Las tropas de Nabucodonosor invadieron Judá y conquistaron Jerusalén, de esta ciudad llevaron muchos cautivos, entre ellos estaban el joven Daniel y sus tres amigos: Ananías, Misael y Azarías; tuvieron que marchar más o menos unos 1300 kilómetros, en una época que no había carreteras y que el transporte más veloz que existía era el caballo. Allí, lejos de sus familias, de sus hogares y de la Tierra Prometida tuvieron que empezar una vida nueva. Esto fue el cumplimiento de una profecía de Isaías: “De tus hijos que saldrán de ti, y que habrás engendrado, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia” (Isaías 39:7). Eran muchachos del linaje real, de buen entendimiento; pero debían aprender las letras y la lengua de los caldeos, así que serían enseñados en el palacio de Nabucodonosor. Habían perdido su reino y tenían que integrarse a la corte del nuevo imperio; pero, quizá lo peor de todo es que perdieron sus propios nombres, por ejemplo Daniel, que significa Dios es mi juez, fue cambiado a Beltsasar, esto es, Príncipe de Bel, un dios pagano. ¡Qué difícil para un muchacho que creía en el Dios verdadero!
Además, en ese país tenían otras costumbres, algunas de las cuales estaban en contra de la enseñanza de la palabra de Dios; pues a los judíos el Señor les había mandado que no comiesen cierto tipo de comida. Por ejemplo, Levítico 7:25-26 dice: “Porque cualquiera que comiere grosura de animal, del cual se ofrece a Jehová ofrenda encendida, la persona que lo comiere será cortada de entre su pueblo. Además, ninguna sangre comeréis en ningún lugar en donde habitéis, ni de aves ni de bestias”. Así que alguien que quería agradar a Dios, en esta época, no podía ir contra esta clara instrucción. El rey asignó para Daniel una ración diaria de su propia comida; pero lastimosamente para él era inmunda. Imagínate la dificultad en la que se encontraba: si la rehusaba, sería un cautivo que no quería la comida asignada por su nuevo rey. Pero en la historia vemos que él temía a Dios y no al hombre: “Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía ... ” (Daniel 1:8). Para él era más importante honrar a Dios que a los hombres, cueste lo que cueste. Y fue respetuosamente a su supervisor para expresarle su deseo.
Pero, cuán bueno es saber que Dios cuida a sus hijos: “Y puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos” (Daniel 1:9). El Señor no nos promete librarnos siempre de nuestros problemas, mas nos ha prometido que estará con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). En otra ocasión, Daniel no fue librado del foso de los leones, pero sí fue librado de los leones mismos. Daniel y sus amigos empezaron a comer legumbres y agua en vez de la carne y el vino. Una dieta mucho más sencilla, pero sin la contaminación de la carne inmunda. Nunca perdemos espiritualmente cuando honramos a Dios; pues cuando le damos el primer lugar, aun en las cosas naturales, muchas veces nos ayuda de una manera especial. Cuando Daniel y sus amigos tuvieron que presentarse delante del rey para sus exámenes finales, sacaron las notas más altas e incluso más que eso, pues: “En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino” (Daniel 1:20). ¡Dios puede hacer lo que nosotros ni siquiera podemos imaginarnos!