Cristo - Su Amor Y Comprensión

 •  7 min. read  •  grade level: 14
Listen from:
Hasta este punto, hemos tratado mayormente acerca del aspecto negativo de la autoestima, señalando cómo la presencia del pecado lo ha arruinado todo en la creación de Dios. Hemos visto que incluso aquellas cosas que Dios ha dado se usan para un mal fin, y que el orgullo entra fácilmente y estropea incluso los sentimientos más rectos. ¿Cuál es entonces la respuesta para todo esto? ¿Hay alguna manera de poner todas estas consideraciones en una perspectiva correcta? Creo que sí la hay. Como con todas las otras cuestiones de la vida, tenemos que introducir a Cristo. En Él, mediante Su Palabra, encontramos la respuesta para todo. Como alguien me dijo: «La respuesta a todo para el creyente se encuentra junto a la cruz.»
En nuestras observaciones bajo el encabezamiento «Amor y comprensión», hemos señalado que ser amado y comprendido son cosas esenciales para cada ser humano, y que la privación de esas cosas ha provocado graves dificultades, y ocasionalmente calamidades. ¿Qué sucede con aquellos que no han recibido esos importantísimos factores en sus vidas? Sabemos demasiado bien que el pecado ha arruinado incluso este aspecto de nuestras vidas en muchas ocasiones. Quizá algunos de nosotros proceden de hogares cristianos donde se daba el amor en gran medida, e incluso en hogares en los que Cristo no es conocido está presente con frecuencia el amor. Pero sabemos que tristemente está ausente de muchos hogares, haciendo las cosas muy difíciles para los niños que crecen en medio de tal ambiente. Éstos tienden a contemplarlo todo a través del color de sus experiencias.
He hablado con algunos que encontraban difícil creer que Dios les amaba, debido a que habían conocido tan poco amor en sus vidas. Habían buscado amor y comprensión en sus padres, y, al no recibirlo, encontraron difícil creer que nadie más les amase. A otros se les había dicho toda la vida que carecían de valía y que no eran buenos para nada, y con ello encontraron difícil creer que nadie pudiera apreciarlos, o que tuvieran capacidad alguna para hacer nada. Aun otros habían vivido tanto de sus vidas bajo la sombra de una terrible experiencia, quizá desde su infancia, y habían sido incapaces de recuperarse de aquello.
Hemos visto que la sabiduría humana propone una respuesta para este problema, e intenta convencer a la persona acerca de su propia valía, de su capacidad y de su importancia en este mundo. Este enfoque puede tener un cierto mérito al hacer consciente a la persona de sus capacidades que ha recibido de Dios. Sin embargo, no llega suficientemente lejos, porque el resultado lógico es sólo orgullo por una parte, o frustración por la otra.
El año pasado, mientras mi esposa y yo disfrutábamos de un viaje en automóvil por la costa occidental de los Estados Unidos, me volví a ella y le dije: «Sabes, una necesidad básica de cada ser humana es amor y comprensión.» Ella respondió: «¿Qué sucede si no lo recibes? ¿Qué sucede si creces en un ambiente duro?» Puede que algunos de los lectores de estas líneas procedáis de hogares así, y (¿me atreveré a decirlo?) algunos de vosotros podéis proceder de asambleas donde parece haber poco amor y comprensión. Puede que intentéis hacer algo de todo corazón, y sólo conseguís críticas por ello, bien en casa, bien fuera. ¿Habéis tenido la experiencia de intentar ayudar y que os hayan rechazado, diciéndoos que no podéis hacerlo bien? Quizá comencéis a preguntaros cuál es vuestro papel, y qué debierais estar haciendo.
Ya nos hemos referido al Salmo 63:3, que dice: «Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán.» El versículo 1 dice: «Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas.» Dios provee amor y comprensión a aquellos que han estado privados de lo uno y de la otra, no debido a lo que somos, ¡sino debido a lo que Él es! Es Su misericordia, Su disposición favorable, lo que necesitamos más que todo, ¡y Él nos la dará incluso si nadie más lo hace!
«Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar» (Hebreos 12:2-3).
Dios nos ha dado un ejemplo, y este ejemplo es el Señor Jesús. Aquí el énfasis recae en el andar práctico del creyente, y el Señor Jesús nos es presentado como un ejemplo. Hubo Uno, nuestro Señor Jesucristo que (lo digo con reverencia) estuvo satisfecho con la aprobación de sólo Uno. El Salmo 88:18 dice: «Has alejado de mí al amigo y al compañero, y a mis conocidos has puesto en tinieblas.» El Salmo 69 es uno de los Salmos Mesiánicos, que hace referencia profética al Señor. El versículo 20 afirma: «El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé.»
¿Te sucede, nos sucede, que a veces nos encontramos diciendo: «Nadie me comprende; parece que nadie me ama ni se cuida de mí»? Creo que a veces el Señor Jesús nos lleva, a ti, a mí, al punto en nuestras vidas en el que nos pregunta si estamos dispuestos a seguir si tan sólo tenemos Su aprobación y Su amor. ¿Cuál fue el gozo que fue puesto delante de Él, en Hebreos 12:2? Creo que fue el gozo de hacer la voluntad del Padre, y Él es un ejemplo para nosotros. Dios le privó en la cruz de todo posible consolador. ¿Para qué? En parte, para mostrarnos que nuestro bendito Salvador podía pasar por todo aquello sin apoyos humanos. ¿Estamos dispuestos a ello? ¿Estás dispuesto a decir: «Señor, tu amor y tu aprobación son suficientes»? Yo no soy responsable de la falta de amor y comprensión que pueda haber experimentado en mi infancia, pero Dios me considera responsable como persona madura en lo que atañe a mi reacción ante tales experiencias, porque me ha dado todo lo necesario para capacitarme para vencerlas.
Me doy cuenta de que esto es más difícil para unos que para otros. Algunas personas son de natural más resistentes, y pueden capear las críticas con mayor facilidad. Otras parecen poder sobrevivir a la carencia de amor y comprensión, mientras que otras quedan totalmente devastadas. Que cada uno de nosotros aprenda a decir: «Señor, ayúdame a aprender viviendo a la luz de tu amor y comprensión.» Nunca seremos plenamente felices en nuestra vida cristiana hasta que podamos decir: «Me sentiré satisfecho si tan sólo gozo del amor del Señor en mi corazón, y tengo en mi alma la conciencia de que estoy haciendo Su voluntad.»
Cuando hemos alcanzado el punto de necesitar sólo de Su aprobación, de Su amor, de Su comprensión, sucede entonces una cosa maravillosa. Descubrimos que el Señor nunca nos deja del todo sin compañerismo, amor, cuidado y aliento. No: Él sabe que necesitamos la ayuda y el aliento mutuos, y nunca nos dejará totalmente a solas.
Ha habido ocasiones en mi vida en que he sido llevado al punto de decir: «Señor, tu amor es suficiente.» No me refiero a que haya jamás experimentado un rechazamiento total de parte de todos aquellos de los que esperaba amor y comprensión, pero ha habido tiempos en mi vida en los que he sentido que el problema que estaba experimentando difícilmente podía compartirlo con nadie más. Quizá hayas pasado por esta experiencia. Es maravilloso, bajo esas circunstancias, sentir al Señor casi tocando tu hombro con Su mano y alentándote a proseguir, diciéndote que Él comprende, que Él te ama y que se cuida de ti. Pero en cada una de esas situaciones, Dios ha enviado a alguien a darme ánimo, una palabra de aliento, un empujón, como solemos decir. A veces era sólo una palabra bondadosa, pero era precisamente lo que necesitaba. El Señor sabe cuánto necesitamos este impulso, y Él nos lo dará, justo en el momento adecuado. Luego nos ocupamos con Él, dándonos cuenta de que el estímulo, aunque haya venido de nuestros compañeros cristianos, procede en último término de Él mismo. Lo miramos a Él, no a otros, ni siquiera a nosotros mismos. Al considerarlo a Él, y todo lo que Él padeció, nos ocupamos con Su perfección, y nos damos cuenta de que Él nos compensará por aquello de que el pecado nos haya privado.