la cual ofrecía por sí mismo, y por los pecados de ignorancia del pueblo (léase Heb.9:7). Ningún otro israelita tenía libertad para entrar en la presencia de Dios.
¡Qué contraste con el privilegio y la libertad de entrada que todo cristiano tiene! ¿Por qué? ¡Oh, porque “la sangre de Jesucristo” ha sido derramada! “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo, por el camino que Él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por su carne” (Heb.10:19,20).
El Sumo Sacerdote
El de Israel era un hombre pecador; tenía que ofrecer sacrificio por sí mismo; y con el tiempo había de morir. En cambio, nuestro pontífice, Jesucristo, fue “santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores, hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como los otros sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una sola vez, ofreciéndose a sí mismo. Porque la ley constituye sacerdote a hombres flacos; mas la palabra del juramento, después de la ley, constituye al Hijo, hecho perfecto para siempre” (Heb. 7:26-28).
La muerte puso fin a la intercesión sacerdotal del pontífice en Israel; pero nuestro Pontífice resucitado de entre los muertos, no muere jamás; “por lo cual puede también salvar eternamente a los que por Él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:25).
El sacerdote en Israel desempeñó las funciones de su sacerdocio en la tierra; pero nosotros los cristianos “tenemos tal pontífice que se asentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (Heb.8:1).
Para la Iglesia el pontífice es el Hijo de Dios. Según la carne era del linaje de David de la tribu de Judá. Fue hecho sacerdote “con juramento”: “Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote eternamente según el orden de Melchisedec.” Él es “santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores.” No tuvo que ofrecer primero sacrificios por sí mismo, porque jamás pecó de pensamiento, palabra u obra. Para los pecadores ofreció “a sí mismo.” Sirve cual sumo sacerdote “a la diestra del trono de la Majestad en los cielos,” y “según la virtud de vida indisoluble.” No muere jamás. “Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por Él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.” (Léanse Hebreos caes. 7,8,9, 10).
La Adoracion
La rendida a Jehová por los israelitas y la rendida al Padre por los verdaderos cristianos (los creyentes) son cosas muy distintas. En Israel, sólo los hijos de una tribu, Levi, y de ella de una sola familia, la de Aarón, podían rendir culto.
“Consideremos el culto en el templo tal como nos es reseñado en 2° de Crónicas 5:12-14: ‘Y los levitas cantores . . . vestidos de lino fino, estaban con címbalos y salterios y arpas al oriente del altar; y con ellos ciento veinte sacerdotes que tocaban trompetas. Sonaban pues las trompetas, y cantaban con la voz todos a una, para alabar y confesar a Jehová; y cuando alzaban la voz con trompetas, y címbalos e instrumentos de música, cuando alaban a Jehová . . no podían los sacerdotes estar para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había henchido la casa de Dios.’
“Aquí, hermanos, tenemos divinamente sancionado el orden de la adoración para la antigua dispensación, el judaísmo, los siglos del trato de Dios con su pueblo terrenal, antes de la cruz.” (C.H.B).
En cambio, en la cristiandad todo verdadero creyente, lavado con la sangre preciosa de Cristo, puede rendir culto a Dios. Pedro, escribiendo a los cristianos que antes eran judíos, dijo: “Vosotros sois un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1aPedro 2:5). Y el autor inspirado (sin duda, Pablo) escribió a los que antes eran hebreos: “ofrezcamos por medio de El a Dios siempre sacrificio de alabanza, es a saber, fruto de labios que confiesen a su nombre” (Heb.13:15). Ambos se dirigieron a todos los creyentes, no a una clase especial.
En Filipenses 3:3 leemos: “nosotros somos la verdadera circuncisión, los que adoramos a Dios en espíritu” (V.M.).
Cuando la mujer samaritana dijo al Señor Jesús: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde es necesario adorar,” ella le dio oportunidad de hablar del cambio del judaísmo a la cristiandad, pues el Señor contestó: “Mujer, créeme, que la hora viene, cuando ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre . . . la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:20-24).
Instrumentales Musicales
Los israelitas, que no tenían al Espíritu Santo morando en ellos, no podían adorar a Dios “en espíritu y en verdad.” Tenían que hacer uso de instrumentos fabricados por el hombre: címbalos, flautas, salterios, arpas, trompetas, etc. Pero el cristiano tiene mejor instrumento, uno que el Espíritu de Dios, que mora en él, puede tocar: es su corazón: “hablando entre vosotros con salmos, y con himnos, y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor con [la mejor traducción] vuestros corazones, dando gracias siempre de todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efe.5:19,20). Es con el corazón, amados hermanos en Cristo, que adoramos al Padre, no con los instrumentos musicales hechos por el hombre. El Espíritu de Dios no toca tales, pero sí a los corazones agradecidos, de pecadores salvos por la gracia, Él quiere tocarlos.
Templos
Jehová habló a Moisés, diciendo: “Y hacerme han un santuario, y yo habitaré entre ellos” (Exo.25:8). Entonces por mandato divino Moisés y ciertos de los israelitas edificaron el “tabernáculo.” Cuando “acabó Moisés la obra, entonces una nube cubrió el tabernáculo del testimonio, y la gloria de Jehová hinchió el tabernáculo” (Exo.40:33,34). Ese tabernáculo fue la morada de Jehová en medio de su pueblo terrenal durante su peregrinaje por el desierto, y por muchos años en la tierra prometida de Canaán.
Pero cuando el reino fue establecido, el templo fue construido por Salomón en el lugar ordenado por Jehová en Jerusalén. Ya hemos leído como “la gloria de Jehová había henchido la casa de Dios” (2°Crón. 5:14).
Pero ¡cuán grande el cambio en la cristiandad! El creyente mismo es “el templo de Dios” el cual ya “no habita en templos hechos de mano,” sino por “el espíritu de Dios” mora en los cuerpos de los creyentes en Cristo Jesús. “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (Hch. 7:48; 1aCor. 3:16). Tanto colectiva como individualmente, los creyentes como “el cuerpo de Cristo,” son “juntamente edificados, para morada de Dios en Espíritu” (Efe. 2:22). ¡Cuán bendito el privilegio otorgado a cada creyente en Cristo Jesús, el de ser hecho “templo de Dios . . . morada de Dios”! (véase Jn. 14:23).
Conmemoracion
Los israelitas fueron redimidos de su estado triste de esclavitud bajo el poder de Faraón en Egipto, con la sangre del cordero inmolado. Dios les mandó así: “tomarán de la sangre, y pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer. Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura: con hierbas amargas lo comerán . . . . Y guardaréis esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre” (Exo. 12:7,8,24). Conforme a la voluntad de Jehová, los israelitas habían de guardar la solemnidad de la pascua: “en el mes primero, a los catorce del mes, entre las dos tardes, pascua es de Jehová” (Lev. 23:5). “los hijos de Israel harán la pascua a su tiempo. El decimocuarto día de este mes, entre las dos tardes, la haréis a su tiempo: conforme a todos sus ritos, y conforme a todas sus leyes la haréis” (Núm. 9:2,3).
Ya no era necesario que untaran o rociaran el dintel y los dos postes de sus casas con la sangre derramada del cordero inmolado, pero sí comían de su carne asada con fuego y a la vez con pan sin levadura y hierbas amargas.
Pero los israelitas estuvieron muy desobedientes a la Palabra del Señor, muy negligentes en comer la Pascua. Léase 2°Crón. 30:1-3. No estaban reunidos en el mes primero, a los catorce días del mes, con deseo de comer la pascua en Jerusalén, el lugar que Jehová había escogido “para hacer habitar allí su nombre” (Deut. 16:2). Además, los sacerdotes no se hallaban en condiciones santas para desempeñar su responsabilidad. Pero el Señor, que preve todo, había hecho provisión para tal situación en la ley de Moisés; léase Núm. 9:9-11. Léase también el v. 13, que demuestra el desagrado del Señor cuando el israelita no hiciera la pascua: “el tal hombre llevará su pecado.”
Ahora bien, para el cristiano ¿cuál conmemoración sustituye el pascua del israelita? Es la cena del Señor.
Consideremos estos comentarios: para la cristiandad, “Egipto” simboliza el “mundo.” “Faraón” es una figura del “diablo,” el “príncipe” de este mundo (Jn. 13:13). La pascua simboliza Cristo muerto por nuestros pecados: “porque nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros” (1aCor. 5:7). La “solemnidad de los ázimos” (Lev. 23:6) presenta la idea de la vida santa que el cristiano debe llevar: “así que hagamos fiesta, no en la vieja levadura, ni en la levadura de malicia y de maldad, sino en ázimos de sinceridad y de verdad” (1aCor. 5:8).
Jesús, casi al momento de partir de este mundo, no nos dio un mandamiento mosaico, sino expresó un ardiente deseo cuando instituyó la cena:
“Y tomando el pan, habiendo dado gracias, partió, y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por monte de Seir, a la tierra de los cuales no quisiste que Asimismo también el vaso, después que hubo cenado, diciendo: Este vaso es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.” De esa manera conmovedora Jesús habló a los once. Y a nosotros los creyentes en El, ¿no nos ha dicho nada al respecto? ¡Sí, enfáticamente! por medio del apóstol a los gentiles, Pablo: “porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo que por vosotros es partido: haced esto en memoria de Mí” (1aCor. 11:23-25).
¿Hasta cuándo deben de cumplir los redimidos del Señor Jesús con su solicitud ferviente? “Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga” (v.26).
¡HASTA QUE VENGA! ¿Y cuán a menudo? “Todas las veces” sin decir cuán a menudo. Pero ¿qué instrucción se entiende de esta Escritura? “el día primero de la semana, juntos los discípulos a partir el pan” (Hch. 20:7).
En contraste con el israelita que podía comer la Pascua una sola vez el año, ¿no es conmovedora la invitación del Redentor del cristiano: “Haced esto todas las veces que comiereis, que bebiereis, en memoria de Mí”?
Las Oraciones
“He aquí los hijos de Ammón y de Moab, y los del En ciertos aspectos las oraciones del cristiano y las del israelita elevan a Dios los mismos deseos, anhelos y súplicas. Como ejemplos de estas clases de la oración citamos las siguientes:
“Guárdame, oh Dios, porque en Ti he confiado” (Sal. 16:11).
“Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de Ti” (Sal. 19:14).
“Oye, oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende. Desde el tabo de la tierra clamaré a Ti, cuando mi corazón desmayare: a la peña más alta que yo me conduzcas” (Sal. 61:1,2).
Pero las oraciones del cristiano y del israelita que son caracteristicas de sus respectivos llamamientos son muy diferentes, porque sus llamamientos son tan distintos, como ya hemos observado en el primer artículo de esta serie.
La herencia de los israelitas era terrenal. Tenían enemigos que querían quitarles sus tierras. Pedían al Señor que les diera la victoria en la batalla con ellos. La siguiente es una oración típica de los israelitas:
“He aquí los hijos de Ammón y de Moab, y los del monte de Seir, a la tierra de los cuales no quisiste que pasase Israel cuando venían de la tierra de Egipto, sino que se apartasen de ellos, y no los destruyesen; he aquí ellos nos dan el pago, viniendo a echarnos de tu heredad, que Tú nos diste a poseer. ¡Oh Dios nuestro! ¿no los juzgarás Tú? porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros: no sabemos lo que hemos de hacer, mas a Ti volvemos nuestros ojos” (2° Crón. 20:10-12).
Esa oración era colectiva, la de todos los israelitas. La siguiente es la de una sola persona, pidiendo la intervención del Señor contra sus enemigos:
“Sea su mesa delante de ellos por lazo, y lo que es para bien por tropiezo. Sean oscurecidos sus ojos para ver, y has siempre titubear sus lomos. Derrama sobre ellos tu ira, y el furor de tu enojo los alcance” (Sal. 69:22-24).
Pero en contraste marcado, la Iglesia de Dios, y el creyente individualmente, no piden la maldición de sus enemigos, sino todo lo contrario: piden - como su Señor y Salvador pidió — perdón para todos ellos. Oró Jesús crucificado: “Padre, perdónalos; porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34). Asimismo Esteban, cuando los judíos airados le apedreaban, oró: “Señor, no les imputes este pecado” (Hch. 7:60), como Jesús había enseñado a los suyos: “orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mat. 5:44).
A propósito, el apóstol Pablo, al escribir su última epístola, la 2a Timoteo, no pronunció una imprecación contra “Alejandro el calderero.” La traducción correcta de su escrito es así: “Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pagará [no le pague ] conforme a sus hechos” (cap. 4: v. 14). Según el espíritu de la “gracia de Dios,” hubiera sido imposible que el anciano siervo del Señor, que dijo: “nos maldicen, y bendecimos” (1aCor. 4:12), escribiera una maldición.
Hay aun otra clase de oración cristiana, la que está relacionada con el llamamiento celestial. Era demás que un israelita orase que Dios le diese a conocer su llamamiento, pues ya estaba en su herencia terrenal en Canaán; pero el cristiano no tiene una herencia visible en este mundo, sino una herencia invisible al ojo mortal e incomprehensible a la mente del hombre natural. Cuando aquél recién es nacido de Dios, es un niño en cuanto a las cosas espirituales. Pero va creciendo poco a poco en el conocimiento de ellas. Por eso precisa de las oraciones apostólicas, por ejemplo:
“No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones; que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para su conocimiento; alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál sea la esperanza de su vocación, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos . . . . “ (Efe. 1:16-18, pero léase el pasaje al fin, vv. 23).
“Doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo, del cual es nombrada toda la parentela en los cielos y en la tierra, que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser corroborados con potencia en el hombre interior por su Espíritu. Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones; para que, arraigados y fundados en amor, podáis bien comprender con todos los santos cuál sea la anchura y la longura y la profundidad y la altura, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efe. 3:14-19).
Bendiciones
Las bendiciones características del israelita eran terrenales. Hay muchas Escrituras que las describen, por ejemplo:
“Apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu simiente daré esta tierra (la) de Canaán” (Gén. 12:5,7). Jacob y sus doce hijos eran la “simiente” de Abram, llamados “los hijos de Israel.” “Jehová dijo a Moisés: Ve, sube de aquí, tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a Abraham, Isaac, y Jacob, diciendo: A tu simiente le daré” (Exo. 33:1).
“Y será que, si oyeres diligente la voz de Jehová tu Dios, para guardar, para poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te pondrá alto sobre todas las gentes de la tierra; y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, cuando oyeres la voz de Jehová tu Dios, bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, y el fruto de tu bestia, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas. Bendito tu canastillo y tus sobras. Bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir” (Deut. 28:1-6).
Pero los hijos de Israel no obedecieron los mandamientos del Señor; por lo tanto perdieron Sus bendiciones y la tierra de Canaán (o sea Palestina). Las diez tribus fueron esparcidas entre las naciones (léase el Libro de 2° Reyes, capítulo 17) y nadie sabe dónde se hallen hoy día. Las otras tribus, Judá y Benjamín, fueron llevados cautivas a Babilonia después. Un remanente volvió a Jerusalén. Sus descendientes crucificaron a su Mesías, Jesús. Luego los romanos destruyeron a Jerusalén en el año 70 y los sobrevivientes de los judíos fueron esparcidos y hasta hoy existen en todas partes del mundo. Hoy en día hay dos 6 tres millones en Palestina y la nación se llama “Israel.” Materialmente están haciendo grandes progresos, pero todavía son incrédulos y sin arrepentimiento; por lo tanto serán castigados más que nunca en los días de la gran tribulación que han de venir. (Mat. 24:21,22). Entonces algunos de ellos — el remanente — se arrepentirán y recibirán a su gran Mesías, Jesucristo, cuando El venga (léase Zacarías 12:10:14; Mat. 24:30; Mat. 26:64).
En contraste con todo aquello, las bendiciones de la Iglesia son muy distintas y elevadas: bendecida “con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo: según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de El en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a sí mismo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado; en el cual tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados por las riquezas de su gracia” (Efe. 1:3-7).
¡Qué contraste más marcado! Los creyentes en Cristo Jesús, pecadores salvos por la gracia infinita de Dios y limpiados del todo por la sangre preciosa de Cristo, son bendecidos — no con los frutos de una porción de la tierra en Canaán, sino — con toda bendición espiritual. Hay muchas y los creyentes son bendecidos con todas. Además, todas son de categoría altísima. Hablando reverentemente, Dios Padre mismo no hubiera podido concebir bendiciones más altas, más sublimes y más dignas de Su persona que éstas. Basta meditar en este pasaje en Efesios para poder comprender y apreciar cuáles son las bendiciones celestiales derramadas en los que son hechos hijos de Dios por adopción a Sí mismo por medio del Señor Jesús.
Aquí en la tierra Dios nos promete a los creyentes sólo tres cosas: comida para sostener nuestra vida; vestido para cubrir el cuerpo; y persecución por cuanto estamos en un mundo opuesto a Cristo, nuestro Salvador y Señor. Él está arriba en el cielo; allí está nuestro hogar; y allí nuestra herencia: bendecidos “con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo.”
Los Libros Divinamente Inspirados
Al principio de la historia humana no era necesario transmitir información por escrito, ya que la duración de las vidas de los patriarcas era medida en siglos, no en años, de modo que Isaac hubiera podido saber de los labios de un testigo ocular lo que sucedió cuando Dios mandó el diluvio universal que ahogó el mundo de los malvados. Y Sem fue contemporáneo con Matusalén y Lamech durante un siglo, y éstos con Adam durante 240 años y 50 años, respectivamente. Adam vivió 930 años, y Sem, 600 años. Así que es fácil entender cómo el conocimiento de Dios fue transmitido oralmente, pero con fidelidad.
Con el desarrollo de la civilización en el Cercano Oriente después del diluvio, el arte de escribir se desarrolló también de varios modos.
Llegó el tiempo cuando el Señor quiso comunicar su mente por escritos y mandó a Moisés escribir (véase Ex. 34:27,28) los cinco libros llamados “la ley de Moisés” (Luc. 24:44): Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
El libro de Job, una historia escrita, probablemente por “Eliú, hijo de Barachel, Bucita, de la familia de Ram” (Job 32:2), también es de los tiempos antiguos, tal vez anterior a los libros de Moisés. “Buz” (padre de los bucitas) fue sobrino de Abraham (véase Gén. 22:21).
Después los demás libros históricos del Antiguo Testamento, y los escritos de los profetas, fueron todos escritos por “los santos hombres de Dios . . . siendo inspirados del Espíritu Santo” (2aPed. 1:21), a medida que el Señor quiso comunicar su mente. Estos se comprenden en dos grupos, denominados por el Señor Jesús, “los profetas, y . . . los salmos” (Luc. 24:44). Los “profetas” son los libros desde Isaías hasta Malaquías, 16 tomos. Los “salmos” incluyen todos los libros poéticos e históricos, incluyendo el de Job, 18 tomos. Malaquías, que cierra el Antiguo Testamento, fue escrito unos cuatro siglos A.C.
Los libros inspirados del Antiguo Testamento son 39. Los libros apócrifos (la palabra significa: “de dudosa autenticidad”) que aparecen en algunas ediciones de la Biblia no son inspirados de Dios. Hay cuatro razones por qué no son del canon de las Sagradas Escrituras: 1.Los libros no tienen este sello de autenticidad: “Así ha dicho Jehová,” afirmación que está escrita cientos de veces en los libros canónicos. 2.Los sacerdotes israelitas, que guardaban las Sagradas Escrituras con un celo y un cuidado ardientes, no los reconocieron como canónicos. 3.EI Señor Jesucristo y sus apóstoles, que citaron mucho del Antiguo Testamento, no entresacaron un solo texto de los libros apócrifos. 4.Jeróniomo, el traductor de la Vulgata (del 4° siglo d.J.), la Biblia católica, excluyó lo apócrifo del canon. En su prefacio al libro de Tobías, dijo que no se hallaba en las Escrituras hebraicas. Atanasio, Origen, Eusebio, padres cristianos de los primeros siglos, no reconocieron los libros apócrifos como canónicos. Toda autoridad, judaica y cristiana, los rechazó hasta el Concilio de Trento (1.545 d.J.).
El Antiguo Testamento empezó con la creación, la obra maestra de Dios, pero terminó con una maldición (“no sea que Yo venga, y con destrucción hiera la tierra” — Mal. 4:6), el resultado del fracaso del hombre.
El Nuevo Testamento empieza con el advenimiento al mundo de su Creador, hecho carne en la Persona de Jesucristo, y termina con una bendición (“la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén” — Apo. 22:21). El contraste marcado entre el contenido de los libros del Antiguo Testamento dados especialmente a los israelitas, y el contenido de los libros del Nuevo Testamento dados especialmente a los cristianos, se expresa en un solo versículo: “la ley por Moisés fue dada; mas la gracia y la verdad por Jesucristo fue hecha” (Jn. 1:17).
Los libros del Nuevo Testamento se dividen en cuatro clases: los 4 evangelios, los Hechos, las 21 epístolas y el Apocalipsis, en total 27 libros. Fueron escritos exactamente como fueron escritos los del Antiguo Testamento “los santos hombres de Dios” (apóstoles y otros) escribieron, “siendo inspirados del Espíritu Santo” (2a Ped. 1:21). “Los que os escribo . . . son mandamientos del Señor” (la Cor. 14:37).
Fueron escritos todos en el intervalo corto entre el día de Pentecostés, el de la formación de la Iglesia, y el fin del primero siglo d.J., a medida que el Señor Jesús, la Cabeza de la Iglesia, vio la necesidad espiritual de su pueblo redimido, y quiso cumplir la Palabra de Dios, por escritos, no faltando ninguna enseñanza o instrucción: “las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salud por la fe que es en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra” (2a Tim. 3:15-17).
La Separacion
La de Israel. La nación de Israel fue apartada de las demás naciones por el Señor mismo, conforme a su voluntad soberana y sus múltiples propósitos sabios. Citamos unos pasajes para demostrar esto:
“¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en andar tú con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?” (Ex. 33:16).
“Porque tú eres pueblo santo a Jehová tu Dios:
Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová, y os ha escogido; porque vosotros erais los más pocos de todos los pueblos; sino porque Jehová os amó” (Dt. 7:6-8).
“Cuando el Altísimo hizo heredar a las gentes, cuando hizo dividir los hijos de los hombres, estableció los términos de los pueblos según el número de los hijos de Israel. Porque la parte de Jehová es su pueblo; Jacob la cuerda de su heredad” (Dt. 32:8,9).
Hablando prácticamente, Canaán, o Palestina, se sitúa en el centro geográfico de la superficie de todas las tierras del mundo entero. Además, se sitúa en la encrucijada entre el norte y el sur, entre el oriente y el occidente. Allí el Señor dispuso la heredad terrenal de su pueblo Israel, con las heredades de las naciones alrededor. Allí Israel, un pueblo pequeño en número, tendría que depender del “brazo de Jehová” (Isa. 53:1) para su protección y preservación.
Para mantener la nación íntegra y preservada de la idolatría reinante, se les prohibió a los israelitas contraer matrimonio con los gentiles: “por tanto no harás alianza con los moradores de aquella tierra; porque fornicarán en pos de sus dioses, y sacrificarán a sus dioses, y te llamarán, y comerás de sus sacrificios; o tomando de sus hijas para tus hijos, y fornicando sus hijas en pos de sus dioses, harán también fornicar a tus hijos en pos de los dioses de ellas” (Ex. 34:15,16).
En una palabra, era la voluntad de Jehová que su pueblo Israel fuese un testigo fiel para El, el Dios Creador, el solo Dios verdadero; y para ese propósito era imprescindible que el pueblo se mantuviese totalmente apartado de las naciones alrededor y de su idolatría reinante. Israel desobedeció.
La separación de la Iglesia. Es totalmente distinta de la de Israel. No es cuestión de un aislamiento tras muros de mandamientos numerosos y minuciosamente específicos, dados a un pequeño pueblo geográficamente colocado en una sola ubicación. Los creyentes en el Señor Jesús, que son miembros de su cuerpo, que es la Iglesia (Efe. 1:22,23), son escogidos de todas las naciones esparcidas por todas partes del mundo. En los Hechos 15:14 leemos “cómo Dios primero visitó a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre.”
El apartamiento de la Iglesia es una separación espiritual y moral, no de carácter físico o geográfico. Cuando Jesús oró al Padre un poco antes de que volviese al cielo por el camino de la Cruz, hablando de los suyos, dijo: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, también los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que ellos sean santificados en verdad” (Juan 17:15-19): Mientras vivimos, nosotros los creyentes estamos en este mundo, pero, por llamado divino, no somos del mundo. El Señor señaló el propósito que tuvo al dejarnos en el mundo después de salvarnos de nuestros pecados (pues al salvarnos Él hubiera podido llevarnos enseguida a la casa del Padre). Como el Padre Le envió al mundo para testificar de la verdad, asimismo el Hijo nos envió al mundo para proclamar la verdad. Y en cuanto a nuestra separación del mundo, Él se apartó a Sí mismo en el cielo con la mira de interceder por su pueblo redimido en la tierra, para mantenernos practica-mente apartados del mal que nos rodea. Entre otros tantos peligros que nos acechan, hay el del yugo desigual: “No os juntéis en yugo con los infieles [los no creyentes ]: porque ¿qué compañía tiene la justicia con la injusticia? ¿y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿o qué parte el fiel con el infiel? ¿Y qué concierto el templo de Dios con los ídolos? porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como
Dios dijo: Habitaré y andaré en ellos; y seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, ‘Salid de en medio de ellos, y apartaos,’ dice el Señor, ‘y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré a vosotros Padre, y vosotros me seréis a mí hijos e hijas,’ dice el Señor Todopoderoso” (2aCor. 6:14-18).
Cosas Comestibles
Para Israel. En Levítico 11 están escritas las leyes detalladas acerca de lo que los hijos de Israel podían comer, o no comer (vv. 1 al 31). Todo el mundo sabe que el judío ortodoxo no come carne del puerco, pues para él, según la ley de Moisés, es animal inmundo. Pero había muchos otros animales, peces, reptiles y aves señalados por inmundos.
En esta instrucción literal y específica dada a los israelitas, hay instrucción para el cristiano. Los animales limpios y comestibles, tales como el ganado, las ovejas, las cabras, etc., tenían pezuñas hendidas, y rumian. Para el creyente, la pezuña hendida habla de un andar separado del mundo puesto en maldad (léase 2a Cor. 6:14-18): y el rumiar habla de la meditación sobre la Palabra de Dios después de leerla, tal como la oveja que traga su comida y luego la devuelve a la boca y la mastica lentamente.
Hay bastante instrucción espiritual para el cristiano en lo que las fue prohibido comer a los israelitas. Por ejemplo: el “buho.” Es un ave nocturna. El cristiano es “del día.” Otro: el puerco. Tiene pezuña hendida, sí, pero no rumia. El creyente que no medita diariamente en la Palabra de Dios está en gran peligro de caerse en la mundanalidad.
Para la Iglesia. La instrucción dada al cristiano es totalmente diferente de la que fue dada a los israelitas; también es muy sencilla y a la vez comprensiva:
“Empero el Espíritu dice manifiestamente, que en los venideros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios; que con hipocresía hablarán mentira, teniendo cauterizada la conciencia. Que prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de las viandas que Dios crió para que con hacimiento de gracias participasen de ellas los fieles, y los que han conocido la verdad. Porque todo lo que Dios crió es bueno, y nada hay que desechar, tomándose con hacimiento de gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado. Si esto propusieres a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, criado en las palabras de la fe y de la buena doctrina, la cual has alcanzado” (la Tim. 4:1-6).
Este pasaje es muy importante. Era preciso que Timoteo, como buen siervo de Jesucristo, lo propusiera a los hermanos en Cristo. Nos da a entender que el prohibir casarse, y el abstenerse de las viandas que Dios creó, son doctrinas de demonios procedentes de espíritus (no de verdad, sino) de error. Hay varias sectas apóstatas llamadas cristianas que enseñan y practican tales doctrinas. La palabra de Dios no produce ningún resultado en su conciencia, porque está cauterizada, y ellos con hipocresía hablan mentiras. ¡Es un estado terrible cuando seres humanos no son ya sensibles a la verdad!
Todo lo que Dios ha creado, de lo comestible, es bueno para comer; es alimento autorizado por la palabra de Dios, y por la oración. Esta autorización otorgada a nosotros por el Señor, mientras Israel está todavía puesto a un lado por su rechazamiento del Mesías, conforme a la autorización original otorgada a Noé y a sus hijos cuando salieron del arca: “Todo lo que se mueve y vive, os será para mantenimiento: así como las legumbres y hierbas, os lo he dado todo” (Gén. 9:3). Había una sola prohibición: “Empero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis” (v. 4). El hombre, por su pecado, había perdido el derecho a la vida. Esta prohibición dada al principio de la época posdiluviana, ha seguido en vigor. Fue repetida a los hijos de Israel (Lev. 17:10-14). Fue reiterada y a los cristianos — por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo (Hch. 15:20,29).
El negar el cristiano el derecho de casarse o de comer carne es apostasía de la verdadera fe.
La Espada Y La Guerra
Cristianos bien instruídos en la Palabra de Dios saben que hay una diferencia enorme entre el llamamiento terrenal del israelita y el llamamiento celestial del cristiano e igualmente entre la guerra propia al israelita, o sea al judío, y la que conviene al cristiano.
“El israelita fue el ministro del gobierno justo de Dios en la tierra; el cristiano es el exponente de la gracia de Dios hacia todo el mundo.”
Jehová para establecer Sus derechos en la tierra, mandó a los israelitas tomar la espada y aniquilar a los cananeos en Palestina, gentes idólatras y moralmente corruptas, cuya maldad había llegado al colmo. Léase Josué 5:13-15. El “Príncipe del ejército,” Jehová mismo, apareció con una “espada desnuda en su mano.”
Pero ¿cómo entró Jesús en el mundo, cual exponente sin igual de la gracia de Dios? Entró con la espada del mundo en contra de Él, y se sometió a ella: Herodes procuró matarle cuando era niño. Pilato le mató siendo hombre.
Y ¿qué instrucción nos dio el Señor Jesús en cuanto a nuestras relaciones con los hombres? “No resistáis al mal; antes a cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra” (Mat. 5:39).
Y en contraste con el mandamiento dado a los israelitas, ¿cuál es la gran comisión dada a los cristianos? “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura” (Mar. 16:15). “Id por todo el mundo,” no sólo a la tierra de Canaán; “predicad el evangelio,” o sean las buenas nuevas, no hacer guerra; id “a toda criatura,” no a un solo pueblo.
El llamamiento del cristiano es celestial: “participantes de la vocación celestial” (Heb. 3:1). Su guerra no es terrenal, sino espiritual: “no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires” (Efe. 6:12). El diablo es el “príncipe de la potestad del aire” (Efe. 2:2), y esos principados, etc., son de su reino. Contra ellos tenemos que luchar. Y ¿con qué espada? ¿La de acero? ¡No! La del Espíritu: “tomad . . . la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Efe. 6:17).
Sus• Respectivas Misiones
La misión principal de Israel fue la de dar testimonio del Dios verdadero, revelado a ellos como Jehová. Después del diluvio en los días de Noé, no pasó mucho tiempo antes de que los hombres empezaran a hacerse ídolos y a adorarlos. El padre mismo de Abraham, Tharé, era un idólatra: “Y dijo Josué a todo el pueblo: Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente de esotra parte del río, es a saber, Tharé, padre de Abraham y de Nachr; y servían a dioses extraños” (Josué 24:2).
Fue el diablo que introdujo en la mente de Eva misma la idea de “dioses” (Gén. 3:5). Pero tras los ídolos están los demonios: “lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios” (la Cor. 10:20).
Dios apartó a Abraham de la casa idólatra de su padre, Tharé, de su parentela y de su patria, Ur de los Caldeos (comp. Gén. 12:1) empezando con él un pueblo apartado en la tierra de la idolatría y puesto por testigo del Dios verdadero, del Creador. Los bisnietos de Abraham, o sean los doce hijos de Jacob, y sus descendentes, formaron el pueblo de Israel, al cual Jehová Dios dio la ley, los diez mandamientos. El primero de éstos dice así: “No tendrás dioses ajenos delante de mí.” El segundo dice: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Exo. 20:3,4).
Pero en esa su gran comisión que tuvo que desempeñar entre las naciones, la de dar testimonio fiel del Dios Creador, Israel fracasó y llegó a ser más idólatra que las naciones mismas (léase 2°Crón. 33:9; 36:14-16). El vocablo “dios” en su sentido falso, o idólatra, ocurre más o menos 230 veces en la Biblia. Casi 90 ocurrencias denuncian la idolatría de los israelitas mismos.
En contraste con Israel, ¿cuál es la gran comisión dada a la Iglesia? Es la de dar testimonio de Jesús, el Hijo eterno de Dios, revelado en carne, y en su propia persona “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén” (Rom. 9:5). “Adora a Dios: porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apo. 19:10). Juntamente con este testimonio a su persona, va el testimonio al valor de su obra redentora, llamado “el evangelio de Dios . . . acerca de su Hijo . . . de Jesucristo, Señor nuestro” (Rom. 1:1-4).
Así que los cristianos son encargados con la responsabilidad de anunciar y de defender la dignidad y la gloria del Señor Jesucristo, y a la vez de pregonar a todo el mundo que hay salvación de pecado y de la condenación eterna ofrecida a cuantos crean en la virtud del sacrificio expiatorio de Jesús en la cruz. “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura” (Mar. 16:15). “No me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios para salud a todo aquel que cree” (Rom. 1:16). “Me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1aCor. 9:16). “Firmes en un mismo espíritu, unánimes combatiendo juntamente por la fe del evangelio” (Fil. 1:27). “Haz la obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2°Tim. 4:5).
Pero ¿qué diremos del testimonio de la Iglesia en la tierra? ¿No ha fracasado? ¡Ay! ha sido más infiel que Israel. En este aspecto, no hay contraste entre Israel y la Iglesia profesante: ambos han deshonrado a píos, pero la Iglesia aún más que Israel. En un sector grande del cristianismo, los ídolos se han multiplicado cien veces más que en Israel. La predicación del verdadero evangelio de Dios acerca de su Hijo, el único Salvador de los pecadores, y de la remisión de pecados por fe en su sangre preciosa, ha sido suprimida, y los predicadores de la verdad han sido perseguidos, torturados y matador por millares.
En fin, el hombre es un fracaso completo. “Dejaos del hombre, cuyo hálito está en su nariz; porque ¿de qué es él estimado?” (Isa. 2:22). Más bien contemplemos al Hombre glorioso, Cristo, que honró a Dios en toda circunstancia, en todo momento, en pensamiento, en obra y en palabra: “al que no conoció pecado . . . no hay pecado en él . . . el cual no hizo pecado; ni fue hallado engaño en su boca: quien cuando le maldecían, no retornaba maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino remitía la causa al que juzga justamente: el cual mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros siendo muertos a los pecados, vivamos a la justicia” (2aCor. 5:21; 1ª Juan 3:5; 1aPed. 2:22-24). ¡A Él sea la gloria para siempre jamás!
Enemigos
Los de Israel. Cuando Abraham vivía en la tierra prometida a él y a sus descendientes, acerca de éstos, le dijo el Señor: “en la cuarta generación volverán acá: porque aún no está cumplida la maldad del amorrheo hasta aquí . . . los cineos, y los ceneceos, y los cedmoneos, y los hetheos, y los pherezeos, y los raphaitas, y los cananeos, y los gergeseos, y los jebuseos” (Gén. 15:16, 19-21). Aquellas gentes se corrompieron. Levítico 20:1-23, particularmente el v. 23, establece el hecho. Por eso, Jehová mandó a los israelitas que destruyesen totalmente esas gentes malvadas por ser enemigos de Dios y de ellos.
Los israelitas destruyeron al cananeo (Núm. 21:3), a los amorrheos (Núm. 21:21-35); y a 31 reyes y sus gentes (Jos. 12:7-24). Los que dejaron de aniquilar corrompieron a los mismos israelitas, como está escrito en el libro de los Jueces y en los libros históricos siguientes del Antiguo Testamento.
Israel entró en la tierra prometida con la espada en mano para acabar con los enemigos de Dios. Pero Cristo entró en el mundo con la espada del mundo en contra de Él, y se sometió a ella. De ahí el contraste entre la debida actitud del israelita y la del cristiano, el seguidor de Cristo.
Los enemigos del Cristiano. El mismo no es enemigo de nadie, pero los que se oponen a la verdad cristiana son enemigos de él por cuanto son enemigos de Cristo mismo, quien es “la verdad.”
El cristiano no debe levantar nunca la espada de acero ni de por sí ni por mandato de “César.” Cristo nos dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajen y os persiguen” (Mat. 5:44).
La espada del cristiano es “la espada del Espíritu que es la palabra de Dios” (Efe. 6:17).
Los Vestidos
Es muy marcada la diferencia entre los vestidos prescritos para los israelitas, mayormente para los sacerdotes. Citamos algunos pasajes al respecto: “. . . harás vestidos a Aarón tu hermano, para honra y hermosura. Y tú hablarás a todos los sabios de corazón, “a quienes yo he henchido de espíritu de sabiduría, a fin que hagan los vestidos de Aarón, para consagrarle a que me sirva de sacerdote. Los vestidos que harán son estos: el racional, y el ephod, y el manto, y la túnica labrada, la mitra y el cinturón. Hagan, pues, los sagrados vestidos a Aarón tu hermano, y a sus hijos, para que sean mis sacerdotes. Tomarán oro, y cárdeno, y púrpura, y carmesí, y lino torcido de obra de bordador” (Exo. 28:2-6).
“Con esto entrará Aarón en el santuario: con un becerro por expiación, y un carnero en holocausto. La túnica santa de lino se vestirá, y sobre su carne tendrá pañetes de lino, y ceñiráse el cinto de lino; y con la mitra de lino se cubrirá: son las santas vestiduras; con ellas, después de lavar su carne con agua, se ha de vestir” (Lev. 16:3,4).
Son suficientes estos dos pasajes para mostrar que ni Aarón ni sus hijos podían desempeñar su oficio sacerdotal sin llevar los vestidos sagrados prescritos por mandamiento de Jehová.
Acerca del vestido, había un mandamiento para todo el pueblo: “No te vestirás de mistura, de lana y lino juntamente. Hacerte has flecos en los cuatros cabos de tu manto con que te cubrieres” (Deut. 22:11,12).
Los israelitas fueron obligados a obedecer al pie de la letra esos mandamientos. Sin embargo, aun entre ellos, el pueblo terrenal de Jehová, el vestido fue usado en sentido simbólico; por ejemplo:
“manto de alegría en lugar del espíritu angustiado” (Isa. 61:3).
“en gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió de vestidos de salud, rodeóme de manto de justicia,” (Isa. 61:10).
El Vestido Cristiano
Lo muy poco escrito en el Nuevo Testamento no da base alguna para una clase de vestido para “el clero” y otra para “los laicos,” ni hay instrucción alguna que dé lugar al reconocimiento de tales distinciones entre cristianos. El conjunto de todos los creyentes constituye “una casa espiritual, y un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo . . . y . . . linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido” (1aPed. 2:5,9).
En los cuatro Evangelios, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, la única instrucción acerca del vestido dada a sus apóstoles fue ésta: “. . . ni dos ropas de vestir” (Mat. 10:10), sin especificar de qué clase, dando a entender que era la ropa ordinaria de cualquier varón. El único comentario sobre el vestido de Jesús mismo, es que su “túnica era sin costura, toda tejida desde arriba.” Fue mencionado, porque los soldados romanos dijeron entre ellos: “No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, de quién será; para que se cumpliese la Escritura, que dice: . . . sobre mi vestidura echaron suertes” (Jn. 19:23,24).
En cuanto a la modestia, sí, la Escritura habla enfáticamente “. . . las mujeres, ataviándose en hábito honesto, con vergüenza y modestia; no con cabellos encrespados, u oro, o perlas, o vestidos costosos, sino de buenas obras, como conviene a mujeres que profesan piedad” (1aTim. 2:9,10). “El adorno de las cuales no sea exterior con encrespamiento del cabello, y atavío de oro, ni en compostura de ropas, sino el hombre del corazón que está encubierto, en incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en el tiempo antiguo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios” (1ª Ped. 3:3-5).
Del vestido del hombre no se dice nada en el Nuevo Testamento, mucho menos se hace una distinción entre el vestido del así llamado “clero” y el así llamado “laico.”
Pero la palabra “vestido,” o su equivalente, se usa simbólicamente en el Nuevo Testamento. “Vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis caso de la carne en sus deseos” (Rom. 13:14). Véase Ef. 6:14,15 y Col. 3:12.
El cristianismo no ha hecho caso de la enseñanza e instrucciones del Nuevo Testamento, más bien ha adoptado los vestidos y cueros viejos del judaísmo (léase Lucas 5:36-39), modificándolos un poco y añadiendo al conjunto el nombre bello de Cristo, corrompiendo así la piadosa práctica sencilla de la cristiandad.
Finalmente, el cristiano puede sacar mucho provecho espiritual de lo que dice el Antiguo Testamento acerca de vestidos, etc. Por ejemplo, los vestidos del sumo sacerdote, Aarón, nos hablan de algunas de las glorias y virtudes de la Persona de Cristo. Y un israelita ilegalmente vestido de lana y lino nos hace pensar de un cristiano carnal, andando con un pie en la iglesia y el otro en el mundo. Y el luto llevado de antiguo en memoria de un ser querido fallecido, nos habla del espíritu humilde que debe caracterizar al siervo del Señor que siente cuál haya sido la ruina en la iglesia llamada por el nombre bello de Jesucristo.