Cristo y el remanente

 
Este libro pone ante nosotros a un remanente. No se trata entonces del restablecimiento o restauración de Israel. Este es un principio muy importante del cual depende la comprensión de los profetas. Si considero las profecías como un todo, su testimonio se relaciona al tiempo cuando el reino será establecido; cuando Israel, en su conjunto, será reunido; no solamente de los judíos, sino también las diez tribus serán puestas bajo el dominio del Señor Jesucristo. Por esto mismo, nada de lo que ha pasado durante el tiempo de las naciones puede constituir un real cumplimiento de las profecías. Puede suceder que algún principio particular se pueda aplicar hoy. Por ejemplo, ahora bajo el evangelio, vemos que “todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Hechos 2:21). ¡Y bien! esto será plenamente realizado, cuando Jerusalén será el centro terrestre del reino. Esto que, sabemos ahora es una realización parcial de esta profecía de Joel (Joel 2:28-32), pero el pleno cumplimiento no vendrá sino solamente cuando Jerusalén sea puesta directamente bajo el poder y la gloria de Dios; y entonces, en la montaña de Sión, esto será la libertad universal. Quienquiera que invoque el Nombre del Señor será salvo, y el Señor extenderá la bendición a toda carne. La cosa es verdadera en el presente, pero la plena realización se efectuará más tarde. Este principio es muy importante. Los profetas no consideran solamente al remanente, sino a la nación, no solamente un principio del cumplimiento sino la plena realización de esto. En la cristiandad tenemos un remanente, una realización parcial, y nada más.
El capítulo 2 ilustra bien este principio esencial para la inteligencia de las profecías del Antiguo Testamento. Vemos solamente un remanente, y un miserable remanente —cuarenta y tres mil personas— principalmente de Judá y de Benjamín, que fue traído de la cautividad de Babilonia. Entre ellos, apenas algunos aislados viniendo de las diez tribus, las cuales habían sido transportadas a Asiria largo tiempo antes. El remanente era entonces esencialmente compuesto de judíos que habían sido transportados a Babilonia, no a Asiria. La composición de este remanente —pocas personas y perteneciendo solamente a dos tribus de doce— constituye la prueba que esto no era sino una realización parcial de las profecías.
Sabemos la razón. Si se tratase de preparar todo para la venida del Señor en la humillación. Los profetas consideraban la venida del Señor en gloria. Era necesario que un remanente de judíos subiese a Jerusalén, al cual el Señor encontraba en humillación profunda, es en medio de este pequeño remanente humillado que el Señor mismo se presenta en una humillación voluntaria, como entrando plenamente en sus circunstancias. Él los encontraba sobre su terreno para poder mostrar que, aún en los peores estados, Él descendería más allá de las más profundas de todas las vergüenzas y más allá de la ruina más completa. Más todavía, se pondría bajo el pecado y juicio, para poder libertar de una manera verdaderamente Divina, en toda la manifestación de la gracia de Dios. Puesto que esto sólo podía cumplirse en humillación, comprendemos que el retorno del remanente judío ha debido efectuarse en la debilidad y flaqueza, estaba directamente adaptado a la venida del Señor en Su profunda humillación.
No me detengo en los detalles históricos, mi objeto, en esta exposición, es dar un bosquejo general para ayudar a los creyentes a leer con provecho para ellos mismos esta porción de la Palabra de Dios. Antes de continuar, quisiera destacar uno o dos hechos interesantes. Primeramente, el cuidado que se tomó en relación a los sacerdotes al verificar sus genealogías. Mención es hecha de aquellos que “buscaron su registro de genealogías, y no fue hallado; y fueron excluidos del sacerdocio, y el gobernador” —el Thirsata— “les dijo que no comiesen de las cosas más santas” —es decir, que no debían tener el pleno goce de los privilegios sacerdotales— “hasta que hubiese sacerdote para consultar con Urim y Tumim” (Esdras 3:62-63). Dicho de otra manera, hasta que el Señor venga, el Rey, actuando en el pleno poder del sacerdocio según las luces y perfecciones de Dios (Urim y Tumim) y que pondrá entonces en orden toda la confusión y suplirá todo lo que falta.