Definiciones Doctrinales: Un Manual de Términos y Expresiones Doctrinales del Nuevo Testamento

Table of Contents

1. Una Nota Preliminar
2. Introducción
3. Términos y Expresiones Explicados
4. Contraportada

Una Nota Preliminar

El propósito de publicar un libro de este género, ha sido el de proveer a los cristianos con lo que creemos es una representación precisa de las diferentes verdades doctrinales que fueron recuperadas en los años de 1800. El reto ha sido el de presentar la verdad de una manera sencilla y concisa para que la generación actual pueda entenderla, pero al mismo tiempo, tener la certeza de que su profundidad no sea de alguna forma perdida.
No es la intención de que este libro sea un diccionario bíblico, aunque esté dispuesto en orden alfabético como un diccionario. Por lo tanto, no tiene vocablos referentes a personas, lugares y cosas. No obstante, contiene cerca de 150 términos y expresiones doctrinales del Nuevo Testamento y podría ser clasificado como un Manual Bíblico.
Habiendo ahora concluido este trabajo, lo encomendamos a las manos del Señor, y confiamos que Él lo va a usar para edificar a los santos en la santísima fe (Judas 20).
Febrero de 2016.

Introducción

Conocer el significado de los términos de la Escritura es esencial para entender la revelación divina que Dios colocó en nuestras manos: la Biblia. Sin una comprensión básica de estos términos y expresiones doctrinales, iremos ciertamente a perder lo que Dios desea que aprendamos en Su Palabra.
Mirando a la cristiandad en general, parece que la exactitud doctrinal no es considerada como de suma importancia por la mayoría de los cristianos. Como resultado, muchos de ellos no han dedicado el tiempo necesario para familiarizarse con los significados de los términos y expresiones en las Escrituras. Esto los ha dejado con falta de entendimiento en cuanto a estas cosas. Comparativamente hay pocos que hoy están “fundados y firmes” y “confirmados en la fe” (Colosenses 1:23, 2:7), y como consecuencia muchos están siendo “llevados por doquiera de todo viento de doctrina” (Efesios 4:14).
Uno de los problemas entre los que sí tienen interés de conocer los significados de los términos de la Escritura es que tratan de entenderlos por medio del uso y de significados modernos de las palabras de nuestro idioma. No parecen comprender que la Biblia se interpreta a sí misma. Siendo así, como regla general, cuando procuramos comprender un término determinado, debemos buscar dentro del propio Libro para aprender cómo es que Dios utiliza ese término, y así entender cuál es su significado en determinado pasaje.
Otra cosa común es la “homogeneización” de los términos de la Escritura. Muchos términos son generalizados y asumidos como siendo sinónimos cuando no lo son. Lamentablemente, mucho se ha perdido por manejar la Palabra de Dios de esta manera. Dios, sin embargo, no es redundante cuando hace uso de Sus términos. Si Él utiliza una palabra diferente en un pasaje, es porque está transmitiendo un significado diferente.
Percibiendo la necesidad entre los cristianos de comprender estos términos en la Escritura, varios libros fueron creados por diversos autores en un esfuerzo por ayudar a las personas a entender mejor sus Biblias. Esto es loable. Sin embargo, en la mayoría de estos esfuerzos, los propios escritores no tenían claras para sí mismos muchas de las doctrinas de la Escritura, y aquello que han presentado, en muchos casos, ha causado confusión. Comentando sobre este dilema, F. B. Hole dijo, “La enseñanza cristiana... con demasiada frecuencia se ha apoderado de los términos usados en la revelación de Dios, la Biblia, y entonces, después de haberlos vaciado de su significado bíblico, los ha llenado con otro significado para atender a sus propios intereses” (Paul’s Epistles, vol. 2. págs. 100-101). Por lo tanto, si nos basamos en las explicaciones que están siendo enseñadas actualmente en la cristiandad, podríamos no obtener la verdad.
Ya que hay diferencias entre maestros cristianos en cuanto a lo que estos términos doctrinales de la Escritura significan, una buena pregunta sería: “¿Cuál autor o libro debería leer una persona para asegurarse de que está recibiendo la verdad?” Es nuestra convicción de que los cristianos que buscan la verdad en su forma más pura, es decir, con más exactitud, deberían apegarse lo más cerca posible a las enseñanzas de aquellos que estuvieron vinculados con el movimiento de Dios para recuperar mucha verdad en los años 1800. Estos serían hombres espirituales y entendidos tales como: J. N. Darby, J. G. Bellett, G. V. Wigram, C. H. Mackintosh, W. Kelly, F. G. Patterson, F. W. Grant, C. Stanley, A. P. Cecil, E. Dennett, T. B. Baines, A. Miller, W. Scott, J. A. Trench, W. T. Turpin, W. W. Fereday, H. H. Snell, W. J. Hocking, W. T. P. Wolston, S. Ridout, H. Smith, etcétera. Estos hombres estaban más próximos a la fuente, cuando Dios la abrió nuevamente y trajo de vuelta a la Iglesia muchas preciosas verdades que habían sido perdidas por siglos. Como resultado, sus escritos presentan la verdad con un brillo inigualable. Gran parte del trabajo de deshacer las ideas erróneas que han permanecido en el mundo cristiano por años, lo han realizado para nosotros estos hombres.
El objetivo de este libro es ayudar a los creyentes en el Señor Jesucristo a comprender mejor la revelación divina en cuanto a la verdad cristiana, proveyéndoles una versión condensada de la verdad doctrinal que fue recuperada en los años 1800. No es, de manera alguna, una exposición exhaustiva de lo que fue desplegado en aquel tiempo, sin embargo, creemos que lo que es presentado en este libro es una representación clara y precisa de lo que ellos sostenían y enseñaban. Nuestra preocupación a lo largo de este escrito ha sido presentar la verdad en un lenguaje que pueda ser entendido por nuestra generación actual, pero al mismo tiempo, sin querer perder nada de su profundidad.
Es nuestra convicción, que cada cristiano necesita aplicar un tiempo para aprender el significado de los términos y expresiones doctrinales de la Escritura, con el fin de asegurar una sólida comprensión de la verdad en la Palabra de Dios. ¡No podemos retener “la fiel palabra” (Tito 1:9) si no sabemos su significado! La buena noticia es que no precisamos matricularnos en un instituto bíblico o en un seminario para aprender estas cosas. Un libro sencillo, como este propio volumen, puede servir para este propósito. Creemos que una comprensión inteligente de la revelación divina aumentará nuestro aprecio por la verdad y por el propio Señor y Su obra consumada en la cruz. Él también nos ayudará a ordenar nuestras vidas en la tierra de una manera práctica más de cerca a la mente y a la voluntad de Dios.
Creemos que este manual ayudará al creyente en su estudio de las Escrituras y, por lo tanto, puede ser usado como un complemento práctico al leer la Biblia.

Términos y Expresiones Explicados

Abogacía:
Esta es una de dos funciones que constituyen la obra actual del Señor en las alturas a favor de Su pueblo: Su sacerdocio y Su abogacía. Ambas tienen que ver con Su “intercesión” por nosotros, pero en maneras diferentes (Romanos 8:34).
•  Su intercesión como Sacerdote tiene que ver con el sostenimiento de Su pueblo en el camino de la fe para que no falle.
•  Su intercesión como Abogado es para Su pueblo cuando ellos fallan.
La abogacía se refiere a “uno que asume la causa de otro.” En la Escritura, esta es aplicada al Señor (1 Juan 2:1) y también al Espíritu Santo (traducida como “Consolador” en Juan 14:16, 14:26, 15:26 y 16:7). La abogacía del Señor tiene que ver con Su obra de restaurar a los creyentes a la comunión con Dios.
El pecado interrumpe la comunión del creyente con Dios; el arrepentimiento y la confesión le restauran para volver a la comunión con Dios (1 Juan 1:9). El problema es que, si fallamos y seguimos un rumbo lejos del Señor, no tenemos poder para restaurarnos a nosotros mismos: tal es el efecto del pecado en la vida de un creyente. Dejados a nosotros mismos, nunca volveríamos a Dios en arrepentimiento y confesión. Esa es la razón por la que necesitamos la obra de Cristo como nuestro Abogado. El Señor ejerce su abogacía en cuatro acciones:
1) Él Intercede Por Nosotros
(Lucas 22:31) Él va al Padre e intercede por nuestra restauración. Al mismo tiempo, Él sostiene nuestra causa delante de Dios contra las acusaciones del diablo con relación a los pecados que nos han llevado al fracaso (Apocalipsis 12:10). Él hace esto en la base de que Él ha cumplido la “propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 2:2). Él, por así decirlo, apunta hacia Su sangre y dice: “Yo he pagado por esos pecados”. Así, nuestra restauración está basada en lo que Cristo logró en la cruz.
2) Él Dirige al Espíritu de Dios Para Traer la Palabra de Dios y Aplicarla a Nuestra Conciencia
(Lucas 22:61) El Espíritu de Dios se dirigirá a nuestro estado y a nuestra conducta pecaminosa y nos ocupará con nuestro fracaso hasta que lo encaremos y nos arrepintamos. Él usará la Palabra de Dios para quebrar nuestros corazones endurecidos por el pecado (Jeremías 23:29). Él puede traer un versículo a la mente—sea por oírlo, leerlo o recordarlo—que hablará a nuestra conciencia. Así, la Palabra de Dios tiene parte en la restauración de nuestras almas (Salmo 19:7, Salmo 119:9).
3) Él Providencialmente Aplica Disciplina En Nuestras Vidas
(1 Pedro 3:12) El Padre también trabaja con este fin (1 Pedro 1:16-17). Todas Sus acciones en nuestro favor se basan en Su amor por nosotros (Hebreos 12:5-11). Su amor es tal que incluso puede utilizar dificultades de algún tipo (sufrimiento, enfermedad, penas, etcétera) en nuestras vidas para llamar nuestra atención y corregirnos (Job 33:14-22).
4) Él Motiva a Nuestros Hermanos a Que Nos Busquen Para Restaurarnos
(Gálatas 6:1; Santiago 5:19-20): Un hermano o una hermana podría hablarnos sobre nuestro andar, y esto puede ser usado por el Señor para hacernos volver.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Lejos esté la idea de que un creyente pueda encontrarse pecando, porque esto es extraño al cristianismo. Pero si peca, 1 Juan 2:1-2 nos dice que la abogacía de Cristo entra inmediatamente en acción. Dice: “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, á Jesucristo el justo.” Nota: No dice, “Si alguno se vuelve a Dios y confiesa sus pecados, el Señor viene a obrar como su abogado.” Esto significaría que su abogacía comienza a funcionar cuando el creyente descarriado vuelve a Dios en arrepentimiento. Sin embargo, el Señor no espera a que nosotros recurramos a Dios en arrepentimiento, porque Él sabe que, dejados a nosotros mismos, esto nunca sucedería. La verdad es que un creyente descarriado vuelve a Dios y confiesa sus pecados porque la obra de Cristo, como nuestro abogado, está en operación.
J. N. Darby dijo: “Algunos dicen que nosotros debemos utilizar la abogacía de Cristo, pero no es así. Cristo la utiliza a favor nuestro. ¿Por qué regreso yo a Dios cuando he fallado? Es porque Él utiliza Su abogacía y me da una nueva apreciación de la gracia: la cual Él forma en mi mente. No hay nada en nosotros que nos lleve a Dios sino la apreciación de la gracia obrada en nuestra conciencia. Por lo tanto, dice: “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre.” No es “si alguno se arrepiente” (Nine Lectures on First John, p. 16). En otra ocasión se le preguntó al Sr. Darby: —¿Cuándo es que el Señor actúa como abogado?, ¿Es cuando un creyente peca?; él respondió: —No dice, si alguno se arrepiente y confiesa; sino, si alguno hubiere pecado, abogado tenemos. Se le respondió: —¿Entonces nada comienza con nosotros?; y Darby contestó: —Que yo sepa, solo el pecado. Y la confesión es el resultado de la abogacía (Notes and Jottings, p. 6).
Así, la abogacía de Cristo no funciona como el abogado moderno, con lo cual es erróneamente comparada. El abogado moderno comienza a trabajar para su cliente cuando el cliente solicita su ayuda, pero la abogacía de Cristo entra en acción antes de que el creyente descarriado solicite la ayuda restauradora del Señor. Todo esto apunta a la fidelidad de nuestro Dios en restaurar a Su errado pueblo. Él es celoso en cuanto a nuestros afectos y no nos dejará continuar en caminos de maldad de forma permanente. Puede que Él nos deje probar del fruto de nuestros caminos por un tiempo (Proverbios 14:14) puesto que la voluntad de la carne debe ser cortada en el creyente que ha fallado. Pero cueste lo que cueste, Él va a restaurar al descarriado. Muchas veces no es sino hasta en el lecho de muerte de una persona.
La intercesión de Cristo como nuestro Abogado no debe ser confundida con Su intercesión como nuestro Sumo Sacerdote. Ambas se refieren a Su servicio presente en lo alto, pero son diferentes. El sacerdocio de Cristo es para sostener al santo de modo que no peque (Hebreos 4:14-16, 7:25-26); Su abogacía es para restaurar al santo—si fuere necesario—por haber pecado. El sacerdocio es para con Dios (Hebreos 2:17, 5:1, 7:25; 1 Pedro 2:5); la abogacía es para con el Padre (1 Juan 2:1). El sacerdocio de Cristo tiene que ver con una intercesión continua; mientras que Su intercesión como nuestro abogado es ejercida solo cuando fuere necesario. (Véase El Sacerdocio de Cristo)
Abominación Desoladora:
Se refiere a la “imagen” de idolatría que el Anticristo establecerá para que todos la adoren, tanto en Israel como en el mundo occidental (Daniel 12:11; Mateo 24:15; Apocalipsis 13:12-18). Esto ocurrirá en la mitad de la semana 70 de Daniel (Daniel 9:27 y 12:11). Un remanente de los judíos, por causa de la conciencia, rehusará inclinarse ante la imagen y será perseguido por ello (Mateo 24:21-22).
Aceptación:
“Aceptos” es un término que se refiere a los creyentes en el Señor Jesucristo siendo “favorecidos” por Dios, como resultado de recibir a Cristo como su Salvador (Romanos 5:2; Efesios 1:6 – traducción J. N. Darby). Como resultado, tienen una nueva posición delante de Dios en Cristo, la cual no puede ser alcanzada por el juicio eterno.
Para poder comprender correctamente la aceptación del cristiano, es necesario que entendamos primero la aceptación de Cristo, pues la aceptación Suya es la misma nuestra. No sólo ha sido la obra de expiación de Cristo aceptada por Dios como aquello que satisface las exigencias de la justicia divina, sino que Cristo mismo fue acepto delante de Dios. Esto es atestiguado en Su resurrección y ascensión (1 Timoteo 3:16). Dios Le sentó en el lugar más alto en el cielo: a Su diestra (Efesios 1:20-21; Filipenses 2:9-11). Él está allá ahora como un Hombre glorificado con todo el favor de Dios reposando sobre Él. La maravilla de este gran hecho es que la Biblia afirma que los creyentes en el Señor Jesús están “en Cristo” (Juan 14:20; Romanos 8:1; 1 Corintios 1:30; 2 Corintios 5:17, etcétera). Esta es una expresión técnica utilizada en las epístolas de Pablo para indicar que el creyente está en el lugar de Cristo delante de Dios. Así, ¡la medida de Su aceptación es también la nuestra! ¡Nosotros somos “aceptos en el Amado!” (Efesios 1:6). El apóstol Juan también afirma esta gran verdad: “como Él es” (acepto delante de Dios en el cielo), “así somos nosotros en este mundo” (1 Juan 4:17).
La Escritura indica que aquellos con fe pero que no tuvieron el privilegio de escuchar el evangelio de la gracia de Dios, y que, por lo tanto, no forman parte de la Iglesia de Dios, son aceptos “con” Él (Hechos 10:35 – traducción King James). De los cristianos, por el contrario, es dicho que son aceptos “en” Él (Efesios 1:6). Esto indica una relación más cercana al Señor, resultante de ser habitados por el Espíritu de Dios.
Adopción (De Hijos):
Es un término usado en la Escritura en conexión con Israel (Romanos 9:4) y la Iglesia (Romanos 8:14-15, 8:23; Gálatas 4:5-7; Efesios 1:5), pero de formas totalmente diferentes. En conexión con Israel, “adopción” se refiere a ellos siendo establecidos en un lugar privilegiado con relación a Dios entre las naciones de la tierra (Éxodo 4:22). Pero en el sentido cristiano, la “adopción” tiene que ver con un hijo de Dios en la familia de Dios siendo establecido en el lugar favorecido que tiene el Hijo mismo, por ser habitado por el Espíritu Santo. Esto va más allá de la aceptación y lleva al creyente a compartir los privilegios y la libertad que sólo un hijo puede tener en la presencia de Dios.
La palabra “adopción” en el griego significa literalmente “lugar de hijo”. (La nota al pie de la traducción de J. N. Darby de Romanos 8:15 dice: “Adopción es la misma palabra traducida ‘adopción de hijos’ en Gálatas 4:5”). “Adopción de hijos” es una bendición característica del cristiano. Es decir, es una bendición especial que Dios ha reservado para los cristianos solamente. Otros miembros de la familia de Dios como son los santos del Antiguo Testamento, el futuro remanente judío, los israelitas redimidos de las diez tribus, los gentiles convertidos en el Milenio, etcétera, no se encuentran en esta posición favorecida delante de Dios. Todos estos forman, junto con los cristianos, parte de la familia de Dios, pero en la dispensación de la gracia sólo los cristianos tienen la posición de hijos.
La adopción de hijos es la posición más alta de bendición que una criatura puede tener en relación con Dios el Padre. Los ángeles fueron llamados “hijos de Dios” en el Antiguo Testamento (Génesis 6:2; Job 1:6). Sin embargo, cuando Cristo resucitó de entre los muertos y ascendió a lo alto, llevó a la naturaleza humana al lugar en que Él mismo está delante de Dios. Ahora los ángeles ya no tienen la designación de “hijos de Dios.” “Hijos de Dios” (Romanos 8:14) es un término ahora reservado exclusivamente para los cristianos, pues tienen un lugar superior de bendición y privilegio delante de Dios, por encima de todas las demás criaturas bendecidas. Dios podría habernos puesto en el lugar de los ángeles elegidos, o incluso nos podría haber elevado a la posición destacada de un arcángel y habríamos estado agradecidos por ello. Pero Él hizo algo mucho más elevado y más bendecido: Él nos colocó en la posición que tiene Su propio Hijo, ¡con todo el favor y privilegios que provienen de poseer dicha posición!
Lo más maravilloso de todo es que Dios planeó esta gran bendición para los cristianos “antes de la fundación del mundo” y es “según el puro afecto de Su voluntad” hacer que esto suceda (Efesios 1:3-6). Realmente trae alegría y satisfacción a Su corazón el tener una compañía de hijos ante Él, ¡en el mismo lugar que tiene Su propio Hijo! Como “hijos de Dios” compartimos:
•  La posición que tiene el Hijo: aceptación (Efesios 1:6).
•  La vida del Hijo: vida eterna (Juan 17:2).
•  La libertad del Hijo ante el Padre (Romanos 8:14-16).
•  La herencia del Hijo (Romanos 8:17).
•  La gloria del Hijo (Romanos 8:18; Juan 17:22).
Comúnmente se piensa que la “adopción” es una acción de Dios que hace que una persona entre a Su familia. Sin embargo, esto no es lo que enseña la Escritura. Hay sólo una vía para entrar a la familia de Dios: esto es, por el nuevo nacimiento (renacer). La “adopción de hijos” tiene que ver con una persona que ya ha nacido de nuevo (y que por lo tanto pertenece a la familia de Dios) siendo entonces elevada o promovida a un lugar especial de privilegio y distinción dentro de la familia. Como hemos mencionado, ¡es para colocarle en la misma posición que el Hijo de Dios tiene delante de Dios! Esto ocurre cuando una persona cree en el evangelio de su salvación y es sellada con el Espíritu Santo (Efesios 1:13). Así que cuando alguien nace de nuevo, se convierte en parte de la familia de Dios, pero cuando recibe el Espíritu al creer en el Evangelio, es colocado como hijo (es “adoptado hijo”) en la familia.
Los judíos comprenderían más fácilmente que los gentiles la manera en cual la adopción es usada en las Escrituras. En una familia judía, cuando un niño llega a la edad de 13 años, sus padres le celebran un “Bar Mitzvah”, en el cual es promovido formalmente de ser niño en la familia para venir a ser hijo. Él entonces pasa a gozar de mayores libertades y privilegios en el hogar. El “Bar Mitzvah” no trae al niño a la familia, sino que le eleva a un lugar privilegiado dentro de ella. Es lo mismo con la adopción del Espíritu en la familia de Dios.
El apóstol Pablo enseña esto en Gálatas 4:1-7. Él hace distinción entre “niños” e “hijos” en la familia de Dios, usando de ejemplo una familia judía para ilustrarlo. Los niños, en el sentido en que él usa el término en este pasaje, son vistos como teniendo una posición diminuta en la familia. Él lo relaciona con el lugar que los creyentes tenían en los tiempos del Antiguo Testamento. Pero con la venida de Cristo para llevar a cabo la redención y enviar el Espíritu Santo, los creyentes de ese viejo sistema que Le recibieron como Salvador, también recibieron “la adopción de hijos” y así fueron promovidos o elevados a la posición cristiana de “hijos.” Salieron de la posición de un menor de edad y entraron al lugar privilegiado de “hijos” en la familia de Dios. (El apóstol Juan, sin embargo, al escribir “hijos” e “hijitos” no está diferenciando entre dos posiciones en la familia como lo hace Pablo en Gálatas. En los escritos de Juan, a los hijitos se les ve como teniendo el Espíritu Santo y por lo tanto están en una posición plenamente cristiana. Ver: 1 Juan 2:20, 3:24, 4:13. Los “hijitos” son los nuevos convertidos, ver: 1 Juan 2:18. Juan en sus epístolas enfatiza la vida eterna y la relación de amor que tenemos para con el Padre, representadas por los términos “hijos” e “hijitos”. Así, a los cristianos se les ve en la Escritura tanto como hijos en la familia, en los escritos de Juan, e hijos adoptados, en los escritos de Pablo.)
Aunque Dios bendice a todos los que están en Su familia, Él es soberano y puede conceder favor especial a algunos de Su familia por encima de otros, si Él quiere. Esto es lo que ha hecho eligiendo a los creyentes de esta dispensación actual (a los cristianos) para la adopción de hijos. Existen cuatro lugares principales en las Escrituras donde se menciona la adopción; cada referencia se enfoca en un aspecto diferente de esta gran bendición cristiana:
•  Gálatas 4:1-7 enfatiza la posición privilegiada que tenemos por encima de las otras personas bendecidas en la familia de Dios.
•  Romanos 8:14-15 enfatiza la libertad especial que tenemos delante de Dios, teniendo acceso a Su presencia en cualquier momento y pudiendo dirigirnos a Él como nuestro Padre, con una intimidad que ninguna otra criatura bendecida ha conocido jamás, clamando: “Abba, Padre.”
•  Efesios 1:3-10 enfatiza las bendiciones superiores e inteligencia que tenemos en cuanto al propósito de Dios, el cual hasta este tiempo presente se había mantenido en secreto en “el Misterio.”
•  Hebreos 2:10-13 enfatiza la dignidad que tenemos por ser identificados con Cristo como Sus “hermanos” en la nueva raza de la creación: siendo Cristo la Cabeza de esa raza como el “Primogénito” (Romanos 8:29; Colosenses 1:18; Apocalipsis 3:14).
Anciano (Véase Oficio)
Apagar Y Contristar El Espíritu:
Estas son dos cosas negativas que ningún cristiano sobrio quiere en su vida. Pero, tristemente, por nuestras acciones descuidadas, llegamos a “contristar” y “apagar” el Espíritu Santo que mora en nosotros (Efesios 4:30; 1 Tesalonicenses 5:19).
En cuanto a apagar el Espíritu, Dios quiere usarnos como un canal por el cual Él puede obrar para la bendición de otros. El Señor dijo: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre. (Y esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él ... )” (Juan 7:38). Dios desea obrar por medio de nosotros por el Espíritu, y nuestra responsabilidad es permitir que el Espíritu tenga esa libertad. No debemos obstaculizarlo en esto. Si lo hacemos, estamos apagando el Espíritu. Es como una manguera de jardín por la cual fluye agua. Si alguien viene y la dobla, el flujo de agua se detiene, o se ve grandemente impedido. Del mismo modo, puede ser que el Espíritu nos esté guiando a hacer algo para el Señor y nuestras voluntades se oponen, y no lo hacemos. Tal vez es para citar un himno en una reunión bíblica, o tal vez para obsequiarle un tratado del evangelio a alguien, etcétera.
Apagar el Espíritu es ilustrado en las Escrituras en la historia del siervo de Abraham (Génesis 24). Él es un tipo del Espíritu de Dios que fue enviado para adquirir una esposa para Isaac (un tipo de Cristo). Es un cuadro del Espíritu siendo enviado a este mundo para sacar una esposa para Cristo. Después de haber recibido permiso de Betuel (el padre de Rebeca) para llevarla a Isaac, su madre y su hermano interfirieron y querían detener al siervo de Abraham “á lo menos diez días” antes de permitir que se la llevara (el margen de la traducción King James en inglés dice “por todo un año” – Génesis 24:55). Este es un cuadro de apagar el Espíritu. El siervo dijo: “No me detengáis, pues que Jehová ha prosperado mi camino; despachadme para que me vaya á mi señor” (Génesis 24:56). Del mismo modo, el Espíritu nos está diciendo, “No me detengáis.” Él quiere guiar nuestros corazones hacia Cristo y utilizarnos como un canal de bendición para otros, y Él no quiere que nada se interponga en cuanto a eso.
Contristar al Espíritu Santo es un poco diferente. Tiene que ver con nosotros ir a hacer algo que el Espíritu no nos llevó a hacer, y, de esa forma, Él es contristado por nuestras acciones. El pecado es lo que entristece al Espíritu. Cuando el creyente peca, el Huésped divino morando dentro lo siente y nos ejercitará para que lo juzguemos.
En una forma resumida; apagar el Espíritu es no hacer algo que Él quiere que hagamos, y contristar al Espíritu es hacer algo que Él no nos llevó a hacer.
Aparición De Cristo (Véase Arrebatamiento)
Apostasía:
Esto se refiere al abandono formal de la fe que la persona una vez profesó. Apostasía puede ser del judaísmo (“apartarse de Moisés,” Hechos 21:21) o puede ser del cristianismo (“apostatarán de la fe,” 1 Timoteo 4:1; “la apostasía,” 2 Tesalonicenses 2:3). Ésta es indicada en la Escritura por las expresiones “apartarse,” “apostatar,” o “recaer” (Lucas 8:13; 2 Tesalonicenses 2:3; Hebreos 6:6).
Apostatar es algo que sólo puede ser hecho por un ‘creyente’ meramente profesante. Un verdadero creyente puede tener un retroceso y andar distante del Señor, pero no abandonará la fe. Apostasía es una cosa muy solemne, pues, una vez que alguien apostata, no hay esperanza de arrepentimiento. La Escritura dice que es “imposible” (Hebreos 6:4-6). Así, todos esos están bajo condenación, ¡aunque todavía estén vivos en este mundo! Los siguientes pasajes se refieren a apóstatas: Mateo 7:21-23, 12:43-45, 13:5-7, 13:20-22; Marcos 3:28-30; Juan 15:2, 15:6; Hechos 1:25; Romanos 11:22; 1 Corintios 9:27, 10:12; Hebreos 2:1-4, 3:7-15, 6:4-6, 10:26-31, 12:12-29; 2 Pedro 2:1, 2:20-21; Apocalipsis 8:8-12.
Podríamos preguntar: ¿por qué hay advertencias en la Biblia referentes a la apostasía, un libro escrito para creyentes, si los creyentes no pueden apostatar? La respuesta es que en muchos pasajes los escritores divinamente inspirados del Nuevo Testamento no se estaban dirigiendo a creyentes exclusivamente. La Escritura indica que, a lo largo del tiempo, el testimonio cristiano se deterioraría en una mixtura profana de verdaderos creyentes y los meramente profesantes (Mateo 13:25, etcétera). Siendo este el caso, los escritores del Nuevo Testamento incluyeron, en sus observaciones a los santos, advertencias para aquellos que no eran verdaderos. Estas personas estaban corriendo el riesgo de caer en apostasía. Tales advertencias tenían el propósito de llegar a sus conciencias y hacer que despertaran a la realidad de que ellos no eran salvos, y que necesitaban serlo; porque si daban la espalda a la fe que habían profesado, ¡serían condenados para siempre como apóstatas!
Muchos cristianos no conocen la diferencia entre retroceso y apostasía y, al confundir estas dos cosas, han llegado a conclusiones erradas; una de esas conclusiones: que los creyentes pueden perder su salvación. La diferencia entre retroceso y apostasía es ilustrada en los ejemplos de Pedro y Judas. Ambos se apartaron del Señor; con Pedro era un retroceso, y él fue restaurado más adelante, pero con Judas era apostasía, y no hubo regreso. W. Scott dijo: “para el retroceso hay remedio; para la apostasía no hay ninguno” (Resúmenes Doctrinales, p. 44). (Ver Retroceso)
Arras Del Espíritu:
Arras es un pago inicial hecho por algo que una persona procura poseer en el futuro. Era usado frecuentemente en relación con bienes raíces. En la Biblia, es usado para indicar la presencia del Espíritu en el creyente como garantía de su porción en Cristo en el día de glorificación venidero, y también lo que le permite disfrutar de su porción en Cristo antes de que llegue al cielo (2 Corintios 1:22, 5:5; Efesios 1:14).
H. P. Barker ilustró “las arras” del Espíritu de la siguiente manera: “Es como si fuese así. Yo estoy yendo en un viaje marítimo al extranjero, y prometo llevar a mi hijo, un niño de doce años, conmigo. Para su deleite a bordo del navío le compro un telescopio—no es un simple juguete, sino un instrumento útil. Para él, el presente es una garantía de mi parte de que pretendo llevarlo en el viaje, pero es más que eso. Cuando el viaje está casi llegando a su fin, suena por todo el navío la voz de que hay tierra a la vista. No consigo ver nada, pero mi chico con ojo en su telescopio dice que él puede ver claramente las montañas. Luego yo comienzo a distinguir los contornos de las colinas, pero mi chico exclama, ‘puedo ver los árboles y algunas casas’. Estas cosas un poco más tarde pueden ser discernidas al ojo desnudo, pero el muchacho grita: ‘Padre, puedo ver a la gente en el muelle’. El telescopio le da una visión más clara de la tierra a la que va y le permite observar detalles de ella antes del desembarque. Eso es lo que el Espíritu Santo hace para nosotros como las arras. Él nos da una visión espiritual más precisa. Nos coloca en el terreno del presente disfrute de las grandes cosas que constituyen nuestra herencia eterna; Él nos capacita, por así decirlo, a respirar la atmósfera del cielo y a conocer lo que allí existe antes de que lleguemos allá” (Holy Spirit Here Today, p. 73).
G. Cutting tenía una buena ilustración que enfatiza el trabajo del Espíritu en el creyente como las arras, concediendo al creyente el disfrutar ahora lo que recibirá en el día venidero. Él imaginó un granjero comprando algunas ovejas en un mercado y confiándoselas a un capataz para llevarlas con seguridad a la casa: “Colóquelas en un cercado al lado de granero, Juan. Corte unos cuantos montones de ese trébol dulce del campo que está detrás de la casa y póngalos en el contorno para que las ovejas se alimenten esta noche. Mañana, vamos a colocarlas en ese mismo campo.” Esto describe exactamente nuestra situación. Somos ovejas compradas y confiadas a los cuidados del Espíritu Santo, que nos conducirá a cielo. En el futuro glorioso que esperamos, vamos a ser soltados en ese campo celestial de trébol, por así decirlo. Mientras tanto, el Espíritu como las Arras de nuestra herencia nos da hoy a probar del “dulce trébol” de las cosas por venir para que las disfrutemos en el presente.
Arrebatamiento Y Aparición De Cristo:
La Biblia indica que la segunda venida de Cristo tiene dos partes o fases. Ellas son llamadas el “Arrebatamiento,” y la “Aparición de Cristo.” Es importante entender la distinción entre ambas, porque han sido completamente confundidas por los expositores cristianos universalmente, ¡por más de mil quinientos años! Cuando la verdad fue recuperada en los años 1800, esta confusión fue esclarecida.
Aunque el Señor viene del cielo en ambas ocasiones, el Arrebatamiento y la Aparición de Cristo ocurren en momentos diferentes. Algunas de las diferencias son:
•  El Arrebatamiento ocurrirá cuando el Señor venga por Sus santos (Juan 14:2-3), la Aparición de Cristo ocurrirá cuando venga con Sus santos que fueron llevados al cielo en el Arrebatamiento (1 Tesalonicenses 3:13, 4:14; Judas 14; Zacarías 14:5).
•  El Arrebatamiento ocurrirá antes del período de los siete años de tribulación (Apocalipsis 3:10) y la Aparición de Cristo se producirá “luego después de la aflicción” (Mateo 24:29-30).
•  El Arrebatamiento puede ocurrir en cualquier momento (Mateo 25:13), pero la Aparición de Cristo no ocurrirá hasta siete años después del Arrebatamiento (Colosenses 3:4).
•  En el Arrebatamiento, el Señor vendrá secretamente, en “un abrir de ojo” (1 Corintios 15:52); en Su Aparición, Él vendrá públicamente y todo ojo Le verá (Apocalipsis 1:7).
•  En el Arrebatamiento, Él vendrá para liberar a la Iglesia (1 Tesalonicenses 1:10); en Su Aparición, Él vendrá para liberar a Israel (Salmo 6:1-4). La Iglesia será guardada de entrar en la tribulación (Apocalipsis 3:10), mientras que los judíos la atravesarán, pero serán libertados de ella al final, trayendo el Señor fin a la tribulación.
•  En el Arrebatamiento, Él vendrá en los aires por Su Iglesia porque ellos son Su pueblo celestial (1 Tesalonicenses 4:15-18), en Su Aparición, Él volverá a la tierra (al Monte de los Olivos) por Israel porque ellos son Su pueblo terrenal (Zacarías 14:4-5).
•  En el Arrebatamiento, Él sacará a los creyentes de este mundo y dejará a los malos atrás (Juan 14:2-3), en Su Aparición, los malvados serán tomados del reino de los cielos para juicio y los creyentes (aquellos que se hayan convertido a través del evangelio del reino que será predicado durante la tribulación) serán dejados para disfrutar de la bendición en la tierra (Mateo 13:41-43, 25:41).
•  En el Arrebatamiento, Él vendrá a libertar a Sus santos (la Iglesia) “de la ira que ha de venir.” (1 Tesalonicenses 1:10); en Su Aparición, Él vendrá para ejecutar la “ira” (Apocalipsis 19:15).
•  En el Arrebatamiento, el Señor vendrá como “el Esposo” (Mateo 25:10), pero en la Aparición, Él vendrá como “el Hijo del Hombre” (Mateo 24:30, 24:37, 24:39, 24:44, etcétera).
•  En el Arrebatamiento, Él vendrá como “la Estrella Resplandeciente ... de la Mañana” que aparece poco antes del amanecer (Apocalipsis 22:16); en Su Aparición, Él vendrá como el “Sol de Justicia,” que es el amanecer (Malaquías 4:2).
•  En el Arrebatamiento, Él vendrá sin ninguna señal, porque el cristiano anda por fe y no por vista (2 Corintios 5:7); en la Aparición, Su venida estará rodeada de señales, porque los judíos buscan señal (Lucas 21:11, 21:25-27; 1 Corintios 1:22).
Como se ha mencionado, el principal error de la cristiandad con respecto a la venida del Señor es suponer que el Arrebatamiento y la Aparición son el mismo evento. Esta idea no toma en cuenta el hecho de que hay una serie de cosas, indicadas en la Escritura, que ocurrirán entre esos dos eventos y que tornan la idea inviable. Por lo tanto, está claro, que estas dos fases de la venida del Señor no ocurren al mismo tiempo. Cuando el Señor venga y nos lleve de la tierra, Él nos trasladará a “la casa del Padre” y nos introducirá formalmente a esa escena celestial (Juan 14:2-3). Entonces el “tribunal de Cristo” tendrá lugar (2 Corintios 5:10). Después de eso, habrá un tiempo de adoración “alrededor del trono” en el cielo (Apocalipsis 4-5). Entonces, después de eso, vendrán “las bodas del Cordero” y “la cena” que la sigue (Apocalipsis 19:6-10). Y solo después de que ocurran estas cosas es que los cielos se abren y el Señor viene en su Aparición (Apocalipsis 19:11-21). Decir que todas estas cosas acontecen en un momento de tiempo es complicado e inviable.
Otro error común que los cristianos tienen en relación con la venida del Señor es que piensan que Él viene como “ladrón de noche” en el Arrebatamiento. Sin embargo, una mirada cuidadosa a las Escrituras mostrará que esto es en conexión con Su Aparición (Mateo 24:43-44; Lucas 12:39-40; 1 Tesalonicenses 5:2; 2 Pedro 3:10; Apocalipsis 3:5; 16:15). En el Arrebatamiento, el Señor viene a llamar a la Iglesia, que es Su novia (1 Tesalonicenses 4:15-18, etcétera). Él viene en ese momento como “el Esposo” (Mateo 25:6-10), no como “ladrón”. (¡Venir como ladrón no es la forma de tomar a la novia!). Además de eso, la mayoría de los pasajes que hablan de la venida del Señor como ladrón, hablan de Él ejecutando juicio sobre el mundo en aquel momento. Esto acontece en la Aparición, pero no hay ningún juicio ejecutado sobre el mundo en el Arrebatamiento; es un tomar silencioso de los creyentes de la tierra para Sí.
Por ejemplo, Mateo 24:43-44 correlaciona la venida del Señor como ladrón con Él viniendo como “el Hijo del Hombre”—que es el modo como es presentado en las Escrituras cuando Él actúa en juicio (Daniel 7:13; Juan 5:27; Apocalipsis 1:13-16). Nunca se habla de Él como el Hijo del Hombre en relación con la Iglesia. Ese título ni siquiera se usa en las epístolas dirigidas a la Iglesia y donde ella es instruida. (Hebreos 2:6 es una cita del Antiguo Testamento). 1 Tesalonicenses 5:2 afirma que la venida de Cristo como ladrón es cuando Él trae “destrucción de repente” sobre el mundo de los incrédulos. 2 Pedro 3:7-10 conecta Su venida como ladrón con “el día del juicio.” Apocalipsis 16:15-16 dice que, cuando el Señor venga como ladrón, será para juzgar a los ejércitos que se reunirán en “Armagedón” para luchar contra Él. La parábola en Lucas 12:36-39 indica que el Señor viene como ladrón después de que “las bodas” han ocurrido.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Hay por lo menos cinco cosas maravillosas que acontecen para el creyente como resultado del Arrebatamiento:
•  Estaremos con Cristo, para nunca más separarnos (Juan 14:2-3; 1 Tesalonicenses 5:10).
•  Seremos como Cristo (Filipenses 3:21; 1 Juan 3:2).
•  Estaremos unidos para siempre con nuestros hermanos (1 Tesalonicenses 4:15-18; 2 Tesalonicenses 2:1).
•  Seremos liberados para siempre de todos los peligros espirituales y problemas físicos, enfermedad, tristeza, etcétera (Judas 21).
•  Recibiremos la recompensa de nuestro trabajo aquí (Mateo 25:19-23; Lucas 19:15-19; Hebreos 10:35-37).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
El Señor afirmó claramente que nadie sabe cuándo Él vendrá en el Arrebatamiento (Mateo 25:13) ni cuándo Él aparecerá para juzgar al mundo con justicia (Mateo 24:36). Por consiguiente, es inútil tratar de establecer fechas para cualquiera de estos eventos.
Arrepentimiento:
El arrepentimiento es tener un cambio de pensamiento respecto a un curso equivocado que hemos estado teniendo, y haber pasado nuestro juicio sobre ello. La nota al rodapié en la traducción de J. N. Darby en Mateo 3:8 dice: “El arrepentimiento indica el juicio moral del alma sobre todo lo pasado, sobre todo lo que es de la carne delante de Dios. Incluye, pero va más allá de sólo cambiar de pensamiento.” El Concise Bible Dictionary afirma: “El arrepentimiento ha sido descrito como un cambio de pensamiento delante de Dios que conduce al juicio de uno mismo y de sus actos” (p. 658).
La confesión es un acto, pero el arrepentimiento es un proceso que debe continuar durante toda la vida del creyente después de ser salvo. Lucas 15:7 dice: “Os digo, que así habrá ... gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente.” Nótese que no dice “que se ha arrepentido”, sino “que se arrepiente,” lo que indica que es algo que debe continuar en la vida de un creyente. De hecho, si dejásemos de arrepentirnos de algo equivocado o de un mal curso que vivimos, ya no estaríamos manteniendo nuestro juicio sobre esa cosa o ese curso y, así, estaríamos regresando a ello en nuestro corazón. Esto no significa que debamos volver y revivir con tristeza lo yerros que hicimos, pero sí seguir el camino con alegría, manteniendo un pensamiento cambiado y una convicción de juicio contra esa cosa o conducta particular. En 2 Corintios 7:10, tenemos el principio del arrepentimiento. El arrepentimiento de los corintios era del “que no hay que arrepentirse.” O sea, ellos no debían cambiar de idea en cuanto a su arrepentimiento, porque al hacerlo, estarían regresando a sus errores. Así, cuanto más viejos nos tornamos y cuanto más tiempo estuviéremos en la senda cristiana, más profundo debe ser nuestro odio contra los pecados que cometimos anteriormente—pero no debemos estar ocupados con esas cosas; la ocupación normal del creyente es Cristo y Sus intereses.
El arrepentimiento es producido en los hombres por la “benignidad” de Dios tocando sus corazones (Romanos 2:4). Cuando el hijo pródigo pensó en la bondad de su padre, esta lo llevó a cambiar de idea acerca de su padre y a juzgarse a sí mismo (Lucas 15:17-19). Tristemente, arrepentimiento es una palabra que ha perdido su significado bíblico en las mentes de muchos hoy en día. Parte de la confusión viene de la mala enseñanza que ha existido en la profesión cristiana durante años. Algunos ejemplos son:
•  Arrepentimiento no es auto punición. Auto punición es el esfuerzo del hombre para expiar sus culpas.
•  Arrepentimiento no es confesión. Algunos piensan erróneamente que si piden disculpas por algún mal que hayan hecho, se están arrepintiendo. Sin embargo, es posible hacer una confesión y no arrepentirse verdaderamente.
•  Arrepentimiento no es reformación. Reformación tiene que ver más con un cambio exterior de “hacer borrón y cuenta nueva” en un intento por sustituir los malos hábitos con los buenos. Aunque esas cosas surgirán del arrepentimiento, ellas no son arrepentimiento. Dios no nos pide hacer promesas solemnes las cuales no tenemos el poder de cumplir.
•  Arrepentimiento no es penitencia. La penitencia es tristeza por el pecado. Esto podría producir arrepentimiento, pero la tristeza en sí no es arrepentimiento.
El arrepentimiento debe ser visto en el pecador que viene a Cristo para la salvación y también debe verse en el creyente que falló y que es restaurado al Señor (Hechos 20:21; Apocalipsis 2:5, etcétera). La versión Reina-Valera dice que Judas estaba “arrepentido,” pero debería decir que estaba “lleno de remordimiento” (Mateo 27:3 traducción J. N. Darby). Él no tenía arrepentimiento. El verdadero arrepentimiento tiene sus frutos. Estos son señales reveladoras que manifestará una persona. Juan el Bautista dijo esto a los fariseos no arrepentidos que vinieron a él. Él les dijo: “Haced pues frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8). Noemí ilustra las marcas del verdadero arrepentimiento.
•  Ella hizo un claro rompimiento con su vida anterior en Moab. La bondad de Dios había trabajado en su corazón cuando ella oyó que Él había dado pan a Su pueblo. El resultado fue que “salió pues del lugar donde había estado” (Rut 1:6-7).
•  Ella regresó a su punto de partida (Rut 1:19). Ella se fue a Belén, el mismo lugar del que ella y su marido habían salido cuando moraban en la tierra de Israel. Esto ilustra la necesidad de regresar a la raíz de nuestro fracaso y juzgarlo.
•  Ella manifestó un genuino espíritu de quebrantamiento y humildad. Ella dijo: “No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara”. Mara significa “amarga”. Así, ella indicó una amargura de alma en relación con su conducta (Rut 1:20; Salmo 51:17).
•  Ella justificó a Dios en todo lo que Él permitió que aconteciese con ella (Rut 1:20).
•  Ella hizo una franca confesión de su error. Ella dijo: “Yo me fuí ... ” (Rut 1:21). Ella no culpó a su marido o a cualquier otra persona.
•  Ella dio todo el crédito al Señor por su restauración. Ella dijo: “me ha vuelto Jehová” (Rut 1:21; Salmo 23:3).
•  Ella quería estar entre el pueblo del Señor (Rut 1:22).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
La Escritura indica que Dios mismo se arrepiente, pero claro, no de la misma manera que los hombres fallidos. Puesto que el arrepentimiento significa tener un pensamiento cambiado, Dios puede cambiar su pensamiento de vez en cuando. Pero con Dios, el arrepentimiento nunca tiene que ver con el juicio de Sí mismo, porque Él nunca hace nada malo.
Cuando se trata de los propósitos de Dios, Él nunca se arrepiente (Números 23:19; 1 Samuel 15:29). Pero en cuanto a Sus caminos para con los hombres, Él sí se arrepiente (Génesis 6:6-7; 1 Samuel 15:11). Muchas veces, el arrepentimiento de Dios está relacionado con la contingencia de arrepentimiento del hombre. Cuando Dios ve el verdadero arrepentimiento en los hombres sobre quienes Él ha pronunciado un juicio, Él puede arrepentirse y no ejecutar el juicio (Éxodo 32:14; Jueces 2:18; 1 Crónicas 21:15; Salmo 90:13; Salmo 106:44-45; Jeremías 18:8; Joel 2:13; Jonás 3:9-10). Tal es la misericordia de Dios.
Asamblea (Iglesia):
La palabra traducida como “iglesia” es “ecclesia” en griego. Eso significa “llamados fuera” y se refiere a aquellos que fueron reunidos por llamamiento con un propósito. Ella se menciona una vez en conexión con los hijos de Israel: un grupo de personas llamadas a salir de Egipto para tener una relación con Jehová. Mientras estaban en el desierto de camino a la tierra de Canaán, Esteban les llama “la congregación [ecclesia] en el desierto” (Hechos 7:38). La palabra ecclesia también fue usada en conexión con un grupo de gentiles paganos (incrédulos) que fueron convocados a congregarse para tomar una decisión sobre su negocio (Hechos 19:32, 19:41).
Todas las otras referencias a la ecclesia en la Escritura hablan de un grupo especial de personas que creyeron el evangelio y así recibieron al Señor Jesucristo como su Salvador, o sea, los cristianos. Han sido “llamados fuera” de la masa de la humanidad a un lugar especial de favor y bendición delante de Dios en relación con Cristo, que es “Cabeza de la Iglesia” (Efesios 5:23). El término es usado de dos maneras en conexión con los cristianos:
•  En primer lugar, para describir a los creyentes en el Señor Jesús universalmente. Esto incluye a todos los que crean en Él y sean sellados con el Espíritu Santo, desde el día de Pentecostés hasta el Arrebatamiento (Mateo 16:18; Efesios 1:22, 5:25, 5:29, 5:32, etcétera).
•  En segundo lugar, para describir a los creyentes en el Señor Jesús en su localidad (en un pueblo o una ciudad), funcionando juntos como un grupo congregado para el culto y el ministerio (Mateo 18:18; Hechos 11:22, 13:1; Romanos 16:1, 16:5; 1 Corintios 1:2; Colosenses 4:15-16; 1 Tesalonicenses 1:1, etcétera).
Es de destacar que la Escritura se refiere al aspecto local de la asamblea con mucha más frecuencia (unas 90 veces) que al aspecto universal (unas 20 veces). Distinguir estos dos aspectos requiere simplemente examinar el contexto del pasaje donde el término es encontrado.
Un equívoco común en conexión con el aspecto local de la asamblea es verla meramente como la suma total de todos los creyentes en una determinada ciudad o pueblo, pero esto no es correcto, pues se estaría haciendo de la asamblea local apenas una versión resumida del aspecto universal. Esta definición incorrecta ha llevado a la idea de que no hay nada en la tierra hoy en día, en cualquier ciudad o pueblo, que pueda considerarse la asamblea local, porque la iglesia en cuanto al testimonio se encuentra en un estado irremediablemente dividido. Sin embargo, la Escritura indica que puede haber una asamblea local en una ciudad o pueblo, aunque todos los creyentes en dicha localidad no estén presentes. En la primera referencia a una asamblea local en la Palabra de Dios, se muestra claramente que son aquellos que han sido reunidos bíblicamente al Nombre del Señor por el Espíritu Santo en una ciudad determinada (Mateo 18:15-20). El Señor dijo que, al intentar aclarar problemas que podrían amenazar la unidad de los santos, pudiera presentarse un punto en el que se necesita decírselo “a la iglesia,” y así informarles de la dificultad. Después de hablar de la autoridad investida en la asamblea para actuar administrativamente en el caso, si es necesario (Mateo 18:18-19), Él prosiguió a definir lo qué es una asamblea local, diciendo: “porque donde están dos o tres congregados en [a] Mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mateo 18:20). Claramente entonces, los santos congregados a Su nombre son la asamblea local. Aun cuando sean sólo dos o tres así reunidos, serían “la iglesia” en un determinado pueblo o ciudad.
Cuando consideramos los otros versículos en las Escrituras que hacen referencia a la asamblea local, vemos que es algo que se junta y funciona de manera práctica, sin importar que todos los cristianos de una localidad se encuentren allí. Se juntan para partir el pan (1 Corintios 11:18-26) y para recibir ministerio de la Palabra de Dios (1 Corintios 14:3-5). La Escritura también indica que la asamblea es algo en lo que un cristiano no siempre está necesariamente (1 Corintios 14:18-19) ¡y algo de lo que una persona puede ser echado! (3 Juan 10). De hecho, ¡puede ser que incrédulos se encuentren en este aspecto de la asamblea! (1 Corintios 14:23-24). Estas cosas demuestran que el aspecto local de la asamblea es diferente del aspecto universal. Por lo tanto, aunque la asamblea local, en principio, abarca a todos los verdaderos creyentes en una ciudad o pueblo, puede ser que en la práctica no formen parte de ella todos los creyentes en esa localidad.
J. N. Darby dijo: “Es obvio que los cristianos de cierto lugar, habiendo sido congregados, eran realmente la asamblea de ese lugar, pero esta no sólo era la asamblea que reconocía a Dios, sino la que era reconocida por Dios, y que disfrutaba exclusivamente de los privilegios que Él le otorgaba, como Su asamblea” (Collected Writings, vol. 1, p. 260). W. Kelly dijo: “donde se encuentran solo tres reunidos en base a los principios de Dios (es decir, en base al terreno de la iglesia), es, si puedo decirlo así, iglesia (en sentido local), aunque no sea la iglesia (en sentido universal). Si hubiese tres mil santos verdaderos congregados, pero no basados en los principios de Dios, no serían la iglesia” (Lectures on Matthew, p. 327). Por lo tanto, aunque la mayoría de los cristianos en una determinada ciudad o pueblo no se congreguen al Nombre del Señor, los que se encuentren en el verdadero terreno de la asamblea en ese pueblo o ciudad son reconocidos por Dios como tal por la presencia de Cristo en medio de ellos de acuerdo con Mateo 18:20.
Habiendo establecido este punto, nos adelantamos a decir que en verdad no va con el carácter íntegro del cristianismo que los reunidos al nombre del Señor se llamen a sí mismos “la asamblea” de tal o cual lugar formalmente. Qué impropio sería en un día de ruina que los así-reunidos proclamen que son la asamblea de una ciudad o pueblo, aunque pueden entender que en verdad están en ese terreno moralmente. J. N. Darby dijo: “está claro que, si dos o tres están congregados, son una asamblea, y si están congregados bíblicamente, son una asamblea de Dios; y si no, ¿entonces qué son? Si es la única en el lugar, es la asamblea de Dios en el lugar, sin embargo me opongo a que se tome ese título de manera práctica, porque la asamblea de Dios en cualquier lugar bien abarca a todos los santos en un determinado lugar; y hay un peligro práctico en asumir el nombre, porque se puede perder de vista la ruina, y pensarse que se es algo ... pero si existe una asamblea así, y otra es establecida por voluntad del hombre independiente de ella, sólo la primera es moralmente, a la vista de Dios, la asamblea de Dios, y la otra no lo es para nada, porque se ha establecido en independencia de la unidad del cuerpo” (Letters of J. N. Darby, vol. 1, p. 424).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
En cuanto al marco de tiempo del llamamiento y la formación de la asamblea en su aspecto universal, la Escritura indica que comenzó con el descender del Espíritu Santo desde el cielo en el día de Pentecostés (Hechos 2:1-4). Fue un nuevo “principio” en los caminos de Dios (Hechos 11:15). No fue un avivamiento en los tratos de Dios con Israel, como en los días de Ezequías y de Josías, sino algo totalmente nuevo en los caminos de Dios. Esa nueva cosa—la Iglesia o Asamblea—fue formada por medio del bautismo del Espíritu Santo (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33; Hechos 1:5, 11:16; 1 Corintios 12:13). (Ver Bautismo del Espíritu Santo.) La Escritura indica claramente que la Iglesia no existía antes de ese momento inaugural cuando el Espíritu de Dios vino a morar en los creyentes que estaban congregados en el aposento alto. Por lo tanto, no podría haber existido en tiempos del Antiguo Testamento, ni pudo haber existido en los días del ministerio terrenal del Señor. Los cuatro puntos siguientes son prueba de ello:
•  MINISTERIO DE CRISTO: En los días del ministerio terrenal del Señor, Él les enseñó a Sus discípulos que edificaría la Iglesia en algún momento en el futuro. Él dijo: “Sobre esta piedra edificaré Mi iglesia” (Mateo 16:18). Claramente, no se encontraba en existencia en aquel momento.
•  MUERTE DE CRISTO: Efesios 2:14-16 dice que una de las cosas que caracteriza a la Iglesia es que “la pared intermedia de separación” entre creyentes judíos y gentiles ha sido eliminada, y las “enemistades” que existían entre ellos han sido deshechas. Esto, dice Pablo, se ha hecho en la muerte de Cristo en “la cruz.” Esto significa que la Iglesia no podría haber existido antes de la muerte de Cristo.
•  RESURRECCIÓN Y ASCENSIÓN DE CRISTO: Efesios 1:20-23 y Colosenses 1:18 indican que antes de que la Iglesia pudiera ser traída a la existencia, Cristo, que estaba destinado a ser su Cabeza, primero tenía que levantarse de los muertos y ascender al cielo (Juan 7:39).
•  EL ENVÍO DEL ESPÍRITU SANTO POR CRISTO: 1 Corintios 12:13 declara que la Iglesia fue formada por la venida del Espíritu Santo para morar en esta nueva compañía de creyentes. Esto no sucedió hasta el día de Pentecostés.
La Iglesia puede verse en la Escritura en al menos doce diferentes figuras, que representan sus diversos aspectos. Estas son:
•  UN CUERPO: La unidad que existe entre los miembros (Romanos 12:4-5; Efesios 4:1-16).
•  UNA CASA: El testimonio público del carácter de Dios (1 Timoteo 3:14-16; 1 Pedro 2:5-9).
•  UN TEMPLO: La santa morada del Señor (Salmo 93:5; 1 Corintios 3:16-17; Efesios 2:21).
•  UN REBAÑO: Siendo Cristo el Centro divino al cual nos congregamos (Juan 10:16; Hechos 20:28; 1 Pedro 5:2).
•  UNA NOVIA: El amor y afecto de Cristo por ella (Efesios 5:26-31; Apocalipsis 19:7-9, 21:2, 21:9).
•  UNA ESPOSA: El disfrute de la herencia (Romanos 8:17; Apocalipsis 19:7-9, 21:9).
•  UN TESORO: Lo precioso que es cada individuo para Cristo (Mateo 13:44).
•  UNA PERLA: Su valor y belleza colectiva que tiene para Cristo (Mateo 13:45-46).
•  UNA LABRANZA: Su servicio (1 Corintios 3:5-9).
•  UN MESÓN: Su amor y cuidado para con los demás (Lucas 10:30-37).
•  UN CANDELERO: Privilegios de la asamblea local y su testimonio (Apocalipsis 1:12, 1:20, 3:22).
•  UNA CIUDAD: Su administración en el mundo venidero (Apocalipsis 21:9-22:5).
Autoridad De Cristo Como Cabeza:
Esto se refiere a la dirección, el control y la provisión de Cristo en varias esferas sobre las cuales Él es la Cabeza. W. Scott dijo que hay por lo menos cuatro tipos de autoridad de Cristo (The Young Christian, vol. 5, p. 11; The Book of Revelation, p. 111). Las siguientes referencias exponen el orden en el que Cristo las tomó:
1) Cabeza de la Creación:
(Colosenses 1:15-17; 1 Corintios 11:3). El Señor tomó esta autoridad en Su encarnación—cuando se hizo Hombre (Lucas 1:35; Filipenses 2:7-8). Siendo Quien era, al entrar en Su propia creación, Él no podía tomar ningún otro lugar en ella sino el de “Primogénito de toda criatura” (Colosenses 1:15). Siendo el Hijo, Él debe, necesariamente, tener la preeminencia en posición y dignidad, indicadas por la palabra “Primogénito.” La inmensa creación no sólo fue creada por Él (Juan 1:3, 1:10; Colosenses 1:16; Hebreos 1:2; Apocalipsis 4:11), sino que es sustentada por Su poder (Hebreos 1:3). Los hombres hablan de la creación siendo regida por las leyes de la naturaleza, pero la Escritura dice que ella “subsiste” por el poder del Hijo de Dios (Colosenses 1:17). No sólo es Cristo la Cabeza de los objetos inanimados en la creación, sino que es también “Cabeza de todo varón” en la creación (1 Corintios 11:3). Esto se refiere a todos los varones—salvos y perdidos. W. Scott dijo: “Cristo es la Cabeza de todo hombre. No se trata del hombre salvo o no. Cristo no es sólo la Cabeza de todo hombre cristiano” (The Young Christian, vol. 5, p. 41). En la creación, Dios estableció un orden en relación con los papeles de los hombres y de las mujeres que debe ser observado en la vida cotidiana y de asamblea. En este sentido, el apóstol Pablo dijo: “El varón no es de la mujer, sino la mujer del varón. Porque tampoco el varón fué criado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón” (1 Corintios 11:8-9).
2) Cabeza de la Nueva Raza:
(Romanos 5:12-21; 1 Corintios 15:22, 15:45-49; 2 Corintios 5:17; Apocalipsis 3:14). Colosenses 1:18 afirma que el Señor Jesucristo “es el principio, el Primogénito de [entre] los muertos.” Cuando Cristo resucitó de entre los muertos, se convirtió en el “principio” y así la Cabeza de esta nueva raza (2 Corintios 5:17; Gálatas 6:15; Efesios 2:10; Apocalipsis 3:14). Hebreos 2:10 se refiere a esto, declarando que si Dios iba a traer “muchos hijos” (la nueva raza) a “gloria” (glorificación), “el autor de la salud de ellos” (el Señor Jesucristo) necesitaba primero ser “consumado.” Esto se refiere a la resurrección y glorificación de Cristo (Lucas 13:32; Hebreos 5:9). Esto muestra que tenía que haber primero una Cabeza glorificada en el cielo antes de que pudiera haber una raza debajo de Él que Él trajera a glorificación. Así, el Hijo de Dios se convirtió en el Hijo del Hombre para hacer que creyentes—hijos de hombres—viniesen a ser hijos de Dios. En la resurrección, el Señor expresó Su autoridad como Cabeza de la nueva raza al soplar sobre los discípulos (Juan 20:22), lo cual Él hizo también con la primera raza (Génesis 2:7). Siendo parte de la nueva raza de la creación, los creyentes son vistos como “hijos” de Dios (Hebreos 2:10), como “hermanos” de Cristo (Romanos 8:29; Hebreos 2:11) y como “participantes [compañeros]” de Cristo (Hebreos 3:14). (Ver Nueva Creación). El propósito de Dios es que “el mundo venidero” (el Milenio) esté bajo el gobierno del hombre. El Salmo 8 indica esto. Esto es algo que nunca fue dicho de los ángeles. Dios hizo a los ángeles para servir, pero no para gobernar (Hebreos 1:13-14, 2:5). La única criatura que jamás hizo para gobernar fue el hombre. Sin embargo, la caída del hombre le ha hecho absolutamente incapaz de gobernar para Dios en el sentido correcto (Eclesiastés 7:29). En su estado caído, ya no está apto para este propósito. Dios no puede utilizar al hombre en su estado actual para gobernar el mundo venidero; sólo haría un desastre de él, como lo ha hecho con este mundo a partir de su caída. Así, la entrada del pecado aparentemente ha frustrado el propósito de Dios para con el hombre. Sin embargo, Dios ha resuelto este dilema con la venida de Cristo, haciéndose Hombre para la gloria de Dios. Él se hizo Hombre y asumió las consecuencias que el hombre había incurrido yendo a la muerte y haciendo expiación por el pecado (Hebreos 2:9). Al resucitar de los muertos, Cristo se convirtió en Cabeza de una nueva raza de hombres (Colosenses 1:18; Apocalipsis 3:14), la cual es bien capaz de gobernar el mundo venidero como Dios se ha propuesto (1 Corintios 6:2).
3) Cabeza del Cuerpo:
(Efesios 1:22, 4:15, 5:23; Colosenses 1:18, 2:19). El Señor se convirtió en la Cabeza del cuerpo subiendo al cielo y enviando el Espíritu Santo para bautizar a los creyentes en un solo cuerpo (1 Corintios 12:12-13). De la manera que la cabeza de una persona es el asiento de su inteligencia, dando instrucciones a su cuerpo, así Cristo, como Cabeza de Su cuerpo místico es la autoridad de control y dirección de la Iglesia. De modo que debemos mirar hacia Él en todo lo que dice respecto a la asamblea. Los creyentes colosenses se estaban distrayendo y estaban mirando hacia otras cosas en el mundo espiritual, y Pablo les dijo que “no tenían la Cabeza” de forma práctica, que es una responsabilidad colectiva del cuerpo. Efesios 5:23 afirma que “Cristo es Cabeza de la Iglesia,” pero en Efesios 1:22-23 dice que Él es también “Cabeza sobre todas las cosas á la Iglesia, la cual es Su cuerpo.” Estas cosas son un poco diferentes. Ser “Cabeza sobre todas las cosas á la Iglesia” se refiere al hecho de que Él controla todo lo que toca a la Iglesia, pues Él es el controlador de todas las circunstancias. Por lo tanto, Él conoce y se preocupa por todo lo que afecta a los miembros de Su cuerpo (Hechos 9:4). El liderazgo de Cristo como Cabeza del Cuerpo es muchas veces confundido con Su liderazgo como Cabeza de la nueva raza. Nuestra conexión con Cristo como Cabeza de la nueva creación es “en” Él; y eso es individual (2 Corintios 5:17 – “Si alguno está en Cristo...”). Mientras que nuestra conexión con Cristo como Cabeza del cuerpo es estar unidos “a” Él—lo que es una cosa colectiva (Efesios 4:15). Por lo tanto, la Escritura no habla de la Iglesia como estando “en Cristo,” eso nos corresponde como hermanos individuales en la raza de la nueva creación. Ambas conexiones son verdaderas con relación a los creyentes; pero son distintos aspectos de la verdad con respecto a nuestra relación con el Señor. W. Scott dijo: “Cuando la membresía en el cuerpo es considerada, no se dice que están ‘en Cristo.’ Nosotros [como miembros] no estamos en la Cabeza. La unión de las distintas partes y los miembros del cuerpo humano no está en la cabeza; ellos están unidos a la cabeza, pero no están en ella. ‘En Cristo’ es otro orden y carácter de verdad de unión a Él. Unidos a Él es el cuerpo; en Él es la raza [de la nueva creación]. Ambos, por supuesto, son verdaderas en relación con los creyentes” (The Young Christian, vol. 5, p. 14). Las epístolas a los efesios y colosenses son las únicas epístolas que mencionan la Cabeza (el liderazgo) de Cristo en cuanto al cuerpo.
4) Cabeza de Todo Principado y Potestad:
(Colosenses 2:10). Habiendo ascendido al cielo, la Escritura declara que Cristo es “la Cabeza de todo principado y potestad.” Estos son los ángeles. Él los creó antes de la fundación del mundo (Salmo 104:4; Hebreos 1:7), y así, siendo su Creador, Él es infinitamente superior a ellos en inteligencia, poder, dignidad, etcétera. En verdad, ellos lo adoran (Hebreos 1:6) y son responsables a Él puesto que fueron creados (Job 1:6-7). Pero lo que el apóstol Pablo nos dice en Colosenses 2:10 es que ahora ellos son responsables a Él como hombre—¡un hombre glorificado! Los cristianos a través de los siglos han quedado fascinados con los ángeles, pero Pablo muestra en este pasaje que Cristo es Cabeza de todos estos ángeles. ¡Sería absurdo ocuparnos con ellos cuando tenemos al propio Creador de ellos con el cual podemos ocuparnos! ¡Dios Le ha colocado ante nosotros como único objeto para nuestros corazones, y Él nos concedió el alto privilegio de tener una comunión inteligente con Él! ¿Qué necesidad tendríamos entonces de “meternos” en cosas acerca de los ángeles que no hemos visto? (Colosenses 2:18).
Bautismo:
La palabra “bautizar” significa “colocar en” e implica “inmersión”. La Biblia habla de siete bautismos diferentes en relación con las personas (en la religión judía había también varios jarros y vasos que eran lavados ceremonialmente siendo inmersos en agua, a los cuales que se les llamaba “bautismos” – Hebreos 6:2, 9:10). Los siete bautismos de personas son:
1) El Bautismo de Israel Hacia Moisés
(1 Corintios 10:1-2) Eso era la identificación formal de Israel con Moisés, su líder, que los llevó a una esfera de privilegio con Dios, como los versículos 1 Corintios 10:2-4 lo indican. Fue un bautismo de una multitud mixta de personas, muchas de las cuales más tarde probaron ser incrédulas (Hebreos 3:19).
2) El Bautismo de Arrepentimiento de Juan El Bautista
(Mateo 3:5-6; Hechos 19:3) Esto fue un bautismo en agua que desasociaba el remanente judío creyente y arrepentido del cuerpo nacional de judíos que no veía ninguna necesidad de ello (Lucas 7:29-30). Esto los hizo moralmente dispuestos para recibir al Mesías (Lucas 1:17), que Juan dijo vendría después de él (Mateo 3:11). Este bautismo tenía en vista la remisión de sus pecados (Lucas 3:3).
3) El Bautismo de Cristo En Cuanto a los Sufrimientos del Martirio y la Muerte
(Marcos 10:39) Esto se refiere a los sufrimientos del Señor en las manos de los hombres que ocasionaron Su muerte. Es algo que el Señor dijo que los apóstoles (y muchos cristianos) irían también a sufrir, siendo perseguidos hasta la muerte (Hechos 12:2, 22:4; Apocalipsis 2:10).
4) El Bautismo de Cristo En Cuanto Al Sufrimiento Expiatorio y la Muerte
(Marcos 10:38; Lucas 12:50) Este es un bautismo de juicio en el que fue inmerso el Señor cuando fue hecho sacrificio por el pecado (Hebreos 9:26, 10:12).
5) El Bautismo del Espíritu Santo
(Mateo 3:11; 1 Corintios 12:13) Se refiere a la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés para habitar en los creyentes (Hechos 2), por el cual fueron ligados a Cristo, la Cabeza en el cielo, como miembros de Su cuerpo (1 Corintios 12:12-13). (Ver Bautismo del Espíritu Santo)
El Bautismo de Fuego
(Mateo 3:11; 2 Tesalonicenses 1:8) Este es un bautismo de juicio retributivo (del cual el “fuego” es figura) en el que el Señor va a sumergir la cristiandad meramente profesante en el tiempo de Su aparición (2 Tesalonicenses 1:8).
El Bautismo Cristiano
(Efesios 4:5) Esta es una ordenanza cristiana inicial realizada “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:20). En el bautismo cristiano, una persona se reviste de un nuevo nombre—el nombre de Cristo (Gálatas 3:27) y entra en una nueva posición en la tierra—la esfera de la profesión cristiana donde el señorío de Cristo es reconocido (Efesios 4:5). Así, es colocada formalmente en terreno cristiano. El bautismo no sólo identifica a una persona con la muerte y sepultura de Cristo (Romanos 6:3-4; Colosenses 2:12), sino también con la resurrección de Cristo (1 Pedro 3:21). Fue administrado a los creyentes judíos (Hechos 2:41), a los creyentes samaritanos (Hechos 8:12), a los creyentes gentiles (Hechos 8:38, 10:48) y a las familias cristianas (Hechos 16:15, 16:33; 1 Corintios 1:16). Contrario a la creencia popular, el bautismo cristiano no es un acto público o un testimonio al mundo en cuanto a la fe en Cristo. Si fuera así, Pablo no habría bautizado al carcelero en medio de la noche, sino que habría esperado un momento conveniente para hacerlo públicamente (Hechos 16:33).
Bautismo del Espíritu Santo:
El bautismo del Espíritu Santo es mencionado siete veces en la Escritura (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33; Hechos 1:5, 11:16; 1 Corintios 12:13). Se refiere a la obra del Espíritu en formar el cuerpo de Cristo. Esto fue realizado por el Señor cuando Él envió al Espíritu del cielo en el día de Pentecostés y ligó a los creyentes, que estaban en el aposento alto en Jerusalén, en un solo cuerpo al ser habitados por el Espíritu Santo (Hechos 2:1-4, 2:33). Esto fue extendido más tarde para incluir a los creyentes gentiles (Hechos 11: 1-18). Una vez hecho esto, la obra del bautismo del Espíritu fue para siempre completada y nunca más será repetida. 1 Corintios 12:12-13 confirma esto, pues se refiere a ese acontecimiento en el tiempo verbal aoristo (en el griego), lo que significa que fue un acto hecho una vez para siempre. Por lo tanto, el Espíritu de Dios no está bautizando hoy. Si lo estuviera haciendo, entonces habría muchos cuerpos de Cristo en la tierra, porque el sólo propósito del bautismo del Espíritu era el de formar el cuerpo de Cristo, de lo que la Escritura dice enfáticamente: hay “un cuerpo” (Efesios 4:4).
Un examen más atento a las siete referencias del bautismo del Espíritu mostrará que esto es un hecho histórico, y no algo que el Espíritu está haciendo hoy en día. Cinco de estas referencias fueron pronunciadas antes de Pentecostés y apuntan hacia adelante a esa acción del Espíritu (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33; Hechos 1:5). La sexta y séptima referencias al bautismo del Espíritu fueron proferidas después de Pentecostés (Hechos 11:16; 1 Corintios 12:13) y apuntan hacia atrás en el tiempo, a ese evento. Ya que no hay otra cosa sobre el Espíritu Santo en la Escritura que tuvo lugar entre estos dos grupos de referencias, estas tendrían que estar refiriéndose a la venida del Espíritu en el día de Pentecostés para formar el cuerpo de Cristo. (Como regla general, la Escritura distingue el bautismo del Espíritu Santo del bautismo de agua, especificando que es el bautismo del Espíritu.)
Existen dos ideas equivocadas principales con respecto al bautismo del Espíritu Santo. La primera es lo que podríamos llamar la visión “Pentecostal” o “Carismática.” Los cristianos que tienen esta idea ven el bautismo del Espíritu como siendo una experiencia personal que un creyente tiene en algún momento después de ser salvo, por el cual él es llenado con el Espíritu y por lo tanto está capacitado para hablar en lenguas, etcétera. Sin embargo, en la Escritura, el bautismo del Espíritu Santo nunca es mencionado como aconteciendo en alguien individualmente. Era una acción totalmente colectiva de unir aquella multitud de 120 creyentes en el aposento alto en Jerusalén, formando una unidad, por el hecho de habitar en ellos.
La segunda visión es la visión principal evangélica “no carismática.” Los cristianos que sostienen esta idea piensan que el bautismo del Espíritu Santo se produce cuando una persona cree en el Señor Jesucristo y así recibe el Espíritu y, entonces, pasa a ser parte del cuerpo de Cristo. Sin embargo, esto no es correcto tampoco. Obsérvese cuidadosamente que 1 Corintios 12:13 no dice, “Fuimos todos bautizados (dentro del) un cuerpo.” Decir “dentro del” cambia el significado considerablemente, pues supone que el cuerpo existía antes de que ocurriera el bautismo, mencionado en el versículo, lo cual apoyaría esa idea equivocada. Sin embargo, el versículo no dice eso. Dice: “bautizados en un cuerpo,” lo cual significa que fue el bautismo lo que formó el cuerpo. Así, el bautismo del Espíritu es un acontecimiento histórico. Todos los que se salvan después de eso son agregados a ese cuerpo por medio del sello del Espíritu (Efesios 1:13).
Podríamos preguntarnos, ¿cómo es que Pablo podría hablar de sí mismo (y de los corintios) como siendo bautizados por el Espíritu, cuando ellos ni siquiera habían sido salvos cuando el Espíritu descendió y formó el cuerpo de Cristo en Pentecostés? La respuesta es que Pablo estaba hablando de manera representativa. Él dice, “Somos todos”—refiriéndose a toda la compañía de cristianos en su conjunto—“bautizados en un cuerpo,” refiriéndose a la acción del Espíritu en Pentecostés. Es algo parecido a la fundación de una empresa. Se funda una vez, y cada vez que la empresa contrata un nuevo empleado no necesita ser fundada nuevamente. El nuevo empleado es simplemente agregado a la empresa ya constituida. De la misma forma, cuando alguien es salvo hoy en día, es añadido, por el morar del Espíritu en su interior, a un cuerpo ya bautizado. Como hemos mencionado, esto es llamado el sello del Espíritu Santo (Efesios 1:13; 2 Corintios 1:21-22).
Llevando nuestra ilustración un poco más adelante, supongamos que estamos en una reunión de la junta directiva de la empresa y escuchamos a uno de los directores decir: “nosotros fuimos fundados hace 100 años.” No tendríamos ningún problema en entender lo que quiso decir. Pero alguien que no entienda muy bien el idioma podría preguntar: “¿Qué quiere decir esa persona? Ninguna de las personas en esta reunión tienen más de 60 años de edad. ¿Cómo puede él decir: “... hace 100 años...?” Bien, el director estaba hablando de manera representativa acerca de la empresa. De la misma forma, siendo parte del grupo de cristianos que fue bautizado en Pentecostés, Pablo y los corintios fueron incluidos en ese bautismo, así como nosotros también lo fuimos.
W. Scott dijo: “El bautismo de todos los creyentes en un cuerpo es un acto corporativo y nunca repetido. Como resultado de este bautismo espiritual, el cuerpo está formado, y los creyentes se hallan en este cuerpo bautizado por el Espíritu, cuando son sellados por Dios” (Some New Testament Teachings, p. 174).
Otro expositor de la revista “Scripture Truth dijo: “Examinemos ahora algunas de las acciones atribuidas al Espíritu Santo. En primer lugar, aprendemos que Él bautiza. La Escritura muestra claramente que este bautismo es un hecho histórico realizado, que ocurrió una vez por todas en Pentecostés” (Scripture Truth, vol. 21, p. 102).
J. N. Darby dijo: “En cuanto a una persona ser bautizada con el Espíritu Santo después de Pentecostés, más bien diría que ella fue introducida a un organismo ya bautizado” (Letters, vol. 3, p. 466).
F. G. Patterson dijo: “El Espíritu Santo los bautizó en ‘un solo cuerpo’. Aquí quiero decir que no habla de ningún individuo en la Escritura siendo bautizado con el Espíritu Santo, ni siquiera el Señor mismo” (The Church of God, the Body of Christ, p. 27).
W. T. P. Wolston dijo: “Si el bautismo del Espíritu Santo ocurrió en Pentecostés, ¿lleva el pensamiento la Escritura de que alguna vez se repita? Yo creo claramente que no. El Espíritu Santo vino; Él está aquí. El Espíritu Santo fue recibido, y, por tanto, no hay ningún bautismo nuevo que debemos buscar” (Another Comforter, p. 226). Él también dijo: “el bautismo del Espíritu Santo ocurrió una vez y sólo una vez, según lo que he leído de Él en las Escrituras.”
Por lo tanto, el bautismo del Espíritu no es algo que está aconteciendo hoy en día como una experiencia después de la salvación, ni tampoco es lo que introduce a los creyentes al cuerpo de Cristo. Fue una acción histórica del Espíritu que hace mucho se consumó, y nunca más será repetida.
Bendición:
La bendición es mencionada en la Escritura de cuatro maneras: En primer lugar, indica un estado de alegría y felicidad. La propia palabra “bienaventurado” significa feliz. Por ejemplo, Romanos 4:7 dice: “Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos.” Y Lucas 12:37 dice: “Bienaventurados aquellos siervos, á los cuales cuando el Señor viniere, hallare velando.” En este sentido, muchas veces oramos y pedimos a Dios que “bendiga” nuestro tiempo juntos en algún evento en particular. Así, estamos pidiendo a Dios que nos dé un tiempo feliz y espiritualmente provechoso.
En segundo lugar, el término es usado en un carácter de feliz agradecimiento a Dios. Por ejemplo, “Bendeciré á Jehová en todo tiempo” (Salmo 34:1). Y: “bendecimos al Dios y Padre” (Santiago 3:9; Efesios 1:3). Por eso, cantamos, “Tu nombre bendecimos, nuestro buen Salvador, Que una vez Tú viniste a padecer –¡qué amor! Nuestros pecados, todos, sí, ya perdonados son” (Himno #302 del Himnario “Mensajes del Amor de Dios”).
En tercer lugar, es usado para indicar los dones temporales (materiales) dados en nombre del Señor (2 Corintios 9:5-6 Reina-Valera Antigua).
En cuarto lugar, el término es usado para indicar nuestras bendiciones peculiares cristianas en Cristo. Efesios 1:3 dice: “Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo.” Estas bendiciones son celestiales, espirituales y eternas, en contraste con las bendiciones de Israel, que son terrenales, materiales, y temporales. Las celestiales son:
Benditos En Cristo
•  Redención en Cristo Jesús (Romanos 3:24).
•  Perdón de los pecados en Cristo: una conciencia purificada (Romanos 4:7; Efesios 4:32; Hebreos 9:14).
•  Justificados en Cristo Jesús (Romanos 4:25-5:1; Gálatas 2:16-17).
•  El don del Espíritu en Cristo: ungidos, sellados y dados las arras (la garantía) del Espíritu (Romanos 5:5; 2 Corintios 1:21-22; Efesios 1:13).
•  Reconciliación en Cristo Jesús: “Hechos cercanos” (Romanos 5:10; Efesios 2:13; Colosenses 1:21).
•  Santificados en Cristo Jesús (Romanos 6:19; 1 Corintios 1:2).
•  Vida Eterna en Cristo Jesús (Romanos 6:23; 2 Timoteo 1:1).
•  Liberación (Salvación) en Cristo Jesús (Romanos 8:1-2).
•  Hijos de Dios en Cristo Jesús (Romanos 8:14-15; Gálatas 3:26, 4:5-7).
•  Herederos en Cristo (Romanos 8:17; Efesios 1:10-11; Gálatas 3:29).
•  Nueva creación en Cristo Jesús (Romanos 8:29; Gálatas 6:15; 2 Corintios 5:17).
•  Un cuerpo en Cristo (Romanos 12:5).
(Nota: Las referencias de la Escritura dadas arriba son originalmente de la traducción J. N. Darby en inglés.)
Blasfemia Contra El Espíritu Santo:
Blasfemia significa hablar despectivamente de las Personas de la Divinidad. Esto es lo que la “generación” infiel de los judíos (Mateo 12:39, 12:42) hizo cuando vio al Señor. “Blasfemia contra el Espíritu” es el pecado nacional de los judíos que vivieron en la época en la que el Señor vino (Mateo 12:24-32). En Marcos 3:29-30 vemos específicamente lo que es este pecado. Dice: “Porque decían: Tiene espíritu inmundo.” Así, ellos atribuían el poder que operaba en el ministerio del Señor Jesús a Satanás (Mateo 12:24; Marcos 3:22; Lucas 11:15). Ellos dijeron que el Señor Jesús, en Su ministerio, estaba asociado con, y capacitado por, el inframundo de Satanás; ¡esto es un absurdo! Esta blasfemia contra el Espíritu Santo trae un juicio imperdonable de condenación eterna sobre la porción incrédula de la nación (Salmo 69:22-28).
Es triste decir que hoy en día hay quienes piensan que han cometido este pecado y, al hacerlo, se han condenado, y ahora no hay ninguna esperanza de que sean salvos. Ellos lo llaman, “El Pecado Imperdonable,” sin embargo, esto es una mentira del diablo. La Biblia no enseña que la blasfemia contra el Espíritu Santo es algo cometido por un individuo, sino que es el pecado nacional de Israel. Considerando lo que la Escritura dice ser la “blasfemia contra el Espíritu” (Marcos 3:30), aquellos que creen haber cometido el supuesto “pecado imperdonable” pregúntense a sí mismos: “¿Es el Señor Jesucristo verdaderamente el Hijo de Dios que vino del cielo a salvar a los pecadores?” Si su respuesta es “Sí,” ¡entonces eso es una prueba clara de que no han cometido el pecado imperdonable de blasfemia contra el Espíritu Santo! ¿Qué cristiano diría que el Señor Jesús tiene “espíritu inmundo? Ningún cristiano, por más infiel que sea, alberga el pensamiento de que el Señor Jesús vino del inframundo para hacer la obra de Satanás. Esto es algo que sólo un apóstata diría. (Ver Apostasía.) Por más distante que esté del Señor, un cristiano descarriado, puede rebuscar en su alma, y ver que todavía, en algún lugar, en los profundos recovecos de su corazón, está la convicción sincera de que el Señor Jesucristo vino del cielo como Salvador de los pecadores.
Incluso si alguien hoy ha dicho cosas despectivas sobre la Persona del Señor Jesucristo, él o ella puede aún ser salvo pues la Escritura dice: “La sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). C. H. Mackintosh dijo: “No creemos que ningún pecador, en este tiempo aceptable, este día de salvación (Lucas 4:17-19), esté fuera del alcance del amor perdonador de Dios y de la sangre expiatoria de Jesús.” ¡Pablo, el apóstol, fue un “blasfemo” y Dios lo salvó! (1 Timoteo 1:13).
Campamento:
Esto se refiere al sistema religioso del judaísmo que el Señor ordenó para Israel (Éxodo 25-31; Hebreos 13:13). Es predominantemente una manera exterior de acercarse a Dios en adoración por medio de formas y rituales ceremoniales. Fue un orden terrenal de práctica religiosa dado a un grupo terrenal de personas en tiempos del Antiguo Testamento, que tenían esperanzas terrenales y un destino terrenal en la tierra de Canaán. “El campamento,” por lo tanto, se refiere al judaísmo y todos sus principios y prácticas relacionadas. Este se encuentra en contraste directo con “el camino ... nuevo y vivo” de adoración en el cristianismo (Hebreos 10:19-22), que es la manera celestial de acercamiento a Dios “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23-24) ordenado para un grupo celestial de creyentes, que tienen esperanza celestiales y un destino celestial.
En el tiempo presente, el del cristianismo, el Señor está fuera “del real” (Hebreos 13:13). Los líderes responsables del sistema judaico, ¡Lo echaron fuera y Lo mataron! (Mateo 21:37-39; Juan 1:11; Hechos 3:13-15; Hebreos 13:12). En la resurrección, el Señor permaneció fuera de ese sistema y continuará así “hasta que haya entrado la plenitud de los Gentiles” (Romanos 11:25). En el presente, Él está reuniendo a creyentes alrededor de Sí mismo para la adoración, ministerio y comunión cristiana en el lugar seleccionado por Él fuera del campamento (Hebreos 13:13-16; Mateo 18:20). El escritor de Hebreos nos dice que esto tiene la forma del camino nuevo y vivo en el cristianismo. El punto en Hebreos 13:9-16 es que Dios no quiere que los dos sistemas de adoración (judaísmo y cristianismo) sean mezclados (Hebreos 13:10). El pasaje nos dice que el judaísmo es un orden de cosas del cual los cristianos deben separarse, porque el Señor no se está identificando con él hoy. Ellos son instruidos a salir “pues á Él fuera del real” y a ofrecer “por medio de Él á Dios siempre sacrificio de alabanza” allí donde Él está, sin el uso de todos los medios externos de adoración utilizados en el judaísmo (Hebreos 13:15).
El problema es que las denominaciones en la cristiandad no han entendido la enseñanza en Hebreos 13:9-16. Tampoco han dado la debida consideración a la instrucción de Hebreos 9:8-9, 9:23-24, que dice que el sistema del tabernáculo del Antiguo Testamento (“el real”) es una figura del verdadero santuario en el que los cristianos pueden ahora adorar por el Espíritu. En lugar de verlo como una figura, los cristianos han utilizado el sistema del tabernáculo como un patrón para sus iglesias, y han tomado muchas cosas en sentido literal de aquel orden judaico para sus lugares de culto y sus servicios religiosos.
La siguiente es una pequeña lista de algunas de las cosas que fueron tomadas del judaísmo en la formación de iglesias modernas:
•  El uso literal de templos y catedrales ornamentados para lugares de culto.
•  Una casta especial de hombres que han sido ordenados para oficiar en nombre de la congregación.
•  El uso de instrumentos musicales para adorar.
•  El uso de un coro.
•  El uso de incienso para crear una atmósfera religiosa.
•  El uso de túnicas para los “ministros” y los miembros del coro.
•  El uso literal de un altar (aun si no es para sacrificios).
•  La práctica del diezmo.
•  La observancia de días sagrados y fiestas religiosas.
•  Un registro de nombres de las personas en la congregación.
La adoración judaica apela a los sentidos naturales, siendo una religión terrena y relativa a los sentidos. ¡De hecho, una persona no necesita ni siquiera nacer de nuevo para apreciarla y disfrutarla! Así, ella es estimulada por:
•  La vista: p.ej., la grandeza del templo (1 Reyes 10:4-5; Marcos 13:1; Lucas 21:5).
•  El olfato: p.ej., la quema de incienso que creaba una atmósfera atrayente (Éxodo 30:34-38).
•  El gusto: p.ej., comer de los sacrificios (Deuteronomio 14:26).
•  El oído: p.ej., la hermosa música producida por la orquesta y el acompañamiento del coro (1 Crónicas 25:1, 25:3, 25:6-7).
•  El tacto: p.ej., participar de las ofrendas de una manera física, bailando y levantando las manos, etcétera (2 Samuel 6:13-14; 1 Reyes 8:22).
Es verdad que muchas de estas prácticas judaicas han sido alteradas un poco por las iglesias de la cristiandad para que puedan encajar en un contexto cristiano, pero estos lugares todavía tienen los adornos del judaísmo. De hecho, tristemente, ese orden judaico ha permeado la iglesia. Muchas de esas cosas rodearon al cristianismo durante tanto tiempo que acabaron por ser aceptadas por las masas como el modelo de Dios. La mayoría de las personas hoy en día piensan que es bueno y cierto tener esta mixtura judeo-cristiana. Tristemente, la mezcla de estos dos órdenes de acercamiento a Dios destruyó la distinción de cada uno, y lo que resultó de esa mixtura es algo que no es ni verdadero judaísmo, ni verdadero cristianismo. Ambos han sido corrompidos (Lucas 5:36-39).
En el cristianismo, ofrecemos “sacrificios espirituales” ayudados por el Espíritu Santo (1 Pedro 2:5; Filipenses 3:3) en contraste con las “ordenanzas acerca de la carne” en el orden judaico (Hebreos 9:10). Los sacrificios cristianos de alabanza son hechos en la presencia inmediata de Dios dentro del velo (Hebreos 10:19-20, 13:15). Esto es un privilegio que Israel no tenía. Es significativo que no encontramos en ningún lugar en el libro de los Hechos, o en las Epístolas, que los cristianos adoraran al Señor, en sus reuniones, mediante rituales y medios mecánicos exteriores, como los instrumentos musicales. Los dos únicos medios que los cristianos usan en la adoración en la Escritura son sus “corazones” (Colosenses 3:16; Efesios 5:19) y sus “labios” (Hebreos 13:15). Puesto que la adoración cristiana es “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24), podemos sentarnos tranquilamente en una silla y el Espíritu Santo puede producir en nuestra almas y espíritus la verdadera alabanza a Dios. Esta es la verdadera adoración (cristiana) celestial, pues en el cielo no habrá ninguna necesidad de instrumentos musicales y rituales en la adoración a Dios, como en el judaísmo. Así, el lugar de adoración cristiana es:
•  Dentro del velo en espíritu (Hebreos 10:19-20).
•  Fuera del campamento en cuanto a la posición eclesiástica (Hebreos 13:13).
No es que el orden judaico de adoración sea malo; no lo es. Fue establecido y ordenado por Dios para Israel. Lo que la Escritura enseña es que no es para la Iglesia. Cuando Israel sea restaurado y bendecido en su tierra en un día venidero (el Milenio), ellos apropiadamente adorarán a Dios según ese orden judaico (Ezequiel 43-46).
Carne (la Carne):
Cuando se usa con el artículo “la” antes de la palabra, ella se refiere a la naturaleza caída en el hombre. Pero cuando se usa sin el artículo, generalmente se está refiriendo a lo que es humano, en vez de lo que es pecaminoso. (Desafortunadamente, la traducción inglesa King James no siempre sigue esta regla, como acontece con las traducciones más afinadas de J. N. Darby, W. Kelly, etcétera).
Con base en esto, la Escritura es cuidadosa al declarar que el Señor Jesús vino “en carne,” dejando de lado el artículo “la” (1 Juan 4:2-3; 1 Timoteo 3:16). Decir, “en la carne” en conexión con la humanidad del Señor podría implicar que Él tomó parte en la naturaleza pecaminosa caída, lo que Él definitivamente no hizo. Sin embargo, el artículo “la” es correctamente utilizado en conexión con los hombres, porque todos en la raza de Adán nacieron con una naturaleza pecaminosa caída (Romanos 7:5, etcétera).
Casa de Dios:
En los tiempos del Antiguo Testamento, la casa de Dios era un edificio literal hecho de piedras y madera y cubierto de oro (1 Reyes 5-6). Pero hoy en el cristianismo, “la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo” (1 Timoteo 3:15) es una “casa espiritual” compuesta de creyentes en el Señor Jesucristo, que son vistos como “piedras vivas” en su construcción (1 Corintios 3:9 segunda parte; Efesios 2:20-21; Hebreos 3:6; 1 Pedro 2:5).
Los cristianos a menudo (equivocadamente) se refieren al edificio o salón de su iglesia como a la casa de Dios. Un caso en cuestión viene a la mente de un hermano que estaba triste con los niños que estaban corriendo y jugando en el pasillo después de una de las reuniones. Él dijo: “los niños no deberían estar corriendo aquí; ¡esta es la casa de Dios!” Pero esta observación significa pensar en la casa de Dios de la misma forma que ella era en el Antiguo Testamento, en el judaísmo. Pero, como hemos dicho, la casa de Dios en esta dispensación cristiana no es un edificio físico hecho por manos de hombres, sino un edificio espiritual. De este malentendido viene la idea de que, en ciertos horarios prescritos, los cristianos van a la casa de Dios para adorar—por ejemplo, a las 10:00 de la mañana del domingo. Esta confusión viene de las falsas ideas propuestas por el catolicismo y por la teología de la Reforma. La verdad es que nosotros “somos” la casa de Dios (Hebreos 3:6) y estamos “en” la casa de Dios (1 Timoteo 3:15) en todo momento—24 horas al día, siete días a la semana—no sólo cuando estamos reunidos para leer la Biblia con otros cristianos. (Tampoco debemos confundir “la casa de Dios” con la “casa de Mi Padre”—Juan 14:2-3. La casa de Dios es algo en la tierra, mientras que la casa del Padre es algo en el cielo.)
La Iglesia, vista como la casa de Dios, es el vaso de testimonio de Dios en la tierra. Es para mostrar el verdadero carácter de Dios ante el mundo. El apóstol Pedro afirma esto en su primera epístola. Después de aclarar que los creyentes somos la “casa espiritual” de Dios, él continúa diciendo que, como tales, somos responsables de anunciar “las virtudes de Aquel” que nos llamó “de las tinieblas á Su luz admirable” (1 Pedro 2:5-9). Por lo tanto, así como podemos aprender algunas cosas sobre el ocupante de una casa, por mirar a la casa, de la misma forma los hombres deberían ser capaces de mirar a la casa de Dios y conocer el carácter de Dios. Si el jardín está descuidado, si hay basura por todas partes, si la casa necesita pintura, etcétera, todo eso nos da una perspectiva sobre la clase de persona que vive allí. Por otro lado, podemos ver una casa bien cuidada (por aquello que alcanzan a ver nuestros ojos) y concluir que el propietario probablemente es una persona bien ordenada. Así, Dios desea que Su carácter sea visto en el orden de Su casa. Ya que somos casa de Dios, el mundo debería poder observar nuestras conductas y procederes y así conocer el verdadero carácter de Dios.
Este aspecto de la verdad ha sido muy descuidado. Muchos cristianos tienen la idea de que Dios no está preocupado con lo que ellos son exteriormente; para ellos lo que está dentro es la única cosa que importa. 1 Samuel 16:7 es a veces utilizado para justificar esto—“el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová mira el corazón.” Pero este mismo versículo sólo refuerza el punto de que debemos prestar atención a nuestro testimonio exterior. Puesto que los hombres no pueden ver lo que está en nuestros corazones—sólo Dios puede ver eso—ellos tienen que mirar a lo exterior. Ciertamente, lo más importante es tener una relación con Dios interiormente por la fe, pero no es la única cosa por la que los cristianos se deben preocupar. Tenemos una responsabilidad con relación a la impresión que causamos ante el mundo, porque nuestro testimonio personal refleja a Dios.
Las dos principales características de Dios que los cristianos, como la casa de Dios, deben manifestar ante el mundo son:
•  Dios el Salvador: Como tal, la disposición de Dios en gracia para con todos los hombres debe resonar desde Su casa para el mundo por medio del “evangelio de la gloria del Dios bendito” (1 Timoteo 1:11; 2:3-6). Así, el favor de Dios en buscar el bien y la bendición de los hombres debe ser manifestado ante el mundo por aquellos que componen la casa.
•  Dios el Creador: Como tal, los patrones morales de Dios y el orden moral en los papeles de los hombres y de las mujeres, que Él estableció desde el principio de la creación, deben ser demostrados por aquellos que componen la casa (1 Timoteo 2:8-15, etcétera).
La casa de Dios hoy en el cristianismo es vista en la Escritura de dos maneras:
El primer aspecto considera la casa como constituida solamente por los verdaderos creyentes (Mateo 16:18; 1 Corintios 3:9 segunda parte; Efesios 2:20-21; 1 Timoteo 3:15; Hebreos 3:6; 1 Pedro 2:5). Puesto que el evangelio todavía está siendo predicado y reuniendo el material (“piedras vivas”), este aspecto de la casa es visto como estando en construcción y no será completado hasta que el último creyente sea salvo y colocado en la estructura (Efesios 2:20-21), con lo cual el Señor vendrá y se llevará a la Iglesia a su hogar celestial en el Arrebatamiento. Cristo es el Maestro Constructor (Mateo 16:18) y “la principal piedra del ángulo” de la casa (Efesios 2:20); Él también es “Hijo sobre Su casa” (la casa de Dios) (Hebreos 3:6).
El segundo aspecto considera la casa como teniendo una mixtura de creyentes verdaderos y simplemente profesantes (1 Corintios 3:9-17; Efesios 2:22; 2 Timoteo 2:20; 1 Pedro 4:17). Así los hombres son vistos como teniendo parte en la obra de construcción de la casa, pero, lamentablemente, no todos son buenos constructores. Algunos están construyendo con material bueno y algunos con material malo (1 Corintios 3:9-17). Dios ha atribuido esta responsabilidad a los hombres en el tiempo de ausencia del Señor (Mateo 24:45). Muchos de los constructores han demostrado un desprecio al orden de Su casa y han introducido un orden hecho por ellos mismos. Consecuentemente, todo tipo de cosas ha sido traído dentro de la casa que realmente no debería estar allí, y mucho desorden y ruina ha resultado de esto. La casa de Dios, en este aspecto, es ahora como “una casa grande,” llena de confusión (2 Timoteo 2:20). De hecho, hoy en día, hay tanto desorden en la casa de Dios que queda muy poco de lo que está de acuerdo con el patrón de Su casa conforme a Su palabra. Dios no es indiferente a esto. Actualmente, Él juzga los que están en Su casa de manera gubernamental (1 Corintios 3:17; 11:30-32; 1 Pedro 4:17).
En este segundo aspecto, la casa es vista como la “morada de Dios” en la tierra. Es decir, Él está morando en ella por la presencia de Su “Espíritu” (Efesios 2:22). Puesto que el Espíritu Santo está en la casa (1 Corintios 3:16), aquellos que en ella son meramente cristianos profesantes son “partícipes del Espíritu Santo” de una manera exterior, sin realmente ser habitados por el Espíritu (Hebreos 6:4). Este segundo aspecto abarca toda la profesión cristiana en la tierra. Así, nunca ninguna asamblea local fue llamada la casa de Dios en la Escritura.
La casa de Dios en el Antiguo Testamento tenía dos edificios adyacentes: la casa de Jehová (1 Reyes 5-6) y la casa del Rey Salomón (1 Reyes 7). Estos dos edificios son un tipo de los dos aspectos de la casa de Dios hoy. La casa de Jehová (el templo) estaba abierta a todos los que viniesen a Dios para adorarlo—incluso tenía un patio para los gentiles. Sin embargo, no todos los que entraban en el recinto del templo necesariamente tenían fe verdadera. Es una figura del segundo aspecto de la casa de Dios hoy, donde existe una mixtura de verdaderos creyentes y meros profesantes. La casa de Salomón tenía una serie de habitaciones interconectadas que estaban cerradas para todos con excepción de él y su familia. Los gentiles que visitaban la tierra y otros en Israel no tenían acceso a ella. Es una figura del primer aspecto de la casa que es compuesto solamente por verdaderos creyentes. (Ver Synopsis of the Books of the Bible, por J. N. Darby sobre 1 Reyes 5-7).
Algunas diferencias notables entre estos dos aspectos son:
•  En el primer aspecto, la casa de Dios es vista desde el lado de la soberanía de Dios (Efesios 2:20-21); en el segundo aspecto, es vista desde el lado de la responsabilidad del hombre (1 Pedro 4:17).
•  En el primer aspecto, las personas forman parte de la casa, por creer en el evangelio; en el segundo aspecto, las personas entran en la casa por hacer una profesión de fe en Cristo (2 Timoteo 2:19), o siendo bautizadas (que es el medio formal de entrar en ella).
•  En el primer aspecto, los creyentes “son” la casa (Hebreos 3:6; 1 Pedro 2:5); en el segundo aspecto, los creyentes (y los falsos creyentes) están “en” la casa (2 Timoteo 2:20).
•  En el primer aspecto de la casa, el Espíritu de Dios mora “en” los creyentes (Juan 14:17; Hechos 2:4); en el segundo aspecto, el Espíritu de Dios mora “con” [o entre] los creyentes (Juan 14:17; Hechos 2:2; 1 Corintios 3:16-17).
•  El primer aspecto a veces es llamado “la casa verdadera”; mientras que el segundo aspecto a veces es llamado “la casa profesante”.
Certeza:
Este término se utiliza principalmente de dos formas en el Nuevo Testamento:
•  La primera muestra la firme convicción que tiene el creyente de la salvación eterna de su alma en Cristo (1 Tesalonicenses 1:5; Hebreos 6:11, 10:22; 1 Juan 3:19).
•  La segunda tiene que ver con la convicción que el creyente tiene de la verdad que la Palabra de Dios enseña (Colosenses 2:2; 2 Timoteo 3:14).
Con respecto a lo que pertenece a la salvación del alma, lamentablemente hay muchos que, después de haber creído, tienen dudas sobre si son realmente salvos. Algunos viven con el temor de ser juzgados por sus pecados si no continúan de manera fiel en el camino cristiano. Esto no es lo que Dios quiere para Sus hijos en lo absoluto. Él quiere que tengamos “plena certidumbre” con respecto a este importante tema (Hebreos 10:22), porque si alguien no la tiene, será obstaculizado en su crecimiento espiritual.
La seguridad de la salvación de un creyente está fundada tanto en el conocimiento como en la fe. El conocimiento, en este sentido, podría resumirse de tres formas:
•  Conocer lo que sucedió en la cruz.
•  Conocer lo que sucedió en el sepulcro.
•  Conocer dónde Cristo está ahora a la diestra de Dios.
Dios quiere que nosotros creamos en el testimonio de Su Palabra con respecto a estos tres hechos. El creyente que entiende y, en fe sencilla, acepta estas grandes verdades, tendrá una sólida certeza de su salvación y paz en su alma. En condiciones normales, nunca volverá a dudar otra vez.
1) Conocer y Creer lo Ocurrido En la Cruz:
La Escritura dice que cuando el Señor Jesucristo estaba en la cruz, Dios “cargó en Él” los pecados de todos los que iban a creer (Isaías 53:6). Durante las tres horas de tinieblas Cristo “llevó” el juicio de todos esos pecados (Hebreos 9:28; 1 Pedro 2:24). Así, el precio de los pecados del creyente ha sido pagado completamente por medio de la obra “consumada” de Cristo (Juan 19:30). Los reclamos de la justicia divina han sido satisfechos (Salmo 85:10; Isaías 53:10) y Dios ha sido “glorificado” en todo ello (Juan 12:27-28, 13:31-32).
La obra consumada de Cristo satisfizo la justicia divina de una manera tan completa que, si Dios buscara al creyente para juzgarle por sus pecados, Él se mostraría injusto, porque el precio ha sido pagado completamente. Eso sería exigir un segundo pago por sus pecados, lo que Dios nunca hará.
2) Conocer y Creer lo Ocurrido en el Sepulcro:
Para poner el asunto más allá de toda duda, Dios levantó al Señor Jesús de entre los muertos (Romanos 4:24-25). Esto es significativo. La resurrección de Cristo es la declaración pública de Dios de que Él aceptó la obra de Cristo en la cruz como pago total de los pecados del creyente. Es Su “sello de aprobación” y Su “amén” a lo que Cristo consumó en Su muerte (1 Pedro 1:21). Es importante entender que la seguridad no se basa en la aceptación nuestra de la obra terminada de Cristo, ¡sino en saber que Dios la aceptó! El sacrificio del Señor Jesucristo no fue una ofrenda hecha para nosotros, sino para Dios (Hebreos 9:14), y la prueba de que Dios la ha aceptado es que Le ha levantado de entre los muertos.
El Sr. G. Cutting tenía una ilustración que enfatizaba ese punto. Él decía que, en la cuestión de una deuda normal, el acreedor es el único que tiene derecho de escribir “PAGADO” en la cuenta. No tendría ningún valor si el deudor lo escribiera, porque él no tiene ningún poder para declarar la cuenta pagada. Si el deudor lo hiciera, eso no daría ninguna satisfacción al acreedor ni tampoco daría tranquilidad al deudor. La certeza del deudor sólo puede venir por el conocimiento de que el acreedor está satisfecho. De la misma forma, en relación con la deuda de nuestros pecados, la única forma en la que estamos seguros de que todo fue pagado es ver que todo fue aceptado por Dios. Necesitamos ver que Dios está completamente satisfecho con el pago que Cristo hizo por nosotros, y el hecho de que Dios haya levantado a Cristo de entre los muertos prueba Su completa satisfacción. Por lo tanto, la forma de obtener la más profunda certeza para nuestras almas es ver que todo ello fue totalmente resuelto ante Dios. Si el pago por nuestros pecados es suficiente para Dios, entonces lo debe ser también para nosotros y eso debe resolver cualquier duda que podamos tener.
3) Conocer Donde Está Cristo Ahora (a la Diestra de Dios):
No sólo ha sido la obra expiatoria de Cristo aceptada por Dios, sino que Cristo mismo ha sido aceptado delante de Dios. Esto ha sido atestiguado por medio de Su ascensión (1 Timoteo 3:16). Dios Le ha colocado en el lugar más alto en el cielo, a Su diestra (Efesios 1:20-21; Filipenses 2:9-11; Colosenses 3:1). Ahora Él está allí como Hombre glorificado con todo el favor de Dios reposando sobre Él. ¡El hecho de que Dios Le recibiera en el cielo es la prueba más clara de que nuestros pecados han desaparecido para siempre! Cuando el Señor estaba en la cruz, tenía nuestros pecados sobre Él, y no los podía llevar consigo al cielo, porque la santidad de Dios es tal que Él no puede tener pecado en Su presencia (Habacuc 1:13). Así, la ascensión de Cristo es algo triunfante. ¡Es prueba de que nuestros pecados han desaparecido del todo!
Por tanto, el que cree lo que dice la Palabra de Dios en cuanto a estas tres cosas tiene completa certeza de la salvación, porque Dios no puede faltar a Su Palabra (Números 23:19; Hebreos 6:17-18). Él perdería más que nosotros. Nosotros perderíamos nuestra salvación, pero Él perdería Su credibilidad como un Dios Santo y Justo—¡y esencialmente dejaría de ser Dios!—Por tanto, podemos estar seguros que Él cumplirá Su palabra.
La certeza firme, por lo tanto, no es obtenida procurando tener dentro de nosotros mismos una confirmación, sino creyendo lo que Dios estableció en Su Palabra con respecto a nuestra salvación en Cristo. Supongamos que una persona ha sido condenada por un delito determinado y se enfrenta a una pena de prisión, pero entonces alguien le dice que está perdonado debido a algunas circunstancias atenuantes que rodean el incidente y la buena gracia de la corte judicial. ¿Cómo tendría la certeza de que verdaderamente ha sido perdonado? ¿Sería examinando los sentimientos de su corazón? ¿Sería por escuchar rumores? O ¿sería mediante la lectura de la copia certificada del perdón firmado por el juez de la corte suprema? Obviamente, sería mediante la lectura del documento oficial que declara su perdón. De la misma forma acontece si quisiéremos tener certeza de que somos salvos. Nuestros sentimientos y deseos, y lo que las personas pudieran decir, no nos darán la evidencia que necesitamos para tener paz, pues esas fuentes no tienen la autoridad para declarar nada sobre el asunto. Debemos ir a la Palabra de Dios y ver lo que “Dios el Juez de todos” dice al respecto (Hebreos 12:23). Podemos poner nuestra confianza plenamente en Su palabra porque Él no puede mentir, y eso es todo lo que precisamos para tener la sólida certeza de nuestra salvación. Su palabra dice, “De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que Me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá á condenación, mas pasó de muerte á vida” (Juan 5:24).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Con la intención de brindar al creyente una paz absoluta en referencia a sus pecados, Dios no ha escatimado recursos para mostrar que los pecados de todo creyente han sido borrados, y eso para siempre jamás. Él utiliza varias figuras y expresiones para describir la bienaventuranza de este gran hecho, a fin de que no exista ninguna pregunta o duda legítima en la mente del creyente que acepta el testimonio de la Palabra de Dios. Algunas de las cosas que Dios ha hecho con nuestros pecados son:
•  Él efectuó la purificación de nuestros pecados (Hebreos 1:3).
•  Él hizo alejar de nosotros nuestros pecados cuanto está lejos el oriente del occidente (Salmo 103:12).
•  Él deshizo y borró nuestros pecados (Isaías 44:22; Salmo 51:1).
•  Él echó tras Sus espaldas nuestros pecados (Isaías 38:17).
•  Él echó nuestros pecados en lo profundo del mar (Miqueas 7:19).
•  Él nos quitó nuestros pecados (1 Juan 3:5).
•  Él nos lavó de nuestros pecados (Apocalipsis 1:5).
•  Él nos limpió de nuestros pecados (1 Juan 1:7).
•  Él perdona nuestros pecados (Romanos 4:7; Efesios 1:7).
•  Él no se acuerda más de nuestros pecados (Hebreos 10:17).
Cielo:
Las Escritura habla del “tercer cielo” como siendo la morada de Dios (2 Corintios 12:2). Como no puede haber nada superior a esto, podemos concluir que existen tres cielos:
Los Cielos Creados:
(Génesis 1:1, 1:8; Salmo 19:1, etcétera) Esto es el cielo físico donde las estrellas brillan (Génesis 22:17) y donde las aves vuelan (Jeremías 4:25). (Algunos ven el espacio aéreo y el espacio exterior como dos cielos diferentes, pero la Escritura no los distingue – Génesis 1:14-17, 1:20).
El Ámbito de la Actividad Espiritual:
(Efesios 1:3, 1:20, 2:6, 3:10, 6:12 – los “lugares celestiales”). Los cristianos están sentados en Cristo en esta esfera con sus bendiciones espirituales (Efesios 1:3, 2:6). Satanás también se mueve en esta esfera y trabaja para impedir el gozo del creyente de sus bendiciones (Efesios 2:2), y así hay un conflicto espiritual allí (Efesios 6:11-12).
La Morada o Habitación de Dios:
“Los cielos de los cielos” (Deuteronomio 10:14; Josué 2:11; 2 Crónicas 2:6; Salmo 11:4, etcétera). Es donde Cristo está (Lucas 24:51), y donde las almas y los espíritus de los redimidos están con Cristo (Lucas 23:43; 2 Corintios 5:6-8; Filipenses 1:23). Pablo se refiere a él como “el tercer cielo” (2 Corintios 12:2).
Circuncisión:
Dios instituyó la circuncisión como señal de su alianza con Abraham y sus descendientes con el fin de bendecirlos en la tierra de Canaán (Génesis 17:10-11). Los judíos entendieron eso como una garantía irrevocable de bendición de Dios sobre ellos (Génesis 15:5; 17:10). Puesto que gozaban de esta relación con Dios, creían que era imposible para ellos la perdición eterna, porque Él estaría negando Su Palabra si ellos acabaran perdiéndose.
Sin embargo, en Romanos 2:25-29, Pablo explica que la circuncisión no amparará a una persona del eterno juicio de sus pecados, así como confiar en la ley tampoco lo hará. Él muestra que un judío necesitaba tener más que la señal exterior de la circuncisión en su cuerpo para ser un verdadero judío aprobado por Dios. Él dice: “Porque no es Judío el que lo es en manifiesto; ni la circuncisión es la que es en manifiesto en la carne: mas es Judío el que lo es en lo interior; y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no es de los hombres, sino de Dios.” Los judíos tenían “la circuncisión ... la que es en manifiesto en la carne,” pero ellos también necesitaban la “circuncisión ... del corazón”—que implicaba tener fe—para que su destino eterno fuese asegurado. La circuncisión es una señal visible que promete una bendición visible a Abraham y a sus descendientes. Ella estaba conectada con bendiciones temporales, tales como: la posesión de la tierra de Canaán, la producción abundante en las cosechas, buena salud, protección contra sus enemigos terrenales, etcétera. Estas cosas temporales tienen que ver con la vida en la tierra bajo el favor de Dios. Los judíos, sin embargo, estaban erróneamente confiando en el rito de la circuncisión, que está relacionado con la bendición temporal, y se imaginaban que ella les aseguraba su bendición eterna.
Los judíos no están solos en este malentendido. Muchos cristianos profesantes también confían en cosas y ritos exteriores, tales como: el bautismo, ser miembro de una iglesia, y votos de confirmación, entre muchos otros; pero esas cosas, tampoco garantizan la bendición eterna de una persona.
Pablo se refiere a la circuncisión de tres maneras en sus epístolas:
•  Representa a los judíos nacionalmente en contraposición a los gentiles que son considerados como la incircuncisión (Romanos 2:26-27, 15:8; Gálatas 2:8-9; Efesios 1:11).
•  Indica el rito en sí mismo, es decir, el procedimiento médico literal realizado en el cuerpo (Romanos 2:28; Génesis 17:11).
•  Representa una vida separada de la actividad de la carne por medio de la fe; una vida dedicada a Dios (Romanos 2:29; Filipenses 3:3).
Compra (Adquisición):
Este es el aspecto más amplio de la obra de Cristo en la cruz, por la cual Él adquirió el título y el derecho de todo en la creación. Como resultado, Él tiene una doble esfera de posesión. Compra engloba:
•  A todas las personas: esto incluye tanto las salvas (1 Corintios 6:20, 7:23 y Apocalipsis 5:9 y 14:3, donde la traducción de W. Kelly dice “comprados” en vez de “redimidos”) como las que no son salvas (2 Pedro 2:1-2, traducción de J. N. Darby, donde dice “compró” en vez de “rescató”).
•  A todas las cosas creadas: Esta es la “posesión adquirida [comprada]” (Efesios 1:14).
Hebreos 2:9 se refiere al pago que Cristo hizo en esta gran compra: Él “gustó la muerte por toda cosa” (traducción J. N. Darby). “Toda cosa” es muy amplio, e incluye tanto personas como cosas. Su compra es mencionada en la parábola de Mateo 13:44. El “hombre” (Cristo—versículo 37) compró el “campo” (el mundo–versículo 38) el cual incluye el “tesoro” (los creyentes). Así, vemos que Su compra envolvió cosas y personas. En la oración del Señor, considerando la obra de la redención como habiendo sido ya realizada, Él mencionó que a Él le habían sido dados el título y los derechos sobre “toda carne” (Juan 17:2). El apóstol Pablo mencionó que las cosas creadas pertenecen también al Señor por causa de Su compra (Efesios 1:14—“la posesión adquirida”). Así, Él es ahora Dueño de todo.
Un tipo visto en el libro de Rut ilustra el doble círculo de las posesiones de Cristo: Noemí vendió una parcela de tierra que pertenecía a su esposo Elimelec, quien había fallecido (Rut 4:3). Puesto que Booz (un tipo de Cristo) deseaba tener a Rut como su esposa, él tuvo que comprar aquella porción de la herencia que le daría todo lo que había en ella, incluyendo a Rut. Rut 4:9-10 dice: “Booz dijo á los ancianos y á todo el pueblo: Vosotros sois hoy testigos de que tomo [he comprado – traducción J. N. Darby] todas las cosas que fueron de Elimelech, y todo lo que fué de Chelión y de Mahalón, de mano de Noemi. Y que también tomo [he comprado – traducción J. N. Darby] por mi mujer á Ruth Moabita, mujer de Mahalón.” La compra de Booz de la parcela de tierra es figura de la compra de Cristo de todas las cosas, y la compra de Rut ilustra el tesoro de las personas que vinieron junto con la compra del campo.
No obstante, el que todos los hombres sean “comprados” no significa que todos los hombres sean salvos. Compra no es sinónimo de salvación. Simplemente significa que todos los hombres y todas las cosas pertenecen a Cristo en base a lo que Él realizó en la cruz. Él es Dueño de ellos, ya sea que los hombres consideren Su compra por la fe y reconozcan Su derecho sobre ellos o no. En 2 Pedro 2:1, el Apóstol muestra que comprado no significa ser salvo. Él dice: “Pero hubo también falsos profetas en el pueblo, como habrá entre vosotros falsos doctores, que introducirán encubiertamente herejías de perdición, y negarán al Señor que los rescató [compró – traducción J. N. Darby], atrayendo sobre sí mismos perdición acelerada.” Estas personas fueron “compradas,” ¡mas estaban yendo a una eternidad perdida! Esto no era porque hubiesen perdido su salvación—porque esto no puede suceder (Juan 10:27-28, etcétera)—sino porque ellos no habían reconocido la compra de Cristo (ver también Judas 4).
Muchos confunden ser “comprado” con ser “redimido”. Sin embargo, Efesios 1:14 muestra que no son sinónimos, hablando de algo que ha sido “adquirido [comprado]” y está esperando su “redención.” Claramente esto no podría estar refiriéndose a los cristianos porque nosotros ya hemos sido redimidos (Efesios 1:7). La posesión adquirida (comprada) en este versículo es la herencia, que es toda cosa creada (Efesios 1:11). Cristo pagó el precio por ella, pero en la actualidad todavía está bajo los efectos del pecado y de la corrupción. En Su Aparición, Él la libertará (el significado de la redención) para el propósito para el cual Dios la destinó: para ser la escena en la cual Él exhibirá la gloria de Cristo en el reino. (Ver Redención)
Comunión:
Significa ser “partícipes en conjunto” de aquello que las partes involucradas tienen en común (1 Corintios 10:16). Los creyentes en el Señor Jesucristo han sido traídos a la “comunión” con el Padre y el Hijo (1 Juan 1:3), con el Espíritu Santo (2 Corintios 13:14) y unos con los otros (1 Juan 1:7). Así, permaneciendo juntos en esta comunión, Dios y Su pueblo tienen corazones entrelazados en reflexión inteligente, en objetivo, en propósito, en deseo y en afecto con respecto a todas las cosas pasadas, presentes y futuras. Si nuestros pensamientos e ideas no están de acuerdo con la mente de Dios, entonces estamos sin comunión con Él, en lo que se refiere a esos temas.
Comunión de este tipo no aparece en la Escritura sino hasta después de que fue consumada la expiación, con lo cual Dios sale en busca del hombre, en gracia, para formar una relación con los creyentes a la luz de la plena revelación de la verdad. Los santos del Antiguo Testamento, como Abraham, tenían comunión con Dios, pero no de la manera en que los cristianos conocen la comunión con Dios por la morada interior del Espíritu. H. M. Hooke dijo: “La primera vez que ella [la comunión] ocurre en el Nuevo Testamento es en Hechos 2:42. ¿Por qué no la vemos antes? Porque hasta que la vida eterna no fue revelada, manifestada, y comunicada no podría haber tal cosa como la comunión. ¿Cómo podía Dios llevar a personas a tener comunión Consigo mismo hasta que Él pusiese fuera sus pecados? No fue hasta que Cristo murió, resucitó y fue al cielo, y que el Espíritu Santo descendió, que se tiene esa palabra” (The Christian Friend, vol. 12 [1885], p. 234).
En la Escritura, la comunión cristiana (1 Corintios 1:9; Hechos 2:42-47) trata más que nada del estar juntos. Implica estar “congregados” al nombre del Señor Jesucristo (Mateo 18:20), “juntos” para partir el pan (Hechos 20:7), “congregados” para la oración (Hechos 4:31, 12:12; Romanos 15:30), “juntados” para el ministerio de la Palabra (Hechos 11:26; 1 Corintios 14:23), “juntando la multitud” para acciones administrativas (Hechos 15:30; 1 Corintios 5:4), estando “juntos” para ser mutuamente confortados y animados (Romanos 1:12), caminando “unidos” en una misma mente y un mismo parecer (1 Corintios 1:10) y siendo “coadjutores” en el servicio del Señor (1 Corintios 3:9; 2 Corintios 6:1).
Todo esto se basa en el hecho de que somos vivificados “juntamente,” resucitados “juntamente” y sentados “juntamente” en Cristo (Efesios 2:5-6) y también porque fuimos bien “compaginados” (Efesios 2:21) y edificados “juntamente” para morada de Dios en la tierra (Efesios 2:22). En breve seremos “recogidos,” y así reunidos con Él (2 Tesalonicenses 2:1), seremos glorificados “juntamente” con Él (Romanos 8:17), y finalmente viviremos “juntamente” con Él (1 Tesalonicenses 5:10).
Conciencia:
Es una facultad del hombre, adquirida en la caída (Génesis 3:5-7, 3:22), por la cual tiene un conocimiento inherente y consciente del bien y del mal. Dependiendo de la versión, la palabra “conciencia” rara vez aparece en el Antiguo Testamento, pero el hecho de su presencia en el hombre es mencionado en varios lugares. Proverbios 20:27, por ejemplo, dice que funciona como “candela de Jehová ... que escudriña lo secreto del vientre”. (“Vientre” se utiliza como una figura para denotar la parte más profunda del ser.) También es aludida como “un silbo apacible y delicado” en el hombre, por el cual él conoce el bien y el mal (1 Reyes 19:12). También, cuando David hizo algo errado, dice que su corazón “le golpeaba” (1 Samuel 24:5; Job 27:6). Estas cosas son los efectos de la operación de la conciencia en los hombres.
En el Nuevo Testamento, la “conciencia” es definida como aquella que da testimonio en los pensamientos y corazones de los hombres en relación con el bien y el mal (Romanos 2:14-15, 7:7). Un hombre es capaz de condenar a otro hombre por su mala conducta, porque tiene un patrón moral en sí mismo (a través de su conciencia) que le permite juzgar lo que es correcto e incorrecto moralmente. En Romanos 2:13-15, Pablo explica que, aunque los gentiles no han recibido la ley de Moisés (los diez mandamientos), dada a los judíos, si ellos siguiesen su conciencia, harían “naturalmente ... lo que es de la ley.” Esto es porque las normas morales de Dios fueron escritas en sus corazones. Este testimonio interior es una “ley á sí mismos.” Una persona, por lo tanto, no necesita una ley formal que le diga que es malo matar, robar y cometer adulterio, etcétera, sino que ella sabe que esas cosas son malas. El Creador escribió en nuestros corazones cómo debemos vivir siendo seres morales responsables, y nuestras conciencias dan testimonio de eso.
Si un hombre sabe que sus acciones están de acuerdo con esta ley interior, su conciencia es “buena” (Hechos 23:1; 1 Timoteo 1:5, 1:19; Hebreos 13:18; 1 Pedro 3:16, 3:21), “limpia” (1 Timoteo 3:9; 2 Timoteo 1:3) y “sin remordimiento” (Hechos 24:16). Si lo que hace no está bien, su conciencia será “contaminada” (Tito 1:15; 1 Corintios 8:7) y “mala” (Hebreos 10:22) y lo acusará de sus errores. Si su vida es sustentada por malas acciones, su conciencia se tornará “cauterizada” (1 Timoteo 4:2), y él se volverá insensible a las acusaciones de ella. Así, en esa situación su conciencia ya no será un testigo confiable, como se ve en aquellos que son descritos en Romanos 1. Sin embargo, los hombres con conciencias cauterizadas son responsables de lo que hacen.
El Evangelio lleva la conciencia del hombre a la luz plena de Dios. Expone la obra consumada de Cristo en la cruz, y la persona que cree en el evangelio de su salvación es “sellada” con el Espíritu Santo (Efesios 1:13) y recibe una conciencia “limpiada” (Hebreos 9:14, 10:2). Esto no significa que el creyente no será más consciente de pecar, pero respecto al juicio eterno de sus pecados, él entiende que todo fue tomado en consideración en la obra expiatoria de Cristo, y su conciencia es silenciada para siempre en cuanto a este asunto.
Condenación:
Esto se refiere a la condenación irrevocable de las personas que mueren y dejan este mundo en sus pecados. Se aplica a Satanás y sus ángeles también.
Muchos piensan que juicio y condenación son la misma cosa y utilizan los términos de forma intercambiable. Sin embargo, no lo son: “Juicio” es la sentencia o veredicto que fue colocado sobre todos los hombres porque todos pecaron. (Algunas versiones de la Biblia traducen “juicio” como “sentencia” para indicar esto.) Si los hombres vienen a Cristo y son salvos, ellos evitan este juicio. “Condenación” por el otro lado, es algo final e irrevocable; nunca es revertida. Es la porción futura de todos los que pasan de este mundo en sus pecados sin fe (Marcos 16:16—“será condenado”). “El mundo” (1 Corintios 11:32), “la carne” (Romanos 8:3), “el diablo” (1 Timoteo 3:6) y las personas que han muerto sin que sus pecados hayan sido perdonados (Juan 5:29) son los únicos que se dicen estar bajo condenación ahora. Por eso, los hombres que están vivos en este mundo en sus pecados están bajo juicio, pero no están bajo condenación—al menos no todavía. Si ellos pasan de este mundo en su condición perdida, entonces pasarán a la condenación.
Romanos 5:16 muestra claramente que el juicio y la condenación no son sinónimos. Dice: “el juicio á la verdad vino de un pecado para condenación.” Esto demuestra que el juicio precede a la condenación. W. Scott dijo: “juicio y condenación no significan la misma cosa. La condenación es futura y final. El juicio la precede.” J. N. Darby afirma en la nota al pie de su traducción en Lucas 20:47 que la palabra “juicio” es “la sentencia pronunciada sobre el delito cometido ... el juicio no es la condenación.”
Algunos pueden preguntarse cómo es que Juan 3:18 se ajusta a esto. Dice: “El que en Él cree, no es condenado; mas el que no cree, ya es condenado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios.” Sin embargo, esta traducción en la versión de la Reina-Valera no es correcta. Debería leerse, “juzgado,” en lugar de “condenado.” Romanos 8:1 afirma, “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.” Nótese que no dice, como algunos imaginan, “Ahora pues, ya no hay más condenación para los que están en Cristo Jesús,” lo que implicaría que antes estaban bajo condenación, pero han escapado por medio de la fe en Cristo. El punto en el versículo es que, siendo justificados como resultado de estar “en Cristo,” es imposible que el creyente llegue a la “condenación.”
C. H. Mackintosh dijo: “el lector del inglés [y del español] debe ser informado que, en todo el pasaje de Juan 5:22-26, las palabras “juicio” y “condenación” son ambas expresadas por la misma palabra en el original, y esa palabra es simplemente “juicio,” que es el proceso, no el resultado” (Papers on the Lord’s Coming, p. 48).
J. N. Darby dijo: “Todos sabemos, si sabemos algo, la diferencia entre los pecados del pasado (o del presente) y la naturaleza mala (el pecado); o sea, el fruto, y el árbol. Si alguien me pregunta, ‘¿El hombre es condenado por ambos?’ Yo debería decir: él está perdido, en vez de condenado” (Collected Writings, vol. 34, p. 406).
Confesión:
Las Escrituras indican que hay dos tipos de confesión entre los hombres. Una de ellas, es la confesión de “Jesús como Señor” y está relacionada con la salvación inicial del alma (Romanos 10:9-10 – traducción J. N. Darby) y la otra es una confesión de pecados, que está relacionada con la restauración de un creyente que ha fallado (1 Juan 1:9).
Muchos cristianos evangélicos piensan que, para que alguien sea verdaderamente salvo, debe hacer una confesión pública de su fe en Cristo. Romanos 10:9 es usado para apoyar esta idea. Dice: “Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios Le levantó de los muertos, serás salvo.” Como resultado, los predicadores evangélicos a menudo instan a confesiones públicas en sus reuniones y manifestaciones evangélicas.
Ellos hacen una “llamada al altar” a su público, llamando a aquellos que quieren ser salvos a venir al frente para hacer una declaración pública de su fe. Sin embargo, si hacemos de la confesión de fe en Cristo ante los hombres una condición para la salvación eterna, entonces la bendición del evangelio no estará únicamente basada en el principio de la fe, ¡sino que se convierte en algo basado en la fe y las obras! Y esto es contrario a los fundamentos del evangelio (Romanos 3:26-31, 4:4-5; Efesios 2:8-9). Además, significaría que una persona no podría ser salva si estuviese sola en algún lugar desierto, ¡porque no tendría a quien hacer su confesión! De acuerdo con esta idea, puede haber “arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21), ¡pero no sería suficiente! Habría una condición adicional—tendría que confesar su fe a alguien. Pero ¿qué pasaría si la persona muriese antes de tener la oportunidad de decirle a alguien de su fe en Cristo? ¡De acuerdo con esta enseñanza, estaría perdida! Ni que decir tiene que esta idea equivocada no está de acuerdo con las Escrituras.
“Confesar” en Romanos 10:9 significa “concordar” (Concordancia Strongs) o “expresar acuerdo.” La pregunta es: ¿Expresar acuerdo con quién? A. Roach dijo, que en base a Filipenses 2:11, que dice: “toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, á la gloria de Dios Padre,” y Romanos 14:11 que dice: “toda lengua confesará á Dios,” está claro que esta confesión se hace a Dios, no a los hombres. El creyente reconoce delante de Dios que Jesucristo es el Señor. H. A. Ironside dijo: “Aquí la confesión no es, naturalmente, la misma que cuando nuestro Señor dice, ‘Cualquiera pues que Me confesare delante de los hombres, le confesaré Yo también delante de Mi Padre que está en los cielos.’ Esta es más bien la confesión del alma a Dios mismo de que ella recibe a Jesús como Señor” (Lectures on Romans, págs. 130-131).
Pablo menciona la “boca” antes del “corazón” (que es el orden encontrado en Deuteronomio 30:14), pero en Romanos 10:10, él invierte ese orden, dando el verdadero orden en que ocurre cuando una persona es salva. Así, la recepción interna de la Palabra por la fe resulta en una expresión externa de fe en la confesión de que Jesucristo es el Señor.
En condiciones normales, un creyente verdadero hará confesión de su fe en Cristo ante sus semejantes. Esto debe ocurrir de forma bastante natural, pues las buenas nuevas de salvación son demasiado buenas para mantenerlas sólo para nosotros. La confesión de nuestra fe delante de los hombres es buena, y si un creyente no confiesa a Cristo delante de los hombres, le será negada una recompensa y una mención honrosa ante el Padre en el día venidero (Mateo 10:32-33)—pero esa no es una condición por la cual él sea o no salvo eternamente. Un nuevo creyente puede vacilar en confesar a Cristo al principio, pero su bienestar eterno no depende de eso. Pablo enseñó que la bendición de salvación es únicamente “por medio de la fe” (Romanos 1:17, 3:30, 4:16, 5:1). Él estaría contradiciéndose en Romanos 10:9, si él estableciese la condición de confesión delante de los hombres como base de salvación de una persona.
El segundo tipo de confesión tiene que ver con los pecados, pero es en conexión con un creyente siendo restaurado a la comunión con Dios. 1 Juan 1:9 dice, “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.” Este versículo se refiere a los hijos en la familia de Dios—o sea a nosotros los cristianos. Un creyente que ha fallado, habiendo permitido el pecado en su vida, necesita regresar en arrepentimiento al punto de partida de su desvío del Señor y confesar esos pecados a Dios el Padre. Al hacer esto, se juzga a sí mismo y llega al fondo de la causa de su desvío. Alguien le preguntó a J. N. Darby sobre una situación en el que una persona se haya apartado de manera general, pero no puede pensar en ningún pecado en particular que ha sido la causa de ello. Él dijo que, si ese fuera el caso, la persona puede confesar que su estado había sido malo.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Muchos tienen la idea de que pecadores arrepentidos que vienen a Cristo para salvación deben confesar sus pecados. Pero la Escritura no dice esto. Si fuese necesario hacer esto para ser salvo, ¡entonces nadie sería salvo! ¿Qué pecador puede recordarse de todos sus pecados? Especialmente cuando consideramos que la “altivez de ojos, y orgullo de corazón, y el brillo de los impíos, son pecado” (Proverbios 21:4) y “el pensamiento del necio es pecado” (Proverbios 24:9). En este caso, nuestros pecados deben estar en los millares—¡tal vez en los millones! Sería una tarea imposible para un pecador confesar todo eso. Felizmente, Dios no coloca eso como condición de salvación para nuestras almas. El pecador que busca salvación debe reconocer (o confesar) que es un pecador, y al creer, debe confesar a Jesús como Señor. Pero Dios no exige que él tenga que confesar cada pecado que ha cometido en su vida para ser salvo.
Congregados al Nombre del Señor:
Esta expresión es basada en Mateo 18:20 y 1 Corintios 5:4. Se refiere a la obra del Espíritu de congregar a los cristianos en la tierra en torno al Señor Jesucristo, en el terreno de la verdad del un cuerpo. La presencia del Señor en medio de ellos sanciona ese terreno, en el cual ellos están congregados, como siendo el lugar designado por Él donde los cristianos se deben reunir para el culto y el ministerio. Su presencia también autoriza sus acciones administrativas de atar y desatar, las cuales ellos pueden tomar en materia de disciplina, etcétera. Sin embargo, la presencia del Señor en medio de los así congregados no sanciona su estado, pues a veces este puede ser bajo.
Muchos cristianos piensan que Mateo 18:20 está simplemente afirmando el hecho de que cuandoquiera y dondequiera que se reúnan los cristianos por cualquier razón o propósito, social o religioso, que ellos van a tener la presencia del Señor con ellos. Si bien es cierto que el Señor está “con” los cristianos donde quiera que estén y para cualquier propósito que se reúnan (Mateo 28:20; Hebreos 13:5), esto no es lo que el Señor estaba enseñando en Mateo 18:20 cuando dijo que Él estaría “en medio”. Eso es confundir el Señor estar “con” los creyentes y estar “en medio” de los creyentes congregados a Su nombre. Estas son dos cosas diferentes.
Los tres puntos siguientes nos ayudarán a entender lo que significa estar reunidos al nombre del Señor:
En primer lugar, el PROPÓSITO de Dios en reunir a los cristianos al nombre del Señor es para que haya una demostración viva de la unidad del cuerpo de Cristo en la tierra (Romanos 12:4-5; 1 Corintios 10:17, 12:12; Efesios 1:22-23, 5:30). Él desea que exista una expresión visible de la unidad del cuerpo como resultado de los creyentes andar juntos eclesiásticamente—esto es, en la doctrina y práctica de la Iglesia (Efesios 4:1-4). Para ello, Dios llama a todos los cristianos a una “comunión” universal (mundial) en la cual deben andar prácticamente en uniformidad y unidad escritural (1 Corintios 1:9). Los que son así reunidos manifestarán esto de varias maneras:
•  En el funcionamiento y el orden de asamblea (1 Corintios 1:2, 4:17, 7:17, 11:16, 14:33-34, 16:1).
•  En el acto del partir del pan (1 Corintios 10:17)
•  En los asuntos de la comunión entre las asambleas, cartas de recomendación, etcétera (Hechos 18:24-28; Romanos 16:1; 2 Corintios 3:1-3).
•  En asuntos de disciplina de asamblea (1 Corintios 5:12-13; 2 Corintios 2:6-11).
•  En la formación de congregaciones en nuevas áreas (1 Tesalonicenses 2:14; Hechos 8:4-24).
La unidad práctica del cuerpo de Cristo es aludida en Mateo 18:20 en la palabra “congregados.” (La unidad práctica entre cristianos también es mencionada en Juan 10:16, 11:51-52, 17:11, 17:21, pero en el contexto de la unidad de la familia de Dios). El Señor no reveló la verdad del un sólo cuerpo en Su ministerio terrenal porque los discípulos aún no tenían el Espíritu y no habrían podido apropiarse de esa verdad (Juan 14:25-26, 16:12). Pero Él indicó que habría un nuevo tipo de unidad que surgiría cuando la Iglesia fuese formada. Así, el Señor hizo ver la simiente de esa verdad en Su ministerio, pero la dejó para ser enseñada por los apóstoles cuando recibiesen el Espíritu.
Es triste decir que la Iglesia en gran parte no ha entendido el propósito de Dios en congregar. Ya sea por buenas intenciones o por voluntad propia, ella se ha dividido en su funcionamiento práctico, y ahora está fragmentada en más de mil sectas y comunidades independientes (denominacionales y no-denominacionales). Así, la Iglesia hoy testifica al mundo su estado dividido—tanto en la doctrina como en la práctica. No es preciso decir que eso no es lo que el Señor quiere.
En segundo lugar, para realizar este objetivo en el testimonio cristiano, Dios tiene un lugar designado donde congrega a los cristianos para expresar la verdad del cuerpo. No es un lugar literal, geográfico en la tierra, como en el judaísmo (Jerusalén), sino un terreno espiritual de principios bíblicos sobre los cuales Él quiere que los cristianos se reúnan para manifestar esta unidad. Esto es indicado por las palabras “donde” y “allí” en Mateo 18:20.
Hebreos 13:13 nos dice que este lugar de reunión es “fuera del real.” El “real” es una palabra que el Espíritu de Dios utiliza para denotar al judaísmo y todos los principios y prácticas relacionados con él. Así, esta comunión a la que los cristianos son llamados es libre de ese orden judaico de cosas. Los cristianos en general (por centenares de años) han olvidado este punto y han llevado muchas cosas ligadas al culto judaico a los lugares de culto. Ellos han ignorado la clara enseñanza de la Escritura que dice que el tabernáculo es una figura del verdadero santuario al cual ahora tenemos acceso por el Espíritu (Hebreos 9:8-9, 9:23-24, 10:19-22). En vez de eso, ellos lo han utilizado como un patrón para sus organizaciones, y han incorporado muchas cosas de adoración del Antiguo Testamento en un sentido literal. Estas son cosas como: el uso de templos literales (catedrales), una casta de hombres ordenados para oficiar en nombre del resto de la congregación, una orquesta, un coro, el uso de túnicas, la práctica del diezmo, la observancia de la ley, etc. En el mundo cristiano de hoy hay una proliferación de denominaciones cristianas que están repletas de cosas tomadas del orden judaico. Cualquier persona que esté buscando el lugar escogido por el Señor (y que desee estar realmente congregada a Su nombre) tendría que desviar su vista de todos esos lugares de la cristiandad, porque ellos tienen los atuendos del judaísmo en sus servicios de adoración; y la comunión a la que el Espíritu está conduciendo a los cristianos está fuera de todo eso. (Ver Campamento).
El objetivo de Dios es tener a los cristianos juntos en un sólo terreno de reunión, en un único centro divinamente reconocido (Cristo en medio), aunque puedan vivir en muchos lugares diferentes en la tierra. Esto unifica a los cristianos de forma práctica y manifiesta un testimonio singular ante el mundo de que son “un cuerpo.” De hecho, esta es la primera responsabilidad colectiva que los cristianos tienen de andar de una manera digna de la vocación con que fueron llamados (Efesios 4:1-4). Por lo tanto, la presencia del Señor en medio (en este sentido colectivo de asamblea) sólo podría estar donde Dios reúne a los cristianos al nombre del Señor. Si el Señor reconociese, con Su presencia en el medio de ellos, todos los grupos de creyentes que se reúnen para la adoración y el ministerio en sus diferentes lugares, entonces Él estaría sancionando las numerosas divisiones en el testimonio de la Iglesia. ¡Sería sancionar la propia cosa que Él condena! Por lo tanto, el Señor no podría estar (en este sentido) en todo lugar donde los cristianos se reúnen. W. Potter dijo, “Supongamos que el Señor concediese Su presencia a las diferentes denominaciones, ¿qué es lo que Él estaría haciendo? Él estaría sancionando aquello que es contrario a Él. Él no puede hacer eso” (Gathering Up the Fragments, p. 87). También dijo, “¿Significa entonces que el Señor no está en medio de otros en el mismo sentido? Decididamente, Él no lo está” (Gathering Up The Fragments, p. 90).
Esto puede parecer restricto y exclusivo, pero realmente no nos debería sorprender, porque la propia naturaleza del cristianismo es exclusiva. Existe sólo una manera de ser salvos (Hechos 4:12) y sólo un camino al Padre (Juan 14:6), etcétera, y existe sólo una manera en la que Dios quiere que los cristianos se reúnan para la adoración y ministerio. Toda revelación cristiana de la verdad es exclusiva, y no podemos pedir disculpas por la verdad. Ella es lo que es.
En tercer lugar, a pesar de que los cristianos están esparcidos por todo el mundo, Dios tiene el poder para reunirlos de esta manera. Lo hace por medio de la obra del Congregador Divino, el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios conduce a los creyentes ejercitados al lugar de Su elección. ¿A Quién más podría el Señor confiar el congregar de Su pueblo a Su nombre, sino al Espíritu de Dios? Los hombres, quizás bien intencionados, han tratado de reunir al pueblo del Señor, pero desconociendo la verdad de reunión, han formado comunidades cristianas de su propia invención. Habiendo establecido estas diversas comunidades cristianas, ellos incentivan a los creyentes a “ir a la iglesia de su elección,” como si fuese una cuestión de su preferencia personal. El resultado es que los cristianos han ido a formar parte de comunidades cristianas creadas por los hombres (sectas) independientes la una de la otra, en vez de estar unidos en una comunión universal. Esto no puede ser la obra del Espíritu Santo, porque Él nunca conduce a lo que es contrario a la Palabra de Dios.
Si el Espíritu Santo llevase a los cristianos a juntarse para el culto y el ministerio en sus muchas comunidades independientes, ¡entonces Él sería el Autor de las divisiones en la cristiandad! ¡Él, entonces, podría ser responsabilizado por el estado dividido del testimonio cristiano! Ciertamente ningún cristiano sobrio acusaría al Espíritu de Dios de crear el triste y dividido estado del testimonio de la Iglesia. H. Smith dijo: “¿Está el Espíritu Santo reuniendo todas las comunidades divididas e independientes que procuran apropiarse de esta promesa [en Mateo 18:20]? Tal suposición implica necesariamente colocar sobre el Espíritu Santo la responsabilidad de las divisiones e independencias deplorables y deshonrosas a Cristo. ¿Es esta multiplicidad de centros que se ve en la iglesia el resultado de la obra del ‘Espíritu de Verdad’ que vino para glorificar a Cristo? ¡Lejos esté ese pensamiento!” (Gathered Together, p. 3).
Aunque el Espíritu Santo no sea directamente mencionado en Mateo 18:20, está claro que él es el Congregador Divino. Esto es visto en las palabras, “están ... congregados.” El Señor no dijo, “donde dos o tres se congregan” o “se reúnen,” como algunas traducciones modernas lo presentan. “Están ... congregados” está escrito en voz pasiva, y esto apunta al hecho de que ha habido un poder de reunión fuera de las propias personas, que ha estado envuelto en congregarles en ese terreno. Esto demuestra que el terreno divino de reunión no es una asociación voluntaria de creyentes. H. Smith dijo, “Para utilizar una ilustración simple, veo una cesta de frutas sobre la mesa. ¿Cómo es que han llegado allí? Fueron colectadas. Ellas no llegaron allí por sus propios esfuerzos. En el griego, la palabra traducida como ‘congregados’ es ‘sunago,’ que literalmente significa ‘conducidos juntos,’ y podría ser traducida como, ‘ser guiados juntos’—todo lo cual sugiere un Congregador” (Gathered Together, p. 2). La Concordancia de Strong’s afirma que la palabra “sunago” (#4863) significa “conducidos juntos” o “colectados”. El Diccionario Expositivo de Vine del Nuevo Testamento afirma que “sunago” significa “reunir o juntar” (p. 482).
Lucas 22:7-10 considera el tema de la reunión y la obra del Espíritu Santo como el Congregador divino desde una perspectiva diferente. Como Mateo 18:20, el pasaje en Lucas también tiene el “dónde” y el “allí” (versículos 9 y 12), pero Lucas considera el lado de la responsabilidad del hombre, mientras que Mateo lo ve desde el lado de la soberanía de Dios. Lucas muestra que los cristianos necesitan ser ejercitados acerca de estar en el lugar que el Señor escogió.
En Lucas 22, el Espíritu de Dios es visto en la figura de “un hombre” con “un cántaro de agua,” conduciendo a los creyentes ejercitados al lugar que el Señor escogió. Muchas veces, en las Escrituras, el Espíritu de Dios es visto como un hombre sin nombre que trabaja tras los bastidores. Esto es porque no es el objeto del Espíritu de Dios llamar la atención sobre Sí mismo. En el cristianismo, Él trabaja detrás de los bastidores guiando a los creyentes ejercitados hacia la verdad (Juan 16:13-14), y es también la razón por la cual Él no es directamente mencionado en Mateo 18:20. El “agua,” que el hombre llevaba, significa la Palabra de Dios (Efesios 5:26). Esto indica, entonces, que el Espíritu de Dios usa los principios de la Palabra de Dios para conducir a los creyentes al lugar que el Señor escogió.
Lucas 22, por lo tanto, se concentra en lo que es requerido de nosotros para que seamos guiados por el Espíritu al lugar. Necesitamos tener un sincero deseo de saber dónde está el lugar de Su elección. Esto es ilustrado cuando Pedro y Juan preguntan al Señor, “¿Dónde quieres que aparejemos?” (versículo 9). También requiere tener la energía de fe para actuar y así procurar ser guiados por el Espíritu al lugar (Génesis 24:27). Esto es ilustrado en las palabras, “Fueron pues...” (versículo 13). También existe el ejercicio de subir las escaleras de separación hacia el “cenáculo” (versículo 12). Esto indica la necesidad de separarse de toda conexión con el mundo—tanto secular como religioso (2 Timoteo 2:19-22). Finalmente, habiendo sido dirigidos al lugar de Su elección, precisa el ejercicio de hacer los preparativos (versículo 12). Esto se refiere a estar en un estado espiritual correcto de alma adecuado a Su presencia. Preparamos nuestras almas por medio del juicio propio (1 Corintios 11:28).
Consagración:
Este término viene del Antiguo Testamento, pero su verdad también es encontrada en el Nuevo Testamento, aunque la palabra no lo sea. “Consagración” significa, “llenar las manos” (Éxodo 32:29 – margen en la traducción King James; 1 Reyes 13:33). Un cristiano “consagrado” es aquel que tiene las manos llenas en el cumplimiento de su servicio para el Señor. Él está ocupado en las cosas del Señor, y esto hasta el punto en que no tiene espacio para cosas extrañas en su vida.
Esto es ilustrado en la consagración de los sacerdotes en el Antiguo Testamento. En Éxodo 29, después de que los hijos de Aarón fueron lavados con “agua” (versículo 4), rociados con “sangre” (versículo 20) y ungidos con “aceite” (versículo 21), Moisés llenó sus manos con diez cosas que tipifican a Cristo de varias maneras (versículos 22-24). Si nos pudiésemos imaginar a aquellos sacerdotes parados allí en aquel día con todas esas cosas en sus manos, inmediatamente comprenderíamos que ellos no tenían espacio para otras cosas. Del mismo modo, un cristiano consagrado es alguien con enfoque en su vida por tenerla repleta del servicio al Señor.
Muchas veces dedicación es confundida con consagración, pero hay una diferencia:
La dedicación tiene que ver con el creyente colocando algo en la mano del Señor—esto es, su vida, para ser usada como a Él le agrada (Romanos 12:1).
La consagración tiene que ver con el Señor colocando alguna cosa en nuestras manos—esto es, una obra que el creyente puede hacer para Él (Romanos 12:6-8).
Conversión:
Se refiere al corazón de una persona, siendo vuelto hacia Dios (Salmo 19:7, Salmo 51:13; Jeremías 31:18; Ezequiel 33:11; Lucas 1:16). Inicialmente, la conversión ocurre cuando una persona nace de Dios (Mateo 18:3; Hechos 3:19, 15:3, 26:18; 1 Tesalonicenses 1:9, etcétera), pero la conversión no es usada exclusivamente para el nuevo nacimiento y la salvación de la persona, como muchos piensan. Si, más tarde, en la vida de un creyente, él se torna descuidado en su andar y vuelve al mundo, él tendría que ser convertido nuevamente. Así, es posible que alguien sea convertido más de una vez—pero es algo triste, de hecho, si él precisa de conversiones posteriores. Esto no significa que, si un creyente falla, él pierda su salvación y que necesite ser salvo de nuevo, sino más bien, que necesita que su corazón sea vuelto al Señor para que su comunión con Dios sea restaurada.
W. Kelly dijo: “La Escritura emplea esto [la conversión] no sólo para cuando alguien vuelve a Dios inicialmente, sino para cuando vuelve otra vez a Él si se ha deslizado. Esta es realmente la principal diferencia entre la conversión y la vivificación. Pues la vivificación sólo puede ocurrir una vez, pero la conversión puede ser repetida” (Lectures Introductory to the Study of the Minor Prophets, p. 378).
Santiago dijo, “Hermanos, si alguno de entre vosotros ha errado de la verdad, y alguno le convirtiere, sepa que el que hubiere hecho convertir al pecador del error de su camino, salvará un alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados” (Santiago 5:19-20). Al decir, “Hermanos, si alguno de entre vosotros...” está claro que Santiago se estaba refiriendo a los creyentes. Los creyentes verdaderos pueden “errar de la verdad” y fallar, y si lo hacen, necesitan ser convertidos de nuevo. La “muerte” de la que Santiago habla aquí es la muerte física, la cual Dios puede permitir en la vida de un creyente desobediente como un juicio gubernamental, si no se arrepiente (1 Juan 5:16; 1 Corintios 5:2, 11:30; Éxodo 30:21; Eclesiastés 7:17). Esto no significa que un creyente que muere bajo la mano del juicio gubernamental de Dios pierde la salvación de su alma; pues las relaciones gubernamentales de Dios con Su pueblo se refieren sólo al tiempo en la tierra y no tocan su posición y destino eternos.
El apóstol Pedro es un ejemplo de un creyente que tuvo una segunda conversión. El Señor le dijo: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandaros como á trigo; mas Yo he rogado por ti que tu fe no falte: y tú, una vez vuelto, confirma á tus hermanos” (Lucas 22:31-32). Pedro había conocido al Señor en el inicio de Su ministerio y se convirtió en aquel tiempo. Pero después de unos tres años y medio, Pedro Lo negó, y consecuentemente, necesitaba ser convertido nuevamente (Marcos 16:7; Lucas 24:34; Juan 21:15-19). Nota: El Señor no oró para que la salvación del alma de Pedro y su seguridad eterna no “faltasen”—porque no puede fallar, sino para que su fe no fallase cuando su corazón diere las espaldas al Señor.
La versión de J. N. Darby traduce “vuelto” en Lucas 22:32 Como “restaurado,” a fin de ayudar a distinguir la conversión inicial que tiene una persona de cualquier conversión posterior que ella pudiera tener. Pero W. Kelly afirma que traducir ese versículo como “restaurado” es realmente una paráfrasis, porque el significado literal de la palabra es ser convertido, lo cual significa tener el corazón vuelto hacia Dios (Lectures Introductory to the Study of the Minor Prophets, p. 378).
Cortamiento:
Es un término que el apóstol Pablo utilizó para describir a aquellos que reciben solamente la marca de la circuncisión en sus cuerpos, pero se oponen a lo que ella envuelve prácticamente (Filipenses 3:2). Es un corte en la carne, pero no va tan profundo como para cortar a la carne en un sentido práctico y espiritual. El “cortamiento” es un contraste con la “circuncisión,” que es un corte completo de la carne. Por eso, el “cortamiento” se refiere a los maestros judaizantes que estaban en contra del corte total de la carne en la práctica. Estos maestros se habían infiltrado en las filas cristianas en los días de Pablo y desde entonces han sido una calamidad para el verdadero cristianismo. (Ver Circuncisión)
Cuerpo de Cristo:
La figura de un cuerpo humano es usada en la Escritura para describir a la Iglesia de Dios (la asamblea) en la tierra en relación con Cristo en el cielo (Romanos 12:4-5; 1 Corintios 12:12). Los creyentes en el Señor Jesucristo son vistos como los miembros del cuerpo—cada uno teniendo una “operación” diferente (Romanos 12:4)—Cristo siendo la Cabeza. Esta unión de la Cabeza y el cuerpo es mantenida por la presencia del Espíritu Santo en el interior. Los instructores bíblicos a veces se refieren a él como el cuerpo “místico” de Cristo, lo que significa que esta unión es algo que no se ve con los ojos naturales. El apóstol Pablo es el único escritor del Nuevo Testamento en utilizar esta figura, y ésta solo se encuentra en cuatro de sus epístolas: Romanos, 1 Corintios, Efesios y Colosenses.
Es la única membresía de la que habla la Escritura con relación a los creyentes en el Señor Jesucristo. C. H. Mackintosh dijo: “No hay nada en las Escrituras que hable de ser miembro de una iglesia” (The Assembly of God, p. 10). J. N. Darby dijo: “Ser miembro de una asamblea es algo desconocido en las Escrituras. Ahí (en la Escritura) se ve solamente ser miembro del cuerpo de Cristo” (Collected Writings, vol. 31, p. 383). No obstante, los cristianos a menudo hablan del “cuerpo de ustedes” y del “cuerpo nuestro”, en referencia a las diversas sociedades hechas por el hombre en la cristiandad. Esto implica que Cristo tiene muchos cuerpos en la tierra, lo que es una negación práctica de Efesios 4:4 que dice que hay “un cuerpo.”
El “un cuerpo” se refiere a todos los cristianos en la tierra, donde quiera que estén, en cualquier momento determinado. Su aspecto actual no incluye a los cristianos que han muerto y han ido a estar con el Señor. Esto puede verse en el hecho de sufrir junto con los miembros del cuerpo de Cristo que están sufriendo (1 Corintios 12:26) y ciertamente no hay ningún sufrimiento en el cielo. No obstante, todos los cristianos serán parte del cuerpo en su estado completo cuando Cristo venga a reinar en Su reino milenario (Efesios 1:23). Así, los que ya partieron no pierden nada al final, a pesar de que actualmente no son considerados como estando en el cuerpo en este momento.
W. J. Hocking dijo: “Difícilmente se pensaría que hay base en la Escritura para decir que la Iglesia de Dios, es decir, la Iglesia de Dios compuesta de todos los creyentes en Cristo desde Pentecostés hasta el día de Su venida, sea descrita como el cuerpo. El cuerpo es el ser viviente en cualquier momento determinado aquí en la tierra, aunque asociado con Cristo en el cielo. Aquellos santos que han dormido y ahora están con Cristo, todavía forman parte de la Asamblea que Cristo está construyendo, pero el cuerpo de Cristo es el organismo vivo en la tierra” (Christ and His Church, p. 42).
J. N. Darby dijo: “Esto es evidente: por el hecho de que el Espíritu Santo está aquí abajo, los santos que ya partieron no forman parte del cuerpo en la actualidad, pero por supuesto son parte del cuerpo al final. Son parte de él ahora en la mente y propósito de Dios, aunque no lo sean al presente, por haber salido de la escena donde el cuerpo fue formado por el Espíritu Santo que descendió del cielo” (Letters vol. 1, p. 511). También dijo: “No se nos dice nada respecto a los espíritus de los que partieron, sino que están con Cristo. Ellos no perderán ningún privilegio excepto lo que tiene que ver con lo que está aquí abajo. Ciertamente ellos no podrían ser separados de Cristo para luego ser reunidos con Él; esto no es posible basados en los principios fundamentales de la fe; pero los hermanos que partieron no forman parte del cuerpo personalmente, en su condición presente, por estar el cuerpo—en efecto—aquí abajo... Es muy cierto que todos los santos entre esos dos grandes eventos pertenecen al cuerpo de Cristo en la mente y consejo de Dios. Pero aquellos que han muerto han perdido su actual conexión con el cuerpo, habiendo pasado de esta esfera donde el Espíritu Santo está de manera personal. Han dejado de ser una unidad, sus cuerpos no estando todavía resucitados, y no participan más del cuerpo de la manera en que es reconocido por Dios” (Letters, vol. 1, p. 527).
Deidad:
Se refiere a la esencia de Dios mismo. Hay por lo menos diez atributos notables de deidad en las Personas de la Divinidad. Son:
•  Eternidad: Él es una persona eterna, siempre existente, sin principio ni final (Génesis 21:33; Deuteronomio 33:27; Salmo 90:2; Miqueas 5:2; Juan 1:1, 8:58).
•  Infinidad: No hay límites para la grandeza de Su Persona (1 Reyes 8:27; 2 Crónicas 2:6; Hechos 17:24).
•  Omnisciencia: Él lo conoce todo (Salmo 139:2-4; Salmo 147:5; Ezequiel 11:5; Mateo 11:27; Juan 1:48, 21:17).
•  Omnipotencia: Él es todopoderoso (Mateo 28:18; Juan 1:3; Colosenses 1:16-17; Apocalipsis 19:6).
•  Omnipresencia: Él está en todas partes (Salmo 139:7-8; Juan 3:13).
•  Inmutabilidad: Él es inmutable en Su carácter (Malaquías 3:6; Hebreos 1:12, 13:8; Santiago 1:17).
•  Impecabilidad: Él es incapaz de pecar—siendo santo— (Números 23:19; 1 Samuel 15:29; Juan 8:46; 2 Corintios 5:21; Hebreos 6:18; Tito 1:2; 1 Juan 3:5).
•  Soberanía: Él controla el curso de la historia del mundo por Su providencia (Job 42:2; Salmo 135:6; Proverbios 16:33, 21:1; Isaías 41:2-4, 45:6-7; Lamentaciones 3:37; Mateo 17:27; Hechos 15:18; Efesios 1:11).
•  Autosuficiencia: Él es independiente de todas las criaturas (Isaías 40:13-14; Daniel 4:35; 1 Corintios 8:6).
•  Justicia: Él tiene razón en todo Su trato con Sus criaturas (Isaías 6:3; 1 Juan 1:5; Apocalipsis 4:8; Génesis 19:25; Job 8:3; Hechos 17:31; Romanos 3:5-6; Hebreos 2:2; Apocalipsis 20:12).
Día de Cristo:
Este término se refiere al tiempo en que Cristo se mostrará en gloria de forma visible con la Iglesia ante el mundo (2 Tesalonicenses 1:10; Juan 17:23). El “día de Cristo” (o “el día de Jesucristo”) comenzará con la Aparición de Cristo y continuará durante todo el Milenio (1 Corintios 1:8, 3:13, 5:5; 2 Corintios 1:14; Filipenses 1:6, 1:10, 2:16), que durará 1000 años. El día de Cristo aparece como “aquel día” en algunos lugares en las epístolas de Pablo (2 Tesalonicenses 1:10; 2 Timoteo 1:12, 1:18, 4:8). En ese día, las recompensas que los santos recibirán en el Tribunal de Cristo serán entonces exhibidas (1 Corintios 3:13; 2 Timoteo 1:12; Filipenses 2:16).
“El día de Cristo” no es el día referido por el Señor en el aposento alto cuando dijo: “en aquel día...” (Juan 14:20, 16:23, 16:26). Ahí, el Señor estaba hablando de este presente día en el que el Espíritu vendría a morar en la tierra, en la Iglesia. Tampoco es el mismo día del que los profetas del Antiguo Testamento hablaron cuando dijeron: “en aquel día...” (Zacarías 12:3-4, 12:6, 12:8-9, 12:11, 13:1-2, 13:4, etcétera) que es el día del Mesías en la tierra en conexión con Israel. El día de Cristo tiene que ver con Su gloria celestial con la Iglesia.
“El día de Cristo” y “el día del Señor” se refieren al mismo período de tiempo (el Milenio); el primero enfatiza la manifestación de la gloria de Cristo y el segundo el ejercicio de Su juicio.
Día de Dios:
Este término se refiere al Estado Eterno (2 Pedro 3:12), que existirá después que el tiempo llegue a su “fin” (1 Corintios 15:24-28). También es llamado “el día de la eternidad” (2 Pedro 3:18) y “los siglos de los siglos” (Gálatas 1:5; Efesios 2:7, 3:21; 1 Timoteo 1:17; 1 Pedro 5:11, Apocalipsis 5:13, 22:5).
Día del Señor:
Este es un término del Antiguo Testamento (Isaías 2:12, etcétera), usado en el Nuevo Testamento para indicar el momento en que la autoridad del Señor será establecida públicamente en la tierra (1 Tesalonicenses 5:2, 5:4; 2 Tesalonicenses 2:2-3; Lucas 21:34). (No es “el día del Señor” referido como el primer día de la semana – Apocalipsis 1:10.) “El día del Señor” comenzará con la Aparición de Cristo y continuará durante el Milenio (2 Pedro 3:8-10). Así, durará 1000 años. Dios ha establecido ese “día”, en el cual Cristo “ha de juzgar al mundo con justicia” (Hechos 17:31). El Señor intervendrá públicamente sobre los caminos del hombre en la tierra con Sus juicios de guerra (Isaías 30:27-33; Apocalipsis 19:11-21; Isaías 63:1-6) y entonces proseguirá con las diferentes sesiones de Su juicio (Mateo 25:31-40) y, finalmente, con Su juicio milenario (Salmo 101:3-7; Zacarías 5:1-4).
Habrá dos cosas que señalarán que “el día del Señor” estará “cerca” (a punto de comenzar):
•  La revelación del “hombre de pecado” (el Anticristo) y la “apostasía” de la cristiandad que seguirá sus engaños en la Gran Tribulación (2 Tesalonicenses 2:3).
•  El ataque del Rey del Norte (el Asirio) contra los judíos que retornarán a su patria al final de la Gran Tribulación (Joel 1:15, 2:1-11).
“El día del Señor” y “el día de Cristo” se refieren al mismo período de tiempo (el Milenio); el primero enfatiza el ejercicio de Su juicio en la tierra y el último la exhibición de Su gloria con la Iglesia.
Diácono (Véase Oficio)
Disciplina:
Disciplina significa “abrir el entendimiento a través de la corrección” (Job 36:10). Toda disciplina, si viene de la mano de Dios, es buena, pues Él es la fuente de todo bien. Hay dos clases de disciplina:
•  Disciplina para formar el carácter.
•  Disciplina correctiva.
En la categoría de formación del carácter, la disciplina debe ser vista como un entrenamiento divino en la escuela de Dios. Hay al menos tres tipos de entrenamiento divino—cada uno comenzando con la letra “P”:
1) Disciplina Preparatoria:
Tiene que ver con una acción de Dios preparando a Sus siervos para una obra específica a la cual Él los va a llamar. Así como un atleta es preparado por el entrenamiento, Dios entrena a Su pueblo para el servicio al cual Él los llama. Un ejemplo de este tipo de entrenamiento divino es visto en lo que Pablo dijo a los Corintios: “Bendito sea el Dios y Padre del Señor Jesucristo, el Padre de misericordias, y el Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar á los que están en cualquiera angustia, con la consolación con que nosotros somos consolados de Dios” (2 Corintios 1:3-4). Esto muestra que Dios coloca a Su pueblo en ciertas situaciones difíciles para que aprendan por ellas sobre Su compasión y Su consuelo a través de una experiencia práctica. Estas experiencias con el Señor ablandan nuestros corazones (Job 23:16) y nos llenan de compasión por los demás, y somos más inclinados a compadecer, confortar y animar a aquellos que están pasando por pruebas. Así, las experiencias que atravesamos en la vida tienen la manera de prepararnos para una cierta línea de servicio en la cual el Señor nos va a usar. El Señor Jesucristo experimentó este tipo de formación disciplinaria en Su vida que Lo preparó (por los sufrimientos que experimentó) para ser nuestro “misericordioso y fiel Pontífice” (Hebreos 2:17-18, 4:15, 5:8).
2) Disciplina Purgativa:
A veces se le llama disciplina “productiva.” Tiene que ver con la obra de Dios de remover las fallas de carácter y rasgos en nuestra personalidad que no son semejantes a Cristo. Hay defectos de carácter en cada cristiano que impiden (de alguna forma) que Cristo pueda ser visto en ellos. Estas cosas no son pecados propiamente, pero son rasgos de carácter en nuestras personalidades de los que tal vez ni estemos conscientes. Aunque no estemos conscientes de estas cosas en nuestro carácter, Dios las ve (y nuestros hermanos también, muchas veces), y Él se ocupa de remover esas fallas por medio de Su disciplina purgativa. Él lo hace usando las pruebas y tribulaciones que tocan nuestras vidas. En sí mismas, estas disciplinas no forman a Cristo en nosotros—lo que se da solamente cuando nos ocupamos con Él (2 Corintios 3:18)—pero tienen la manera de hacer que nos veamos a nosotros mismos más claramente, y así somos llevados a juzgarnos. En la medida que se purgan estas cualidades indeseables de nuestras personalidades, Cristo será visto en nosotros con más claridad. Vemos este tipo de disciplina en la vida de Job. Él era “perfecto y recto, y temeroso de Dios, y apartado del mal” (Job 1:1). Esto muestra claramente que el problema de Job no estaba en sus acciones—él ciertamente no estaba haciendo nada errado que pudiese ser visto en su vida—era su actitud que necesitaba ser ajustada. Él tenía una actitud de autoestima que el Señor removió por medio de las pruebas que él experimentó. El Señor usó las pruebas que le afligieron como una disciplina purgativa. Al final, Job vio lo que el Señor estaba tratando de mostrarle, y él se aborreció a sí mismo y se arrepintió en polvo y ceniza (Job 42:6). Al juzgarse a sí mismo, él vino a ser una mejor persona. Así, por medio de este tipo de disciplina, ¡Dios hizo de un buen hombre uno mejor! Podemos pensar que las actitudes no son tan importantes, pero Dios lo ve de otra forma, y Él no escatimaría recursos para corregir un espíritu errado en Sus hijos, porque Él es el “Padre de los espíritus” (Hebreos 12:9). Varias figuras son usadas en la Escritura para indicar este proceso de remoción de imperfecciones en nuestro andar y en nuestros caminos. David dijo, “Mi senda y mi acostarme has rodeado [aventado]” (Salmo 139:2-3 – margen, traducción King James). Aventar es el proceso de remover la paja del trigo. Salomón dijo: “Quita las escorias de la plata, y saldrá vaso al fundidor” (Proverbios 25:4). Escorias son las impurezas en los metales preciosos que el artífice elimina por medio de calor intenso. Jeremías dice que el vinicultor remueve el sedimento de su vino vaciando cuidadosamente “de vaso en vaso” (Jeremías 48:11). El Señor dijo que “todo aquel que lleva fruto, le (el Padre) limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:1-2). Esto se refiere al proceso de poda que los labradores hacen para tener un mayor rendimiento de fruto en su viña. El escritor de Hebreos, dijo, “Tuvimos por castigadores á los padres de nuestra carne, y los reverenciábamos, ¿por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, á la verdad, por pocos días nos castigaban como á ellos les parecía, mas Éste para lo que nos es provechoso, para que recibamos Su santificación” (Hebreos 12:9-10). Esto se refiere a la formación y admonición (Efesios 6:4) que un padre terrenal emplea para corregir a sus hijos que tienen un espíritu incorrecto, lo mismo que el Señor hace semejantemente con nosotros.
3) Disciplina Preventiva:
Esta clase de disciplina tiene que ver con el beneficio que recibimos con las dificultades y pruebas por las que pasamos en nuestras vidas las cuales resultan en nuestra preservación. La dependencia expresada por la oración y el andar en humildad con el Señor son indispensables para que seamos preservados en el camino de la fe. Cuando comenzamos nuestras vidas cristianas, generalmente no hay bastante de este bien precioso en nuestras vidas, y somos susceptibles a caer bajo algún ataque del enemigo de nuestras almas. Conociendo nuestro estado y nuestras necesidades espirituales mucho mejor que nosotros, Dios en perfecta sabiduría, permite ciertas pruebas y dificultades en nuestras vidas para ejercitarnos y, si son recibidas adecuadamente, nos preservarán en el camino (Salmo 18:30; Romanos 8:28). Estas pruebas y las dificultades tienen un modo de mantenernos en constante ejercicio y ligarnos al Señor en humilde dependencia. El resultado es que somos preservados de andar en descuido e independencia, que es la fórmula para caer de nuestra firmeza (2 Pedro 3:18). Pablo mencionó esta clase de disciplina a los Corintios. Dijo, “Porque la grandeza de las revelaciones no me levante descomedidamente, me es dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera. Por lo cual tres veces he rogado al Señor, que se quite de mí. Y me ha dicho: Bástate Mi gracia; porque Mi potencia en la flaqueza se perfecciona. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis flaquezas, porque habite en mí la potencia de Cristo” (2 Corintios 12:7-9). Esta disciplina fue dada a Pablo para mantenerlo humilde y dependiente, de modo que él no fuese hinchado por el orgullo y fuese enaltecido por la autoestima—lo que ciertamente lo llevaría a su caída (Proverbios 16:18). Así, el Señor usó esta aflicción como una disciplina preventiva para preservar a Pablo como un vaso útil en Su servicio. Si el apóstol Pablo precisó de eso, sin duda nosotros también lo necesitamos.
4) Disciplina Punitiva:
El cuarto tipo de disciplina es la correctiva, que el Señor designa en la vida de un cristiano desobediente por causa de un curso de pecado que él está llevando a cabo. Es enviada por Él como algo punitivo y está diseñada para quebrar la voluntad del cristiano desobediente, y así corregirlo y restaurarlo. Aunque no era cristiano, la experiencia de Jonás con el Señor es un ejemplo. Este tipo de disciplina emana del corazón de Dios en amor (Hebreos 12:6). Su amor es tal que no permitirá que sus hijos desobedientes continúen indefinidamente en un curso intencional de pecado. Cueste lo que cueste, Él hará regresar el cristiano que se desvía—aunque sea en el lecho de muerte. Pablo se refirió a este tipo de disciplina cuando dijo: “Siendo juzgados, somos castigados [disciplinados] por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11:32). El juicio y castigo al que Pablo se refiere aquí es gubernamental. Algunos de los corintios habían sentido la mano de Dios de esta manera punitiva—algunos estaban enfermos y algunos fueron llevados por la muerte (1 Juan 5:16). Eliú también le recordó a Job sobre este aspecto de disciplina de Dios (Job 36:9-12). Esto podría venir sobre nosotros por la mano de nuestros hermanos en un acto administrativo en nombre del Señor. Pablo expulsó a un par de blasfemos fuera de la asamblea, para que “aprendan á no blasfemar” (1 Timoteo 1:20). Cuando somos castigados de esta manera, existe el peligro de “subestimar” la disciplina y considerarla como siendo algún otro tipo de disciplina, y entonces perdemos lo que el Señor nos está diciendo. J. N. Darby dijo: “No dudo de que una gran parte de las enfermedades y pruebas de los cristianos sean castigos enviados por Dios a causa de las cosas que son malas a Su vista, que la conciencia debería estar prestando atención, pero de las que se ha descuidado. Dios ha tenido que producir en nosotros el efecto que el juicio propio debería haber producido ante Él. Sin embargo, no es verdad suponer que todas las aflicciones son el resultado de este tipo de disciplina. Aunque sean así a veces, no son siempre enviadas por causa del pecado” (Collected Writings, vol. 16, p. 175).
Discipulado:
La palabra “discípulo” significa “aprendiz.” Un discípulo del Señor Jesucristo es un aprendiz profeso y un seguidor de Sus enseñanzas.
La Escritura presenta al discipulado como una entrega total e incondicional a la causa de Cristo de la vida del creyente en este mundo. El costo de este compromiso es grande en cuanto a lo que se debe abandonar. Envuelve desprenderse de toda ambición y objetivo personal que podamos tener en la vida y adoptar los objetivos de Dios para propagar la gloria de Cristo en la tierra. Con tal compromiso vienen sufrimientos, reproches, dificultades y mucho trabajo duro. No hay cómo escapar de estas cosas, pues ellas son normales para el verdadero discipulado. Por extraño que pueda parecer, estos increíbles sacrificios y penurias por el nombre de Dios no dan al discípulo una posición mejor en el cielo; ni agregan un ápice a sus bendiciones espirituales en Cristo.
En vista de estas dificultades, podemos preguntarnos por qué un creyente asumiría este compromiso de convertirse en un discípulo de Cristo—cuando no hay ninguna ventaja aparente en ello. ¡Además, el Señor nunca ordenó a nadie que fuese un discípulo Suyo! Aquellos que así se han comprometido con Él lo han hecho de su propia voluntad. De hecho, el Señor advirtió a aquellos que se consideraban ser de Sus discípulos que eso envolvería mucha abnegación y sacrificio (Mateo 16:24), y por lo tanto sería una decisión costosa (Lucas 14:28-30). Sin embargo, a pesar de todo esto, muchos miles han tomado el discipulado sobre sí mismos como discípulos del Señor Jesucristo—¡y ninguno se ha lamentado! La razón de su disposición para entregar sus vidas de esta manera es que “las misericordias de Dios” (Romanos 12:1) y “el amor de Cristo” (2 Corintios 5:14-15) han capturado sus corazones y les han constreñido. Por lo tanto, ellos hacen esto con alegría pensando que es lo mínimo que pueden hacer por Él. Ellos no se lamentan del paso que dieron porque han descubierto, que, si bien es un camino difícil, también es un camino muy feliz (Lucas 6:20-23—“bienaventurado” significa “feliz”). De hecho, han encontrado el secreto de la verdadera felicidad en la vida, ¡lo cual millones están procurando!
La Escritura indica que hay dos clases de discípulos de Cristo:
•  Aquellos que son “discípulos” (Juan 6:60-61).
•  Aquellos que son “verdaderamente ... discípulos” (Juan 8:31).
La diferencia entre ambos es grande. En cuanto a ser un “discípulo” del Señor, Él indicó que hay dos cosas que convierten a una persona como tal. Él dijo a sus apóstoles, “Id, y doctrinad á todos los Gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19-20). La primera de estas cosas (el bautismo) es un acto único. Es la señal externa de la identificación de una persona con Cristo (Gálatas 3:27). Introduce formalmente a una persona en la esfera donde la autoridad del Señor es reconocida de manera práctica en la vida de un discípulo. La segunda cosa, que tiene que ver con recibir instrucción moral y espiritual, envuelve un proceso de aprendizaje. Si estas instrucciones son recibidas y practicadas, esto también convierte a una persona en un discípulo del Señor Jesús.
Sin embargo, un mero creyente profesante, sin ninguna verdadera fe en Dios, también puede someterse a la ordenanza del bautismo y recibir instrucciones morales—y así podría ser contado como discípulo del Señor. Siendo este el caso, el Señor prueba a cada uno de Sus discípulos en cuanto a su realidad. Vemos esto en Juan 6:24-59. El Señor intencionalmente utilizó la enseñanza simbólica con relación a la vida eterna al dirigirse a Sus discípulos. Muchos de ellos no consiguieron entender lo que Él estaba diciendo y retrocedieron. Ellos rechazaron la enseñanza como siendo algo sin sentido y dejaron de seguirlo (Juan 6:66). Y, al hacerlo, demostraron al final que no eran verdaderos creyentes. Por extraño que pueda parecer, ¡ellos eran discípulos, pero no creyentes!
Por otro lado, hay quienes son verdaderos creyentes y que se han comprometido a seguir al Señor. Él llamó a éstos “verdaderamente ... discípulos” (Juan 8:31). Ellos comprobaron ser tales por continuar en ese camino de fe, siguiendo al Señor a través de dificultades y rechazos asociados con el verdadero discipulado. Además de ser marcados por las dos señales exteriores de un “discípulo” (el bautismo y la instrucción), hay otra serie de cosas que los distinguen como “verdaderamente ... discípulos,” o sea:
•  Ellos se niegan a sí mismos y hacen preeminentes los reclamos de Cristo por encima de todas las otras reivindicaciones en sus vidas (Lucas 14:26; Mateo 16:24).
•  Ellos están dispuestos a ser identificados con Cristo en Su rechazo y a llevar Su vituperio (Lucas 14:27).
•  Ellos han considerado el costo y han hecho un compromiso de por vida en el servicio de su Maestro (Lucas 14:28-33).
•  Ellos tienen un deseo de ser como su Maestro en todas las cosas (Mateo 10:25).
•  Ellos permanecen en Su Palabra (Juan 8:31).
•  Ellos tienen un amor genuino por todos los otros discípulos (Juan 13:35).
•  Ellos son caracterizados por tener una vida de oración y comunión con Dios, que resulta en una vida llena de frutos para la gloria de Dios (Juan 15:7-8).
Disensiones:
Las “disensiones” son divisiones o rupturas internas entre los cristianos (1 Corintios 11:18 – traducción RVR Antigua). Los involucrados en una disensión podrían reunirse de forma externa con aquellos con quienes divergen, pero no felizmente (Romanos 16:17; 1 Corintios 1:10, 3:3, 11:18). Este era el caso con los corintios. El apóstol Pablo les advirtió que, si las disensiones seguían existiendo y no eran tratadas y juzgadas como mal, surgirían también “herejías” brotando de las disensiones (1 Corintios 11:18-19 – traducción RVR Antigua). Así, una división interna dejada sin juzgar se desarrollará en una división externa. (Véase Herejía).
En Romanos 16:17, Pablo dice: “Os ruego hermanos, que miréis los que causan disensiones y escándalos contra la doctrina que vosotros habéis aprendido; y apartaos de ellos.” Esto se refiere a aquellos que causan estas rupturas internas entre los santos. Aquellos que “causan” divisiones son los líderes o autores intelectuales, no aquellos que simplemente siguen un movimiento. Así, debemos distinguir a los líderes de entre aquellos que se desvían en estos asuntos. Nos debemos “apartar” de los líderes, pero debemos allegarnos y tratar de ayudar a aquellos que están siendo atraídos hacia un movimiento divisionista.
Pablo dice que la manera por la que estos promotores de división obtienen seguidores es “con suaves palabras y bendiciones,” y las personas que son engañadas por ellos son los que son “simples” (Romanos 16:18). Absalón es un ejemplo de un hombre que dividió a una asamblea (2 Samuel 15-18). Él atrajo a personas, que “iban en su sencillez, sin saber nada” (2 Samuel 15:11). Su método era estar de acuerdo con aquellos que tenían alguna queja y besarlos. Así, como resultado, “robaba Absalom el corazón de los de Israel” (2 Samuel 15:1-6). La formación de su partido no aconteció de la noche a la mañana; demoró “[cuatro] años” (2 Samuel 15:7) (la versión Reina-Valera Antigua dice “cuarenta años” pero aparentemente fue un error que introdujeron los que hacían copias del manuscrito en Hebreo). Lentamente, pero con certeza, Absalón provocó que muchos en Israel le siguieran y el resultado fue la división en Israel.
Dispensaciones:
La palabra “dispensación” significa “la administración de una casa,” o “la dirección de un hogar,” o “la ley de una casa.” En el sentido usado en la Escritura, habla de un trato público con los hombres, ordenado por Dios, en la administración de Sus caminos en Su casa durante varias edades.
Dado que la casa de Dios en la tierra no fue establecida en ningún sentido verdadero hasta que Él asumió formalmente las relaciones con Israel en el terreno de la redención, con la construcción del tabernáculo donde Él podría encontrase con ellos (Éxodo 25-40), podríamos decir que de ese momento en adelante hay tres dispensaciones principales en los caminos de Dios (véase The Concise Bible Dictionary, págs. 216-217). Antes de eso, los hombres andaban con Dios como individuos, pero no había un sistema público, ordenado por Dios, tratando con los hombres colectivamente en relación con Su casa.
La primera de ellas es la Dispensación de la Ley, que era un trato ordenado de Dios con los hombres (la nación de Israel), según el cual las obligaciones y exigencias de la ley debían ser cumplidas por el pueblo para que ellos pudiesen andar en comunión con Dios. Esta administración pasó por tres fases:
•  Cerca de 400 años bajo los jueces (desde la entrada de Israel en la tierra de Canaán hasta el final de Jueces—Hechos 13:19-20).
•  Cerca de 500 años de reinado (desde Saúl hasta el cautiverio babilónico).
•  Cerca de 600 años de testimonio profético durante los Tiempos de los Gentiles (desde el cautiverio hasta Juan el Bautista—Lucas 16:16).
La segunda dispensación es la presente “dispensación del misterio” (Efesios 3:9). Es una administración especial para el gobierno de una compañía celestial de personas (la Iglesia) en este presente Día de Gracia. El apóstol Pablo fue encargado de “aclarar á todos” acerca de lo que envolvía esta administración (Efesios 3:9). Tres veces él habla de que le fue “dada” una revelación especial de la verdad referente a la presente “dispensación” (1 Corintios 9:17; Efesios 3:2; Colosenses 1:25). Él debía enseñar la gran verdad del Misterio que había estado “escondido desde los siglos” con relación a “Cristo y á la Iglesia” (Efesios 3:9, 5:32). Esto incluye todo: desde el llamamiento de la Iglesia hasta las funciones prácticas de los santos al reunirse para la adoración y ministerio. La Iglesia en sí no es una dispensación, pero se rige por una dispensación o ley de la casa de Dios con relación a la verdad revelada en el Misterio.
El ministerio de la gracia realmente comenzó con el ministerio de nuestro Señor Jesucristo (Juan 1:17). Pero cuando Su pueblo terrenal lo rechazó, Dios reveló la presente dispensación del Misterio en la vocación celestial de la Iglesia, con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Hechos 2:1-4, 11:15). Los creyentes hoy en día están siendo llamados de entre los judíos y gentiles para formar parte de una cosa nueva celestial: la Iglesia, que es el cuerpo y la esposa de Cristo (Hechos 15:14, 26:17). El encargo verdadero del ministerio cristiano es “promover la dispensación de Dios” ayudando a los santos que componen la Iglesia a comprender su llamamiento celestial en Cristo y a vivir sus vidas de acuerdo con la actual administración de Su casa (1 Timoteo 1:4 – traducción J. N. Darby).
La tercera dispensación está aún por venir—“la dispensación del cumplimiento de los tiempos” (Efesios 1:10). Este será un orden especial de Dios con los hombres durante el reinado público de Cristo en el Milenio. El remanente restaurado de Israel y las naciones gentiles podrán disfrutar de una porción terrenal de bendición bajo la administración de Cristo y la Iglesia, quienes reinarán sobre el universo desde los cielos (Salmo 103:19; Apocalipsis 21:10).
Estas tres dispensaciones (o administraciones) de la casa de Dios son inmensamente diferentes. De hecho, cuanto más las estudiamos, más veremos cuán diferentes son. Por ejemplo, la Dispensación de la Ley tiene que ver con un pueblo que tiene una porción y un destino terrenal, mientras que la Dispensación del Misterio—intercalada entre la Dispensación de la Ley y la Dispensación del Cumplimento de los Tiempos—tiene que ver con personas que tienen un llamamiento y un destino celestial (la Iglesia). Actualmente, los tratos de Dios con la nación de Israel han sido suspendidos (Daniel 9:24-27; Oseas 5:15-6:3; Miqueas 5:2-3; Romanos 11:11-24, etcétera); mientras tanto, Él está llamando a los creyentes fuera de este mundo por el evangelio de Su gracia para formar parte de la Iglesia (Hechos 15:14, 26:17). Cuando el número total de creyentes escogidos haya sido salvado y traído a la Iglesia (Romanos 11:25), Dios reanudará sus relaciones con Israel y traerá un remanente de todas las 12 tribus a la bendición de Dios (Romanos 11:26-27). Las naciones gentiles también serán bendecidas, sujetas a Israel, en el reino milenario de Cristo. Así, ha habido un cambio en los caminos dispensacionales de Dios, de Ley a Gracia, administrada en el Misterio, y habrá otro cambio de la administración del Misterio a la administración del reino milenario. En un día próximo, cuando el propósito de Dios sea plenamente cumplido, el reino tendrá personas en la tierra bendecidas con relación a Cristo, y también personas en el cielo bendecidas con Cristo.
Muchas veces las dispensaciones son confundidas con edades (o siglos). Algunos han tratado de homogeneizarlas y tratarlas como una misma cosa. Por ejemplo, el Diccionario de la Biblia de Unger dice: “una dispensación es una época de tiempo durante la cual el hombre es probado.” El esquema de las “Siete Dispensaciones” de C. I. Scofield es otro ejemplo de esta mezcla. Sin embargo, las edades y las dispensaciones no son lo mismo. W. Kelly dijo, “La palabra ‘dispensación’ no hace ninguna referencia a un período determinado o edad” (Lectures on the Epistle to the Ephesians, p. 27—nota al pie). Una “edad” es un período de tiempo, y una “dispensación” es un orden moral y espiritual de Dios durante un período de tiempo, con relación a alguna verdad específica que Él ha concedido a Su casa. De acuerdo con esto, J. N. Darby habla de estar “en” una edad, pero “bajo” una dispensación (Collected Writings, vol. 10, p. 12).
Divisiones (Véase Herejía, Disensiones):
Don:
En el nuevo testamento, “don” es un asunto que es tratado en diferentes aspectos. En primer lugar, hay “el don del Espíritu Santo,” que es dado a toda persona que cree en el Señor Jesucristo (Juan 4:10; Hechos 2:38, 10:45; 1 Tesalonicenses 4:8; 1 Juan 3:24). Al recibir el Espíritu Santo la persona viene a ser parte de la Iglesia de Dios, que es el cuerpo de Cristo.
Hay el don de la “gracia” que es dado a cada miembro del cuerpo de Cristo, por el cual cada uno es capaz de ocupar el lugar en el cuerpo que le fue atribuido (Efesios 4:7).
Hay también dádivas espirituales que son dadas a los creyentes, llamadas “dones espirituales,” o “manifestaciones espirituales” en la traducción J. N. Darby (1 Corintios 12:1, 14:1, 14:12). Esta dádiva espiritual (don) es dada a una persona en el momento en que cree en el Señor Jesús y recibe el Espíritu Santo. Cuando ella es conducida por el Espíritu para ejercer su don, contribuirá de alguna manera para la edificación del cuerpo (1 Corintios 12:7; Efesios 4:15). La Biblia enseña que todos los creyentes han recibido por lo menos un don (1 Corintios 12:7; 1 Pedro 4:10). El ministerio es simplemente el ejercicio del don de alguien. Como todos los cristianos tienen algún don, todos los cristianos están en “el ministerio.” La extensión completa de estos dones es mucho más amplia que enseñar, exhortar, profetizar, predicar, etc. Incluye los dones de señales tales como: sanidades, lenguas y dones de milagros, etcétera (1 Corintios 12:9-10) y los dones de carácter más privado, como ayudar a las personas a nivel individual, tales como: pastoreo, ayuda, dar, mostrar misericordia, etcétera (Romanos 12:8; 1 Corintios 12:28).
Hay también “dones” especiales que son dados a la Iglesia por Cristo, la Cabeza del cuerpo (Efesios 4:10-11). Estos son los hombres que en sí mismos poseen ciertos dones espirituales para ministrar la Palabra. Son: “apóstoles ... profetas ... evangelistas ... pastores y doctores.” El Señor da estos hombres con el propósito de preparar a los santos y, así, hacerlos capaces de contribuir en la obra del ministerio (Efesios 4:12). Los apóstoles ya no están con nosotros en la tierra (Efesios 2:20), pero los otros dones ciertamente lo están. Los profetas que están con nosotros hoy en día no son aquellos que reciben revelaciones y predicen eventos futuros (Hechos 11:28, 21:10-11), sino son aquellos que ministran la Palabra para edificación, exhortación y consolación (1 Corintios 14:3).
Los dones de señales y de testimonio arriba mencionados cesaron porque el propósito para el cual fueron dados ya fue cumplido. Esto aconteció de dos maneras:
En primer lugar, esos dones fueron utilizados para dar “testimonio” a la nación judía de que Dios era capaz y estaba dispuesto a traer el reino en todo su poder y gloria (como fue presentado en los profetas del Antiguo Testamento) si ellos recibían al Señor Jesús como su legítimo Mesías. Dios confirmó esta gracia para con ellos en el ministerio de los apóstoles (Hechos 2:43). A través de ellos la nación probó “las virtudes del siglo venidero” (Hebreos 6:4-5) y vio “señales y milagros” y “diversas maravillas” con “repartimientos del Espíritu Santo según Su voluntad” (Hebreos 2:3-4), y también tuvieron a hombres hablándoles en “lenguas” (Hechos 2:1-13; 1 Corintios 14:21-22). Pero cuando los judíos rechazaron formalmente este testimonio (Hechos 7:54-60), a no ser por el remanente que creyó (Romanos 11:5), Dios puso de lado a la nación en el año 70 d.C. con la destrucción de Jerusalén y el templo, y la muerte de una grande parte del pueblo (Mateo 21:33-44, 22:7, 24:2). Entonces, el uso de estos dones milagrosos ya no era necesario (1 Corintios 13:8). La historia testimonia el hecho de que después del primer siglo, estos dones milagrosos ya no eran más usados.
En segundo lugar, Dios utilizó los dones de señales para dar testimonio a los gentiles de que Él había efectuado un nuevo inicio en Sus caminos dispensacionales al enviar al Espíritu Santo en Pentecostés para formar la Iglesia (Marcos 16:15-20; Romanos 15:18-19). Los Gentiles tuvieron la oportunidad de ser parte de ella, si recibían al Señor Jesús. Después que la Iglesia fue establecida en aquellos primeros tiempos, los dones de señales que fueron manifestados en asociación con la predicación del evangelio no tuvieron continuidad. Nuevamente, la historia de la Iglesia da testimonio de este hecho.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
La esfera en la cual los dones operan en la casa de Dios es una de las tres esferas distintas de privilegio y responsabilidad—sacerdocio, don y oficio. La cristiandad ha malentendido las distinciones que marcan estas tres esferas de actividad espiritual y las ha fusionado en una sola, y de eso ha venido la invención de un clérigo (uno así llamado ministro o pastor), lo cual no tiene el apoyo de la Escritura. Es, por lo tanto, importante notar la diferencia entre ellos. Una diferencia es que el sacerdocio tiene que ver con lo que va del hombre para Dios, pues está relacionado con la alabanza y la oración; mientras que el don tiene que ver con cosas espirituales siendo ministradas de Dios para el hombre. (Ver El Sacerdocio de los Creyentes, y Oficio).
Cuando la esfera del don en la casa de Dios está siendo considerada, generalmente se refiere a los dones que pertenecen al ministerio público de la Palabra: predicación, enseñanza, exhortación, etcétera. Sin embargo, el ejercicio del don espiritual de alguien es algo que no se limita a reuniones de asamblea; los dones deben ser ejercitados cuandoquiera y dondequiera que una persona sea conducida por el Espíritu para hacerlo.
Una cosa importante de notar en relación con el tema del don es que la Escritura no enseña que una persona necesita ser entrenada en un seminario y ordenada antes de que puede usar su don espiritual. La Escritura tampoco enseña que estos dones deban ser ejercitados bajo el patrocinio de la asamblea, o bajo la dirección de una organización para-eclesiástica o una junta misionera. Cada don es dado por el Señor y debe ser usado bajo Su dirección. La posesión de un don espiritual es la autorización de Dios para usarlo. El apóstol Pedro indica esto, diciendo: “Cada uno según el don que ha recibido, adminístrelo á los otros” (1 Pedro 4:10). También dijo, “si alguno habla, hable conforme á las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme á la virtud que Dios suministra.” Nota: Pedro no dice que después de recibir un don para ministrar la Palabra que uno tiene que ir a la escuela antes de que pueda usarlo. El simple orden en la Escritura es: “Cuando os juntáis, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación” (1 Corintios 14:26). Es así como la Iglesia fue enseñada y edificada en sus inicios y es el modelo para el ministerio cristiano hoy en día.
J. N. Darby dijo, “Si Cristo pensó en darme un don, yo debo negociar con mi talento como Su siervo, y la asamblea nada tiene que ver con eso: Definitivamente no soy siervo de ella... Reúso terminantemente ser su siervo. Si hago o digo algo como individuo, que requiere disciplina, eso es otro asunto; pero al negociar con mi talento, no actúo ni por ni para una asamblea. Cuando voy a enseñar, ejercito individualmente mi don... El señorío de Cristo es negado por aquellos que sustentan estas ideas; ellos quieren hacer de la asamblea, o de ellos mismos, señores. Si soy siervo de Cristo, debo servirle en la libertad del Espíritu. Ellos quieren hacer de los siervos de Cristo siervos de la asamblea, y denegar el servicio individual como siendo responsables a Cristo... Soy libre de actuar sin consultarles en mi servicio a Cristo: Ellos no son los amos de los siervos del Señor” (Letters, vol. 2, p. 92).
El don de una persona necesita desarrollarse, y esto lleva tiempo y uso. Mientras más una persona madura en las cosas divinas, más eficiente ella vendrá a ser en el ministerio (Hechos 18:24-28; Marcos 4:20). La manera bíblica para que una persona sea enseñada en las cosas divinas, es asistiendo a las reuniones de lectura de la Biblia (1 Timoteo 4:13) y otras reuniones donde la Palabra de Dios es enseñada bajo la dirección del Espíritu Santo (Hechos 20:7; 1 Corintios 14:29-31). Hay también ministerio escrito (2 Timoteo 4:13), o ministerio grabado, dado por personas bien enseñadas y dotadas.
También es importante entender que estos dones “espirituales” no son dones naturales (1 Corintios 12:1, 14:1, 14:12). Los dones naturales fueron dados a los hombres por Dios desde el nacimiento, y los hombres los desarrollan a través de la práctica. Estos pueden ser cosas tales como habilidades musicales, habilidades artísticas, habilidades atléticas, capacidad intelectual, etcétera. En Mateo 25:14-30, el Señor hizo una distinción entre los dones espirituales (con la figura de los “talentos” – una unidad monetaria) y las habilidades y destrezas naturales (que Él llamó “capacidad”), mostrando que éstas son dos cosas diferentes. La sabiduría de Dios es vista en la parábola pues el hombre dio talentos a sus siervos “conforme” a sus diferentes habilidades. Esto nos enseña que el Señor da dones espirituales a los miembros de su cuerpo que corresponden a lo que fue formado naturalmente en sus personalidades. Por ejemplo, un evangelista probablemente debería tener una capacidad natural de hablar con la gente, ya que es esencial para este tipo de servicio alcanzar a las personas con el evangelio. No es probable que el Señor le de ese don a una persona que sea tímida y no posea habilidades comunicativas. Del mismo modo, el don de enseñar requiere un cierto grado de habilidad natural en cuanto a la capacidad intelectual. El don de enseñar, por lo tanto, probablemente sería dado a alguien que tiene una mente organizada.
Los cristianos, por lo general, están confundidos con relación a esto. Piensan que la capacidad natural de una persona es su don en el cuerpo de Cristo. De ahí viene la creencia de que los cristianos deben buscar carreras mundanas en la vida, tales como: deportes profesionales, música profesional y otros tipos de entretenimiento mundano, porque tienen una habilidad natural en esa dirección. J. N. Darby dijo: “Es un principio enteramente falso que tener dones naturales sea una razón para usarlos. Puedo tener una gran fuerza o velocidad increíble para correr; derribo a un hombre con la una y gano un trofeo con la otra. La música puede ser algo más refinado, pero el principio es el mismo. Creo que este punto es de suma importancia. Los cristianos han perdido su influencia moral al considerar la naturaleza y al mundo como inofensivos. Todas las cosas me son lícitas, pero como he dicho, no se pueden mezclar carne y espíritu” (Letters, vol. 3, p. 476). Tampoco vemos la Iglesia en las Escrituras teniendo reuniones para que estas personas talentosas muestren sus habilidades naturales. Los dones espirituales no son para el entretenimiento cristiano, sino para la edificación de los santos en las cosas espirituales.
También es importante ver que todos esos dones no residen en una sola persona. La Escritura dice, “Porque á la verdad, á éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; á otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; á otro, fe por el mismo Espíritu...” (1 Corintios 12:8-10). Un hombre puede tener más de un don, pero está claro por este pasaje que él no va a poseer todos los dones. Por lo tanto, la asamblea precisará de la participación de todos los que tienen un don para ministrar la Palabra, si va a recibir el beneficio de los dones en su medio. Por desgracia, el sistema de clero-laico existente en casi toda la cristiandad toma el lugar del libre ejercicio de los dones en esas asambleas.
Elegidos (Escogidos):
Esto nos habla de Dios, en Su soberanía, escogiendo a personas y ángeles para varios propósitos. La Palabra de Dios indica que existen varios grupos entre el pueblo de Dios que fueron así escogidos. Hay aquellos a quienes Él ha “escogido” para formar parte de la Iglesia—los cristianos (Efesios 1:4; Colosenses 3:12; 1 Tesalonicenses 1:4; 1 Pedro 1:2, 2:9). Hay también judíos “escogidos” (Isaías 65:9, 65:15, 65:22; Mateo 24:22; Lucas 18:7) e israelitas “escogidos” de las diez tribus (Mateo 24:31). Incluso hay ángeles “escogidos” (1 Timoteo 5:21). El Señor mismo también es mencionado como “mi escogido” (Isaías 42:1; Mateo 12:18).
La elección está estrechamente relacionada con la predestinación. La diferencia es que la elección tiene que ver con ser escogidos y la predestinación para lo que fuimos escogidos. La elección, por lo tanto, se refiere a que Dios escoge a las personas para bendición, y la predestinación se refiere al destino para el cual Dios las ha escogido (Efesios 1:4-5).
En Cristo y Cristo en Vosotros:
Estas son expresiones técnicas usadas por el apóstol Pablo para indicar la posición y el estado del cristiano.
“En Cristo” es un término posicional indicando la conexión del cristiano con Cristo en el mismo lugar de favor en que Él está delante de Dios. Literalmente, significa estar “en el lugar de Cristo delante de Dios” (Romanos 6:11, 6:23; 8:1, 8:39, etcétera). Este lugar fue asegurado para nosotros por medio de la resurrección de Cristo de entre los muertos y de Su ascensión a la diestra de Dios como Hombre glorificado. Es una posición que pertenece a cada creyente en el Señor Jesucristo, independientemente de su estado de alma, porque tiene que ver con la posición del cristiano delante de Dios, lo cual nunca cambia. Incluso si un cristiano muere, ¡sigue siendo visto como estando “en Cristo!” (1 Tesalonicenses 4:16; Romanos 8:38-39). Es nuestra conexión con Él como Cabeza de la nueva raza en la nueva creación, de la cual nosotros somos Sus “muchos hermanos” (Romanos 8:29; 2 Corintios 5:17). Así, el término indica la posición especial que los cristianos tienen que los santos del Antiguo Testamento no tuvieron, pues, en sus días, Cristo no había venido todavía, ni había subido a lo alto como un Hombre glorificado. De hecho, todas nuestras distintas bendiciones cristianas se dicen que están “en Cristo.” (Véase Bendición).
“Cristo en vosotros” es un término que muchos cristianos generalmente malinterpretan. Piensan que esto significa que Cristo habita personalmente en ellos. Por eso, escuchamos a menudo las frases, “Cristo habita en mí,” o “Jesús vive en mí.” Si bien es cierto que el creyente es habitado por una Persona divina, no es Cristo quien habita en nosotros, sino el Espíritu Santo (Juan 14:17; Hechos 5:32; Romanos 5:5; 1 Corintios 6:19; 1 Tesalonicenses 4:8; Santiago 4:5; 1 Juan 3:24). Tampoco han ayudado las frases que los evangelistas modernos han popularizado como: “Abre tu corazón y deja entrar a Jesús,” o “Pídele a Jesús que entre en tu corazón,” etcétera. La Escritura no apoya la idea de que hay dos Personas divinas morando en el cristiano. Es cierto que Él es omnipresente (un atributo de la deidad) y que en espíritu está en todas partes, pero Él personalmente reside en Su propio cuerpo humano glorificado en el cielo.
Ciertos pasajes de la Escritura dicen: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó á sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). “Cristo en vosotros la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27). “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, en Mí permanece, y Yo en él” (Juan 6:56). “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (Juan 14:20). Estos pasajes no se están refiriendo a Cristo habitando personalmente en los creyentes, aunque es comprensible que una persona pueda erróneamente concluir eso de ellos. Más bien, ellos se están refiriendo a un estado subjetivo en los creyentes, que resulta en ellos por tener la vida de Cristo. Estos versículos están simplemente afirmando que tenemos Su propia vida y naturaleza en nosotros, y, por lo tanto, la capacidad de tener Sus características morales formadas y exhibidas en nosotros por el Espíritu Santo (2 Corintios 3:18). Por lo tanto, Cristo está en nosotros moralmente, pero no personalmente. Colosenses 1:27 se está refiriendo a esto en un sentido colectivo—lo que “vosotros” indica. Comentando sobre este versículo, W. Kelly dijo, “Esto es la vida de Cristo en nosotros en la manifestación completa de su carácter de resurrección” (Lectures on Colossians, p. 108). Otro expositor ha dicho: “En Colosenses, el misterio es ‘Cristo en vosotros, la esperanza de Gloria’ como teniendo un efecto presente en la reproducción de las características de Cristo en los gentiles” (Precious Things, vol. 3, p. 201). Por lo tanto, Cristo está con nosotros en espíritu—como una Persona omnipresente (Mateo 18:20, 28:20; Hebreos 13:5), pero Él no habita en nosotros personalmente, como lo hace el Espíritu Santo.
Encarnación de Cristo:
Este término no es encontrado en la Escritura, pero la verdad que transmite ciertamente lo es. Se refiere a lo que el Señor hizo cuando unió a la humanidad con Su Persona y se hizo Hombre. Esto significa que Él tuvo un “espíritu” humano (Juan 11:33, 13:21), un “alma” humana (Mateo 26:38; Juan 12:27) y un “cuerpo” humano (Hebreos 10:5). Sin embargo, al hacer esto, Él no renunció a Su divinidad. Así, Él era totalmente Hombre y totalmente Dios. Esta unión de las naturalezas divina y humana es inescrutable para la mente del hombre (Mateo 11:27). No somos llamados a comprenderla, sino simplemente a aceptarla y creerla. Esta encarnación ocurrió cuando María concibió del Espíritu Santo (Mateo 1:20) y Él nació en el mundo (Lucas 1:35). Ver Juan 1:14; Romanos 1:3; Filipenses 2:5-8; 1 Timoteo 3:16 primera parte.
El Señor no tomó simplemente un cuerpo humano como si fuera una cápsula dentro de la cual Su espíritu divino habitó—lo que es el error del Apolinarianismo. Había una unión verdadera entre todo lo que hay en Él como Persona divina con todo lo que constituye un ser humano. El hacerse Hombre fue una condescendencia increíble, pues esta unión de la naturaleza divina y la humana es algo que será para siempre. El Señor vivió y se movió y tuvo Su ser en este mundo como Hombre, y Él entregó Su vida en la muerte como Hombre, y así pasó al estado intermedio (Su alma y espíritu fueron temporalmente separados de Su cuerpo), pero incluso en la muerte, Él todavía era Hombre (Hechos 2:27). En la resurrección, Él retomó Su cuerpo y ascendió a la diestra de Dios en un estado glorificado (1 Timoteo 3:16 segunda parte)—¡y seguirá siendo Hombre por toda la eternidad!
Cuando la Escritura habla de la humanidad de Cristo, ella cuidadosamente se guarda de la idea de que Él hubiese tomado parte en la naturaleza caída de pecado que tenemos. Por ejemplo, Hebreos 2:14 dice: “por cuanto los hijos participaron (koinoneo) de carne y sangre, Él también participó (metecho) de lo mismo.” Esto significa que “por cuanto” los seres humanos participan en la humanidad (la cual envuelve tres partes: un espíritu humano, alma humana y un cuerpo humano), Cristo también participó “de lo mismo.” En otras palabras, Él era un Hombre verdadero. Sin embargo, al hablar de la humanidad de Cristo, el Espíritu utiliza una palabra diferente de la que usa para describir nuestra humanidad. Los “hijos,” dice el escritor, “participaron” de carne y sangre. La palabra griega traducida como “participaron” (koinoneo) se refiere a algo universal compartido por toda la humanidad. Esto es cierto de todos los hombres, pues todos participamos plenamente de la humanidad—hasta la participación en la naturaleza de pecado. Sin embargo, cuando el versículo pasa a hablar de Cristo haciéndose Hombre, el escritor usa otra palabra griega. Dice que el Señor “participó” (metecho) de lo mismo. Esta palabra indica un compartimiento de algo, sin especificar a qué grado participa, y, por lo tanto, indica que, cuando Cristo se hizo Hombre, Su humanidad no llegó tan lejos al punto de participar de la humanidad caída.
Además, Hebreos 4:15 afirma que la humanidad del Señor era “sin pecado.” El “pecado” (singular) es frecuentemente usado en las epístolas del Nuevo Testamento para indicar la vieja naturaleza caída de pecado. Este versículo, por lo tanto, deja en claro que el Señor no tenía una naturaleza humana caída, como tienen todos los descendientes del Adán caído (Salmo 51:5).
La encarnación, por lo tanto, es diferente de las manifestaciones divinas en el Antiguo Testamento. Estas fueron ocasiones en que Cristo tomó forma humana e interactuó con los hombres para determinados fines. Muchas veces, la Escritura utiliza el título “Ángel” para indicar esto (Génesis 16:7, 18:1-33, 32:24-32; Éxodo 3:2, 4:24, 14:19; Josué 5:13-15; Jueces 6:11-24, 13:3-5, 13:9-21; 1 Crónicas 21:18-30, etcétera). En esas ocasiones, el Señor se apareció en forma humana, pero esto no era la unión de las dos naturalezas (divina y humana) en Su encarnación.
Esperanza:
En la Escritura, esperanza no es usada de la misma manera que en el lenguaje de hoy. Usamos la palabra hoy en día para referirnos a algo que nos gustaría que sucediera, pero no tenemos garantía de que eso sucederá. En la Biblia, la esperanza es una certeza aplazada; tiene una expectativa segura conectada con ella.
En Romanos 5:2, Pablo habla de “la esperanza de la gloria de Dios,” que tiene que ver con la futura glorificación del creyente en la venida del Señor (el Arrebatamiento). Es algo que el creyente espera con certeza. Definitivamente acontecerá—aunque no sabemos cuándo. Este fin glorioso de estar con y de ser como Cristo es la esperanza del cristiano. Cuando primeramente creímos en el evangelio y recibimos al Señor Jesucristo como nuestro Salvador, fuimos colocados en esperanza de nuestra glorificación final. Pablo se refiere a esto en Romanos 8:24, afirmando que “en esperanza somos [hemos sido] salvos” (traducción J. N. Darby). Esto significa que cuando inicialmente confiamos en Cristo como nuestro Salvador, fue con el propósito de obtener este último aspecto de redención. Así, cuando fuimos “salvos,” fue “en esperanza” de la realidad completa y final que se avecina.
Conocer el glorioso futuro que nos espera nos sostiene en el camino, porque lo que esperamos es firme y seguro. En esperanza fuimos salvos, y en su poder vivimos. Eso nos da “paciencia” para esperarlo (Romanos 8:25). Ha sido dicho que la fe y la esperanza son buenos compañeros de viaje para el cristiano en su camino por el desierto en este mundo, y esto es verdad. Pero en la venida del Señor (el Arrebatamiento), nos separaremos de esos compañeros y entraremos en el cielo con el Señor, donde solo el amor quedará. No necesitaremos de fe y esperanza allí.
Estado Eterno:
Este término no es encontrado en la Escritura, pero transmite un pensamiento bíblico. Los instructores bíblicos lo utilizan cuando se refieren a una condición de cosas que Dios creará en los cielos y en la tierra después de que el tiempo termine su curso—o sea, después del Milenio. Hay solamente tres lugares en la Escritura donde se describe el estado eterno: 1 Corintios 15:24-28; 2 Pedro 3:12-13 y Apocalipsis 21:1-8.
En el estado Eterno, la reconciliación de todas las cosas será completa; todo estará de acuerdo con la mente de Dios (Colosenses 1:20). El pecado y la muerte existirán en el Milenio (Salmo 101:5-8; Isaías 65:20; Zacarías 5:1-4; 1 Corintios 15:25), pero en el estado eterno todo rastro de estos desaparecerá (Juan 1:29; 1 Corintios 15:26). Durante el Milenio, la justicia “reinará” (Isaías 32:1, 61:11). Será la regla de vida para todos en la tierra; todo lo que levante su cabeza contra ella será juzgado y anulado. Pero en el Estado Eterno, la justicia “mora” pacíficamente (2 Pedro 3:13). No habrá necesidad de imponerla, pues no habrá ningún poder contrario para resistirla—todo será de Dios y Él será “todas las cosas en todos” (1 Corintios 15:28). La Escritura dice que Cristo y los santos celestiales “reinarán hasta los siglos de los siglos” (que es el Estado Eterno), pero no dice que reinan durante los siglos de los siglos (Apocalipsis 22:5 – traducción J. N. Darby). Cristo habrá entregado el reino al Padre entonces, y no habrá ninguna necesidad de gobierno en la tierra (1 Corintios 15:24). Así, el Milenio será para la reivindicación del carácter de Dios, pero el Estado Eterno será para la satisfacción de Su corazón. El Milenio será “el día del Señor” (Isaías 2:12, etcétera) y “el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6, 1:10, 2:16, etcétera), pero el estado eterno será “el día de Dios” (2 Pedro 3:12) y “el día de la eternidad” (2 Pedro 3:18). Todo en el cielo y la tierra reflejará la gloria de Dios en aquel día eterno.
El cielo y la tierra permanecerán como lugares distintos por toda la eternidad, pero ellos estarán en una condición enteramente nueva, que será totalmente diferente de aquello que hoy conocemos. Apocalipsis 21:1 dice que “el mar ya no es.” Esto, tomado simbólicamente, indica que no habrá más separación en las circunstancias que conocemos hoy. Un “mar” es un elemento separador en la naturaleza y es usado en este versículo para indicar la separación en cuanto a circunstancias, espacio, tiempo y nacionalidad, etcétera. Por lo tanto, las dimensiones del tiempo, límites geográficos, limitaciones y diferencias humanas desaparecerán. No habrá nada para separar a los hombres de la feliz comunión unos con otros y con Dios. Una condición de felicidad inmutable permeará todo. Así, no habrá más “lágrima,” “muerte,” “llanto,” “clamor” y “dolor”—cosas que son el resultado directo del pecado (Apocalipsis 21:4).
La Nueva Jerusalén será vista como la morada eterna de la Iglesia, que será “dispuesta como una esposa [novia] ataviada para su marido” (Apocalipsis 21:2). Así, la Iglesia existirá como una entidad distinta de los otros grupos de personas redimidas como siendo la “novia” de Cristo. La iglesia como la “mujer del Cordero” (lo que será en el Milenio, ayudando en el gobierno de la tierra—Apocalipsis 21:9) cesará en el Estado Eterno, pero la Iglesia como “novia” de Cristo continuará por la eternidad. Ella estará allí totalmente “para” Su gozo y satisfacción de Su corazón.
De la Nueva Jerusalén es dicho que desciende “de Dios,” pero no hay ninguna indicación de que ella toque la tierra; así, el cielo y la tierra permanecerán siendo distintos en el Estado Eterno, pero estarán en la más estrecha armonía. En ese día eterno, será triunfantemente declarado: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos” (Apocalipsis 21:3). Este es el gran deseo de Dios—habitar en comunión con “los hijos de los hombres” (Proverbios 8:31). Cuando esto ocurra, será anunciado triunfalmente: “Hecho es” (Apocalipsis 21:6). Esto marca el cumplimiento del propósito de Dios con el hombre. La profecía del Antiguo Testamento tiene cumplimiento en el Milenio, pero el propósito de Dios alcanza su cumplimiento en el Estado Eterno.
Apocalipsis 21:8 afirma que habrá también un estado inmutable de condenación para los perdidos. Ocho clases de pecadores que estarán bajo eterna condenación en el lago de fuego son mencionadas. El Estado Eterno no tiene fin. Esto es muy solemne.
Estado Intermedio:
Este término no es encontrado en la Escritura, pero la verdad que transmite ciertamente lo es. Se refiere a la condición de una persona después de la muerte, pero antes de la resurrección. El estado intermedio a veces es referido como el estado de “separación,” porque en la muerte se separan las tres partes que componen un ser humano (espíritu, alma y cuerpo) (Santiago 2:26). El espíritu y el alma permanecen conscientes en el Hades—el mundo invisible de las personas desencarnadas—y el cuerpo queda en el sepulcro.
Si alguien muere en la fe, siendo un creyente, se encontraría “desnudado” en el estado intermedio (2 Corintios 5:4). Su espíritu y alma estarían “con Cristo” en el “paraíso” (Filipenses 1:23; Lucas 23:43, 24:51; Hechos 1:9-10, 3:21, 7:55) mientras que su cuerpo estaría en la tumba esperando la resurrección. Su espíritu y alma estarán en un estado que es “mucho mejor” que cualquier cosa que él hubiera experimentado cuando estaba vivo en el cuerpo en la tierra (Filipenses 1:23).
Las almas y los espíritus de aquellos que murieron sin fe también están en el estado intermedio en el Hades—pero están en un estado completamente diferente del que tienen los justos. Siendo perdidos, ellos “claman” en los “tormentos” (Lucas 16:23; Job 14:22, 30:24) y aguardan la resurrección cuando tendrán su juicio eterno siéndoles sentenciado en el Juicio del Gran Trono Blanco y entonces serán arrojados al Infierno, “el lago de fuego” (Apocalipsis 20:11-15). (Véase Infierno).
El estado intermedio es, por lo tanto, una condición temporal de los muertos. Todos los que murieron están en este estado de separación—tanto los justos como los injustos. Pero no permanecerán allí para siempre. Todos serán resucitados, pero en momentos diferentes, y así tendrán destinos muy diferentes. (Véase Hades y Resurrección).
Eterna Perdición:
Esto se refiere al juicio que pertenece a aquellos que están eternamente perdidos (Mateo 25:46). Ellos existirán en el infierno eternamente, donde pagarán el precio por sus pecados. (Véase Infierno)
Algunos piensan que “eterna perdición” (2 Tesalonicenses 1:9; Filipenses 3:19; Mateo 7:13; 2 Pedro 2:1, 2:12, 3:16, etcétera) significa que las personas son consumidas por el fuego del juicio de Dios, y así dejan de existir. Esta falsa doctrina es llamada aniquilacionismo. La Palabra de Dios indica que “eterna perdición” no tiene que ver con la pérdida del ser de una persona, sino con la pérdida de su bienestar eterno bajo el juicio de Dios.
Job 14:22 y Job 30:24 dan a entender claramente que los incrédulos siguen existiendo después de morir. Dice que ellos “claman” y se “entristecen” incluso después de ser destruidos. Apocalipsis 19:20 nos dice que la Bestia y el Falso Profeta fueron lanzados vivos al lago de fuego. En el capítulo 20 nos dice que el diablo es lanzado en el abismo durante el Milenio, y entonces es soltado. Y después de una breve rebelión, leemos: “Y el diablo que los engañaba, fué lanzado en el lago de fuego y azufre, donde está la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche para siempre jamás” (Apocalipsis 20:10). Nota: ¡La Bestia y el Falso Profeta estaban todavía allí en el lago de fuego después del reinado de mil años de Cristo! Ellos no dejaron de existir. Nuevamente, dice en Apocalipsis 14:10-11, “y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles, y delante del Cordero: y el humo del tormento de ellos sube para siempre jamás. Y los que adoran á la bestia y á su imagen, no tienen reposo día ni noche.” El tormento es una condición que requiere que una persona exista para soportarlo. No se puede atormentar lo que no existe. El Señor también dijo: “Donde el gusano de ellos no muere” (Marcos 9:48). Esto indica que los tormentos de una conciencia culpable no se extinguirán en los perdidos bajo el castigo eterno. Por otra parte, varias Escrituras nos dicen que el fuego del juicio de Dios sobre el perdido “nunca se apagará” (Mateo 3:12; Marcos 9:43, 9:45; Lucas 3:17). ¿Qué necesidad habría de que el fuego continuara si aquellos que fueron lanzados a él fuesen aniquilados inmediatamente? Algunos dicen que la propia muerte es el juicio, pero la Escritura dice, “está establecido á los hombres que mueran una vez, y después (de la muerte) el juicio” (Hebreos 9:27). Si “después” de la muerte viene el juicio, ¿cómo podría la muerte ser el juicio?
Incluso en el lenguaje común, “perdición” no significa la cesación de la existencia. Por ejemplo, si tomamos un hacha y hacemos pedazos una bonita mesa de madera, podríamos ser acusados de echar a perder la mesa. Sin embargo, habría tanto material tirado en una pila inútil en el piso como cuando era una bonita mesa. Una vez destruida, ella no puede ser utilizada más para el propósito para el cual fue hecha—pero el material del que fue construida todavía existe. Es lo mismo con la perdición de los seres humanos. El hombre fue hecho para la gloria de Dios (Isaías 43:21; Apocalipsis 4:11); si él va a la “eterna perdición,” él no puede más ser capacitado por la salvación para el propósito para el cual él fue creado.
Evangelio:
La palabra “evangelio” significa “buenas nuevas” o “buenas noticias,” y es utilizada en la Escritura para indicar que Dios tiene buenas noticias para el hombre. Este hecho muestra que Dios está interesado en la bendición del hombre.
Las Escrituras registran que hubo diferentes mensajes de evangelio que fueron predicados a los hombres en diferentes momentos de la historia, prometiendo diferentes formas de bendición provenientes de Dios. Agrupar estos llamados del evangelio en un único mensaje es un error y no toma en cuenta los caminos dispensacionales de Dios.
Las buenas noticias de Dios fueron anunciadas por primera vez a Adán y Eva en el jardín del Edén. Ellas prometían que Satanás sería aplastado bajo el juicio de Dios (Génesis 3:15; Romanos 16:20; Apocalipsis 20:10), aunque no fueron específicamente llamadas evangelio. Las buenas nuevas fueron anunciadas a Noé, por las cuales fue llevado a construir un arca para la salvación de su casa (Hebreos 11:7), aunque, una vez más, no se le llamó evangelio.
El evangelio fue predicado a Abraham, prometiendo la bendición de ser considerado justo por Dios (Gálatas 3:8).
El evangelio fue predicado a la nación de Israel prometiéndoles liberación del cautiverio en Egipto y de una herencia material en la tierra de Canaán (Éxodo 3:7-8; Números 13:26; Hebreos 4:2-3).
“El evangelio del reino” fue predicado a la nación de Israel por Juan el Bautista (Mateo 3), por el Señor Jesucristo (Mateo 4) y por los apóstoles (Mateo 10), prometiendo que, si aceptaban a Cristo como su Mesías, Él establecería el reino de una manera literal como lo plasmaban los profetas del Antiguo Testamento. Pero los judíos rechazaron al Señor Jesucristo (Isaías 49:4, 50:5-7, 53:1-4; Miqueas 5:2), y consecuentemente, esta oferta del evangelio del reino fue pospuesta (Miqueas 5:3; Mateo 12:14-21; Romanos 11:7-11). Él será predicado otra vez en un día futuro (en la semana 70a de Daniel 9:27) por el remanente fiel de judíos (Salmo 95-96; Mateo 24:14). Muchos en aquel día serán bendecidos a través de él—incluyendo los gentiles (Isaías 55-56; Apocalipsis 9:7). Ellos participarán de las bendiciones terrenales del reino que este evangelio promete.
El evangelio predicado en estos tiempos cristianos tiene por lo menos siete títulos, transmitiendo diversos aspectos del mensaje de las buenas nuevas de Dios para el mundo de hoy. Este evangelio anuncia que Dios en gracia ha alcanzado al hombre en la persona de Cristo, y a través de Su sufrimiento expiatorio, de Su muerte y de Su sangre derramada obtuvo la salvación para los pecadores que creen. Además, anuncia que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos y Le ha sentado a Su diestra en las alturas, y el creyente ahora tiene un lugar de aceptación en Él, en Quien están todas sus bendiciones. El que cree este gran mensaje es sellado con el Espíritu Santo (Efesios 1:13) y es hecho parte de la Iglesia de Dios, el cuerpo y la novia de Cristo (Efesios 1:22-23). Así, este evangelio es un llamado celestial de creyentes para un destino celestial con Cristo (1 Corintios 15:48-49; 2 Corintios 5:1; Efesios 1:3, 2:6, 6:12; Filipenses 3:20; Colosenses 1:5, 3:1-2; Hebreos 3:1, 8:1-2, 9:11, 10:19-21, 11:16, 12:22, 13:14; 1 Pedro 1:4). Todos los que creen este evangelio vivirán y reinarán con Cristo en los cielos sobre la tierra en el Milenio (Apocalipsis 21:9-22:5).
1.  Cuando es llamado “el Evangelio de la Gracia de Dios” (Hechos 20:24), se está refiriendo a la venida de Cristo desde los cielos en gracia para morir por los pecadores.
2.  Cuando se le llama “el Evangelio de la Gloria del Dios bendito” (1 Timoteo 1:11, traducción Reina-Valera Antigua), está enfatizando la ascensión de Cristo a lo alto en gloria y a la aceptación del creyente en Él allí delante Dios. (Pablo llama a este aspecto “mi Evangelio” – Romanos 2:16, 16:25; 2 Timoteo 2:8.)
3.  Cuando es llamado “el Evangelio de Dios” (Romanos 1:1), está apuntando hacia la fuente de las buenas nuevas: Dios mismo que diseñó el plan de salvación.
4.  Cuando se le llama “el Evangelio de Su Hijo” (Romanos 1:9), se refiere al amor de Dios que Le llevó a dar el más precioso Objeto de Su corazón para salvar a los pecadores.
5.  Cuando se le llama “el Evangelio de Cristo” (Filipenses 1:27), se refiere al gran tema del evangelio: Cristo y Su gloria.
6.  Cuando es llamado “el Evangelio de Paz” (Efesios 6:15), se refiere a la paz práctica que nuestros pies predican (es decir, nuestras vidas) mientras caminamos por este mundo atribulado.
7.  Cuando es llamado “el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:8), no está solamente enfatizando la salvación de nuestras almas, sino también la salvación de nuestras vidas, haciendo a Cristo Señor en nuestras vidas de manera práctica.
Este evangelio exclusivamente cristiano no se debe confundir con el evangelio del reino. Como hemos mencionado, el destino de aquellos que creen en el evangelio de la gracia y la gloria de Dios es vivir y reinar con Cristo en el cielo en Su reino milenario. Mientras que el destino de aquellos que crean en el evangelio del reino será vivir en la tierra en el reino milenario de Cristo (Apocalipsis 7). Estas son dos esferas distintas de bendición—celestial y terrenal. Estos distintos mensajes no están yendo hacia el mundo al mismo tiempo, pues habría confusión si fuesen predicados juntos.
“El evangelio eterno” (Apocalipsis 14:6-7) son las buenas nuevas que la propia creación predica en todas las épocas. Ellas dan testimonio de la gloria de Dios (Salmo 19:1), la sabiduría e inteligencia de Dios (Salmo 147:4-5), el poder de Dios (Romanos 1:19-20) y la bondad de Dios (Hechos 14:17). Aún si la gente nunca entra en contacto con el evangelio de la gracia de Dios, que nos habla de la obra consumada de Cristo, ellas pueden ser alcanzadas y bendecidas por Dios al creer a este testimonio en la creación. La prueba de su fe será vista en ellos al temer a Dios y practicar la justicia. Como resultado, Él “se agrada” de ellos pues son aceptos con Cristo (Hechos 10:35). Si ellos murieren teniendo esa fe sencilla, irían al cielo, pero no serían parte de la Iglesia de Dios, porque para eso es necesario el sello del Espíritu, que sólo ocurre cuando alguien cree en la obra consumada de Cristo (Efesios 1:13).
Expiación:
Maestros de la Biblia usan la palabra “expiación” en referencia a la obra que Cristo hizo en la cruz en cuanto al quitar de en medio el pecado por el sacrificio de Sí mismo (Hebreos 9:26).
La palabra “kaphar” en hebreo (traducida “reconciliación,” “purificación,” “expiación,” etcétera) significa cubrir (Levítico 16:6, 16:10-11, 16:16-18, 16:27, etcétera). Los sacrificios por el pecado en el Antiguo Testamento hicieron eso: cubrieron los pecados del pueblo ante Dios (Salmo 32:1). Pero esos sacrificios no podían “quitar” los pecados (Hebreos 10:4). Eso exigía un sacrificio infinitamente mayor que el “de los toros y de los machos cabríos.” Hoy en día, por medio de la obra consumada de Cristo en la cruz, los pecados de los creyentes son “quitados” (1 Juan 3:5) y “deshechos” (Hebreos 9:26). La obra consumada de Cristo logró mucho más que proveer una cubierta para el pecado. Las dos partes de Su obra consumada se centran en:
•  Propiciación: Atiende a las santas reivindicaciones de Dios contra el pecado.
•  Sustitución: Atiende a nuestra culpa.
1) Propiciación:
(Romanos 3:25; Hebreos 2:17 – traducción J. N. Darby; 1 Juan 2:2, 4:10) se refiere al lado de los sufrimientos y muerte de Cristo que la naturaleza Santa de Dios reivindicó, habiendo Cristo proporcionado plena satisfacción a los reclamos de la justicia divina. Es el lado de Dios en la obra de Cristo. Ha sido realizada para “todo el mundo” (1 Juan 2:2) y “toda” la humanidad (Romanos 3:22; 2 Corintios 5:15; 1 Timoteo 2:6) y así ha hecho que el mundo entero sea salvable.
En Romanos 3:25, J. N. Darby traduce “propiciación” como “propiciatorio.” El sentido dado por el apóstol Pablo en este versículo es que Dios ha establecido a Cristo como el Propiciatorio en el testimonio del evangelio. El propiciatorio dentro del sistema de sacrificio del Antiguo Testamento era el lugar donde Dios se encontraba con Su pueblo en base a la sangre de una víctima: un sacrificio (Éxodo 25:21-22; Levítico 16:14). La sangre en el propiciatorio ilustra (típicamente) lo que el evangelio anuncia: que la propiciación ha sido efectuada. Cristo, glorificado en las alturas, es ahora el divino lugar de encuentro para que todo el mundo venga y sea salvo. Él no está en la cruz hoy, sino que ha resucitado y está sentado en gloria en las alturas. Él es el Objeto de testimonio en el que todos deben creer. Así, el pecador que desea ser salvo no viene a un Salvador muerto en la cruz, sino a un Salvador resucitado y sentado en las alturas. Los apóstoles predicaron a Cristo como tal (un Salvador resucitado) a través de todo el libro de los Hechos (Hechos 4:10-12, 5:29-32, 10:38-43, 13:22-39, 16:31).
2) Sustitución:
(1 Pedro 3:18 “Cristo padeció una vez por los injustos”). Esto se refiere al lado de la obra de Cristo en la cruz que trata con el hecho de que Él asumió nuestra posición culpable en cuanto al juicio de Dios y así llevó nuestros pecados en Su propio cuerpo sobre el madero (1 Pedro 2:24). La propiciación es para todo el mundo (1 Juan 2:2), pero la sustitución sólo se aplica a los creyentes. La palabra “sustitución” en sí no se encuentra en la Biblia, pero su verdad se encuentra en muchos lugares. Por ejemplo, cuando el lado del creyente en la obra de Cristo está siendo visto (sustitución), la Escritura dice “muchos” refiriéndose a los muchos que creen (Isaías 53:11-12; Mateo 20:28, 26:28; Juan 17:2; Romanos 5:19; Hebreos 2:10, 9:28) y dice, “nos,” “nuestros,” o “nosotros,” refiriéndose a esa misma compañía de creyentes (Romanos 4:25; 1 Corintios 15:3; 1 Pedro 2:24; Apocalipsis 1:5, etcétera). Isaías 53 menciona diez veces la obra sustitutoria de Cristo en los versos: 5 (cuatro veces), 6, 8, 10, 11, y 12 (dos veces).
Un error frecuente en la predicación de hoy es decirles a los pecadores perdidos que Cristo murió por sus pecados. Si esta afirmación errónea es desarrollada a su conclusión lógica, ¿no hace que Dios sea injusto en su trato con los hombres? Si de hecho Cristo hubiera llevado el juicio por los pecados de todos los hombres, entonces Dios no juzgaría a ningún pecador por sus pecados, porque el precio habría sido pagado por ellos. Por lo tanto, es incorrecto anunciar a un público de incrédulos que Cristo murió por sus pecados, o que Cristo cargó sus pecados. Él sólo cargó los pecados de los creyentes, es decir: los “muchos” (Isaías 53:12; Hebreos 9:28). De esta idea errónea viene el pensamiento de que no existe un día del juicio; Dios no juzgará a los incrédulos por sus pecados, porque eso ya ha sido resuelto en la cruz. La cuestión en ese día (según ellos piensan) será simplemente el de si una persona ha recibido a Cristo o no. Si no lo recibieron en fe, entonces serán juzgados en base a eso, como los que rechazaron a Cristo. Esto, sin embargo, no es la verdad de la Escritura que dice que los perdidos serán juzgados “según sus obras” (Apocalipsis 20:12-15). Como regla general, en el evangelio debemos predicar propiciación para el mundo (1 Timoteo 2:6), y a los pecadores que creen el mensaje de la gracia de Dios, debemos enseñarles la verdad de la sustitución para que tengan paz.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Romanos 3:25 muestra el lado de Dios en la obra de Cristo en la cruz, enfatizando la propiciación, mientras que Romanos 4:25 muestra el lado del creyente en la obra de Cristo en la cruz, enfatizando la sustitución. En 1 Pedro 3:18, el apóstol Pedro vincula estas dos verdades, agregando luego a ellas la verdad de la reconciliación. Él dice, “Cristo padeció una vez (propiciación) por los injustos (sustitución), para llevarnos á Dios (reconciliación).”
Las dos partes de la expiación son ilustradas en los sacrificios hechos en el Día de la Expiación. La expiación fue primeramente hecha a favor de la casa de Aarón (Levítico 16:11-14), que tipifica la Iglesia como conjunto de sacerdotes (1 Pedro 2:5; Apocalipsis 1:6), y luego para la casa de Israel (Levítico 16:15-22) que tipifica al remanente de Israel en un día venidero. Igualmente, ellos entrarán en la bendición por medio de la obra de Cristo en la cruz (Romanos 11:26). El orden de estos eventos es significativo e indica que la Iglesia entra en el bien de la expiación que Cristo hizo en la cruz antes que el remanente de Israel. Aunque la expiación es mencionada dos veces en el capítulo (a favor de esos dos grupos), ella tipificaba una obra única de expiación que el Señor hizo en la cruz.
En cada uno de esos sacrificios, son vistas la propiciación y la sustitución. En lo que dice respecto a la casa de Aarón, un becerro fue traído al altar y fue muerto, y su sangre fue rociada “sobre” el propiciatorio delante de Dios (Levítico 16:15). Esto tipifica la propiciación. Luego, siete gotas de sangre fueron rociadas en tierra “delante” del propiciatorio, donde los sacerdotes (los hijos de Aarón) estaban de pie y ministraban (Levítico 16:15). Esto tipifica la sustitución.
Con respecto a la casa de Israel, uno de los dos machos cabríos que habían sido tomados para el sacrificio era llevado al altar y era muerto, y su sangre era rociada “sobre” el propiciatorio. Esto habla de la propiciación. Entonces, el macho cabrío vivo que tenía los pecados del pueblo confesados sobre él era enviado al desierto (Levítico 16:21-22). Esto tipifica los pecados de los hijos de Israel siendo confesados (Salmo 69:5) y cargados (Isaías 53:12) por Cristo en la cruz como Sustituto de ellos. Cuando el remanente de Israel reciba el beneficio de esa obra en un día futuro, ellos entenderán que sus pecados han sido removidos “cuanto está lejos el oriente del occidente” (Salmo 103:12). W. Kelly dijo: “La expiación consta de dos partes, ambas vistas en Levítico 16 en el becerro con referencia a nosotros, y en los dos machos cabríos con referencia a Israel. La parte de la propiciación establece el lado de Jehová y la de la sustitución el lado del pueblo” (The Bible Herald, vol. 1, p. 234).
El arca de Noé, que fue el medio por el que Dios salvó a Noé y su familia, también tipifica estas dos partes de la expiación. En la fabricación del arca, Dios le dijo a Noé: “la embetunarás con brea por dentro y por fuera” (Génesis 6:14). “Embetunar” es la misma palabra que “expiar” en hebreo. Esto fue lo que hizo que el arca fuera impermeable a la lluvia (el juicio) que vino contra ella. Dios veía a la brea en el exterior, y la familia de Noé veía a la brea en el interior. Esto tipifica la propiciación y la sustitución.
Aunque la Escritura distingue el sufrimiento expiatorio de Cristo, Su muerte expiatoria y Su sangre expiatoria, Dios quiere que consideremos estas tres partes como una sola obra. Muchos han caído en graves errores por separar la una de las otras. Como regla general, debemos distinguirlas, pero no separarlas.
Fe:
La Escritura usa esta palabra de dos maneras, pero con dos significados completamente diferentes. La fe a veces se refiere a la revelación cristiana de la verdad y otras veces a la energía interior de la confianza del alma en Dios. Un ejemplo de la primera definición se encuentra en Judas 3 que dice: “La fe que ha sido una vez dada á los santos.” Un ejemplo de la segunda definición se encuentra en Hechos 20:21 que dice: “Testificando á los Judíos y á los Gentiles arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo.”
Gloria:
Ella puede ser descrita como: “excelencia en exhibición” o “excelencia manifestada.” Es utilizada en la Escritura en conexión con Dios el Padre (Romanos 6:4; Filipenses 2:11) y con Dios el Hijo (Juan 11:4, 13:31-32); también es utilizada para describir el estado final de los santos. En conexión con las personas en la deidad, la gloria tiene que ver con los atributos divinos siendo traídos a exhibición. Tal perfección y excelencia son encontradas en la Persona de nuestro Señor Jesucristo. La Escritura declara por lo menos siete grandes glorias que pertenecen a Él. Ellas se dividen en dos categorías:
•  Sus glorias intrínsecas: Estas son cualidades esenciales inherentes a Su persona, siendo Él Perfecto como es. Ellas no fueron dadas a Él, ni Él las adquirió—siempre fueron suyas por causa de Quien Él es. Algunas de estas glorias fueron veladas cuando Él se hizo Hombre, y algunas no podían ser veladas.
•  Sus glorias adquiridas: Estas son glorias que el Señor trajo para Dios por medio de Su poder y gracia. Algunas de estas glorias son compartidas con Su pueblo redimido, y algunas no pueden ser compartidas.
Gloria Divina:
Hebreos 1:2-3 dice: “El Hijo, al Cual constituyó heredero de todo, por el Cual asimismo hizo el universo: el Cual siendo el resplandor de Su gloria, y la misma imagen de Su sustancia ... ” Esta “gloria” es Su gloria intrínseca, esencial en la divinidad. El Señor no la adquirió, porque siempre Le perteneció, pues Él estaba “con Dios” y “era Dios” (Juan 1:1; 1 Timoteo 6:14-16). Los atributos de la divinidad que residen en Él son: eternidad, infinidad, omnisciencia, omnipotencia, omnipresencia, inmutabilidad, impecabilidad, soberanía, autosuficiencia y justicia. Esta gloria nunca será compartida con los hombres; pertenece exclusivamente a la divinidad. (Véase Deidad).
Gloria del Hijo:
Juan 1:14 dice, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” Esta es una gloria intrínseca que Cristo tiene como el Unigénito Hijo de Dios. Esta tampoco es una gloria adquirida; siempre la tuvo, siendo el Hijo eterno de Dios (Isaías 9:6; Hebreos 1:5; 1 Juan 4:14). Juan 1:14 nos dice que el Señor trajo Consigo esta gloria eterna del Hijo en Su Humanidad, y los que tenían fe contemplaron esa gloria. En un paréntesis, Juan califica el carácter de la gloria que el Señor tenía como Hijo de Dios mostrando la gloria que un hijo unigénito tiene con su padre, teniendo la atención y afecto plenos e indivisos de su Padre. Así, “un unigénito para con su padre” (traducción J. N. Darby) no está escrito en mayúscula en el texto porque se refiere a la relación humana de un padre con su hijo; el Espíritu de Dios está usando esto para ilustrar el afecto que el Padre tiene para el Hijo. Cuando el término “Unigénito” es aplicado al Señor Jesús, se refiere a Su relación no-creada—eterna—con Dios el Padre. Demuestra el deleite del Padre en Él. De la misma forma, cuando el Señor Jesús vino entre los hombres, ellos Lo vieron viviendo en pleno gozo del amor de Su Padre. Él era el Objeto total de atención y deleite de Su Padre (Mateo 3:17), porque Él siempre habitó “en el seno del Padre” (Juan 1:18; Proverbios 8:30) como “Su amado Hijo” (Colosenses 1:13). La “ropa de diversos colores” de José es un tipo de esta gloria. Lo distinguía a José, siendo el hijo del amor especial de su padre (Génesis 37:3-4). José es un tipo de Cristo. Al retornar a Su Padre en las alturas, el Señor pidió que Él pudiese tener esta gloria del Hijo—que Él tenía con el Padre “antes que el mundo fuese”—como un Hombre glorificado (Juan 17:5). Esto no fue una petición para que Él fuese revestido nuevamente con esta gloria porque Él nunca renunció a ella. Su petición era tenerla ahora como un Hombre glorificado. Esto Le fue concedido en Su ascensión, cuando Él fue “recibido en gloria” (1 Timoteo 3:16). Esta gloria de Hijo que Cristo tiene no se compartirá con los redimidos, ¡pero el lugar que Él tiene como Hijo delante del Padre es compartido con nosotros! (Efesios 1:5; Gálatas 4:5-6).
Gloria de la Creación:
La Biblia dice: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, la expansión denuncia la obra de Sus manos” (Salmo 19:1). Este versículo indica que las tres Personas de la deidad estuvieron envueltas en la creación, pues “Dios” (Elohim) es plural en el hebreo (Génesis 1:1). Ver también Eclesiastés 12:1 (“Criador” es plural). El Padre era la Fuente (Hebreos 3:4; Hechos 14:15), el Espíritu era el Poder (Génesis 1:2; Job 26:13), pero el Hijo era el Agente por el cual la obra fue hecha (Juan 1:3, 1:10; Colosenses 1:16; Hebreos 1:2; Apocalipsis 4:11). La gloria del Señor como Creador no es una gloria intrínseca que Él siempre tuvo; hubo un punto en la eternidad pasada cuando Él no tenía esta gloria. Fue adquirida cuando “hizo el universo” (Hebreos 1:2; Juan 1:3, 1:10). Esta gloria no está velada; es exhibida diariamente delante de todos (Salmo 19:2-4).
Gloria Moral:
Siendo Quien era, cuando el Señor Él se hizo Hombre y vivió en este mundo, Su vida era perfecta. Había una gloria moral conectada con todo lo que Él dijo e hizo que simplemente no podría ser ocultada o velada. Al final de Su senda terrenal, Él levantó los ojos a Dios Su Padre y dijo: “Yo Te he glorificado en la tierra” (Juan 17:4). De todos los hombres que han vivido en la tierra, Él es el único que verdaderamente podría decir eso a Dios. Su vida fue caracterizada por la obediencia y sumisión a la voluntad de Su Padre (Juan 4:34, 8:29). Como un Hombre perfectamente dependiente, Él vivió de cada palabra que salía de la boca de Dios (Mateo 4:4). En los cuatro evangelios, contemplamos una vida de total abstinencia de Sí mismo, como da fe la Escritura, “Cristo no se agradó á Sí mismo” (Romanos 15:3). Él estaba lleno de gracia y “anduvo haciendo bienes, y sanando á todos los oprimidos del diablo” (Hechos 10:38). Él obró para el bien de los demás y libremente se valió del poder de Dios para suplir todas las necesidades reales, pero personalmente sufrió necesidad, hambre y sed, sin jamás hacer un milagro para Sí mismo. Sus actividades eran principalmente en los ámbitos más humildes de la vida. Él siempre fue accesible; Él nunca le dio la espalda a una persona que vino a Él (Juan 6:37). Él tenía tiempo para los niños (Mateo 19:13-15) y los huérfanos y las viudas hallaron misericordia en Él (Lucas 7:11-17). Cuando Él hablaba, la gente se maravillaba “de las palabras de gracia que salían de Su boca” (Lucas 4:22). No había ningún engaño en Su boca (1 Pedro 2:22). La gente decía: “Nunca ha hablado hombre así como este Hombre” (Juan 7:46). Su sabiduría práctica dio evidencia al hecho de que Él vivía en la presencia del Señor Dios quien Le dio “lengua de sabios, para saber hablar en sazón palabra al cansado” (Isaías 50:4). Él conversó con la mujer en el pozo con un tacto maravilloso, y la salvó de una vida de pecado sin realizar un solo milagro (Juan 4). Siendo confrontado por aquellos que se Le opusieron, Él nunca sostuvo o dijo una palabra en un mal tono de voz. Cuando insultos personales eran lanzados a Él, nunca se defendió; fue solamente cuando los hombres malos lanzaban sus ataques despectivos contra la gloria de Dios, que Él les respondió con una sabiduría maravillosa (Juan 8:48-49). A lo largo de toda Su vida y ministerio, Él ilustró perfectamente Su propia enseñanza—“Haced bien, y prestad, no esperando de ello nada” (Lucas 6:35). Ni siquiera hubo un momento en que Él haya exigido algo de aquellos a quienes Él restauró y libertó. Cuando Él amó, sanó y salvó, Él no buscó nada a cambio. Sin embargo, Su santidad Le hizo un total extraño en este mundo contaminado. A menudo pasaba noches bajo el cielo abierto sin un lugar para recostar Su cabeza, pero Él nunca se quejó de haber sido dejado solo y rechazado (Juan 7:53-8:1; Lucas 9:58). Él era tan humilde y modesto que no era prominente entre Sus discípulos como su Maestro. En su detención en el huerto, no pudieron identificarlo como el Líder del pequeño grupo que Le seguía, y tuvieron que preguntar cuál de ellos era Él. Puesto que Él había estado enseñando diariamente en el templo, ellos deberían haber sido capaces de identificarlo (Juan 18:4-8). Cuando Él fue maltratado e injuriado por los principales sacerdotes y los ancianos y más tarde por las autoridades romanas, “cuando padecía, no amenazaba, sino remitía la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). Cuando Él estaba sufriendo y muriendo en la cruz, cuando todos los demás estaban pensando en sí mismos, Él aún tuvo tiempo para el ladrón que estaba al borde de la muerte y la condenación. Él encontró tiempo para derramar el aceite y el vino de los recursos de Dios cuando Él vio verdadero arrepentimiento allí (Lucas 23:40-43). Esta gloria moral está siendo compartida ahora con los redimidos, pues les ha sido dada la propia vida de Cristo y, por lo tanto, tienen la capacidad de manifestar estas características morales. Están siendo formadas en ellos ahora por el Espíritu en la medida en que ellos están ocupados con Él (2 Corintios 3:18). Esta obra de conformidad moral será completada cuando el Señor venga (el Arrebatamiento), cuando Él glorificará a Su pueblo celestial, librándolos de sus naturalezas caídas. Entonces ellos serán completamente como Cristo—moralmente (1 Juan 3:2). En el Estado Eterno, el cielo y la tierra serán llenos con una nueva raza de hombres que son moralmente perfectos como Cristo.
Gloria de la Redención:
Esta es una gloria que Cristo ganó al entrar en la muerte y consumar la redención. Habiendo glorificado a Dios sobre la cuestión del pecado en la cruz, Dios “Le resucitó de los muertos y Le ha dado gloria” (1 Pedro 1:21). Él está ahora a la diestra de Dios “coronado de gloria y de honra” (Hebreos 2:9). Esta es una gloria adquirida. Es algo que el Señor no tenía antes de realizar Su obra consumada en la cruz. Él la ha ganado o adquirido por ser obediente hasta la muerte, y así, Él trajo una gloria a Dios que la divinidad no tenía antes. ¡La maravilla de eso es que Él compartirá esa gloria con Sus redimidos! “La gloria que Me diste les he dado” (Juan 17:22; 2 Tesalonicenses 2:14). En el día venidero del Milenio, ella será exhibida delante de todos, para que “el mundo conozca” el gran amor que Cristo tiene por la Iglesia (Juan 17:23; Efesios 5:25).
Gloria de la Preeminencia:
Cuando el Señor Jesús resucitó de entre los muertos, se convirtió en la Cabeza de una nueva raza de hombres—la nueva creación (Apocalipsis 3:14). Al hacerlo, Él adquirió otra gloria que no tenía hasta entonces. En la nueva creación, Él es “el Primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). “Primogénito” en este sentido, no se refiere a ser el primero en orden de nacimiento, sino primero en rango y posición. (Comparar Génesis 48:14 con Jeremías 31:9 y 1 Crónicas 2:13-15 con Salmo 89:27). Siendo el “Primogénito,” Él siempre tendrá el primer lugar en la nueva creación. Pertenece a Él por derecho, y, por lo tanto, hay una gloria especial conectada con ese lugar que sólo Él tiene. Esta gloria especial distingue al Señor de todos los otros hombres en la nueva raza, “para que en todo tenga el primado” (Colosenses 1:18). Él tiene “un Nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:9; Efesios 1:21). El Señor oró para que nosotros pudiésemos contemplar esa gloria, diciendo: “Aquellos que Me has dado, quiero que donde Yo estoy, ellos estén también Conmigo; para que vean Mi gloria que Me has dado” (Juan 17:24). Esta gloria no es compartida.
Gloria del Reino:
Las Escrituras del Antiguo Testamento están llenas de descripciones de la gloria oficial del Reino de Cristo. Todo israelita piadoso esperaba el día cuando su Mesías y Rey reinaría sobre toda la tierra (Zacarías 14:9). Cuando el reino sea establecido en poder en el mundo venidero (el Milenio), “la tierra será llena de conocimiento de la gloria de Jehová” (Habacuc 2:14; Números 14:21; Ezequiel 39:21, 43:2). “Tiempo vendrá para juntar todas las gentes y lenguas; y vendrán, y verán Mi gloria ... que no oyeron de Mí, ni vieron Mi gloria; y publicarán Mi gloria entre las gentes” (Isaías 66:18-19). Esta gloria es algo que Él todavía tiene que adquirir, y Lo hará a través de Sus juicios de Guerrero en Su Aparición. Cuando el Señor Jesús anduvo entre los hombres, Dios permitió a tres de los apóstoles tener una visión de esta gloria futura del reino en el monte de la transfiguración (Mateo 17:1-9; 2 Pedro 1:16-18). “Y como despertaron, vieron Su majestad [gloria]” (Lucas 9:32). Esta gloria del reino del Señor será compartida con la Iglesia, pues Él la asociará Consigo en la administración del mundo venidero. Bajo la figura de una “ciudad” que desciende del cielo—“teniendo la claridad [gloria] de Dios”—la Iglesia como la novia de Cristo reflejará la gloria del reino de Cristo ante el mundo (Apocalipsis 21:9-22:5; Romanos 8:18).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
En conexión con el estado final de los santos, “gloria” se refiere a la excelencia que se manifestará en su condición glorificada—en espíritu, alma y cuerpo. Cristo fue glorificado de esta manera cuando se levantó de entre los muertos y ascendió a la diestra de Dios (Hechos 3:13; 1 Pedro 1:21; 1 Timoteo 3:16), pero los cristianos y los santos del Antiguo Testamento esperan esta glorificación, que no ocurrirá hasta que Cristo venga en el Arrebatamiento (Romanos 8:17-18; 1 Corintios 15:43, 15:51-56; 2 Corintios 5:1-4; Filipenses 3:21; 1 Tesalonicenses 4:15-18; Hebreos 11:40; 1 Juan 3:2). Finalmente, todos los que van a poblar los “cielos nuevos y tierra nueva” también serán glorificados (2 Pedro 3:13; Apocalipsis 21:1).
En la mente de muchos cristianos “gloria” es sinónimo de cielo. Hablan de ella como si fuese un lugar en el cielo donde Dios habita, al que un creyente va después de que muere. Muchos himnos reflejan esta idea: “Ven júntate a este santo grupo y a la gloria ve” (Himnario Echoes of Grace #29). O, “Nadie puede a la gloria ir o morar arriba con Dios, sino aquellos...” (#307). La versión King James en inglés tampoco ayuda al respecto, pues dice que Cristo fue “recibido arriba en la gloria” en Su ascensión (1 Timoteo 3:16). Pero esta es una traducción errada; el versículo debería decir que Él fue “recibido en gloria,” lo que significa que Él subió al cielo en una condición glorificada.
En la Escritura “gloria” es una condición, no es un lugar (1 Corintios 15:43, etcétera). Por consiguiente, cuando maestros de la Biblia hablan del Señor estando en gloria, quieren significar que Él está en un estado glorificado. Así, Él está en gloria en el cielo. Los creyentes que han partido están ahora con el Señor en el cielo, pero no están en gloria—al menos no todavía. Sus cuerpos se encuentran todavía en el sepulcro, esperando la resurrección y glorificación. J. N. Darby dijo: “El estado intermedio, entonces, no es gloria (para eso tenemos que esperar que el cuerpo sea resucitado en gloria. Él deberá cambiar nuestros cuerpos a la semejanza de Su cuerpo glorioso)” (Collected Writings, vol. 31, p. 185). Así, sería incorrecto decir que los santos que partieron están “en gloria.” Hay solamente un hombre que está glorificado ahora: Cristo (Hechos 3:13; Filipenses 2:9-11; 1 Timoteo 3:16; 1 Pedro 1:21). Utilizar las expresiones, “en gloria” y “en la gloria” en relación con los creyentes, del modo que muchos lo hacen, confunde el estado actual de los santos que partieron con su futuro estado de glorificación.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
La “gloria” (o la Shekinah) se refiere a la presencia visible de Jehová habitando sobre el campamento de Israel en el desierto (Éxodo 13:21-22) y sobre el templo en la tierra de Canaán (2 Crónicas 5:13-14). Shekinah es una palabra hebrea que significa “residir” o “presencia” (Romanos 9:4). La palabra Shekinah no es encontrada en la Escritura pero los judíos la usan para describir la presencia de Dios. Por causa del fracaso de Israel, la nube de gloria fue removida de ellos, significando que Dios no podría identificarse más con Su pueblo errante, públicamente. La nube de gloria fue removida poco a poco, mostrando la renuencia del Señor de apartarse de Su pueblo. El Señor deseaba morar con ellos, pero ellos estaban en un estado tal que eso ya no podía ser posible. La nube de gloria fue removida de ellos en siete etapas:
•  Ella estaba sobre “el querubín” en el santuario (Ezequiel 8:4, 9:3 primera parte).
•  Ella se movió “al umbral de la casa” (Ezequiel 9:3 segunda parte).
•  Ella se movió “al umbral de la puerta” (Ezequiel 10:4).
•  Ella se movió “de sobre el umbral de la casa” (Ezequiel 10:18).
•  Ella se movió “de en medio de la ciudad” (Ezequiel 11:23 primera parte).
•  Ella se puso “sobre el monte que está al oriente de la ciudad” (Ezequiel 11:23 segunda parte).
•  Ella se movió para el “campo [valle]” en Babilonia “junto al río de Chebar” (Ezequiel 3:23).
Gobierno de Dios:
Este término no es encontrado en la Escritura, pero la verdad que el transmite ciertamente lo es. Es utilizado por maestros bíblicos para indicar los tratos providenciales de Dios con los hombres, ya sea positiva o negativamente, como consecuencia de la manera en que viven sus vidas. Esto acontece tanto en las vidas de aquellos que son salvos como en las de aquellos que están perdidos. Gálatas 6:7-8 da el principio general de cómo el gobierno de Dios funciona. Dice: “No os engañéis: Dios no puede ser burlado: que todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.” Esto nos demuestra que hay consecuencias para nuestras acciones, tanto para bien como para mal—aunque no sintamos los resultados inmediatamente.
Como hemos mencionado, existen dos lados del gobierno de Dios—lo positivo y lo negativo—en relación con lo que experimentamos en nuestras vidas. Éstos podrían ser llamados:
•  Juicio gubernamental.
•  Bendición gubernamental.
Puesto que “toda potestad” le ha sido dada al Señor “en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18), Él puede hacer que cosas buenas, así como permitir que cosas malas, ocurran en la vida de los hombres de acuerdo con sus obras. Él puede “cercar” el camino del transgresor con juicios gubernamentales en forma de dificultades, problemas, dolores, enfermedades, etcétera, a fin de detener su curso rebelde y producir arrepentimiento (Oseas 2:6-7). El apóstol Pedro advirtió que, si somos descuidados y andamos en impiedad, provocaremos la acción de Dios el “Padre” en nuestras vidas en un sentido judicial. Él, “sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno” (1 Pedro 1:16-17). Véase también 1 Corintios 11:29-32; 1 Pedro 3:12 segunda parte; Santiago 5:20 segunda parte; 1 Juan 5:16 segunda parte. Dios también puede usar Su poder para ordenar circunstancias felices y bendecidas en la vida de los hombres que hacen el bien y, por lo tanto, “poseer bendición en herencia” en su vida (prácticamente) y “ver días buenos” (1 Pedro 3:9-12 primera parte; Efesios 6:1-3). El libro de los Proverbios enfatiza los caminos de Dios en el gobierno sobre los hombres, ya sea para bien o para mal—dependiendo de las acciones de la persona. Es un tema fundamental que recorre todo el libro.
Es interesante notar que la extensión de las relaciones gubernamentales de Dios con los hombres en el juicio se refiere sólo a su tiempo en este mundo y no afecta su destino eterno. Sin embargo, las acciones gubernamentales de Dios referentes a la bendición en conexión con los creyentes pueden ser disfrutadas ahora en esta vida, y en muchos casos también serán llevadas a la eternidad (Gálatas 6:8). Tal es la bondad de Dios.
Por otra parte, si traemos sobre nosotros el juicio gubernamental de Dios, habrá también el perdón gubernamental de Dios (Mateo 18:26-27; Lucas 7:48; Juan 5:14; Santiago 5:15; Salmo 103:10-11). Esto tiene que ver con Dios retirando Su juicio gubernamental, bajo cualquier forma que hayamos sentido ese juicio, por habernos arrepentido. El Señor puede escoger dejar que continuemos sintiendo los efectos de Su juicio gubernamental, aun cuando ha habido un arrepentimiento real, porque Él conoce las tendencias de nuestros corazones, y así nos mantiene en dependencia, con la finalidad de impedir que nos salgamos del camino nuevamente. La comunión será restaurada, pero podemos continuar sintiendo los efectos de nuestras acciones (2 Samuel 12:10). Sea cual fuere el caso, Dios no comete errores en lo que Él hace con nosotros, pues Sus caminos son perfectos (Salmo 18:30). (Véase Perdón Gubernamental en la sección titulada Perdón).
Muchos cristianos tienen una visión desequilibrada del tema del gobierno de Dios. Ellos ven puramente el lado del juicio, pero esto es estar desbalanceado. Al referirse a alguien que se rebeló contra Dios, ellos podrían decir: “fulano de tal está bajo el gobierno de Dios”—no percibiendo que el gobierno de Dios tiene que ver con Su buena mano de bendición en la vida de una persona también. ¡La verdad es que todos los cristianos están bajo el gobierno de Dios—y debemos estar agradecidos por ello!
Los hombres del mundo llamarían el gobierno de Dios “karma” (un término de la religión “oriental”), pero no son sinónimos. El “karma” considera los caminos de Dios con los hombres desde una perspectiva llena de supersticiones. No tiene en consideración el perdón gubernamental de Dios. Él puede no siempre trabajar negativamente con aquellos que hacen el mal, cuando Él ve arrepentimiento en ellos.
Gracia:
Esto se refiere al favor inmerecido de Dios para con los hombres. Es obtener algo bueno de Dios sin que lo merezcamos. El mayor de estos dones gratuitos de la gracia de Dios es la salvación de nuestras almas (Romanos 11:5-6; Efesios 1:7, 2:8; 1 Pedro 1:9). El efecto práctico de la obra de la gracia de Dios en el corazón humano hace del beneficiario un adorador espontáneo y agradecido (Rut 2:10; Juan 9:35-38). También produce un deseo en las almas de agradar al Señor “renunciando á la impiedad y á los deseos mundanos” y viviendo “templada, y justa, y píamente” (Tito 2:11-12). Ella también produce energía para servirle a Él (1 Samuel 25:41; 1 Corintios 15:10).
La gracia de Dios es también para con Su pueblo, proporcionándole varias clases de ayuda práctica en las circunstancias de la vida, y esto les permite seguir adelante en situaciones adversas (2 Corintios 12:9-10; Hebreos 12:28; Santiago 4:6; 1 Pedro 5:10). (Ver Misericordia).
Gran Tribulación:
La “grande aflicción” (Mateo 24:21) se refiere a la terrible persecución que será dirigida al remanente judío fiel durante la segunda mitad de la 70a semana de Daniel (Daniel 9:27). También se le llama “tiempo de angustia para Jacob” (Jeremías 30:7), “tiempo de angustia” (Daniel 12:1), y “la hora de la tentación” (Apocalipsis 3:10). Ella durará 1260 días (Apocalipsis 11:3, 12:6).
La causa de esta persecución será el resultado directo del remanente fiel de los judíos rehusar recibir la marca de la bestia y adorar su imagen (Apocalipsis 13:14-16). Esto provocará el odio amargo de la Bestia y del Anticristo, y ellos desencadenarán contra el remanente la más terrible persecución que el mundo jamás ha conocido (Mateo 24:21). Ellos harán “guerra” contra los santos y “vencerán” a muchos en martirio (Apocalipsis 11:7, 12:13-17, 13:7, 13:15; Salmo 12:1; Isaías 57:1). Los judíos apóstatas en la tierra, que recibirán al Anticristo y adorarán la imagen de la Bestia, ayudarán en la persecución de sus hermanos. W. Scott menciona que este terrible período de persecución “será acortado” por el Señor por unos 17 ½ o 18 días a causa de los escogidos (Mateo 24:22). Esto se ve en el hecho de que los últimos tres años y medio de la semana profética, que son 1278 días (42 meses), serán reducidos a 1260 días (Exposition of the Revelation of Jesus Christ , p. 172).
En la mitad de la semana profética, la Bestia personal (el “cuerno pequeño”—Daniel 7:8, 7:20-21) se levantará y asumirá el papel de “príncipe” romano como líder de la confederación occidental de diez naciones—“la bestia” (Apocalipsis 13:1). (Estas potencias occidentales también pueden ser referidas como el Imperio romano revivido). Al asumir el cargo, el nuevo líder del imperio romperá los términos del “pacto [acuerdo]” (“la protección de las abominaciones” – traducción J. N. Darby) que se habrá firmado con la masa incrédula de judíos (Daniel 9:27).
El imperio entonces, bajo este hombre diabólico, tomará el control de la tierra de Israel y la mantendrá como parte del imperio. Él abolirá todo culto judío para dar paso a un nuevo tipo de religión—“la abominación espantosa”—que es la adoración a la bestia y a su imagen (Daniel 12:11; Mateo 24:15; Apocalipsis 13:14-16). Como resultado, las cosas se convertirán espiritualmente en densas tinieblas en el reino de la Bestia—el Occidente (Apocalipsis 8:12). El verdadero conocimiento de Dios será abolido de su reino y habrá hambre por la Palabra de Dios (Amos 8:11-12).
Como se ha mencionado, todos en el reino de la Bestia, que se nieguen a recibir la marca de la Bestia y a adorar su imagen serán perseguidos. Muchos serán perseguidos hasta la muerte (Apocalipsis 13:7, 13:15). Por causa de la ciudad de Jerusalén y la tierra de Israel de entregarse a la maldad de la idolatría que el Anticristo va a introducir, y por la persecución que le seguirá, el remanente judío se verá obligado a huir a los montes, las cuevas y las cavernas de la tierra en busca de seguridad. Serán perseguidos sin medida (Salmos 42-72—el 2º Libro de los Salmos; Mateo 24:16-21; Apocalipsis 12:6, 12:14-15). La persecución será tan severa que la gente dudará en expresar sus pensamientos a sus propios cónyuges o a miembros de su familia por temor a ser entregados a las autoridades. El amigo más querido no será digno de confianza (Jeremías 9:4-5; Miqueas 7:2, 7:5-6; Mateo 10:21-23).
Algunos del remanente judío huirán a los montes de Judea por protección (Mateo 24:16). Otros huirán hacia el este, a la tierra de Moab—Jordania hoy en día (Isaías 16:3-4; 1 Samuel 22:34; Salmo 44:11; Salmo 61:2). Otros irán al norte hasta las montañas de Hermón, al sur del Líbano (Salmo 42:6). Aunque la mayoría del remanente huirá, un pequeño número quedará atrás en Jerusalén. Dios los usará para mantener un testimonio adecuado para Sí mismo (expresado por los “dos testigos”) en cara a la idolatría. Ellos serán milagrosamente protegidos por Dios a través de toda la duración de su testimonio de 1260 días, y entonces Él permitirá que sean martirizados (Apocalipsis 11:3-13).
La Gran Tribulación terminará con el ataque del Rey del Norte y su confederación árabe (Daniel 11:40-42). Los judíos apóstatas, que persiguen al remanente, serán masacrados por los ejércitos atacantes. El rey de ellos (el Anticristo), que prometió seguridad para los judíos, huirá de su puesto en la tierra (Zacarías 11:17), dejando a los judíos apóstatas que confiaron en él a ser masacrados (Isaías 8:21-22). ¡Aproximadamente 10 millones de judíos apóstatas serán muertos por los ejércitos atacantes! (Zacarías 13:8). Después de eso, el Señor aparecerá del cielo para juzgar a los enemigos de Israel. Él restaurará y bendecirá a la nación (el remanente de los judíos que sobrevivió y los verdaderos entre las diez tribus) de acuerdo con las promesas de los profetas del Antiguo Testamento (Romanos 11:26-27; Oseas 6:1-3; Malaquías 4:2).
Hades:
“Seol” y “Hades” se refieren a la misma cosa; Seol en el Antiguo Testamento (hebreo) y Hades en el Nuevo Testamento (griego). (Véase la nota al pie de página de la traducción J. N. Darby en el Salmo 6:5). El Seol/Hades es el mundo invisible donde van las almas y espíritus desencarnados de los creyentes y de los incrédulos fallecidos, sin especificar en qué condición están (véase la nota al pie de página de la traducción J. N. Darby en Mateo 11:23). El Evangelio trajo a la luz “la vida y la inmortalidad” (2 Timoteo 1:10), y como resultado, ahora sabemos que existen dos condiciones opuestas en el Seol/Hades: “tormentos” para los perdidos (Lucas 16:24-25) y felicidad (“paraíso”“el jardín de las delicias”) para los creyentes (Lucas 23:43).
Lo que puede ser confuso es que Hades es traducido erróneamente como “Infierno” por lo menos diez veces en la versión Reina-Valera Antigua (Mateo 11:23, 16:18; Lucas 10:15, 16:23; Hechos 2:27, 2:31; Apocalipsis 1:18, 6:8, 20:13-14). Cada una de estas referencias debe ser traducida “Hades.” Consultando una traducción crítica, como la traducción J. N. Darby, encontramos el esclarecimiento de esto inmediatamente. [Este error de traducción ha sido corregido en la versión Reina-Valera 1960].
Una consulta fue enviada al editor de la revista Help and Food [Ayudas y Alimento] acerca del Hades: “¿Qué es el Hades? Respuesta: Sin duda es todo el mundo invisible, tanto de salvados como de perdidos. Ver a Lucas 16:23; Apocalipsis 20:13-14, para los perdidos, y Hechos 2:27, 2:31, para nuestro bendito Señor. Hades corresponde a Seol en el Antiguo Testamento” (Help and Food, vol. 14, p. 140). Nos gustaría añadir a estas referencias 1 Corintios 15:55, que indica que los creyentes que murieron están en el Hades. La versión Reina-Valera 1960 lo traduce como “sepulcro” en este versículo, pero la palabra en el griego es “Hades” y debe ser traducida como tal (el Interlinear de J. Green; la Concordancia Griega para el Angloparlante de Wigram; la Concordancia de Strong, etcétera).
Seol/Hades es un estado temporal. Todos en este estado intermedio o separado, al cual la muerte lleva a una persona, serán resucitados—tanto los creyentes como los incrédulos—pero en diferentes momentos (Ver Resurrección). Todos los que murieron en la fe están “desnudados” en el Hades (2 Corintios 5:4). Sus almas y espíritus están “con Cristo” (Filipenses 1:23) en el “paraíso” (Lucas 23:43), que está en el cielo, porque la Escritura dice que es en el cielo donde Cristo está (Lucas 24:51; Hechos 1:9-10, 3:21, 7:55; Filipenses 3:20; Hebreos 4:14). Pablo confirma esto, diciendo que cuando tuvo la experiencia relatada en 2 Corintios 12:2-4 él estuvo en el “paraíso” en “el tercer cielo.” El Señor también enseñó que las almas desencarnadas y los espíritus de los niños que han muerto no teniendo edad suficiente para ser responsables van a los “cielos” (Mateo 18:10 – “sus ángeles” es una referencia a sus espíritus desencarnados; ver Hechos 12:15). Los cuerpos de estas personas desencarnadas, sin embargo, actualmente se encuentran en el sepulcro.
Las almas y los espíritus de todos los que han muerto sin fe están también en el Hades, pero están en “tormentos” (Lucas 16:23). Ellos permanecerán en ese estado hasta el fin de los tiempos, momento en que serán resucitados y juzgados por sus pecados en el “Gran Trono Blanco” (Isaías 24:22; Apocalipsis 20:11-15). Ellos serán entonces lanzados “al lago de fuego,” que es el Infierno. Por lo tanto, contrariamente a lo que comúnmente se cree, los que han muerto en sus pecados no están en el Infierno, y cuando ellos sean colocados allá, no estarán muertos. ¡Ellos serán resucitados y lanzados allí vivos! (Apocalipsis 20:5, 20:13)
Herejía:
Esto se refiere a una división exterior (visible) en el testimonio cristiano, donde una parte se separa como un grupo distinto. “Herejía” es hacer una “secta” entre los cristianos y es traducida “secta” en 1 Corintios 11:19 en la traducción J. N. Darby. Es un mal que emana de la carne—la naturaleza caída de pecado (Gálatas 5:20). En la Escritura, es aplicada a las divisiones que se desarrollaron en la religión judaica (Hechos 5:17, 15:5, 24:5, 26:5) y las divisiones que se desarrollaron en el cristianismo (1 Corintios 11:19; Gálatas 5:20; 2 Pedro 2:1).
Herejía no es lo mismo que “disensión” (1 Corintios 11:18 – traducción RVR Antigua). Disensión es una ruptura o división interior (invisible) entre los cristianos. Aquellos envueltos en una disensión todavía se reúnen exteriormente con aquellos con quienes tienen una divergencia, pero infelizmente (Romanos 16:17; 1 Corintios 1:10; 3:3; 11:18). Este era el caso con los Corintios. El apóstol Pablo les advirtió que, si las disensiones existiesen, y no fuesen tratadas y juzgadas como malas, también habría “herejías” que surgirían de esas disensiones (1 Corintios 11:18-19 – traducción RVR Antigua). Así, una división interior (una disensión) se desarrollará en una división exterior (una herejía), con el pasar del tiempo. Una persona que desarrolla una división exterior entre los cristianos es un “hereje” (Tito 3:10). Pablo nos dice que, si nos encontramos con tal persona que ha salido en voluntad propia con su partido, debemos “después de una y otra amonestación” rehusarlo (Tito 3:10).
Comúnmente se define la palabra herejía como mala doctrina, y ha sido popularizada así por la Iglesia Católica Romana desde hace cientos de años. Ellos etiquetaban como herejes a todos los que no sustentaban sus doctrinas. Los instructores bíblicos hoy, a veces utilizan el término de forma convencional para indicar errores doctrinales, pero la herejía, en su significado escritural, no necesariamente implica mala doctrina. G. V. Wigram nos dice que el peor y más difícil tipo de herejía para ser detectado es aquel que no envuelve mala doctrina, pero donde sí se encuentra el espíritu partidista y de división (Memorials of Ministry of G. V. Wigram, vol. 2, p. 91). Herejía probablemente vino a ser sinónimo de mala doctrina porque la mayoría de los herejes forman su división en torno a una mala doctrina (2 Pedro 2:1).
Así, una herejía o secta es la formación de una comunidad de creyentes afuera y separada de la única comunión a la cual todos los cristianos han sido llamados (1 Corintios 1:9)—a lo que la Escritura se refiere como “la mesa del Señor” (1 Corintios 10:21). El mal de la herejía es que ella divide el testimonio cristiano en grupos y comuniones separados, cada uno con su propia administración, estatutos, etcétera. No es la voluntad de Dios que los cristianos estén divididos así. A Él le gustaría tenerlos reunidos en un terreno de comunión (aun cuando estén en varias localidades en todo el mundo) y que así expresen el hecho de que son “un cuerpo” (Efesios 4:4). La creación de todas las tales iglesias en la cristiandad (“plantación de iglesias” como se le llama) generalmente es hecha con buenas intenciones, pero en ignorancia con relación al modo de Dios de reunir a los cristianos para el culto y el ministerio. Nosotros, por lo tanto, debemos mostrar mucha paciencia para con aquellos que están en estas comuniones hechas por el hombre. Sin embargo, todos esos esfuerzos para la formación de iglesias destruyen la unidad del cuerpo en la práctica.
Herencia:
Hay dos aspectos de la herencia del cristiano en el Nuevo Testamento:
•  Son cosas materiales—o sea, todas las cosas creadas en el cielo y en la tierra (Efesios 1:11, 1:14, 1:18; Colosenses 3:24; Hebreos 1:2).
•  Son cosas espirituales que los creyentes poseen en Cristo—esto es, nuestras bendiciones espirituales (Hechos 20:32, 26:18; Colosenses 1:12; 1 Pedro 1:4).
Vista como cosas materiales, Cristo es el “Heredero” de todo (Hebreos 1:2). Es llamada “Su herencia” (Efesios 1:18) y “nuestra herencia” (Efesios 1:14) porque somos “herederos de Dios, y coherederos de Cristo” (Romanos 8:17). Pablo dijo, “todo es vuestro” (1 Corintios 3:21), y esto incluye la herencia. Es algo que es nuestro ahora (Efesios 1:11—“tuvimos suerte” [o “herencia” en otras traducciones]). Fue comprada para nosotros por la obra de Cristo en la cruz (Hebreos 2:9—para que “gustase la muerte por todos” o “por todas las cosas” – traducción J. N. Darby). Sin embargo, aunque ella ya nos pertenece, todavía no ha sido redimida (Efesios 1:14). La redención de la herencia tiene que ver con Cristo libertándola del pecado, de Satanás y del mundo, para que pueda ser usada para el despliegue de Su gloria en el mundo venidero (el Milenio). Esto ocurrirá en la Aparición de Cristo por medio de Sus juicios guerreros.
Vista como cosas espirituales, la herencia tiene que ver con lo que los creyentes poseen espiritualmente en Cristo—o sea, nuestras bendiciones espirituales (Efesios 1:3). Hechos 26:18, Colosenses 1:12 y 1 Pedro 1:4 hablan de ella de esta manera. J. N. Darby la traduce como “una porción” en la nota al rodapié de Hechos 26:18 y en Colosenses 1:12 para distinguirla del lado material de la herencia. Vista desde la perspectiva del cristiano en la tierra, este aspecto de la herencia es considerado como estando “en los cielos.” J. N. Darby dijo: “La herencia es la herencia de todas las cosas que Cristo creó. Pero en 1 Pedro o en Colosenses 1, esta se encuentra en el cielo” (Notes and Jottings, p. 101).
Hijo Eterno:
Este término no es encontrado en la Escritura, aunque la verdad que transmite ciertamente lo es. Se refiere a la relación de Cristo en la Divinidad como Hijo, siendo aquello que ha existido eternamente. No se refiere a la eternidad de Su ser, sino a la eternidad de Su condición de Hijo (Filiación). Algunos piensan erróneamente que, aunque Él existió eternamente como una de las Personas en la Deidad, Él no llegó a ser Hijo hasta su encarnación. Este error es llamado “Filiación Temporal.” Los siguientes pasajes indican que la filiación de Cristo (o sea el hecho de ser Hijo) es eterna:
Proverbios 30:4 indica que la Filiación de Cristo no sólo existía antes de Su encarnación, ¡sino que existió desde antes de la creación del mundo!
Colosenses 1:13-16 y Hebreos 1:1-2 afirman que Cristo, como Hijo de Dios, creó el mundo, demostrando así que Su Filiación existía mucho antes de haber entrado en este mundo como un Hombre.
Isaías 9:6 y Juan 3:16 también indican que la Filiación de Cristo existía antes de que Él viniese a este mundo. Estos versículos declaran que el Hijo de Dios fue “dado,” y para que algo sea dado, primero debe existir. Si no, la palabra “dado” pierde su significado.
Muchos pasajes de las Escrituras (especialmente en el Evangelio de Juan) atestiguan el hecho de que Cristo, como Hijo de Dios, fue “enviado” del Padre. Nuevamente, esto demuestra que la Filiación de Cristo tenía que preceder a Su Humanidad, de lo contrario “enviado” también perdería su significado. Ver: Marcos 12:6; Juan 3:17, 3:34, 4:34; 5:23-24, 5:30, 5:36-38, 6:29, 6:38-40, 6:44, 6:57, 7:16, 7:18, 7:28-29, 7:33, 8:16, 8:18, 8:26, 8:29, 8:42, 9:4, 10:36, 11:42, 12:44-45, 12:49, 13:16, 13:20, 14:24, 15:21, 16:5, 17:3, 17:18, 17:21, 17:23, 17:25, 20:21; Hechos 3:26; Romanos 8:3; Gálatas 4:4; 1 Juan 4:9-10, 4:14.
J. N. Darby dijo: “Si no está Él como Hijo antes de Su nacimiento en el mundo, se pierde todo lo que el Hijo es. Si Él es Hijo sólo después de la encarnación, se pierde todo el amor del Padre al enviar al Hijo” (Collected Writings, vol. 25, p. 230-231). Él también dijo: “‘El Padre ha enviado al Hijo para ser Salvador del mundo.’ Él no envió meramente una idea. Aquel de Quien se dijo que fue enviado era una Persona que existía allí. Tampoco fue sólo cuando estaba en este mundo que fue enviado, pues Él dice: ‘Salí del Padre, y he venido al mundo’” (Notes and Comments, vol. 2, p. 281).
Juan 1:18 afirma, en referencia a Cristo como el Hijo de Dios “que está en el seno del Padre.” La palabra “está” en este versículo se refiere a algo eternamente presente.
Juan 11:27 dice de Cristo que es “el Hijo de Dios que ha venido al mundo.” Las palabras, “ha venido” confirman que el Hijo ya existía antes de ser hombre.
Juan 16:27-28 indica que Cristo como el Hijo de Dios “salió del Padre.” Esto demuestra que Él estaba al lado del Padre antes de haber venido a este mundo.
En Juan 17, el Señor se dirige al “Padre” como siendo el “Hijo.” Esta relación de Padre e Hijo es referida a través de toda la oración. Dos veces Él hace referencia a algo que existía entre Ellos antes de la fundación del mundo: la “gloria” que Él tuvo, como Hijo, con el Padre (versículo 5) y el “amor” que Él, como Hijo, disfrutaba del Padre (versículo 24). Estas dos cosas muestran claramente que Él estaba con el Padre como el Hijo antes de Su encarnación.
Hebreos 5:8 muestra que hubo un punto en la historia personal del Señor cuando Él, como “el Hijo,” no sabía lo que era ser obediente, nunca habiendo sido sometido a la obediencia. Esto, por supuesto, fue antes de que Él se hiciese Hombre. Este versículo afirma, que a pesar de ser “el Hijo,” cuando se hizo hombre, Él tuvo que aprender la obediencia como cualquier otro hombre—por supuesto, Él aprendió eso en perfección. H. Smith dijo: “Él aprendió por experiencia lo que costó obedecer” (Outline of the Epistle to the Hebrews, p. 31).
1 Juan 1:1-2 afirma que Cristo, “aquella Vida Eterna,” estaba “con el Padre” antes de “aparecer” en este mundo. El hecho de que Él estaba “con el Padre” antes de venir al mundo, muestra que Él estaba allí como el Hijo, pues “padre” e “hijo” son términos correlativos; ¡no puede existir un padre sin que haya un hijo! Por eso, Él, como el Hijo, precedió a Su encarnación. El Sr. Darby comentó, “Lo que es llamado ‘La Filiación Eterna’ es una verdad vital; de otra manera perdemos el Padre enviando al Hijo, y el Hijo creando, y no tenemos Padre si no tenemos Hijo” (Notes and Comments, vol. 2, p. 300).
Hebreos 7:3 describe las características del sacerdocio de Melquisedec. El escritor inspirado no está diciendo que Melquisedec no tenía padre o madre, sino que él fue introducido en la Escritura (Génesis 14) sin que la Escritura nos dé ningún detalle sobre su genealogía. No está registrado quién era su padre y su madre. La enseñanza simbólica que el Espíritu de Dios usa de esto es que Melquisedec es presentado como una persona eterna con un sacerdocio eterno. El escritor añade: “hecho semejante al Hijo de Dios,” porque él asume que todos nosotros sabemos que el Hijo de Dios es eterno.
J. N. Darby dijo: “La idea de que Cristo solo llegó a ser el Hijo en Su encarnación es destructiva para el gozo más elemental de la Iglesia, y abominable para aquellos que tienen comunión por el Espíritu en la verdad” (Collected Writings, vol. 3, p. 89). Él también dijo, “yo considero vital mantener la Filiación antes de los mundos. Esta es la verdad.”
J. G. Bellett dijo: “Es evidente que el Hijo era el Eterno, el nombre de este Eterno Hijo es Jesucristo” (Bible Treasury, vol. 6, p. 57).
W. Kelly dijo: “Bajo todos los cambios, exteriormente, Él permanece desde la eternidad, el Hijo Unigénito en el seno del Padre. Por lo tanto, el Hijo estando en esta proximidad de amor, no tiene a Dios solamente, sino al Padre” (Lectures Introductory to the Gospels, sobre Juan 1, p. 463).
C. H. Mackintosh dijo: “Cuestionar la Filiación Eterna de Cristo, Su divinidad y Su humanidad inmaculada abre la puerta a una marea asoladora de error irreparable” (Notes on the Pentateuch, Levítico, p. 39).
W. T. P. Wolston dijo: “El Padre nunca fue encarnado, y el Espíritu de Dios nunca fue encarnado; pero el Hijo de Dios, el Verbo, ‘fué hecho carne, y habitó entre nosotros ... lleno de gracia y de verdad’ (Juan 1:14). El Hijo Eterno entró en esta escena, humillándose a Sí mismo y haciéndose Hombre” (Seekers For Light, p. 107).
W. Scott dijo: “‘El Unigénito Hijo, que está en el seno del Padre,’ está escrito en la Escritura sólo una vez y es la declaración de la profundidad y la ternura del amor en el cual el Hijo siempre habitó con Su Padre” (Bible Handbook, Old Testament, p. 72).
A. J. Pollock dijo: “Sabemos de los cuatro evangelios, cuál de las tres personas de la Trinidad el Señor Jesús era: el Hijo, el Hijo eterno, el Hijo desde toda la eternidad... rehusar reconocer esto es el Espíritu del Anticristo” (The Amazing Jew, p. 45).
Humanidad Sin Pecado de Cristo:
Esto se refiere al hecho de que el Señor Jesucristo tiene una naturaleza humana incapaz de pecar. No toca precisamente la cuestión de si Él pecó en Su vida (que, sin duda, no lo hizo), sino a si Él tenía una naturaleza que fuese capaz de pecar. Aunque todos los cristianos están unánimemente de acuerdo en que Cristo no pecó, muchos piensan que podría haber pecado, si así lo elegía. Pero esta falsa idea ataca la impecabilidad de la Persona de Cristo y es un error grave que afecta a la doctrina de Cristo.
Cuando Cristo vino al mundo (Su encarnación), Él tomó humanidad (espíritu humano, alma humana, y cuerpo humano) en unión con Su Persona. Esta unión de las naturalezas divina y humana es inescrutable (Mateo 11:27). Al hacerlo, Él no tomó la naturaleza humana inocente que Adán tuvo antes de la caída. Aquella naturaleza era sin pecado, pero no tenía el conocimiento del bien y del mal, y era capaz de pecar—lo que Adán tristemente demostró (Romanos 5:12). Cristo no podría haber tomado esa naturaleza porque ella ya no existía en su estado inocente en el momento de Su llegada al mundo. Ella había sido corrompida por la desobediencia de Adán y se encontraba caída. Tampoco Cristo podría haberse unido a Sí mismo con esa naturaleza en su estado caído, pues, al hacerlo, habría llevado el pecado a Su persona, y así habría dejado de ser santo. Si Él hubiera hecho esto, habría dejado de ser Dios, ¡porque la santidad (la ausencia del mal) es uno de los atributos esenciales de la divinidad! (Isaías 6:3; Apocalipsis 4:8). La Biblia indica que Dios preparó para Él una “santa” humanidad—espíritu, alma y cuerpo (Lucas 1:35; Hebreos 7:26, 10:5). Siendo santo, el Señor Jesús tuvo una naturaleza humana que no podía pecar.
Entonces, a partir de la caída de Adán, cuando una persona peca—sin importar quién sea—inmediatamente nos demuestra que tal persona tiene la naturaleza pecaminosa que produce esos pecados. Los pecados, como sabemos, son el producto del pecado (la naturaleza). Por eso, el decir que el Señor Jesús podría pecar (aunque no lo hizo), ¡implica decir que Él tenía la naturaleza caída del pecado! Esta, es una suposición terriblemente equivocada que la Palabra de Dios ciertamente no ampara.
Los siguientes versículos muestran que Cristo no participó de la humanidad caída, aunque se hizo Hombre en verdad:
1 Juan 3:5 dice que “no hay pecado en Él.” Esta declaración única de la Palabra de Dios resuelve la cuestión de si Cristo podría pecar. Ella nos dice que Él no tenía la naturaleza pecaminosa en Sí mismo y, por lo tanto, no tenía la posibilidad de cometer pecados.
En Lucas 1:35, en relación con la encarnación del Señor, el ángel que vino a María dijo: “Lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” Esto nos dice que la esencia de Su naturaleza como Hombre es “santa.” Esto no puede ser dicho de ningún otro hombre. Nosotros no nacimos santos (Salmo 51:5).
En Lucas 3:23 al trazar el linaje del Señor a Adán, la Escritura dice: “Y el mismo Jesús comenzaba á ser como de treinta años, hijo de José, como se creía.” La frase, “como se creía,” es insertada en el texto por el Espíritu Santo para mostrar que el Señor no era hijo natural de José; era sólo su hijo legal. Él fue “engendrado” por el Espíritu Santo, y no por José (Mateo 1:20). El hecho de que la Escritura afirma que José no tenía nada que ver (biológicamente) con la concepción del Señor, muestra el cuidado que Dios tiene de no permitir cualquier pensamiento de que Cristo heredara la naturaleza caída del pecado pasada a Él por los descendientes de Adán.
Romanos 8:3 dice: “Dios enviando á su Hijo en semejanza de carne de pecado, y á causa del pecado, condenó al pecado en la carne.” Una vez más, vemos que la Escritura tiene cuidado de proteger la humanidad de Cristo, afirmando que Su venida en humanidad fue “en semejanza de carne de pecado.” Por lo tanto, Él no tenía “carne de pecado,” sino fue sólo “en semejanza” de la misma. O sea, por todas las apariencias exteriores, se parecía a cualquier otro hombre (Hebreos 10:20), pero, interiormente, Él no tenía naturaleza de pecado.
Hebreos 2:6 dice: “¿Qué es el hombre, que te acuerdas de él?” Esta es una cita del Salmo 8. El salmista está maravillado con la gracia de Dios que se interesa por los hombres. La palabra en hebreo usada aquí para “hombre” es “Enosh.” Ella indica el estado débil y frágil del hombre—implicando una condición caída y degenerada. El Salmo prosigue diciendo: “... el hijo del hombre, que lo visites?” Esto se refiere a la visita de Dios a la raza humana en la Persona de Su Hijo (Lucas 1:78). Nótese que esta vez, el salmista usa una palabra en hebreo diferente para “hombre” de la que había usado antes. Aquí es “Adán,” que no lleva las connotaciones de “Enosh.” Esto significa que, cuando Cristo visitó la humanidad, para hacerse Hombre, no sería en el estado degenerado de “Enosh.”
Hebreos 2:14 dice: “Así que, por cuanto los hijos participaron (koinoneo) de carne y sangre, Él también participó (metecho) de lo mismo.” Aquí nuevamente, la Escritura guarda cuidadosamente la humanidad sin pecado de Cristo. Una vez más, la Escritura usa dos palabras diferentes en griego para distinguir entre los hombres caídos que participan de la humanidad y Cristo que tomó parte en la humanidad. La primera palabra (koinoneo), traducida como “participaron,” se refiere a una participación completa en algo. Es usada en este versículo para denotar el tipo de participación en la humanidad que tienen todos en la raza de Adán. Y cómo es una participación total, necesariamente incluirá participar de la naturaleza caída del pecado. La otra palabra (metecho) se traduce como “tomó parte” (traducción J. N. Darby), lo que significa participar de algo sin especificar la profundidad de la participación, y es usada para denotar la participación que Cristo tuvo en la humanidad. Él tomó parte en la humanidad, pero no al punto de participar en la naturaleza caída del pecado, que todos los demás hombres tienen. (Véase la nota al rodapié de la traducción de J. N. Darby sobre Hebreos 2:14).
En Hebreos 4:15, con respecto a las pruebas y a las tentaciones del Señor en Su senda terrenal, el escritor dice: “Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado [aparte del pecado].” Infelizmente, leyendo este versículo como está en la traducción Reina-Valera (y en muchas traducciones modernas), parece estar diciendo que el Señor no cometió ningún pecado en Su vida. Pero este no es el tema del versículo. La frase, “pero sin pecado” debería traducirse “aparte [separado, disociado] del pecado.” Aparte del pecado significa que Sus tentaciones no estaban en la clasificación de las tentaciones que tenían que ver con la naturaleza pecaminosa. Existen dos tipos de tentaciones a las que están sujetos los hombres: hay tentaciones y pruebas externas por las cuales la fe y la paciencia de alguien son probadas, y hay tentaciones internas que resultan de alguien tener una naturaleza de pecado. (Ver Santiago 1:2-12 y Santiago 1:13-16) El escritor de Hebreos está simplemente afirmando que el Señor fue tentado en todas las maneras en que un hombre justo podría ser tentado, pero no en la clase de tentaciones que están conectadas con la naturaleza interior del pecado. La razón de esto es obvia—Él nunca tuvo naturaleza de pecado. J. N. Darby dijo: “Hay dos tipos de tentaciones ... una viene de afuera—todas las dificultades de la vida cristiana. Cristo pasó por ellas de una forma mucho más intensa que cualquiera de nosotros. El otro tipo de tentación es cuando un hombre es llevado por su propia concupiscencia y seducido. Cristo, por supuesto, nunca tuvo esto” (Notes and Jottings, p. 6).
En Juan 8:46, el Señor les dijo a Sus acusadores: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” Nadie podría probar que Él tenía esa naturaleza caída, porque nadie podía apuntar a un solo pecado que Él hubiese cometido.
En Juan 14:30, el Señor dijo a los discípulos: “Viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en Mí.” Se refería a la venida de Satanás para acosarlo y amedrentarlo, pero Él les aseguró que no había nada “en” Él (es decir, la naturaleza de pecado) que respondiera a sus ataques.
Santiago 1:13 dice que “Dios no puede ser tentado de los malos.” Así, la santidad es un atributo intrínseco de Dios (Isaías 6:3; Apocalipsis 4:8). Si cuando Dios, en la Persona de Su Hijo, se hizo Hombre (1 Timoteo 3:16), se hubiera vuelto capaz de ser tentado a hacer el mal, entonces habría renunciado a uno de Sus atributos esenciales de la divinidad. Por lo tanto, si la doctrina que afirma que Cristo podría pecar fuera verdadera, ¡entonces Cristo dejó de ser todo lo que era como Dios al hacerse Hombre! ¡Eso es blasfemia!
1 Juan 3:9 dice: “Cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque Su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” Este versículo está hablando de que el creyente tiene una nueva naturaleza (resultante de un nuevo nacimiento) que no puede pecar. Juan explica que esto es así porque, al ser creado por Dios, tenemos “Su simiente” en nosotros. Esto confirma lo que todo cristiano ya conoce—que la “simiente” (o la vida) de Dios no puede pecar. Por lo tanto, como Cristo es “Dios ... manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16), entonces se concluye naturalmente que Él no podía pecar—¡porque Dios no puede pecar! ¿Qué podría ser más claro que eso?
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Tres Objeciones Principales a Esta Verdad
Hay tres objeciones principales a esta verdad sobre la humanidad de Cristo:
1.  Aquellos que sostienen que Cristo podría haber pecado, pero no pecó, piensan que es robar al Señor de Su gloria de obediencia el decir que no podría pecar. Ellos dicen que, si eso fuese verdad, entonces Cristo no obtendría crédito (ninguna gloria) por Su vida de perfecta obediencia al Padre, porque Él no podía hacer nada más allá de lo que era correcto. Para la razón humana, puede parecer que estas cosas referentes a la humanidad de Cristo están robándole la gloria, pero, de hecho, enseñar que Él podría pecar ataca la impecabilidad de Su persona y mancha Su gloria. No somos más sabios que la Palabra de Dios. Cuando nuestra razón humana nos lleva a conclusiones que están en conflicto con las Escrituras—lo que hace esta doctrina—debemos declinar nuestros pensamientos y aceptar lo que la Escritura dice como la autoridad final, pues ella es la infalible Palabra de Dios (Salmo 12:6; Juan 10:35).
2.  Los que sostienen que Cristo podría haber pecado, pero no pecó, apuntan a las tentaciones del Señor en el desierto, y preguntan: “¿Cuál fue el propósito de que Cristo pasara por esas tentaciones si Él no podría fallar?” La respuesta es que las tentaciones no eran para Dios descubrir si Cristo iba o no a pecar. Él conocía Su perfección sin pecado y pronunció Su aprobación sobre Él —“Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento” antes de haber sido tentado (Mateo 3:17-4:11). Si las tentaciones hubiesen sido con el propósito de descubrir si Cristo iba a pecar o no, entonces el pronunciamiento de Dios habría sido después que Él pasase por la tentación. Sería, por así decirlo, Su “sello de aprobación” en la perfecta obediencia de Cristo. Pero esas tentaciones no eran para Dios; son para que nosotros veamos y sepamos, más allá de cualquier sombra de duda, que Cristo no podría pecar. Si Él tuviera alguna tendencia en Sí al pecado, esto se habría manifestado bajo esas tentaciones tan intensas—pero nada fue manifestado más que la perfección moral. Donde muchos están confundidos, es en que piensan que “tentado” (Mateo 4:1) pierde su sentido si no envuelve la posibilidad de pecar. Pero eso es un error. Tentar significa probar, y no todas las pruebas implican la posibilidad de fallar. Supongamos que había un objeto valioso hecho de oro fino—era oro 100% puro. Pero la autenticidad había sido refutada. Entonces, para probar lo que ya sabemos, lo enviamos a probar con un joyero. Y con certeza, vuelve certificado como siendo 100% puro. ¿Por qué se probó el objeto? Sabíamos de lo que estaba hecho todo el tiempo. Obviamente, la prueba fue para aquellos que tenían alguna duda sobre él. De la misma manera, con las tentaciones del Señor, todas estas pruebas sólo probaron lo que era verdadero en Él—que Él no podía pecar. Estas pruebas que el Señor sufrió se registran en la Escritura para nosotros, para que pudiésemos conocer este hecho bendito acerca del Hijo de Dios.
3.  Algunos que consideran que Cristo podría haber pecado, pero no pecó, dicen que no puede haber una verdadera humanidad sin que una persona tenga la capacidad de pecar, porque es una característica esencial del ser humano. Ellos dirán que enseñar que Cristo no podía pecar es decir que Él no era un verdadero Hombre. Ellos creen que enseñar eso roba de Cristo la capacidad de simpatizar con nosotros en nuestras tentaciones de concupiscencia y pecado. Sin embargo, la verdad es que hay muchas cosas que experimentamos en la vida, como hombres, que el Señor nunca experimentó. Pero eso no significa que Él no fuera un verdadero Hombre. También eso no Lo descalifica de ser un Sumo Sacerdote que se compadece. Por ejemplo, experimentamos enfermedades, pero el Señor nunca las experimentó. Nosotros experimentamos la alegría del perdón, pero el Señor nunca necesitó perdón. Él nunca se casó, ni crio hijos, pero Él era (y es) un verdadero Hombre. ¿Por qué pensaríamos que Él necesitaría tener todas esas experiencias antes de que pudiera ser considerado como un verdadero Hombre? Hebreos 4:15 es frecuentemente citado para dar soporte a esa idea equivocada. Dice que el Señor fue “tentado en todo según nuestra semejanza,” lo que (en su mente) incluirá la tentación de pecar. Sin embargo, los que dicen estas cosas pasan por alto el hecho de que el escritor inspirado describe estas tentaciones diciendo “sin pecado [o sea aparte del pecado]”—es decir, tales tentaciones relativas al pecado eran de una clase separada. Esto significa que las tentaciones del Señor no fueron de esa categoría. Si hubieran leído este versículo con más cuidado, también habrían visto que el escritor se refiere a pruebas en conexión con nuestras “enfermedades,” las cuales son enfermedades corporales (Mateo 8:17; Juan 5:5; Romanos 8:26; 2 Corintios 12:5). Enfermedades no son tentaciones para pecar. Notemos también que, aunque el Señor no haya tenido enfermedades personalmente (Él nunca estuvo enfermo), el versículo dice que Él puede simpatizar con nuestras enfermedades. Esto muestra que es falsa la suposición de que Cristo no podría haber sido un hombre verdadero sin experimentar todo lo que experimentamos.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
El razonamiento en esas ideas blasfemas es absurdo. Pensemos en las ramificaciones de que Cristo pudiera pecar. Si pudiese haber pecado cuando estaba en la tierra, entonces podría pecar ahora en el cielo—porque la Escritura dice que Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8; Hechos 1:11). Lejos esté tal pensamiento, pero si Él pudiese pecar ahora, ciertamente sería expulsado del cielo, ¡como Satanás lo fue una vez! ¿Y qué sucedería con nosotros? Lo perderíamos todo—nuestro Salvador, nuestra salvación y todas las bendiciones—¡porque todo lo que tenemos es “en Cristo!” Si esta mala doctrina fuese verdadera, no estaríamos eternamente seguros, como enseña la Escritura (Juan 10:27-28), porque en cualquier momento Cristo pudiera pecar y perderíamos a nuestro Salvador. Además de eso, si Cristo pecase, ¿qué parte de Él iría al Infierno? Debido a que en Su encarnación hubo una unión de la naturaleza humana y la naturaleza divina que nunca puede ser deshecha.
Iglesia (Véase Asamblea):
Cuando Dios creó al hombre, dijo, “Hagamos al hombre á Nuestra imagen, conforme á Nuestra semejanza” (Génesis 1:26). “Imagen” tiene que ver con el hombre habiendo sido colocado en una posición de representación visible de Dios en la creación (1 Corintios 11:7). “Semejanza” tiene que ver con el hombre siendo hecho moralmente como Dios, que es sin pecado (Génesis 5:1; Santiago 3:9).
Cuando el hombre cayó, él dejó de ser como Dios, moralmente. Por eso, en su estado caído, el hombre perdió su semejanza con Dios. De ahí en adelante no se dice más que es “semejanza de Dios.” De hecho, en cuanto a la posteridad de Adán se dice que esta es “a su semejanza” (es decir, a la semejanza de Adán) (Génesis 5:3), lo que indica que Adán pasó a sus descendientes su naturaleza pecaminosa, que él adquirió en la caída (Romanos 5:12; Salmo 51:5). Sin embargo, incluso en su estado caído, el hombre es dicho ser “a imagen de Dios” (Génesis 9:6). La caída no lo absolvió de su responsabilidad de representar a Dios. Pero tristemente, esa imagen en el hombre fue manchada por el pecado. El hombre no ha representado a Dios debidamente en la creación.
Cuando Cristo vino al mundo, la Escritura dice que Él era “la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4; Colosenses 1:15; Hebreos 1:3). Él no fue “hecho” a imagen de Dios (como lo fue el hombre)—Él lo era en virtud de Quién Él era. Así, Él representó perfectamente a Dios como Cabeza de la creación. Pero la Escritura no dice que Cristo es “semejanza de Dios,” como lo fue el hombre cuando Dios le creó. La razón es que cuando Cristo anduvo aquí abajo, no era como Dios, Él era Dios (Juan 1:1). La Escritura sí dice que, al tomar parte en la humanidad, Cristo fue “hecho semejante á los hombres” (Filipenses 2:7; Romanos 8:3). Esto no quiere decir que Cristo unió Consigo a la carne pecaminosa. Él no era semejante a los hombres moralmente. Esta declaración se refiere al hecho del Señor siendo semejante a los hombres constitucionalmente—teniendo un espíritu humano (Juan 13:21), un alma humana (Juan 12:27) y un cuerpo humano (Hebreos 10:5). Aunque fue un Hombre real, era “sin pecado” (Hebreos 4:15)—es decir, sin la naturaleza pecaminosa.
La buena noticia es que Dios, en gracia, creó una nueva raza de hombres bajo Cristo (2 Corintios 5:17; Efesios 2:10; Apocalipsis 3:14), en la cual tanto la semejanza como la imagen son recuperadas. Los “muchos hermanos” (creyentes) de Cristo en la nueva raza ahora pueden exhibir las características morales de Dios, y así, representar a Dios en la tierra convenientemente (Romanos 8:29; Hebreos 2:11). La epístola a los efesios se concentra en “la semejanza de Dios” siendo exhibida en esta nueva raza (Efesios 4:24-32), y la epístola a los Colosenses se concentra en el hecho de que el nuevo hombre “es renovado conforme á la imagen del que lo creó” (Colosenses 3:10). Así, la nueva raza bajo Cristo ha recuperado aquello que la vieja raza perdió bajo Adán.
Indignación, la:
Este es un corto período de tiempo en la profecía (cerca de 75 días), que tendrá lugar al final de la Gran Tribulación, pero antes del inicio del Milenio (traducido también como “Mi ira,” “furor,” “enojo” – Isaías 10:5, 10:25; 26:20; Daniel 8:19, 11:36, etcétera). Muchos detalles en la profecía ocurren en este resumido período de tiempo el cual todo estudiante de profecía debe notar y entender. Durante este tiempo, los ejércitos gentiles atacarán a Israel (a los judíos realmente), y después de haber destruido a la masa apóstata de judíos que estarán en la tierra, el Señor intervendrá a favor de la nación viniendo del cielo personalmente (la Aparición) para juzgar esos ejércitos y para restaurar un remanente de las doce tribus de Israel. Después de eso, Él defenderá a Israel de cualquier otro ataque (por ejemplo, el de Gog) y comenzará Su reinado milenario, momento en que el remanente de Israel será bendecido en una nueva relación de pacto con Él (Jeremías 31:31-34). Este período es llamado “la Indignación,” porque es cuando el Señor derramará Su ira sobre la masa apóstata de judíos en la tierra, quienes Lo rechazaron y han recibido al Anticristo (Isaías 57:9; Apocalipsis 13:11-18).
El Rey del Sur subirá de Egipto a la tierra de Israel (1). El Rey del Norte descenderá y destruirá la tierra de Israel; derrotará al Rey del Sur y entrará en Egipto (2). Mientras el Rey del Norte esté en Egipto, las potencias occidentales bajo la Bestia vendrán del occidente (3). En ese momento el Señor viene del cielo para juzgarlos (4). El Rey del Norte entonces retornará a la tierra de Israel desde Egipto y será destruido por el Señor (5).
Cuando el remanente de todas las doce tribus de Israel estuviere habitando en su tierra prometida bajo la protección del Señor, Gog y su inmensa confederación (que se reunirá en la tierra de Edom) atacarán a Israel (6). El Señor defenderá a Israel y destruirá a los ejércitos impíos, después de lo cual los ejércitos del Israel restaurado derrotarán a todos los pueblos que todavía queden en su herencia prometida (7).
Su ira también será derramada sobre los israelitas infieles de entre las diez tribus (Ezequiel 11:9-10, 20:33-38; Apocalipsis 14:18-20).
Para llevar a cabo Su indignación contra los judíos apóstatas, el Señor empleará al Rey del Norte y su confederación de diez naciones árabes (Salmo 83:6-8). Estas naciones islámicas tienen un odio bien profundo desde hace mucho tiempo contra Israel, y se alegrarán en unir fuerzas para atacarlos y destruirlos (Salmo 83:1-5). Ellos irán barriendo la tierra de Israel del norte hacia el sur y la devastarán, ¡matando cerca de 10 millones de judíos en cuestión de días! (Daniel 11:40-41; Zacarías 13:8) Esto es llamado “la Consumación” (Daniel 9:27; Isaías 10:22-23, 28:22).
Después de que estos ejércitos hayan pasado por la tierra de Israel, entrarán en Egipto y conquistarán esta tierra también (Daniel 11:42-43). Mientras el Rey del Norte esté entrando en Egipto, los ejércitos de la “Bestia” (la confederación de diez naciones en el occidente—Apocalipsis 13:1, 17:12-14) entrarán en la tierra de Israel desde el occidente para defender este territorio que ellos acreditan ser suyo (Números 24:24). Es en ese momento que el Señor vendrá del cielo con Sus ejércitos de hombres glorificados (Su Aparición) y destruirá a los ejércitos de la Bestia “con el resplandor de Su venida” (2 Tesalonicenses 1:8, 2:8; Apocalipsis 16:13-15, 19:11-18). Al mismo tiempo, el Señor ejecutará el juicio de “la Siega” enviando a Sus ángeles para purificar la tierra profética occidental (la cristiandad) de todos los que rechazaron el evangelio de la gracia de Dios. Aquellos tratados en este juicio serán creyentes meramente profesantes que abandonaron su confesión de fe en Dios (apóstatas). Este será un juicio discriminatorio (selectivo), donde los ángeles tomarán a los incrédulos de la tierra y los echarán vivos en el lago de fuego (Mateo 13:37-43, 24:39-41; Apocalipsis 14:14-16). Los primeros de estos serán la Bestia y el Anticristo (Apocalipsis 19:20).
Cuando el Rey del Norte estuviere en Egipto, él escuchará noticias de que un Guerrero celestial ha aparecido y tornará hacia el norte para encontrarlo en batalla en la tierra de Israel (Daniel 8:25, 11:44). El Señor tendrá indignación contra estos ejércitos y ejecutará Su juicio sobre ellos (Daniel 11:45; Isaías 30:27-33; Isaías 59:19 segunda parte; Joel 2:20; Zacarías 9:8, 14:3).
Después de que el Señor juzgue los ejércitos occidentales bajo el comando de la Bestia y los ejércitos del Rey del Norte, Él restaurará la nación de Israel. Este será un remanente de todas las doce tribus, y se llevará a cabo en dos fases:
•  El Señor se mostrará al remanente de los judíos (las dos tribus) quienes lamentarán en arrepentimiento, y así serán restaurados a Él (Mateo 24:30; Zacarías 12:9-13:1).
•  El Señor reunirá las diez tribus que volverán a la tierra de Israel y restaurará un remanente de ellos para Sí mismo (Mateo 24:31; Ezequiel 11:9-10, 20:34-38; Zacarías 13:4-6).
Entonces, cuando un remanente de todas las doce tribus de Israel estuviere morando con seguridad en su tierra bajo la protección del Señor, serán atacados por la última confederación de naciones gentiles bajo Gog—Rusia y sus confederados (Ezequiel 38-39). En aquel tiempo, el Señor defenderá a Israel de estos ejércitos rugiendo desde Sion para destruirlos en lo que se llama el juicio de la “Vendimia” (Apocalipsis 14:17-20; Isaías 63:1-6; Joel 3:12-14). El Señor saldrá de Jerusalén a la tierra de Edom (las tierras de Trans-Jordania, al sureste de Israel) para destruir a los ejércitos confederados de Gog que estarán reunidos allí (Isaías 34:1-10; 63:1-6; Habacuc 3:3-16). Después de esto, los ejércitos del Israel restaurado saldrán y poseerán la herencia completa prometida a Abraham, expulsando a cualquier persona que quedare en su legítima herencia (Salmo 47:3; Salmo 108:7-13; Isaías 11:14; Jeremías 51:20-23; Ezequiel 39:10; Abdías 17-20; Miqueas 4:13, 5:8). Esto marcará el final de todas las guerras y el final de la Indignación (Salmo 46:9; Zacarías 9:10). Después de esto, comenzará el Milenio (el reinado de 1000 años de Cristo).
Daniel 11:36 indica cuándo comenzará “la Ira.” El profeta afirma que el rey voluntarioso de los judíos (su falso Mesías—el Anticristo) reinará “hasta que sea consumada la Ira.” Otros pasajes de la Escritura indican que él reinará en la tierra de Israel como rey de los judíos hasta el momento en que el Rey del Norte ataque, momento en el que él huirá de su puesto (Isaías 22:19; Zacarías 11:17). Apocalipsis 13:5 indica que la Bestia y el Anticristo continuarán en sus roles por 42 meses (tres años y medio), que es la segunda mitad de la semana profética de Daniel (Daniel 9:27), el período de la Gran Tribulación (Apocalipsis 11:2). Uniendo estas cosas, aprendemos que la Indignación empieza al final de la Gran Tribulación, con el ataque del Rey del Norte. Isaías 10:25 nos dice cuándo acabará “el Furor.” El Profeta indica que esta acabará cuando el Señor juzgue a Gog y a su confederación—visto en Isaías como el segundo ataque Asirio (Isaías 10:26-34).
Esto significa que la indignación durará solo 75 días. Esto puede ser calculado a partir de tres versículos en Daniel 12. Estos versículos indican tres extensiones a la 70a semana de Daniel (Daniel 9:27)—cada una extendiéndose a partir de la mitad de la semana (Daniel 12:11; Mateo 24:15). Estas fechas marcan tres etapas de liberación de Israel.
•  A los 1260 días o “tiempo, tiempos y la mitad” (Daniel 12:7; Apocalipsis 11:3, 12:6, 12:14), el remanente de los judíos es libertado del Anticristo.
•  A los “mil doscientos y noventa días” (1290 días) (Daniel 12:11), el remanente de los judíos es libertado del Rey del Norte.
•  A los “mil trescientos treinta y cinco días” (1335 días), el remanente de todas las doce tribus de Israel es libertado de Gog (Daniel 12:12).
Así, los 75 días (2 meses y medio) de la Indignación es el período desde los 1260 días hasta los 1335 días. Esto muestra que la liberación de Israel no ocurrirá en un día.
Infierno:
“Ghenna,” en el griego, es la morada eterna de los condenados (Mateo 5:22, 5:29-30; 10:28; 18:9; 23:15, 23:33; Marcos 9:43, 9:45, 9:47; Lucas 12:5; Santiago 3:6). Es donde los perdidos serán eternamente castigados por sus pecados. Todas las personas que tienen su fin en el Infierno serán colocadas allí vivas, y así sufrirán en ese lugar, no sólo en sus almas y espíritus, sino también en sus cuerpos (Mateo 10:28; Marcos 9:43-47). Esto es diferente de los “tormentos” de los perdidos en el estado intermedio en el Hades (Lucas 16:23), donde el sufrimiento es en el alma y el espíritu, pero no en el cuerpo. (Lucas 16:23-24 menciona al perdido en el Hades como teniendo ojos y una lengua—que son partes del cuerpo humano—pero el Señor se refería a ellos simbólicamente. Él no podría estar hablando del cuerpo del hombre rico literalmente, porque su cuerpo estaba en el sepulcro.) (Véase Hades)
El “lago de fuego” simboliza el Infierno, el lugar eterno de los condenados (Apocalipsis 19:20; 20:13-15). No es un lago literal ardiendo en fuego. “Fuego,” en la Escritura, es símbolo de juicio. Un “lago” es un lugar de confinamiento, donde las aguas de varios arroyos y ríos se juntan y quedan confinadas allí. Por lo tanto, el lago de fuego es un lugar de confinamiento bajo el juicio de Dios. Es donde los perdidos pagan el precio de sus pecados en el “tormento eterno” (Mateo 25:46). El sufrimiento en este horrible lugar será justo y “según sus obras” (Apocalipsis 20:13). El grado de luz que los hombres tuvieron de Dios tendrá una parte en la determinación de su efectivo juicio, y así, el sufrimiento de los perdidos en el Infierno será graduado (Lucas 12:47-48). Dios, siendo justo y recto, no permitirá que nadie sufra allí por algo que no ha hecho. Puesto que “el Juez de toda la tierra” sólo hará lo que es justo (Génesis 18:25; Hebreos 12:23), Él no permitirá que los niños o personas mentalmente discapacitadas acaben yendo al Infierno—no son responsables por sus pecados (Mateo 18:10-11).
Contrariamente a la enseñanza popular y convencional, ningún hombre o el diablo está en el Infierno hoy. El Infierno ha sido “preparado para el diablo y para sus ángeles” (Mateo 25:41), pero tristemente, todos los que siguen al diablo (incluyendo a los hombres) tendrán su final allí. El diablo será una de las últimas criaturas en ser colocadas allí al final del tiempo (Apocalipsis 20:10).
Hay al menos cuatro grupos diferentes de personas que serán lanzadas al Infierno, en cuatro ocasiones diferentes:
En primer lugar, en la Aparición de Cristo, que tendrá lugar después de la gran tribulación, los “ángeles” de Dios irán por todo el “reino de los cielos”—la esfera en la tierra que ha profesado el dominio de los cielos (la cristiandad) y lanzarán a todos los incrédulos en el Infierno, el lago de fuego (Mateo 13:41-42; 22:13; 24:36-41; 25:30). Estas personas serán simplemente creyentes profesos que abandonaron su profesada fe en Dios (apóstatas), ateos, etc. El trabajo de los ángeles en aquel tiempo será el de purificar el reino de los cielos de la mixtura de creyentes e incrédulos que ha existido durante siglos. Aquellos que crean en el evangelio del reino que será predicado en el período de la Tribulación, y aquellos que no muestren hostilidad contra ellos, serán dejados en la tierra para entrar en el reino milenario de Cristo. Aquellos a quienes los ángeles arrojen en el Infierno en aquel momento serán las personas más responsables en el mundo, pues tuvieron el mayor grado de luz de Dios—habiendo conocido el evangelio de Su gracia, pero habiéndolo rechazado (Lucas 12:47-48). Ellos no mueren, sino que son lanzados vivos al Infierno. Las primeras personas en este grupo serán la Bestia y el Anticristo (Apocalipsis 19:20). Este será el juicio de los vivos dentro la tierra profética.
(Los soldados en los ejércitos que atacan a la tierra de Israel después que el Señor aparece serán muertos en los juicios del Señor—Jeremías 25:33; Ezequiel 39:11-12. Estos no serán lanzados en el lago de fuego en aquel momento, pero siendo muertos, sus almas y espíritus sufrirán en el Hades. Ellos serán resucitados más tarde en el “gran trono blanco,” y entonces serán arrojados al Infierno. También, aquellos que son juzgados todas las mañanas durante el reino milenario de Cristo por hacer el mal, también morirán y serán resucitados en el juicio del “gran trono blanco” (Zacarías 5:1-4; Salmo 101:8 – “destruir” se refiere a la muerte).)
En segundo lugar, después de ejecutados los severos juicios del Señor sobre los ejércitos que se reunirán en contra Suya en Su Aparición, el Señor establecerá “el trono de Su gloria” en la tierra y ejecutará un juicio de sesiones sobre las naciones que están fuera de la tierra profética (Mateo 25:31-46). El Señor traerá Sus “santos ángeles” con Él y ellos actuarán como Sus ejecutores en este juicio sobre las naciones que mostrarán su hostilidad a los mensajeros del evangelio del reino. Los individuos en estas naciones serán enviados directamente al “fuego eterno” (Infierno) sin morir.
En tercer lugar, después que el Milenio haya finalizado su curso de mil años, Satanás será suelto del abismo y le será permitido engañar a los incrédulos. Estos son aquellos que tendrán una “obediencia fingida” durante el Milenio (Salmo 18:44, etcétera). El diablo les guiará en un ataque total contra la ciudad santa, Jerusalén, pero el Señor intervendrá en juicio y lanzará a Satanás y a sus ángeles, y a los hombres incrédulos, vivos al Infierno, el lago de fuego (Apocalipsis 20:7-10).
En cuarto lugar, la segunda resurrección, que es una “resurrección de condenación” (Juan 5:29; Hechos 24:15; Apocalipsis 20:5), ocurrirá en la misma época (Apocalipsis 20:11-15). Los incrédulos que murieron en sus pecados a lo largo de todo el período del tiempo, que están actualmente en “tormentos” en el Hades (Lucas 16:23), serán resucitados para comparecer ante el “gran trono blanco” y para ser juzgados según sus pecados. Estos también serán lanzados vivos al Infierno, al lago de fuego (Apocalipsis 20:11-15).
Inmortalidad E Incorrupción:
Esto se refiere al estado inmortal en el cual los creyentes serán cambiados cuando sean glorificados. Para los santos del Nuevo y del Antiguo Testamento, esto ocurrirá en el momento del Arrebatamiento (1 Corintios 15:51-56; Hebreos 11:40). Para la porción martirizada del remanente judío creyente, esto será al final de la Gran Tribulación (Apocalipsis 14:13). Los santos del Antiguo Testamento no conocían mucho sobre la vida después de la muerte, pero esa verdad ahora ha sido traída a la luz por el evangelio. Ahora sabemos que hay “vida” para el alma e “inmortalidad” [o incorrupción] para el cuerpo (2 Timoteo 1:10).
Como se ha mencionado, en el momento del Arrebatamiento, el Señor efectuará un cambio en los santos que han muerto, lo que Pablo expresa como que “esto corruptible sea vestido de incorrupción” (1 Corintios 15:53 primera parte). El Señor también efectuará un cambio en los santos vivos que Pablo expresa como que “esto mortal sea vestido de inmortalidad” (1 Corintios 15:53 segunda parte). Este cambio será tanto moral como físico. Sus almas y espíritus serán librados de la naturaleza caída de pecado, y así, ellos serán hechos como Cristo moralmente (1 Juan 3:2). Además, sus cuerpos serán hechos como el cuerpo de Cristo físicamente (Filipenses 3:21).
El alma de todos los hombres es inmortal—independientemente de si una persona es salva o no. Génesis 2:7 dice: “Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su nariz soplo de vida; y fué el hombre en alma viviente.” Esto muestra que los espíritus y almas de los hombres son “vivientes;” no mueren. Estos vivirán para siempre, ya sea en el goce de la bendición de Dios o bajo condenación. Incluso después de que una persona muere y su cuerpo es sepultado, su espíritu y su alma continúan vivos. Con relación a esto, el Señor dijo, “porque todos [los muertos] viven á Él” (Lucas 20:38). Mientras que el alma del hombre es inmortal, su cuerpo es “mortal”—sujeto a la muerte (Job 4:17; Romanos 6:12, 8:11; 1 Corintios 15:53-54; 2 Corintios 4:11). La buena noticia es que llegará un momento para el creyente cuando “lo mortal” será “absorbido por la vida” (2 Corintios 5:4).
Inmutabilidad:
Esto se refiere al carácter inmutable de Dios—Su invariabilidad (Malaquías 3:6; Hebreos 1:12, 13:8; Santiago 1:17). Es un atributo esencial a la deidad. En conexión con los tratos del Señor con Abraham, hay dos cosas que se dicen ser inmutables: la Palabra de la promesa de Dios y el juramento que Él hizo (Hebreos 6:17-18).
Israel de Dios:
Este término se refiere a los creyentes en el Señor Jesucristo que han sido salvados en la nación de Israel (Gálatas 6:16; Hechos 26:17—“librándote del pueblo”). Ellos son un remanente “por la elección de gracia” de esa nación (Romanos 11:5) y ahora forman parte de la Iglesia de Dios.
Juicio:
La Escritura habla de por lo menos doce juicios diferentes:
1) El Juicio del Pecado y de los Pecados:
Este es el mayor de todos los juicios en la Escritura. Tiene que ver con lo que Dios ha realizado para Su propia gloria y para la bendición del hombre, por medio del sacrificio de Cristo en la cruz. Como Aquel que soportó el pecado, Él llevó el juicio por el pecado que contagió toda la creación (Hebreos 2:9, 9:26; Romanos 8:3). Esto no significa que todos los hombres sean libertados del juicio de sus pecados y sean salvos, sino que, por la obra de Cristo en la cruz, la salvación de los hombres ahora es posible, porque la “propiciación” fue hecha por “todo el mundo” (1 Juan 2:2).
2) Juicio Propio:
Esto tiene que ver con el creyente no absolviéndose a sí mismo, sino juzgando todo mal pensamiento, palabra vana y malas acciones en su vida, para mantener una buena conciencia y así poder disfrutar de una comunión ininterrumpida con Dios (1 Corintios 11:31 primera parte). La circuncisión de Israel en Gilgal es un tipo de esto—representando el cortar (por el juicio) de la actividad de la carne en nuestras vidas (Josué 5). Cuando los hijos de Israel vinieron de ese lugar, fueron victoriosos sobre sus enemigos (Josué 10:7, 10:43, etcétera), pero cuando descuidaron de ir primero a Gilgal antes de encontrarse con sus enemigos, fueron derrotados (Josué 7:1-5).
3) Juicio Gubernamental:
Este tipo de juicio tiene que ver con los tratos presentes de Dios para con Su pueblo que se desvía deliberadamente (1 Corintios 11:32; 1 Pedro 1:17, 3:12 segunda parte, 4:17). Esta acción gubernamental sólo se extiende durante el tiempo en que ellos están en la tierra; no tiene nada que ver con su destino eterno. No envuelve a los creyentes solamente, sino a todos los que están en la casa de Dios (incluso a los creyentes meramente profesantes) y aquellos que están fuera de la casa. Con respecto a los creyentes, podría ser llamado “el gobierno del Padre” (1 Pedro 1:17), y en conexión con los incrédulos, podría ser llamado “el gobierno de Dios” (2 Pedro 3).
El juicio gubernamental se puede sentir en la vida de una persona cuando Dios permite providencialmente que ciertas cosas negativas le acontezcan para que coseche lo que sembró (Gálatas 6:7-8). Dado que el Señor tiene “toda potestad” en el cielo y en la tierra (Mateo 28:18), Él puede tocar nuestras vidas de mil maneras, si así quisiere. Para el creyente, este tipo de juicio tiene como objetivo llamar su atención y llevarlo a juzgar cualquier cosa que vea el Señor en su vida que sea inconsistente con Su santidad. Incluso después de nosotros haber tratado con cosas que no estaban correctas en nuestras vidas, el Señor puede dejarnos bajo los efectos de Su juicio gubernamental para mantenernos humildes y dependientes (2 Samuel 12:10).
4) Juicio Administrativo en la Asamblea:
Una asamblea conforme a las Escrituras ejercerá disciplina cuando sea necesario. La asamblea es responsable de mantener santidad y orden en la casa de Dios y debe tratar con los problemas antes de que se salgan de control. Si la asamblea puede corregir el curso que una persona está siguiendo antes de llegar al punto en que deba apartar a esa persona de su comunión, ella habrá hecho un buen trabajo y libertado a esa persona de muchos problemas y tristeza en su vida (Santiago 5:19-20). Esto muestra que la mayor parte de toda disciplina de la Iglesia debe ser ejercida con relación a una persona cuando ella está todavía en comunión.
Existen tres áreas principales de preocupación donde una persona puede fallar y en las que un juicio administrativo de excomunión puede ser necesario. Los siguientes escenarios dan el procedimiento general. Esto no debe ser considerado regla y no debe ser tratado como si estuviésemos consultando un manual; cada caso debe ser tratado en su propia importancia y con discernimiento espiritual (Gálatas 6:1):
•  Una Persona Mundana—(defectuosa en su andar). Esto se aplicaría a una amplia variedad de desórdenes morales (1 Corintios 5:11, etcétera). Aquellos que tienen el cuidado del rebaño en sus corazones deben intentar “restaurar” a una persona sorprendida en alguna falta (Gálatas 6:1; Juan 13:14). Ellos procurarán alcanzar la conciencia de la persona de forma gentil y cuidadosa en un esfuerzo por sacarle del curso en que ella pueda estar. Si esto no la alcanza, el próximo paso será “amonestarle” con una reprensión privada (1 Tesalonicenses 5:14). Si la persona persiste en su curso, pero no está en algún pecado particular que exija la excomunión, aquellos que tienen cuidado pueden animar a los santos a que se “aparten” de la persona en un esfuerzo para llegar a ella (2 Tesalonicenses 3:6-15). Si un determinado pecado que requiere excomunión se hace manifiesto, la asamblea debe actuar entonces, en un juicio de atar para que esa persona sea “quitada” de en medio (Mateo 18:18-20; 1 Corintios 5:4, 5:11-13).
•  Una Persona Heterodoxa—(defectuosa en la doctrina). Si alguien adopta una doctrina errónea, aquellos que tienen el cuidado deben “requerirle” a no enseñar ninguna otra doctrina de lo que es ortodoxo (1 Timoteo 1:3). Si insiste en proponer sus ideas erróneas, la asamblea es responsable de “juzgar” sus enseñanzas, pidiendo que cese y desista de ministrar en las reuniones (1 Corintios 14:29). Si sus doctrinas son de naturaleza blasfema, tocante a la Persona y a la obra de Cristo, la asamblea debe excomulgarlo, porque sus enseñanzas contaminarán a otros (Gálatas 5:9). El apóstol Pablo hizo esto con Himeneo y Alejandro, entregándolos a Satanás para que “aprendan [por disciplina] á no blasfemar” (1 Timoteo 1:20 – traducción J. N. Darby). La Asamblea no puede entregar a alguien a Satanás directamente como un apóstol podía hacerlo, pero puede colocarlo fuera de su comunión, donde Dios juzga.
•  Una Persona Divisiva—(herética en espíritu). Esto tiene que ver con alguien que hace una ruptura en la asamblea, teniendo un espíritu partidista en alguna cuestión. Este es un mal eclesiológico y el más difícil de todos los males de detectar y de lidiar. Puesto que esto es perjudicial para la unidad de la asamblea, debe detenerse. En primer lugar, los hermanos se deben “apartar de” aquellos que causan divisiones (Romanos 16:17-18). Esto no está hablando de aquellos que siguen a estos en las divisiones, sino de aquellos que las “causan”—los instigadores. Una reprensión pública es apropiada cuando alguien divide a los santos de alguna forma (Gálatas 2:12-14; 1 Timoteo 5:19-20). Si la persona continúa forzando sus cuestiones y dividiendo el rebaño, la asamblea tiene motivos para excomulgarlo. Sembrar discordia entre hermanos es una “abominación” (Proverbios 6:16-19), una obra de la carne (Gálatas 5:20) y la persona que divide a los santos así debe ser excomulgada. (Véase Herejía).
Hay tres razones principales por las que la asamblea debe llevar a cabo juicios administrativos. En primer lugar, la asamblea es responsable de no permitir que el nombre del Señor sea asociado con el mal ante el mundo (2 Corintios 7:11). En segundo lugar, la santidad en la asamblea debe ser mantenida para que ella sea conservada como un lugar adecuado para la presencia santa de Dios (Efesios 2:22; Salmo 93:5) y para evitar que el leudar del pecado afecte a otros (1 Corintios 5:6-8; Gálatas 5:9-12). En tercer lugar, es realizada con el objetivo de corregir y restaurar al ofensor. Este es colocado fuera y no debemos socializar con él (1 Corintios 5:11), para que pueda ser quebrantado en arrepentimiento y restaurado al Señor. Cuando la persona se arrepiente, la asamblea debe recibirla de vuelta a la comunión (2 Corintios 2:6-8). Este desatar de una decisión que ha sido atada es también una acción administrativa de la asamblea (Mateo 18:18).
5) Juicio de las Obras del Creyente:
Este juicio está relacionado con los creyentes y ocurrirá en el cielo después del Arrebatamiento en “el tribunal de Cristo” (Romanos 14:10-11; 2 Corintios 5:10). El propósito de esto no es determinar si la persona que está siendo examinada es apta para el cielo—lo cual fue establecido por su fe en lo que Cristo realizó en la cruz (Juan 5:24; Romanos 8:1)—sino más bien para encontrar cosas en su vida que fueron hechas para el Señor y para recompensarlo debidamente. Algunos cristianos ven el tribunal de Cristo con temor, pero no tenemos nada que temer porque no es un juicio de nuestros pecados en el sentido penal. No es la persona que está siendo juzgada en el tribunal de Cristo, sino sus obras. El aspecto de juicio de Cristo con los creyentes es como el de un juez en una exposición de arte, no como un juez en un tribunal. Sabiendo esto, tenemos “confianza en el día del juicio” (1 Juan 4:17).
Algunos han pensado que esta revisión se refiere solamente a nuestros pecados después de que fuimos salvos. Pero esto no es lo que la Escritura enseña. Ella dice, “lo que hubiere hecho por medio del cuerpo” (2 Corintios 5:10). Para enfatizar este punto, C. H. Brown preguntó retóricamente; “¿Estaba usted en su cuerpo antes de ser salvo? Sí que lo estaba; entonces será una manifestación de toda su vida.” E. Dennett dijo: “La totalidad de nuestra vida, el significado de cada acto, sus motivos, así como sus objetivos, serán hechos claros para nosotros—claros en cuanto al origen de todos ellos, o sea, si nuestras actividades surgieron de la energía de la carne o fueron producidas por el Espíritu de Dios” (Christ the Morning Star, p. 37).
Cada vez que el tribunal de Cristo es mencionado en el Nuevo Testamento es visto desde una perspectiva diferente. Reuniendo estas referencias, aprendemos que el Señor examinará todos los aspectos de nuestras vidas. Las áreas de revisión son:
•  Nuestros caminos en general (2 Corintios 5:9-10).
•  Nuestras palabras (Mateo 12:36).
•  Nuestras obras de servicio (1 Corintios 3:12-15).
•  Nuestros pensamientos y motivos (1 Corintios 4:3-5).
•  Nuestros ejercicios personales relacionados con asuntos de conciencia (Romanos 14:10-12).
Hay dos motivos principales para el tribunal de Cristo: uno tiene un efecto futuro y el otro tiene un efecto presente. En cuanto al efecto futuro del tribunal, ¡el gran resultado de la revisión será el aumento de la alabanza eterna a Dios y Su Hijo! Esto será realizado de tres maneras:
A) El Señor magnificará la gracia de Dios ante nuestros ojos, por lo que nuestro agradecimiento por lo que Él ha hecho para salvarnos se profundizará significativamente en nuestras almas. Esto requerirá la revisión de nuestras vidas enteras, en donde veremos nuestros pecados a la luz de un Dios infinitamente santo. J. N. Darby dijo: “En aquel día aprenderemos la verdadera maldad de nuestra carne”. Nos daremos cuenta de que nuestra deuda era mucho mayor de lo que jamás pensamos. Entonces, el Señor nos mostrará la grandeza de Su gracia que suplió todo y colocó nuestros pecados sobre un justo fundamento que costó a Cristo las agonías de la cruz. Veremos con mayor profundidad, más que nunca, que “cuando el pecado creció, sobrepujó la gracia” (Romanos 5:20). Como resultado, un resonante estallido de alabanza remontará de nuestra parte.
B) Al revisar nuestras vidas, el Señor revelará la sabiduría de Sus caminos para con nosotros en la tierra. Él nos llevará a través de los “porqués” y de los “para qué” en nuestras vidas, paso a paso, y nos mostrará que Él no cometió ningún error en lo que permitió que ocurriera. En aquel día, Él va a responder a todas nuestras preguntas difíciles acerca de estas cosas. Cuando miramos a nuestras vidas ahora, puede parecernos un desorden enmarañado, pero en aquel día conoceremos la rima y la razón de todo—y todo hará perfecto sentido (Romanos 8:28). Él nos va a mostrar que todo era “necesario” (1 Pedro 1:6). Conoceremos de manera más profunda la verdad de Salmo 18:30: el camino de Dios es perfecto. Y Lo alabaremos por ello.
C) El Señor usará la ocasión para determinar nuestras recompensas en el reino. En aquel día, Él encontrará algo que pueda recompensar en la vida de cada cristiano (1 Corintios 4:5; Mateo 25:21). Él no dejará perder ni la menor cosa que haya sido hecha por Su nombre, y nos recompensará por ello (Mateo 10:42). Cuando veamos las recompensas que Él nos dará—muchas de las cuales serán por cosas que hemos olvidado—habrá una corriente aún mayor de alabanza vertiendo de nuestros corazones hacia Él.
En cuanto al efecto presente del tribunal, una percepción consciente de lo que este envuelve motiva al cristiano a servir al Señor ahora, mientras hay oportunidad. Sabemos que todo lo que hacemos ahora para Él va a tener recompensa. También sabemos que habrá personas que estarán en sus pecados delante del tribunal de Cristo (en el gran trono blanco) para ser sentenciados a una eternidad perdida en el Infierno si no llegan a ser salvas. Todo esto debería motivarnos a servirle y persuadir a los hombres a ser reconciliados con Dios (2 Corintios 5:11, 5:20).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Algunos se han preguntado si la revisión ante el tribunal será una manifestación pública de nuestra vida delante de todos los santos en el cielo, o un asunto privado. J. N. Darby fue convidado a responder esta pregunta en el Bible Treasury (editor W. Kelly). Pregunta: “En 2 Corintios 5:10, ¿será la manifestación delante de los hermanos o delante del Señor solamente?” Respuesta: “No encuentro nada en la Escritura que hable de manifestación delante de los hermanos...” (Bible Treasury, vol. 1, p. 243; Collected Writings, vol. 13, p. 359).
W. Scott dijo: “Todos saldrán del tribunal como un asunto entre cada uno y Dios. No será una exposición pública delante de los otros” (Exposition of the Revelation, p. 399).
E. Dennett dijo: “El tribunal de Cristo... Todo esto nos será manifestado en aquella oportunidad en la paciente gracia de nuestro bendito Señor, para nosotros individualmente, no necesariamente para los demás en público” (Christ the Morning Star, p. 36-37).
H. D. R. Jameson dijo: “‘Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos (o, como debería ser leído, seamos manifestados) ante el tribunal de Cristo.’ Nótese, sin embargo, que la palabra es ‘manifestados,’ no ‘juzgados,’ pues ningún santo jamás entrará en juicio (ver Juan 5:24)... aunque nuestra manifestación traiga todo a la vista (no públicamente, yo juzgo, sino como entre el individuo y el Señor)” (Scripture Truth, vol. 1, p. 317-318).
H. D’A. Champney dijo: “Aunque sea el tribunal de Cristo, Él no nos juzgará como si fuéramos criminales, pero sí manifestará todos nuestros actos y caminos... No creo que Él nos expondrá delante de otros, sino a nosotros mismos, y esto también para magnificar Su gracia y amor que nunca nos desamparó” (Wonderful PrivilegesThe Bride of Christ, p. 10).
F.B. Hole dijo: “Él los condujo aparte en privado. Así será con todos nosotros cuando nos alleguemos a Él en Su venida. Eso significará ser manifestado delante de Su tribunal; y será en la privacidad y en el descanso de Su presencia” (The Gospels and Acts, p. 162).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Los “todos” en 2 Corintios 5:10, incluye a todos los hombres. Esto significa que el tribunal de Cristo realmente se extiende hasta el juicio de los incrédulos en el Gran Trono Blanco. No obstante, el carácter del juicio será completamente diferente. H. D. R. Jameson dijo: “En cuanto a las palabras ‘todos nosotros,’ es evidente a partir del contexto que el pensamiento ante la mente del apóstol abarca la aparición de todos los hombres ante el tribunal (la palabra ‘todos’ en el versículo 10 alcanza en su ámbito de aplicación el pleno significado de los ‘todos’ en el versículo 14), y como ha sido señalado por el fallecido Sr. Kelly, la construcción griega es por tanto diferente de aquella encontrada en tal Escritura como 2 Corintios 3:18, donde sólo los creyentes son incluidos” (Scripture Truth, vol. 1, p. 318).
6) El Juicio de la Consumación:
Este es un juicio que el Señor ejecutará sobre los judíos apóstatas al final de la Gran Tribulación, justo antes de que Él aparezca desde el cielo (Isaías 10:22-23, 28:22; Daniel 9:27 segunda parte). Ya que será antes de Su Aparición, será hecho indirectamente por medio de un instrumento levantado por Dios—el Rey del Norte y su confederación árabe (Salmo 83:1-8; Daniel 11:40-42; Joel 2:1-11, etcétera). Estos ejércitos asolarán la tierra de Israel desde el norte hasta el sur, matando cerca de 10 millones de los 15 millones de judíos que habrán vuelto a su patria en aquellos días (Zacarías 13:8).
7) El Juicio de la Siega:
Esto tiene que ver con el juicio del Señor sobre las naciones cristianizadas en el occidente (Mateo 13:38-42; Apocalipsis 14:14-16). Será ejecutado cuando el Señor aparezca (Mateo 24:27, 24:30; 2 Tesalonicenses 1:7-9; Judas 14-15; Apocalipsis 1:7, 3:3, 11:15, etcétera). Cuando el Señor venga del cielo como Rey Guerrero, destruirá los ejércitos de la Bestia y arrojará a su líder (junto con el Anticristo) al lago de fuego (Apocalipsis 16:13-15; 19:11-21). En aquel tiempo, el Señor “enviará ... Sus ángeles” para purificar “el reino de los cielos” (o sea, la cristiandad) de los incrédulos. Estos serán creyentes meramente profesantes y aquellos que abandonaron la fe en Dios—apóstatas, ateos, etcétera. Todos estos serán lanzados directamente en el lago de fuego, sin ver la muerte (Mateo 13:40-42, 13:49, 24:39-41). Es llamado el juicio de la “Siega” porque es un trabajo discriminatorio de separar la “cizaña” (los malos) de entre el “trigo” (los justos). Los impíos serán tomados en juicio y los justos vivirán en el reino milenario de Cristo. Esto es lo contrario de lo que acontecerá en el Arrebatamiento. En el Arrebatamiento el Señor toma a los creyentes de la tierra (1 Tesalonicenses 1:10, 4:15-18) y deja a los incrédulos para que entren en el período de la Tribulación (Mateo 25:10-12).
8) El Juicio del Lagar (Vendimia):
Después que el Señor regrese (Su Aparición) y destruya a los ejércitos del occidente y los ejércitos del Rey del Norte, Él restaurará un remanente de todas las 12 tribus de Israel para Sí mismo. Entonces, mientras el Israel recién-restaurado estuviere habitando seguro en su tierra bajo la protección del Señor, una confederación final de los ejércitos gentiles bajo Gog (Rusia) dispondrá un ataque contra ellos (Ezequiel 38-39). El Señor defenderá a Israel de estos ejércitos rugiendo desde Sion para destruirlos. Este es el juicio del “Lagar” (Vendimia), (Apocalipsis 14:17-20; Isaías 63:1-6; Joel 3:12-14). Es llamado el “Lagar” porque, como las uvas en un lagar son machacadas indiscriminadamente, así será el juicio de los pecadores en esta enorme confederación. Este juicio contrasta con el juicio de la siega en que algunos son seleccionados para juicio y otros no. El Señor saldrá de Jerusalén para la tierra de Edom (la tierra de Trans-Jordania cerca de 320 kilómetros al sureste de Israel—Apocalipsis 14:20) y destruirá la larga caravana de ejércitos confederados de Gog que se reunirán allí (Isaías 34:1-10, 63:1-6; Habacuc 3:3-16). Este juicio marcará el final de todas las guerras (Salmo 46:9; Zacarías 9:10).
9) El Juicio de Sesiones:
Después de que los juicios guerreros del Señor hayan terminado (la Siega y el Lagar), Él llevará a cabo un juicio de sesiones en conexión con las naciones gentiles restantes que están situadas fuera de la tierra profética (Mateo 25:31-46). Puesto que todos los poderes hostiles ya habrán sido subyugados por los anteriores juicios guerreros del Señor, este será un juicio pacífico delante del “trono de Su gloria.” Este trono no está en el cielo, sino en la tierra. No es el juicio de los muertos, como lo es el juicio del “gran trono blanco” (Apocalipsis 20:11-15), sino es un juicio de personas vivas entre las naciones remotas del mundo. El criterio sobre el cual son juzgadas las personas de estas naciones es simplemente si han sido hostiles a los mensajeros del evangelio del reino (“Mis hermanos”)no si han creído personalmente. Aquellos que fueron hostiles en relación con los mensajeros del Señor y rechazaron su mensaje serán una nación juzgada como “cabrito,” y los individuos culpables de aquella nación serán lanzados al lago de fuego por los ángeles que serán los ejecutores de este juicio (Mateo 25:31).
10) Juicio Milenario:
Cuando Cristo establezca Su reino milenario, Él “en justicia reinará” (Isaías 32:1, 61:11). El mundo entero se verá forzado a vivir en justicia en lo que el Señor llama “la regeneración” (Mateo 19:28), y aquellos que decidan hacer lo contrario morirán (providencialmente) por un juicio del Señor. ¡En la mañana del día siguiente, el ofensor caerá muerto! (Salmo 34:12-16; Salmo 101:5-8; Sofonías 3:5 – marginal en la versión King James; Zacarías 5:1-4)
11) El Juicio de los Ángeles (Malos):
Después del Milenio, al final del tiempo, habrá un juicio de los ángeles malos (1 Corintios 6:3), y ellos serán lanzados en el lago de fuego con el diablo (Mateo 25:41). Los santos glorificados estarán envueltos en la evaluación de este juicio. El juicio determinará el grado de castigo atribuido a cada ángel caído. Los ángeles buenos o “escogidos” (1 Timoteo 5:21) no forman parte de este juicio; ellos no necesitan ser juzgados.
12) El Juicio del Gran Trono Blanco:
Este juicio también ocurrirá al final del Milenio, cuando el tiempo hubiere cesado. El juicio del gran trono blanco tiene que ver con los muertos impíos. Todos los que han muerto en sus pecados sin fe, desde el principio del tiempo hasta el final del tiempo serán juzgados por el Señor en Su “gran trono blanco” (Isaías 24:22, 20:11-15). Los muertos impíos serán resucitados en aquel tiempo y serán condenados por los pecados que han cometido (Apocalipsis 20:13). Ellos serán lanzados en el lago de fuego (el Infierno) y castigados allí eternamente (Mateo 25:46). Su juicio será “según sus obras.” Esto significa que algunos en el Infierno van a sufrir más, y otros menos, porque todos tienen un número diferente de pecados y un grado diferente de responsabilidad (Lucas 12:47-48). Dios no permitirá que nadie sufra en una eternidad perdida por algo que él o ella no hizo. No habrá niños o personas con deficiencias mentales en este juicio (Mateo 18:10); Dios no responsabiliza a personas por sus acciones si no son mentalmente capaces. Los “grandes y pequeños” que serán juzgados en aquel momento no son los niños y adultos, sino los pecadores poco significativos y los prominentes de este mundo que han muerto en sus pecados.
Justicia de Dios:
Se refiere a como Dios es capaz de salvar a los pecadores sin comprometer lo que Él es en Sí mismo. “La justicia de Dios” tiene que ver con Dios actuando en amor para salvar a los pecadores, pero, al mismo tiempo, no comprometiendo lo que Él es como Dios santo y justo (Romanos 3:21).
El pecado del hombre aparentemente colocó a Dios en un dilema. Puesto que “Dios es amor” (1 Juan 4:8), Su propia naturaleza invoca la bendición el hombre, pues Él ama a todos los hombres (Juan 3:16). Pero, al mismo tiempo, “Dios es luz” (1 Juan 1:5), y así Su santa naturaleza exige, que, con justicia, el hombre sea juzgado por sus pecados (Hebreos 2:2). Si Dios actuase de acuerdo con Su corazón de amor y trajese a los hombres a la bendición sin tratar con sus pecados, dejaría de ser santo y justo. Por otro lado, si Dios actuase de acuerdo con Su naturaleza santa y juzgase a los hombres de acuerdo con las reivindicaciones de la justicia divina, todos los hombres serían justamente enviados al Infierno, y ninguno sería salvo—y el amor de Dios permanecería desconocido. ¿Cómo puede Dios entonces salvar a los hombres y seguir siendo justo? El evangelio anuncia esto. Declara la justicia de Dios y revela la buena nueva de que Él ha encontrado un modo de satisfacer Sus santas reivindicaciones contra el pecado y, así, poder alcanzar en amor a los pecadores que creen para la salvación. Así, Dios es presentado en el evangelio como siendo “el Justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26).
Muchos cristianos tienen la idea de que la justicia de Dios es algo que se imparte, coloca o se da al creyente. Sin embargo, la Escritura no lo presenta de esa manera. En pocas palabras, la justicia de Dios se refiere a un hecho de Dios, no a algo que Él transmite a los hombres cuando creen. Si Dios nos diese Su justicia cuando somos salvos, ¡entonces Él ya no la tendría! W. Scott dijo: “Es la justicia de Dios, no la del hombre. Dios no puede imputar aquello que es esencial a Sí mismo en sus tratos con los hombres” (Unscriptural Phraseology, p. 10). Es verdad que Dios ha dado la justicia (Romanos 5:17), pero esto es en el sentido de haberla garantizado o proporcionado a la humanidad, en Cristo, el Hombre resucitado y glorificado. Así, Cristo “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación” (1 Corintios 1:30), “para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” para testimonio al mundo (2 Corintios 5:21). Pero la justicia de Dios no es algo que fue enviado del cielo y colocado sobre el creyente, como algunos piensan.
W. Scott también dijo: “No se trata de colocar una cantidad de justicia dentro o sobre un hombre” (Doctrinal Summaries, p. 15).
J. N. Darby observó: “El que un hombre sea reconocido justo es su posición delante de Dios, no la cantidad de justicia transferida a él” (Collected Writings, vol. 23, p 254).
F. B. Hole dijo algo semejante: “No debemos leer esas palabras [‘la justicia de Dios’] como una idea comercial en nuestras mentes, como si quisiesen decir que llegamos a Dios trayendo una porción de fe por la cual recibimos en intercambio un equivalente en forma de justicia, de la manera que un comerciante cambia bienes por dinero” (Outlines of Truth, p. 5).
Algunas traducciones modernas, lamentablemente, dicen: “justicia que viene de Dios” (Romanos 1:17, 3:21, 3:22, 10:3; Filipenses 3:9). Estas son traducciones incorrectas que hacen que las personas piensen que es algo que Dios imparte o da a los creyentes cuando creen en el evangelio.
La justicia de Dios muestra lo que Dios ha hecho al tomar la cuestión del pecado y resolverla para Su propia gloria y para la bendición del hombre. Él envió a Su Hijo para ser Aquel que llevaría sobre Sí el pecado, y en Su muerte, Dios juzgó el pecado de acuerdo con Su santidad. El Señor Jesús tomó el lugar del creyente delante de Dios y llevó sus pecados (el juico de ellos) “en Su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). Su obra “consumada” en la cruz (Juan 19:30) satisfizo plenamente las reivindicaciones de la justicia divina y pagó el precio por los pecados del creyente. Así, Dios no comprometió lo que Él es como Dios santo y justo al extender la bendición al hombre. El amor de Dios ha llegado a los hombres con la buena noticia de que Él puede, sobre una base justa, redimir, perdonar, justificar y reconciliar al pecador que cree.
Justificación:
La justificación tiene que ver con alguien siendo absuelto de todas las acusaciones de pecado que fueron imputadas contra él, por ser colocado en una nueva posición delante de Dios en Cristo, por la cual ya no es más visto por Dios como un pecador. La persona es “constituida” justa en la mente de Dios y, así su posición legal en el cielo es cambiada (Romanos 4:4-5, 5:19). The Concise Bible Dictionary afirma: “La palabra ‘justificación’ puede ser interpretada como la apreciación formada en la mente de Dios en relación con el creyente, en vista a ese orden de cosas de las cuales Cristo es la Cabeza. Dicha estimación tiene su expresión en Cristo mismo, y sus consecuencias son vistas en Romanos 5” (p. 465).
Hay dos lados de la justificación—uno negativo y otro positivo:
•  El lado negativo tiene que ver con el creyente siendo absuelto “de todo”—es decir, de las imputaciones de pecado (Hechos 13:39).
•  El lado positivo tiene que ver con el creyente siendo colocado en una nueva posición delante de Dios (“justificados en Cristo” Gálatas 2:17), donde ninguna otra acusación puede ser traída contra él. (“En Cristo” es un término técnico utilizado en el ministerio de Pablo para indicar que el creyente está en la posición de Cristo delante de Dios). Así, el creyente no está sólo en una nueva posición, sino que está allí en una condición totalmente nueva, teniendo una nueva vida que es sin pecado. Esto es llamado “justificación de vida” (Romanos 5:18).
W. Kelly dijo: “El tan importante tema de la justificación ha sido ahora totalmente tratado, tanto del lado de la sangre de Cristo derramada en expiación como el de Su resurrección llevada a cabo por el poder de Dios; es decir, tanto negativamente como positivamente—soportando todas las consecuencias de nuestros pecados y manifestando el nuevo estado en la cual Él está delante de Dios” (Notes on the Epistle to the Romans, p. 56).
J. N. Darby dijo: “Hay dos partes en la justificación—la ‘de pecados’ y la ‘de vida’; la primera, la absolución de mi antiguo estado; y la segunda, colocándome en una nueva posición delante de Dios” (Collected Writings, vol. 21, p. 193). Él también dijo: “‘Justificación de vida;’ esta fue una nueva posición del hombre, no todavía la gloria o resurrección con Cristo y la unión con él, pero sí una nueva posición y postura. No es sólo la absolución de los pecados por los cuales un hombre haya sido culpado en conexión con su posición antigua, sino una nueva posición en la vida; la justificación de vida” (Collected Writings, vol. 13, p. 206).
F. B. Hole dijo: “La justificación, como se nos presenta en la Escritura, implica más que la bendición negativa de que nosotros seamos completa y justamente libertados de la condenación [juicio] bajo el cual estábamos. Envuelve nuestra posición ante Dios en Cristo, en una justicia que es positiva y divina (The Great Salvation, p. 14).
El gran resultado de ser justificados es que Dios ya no nos ve como antes (como pecadores), porque ahora estamos en una nueva posición delante de Él. Esto es ilustrado en figura en Números 23: Balaam profetizó acerca del pueblo de Dios desde el punto de vista de Dios (“la cumbre de las peñas”), tipificando así lo que la obra de Cristo en la cruz y Su resurrección haría por los cristianos (Romanos 4:25). Desde ese punto de vista, Dios no veía a Israel en el desierto como ellos realmente estaban, en lo que a su estado se refiere—que involucraba todo tipo de pecados. Balaam dijo: “[Dios] no ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel” (Números 23:21). El profeta no estaba queriendo decir que Dios fuese ciego; estaba hablando bajo el poder del Espíritu sobre lo que Israel era posicionalmente ante Dios, y en figura de lo que nosotros somos posicionalmente ante Dios por medio de la obra consumada de Cristo. Así, en las epístolas de Pablo, la justificación tiene que ver con la posición del creyente delante de Dios, no con su estado. Es un acto declaratorio de Dios por el cual “la fe le es contada por justicia” al que era un impío pecador (Romanos 4:5).
Existen ocho diferentes expresiones con relación a la justificación en la Escritura, cada una denotando un aspecto diferente. Ellas son:
•  Justificados por gracia—la fuente (Romanos 3:24).
•  Justificados por fe—el medio de apropiación (Romanos 3:28).
•  Justificados por sangre—el precio (Romanos 5:9).
•  Justificación de vida—una nueva condición (Romanos 5:18).
•  Justificados del pecado—la liberación de ese amo (Romanos 6:7).
•  Justificados por Dios—Aquel que hace el reconocimiento (Romanos 8:33).
•  Justificados en Cristo—la nueva posición de aceptación (Gálatas 2:17).
•  Justificados por las obras—la evidencia manifestada en la vida del creyente de que es considerado justo delante de Dios (Santiago 2:21, 2:24).
Algunos dicen que justificado significa “justo como si nunca hubiese pecado.” Sin embargo, esta definición se queda bien corta de la verdad de la justificación. Si fuera correcta, la justificación colocaría a los creyentes en el terreno de la inocencia, igual a la de Adán en el jardín del Edén antes de pecar. Adán cayó de esa posición, y eso significa que, si nosotros fuésemos colocados allí, existiría una posibilidad muy real de que iríamos a caer también. ¡Entonces seríamos pecadores bajo el juicio nuevamente! Pero la justificación nos coloca en un lugar mucho más elevado que el de la inocencia. Como hemos mencionado, nuestra posición ante Dios como justificados es en el propio lugar de aceptación y favor en que Cristo está delante de Dios, porque somos “justificados en Cristo” (Gálatas 2:17), y estamos allí con una vida que no puede pecar (“justificación de vida” – Romanos 5:18). No hay la posibilidad de que el creyente pierda este lugar.
Lago de Fuego (Véase Infierno)
Liberación:
La liberación, así como la salvación, es un tema muy amplio en la Escritura, con muchas aplicaciones. La necesidad de liberación podría venir de problemas provenientes del pecado de los de afuera, de hombres que se oponen a la verdad (Mateo 6:13; 2 Corintios 1:10; 2 Timoteo 3:11, 4:17-18, etcétera), o podría ser el resultado del pecado operando dentro del corazón del creyente (Romanos 7:24, 8:2). Sin embargo, cuando el tema de la liberación está a la vista, se asume generalmente que se relaciona con problemas provenientes del pecado dentro del creyente. Esto se refiere a la experiencia que tiene el alma de ser libertada de la acción interior de la naturaleza pecaminosa (“la carne”—Romanos 7:5, etcétera), por medio de la cual es capaz de vivir una vida santa para la gloria de Dios.
Los cristianos, con las mejores intenciones, han tratado de controlar la naturaleza pecaminosa de muchas maneras—pero eso sólo les ha traído frustración y decepción. Todos estos esfuerzos humanos son inútiles. Algunos hombres han aplicado el ascetismo (flagelando el cuerpo para mantener la carne subyugada), o el monacato (tratando de huir de las tentaciones de la vida aislándose de la sociedad), la introspección (que sólo conduce a un egoísmo enfermizo), la psicología (el estudio del comportamiento humano), la cultura, etcétera, pero como hemos ya mencionado, estas cosas siempre resultan en fracaso. Como el endemoniado en Marcos 5, que no podía ser dominado, la carne en el hombre no puede ser controlada con recursos humanos.
Lo que muchos cristianos no perciben es que la bendición prometida en el evangelio no sólo tiene que ver con la liberación del castigo eterno por sus pecados (Romanos 3:21-5:11), sino también incluye la liberación del poder del pecado en sus vidas (Romanos 5:12-8:17). No es la intención de Dios dejar a aquellos a quienes Él perdonó, justificó, reconcilió y salvó, en este mundo bajo el dominio de sus naturalezas pecaminosas caídas y sin el poder para andar rectamente. Por lo tanto, no necesitamos de los recursos y métodos humanos para tratar de controlar la carne (los cuales no funcionan), sino que debemos ir a Dios: Él tiene la solución. Todo es parte del don de Su gracia en el evangelio.
El tema de la liberación de nuestra alma es tratado en detalle en Romanos 5:12-8:17. En primer lugar, en el capítulo 5:12-21, somos enseñados que los creyentes en el Señor Jesucristo ya no estamos bajo el liderazgo de Adán, o esa vieja raza, en lo que se refiere a nuestra posición ante Dios. Siendo “constituidos justos” (Romanos 5:19), los creyentes son ahora parte de una nueva raza de hombres bajo el liderazgo de Cristo, donde la gracia reina por la justicia para vida eterna.
Luego, en Romanos 6:1-10, se nos dice cómo es que ha ocurrido para el creyente esta transferencia de autoridad de Adán a Cristo. Actuando como nuestra Cabeza federal (lo que significa que Él actúa en representación de todos los que están debajo de Él), Cristo, al morir, se separó de todo el sistema de pecado encabezado por Adán. Al hacer esto, Él nos separó de ese sistema también. A través de nuestra identificación con la muerte de Cristo, Dios nos ve como “muertos” y, por tanto, desconectados de la raza de Adán y del principio del pecado que la domina (versículo 7). Además de eso, habiendo “resucitado de entre los muertos,” Cristo entró en una nueva esfera de vida donde Él “á Dios vive,” y esa esfera está ahora abierta a todos los que pertenecen a Su nueva raza (versículos 8-10). Entonces, en los versículos 11-12, somos exhortados a “pensar” (“creer que es así”) junto a Dios que esas cosas que son verdaderas en relación a Cristo también son verdaderas en relación con nosotros. Así, a causa de nuestra identificación con la muerte de Cristo, tenemos derecho a considerarnos “muertos al pecado,” pero “vivos á Dios” en esa nueva esfera en la que Cristo vive para Dios. En Romanos 6:13-14, somos exhortados a someternos a Él y a empezar a practicar la justicia en esta nueva esfera de vida—paulatinamente. Y, por la repetición de buenos hábitos, nos convertimos en siervos de la justicia, porque el pecado ya no tiene dominio sobre el creyente.
En Romanos 6:15-23, somos advertidos de que, si escogemos vivir en la esfera de vida que pertenece a la carne, estaremos bajo esclavitud de los pecados que permitimos. Es, por lo tanto, imperativo que vivamos de forma práctica en la esfera correcta de vida en la que hay una nueva gama de objetos para ocupar nuestros corazones. Estas cosas son llamadas “las cosas del Espíritu” (Romanos 8:5) y tienen que ver con los intereses de Cristo. Son cosas como: leer las Escrituras, orar, asistir a las reuniones cristianas para la adoración y el ministerio, cantar himnos y canciones espirituales, leer literatura cristiana, escuchar ministerio grabado, enseñar la verdad, compartir el evangelio, la comunión, meditar en cosas espirituales a medida que vamos cumpliendo nuestras responsabilidades diarias, sirviendo al Señor con buenas obras, haciendo visitas, etcétera. Cuando el creyente vive de forma práctica en esta nueva esfera de vida y así se ocupa con Cristo y con Sus intereses, el poder del Espíritu de Dios será sentido en su vida, manteniendo la carne en su lugar (Romanos 8:13). Así, bajo este principio de reemplazo, no se dará oportunidad a la carne de actuar en la vida del creyente.
En un paréntesis, en Romanos 7:7-25, Pablo muestra que esta liberación no se logra a través del esfuerzo humano, sino mirando a Cristo y estando ocupado con las cosas que pertenecen a Él. Cuando hacemos eso, el Espíritu de Dios nos ayudará a vivir la vida cristiana normal, la cual está por encima de los impulsos de la carne. Esto es ilustrado en el capítulo 8:1-16.
La gran pregunta es: ¿En cuál esfera vivimos nuestras vidas? Al usar el término “si” en Romanos 8:13, Pablo muestra que la responsabilidad recae sobre el creyente. Dios quiere seamos responsablemente ejercitados en cuanto a tener victoria sobre la carne. Tenemos que hacer una decisión consciente de vivir en la esfera correcta de vida. Esto se resume en una simple cuestión de nuestra voluntad. Nuestro problema es que queremos rodearnos de cosas terrenales, naturales y mundanas, y perseguirlas, y al mismo tiempo esperamos tener el beneficio de liberación práctica del poder del pecado que el Espíritu nos da. Pero no podemos vivir en la sombra y disfrutar del sol al mismo tiempo. ¡Si consentimos la carne, vamos a obstaculizar al Espíritu! No es que necesitemos más del Espíritu, pues Dios no da el Espíritu por medida (Juan 3:34). En realidad, es lo contrario, ¡el Espíritu precisa más de nosotros! Si sometemos nuestras vidas a Su guía, que será siempre seguir a Cristo y Sus intereses, no faltará el poder del Espíritu en nuestras vidas para mantener la carne subyugada, y así, poder experimentar la liberación.
Libre Albedrío:
Este término no se encuentra en la Biblia, pero sin duda lo que transmite sí. Significa que el hombre fue creado con una voluntad que era libre para elegir las cosas de Dios o para rechazarlas.
Lo que la mayoría de los cristianos evangélicos no aceptan es que el hombre perdió su poder de elegir, en las cosas de Dios, cuando Adán (la cabeza de la raza) cayó (Génesis 3). El hombre tenía libre albedrío antes de su caída, pero ejerció su voluntad para su propia caída. J. N. Darby dijo: “El hombre estaba libre en el paraíso, pero entonces él estaba disfrutando del bien. Pero él hizo uso de su libre albedrío, y consecuentemente, se convirtió en un pecador” (Letters, vol. 3, p. 316). La raza humana bajo Adán está ahora en un estado caído en el que el hombre es cautivo de su naturaleza de pecado, y así, ya no es más un ser moral libre con libre albedrío. Él es cautivo de su estado pecaminoso y es esclavo de sus pecados, y así, a no ser que Dios obre por medio de la vivificación (nuevo nacimiento), nadie irá a Cristo para salvación. El hombre en la carne puede escoger hacer esto o aquello en las elecciones ordinarias de la vida diaria, pero en las cosas espirituales, él nunca escogerá a Cristo.
La enseñanza que supone que el hombre en la carne (desde la caída) tiene libre albedrío, indica un malentendido en cuanto a la verdadera condición del hombre caído. Ella supone que el hombre en su estado perdido todavía tiene algún poder del bien en él para volver a Dios para la salvación, si así lo elige. Sin embargo, esta idea errónea niega la depravación total del hombre, de lo que la Escritura habla claramente. La Biblia enseña que el hombre en su estado caído es:
•  “Flaco” [“sin fuerzas”], y por lo tanto es incapaz de hacer nada para ayudarse a sí mismo (Romanos 5:6).
•  “No puede ver” el reino de Dios (Juan 3:3).
•  “No puede entrar” en el reino de Dios (Juan 3:5).
•  “No puede ... recibir” las cosas espirituales de Dios (Juan 3:27, 3:32).
•  “No puede venir” a Cristo para salvación (Juan 6:44, 6:65).
•  “No puede saber” (discernir) la verdad cuando se presenta (Juan 8:14).
•  “No puede oír” la Palabra de Dios cuando es predicada (Juan 8:43, 8:47).
•  “No puede agradar á Dios” en su estado caído (Romanos 8:8).
Así, los hombres perdidos están espiritualmente “muertos” en sus pecados y sin un sólo pulso de vida hacia Dios (Efesios 2:1, 2:5; Colosenses 2:13). ¿Cómo, entonces, alguien en esa condición impotente puede ser capaz de escoger a Cristo y creer en el evangelio cuando no hay facultades espirituales funcionando en él para responder al llamado de Dios? Es imposible.
J. N. Darby dijo: “El hombre, visto como él es, sin un pulso de vida con relación a Dios, está muerto en delitos y pecados” (Synopsis of the Bible – acerca de Colosenses, p. 48 edición, Loizeaux Brothers).
P. Wilson dijo: “Dios nos ha dicho fielmente que no sólo estábamos perdidos y sin ninguna fuerza para hacer nada al respecto, sino que estábamos moralmente muertos—muertos hacia Dios—sin ningún movimiento de nuestro corazón hacia Él” (Christian Truth, vol. 12, p. 250).
H. Smith dijo, “Si estamos muertos, no puede haber ningún movimiento de nuestra parte hacia Dios. El primer movimiento precisa venir de Dios” (Ephesians, p. 17).
A. P. Cecil dijo: “Antes de que un hombre nazca de nuevo, él es visto por Dios como muerto en sus delitos y pecados. Él no tiene más movimiento hacia Él que el que tiene un cadáver. Usted puede hablar con él acerca de Dios, pero él no escucha, no responde, ni ve. No tiene ni fe ni arrepentimiento, ni nada más, hasta la acción del Espíritu, cuando él es vivificado” (Helps by the Way, vol. 3, NS, p. 175).
A. H. Rule dijo: “El hombre está en un estado de muerte, y si ha de tener vida, Dios debe actuar soberanamente. Dios es Quien comienza. El propio hombre es impotente, como era el muerto Lázaro, hasta que la palabra vivificante es proferida... Humanamente hablando, un muerto no puede oír ni creer; ni puede hombre o ángel hacerle oír o creer. Pero Dios se mueve en la escena de la muerte, y todo cambia” (Selected Ministry, vol. 2, p. 210). La mayoría de los cristianos afirma que el hombre en sus pecados se encuentra totalmente depravado y perdido. Sin embargo, cuando se examina su doctrina sobre cómo una persona llega a Cristo para ser salva, se encontrará que ellos realmente creen que hay todavía algo bueno en el hombre caído—aunque sea una pequeña chispa. Así, ellos piensan que el hombre en la carne es capaz de responder al evangelio, si así lo elige. Lo que realmente están diciendo, sin darse cuenta, es que, aunque el hombre es malo, no es tan malo que no puede hacer algo para garantizar su propia bendición. La verdad es que antes de que Dios imparta una nueva vida a una persona, ella sólo tiene una naturaleza pecaminosa caída (la carne) en su interior. Si el hombre en su estado caído elige o decide venir a Cristo, entonces fue la carne quien hizo la elección. Esto, sin embargo, nunca sucederá porque “la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta á la ley de Dios, ni tampoco puede” (Romanos 8:7). La Escritura afirma claramente que la necesaria acción de Dios en el nuevo nacimiento no es “de voluntad de carne, ni de voluntad de varón” (Juan 1:13). C. Stanley señaló: “Sería un absurdo decir que la nueva naturaleza fue engendrada por el libre albedrío de nuestra vieja naturaleza pecaminosa” (Things New & Old, vol. 33, p. 29).
La verdad es que la carne no es capaz de responder al evangelio y ser sujeta a Dios—y nunca lo será. La idea de que el hombre tiene un libre albedrío hoy hace de la salvación el fruto de la propia voluntad del hombre. Es una doctrina que se tornó en sinónimo de arminianismo. (James Arminius, 1560-1609 d.C., enseñó que todos los hombres son pecadores depravados, pero él no vio que su depravación era tal que ellos no podrían escoger creer en el evangelio. Él enseñó que, aunque los hombres sean criaturas caídas, aún son agentes morales libres, y, por lo tanto, tienen el poder de creer en el evangelio, si así lo deciden.)
J. N. Darby dijo: “El arminianismo, o más bien, el pelagianismo, pretende que el hombre puede elegir, y que así el viejo hombre es mejorado por aquello que ha aceptado. El primer paso es hecho sin gracia, y es el primer paso el que realmente importa en este caso. Creo que debemos mantenernos en la Palabra, pero hablando de forma filosófica y moral, el libre albedrío es una teoría falsa y absurda” (Letters, vol. 1, p. 315-316).
En realidad, desde la caída, el hombre ya no es un agente moral libre. Es cautivo de su estado pecaminoso y esclavo de los pecados que comete (Juan 8:34). A no ser que Dios opere vivificando (nuevo nacimiento), nadie iría a Cristo para la salvación. Esto no significa que los hombres no son responsables de lo que hacen. El hombre decide cometer sus pecados y cuando los comete, viene a ser esclavo de ellos, pero aún es responsable de todo lo que hace (Mateo 12:36; Romanos 14:12). Por lo tanto, el que no tenga una voluntad libre para elegir a Cristo no significa que el hombre no sea responsable de pecar. J. N. Darby señaló que la responsabilidad del pecador es similar a un hombre que tiene una deuda de $100,000 que no puede pagar. Su incapacidad de pagar no lo exime de su responsabilidad.
Limpieza (Lavamiento):
La Biblia habla de la purificación del alma cristiana de tres maneras:
•  Limpieza moral.
•  Limpieza judicial.
•  Limpieza práctica.
1) Limpieza Moral:
Es efectuada en una persona cuando ella nace de nuevo. El Espíritu de Dios utiliza la Palabra de Dios (de la cual el agua es una figura) para comunicar vida divina al alma, y la persona es así “lavada” o limpiada (Juan 13:10 primera parte, 15:3; 1 Corintios 6:11). “Está todo limpio” (Juan 13:10 segunda parte). Es una limpieza de una vez por todas, pues el lavamiento que ocurre en el nuevo nacimiento nunca más se repite en una persona. La traducción de W. Kelly traduce esto como “bañado,” significando que este lavamiento es de una vez por todas. Como resultado, hay algo nuevo y limpio, en la persona—una nueva vida con una nueva naturaleza. En virtud de esta limpieza, ella pasa a ser parte de la familia de Dios, y, por lo tanto, nunca irá a juicio eterno.
2) Limpieza Judicial:
Aunque la limpieza moral convierte a una persona en un hijo en la familia de Dios, la persona no se convierte, por sí sola, en un cristiano. Para tener el lugar distinguido de ser un cristiano en la familia de Dios, una persona necesita de más limpieza—lo cual es efectuado por la sangre de Cristo (la evidencia de su obra consumada) cuando se aplica por la fe en el corazón y la conciencia. Esto requiere que la persona tenga entendimiento del evangelio de la gracia de Dios y que reciba a Cristo como su Salvador. Este segundo tipo de limpieza tiene que ver con la purificación de la conciencia, y es lo que lleva a una persona a la plena posición cristiana delante de Dios en Cristo, sobre la cual ella es sellada con el Espíritu Santo (Hebreos 9:14; Efesios 1:13). Así, un cristiano es aquel que ha sido “limpiado” con agua (Juan 13:10 primera parte; Hebreos 10:22) y “limpiado” en la sangre de Cristo (1 Juan 1:7; Apocalipsis 1:5). El Sr. Darby distinguió estos dos lavamientos como: “limpieza moral” y “limpieza judicial” (Collected Writings, vol. 13, págs. 236, 238).
Así, hay dos agentes de limpieza necesarios para convertir a alguien en cristiano: el agua y la sangre. El agua tiene que ver con nuestro estado sucio y la sangre con nuestra culpa, es decir, con nuestra conciencia contaminada. Los santos del Antiguo Testamento nacieron de nuevo, y así fueron limpiados por el agua de la Palabra de Dios, pero no tuvieron una limpieza judicial de la conciencia efectuada por la sangre, porque Cristo aún no había consumado la redención. En consecuencia, sus conciencias no fueron purificadas, como las conciencias de los cristianos (Hebreos 9:14, 10:2). Esto puede verse en el hecho de que ellos vivían con un cierto grado de temor de que sus pecados fuesen traídos a juicio por Dios (Salmo 25:11, Salmo 25:18, etcétera).
En Juan 19:34, la “sangre” es mencionada antes del “agua,” porque está registrando el hecho histórico; mientras que en 1 Juan 5:6-8, el agua es colocada antes de la sangre, porque se refiere al orden de su aplicación en la vida de los hombres. Uno es el lado de Dios y el otro es el del hombre. Ante los ojos de Dios la sangre debe venir primero. Es requerida para que los hombres sean bendecidos. Todas las obras de Dios por Su Palabra y Su Espíritu, con relación al nuevo nacimiento, son dependientes y tienen en vista el hecho de que Cristo entraría al mundo y pagaría el precio por el pecado, de lo cual, la sangre habla (Hebreos 9:22). J. A. Trench dijo: “‘Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y luego salió sangre y agua’ (Juan 19:34). Este es el orden histórico, en el que la sangre viene primero, como base de todo lo que era necesario para la gloria de Dios y para nuestra bendición. En cuanto al orden de aplicación para nosotros, como Juan lo coloca en su epístola (1 Juan 5:6), el agua viene primero: ‘Este es Jesucristo, que vino por agua y sangre ... Y el Espíritu es el que da testimonio’” (Scripture Truth, vol. 1, p. 22).
3) Limpieza Práctica:
Hay una tercera clase de limpieza en el Nuevo Testamento que tiene que ver con el agua de la Palabra de Dios siendo aplicada en el andar y los caminos de los creyentes (Juan 13:10 segunda parte; Efesios 5:26). Esto tiene que ver con la limpieza práctica. Debemos dejar que el Espíritu de Dios aplique la Palabra de Dios a nuestros corazones y conciencias en nuestra lectura diaria de las Escrituras, y si Él trae a la luz algo en nuestras vidas que es inconsistente con la santidad de Dios, debemos juzgarnos a nosotros mismos y sacar esa cosa de nuestras vidas. Así somos limpiados de una manera práctica. Cuando conducimos nuestras vidas de acuerdo con las direcciones prácticas de una vida santa en la Palabra de Dios, tendremos como resultado la limpieza práctica. Aunque la limpieza moral y judicial son efectuadas por Dios en nosotros de una vez por todas, la limpieza práctica es la responsabilidad del cristiano. Debe acontecer continuamente en la vida de un creyente para que la comunión con Dios no sea interrumpida.
Lleno del Espíritu:
Este término tiene que ver con el estado del creyente. Es, por tanto, algo más que recibir “el don del Espíritu Santo” por el cual somos habitados por Él (Hechos 2:38, 8:15-17, 10:45, 19:2; 2 Corintios 1:21-22; Gálatas 3:2; Efesios 1:13, 4:30; 1 Tesalonicenses 4:8, etcétera). Estar “lleno del Espíritu” (Efesios 5:18; Hechos 2:4, 4:31, 6:3, 7:55, 9:17, 11:24, etcétera) tiene que ver con dar al Espíritu el control total de nuestras vidas en un sentido práctico.
Una ilustración dada por H. P. Barker aclara esta distinción. Él dijo: “Un visitante en tu casa no la llena. Él está restringido a la parte de la casa a la cual le has introducido. Sin embargo, si pones tu casa entera a su disposición y le das las llaves de cada habitación y armario, él entonces llenará todo el lugar. No es que él viene desde afuera para hacer esto; él ya se encuentra en la casa. Pero ahora, por tu acto de entrega, él tiene completo control. Así también es con el Espíritu Santo. Muchas veces Lo restringimos a ciertas partes de nuestra experiencia y vida, pero Él desea tener el control total, para poseernos enteramente en nombre de Cristo. Cuando gustosamente entregamos a Su control toda nuestra casa (el conjunto de nuestro ser), entonces Él está en un indiscutible control, y en este sentido, nos llena” (The Holy Spirit Here Today, p. 77).
Así, el creyente recibe el Espíritu Santo una vez en su vida creyendo en el Señor Jesucristo. Cuando este Huésped divino hace Su residencia en él, nunca lo deja (Juan 14:16 “para siempre”), pues el creyente es desde ese momento “sellado para el día” de su “redención” final que es cuando el Señor venga en el Arrebatamiento (Efesios 4:30). Pero el creyente puede ser llenado muchas veces. Esto es porque nuestro estado, como la marea, sube y baja, y puede ser que no estemos siempre rendidos al Espíritu como deberíamos. Siendo este el caso, no hay exhortaciones en la Escritura para que los cristianos sean “sellados” o “ungidos” con el Espíritu porque esos términos tienen que ver con la presencia permanente del Espíritu, que el creyente ya ha recibido. Sin embargo, hay exhortaciones en la Escritura para ser “llenos” del Espíritu.
Nos podemos preguntar: “¿Cómo es que un cristiano se llena del Espíritu?” Los siguientes pasajes nos hablan del “llenar” del Espíritu y nos dan la respuesta:
•  En Hechos 2:1-4, dedicándose a los intereses del Señor.
•  En Hechos 4:31, ocupándose con la oración y la lectura de la Palabra de Dios.
•  En Hechos 6:3 y Hechos 11:22-24, sirviendo a otros en nombre del Señor.
•  En Hechos 7:55, testificando de Cristo.
•  En Efesios 5:18-21, regocijándose en el Señor, con cantos y acciones de gracias.
Para que nosotros seamos llenados, nuestras vidas primero deben vaciarse de todo lo que es incompatible con la santidad del Señor. Muchas veces hay cosas en nuestras vidas que no tienen derecho de estar allí, y ellas estorban la acción del Espíritu. Consecuentemente, Él no nos llena. Pueden ser pensamientos impuros, motivos indignos, deseos codiciosos, intereses y ambiciones egoístas, etcétera. Estas cosas ciertamente deben ser lanzadas fuera, pero la gran pregunta es: “¿Cómo podemos hacer esto?”. La respuesta es: “Por el principio del desplazamiento.” H. P. Barker dio la conveniente ilustración con respecto a este punto. Él dijo: “Supongamos que tengo en mi mano un vaso, aparentemente vacío. En realidad, está lleno de aire. ¿Cómo puedo vaciar el aire? No por agitarlo frenéticamente boca abajo, ni limpiándolo con un paño. Es vaciado por simplemente dejarlo parado en una mesa y llenarlo con agua. Le vacío el aire llenándolo con agua” (The Holy Spirit Here Today, p. 78). Es lo mismo que ser lleno del Espíritu; cuando las cosas y actividades cristianas ocupan nuestros pensamientos y nuestras vidas, aquellas otras cosas no tendrán lugar en ella. Si tratamos de forzar el estar llenos del Espíritu de la manera contraria, la vida cristiana se convierte en una cosa legalista y, eventualmente, se desmorona por falta de energía para continuar en ella.
Estar lleno del Espíritu Santo tiene mucho que ver con entregarse a las reivindicaciones de Cristo y al Huésped divino que habita en nosotros. Nuestra voluntad es la principal culpable. Otra ilustración de H. P. Barker nos ayuda a comprender este punto. En Alemania, hace muchos años, un magnífico órgano tubular de renombre mundial fue construido en una grande catedral. Un día un visitante fue a la catedral y preguntó si él podría tocar el órgano. El cuidador dijo al visitante que no era permitido dejar que extraños tocaran el instrumento. El visitante insistió, y finalmente después de mucha persuasión, el cuidador le permitió sentarse a tocar el órgano. Inmediatamente, la música más deslumbrante fluyó de aquel órgano y llenó la catedral. El cuidador se quedó atónito e inmóvil en su lugar mientras escuchaba los maravillosos sonidos reverberando por la edificación. Después de que el visitante había tocado por algún tiempo y estaba a punto de salir, el cuidador vino a él y le preguntó: “¿Quién es usted?” Él contestó: “Mendelssohn”—¡era el gran compositor! Entonces el vigilante se sintió avergonzado y dijo: “Imagínese; yo estaba aquí impidiéndole a usted, un hombre de tal capacidad y el compositor más grande de Europa, de que tocase este órgano. Estoy avergonzado de mí mismo.” Mucho mayor que cualquier compositor humano famoso, el Espíritu de Dios entró en nuestros corazones cuando fuimos salvados. ¿Pero hemos nosotros, como ese cuidador, prohibido al Compositor divino sentarse en el panel de control de nuestras vidas para crear, por así decirlo, “una bellísima música” para la gloria de Dios?
Mesa del Señor y Cena del Señor:
“La Mesa del Señor” (1 Corintios 10:21) es un término simbólico que significa el terreno bíblico de comunión sobre el cual el Señor reúne a los cristianos a Su alrededor. (No es una mesa física en la que los cristianos colocan los emblemas de la Cena del Señor en el partimiento del pan). Puesto que una “mesa” en la Escritura simboliza comunión, “la Mesa del Señor” se refiere a la comunión de los cristianos que el Señor formó. Es una comunión donde Él está en medio de aquellos que Él reunió para el culto y ministerio, y donde Su autoridad es reconocida y reverenciada en las acciones administrativas que ocurren en esa comunión. En verdad, la mesa del Señor es la única comunión entre los hombres a la cual los cristianos son llamados (1 Corintios 1:9). Todas las otras comuniones que los hombres hacen son divisivas, aunque hayan sido formadas con las mejores intenciones. (Ver Reunidos al Nombre del Señor).
Un error común es confundir “la Mesa del Señor” (1 Corintios 10:21) con “la Cena del Señor” (1 Corintios 11:20, 11:23-26). Muchas veces, estos dos términos son usados indistintamente como si no hubiese ninguna diferencia entre ellos, pero esto no es correcto. Como ha sido mencionado, la Mesa del Señor es un término simbólico, mientras que la Cena del Señor es una ordenanza literal de la que los cristianos participan cuando recuerdan al Señor en Su muerte, en el partimiento del pan.
Algunas diferencias entre estas dos cosas son: Si una persona está reunida al Nombre del Señor, ella está a la Mesa del Señor 24 horas al día, siete días a la semana, pero sólo toma la Cena del Señor en una hora específica en el día del Señor, una vez por semana. Otra diferencia es que, en condiciones normales, una persona debe venir a la Mesa del Señor una vez en su vida (cuando entra en comunión con aquellos reunidos al Nombre del Señor), pero debe venir a la Cena del Señor muchas veces—es decir, semanalmente. Por lo tanto, sería incorrecto decir que vamos a la Mesa del Señor en el día del Señor. Sería mejor decir que vamos a participar de la Cena del Señor en ese día. Personas bien intencionadas pueden decir cosas como: “El hermano Fulano se puso de pie a la Mesa del Señor para dar gracias,” pero el comentario sería más preciso si se dijera que: “el hermano se puso de pie en la Cena del Señor para dar gracias.”
Cuando alguien es recibido en comunión, es recibido a “la Mesa del Señor” donde tiene el privilegio de tomar de “la Cena del Señor.” Si una persona es “quitada” bajo un acto administrativo de juicio por la asamblea (1 Corintios 5:13), es separada de la Mesa del Señor, no sólo de la Cena del Señor. Así, ella es colocada fuera de la comunión de los santos reunidos al Nombre del Señor como un todo, lo que incluye el privilegio de partir el pan. Algunos piensan que el comer, mencionado en 1 Corintios 5:11 se refiere al comer de la Cena del Señor. De ahí, ellos concluyen que no debemos partir el pan con una persona que haya sido apartada, pero podemos comer una comida común con ella, y así, tener comunión individualmente. Esto, sin embargo, es un error; comer en este versículo tiene que ver con cualquier forma de comer—ya sea en el partimiento del pan o en una comida común en nuestras casas. El versículo afirma “que no os envolváis” socialmente (1 Corintios 5:11).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
La Cena del Señor es mencionada en 1 Corintios 10-11 en dos maneras. Algunas diferencias en estos dos capítulos son: En el capítulo 10:15-17 es el acto colectivo de partir el pan—dice, “la copa de bendición que bendecimos” y “el pan que partimos” mientras que el capítulo 11:23-26 es el acto individual de partir el pan. Dice: “Haced esto...”
En el capítulo 10:15-17 el “pan,” visto en su forma entera, representa al cuerpo místico de Cristo, mientras que el “pan” en el capítulo 11:23-26 representa el cuerpo físico del Señor en el que Él sufrió y murió.
Él capítulo 10:15-17 coloca primero “la copa de bendición,” seguido por el “pan,” porque está hablando de nuestro derecho de estar a la Mesa como creyentes redimidos—que es el resultado de Su sangre derramada. En el capítulo 11:23-26, el orden es inverso, colocando el partimiento del pan primero, siendo seguido por el beber de la copa, que es el orden en que debe tomarse la Cena (Lucas 22:19-20). Esto es así porque tomamos la Cena en memoria de Él en Su muerte, y Él sufrió en Su cuerpo primero; luego después de morir, Su sangre fue derramada.
En el capítulo 10:16-17, el partimiento del pan está en conexión con “la Mesa del Señor” en donde demostramos la comunión del cuerpo de Cristo (versículo 21). En el capítulo 11:26, en el partimiento del pan (“la Cena del Señor”), anunciamos la muerte de Cristo.
El capítulo 10:15-22 Tiene que ver con nuestra responsabilidad de mantenernos separados de todas las otras mesas (comuniones), ya sean mesas cristianas divididas, mesas judaizantes o mesas idólatras; mientras que el capítulo 11:23-32 Tiene que ver con nuestra responsabilidad de mantener la pureza personal en nuestras vidas.
Milenio:
Es un término que se encuentra en la versión Vulgata Latina en Apocalipsis 20:4, pero no aparece en la Reina-Valera. Se refiere al reino de Cristo de 1000 años que comenzará en Su Aparición. Los profetas de Israel hablan de este reino que el Mesías establecería (2 Samuel 7:12-16; Salmo 72; Daniel 2:44, etcétera). Ellos afirman que este duraría “para siempre,” lo que en el Antiguo Testamento significa “mientras dure el tiempo,” o “hasta el fin del tiempo.” Apocalipsis 20 afirma que el reino durará 1000 años—viniendo de ahí la palabra “Milenio” (Apocalipsis 20:4, 20:6).
Los profetas de Israel describen este reino venidero como teniendo condiciones utópicas increíbles. Algunas de las características más excepcionales son:
•  El Mesías de Israel (el Señor Jesucristo) reinará supremo sobre todo el mundo, no sólo sobre Israel (Salmo 47:7; Zacarías 14:9). Las naciones gentiles se juntarán y se someterán a Él con gozo (Salmo 18:43-44; Zacarías 2:11).
•  Jerusalén será la capital del mundo y el centro religioso de la tierra (Isaías 2:2, 62:6-7; Salmo 48; Ezequiel 5:5; Jeremías 3:17; Salmo 87:1-3).
•  Habrá un gobierno universal sobre toda la tierra, en el cual la “justicia” reinará (Salmo 72:1-7; Isaías 9:6-7, 11:4, 16:5, 32:1, 32:16-18, 61:11).
•  La duración de este reino será para siempre, mientras hubiere tiempo (2 Samuel 7:12-16; Daniel 2:44, 7:14, 7:44; Salmo 145:13).
•  Israel será establecido como “cabeza” de todas las naciones de la tierra de acuerdo con el propósito original de Dios para con él. Ellos ya no estarán bajo el dominio gentil (Deuteronomio 26:18-19, 28:1; Isaías 2:1-5, 60:14; Daniel 3:29-30, 7:27; Salmo 18:43; Salmo 47:3).
•  Habrá paz mundial; no habrá más guerras (Salmo 46:9; Salmo 72:7; Isaías 2:4; Miqueas 4:3; Oseas 2:18; Isaías 60:18; Salmo 147).
•  El Señor hará un “nuevo pacto” con Israel bajo el principio de la gracia, donde Él los bendecirá espiritual y materialmente (Jeremías 31:31-34).
•  El Espíritu Santo será “derramado” sobre los de Israel y ellos harán milagros para ayudar y bendecir al mundo en nombre del Señor (Isaías 44:3; Ezequiel 39:29; Joel 2:28-29).
•  Habrá una religión mundial—la adoración universal del Señor Jesucristo como Jehová de Israel en el contexto del judaísmo, según los principios de gracia del “nuevo pacto.” Así, el Milenio será una economía donde la Ley y el Sábado serán observados, etcétera. (Isaías 66:23; Ezequiel 44:24, 45:17). El cristianismo y su forma de acercamiento a Dios “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24; Hebreos 10:19-22) no será más el orden religioso de aquel día.
•  La idolatría y toda religión falsa serán abolidas de la faz de la tierra. El islam, el hinduismo, el budismo, etcétera serán quitados para siempre (Isaías 1:28-31, 2:18; Ezequiel 37:23; Oseas 14:8; Miqueas 5:12-14; Zacarías 13:2-6, 14:9).
•  La propia creación será liberada de su esclavitud y maldición. La tierra cantará (figurativamente hablando) y disfrutará de su jubileo (Isaías 35:1-2; Salmo 65:13; Zacarías 14:11; Apocalipsis 22:3). Comparar con Romanos 8:19-22.
•  Los ciegos, los sordos, los mudos y los cojos, etcétera, serán sanados (Isaías 35:5-6; Salmo 146:8). No habrá más enfermedades y epidemias en la tierra—gripe, cáncer... En consecuencia, no habrá necesidad de médicos, dentistas, enfermeras, hospitales, etcétera. (Isaías 33:24; Salmo 103:3).
•  Los hombres y las mujeres no morirán de causas naturales, sino que vivirán tanto como un árbol—esto es, ¡por un período de 1000 años! (Isaías 65:20, 65:22).
•  Los instintos salvajes y de caza en los animales serán cambiados. Vivirán juntos “el lobo con el cordero.” Los niños jugarán con leones y serpientes y no serán lastimados (Isaías 11:6-9, 35:9, 65:25; Ezequiel 34:25).
•  Habrá un nuevo río con aguas curativas que fluirá de debajo del nuevo templo que será construido. Este fluirá hacia el centro de Jerusalén y se separará en dos brazos—uno al este, desembocando en el Mar Muerto, y otro al oeste, desembocando en el Mar Mediterráneo. Este río tiene propiedades curativas que enriquecerán y fertilizarán la tierra (Ezequiel 47:1-9; Zacarías 14:4, 14:8; Salmo 65:9-10; Joel 3:18).
•  La agricultura florecerá en una manera que no fue conocida desde la caída del hombre (Salmo 65:9-13; Salmo 67:6; Salmo 144:13-14; Isaías 27:6, 35:1-2, 35:7; Joel 2:21-27, 3:18; Amos 9:13-15; Miqueas 4:14; Zacarías 3:10). El desierto florecerá como una rosa (Isaías 35:1-2, 35:7). ¡Los árboles frutales producirán cosechas mensuales! (Ezequiel 47:12). Las cosechas serán tan grandes que no habrá tiempo suficiente para traer los cultivos de los campos antes de que sea tiempo para sembrar otra vez (Amos 9:13).
•  Resultando de tal abundancia, no habrá más pobreza en la tierra (Salmo 132:15; Isaías 41:17, 65:21-23; Salmo 146:7).
•  Todas las naciones de la tierra serán tributarias a Israel (bajo la forma de impuestos) e Israel “mamará la leche de las gentes” y será la nación más rica de la tierra (Isaías 60:5-6, 60:9-11, 60:16-17, 61:4-5; Salmo 72:10; Isaías 10:14-15; Zacarías 14:14). Los gentiles tendrán tanto materialmente que tendrán placer en dar una porción a Israel. Serán felices en servir a Israel—alimentando sus rebaños, arando sus campos y manteniendo sus viñas (Isaías 14:2, 61:5-6), en tanto que Israel cuidará de las cosas del Señor como Sus sacerdotes y ministros, enseñando a las naciones a vivir en el reino (Isaías 2:3, 61:6; Miqueas 4:2).
•  La tierra brillará con la gloria del Señor y el Milenio será un largo día sin noche (Ezequiel 43:2; Números 14:21; Habacuc 2:14; Salmo 72:19). La luz de Su gloria será tan brillante que la noche no será totalmente oscura (Zacarías 14:6-7; Isaías 4:5-6, 30:26, 60:19-20; Apocalipsis 21:23-24).
•  Satanás y sus ángeles estarán presos en el abismo, y los hombres en la tierra ya no serán más acosados por el tentador para hacer lo malo (Apocalipsis 20:1-3; Isaías 24:21-22).
•  Cualquier delito que ocurra por la voluntad propia de los hombres será tratado en la luz de la mañana del día siguiente. Los ofensores serán muertos por un juicio providencial del Señor (Salmo 101:7-8; Zacarías 5:1-4). Cualquiera que pueda tener la voluntad de pecar no se atreverá a hacerlo por temor al juicio. Así, el mundo estará prácticamente libre de crimen, inmoralidad, corrupción espiritual, etcétera. Como resultado, no habrá necesidad de sistemas de seguridad, cajas de seguridad, cerraduras y demás.
Ministerio:
Se refiere al ejercicio del don espiritual de una persona—la puesta en práctica del servicio que el Señor nos dio para que lo hagamos para Él (1 Pedro 4:10-11). Puesto que todos los cristianos tienen un don, todos los cristianos deben estar en el ministerio. Puede que no sea en ministrar la Palabra públicamente en reuniones bíblicas, pero cuando su don es ejercitado, resultará en la persona siendo una de las “junturas” que ayudan a todo el cuerpo de alguna forma (Efesios 4:16). (Ver Don).
Las personas hablan de ser “llamados al Ministerio.” Ellos quieren decir que sienten que están siendo llevados a perseguir la profesión de un clérigo (un llamado Ministro o Pastor), y así, se inscriben en un seminario para ser entrenados para esa posición en una iglesia denominada. Pero en el sentido bíblico de la palabra, todos hemos sido “llamados al ministerio,” porque todos tenemos un don que debe ser ejercido para el Señor. El problema en la Iglesia de hoy es que hay muchos como “Archîpo” que no están cumpliendo con su ministerio (Colosenses 4:17).
Misericordia y Misericordias:
Misericordia es “no recibir lo que merecemos,” o sea, no ser juzgados por nuestros pecados. Se menciona a menudo en contraste con la gracia, que tiene que ver con “recibir algo que no merecemos,” esto es, la salvación y muchas bendiciones asociadas con ella. Así, Dios extiende Su “misericordia” a los hombres en sus pecados (Efesios 2:4) porque Él no quiere que ninguno se pierda eternamente (2 Pedro 3:9).
Por otro lado, las “misericordias” de Dios tienen que ver con cosas temporales que Dios concede a los hombres providencialmente en las dificultades de la vida en la tierra (Génesis 32:10; Salmo 40:11; Lamentaciones 3:22; 2 Corintios 1:3). Estas serían cosas relacionadas con Su cuidado por las personas en medio de los peligros de la vida, etcétera. Así, en contraste con nuestras bendiciones que son celestiales, espirituales y eternas, las misericordias de Dios son provisiones terrenales y temporales que Él concede a los hombres en la tierra. Esta distinción entre misericordia y misericordias es una idea general en la Escritura, aunque puede haber excepciones.
La siguiente cita de la revista The Christian Friend (E. Dennett, editor) es útil en este respecto: “En el versículo 3 [de Efesios 1] encontramos la mejor clase de bendiciones, en el mejor lugar; ellas están en Cristo, y están todas incluidas. Ciertamente tenemos misericordias temporales, pero esto es apenas una cosa pasajera, y no es nuestra porción” (The Christian Friend, vol. 9, 1882, p. 213-214).
Misterios:
Un “misterio” en la Escritura no es algo misterioso y enigmático, sino un secreto revelado, el cual, antes de ser revelado, era desconocido por los hombres (Deuteronomio 29:29). W. Kelly dijo: “‘El misterio de Su voluntad’ [Efesios 1:9] no significa que sea algo que uno no pueda entender, sino algo que uno no podría conocer antes de que Dios se lo dijese... La palabra ‘misterio’ significa lo que Dios se complació en mantener en secreto—algo que no había revelado antes—pero que es bastante inteligible cuando es revelado. ‘Misterio’ en el sentido popular, es totalmente diferente de su uso en la Palabra de Dios” (Lectures on the Epistle to the Ephesians, p. 25).
Los “misterios de Dios” (1 Corintios 4:1, 13:2, 14:2) son ciertas líneas de verdad que Dios no había dado a conocer a los hombres sino hasta la venida del Señor Jesucristo y el enviar del Espíritu Santo (Romanos 16:25; Efesios 3:5; Colosenses 1:26). Esencialmente, estos misterios constituyen la revelación cristiana de la verdad. Los apóstoles eran los “ministros” de estos misterios y así fueron los encargados de darlos a conocer a la Iglesia (1 Corintios 4:1). W. Kelly dijo: “Los ‘ministros ... de los misterios de Dios’ son los que han sido llamados y son responsables de dar a conocer las verdades especiales del cristianismo” (An Exposition of Timothy, p. 63).
Como creyentes en el Señor Jesucristo, los cristianos en general tienen el privilegio de haber sido instruidos en estos secretos del corazón de Dios (Juan 15:15; Romanos 16:25-26; Efesios 1:8-9; Colosenses 2:2-3). Puesto que estas verdades han sido reveladas abiertamente en los escritos inspirados de los apóstoles, ahora son la propiedad común de todos los creyentes. Por lo tanto, no hay una casta especial de cristianos con mayores privilegios que los demás creyentes en cuanto al conocimiento de estas cosas. Estas verdades preciosas son para toda la Iglesia de Dios. La revelación cristiana de la verdad no fue entregada a los apóstoles, sino, por los apóstoles “á los santos.” Así, los santos son los guardianes de la verdad y deben “contender eficazmente” por ella conociéndola y caminando en ella y divulgándola (Judas 3).
Hay una serie de referencias a estos “misterios” en el Nuevo Testamento. La palabra en el texto griego (musterion) aparece unas 27 o 28 veces, y ha llevado a maestros bíblicos a categorizarlos. Algunos dicen que existen siete misterios, otros dicen que hay diez y otros doce, catorce, diecisiete, etcétera. La diferencia de opinión en cuanto al número de ellos proviene de no tener en cuenta que algunas de las referencias hablan del mismo misterio, pero con expresiones ligeramente diferentes. La mayoría establece que son diez. Estos son:
1) Los Misterios del Reino
(Mateo 13:11; Marcos 4:11; Lucas 8:10). El Señor les indicó a Sus discípulos que existen varios “misterios” (plural) en conexión con el reino. Él estaba aludiendo a un subconjunto de diez similitudes descritas en el Evangelio de Mateo, que son un tipo especial de parábola que comienza con la frase: “El reino de los cielos es semejante a. ... ” (Mateo 13:24, 13:31, 13:33, 13:44, 13:45, 13:47, 18:23, 20:1, 22:1, 25:1). Estas similitudes describen la forma inusual que el reino tomaría en este tiempo cuando el Rey es rechazado y está visiblemente ausente de este mundo. Estas parábolas sirven para un doble propósito: Dan una comprensión de estas cosas en relación con el reino para aquellos que recibieron al Señor, pero también esconden la verdad de aquellos que no creen en Él (Mateo 13:10-17).
Estas diez similitudes indican que el reino en el día de hoy sería sin un Rey visible, sin un centro administrativo terrenal, sin fronteras nacionales, y que la mayoría de sus súbditos (que meramente profesan ser creyentes) no considerarían la autoridad del Rey, y vivirían como si Él no existiese. Además de eso, estas similitudes indican que este extraño conjunto de circunstancias y la mezcla de creyentes verdaderos y meramente profesantes continuaría existiendo en el reino hasta que el Señor aparezca. Estos “misterios del reino” presentan la verdad que era desconocida en tiempos del Antiguo Testamento, pero que ahora es revelada a todos los que creen. (Véase EL REINO DE LOS CIELOS en la sección titulada Reino, El).
2) El Misterio de la Voluntad de Dios Acerca de Cristo y de la Iglesia
(Romanos 16:25; Efesios 1:9-10, 3:3-4, 3:9, 5:25-32, 6:19; Colosenses 1:26, 1:27, 2:2-3, 4:3). Este misterio es dicho ser “grande” porque es la joya de todos los misterios y es algo que está cerca del corazón de Dios (Efesios 5:32). Este revela la verdad de Cristo y de la Iglesia, y presenta el gran propósito de Dios de mostrar la gloria de esta relación ante el mundo en el día venidero.
La verdad revelada en este misterio ha sido “escondida” en el corazón de Dios desde los siglos (Efesios 3:9). El secreto que ahora ha sido dado a conocer es que Dios exhibirá la gloria de Cristo ante el mundo por medio de un vaso especialmente formado—la Iglesia, que es Su cuerpo y novia (Efesios 1:22-23, 5:25-32; Apocalipsis 21:9-22:5). Esta exhibición estará en dos esferas (en el cielo y en la tierra) y acontecerá en “la dispensación del cumplimiento de los tiempos,” que es el Milenio. (“El Cristo”—Efesios 1:10—traducción J. N. Darby) se refiere a la unión mística de Cristo y la Iglesia.) W. Kelly dijo: “Hay dos grandes partes en este misterio que estaba escondido pero que ahora es manifiesto. La primera es que Cristo debe ser establecido en el cielo por encima de todos los principados y potestades, y que el universo entero debe ser entregado a Él como Cabeza de la herencia en base a la redención—Él mismo siendo exaltado como Cabeza sobre todas las cosas tanto celestiales como terrenales, y la Iglesia unida a Él como Su cuerpo—siendo dado de esa manera como Cabeza de la Iglesia sobre todas las cosas. Luego, el otro lado del misterio es Cristo en los santos aquí abajo... En Efesios, el apóstol enfatiza más sobre el primero de estos aspectos, y en Colosenses sobre el segundo” (Lectures on Colossians, p. 107).
3) El Misterio de la Fe
(1 Timoteo 3:9). Esto se refiere a la revelación especial de la verdad que fue manifestada por la venida del Espíritu Santo. Esto implica las bendiciones específicas del creyente en conexión con la doctrina de Pablo y las instrucciones de conducta de los cristianos de acuerdo con la presente dispensación (1 Timoteo 1:4 – traducción J. N. Darby). Todo esto era desconocido en tiempos del Antiguo Testamento.
4) El Misterio de la Piedad
(1 Timoteo 3:16). Esto se refiere al secreto de la vida piadosa. Pablo dijo a Timoteo que si él quería saber “cómo te conviene conversar en la casa de Dios” (1 Timoteo 3:15), todo lo que necesitaba hacer era mirar al Señor Jesús y Su camino perfecto en este mundo. Así, el secreto de ser piadoso es conocer los caminos y maneras de Cristo e imitarlos. Esto no podría haber sido algo que los santos del Antiguo Testamento conocieran porque Cristo todavía no había venido para darnos el patrón perfecto de la piedad. W. Kelly dijo: “El secreto (ahora revelado) de la piedad es la verdad de Cristo. Él es la fuente, el poder y el patrón de lo que, de una manera práctica, es aceptable a Dios—Su Persona, como ahora es dada a conocer” (An Exposition of Timothy, p. 72). La meditación en Él y Su caminar nos lleva a imitar Su vida, y así caminamos en verdadera piedad en este mundo.
5) El Misterio de la Glorificación de los Santos
(1 Corintios 15:51-57; 1 Tesalonicenses 4:15-18). Esto se refiere a la revelación de la verdad sobre “la vida y la inmortalidad [incorruptibilidad]” que es traída a la luz por medio del evangelio (2 Timoteo 1:10). La resurrección misma no era un secreto. Los santos del Antiguo Testamento sabían que Dios resucitaría a los muertos, y ellos esperaban el momento en que eso iba a acontecer (Job 14:10-14; Salmo 16:10-11; Salmo 17:15). De hecho, era una parte de la fe judía ortodoxa (Juan 11:24; Hechos 23:8, 26:8; Hebreos 6:2). Era la manera en la cual ellos iban a ser resucitados, y la condición a la que ellos serían transformados, que ellos no sabían. Tampoco sabían ellos cuando era que esto ocurriría. Ellos simplemente creían que de alguna forma esto sería realizado “en el día postrero” (Juan 11:24).
Estas cosas fueron traídas a la luz por el evangelio y son un secreto revelado en el Nuevo Testamento. Ahora sabemos que los Santos que “durmieron en Jesús” (1 Tesalonicenses 4:14), serán resucitados “sin corrupción”—una condición glorificada—en el momento del Arrebatamiento (1 Corintios 15:51-56; Filipenses 3:21; 1 Tesalonicenses 4:15-18). También sabemos que, en el mismo momento, los santos vivos también experimentarán un cambio milagroso de glorificación y serán “vestidos de inmortalidad” (Romanos 8:11; 1 Corintios 15:53; 2 Corintios 5:4). El resultado será que los santos traerán “la imagen del celestial:” Cristo (1 Corintios 15:49). Serán como Él moralmente (1 Juan 3:2) y como Él físicamente (Filipenses 3:21). Esto no era conocido en tiempos del Antiguo Testamento.
6) El Misterio de las Siete Estrellas y de los Siete Candeleros
(Apocalipsis 1:12, 1:20). Esto se refiere a la responsabilidad que tienen los ancianos/sobreveedores (en las asambleas locales donde residen) para dirigir la asamblea en la doctrina y en la práctica de acuerdo con la mente del Señor. En la interpretación de lo que Juan había visto en la primera visión del libro (Apocalipsis 1:12-16), el Señor explicó que “los siete candeleros de oro” son las asambleas locales situadas en la tierra como un testimonio público para Él como portadoras de la luz en las comunidades donde están localizadas. Él también dijo que las siete “estrellas” son los “ángeles” de esas asambleas, y que éstos estaban en Su “diestra” (Apocalipsis 1:20; 2:1). Como “estrellas,” los ancianos en estas asambleas debían proporcionar luz, sabiduría y orientación para las distintas situaciones que las asambleas enfrentarían. Siendo también llamados “ángeles” indica que estos líderes espirituales debían actuar como mensajeros del Señor, asegurándose de que las cosas fuesen hechas correctamente. El hecho de que estaban en Su “diestra” indica que ellos deberían actuar como Sus representantes y, por lo tanto, eran directamente responsables ante Él. Esto, tampoco era conocido en tiempos del Antiguo Testamento, porque esta función sólo pertenece a la Iglesia y su testimonio en la tierra, y la verdad de la Iglesia en aquellos días no había sido revelada.
7) El Misterio del Olivo
(Romanos 11:25). Este misterio tiene que ver con la verdad dispensacional. La verdad dispensacional es la enseñanza bíblica que distingue las varias dispensaciones (administraciones) que la casa de Dios ha tenido, o tendrá, a través de los tiempos. (Ver Dispensaciones). La verdad dispensacional en conexión con el olivo se refiere a la suspensión en la dispensación de la Ley en la cual Dios ha tratado con Israel. Esta fue instituida debido al rechazo de Cristo por los judíos. Durante esta suspensión, Dios alcanzó a los gentiles y los trajo a una posición de favor. Esto es indicado en Romanos 11:17, donde el apóstol Pablo afirma que las ramas naturales del olivo han sido “quebradas” y las ramas de un “acebuche” (olivo silvestre) han sido injertadas en el árbol. Esto no significa que el mundo de los gentiles haya sido salvo por el evangelio, sino que la oportunidad y la gracia fueron extendidas a ellos.
El pasaje menciona que la masa de los gentiles, que exteriormente (profesamente) recibirá este privilegio, resultará ser incrédula, y ellos también, como ramas, serían “cortados,” y Dios tomaría las ramas naturales y las injertaría de nuevo (Romanos 11:18-24). Pablo añade que este nuevo injerto no ocurriría “hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (Romanos 11:25). Esto se refiere al número total de creyentes entre los gentiles que han sido “ordenados para vida eterna” (Hechos 13:48), creyendo el evangelio y siendo salvos. Una vez que esto haya acontecido, Pablo dice que Dios volverá Su atención a Israel y salvará a la nación (Romanos 11:26-29). Una vez más, este alcance a los gentiles no se encuentra en el Antiguo Testamento, y, por lo tanto, los santos del Antiguo Testamento no sabían nada sobre esto (Deuteronomio 29:29).
8) El Misterio de Iniquidad [Desenfreno]
(2 Tesalonicenses 2:7). Este “misterio” tiene que ver con el espíritu de desobediencia que se mueve en la profesión cristiana y en el mundo generalmente. Se refiere a la actividad de la mente humana en oposición a la voluntad de Dios en todas las cosas, tanto divinas como seculares, a través de la influencia del diablo. La actividad oculta de la iniquidad es algo que ya estaba ocurriendo en el día de los apóstoles, y seguirá creciendo hasta ser plenamente exhibido en la apostasía del “hombre de pecado” (el Anticristo).
No es que Dios no haya puesto una restricción a la actividad de la iniquidad. El apóstol Pablo menciona que Dios tiene dos detenedores de esa actividad, que Él mismo ha establecido en la tierra para restringir el progreso de la iniquidad. Pablo los define como:
•  “Lo que impide” (2 Tesalonicenses 2:6).
•  “El que ahora impide” (2 Tesalonicenses 2:7).
“Lo que impide” se refiere al principio de ley y orden en el gobierno humano que Dios colocó en la mano del hombre para que lo ejercieran después del diluvio (Génesis 9:5-6; Eclesiastés 5:8; Romanos 13:1-7). J. N. Darby dijo: ‘Lo que impide,’ por lo tanto, es el poder de Dios actuando en el gobierno aquí abajo, como autorizado por Él. Aún el abuso más grosero de poder posee este último carácter. Cristo pudo decir a Pilato, ‘Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te fuese dado de arriba.’ A pesar de lo perverso que él pudiera ser, su poder era ejercitado como viniendo de Dios” (Synopsis of the Books of the Bible, en 2 Tesalonicenses 2). El Sr. Darby también dijo: ‘Lo que impide,’ en el griego, significa que es una cosa. ¿Qué es esa cosa? Dios no ha especificado lo que es, y esto es, sin duda, porque lo que detenía entonces no es lo que detiene ahora. En aquel entonces, en cierto sentido, era el Imperio Romano, como pensaban los padres; que veían en el poder del Imperio Romano un impedimento a la manifestación del hombre de pecado, y, por tanto, oraban por la prosperidad de ese imperio. En la actualidad, el impedimento es la existencia de los gobiernos establecidos por Dios en el mundo” (Collected Writings, vol. 27, p. 302-303).
El segundo Detenedor que Pablo menciona es “El que ahora impide” (2 Tesalonicenses 2:7). Esto se refiere a una Persona divina—el Espíritu Santo que reside en la tierra en la Iglesia—actuando para restringir el mal en varias esferas. El apóstol Pablo dice que el Espíritu restringirá “hasta que sea quitado de en medio.” Así, habrá un tiempo en que el Espíritu Santo no residirá más en la tierra. Puesto que el Espíritu morará en la iglesia “para siempre” (Juan 14:16), cuando la Iglesia sea llevada de la tierra por el Señor en el Arrebatamiento, el Espíritu también se irá de la tierra en aquel momento. E. Dennett dijo: “Lo que Pablo enseña en 2 Tesalonicenses 2 es que lo que refrena la manifestación de este monstruo de iniquidad en el momento presente es la presencia del Espíritu Santo en la tierra, en la Iglesia” (Christ as the Morning Star and the Sun of Righteousness, p. 46). El Espíritu siendo “quitado” no significa que Él dejará de obrar en la tierra. Él continuará trabajando en la tierra, pero será desde el cielo como lo hizo en tiempos del Antiguo Testamento.
La iniquidad existe en el mundo y en la Iglesia. La apostasía—el abandono de la profesión hecha por alguien concerniente a la verdad—también está en actividad. (Los verdaderos creyentes no apostatan. Ellos pueden ser arrastrados con la corriente de la apostasía y pueden empezar a renunciar a ciertas doctrinas y prácticas, pero nunca abandonarán públicamente la profesión de su fe en Cristo.) La actividad oculta de la iniquidad está aumentando en la tierra porque el primer detenedor se está poco a poco debilitando a través de un aumento constante de la apostasía en el gobierno humano. Además de eso, puesto que el Espíritu de Dios está siendo ignorado cada vez más por los cristianos, Él está siendo más y más contristado, y, consecuentemente, no está ejerciendo Su poder para refrenar el mal como Él podría, si se Le fuese dado Su lugar legítimo en el testimonio cristiano. Pero cuando la Iglesia y el Espíritu Santo sean “quitados de en medio,” el mal lo inundará todo, de una forma sin precedentes. Este secreto revelado nos da a conocer que hay un fin para la actividad de la iniquidad en los juicios del Señor en Su Aparición (2 Tesalonicenses 2:8).
9) El Misterio de Babilonia, la Madre de las Rameras
(Apocalipsis 17:5). Este misterio revela que después de que la verdadera Iglesia sea llamada de la tierra en el Arrebatamiento, la falsa iglesia de creyentes meramente profesantes (la cual quedará atrás), será encabezada por el sistema católico romano. Tendrá el carácter de confusión religiosa y blasfemia por las cuales Babilonia era conocida en la historia; de ahí el mismo título es dado a ese sistema. La falsa iglesia usará su dinero e influencia en la esfera política para unir a las naciones en Europa occidental en una confederación de diez países (Apocalipsis 6:1-2, 17:12-13). Esto es realmente un renacimiento del Imperio Romano (Daniel 2:40-43, 7:7-8; Apocalipsis 17:7-11). Así, la iglesia de Roma en su corrupción eclesiástica controlará las superpotencias occidentales, conforme a la figura mostrada en la mujer que está sentada sobre una bestia (Apocalipsis 17:1-4). Este poder de control será sólo por un “breve tiempo” (Apocalipsis 17:10). Es decir, sólo va a durar los primeros tres años y medio de la 70ª semana de Daniel (Daniel 9:27). A la mitad de la semana profética, la esfera política del imperio energizado por Satanás se levantará y destruirá ese sistema religioso corrupto (Apocalipsis 17:16-18). Puesto que el tema de la Iglesia no era conocido por los creyentes del Antiguo Testamento, la existencia de la falsa iglesia y su corrupción sería algo que tampoco no conocían.
10) El Misterio de Dios
(Apocalipsis 10:7) (Este “misterio” no es el mismo que “el misterio de Dios” en Colosenses 2:2, que es un aspecto del misterio de Cristo y la Iglesia.) El “misterio” en Apocalipsis 10 tiene que ver con el secreto de los “caminos” de Dios con los hombres, que son “inescrutables” (Romanos 11:33), siendo finalmente esclarecidos. Durante miles de años, Dios ha permitido que los hombres malvados continúen en su iniquidad sin aparentemente recibir castigo por ello. En verdad, Su paciencia y tolerancia con el pecado y los pecadores en este mundo causan perplejidad. Sin embargo, cuando Cristo intervenga públicamente en Su Aparición, y Él juzgue este mundo en justicia (Hechos 17:30-31), el misterio de Dios será “consumado [terminado].” Esto es, cuando Dios traiga Sus juicios sobre la tierra, este misterio se convertirá en un secreto revelado, y se verá la justicia de todos Sus tratos para con todos a través de los tiempos, y así Él será justificado en todo.
La oscura y siniestra actividad de mal que está ocurriendo hoy en día, aparentemente sin control, es algo que ha sido siempre difícil de entender para la mente del hombre. Muchas veces se pregunta: ¿Por qué Dios permite que el mal continúe creciendo en el mundo sin juzgarlo? Esta perplejidad es descrita en la queja de Asaf en el Salmo 73. Mientras que todos los misterios anteriores nos han sido ahora revelados, debemos esperar que este último misterio sea divulgado—lo que sucederá cuando el Señor aparezca.
W. Kelly dijo: “El misterio aquí no es Cristo y la Iglesia, sino Dios permitiendo que el mal continúe en su curso actual con aparente impunidad” (The Revelation Expounded, p. 127). Él también dijo: “Dios terminaría el misterio de Su actual aparente inactividad en el gobierno público de la tierra” (The Revelation Expounded, p. 126). H. Smith dijo: “El misterio de Dios en este pasaje se refiere al hecho de que, por largas épocas, Dios no ha intervenido públicamente en los asuntos de los hombres. La maldad de los hombres ha crecido sin ser controlada por ninguna acción pública de parte de Dios. A los hombres se les ha permitido satisfacer sus concupiscencias, alcanzar sus ambiciones, aumentar su rebelión contra Dios y perseguir Su pueblo. A través de las edades, el pueblo de Dios ha sido torturado, expulsado de sus hogares y martirizado en hogueras, y Dios aparentemente no ha interferido. Todo esto—que ha sido llamado el silencio de Dios—es un gran misterio.” (The Revelation, p. 60).
Muerte:
La muerte siempre envuelve separación de una manera u otra. Ella es usada en la Escritura en por lo menos siete maneras diferentes. El contexto determina cual aspecto está siendo exhibido. Estas son:
•  Muerte física: es tener el alma y el espíritu separados del cuerpo (Santiago 2:26). No se refiere a la extinción (Mateo 10:28; Lucas 20:38). La muerte física es una condición temporal para todos los que mueren—independientemente de que una persona sea salva o perdida (Juan 5:29; Hechos 24:15).
•  Muerte espiritual: es estar separado espiritualmente de Dios por no tener nueva vida y nueva naturaleza (Efesios 2:1; Colosenses 2:13).
•  Muerte segunda: es ser separado eternamente de Dios en el lago de fuego (Apocalipsis 20:6, 20:14).
•  Muerte apóstata: es ser separado de Dios por abandonar la profesión de fe (Judas 12; Apocalipsis 8:9).
•  Muerte nacional: es no existir más como nación en la tierra (Isaías 26:19; Ezequiel 37; Daniel 12:2).
•  Muerte judicial: es ser posicionalmente separado de todo el orden del pecado encabezado por Adán, por medio de la muerte de Cristo (Romanos 6:2, 7:6; Colosenses 2:20, 3:3).
•  Muerte moral: es ser separado de la comunión con Dios mientras se vive en la tierra (Romanos 8:13; 1 Timoteo 5:6).
El lector notará que cada aspecto de la muerte envuelve un tipo de separación. ¡Es solemne pensar que el pecado es la causa de cada uno de estos aspectos de la muerte! Verdaderamente, “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
La Biblia nos dice que existen sólo dos estados en los que una persona puede morir (físicamente). Ella muere o “en el Señor” (Apocalipsis 14:13) o “en sus pecados” (Juan 8:24). Morir en sus pecados es dejar este mundo sin que nuestros pecados hayan sido quitados de delante Dios—judicialmente—por la obra de Cristo en la cruz. La persona que muere en esa terrible condición será responsable de pagar el precio de sus pecados bajo el justo juicio de Dios en una eternidad perdida. Morir en el Señor, es morir estando libre y seguro de todo juicio bajo el amparo de la sangre de Cristo, el Hijo de Dios (Juan 5:24; 1 Juan 1:7). La muerte de un creyente es “estimada ... en los ojos de Jehová” (Salmo 116:15), mientras que la muerte de un incrédulo es algo que Dios “no quiere,” porque significa que esa persona se perderá eternamente (Ezequiel 33:11; 2 Pedro 3:9).
Mundo:
Este término es usado en el Nuevo Testamento en tres formas principales:
•  Como un LUGAR—el planeta tierra (Juan 1:10 primera parte, 9:5, 17:28, 18:37; Hechos 17:24; Romanos 1:20; 1 Timoteo 1:15; 1 Juan 4:17; Apocalipsis 13:8).
•  Como una SOCIEDAD en la que Cristo es excluido (Juan 8:23, 15:19, 17:14 segunda parte-16, 17:18; Romanos 12:2; Gálatas 1:4, 6:14; 2 Timoteo 4:10; Santiago 4:4; 1 Juan 2:15-17, 4:5 primera parte, 5:19). El mundo en este sentido se refiere a la esfera de los asuntos y actividades en la tierra que el hombre, en su alejamiento de Dios, ha dispuesto en un intento por mantenerse feliz y contento sin tener que enfrentar a Dios y la cuestión de sus pecados. Comenzó cuando Caín salió de la presencia del Señor (Génesis 4). Su posteridad está acreditada con la formación y el desarrollo de diversas actividades en el mundo que absorben los intereses de los hombres. “Jabal” inició el sistema de comercio. “Jubal” comenzó el sistema de entretenimiento. “Tubal-Caín” inició los sistemas educativos y tecnológicos. Hoy en día, el mundo se ha convertido en un vasto sistema con muchos departamentos: las artes, las ciencias, la educación, la literatura, la religión, el comercio, la política, los deportes profesionales, etcétera. El mundo opera con principios y valores falsos que se basan en apelar a los deseos de la carne. El principio raíz que caracteriza la vida en este mundo es el egoísmo. Visto en este sentido, el mundo es definitivamente un enemigo del cristiano, que, si se le permite tener un espacio, aunque sea pequeño, en el corazón de un creyente, destronará a Cristo de Su lugar legítimo. El cristiano vence a este enemigo por fe, al ver a Cristo como el centro de una escena completamente diferente (1 Juan 5:4-5).
•  Como las PERSONAS que forman parte de la sociedad que el hombre construyó para sí mismo en su alejamiento de Dios (Salmo 17:14; Juan 1:10 segunda parte, 3:16, 4:42, 6:51, 15:18, 17:14 primera parte; 1 Juan 4:5 segunda parte, 4:14).
Nueva Creación:
Esto se refiere a la nueva raza de hombres que Dios está creando actualmente bajo Cristo, “el postrer Adam” y “el segundo Hombre” (1 Corintios 15:45, 15:47). Dado que la primera raza de hombres bajo Adán falló terriblemente (Eclesiastés 7:20; Romanos 3:23), Dios se propuso hacer una raza completamente nueva bajo Cristo, que Lo representará adecuadamente en este mundo y Lo glorificará en todas las cosas.
Para que esta nueva raza de creación existiese, primero tenía que haber la Cabeza de la raza. La Escritura indica que el Señor Jesús se convirtió en la Cabeza de esta nueva raza, que Dios estaba a punto de crear, cuando resucitó de entre los muertos. Dice que Él es “el Principio, el Primogénito de los muertos” (Colosenses 1:18 segunda parte). Al levantarse de entre los muertos, Cristo vino a ser el “principio” de un nuevo orden de humanidad (Apocalipsis 3:14). Hebreos 2:10 confirma esto, afirmando que, ya que el propósito de Dios era traer “muchos hijos” (una nueva raza) a la “gloria” (una condición glorificada), “el Autor” de su salvación (el Señor Jesús) primero tenía que ser hecho perfecto. Esto se refiere a la resurrección y glorificación de Cristo (Lucas 13:32; Hebreos 5:9). Así, Aquel que estaba destinado a ser Cabeza de esta nueva raza tuvo que ser glorificado primero, antes de que pudiese haber una raza glorificada bajo Él. “Gloria” (la glorificación del espíritu, alma y cuerpo) es algo que no había sido predicho de la vieja raza bajo Adán, aunque Dios había dicho que ese primer orden del hombre era “bueno en gran manera” (Genesis 1:31). Esto demuestra la superioridad de esta nueva raza. Siendo Cabeza de la raza, Cristo tiene el lugar de “Primogénito.” Esto significa que Él es distinguido de los demás en la raza, teniendo el “primado” en “todo” (Colosenses 1:18 segunda parte). (Véase Primogénito y Autoridad de Cristo Como Cabeza).
Aquellos que creen en el Señor Jesucristo y son así sellados con el Espíritu Santo (Efesios 1:13), forman parte de esta nueva raza por la morada del Espíritu. Esta conexión es vista en las epístolas de Pablo a través de la expresión: “en Cristo” (2 Corintios 5:17; Gálatas 6:15, etcétera). El mismo día en que el Señor resucitó de entre los muertos, Él demostró Su liderazgo de la nueva raza al conectar a los discípulos Consigo mismo en la vida de resurrección, soplando sobre ellos y diciéndoles: “Tomad el Espíritu Santo” (Juan 20:22). Esto es similar a lo que el Señor hizo con Adán en la primera creación cuando Él alentó en él “soplo de vida” (Génesis 2:7).
La Escritura dice que “el que santifica (Cristo) y los que son santificados (los cristianos), de uno son todos” (Hebreos 2:11). Esto se refiere a la raza de la nueva creación la cual es de la misma naturaleza y especie que Cristo. “De uno son todos” no se refiere a la unidad del cuerpo de Cristo, ni tampoco habla de la unidad de la familia de Dios, sino de nuestra unidad de especie con Cristo, la Cabeza de la nueva raza. Es una expresión que indica que estamos unidos con Él como una misma masa, siendo de la misma sustancia que Él. Para indicar Esto, la Escritura dice que los integrantes de la nueva creación son “de Cristo” (Gálatas 3:29, 5:24). Por lo tanto, estando en esta nueva raza, no solamente estamos “en Cristo” en cuanto a nuestra posición, sino que también somos “de Cristo” en cuanto a nuestra unidad de especie con Él. Estando en esta nueva raza, a los cristianos se les refiere como a “hijos” de Dios (Hebreos 2:10), como a “hermanos” de Cristo (Hebreos 2:11) y como a “participantes [compañeros]” de Cristo (Hebreos 3:14).
Un ejemplo de unidad de especie es cuando la mujer de Adán fue traída a él. Él había visto varias criaturas pasar ante él, y cada una era “según su género” (Génesis 1:21, 1:24-25). Sin embargo, no se encontró ninguna de entre todas esas criaturas que fuese de la especie de Adán, y así, todas ellas eran inadecuadas para él. Pero cuando Dios le trajo la mujer, por primera vez Adán vio a una de su propia especie y dijo: “Esto es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne” (Génesis 2:23). Del mismo modo, nosotros somos “uno” con Cristo en este nuevo orden de humanidad. Somos de un mismo grupo y especie con Él y así, completamente adecuados para Él. Por eso, Hebreos 2:11 Continúa diciendo que Cristo “no se avergüenza de llamarlos hermanos.” Lejos esté el pensamiento, pero si Adán hubiese tomado una de las otras criaturas para ser su esposa, habría estado avergonzado, porque ellas son inferiores y serían totalmente inadecuadas para él. Pero ese no es el caso con Cristo y esta nueva raza de hombres. Lejos de avergonzarse, Cristo se alegra de presentarnos como Sus hermanos. Él dice, “He aquí, Yo y los hijos que Me dió Dios” (Hebreos 2:13). Tal es la superioridad de esta raza que no ha sido una condescendencia que Él se identifique con nosotros, porque somos de Su especie. ¡Esto demuestra la dignidad de esta nueva raza!
Es de destacar que, aunque el Señor no se avergüenza de identificarnos con Él como sus hermanos, la Palabra de Dios nunca nos dice que nosotros Lo llamemos “nuestro Hermano Mayor,” o que utilicemos otros términos de familiaridad. Él tiene una gloria de preeminencia como Cabeza de la nueva creación que Lo distingue de todos los demás en la raza. Es una gloria que Él no comparte (Juan 17:24). Las palabras del Señor a María indican este lugar especial y distinguido que Le pertenece solo a Él. Él dijo, “Subo á Mi Padre y á vuestro Padre, á Mi Dios y á vuestro Dios” (Juan 20:17). Nota: Él no dijo a “nuestro” Padre y a “nuestro” Dios, sino que Él se menciona a Si mismo en relación con Su Padre y Su Dios separadamente de los creyentes. Esto demuestra que, como Hombre, Él tiene preeminencia en todas las cosas en la nueva raza de creación.
Además, este nuevo orden de humanidad no tiene distinciones nacionales, distinciones sociales, distinciones de sexo, etcétera, como tiene la primera raza bajo Adán (Genesis 1:27; 1 Corintios 11:3-14). El apóstol Pablo dijo, “No hay Judío, ni Griego; no hay siervo, ni libre; no hay varón, ni hembra: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28, 6:15). Puesto que esta raza es asexuada, personas nuevas no son agregadas a ella a través de la procreación, sino por obra del Espíritu Santo en un nuevo nacimiento y salvación. Así, cada persona que cree en el Señor Jesucristo es una creación individual de Dios. Todos estos son “criados en Cristo Jesús” como partes individuales de la “hechura Suya” (Efesios 2:10, 4:24; Colosenses 3:10), como dice la Escritura, “Si alguno está en Cristo, nueva criatura [creación] es” (2 Corintios 5:17). Tendemos a pensar que Dios cesó Su obra de creación cuando hizo el mundo y colocó al hombre en la tierra, pero Dios todavía está creando hoy—en el sentido en que estamos hablando—agregando a personas, como creaciones individuales, a la nueva raza bajo Cristo.
En la antigua creación, los ángeles también fueron creados individualmente, pero no debemos pensar que esta nueva raza es similar a la de los ángeles. De hecho, ¡somos un orden superior de seres creados! Esto puede verse en el hecho de que cuando Cristo resucitó de entre los muertos y ascendió a los cielos como Hombre, Él pasó a través del lugar elevado en el cual los ángeles están, y elevó a la humanidad a un lugar muy por encima de los ángeles. Cuando Él entró en los cielos como Hombre, se sentó en un lugar “sobre todo principado, y potestad, y potencia, y señorío, y todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, mas aun en el venidero” (Efesios 1:21). (“Principado y potestad,” etcétera, se refiere a los seres angelicales). Esto significa que no sólo es Cristo que está en un lugar superior al de los ángeles, ¡sino que ahora existe una raza entera de hombres bajo Él que es superior a esos seres angelicales también! Los hombres de esta nueva raza de creación son ahora del más alto orden de las criaturas de Dios. Una vez fueron parte de una raza que fue creada “un poco menor” que los ángeles (Hebreos 2:7), pero ahora estamos en una raza que no es un poco superior a los ángeles—estamos “sobre” ellos!
Como lo fue con Adán en la vieja creación, todo en la nueva raza de creación lleva el carácter de la Cabeza de la raza. Tiene Su marca de “justicia y ... santidad” en ella (Efesios 4:24). Así, seremos no sólo físicamente “semejante” a Él (Filipenses 3:21), sino también moralmente “semejantes á Él” (1 Juan 3:2). En cuanto a la semejanza moral, la Escritura dice: “Y vestir el nuevo hombre que es criado conforme á Dios en justicia y en santidad de verdad” (Efesios 4:24). Y nuevamente: “habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestidos del nuevo, el cual por el conocimiento es renovado conforme á la imagen del que lo crio; donde no hay Griego ni Judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni Scytha, siervo ni libre; mas Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses 3:9-11).
Como hombres en esta raza (cuando estemos glorificados), podremos perfectamente representar a Dios en el mundo venidero, por haber sido renovados en conocimiento según la “imagen” del que nos creó. (“Imagen,” en la Escritura, siempre trae el pensamiento de representación (Génesis 1:26; Lucas 20:24)). Siendo este el caso, el apóstol continúa diciendo que necesitamos ejercitarnos en exhibir, en un sentido práctico, las características morales del “nuevo hombre” (o sea Cristo de manera característica) del cual nos hemos vestido (Efesios 4:24; Colosenses 3:10)—esto es, para que exhibamos la verdad de “Cristo en vosotros la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).
Nuestra conexión con Cristo en la nueva creación es frecuentemente confundida con nuestra conexión con Él como miembros de Su cuerpo (místico). Sin embargo, estas son dos relaciones diferentes que tenemos con Él. La diferencia es que, como hombres en la nueva raza, estamos “en Cristo” (2 Corintios 5:17; Gálatas 6:15) y somos “de Cristo” (Gálatas 3:29, 5:24), mientras que, como miembros de Su cuerpo, estamos unidos “a” Cristo (2 Corintios 11:2; Efesios 1:22, 4:15) y estamos en “el Cristo.” Puede haber algunas excepciones, pero “el Cristo” es un término en las epístolas de Pablo que denota la unión mística de la Cabeza y los miembros de Su cuerpo como una unidad (1 Corintios 12:12; Efesios 1:10, 3:4 – traducción J. N. Darby). Además de eso, la nueva creación es una cosa individual (2 Corintios 5:17—“Si alguno...”). La membresía del cuerpo de Cristo es una cosa colectiva—muchas veces referida por maestros de la Biblia como unión. Por lo tanto, la Escritura no habla de la Iglesia como estando “en Cristo,” sino que lo somos como hombres en la nueva raza de creación. Ambos son verdaderos para los creyentes, sólo que denotan diferentes aspectos de nuestra conexión con Cristo. W. Scott dijo: “Cuando se habla de alguien en cuanto a su membresía en el cuerpo, no se dice que está ‘en Cristo.’ Nosotros [como miembros de Su cuerpo] no estamos en la Cabeza. La unión de las distintas partes y miembros del cuerpo humano no están en la cabeza; ellos están unidos a la cabeza, pero no en ella. ‘En Cristo’ transmite un aspecto de la verdad que es distinto de la unión a Él. Unido a Él se refiere al cuerpo; en Él se refiere a la raza [de la nueva creación]. Ambos, por supuesto, son verdaderos para los creyentes” (The Young Christian, vol. 5, p. 14).
La perspectiva que Dios tiene para esta nueva raza es tener a todos en ella “glorificados” con Cristo (Romanos 8:17-18) y también manifestarlos como “hijos de Dios” ante el mundo en el día milenario venidero (Romanos 8:18; 2 Tesalonicenses 1:10). En la actualidad, no parecemos ser diferentes de otros hombres (1 Juan 3:2), pero esto es porque todavía estamos en nuestros cuerpos de humillación (Filipenses 3:21), que forman parte del orden de la vieja creación. Sin embargo, “como trajimos la imagen del terreno, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15:49). Es decir, viene un día cuando seremos glorificados como Cristo—en espíritu, alma y cuerpo. Esto significa que nuestros cuerpos tendrán las capacidades que el Señor demostró en Su cuerpo después de que resucitó de entre los muertos—atravesando objetos físicos, viajando a grandes distancias en un momento de tiempo, etcétera (Lucas 24:33-36; Juan 20:19). La naturaleza caída de pecado en nosotros también será erradicada. Así, estamos actualmente en un proceso de transición de Adán a Cristo, que no estará completado hasta que el Señor venga por nosotros.
Nuevo Hombre:
Este término es encontrado en Efesios 4:24 y Colosenses 3:10. Así como el “viejo hombre,” el “nuevo hombre” es una expresión abstracta. Denota el nuevo orden de perfección moral en la nueva raza de creación bajo Cristo. El viejo hombre se caracteriza por ser “viciado conforme á los deseos de error,” pero el nuevo hombre se caracteriza por la “justicia” y “santidad” (Efesios 4:22-24).
El término “el nuevo hombre” es frecuentemente utilizado por los cristianos como si fuera sinónimo de la nueva naturaleza en el creyente. Esto es un malentendido generalizado entre los cristianos. Las personas dirían: “el nuevo hombre en nosotros necesita alimentarse de Cristo.” O, “nuestro nuevo hombre precisa de un Objeto—Cristo.” Estas declaraciones confunden al nuevo hombre con la nueva vida y naturaleza en el creyente, que definitivamente tiene deseos y apetitos, y precisa de un Objeto. Como se ha mencionado, el nuevo hombre es un término abstracto—no algo vivo en el creyente—el cual denota el nuevo orden moral de perfección en la nueva raza de la creación. Este punto fue mencionado en un periódico hace años: “¿Nuevo hombre es lo que somos por el nuevo nacimiento? No. [El nuevo hombre] es un término abstracto colocado aquí en contraste con los judíos, así como los gentiles. Es un orden totalmente nuevo del hombre obteniendo su carácter de Cristo” (Precious Things, vol. 4, p. 302).
El “nuevo hombre” se vio por primera vez “en Jesús” (Efesios 4:21). Es decir, los hombres vieron por primera vez esta perfección moral cuando el Señor caminó aquí en este mundo como Hombre (“Jesús” es Su nombre como Hombre). Toda característica moral del nuevo hombre fue vista en perfección en Él. Así como el viejo hombre no es Adán personalmente, tampoco el nuevo hombre es Cristo personalmente. G. Davison dijo, “El nuevo hombre no es Cristo personalmente, pero sí Cristo característicamente” (Precious Things, vol. 3, p. 260).
El énfasis de la exhortación de Pablo en los últimos versículos de Efesios 4 es que debemos poner en práctica lo que es verdad en principio. Puesto que somos cristianos, nos hemos despojado del “viejo hombre” y revestido del “nuevo hombre”—es una cosa que ya fue hecha (Efesios 4:24; Colosenses 3:10 – traducción J. N. Darby). Por ello, somos exhortados a dejar ese viejo estilo de vida corrupto que marca al viejo y vivir según lo que caracteriza al nuevo hombre. En Efesios 4 Pablo menciona una serie de transiciones morales que naturalmente deben resultar en la vida del creyente mientras camina en “justicia y en santidad de verdad.” Ellas son:
•  Honestidad en vez de falsedad (versículo 25).
•  Ira firme y justa contra el mal en lugar de indiferencia (versículos 26-27).
•  Dándoles a otros en lugar de robarles (versículo 28).
•  Hablando con gracia a los otros, en lugar de usar palabras corrompidas (versículo 29).
•  Bondad en lugar de amargura (versículos 31-32).
•  Misericordia [compasión] en vez de enojo (versículos 31-32).
•  Mostrando gracia a los demás en lugar de ira, gritería y maledicencia y toda malicia (versículos 31-32).
En Colosenses 3, Pablo menciona diez características morales del “nuevo hombre” que deberían ser vistas en los santos, pues exhiben la verdad de “Cristo en vosotros la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27):
•  Compasión (versículo 12).
•  Bondad (versículo 12).
•  Humildad (versículo 12).
•  Mansedumbre (versículo 12).
•  Longanimidad (versículo 12).
•  Paciencia (versículo 13).
•  Perdón (versículo 13).
•  Amor (versículo 14).
•  Paz (versículo 15).
•  Agradecimiento (versículo 15).
Puesto que el nuevo hombre está modelado según “la imagen de Aquel que lo crió,” nosotros, siendo parte de la nueva raza de la creación que se ha vestido del nuevo (Efesios 4:24; Colosenses 3:10), somos plenamente capaces de representar a Dios en este mundo. Las características morales del nuevo hombre serán vistas en nosotros mientras andamos “en el Espíritu” (Gálatas 5:22-25).
Nuevo Nacimiento:
El nuevo nacimiento (nacer de nuevo) es un acto soberano de Dios en transmitir vida divina a los hombres (Juan 1:13, 3:1-8; Santiago 1:18; 1 Pedro 1:23; 1 Juan 2:29). Es esencialmente lo mismo que la vivificación (Efesios 2:1, 2:5; Colosenses 2:13) pues ambos términos se refieren a la acción inicial de Dios en comunicar vida divina a una persona. El nuevo nacimiento no es una bendición exclusivamente cristiana, pues todos los hijos de Dios en todas las épocas fueron y serán nacidos de Dios.
Como resultado de ser nacido de nuevo, los hombres tienen sus facultades espirituales despertadas, y, por lo tanto, son hechos conscientes de su responsabilidad para con Dios. Habiendo recibido vida y fe por medio de esta acción de Dios, ellos tienen la capacidad de comprender el evangelio y de creer en el Señor Jesucristo; y una vez lo hacen, son salvos. Sin esta obra inicial de Dios en los hombres, ninguno jamás se arrepentiría y vendría a Cristo para salvación. (Ver Libre Albedrío)
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Hay cuatro errores comunes entre los cristianos en cuanto al nuevo nacimiento:
El primero tiene que ver con cómo y cuando una persona nace de nuevo. La mayoría de los cristianos dirá que una persona nace de nuevo cuando cree en el Señor Jesucristo. Sin embargo, la Escritura no enseña esto. Eso es “poner el carro delante de los bueyes” por así decirlo. Una persona no cree en el Señor Jesús para nacer de nuevo, sino más bien, ella cree porque ha nacido de nuevo (Juan 1:12-13; 1 Juan 5:1). En cuanto al orden de estas cosas, Dios actúa primero, y soberanamente imparte vida por medio del nuevo nacimiento, mediante el cual la fe es dada a la persona (Efesios 2:8) y, por lo tanto, ella es capaz de creer y ser salva, cuando el evangelio le es presentado. Por lo tanto, el nuevo nacimiento no es el resultado de que una persona venga a Dios y crea en el Señor Jesucristo, sino el resultado del comunicar de la vida divina de parte de Dios a su alma, permitiéndole entonces recurrir a Él en arrepentimiento y creer en el Señor Jesucristo.
A. J. Pollock dijo: “Juan 1:12-13 nos dice que los que recibieron a Cristo fueron aquellos que ‘no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios.’ Una cosa es experimentar el nuevo nacimiento; otra cosa es recibir a Cristo, y Juan 1:12-13 hace esto muy claro. Si yo, como hombre no regenerado, fuese capaz de ejercer la fe para provocar el nuevo nacimiento, entonces sería de ‘voluntad de carne’ y de ‘voluntad de varón,’ pero se nos dice claramente que no es así. Es ‘de Dios’ (Juan 1:13), ‘de Su voluntad’ (Santiago 1:18), ‘por la Palabra de Dios’ (1 Pedro 1:23) y debemos dejarlo de esa manera... ¿Cómo puede el hombre en la carne por un acto de su propia voluntad producir vida divina? Ella debe venir de Dios” (Scripture Truth, vol. 30, p. 48).
Comentando sobre este mismo pasaje (Juan 1:12-13), W. Scott dijo: “sólo los nacidos de Dios son capaces de recibirle” (Bible Handbook, New Testament, p. 191). C. Stanley lo explicó de la misma forma: “El nuevo nacimiento explica cómo es que alguien puede recibirle a Él” (Election, p. 17). F. G. Patterson también dijo: “Ciertamente es el incrédulo el que es vivificado, de lo contrario vendría a ser creyente por medio de su propia acción. ¿Dónde entonces estaría la verdad de Juan 1:10-13 y Santiago 1:18? Si Dios no nos vivificase por la Palabra, nunca seríamos salvos” (Scripture Notes and Queries, p. 122).
“No ... de sangre” significa que el nuevo nacimiento no es transmitido a una persona a través del linaje familiar (o sea, por ser descendiente de Abraham, o por tener padres cristianos). “Ni de voluntad de carne” significa que el nuevo nacimiento no es el resultado de que hombres en la carne elijan nacer de nuevo. “Ni de voluntad de varón” significa que el nuevo nacimiento no resulta de personas bien intencionadas deseándolo para otros. “Mas de Dios” significa que es totalmente una obra soberana de Dios (Santiago 1:18).
En segundo lugar, los cristianos confunden el nuevo nacimiento con la salvación, pero estos términos no son sinónimos en la Escritura. Hacer que estas dos cosas signifiquen lo mismo lleva a la confusión. W. Potter hizo hincapié en esto: “‘Ni sabes de dónde viene, ni á dónde vaya,’ se refiere al Espíritu de Dios, no a la salvación. Se refiere al nacer de nuevo: ‘así es todo aquel que es nacido del Espíritu.’ Debemos mantener las verdades de la Escritura en sus propias conexiones con la Escritura: Cuando ella habla del nuevo nacimiento, no está hablando de la salvación, y es ahí donde encontramos tanta confusión” (Gathering Up The Fragments, p. 226).
J. N. Darby dijo: “No debemos confundir la salvación manifestada con ser nacido de Dios” (Letters, vol. 3, p. 118). Él también dijo: “La Iglesia ha perdido la noción de lo que es ser salvo. Las personas piensan que es suficiente nacer de nuevo” (Collected Writings, vol. 28, p. 368).
W. Kelly dijo: “No debemos confundir, como los predicadores e instructores populares hacen, la recepción de la vida con la salvación... Es un gran error, por lo tanto, hablar de ‘salvación en un instante’, ‘liberación en seguida’ o cualquier otra de las frases comunes de avivamiento superficial, que ignoran la Palabra de Dios y brotan de la confusión entre vida y salvación” (An Exposition of the Acts, págs. 131-132).
La distinción entre estas dos operaciones de Dios se había perdido por siglos. W. Kelly afirmó: “El hecho es que la teología en todas sus vertientes, papista o protestante, calvinista o arminiana, de alguna forma ha perdido y pasado por alto esta verdad tan trascendental: que primero es la obra del Espíritu en separar a un alma renovada para Dios antes de, y con la finalidad de, su justificación” (Epistles of Peter, p. 12).
La verdad es que Dios comienza la obra en un alma por medio del nuevo nacimiento, y luego cuando la persona descansa por la fe en lo que Cristo ha hecho en la cruz, es salvada y sellada con el Espíritu Santo (Efesios 1:13). Estas son dos acciones distintas del Espíritu: una es el principio de la obra de Dios en un alma y la otra es la culminación de esta. Habrá un intervalo de tiempo entre estas dos acciones; puede ser de unos minutos, o en algunos casos, pueden ser años. Cuando una persona nace de nuevo está a salvo del juicio, pero cuando recibe a Cristo es salvada y sellada con el Espíritu Santo. Los siguientes pasajes muestran que el nuevo nacimiento precede al creer en Cristo para salvación:
•  Juan 1:12-13: Los que “creen en Su nombre” son los que han sido “engendrados” [nacidos] de Dios.
•  Juan 3:3-8, 3:14-17: En cuanto al orden de la obra de Dios en las almas, el Señor habló primero de “nacer otra vez” por la Palabra de Dios y por el Espíritu de Dios antes de hablar de ser “salvo” por creer en el Hijo de Dios.
•  Juan 5:21, 5:24: Nuevamente, el Señor habló de la obra de Dios en dar vida a las almas antes de hablar de creer en Él para vida eterna.
•  Juan 6:44-47: El Señor habló de la obra de Su Padre en atraer personas, que es el efecto de nacer de nuevo, antes de decir que los que fueron atraídos creyeron en Él.
•  Efesios 2:1-5, 2:8: Al delinear la actividad del amor de Dios y de Su misericordia para con nosotros, el apóstol Pablo se refirió a Su obra de vivificar a las almas primero, y luego habló de aquellos a quienes Dios había vivificado como siendo salvos “por gracia” por medio de la fe.
•  2 Tesalonicenses 2:13-14: Pablo habla de la “santificación del Espíritu” que es el resultado del nuevo nacimiento, antes de la fe (el creer) de una persona en la verdad del evangelio.
•  1Pedro 1:2: Pedro habla de la “santificación del Espíritu” (el resultado del nuevo nacimiento) como aquello que precede al “obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (que es el apropiarse, por la fe, de la obra de Cristo en la cruz para la salvación).
•  1Pedro 1:22-23: Pedro habla de la purificación del alma mediante la obediencia a la verdad del evangelio, y esto es el resultado de “haber nacido de nuevo” (traducción W. Kelly).
•  Levítico 8:1-35: Esto es figura del nuevo nacimiento, la salvación y el sello del Espíritu. Los hijos de Aarón fueron primero “lavados con agua” (nuevo nacimiento), entonces fueron traídos al altar para presenciar y ser identificados con la muerte de un animal que fue sacrificado. La sangre de la víctima fue puesta en la oreja derecha, en el dedo pulgar de la mano derecha y el dedo pulgar del pie derecho (simbolizando la apropiación por la fe de la obra de Cristo en expiación para la salvación del alma). Por último, fueron ungidos con aceite, que es una figura del sello del Espíritu.
J. N. Darby dijo: “La morada del Espíritu Santo es una cosa muy diferente a la fuerza vivificante del Espíritu... Los ejemplos dados en los Hechos, donde hay un intervalo de tiempo, nos hacen sensibles a la distinción de ambos” (Collected Writings, vol. 26, p. 89).
De la misma forma, A. P. Cecil dijo: “Creo que la Escritura claramente enseña no sólo una distinción entre el nuevo nacimiento y el sello del Espíritu, sino también un intervalo entre las dos cosas. Puede ser largo o corto; pero el intervalo de tiempo está ahí, de la misma manera que cuando un hombre primero construye una casa y luego habita en ella” (Helps By the Way, vol. 3, NS, p. 175).
En tercer lugar, los cristianos, casi universalmente, confunden el nuevo nacimiento con la regeneración; pero estas cosas, tampoco son lo mismo. Ambas se refieren a un nuevo comienzo, pero son diferentes comienzos. El nuevo nacimiento es un nuevo comienzo interior en una persona que recibe vida divina. La regeneración, por el otro lado, es un nuevo comienzo exterior, en la vida de un creyente, a través de la purificación de su vida de una forma práctica. Los hombres no pueden ver la nueva vida transmitida en el nuevo nacimiento, pero ellos deben ser capaces de ver el cambio exterior en la vida del que es salvo. Habrá una notable ruptura con las cosas profanas y mundanas que él una vez buscaba. (Ver Regeneración).
En cuarto lugar, los cristianos muchas veces confunden el nuevo nacimiento con la vida eterna, pero tampoco son sinónimos. Ambos tienen que ver con la posesión de la vida divina, pero de una manera diferente. Nacer de nuevo es tener la vida divina como si fuera en embrión, por así decirlo; mientras que la vida eterna tiene que ver con poseer esa vida en el conocimiento de nuestra relación con el Padre y el Hijo (Juan 17:3), en el terreno de la redención (Juan 3:14-15) y en el poder del Espíritu morando en nosotros (Juan 4:14). A la posesión de este carácter de la vida se le llama, “vida eterna.” Para ello el Hijo de Dios tenía que venir al mundo (Juan 10:10).
Los creyentes que vivieron antes de la venida de Cristo no podrían haber tenido este carácter de vida divina, aunque ellos ciertamente nacieron de nuevo. J. N. Darby dijo: “en cuanto a los santos del Antiguo Testamento, la vida eterna no formaba ninguna parte de la revelación del Antiguo Testamento, aun suponiendo que los santos del Antiguo Testamento la tuvieran” (Notes and Jottings, p. 351). No estamos diciendo que hay dos tipos de vida divina—hay solamente un tipo de vida divina—la vida de Cristo (Juan 1:4). Los santos del Antiguo Testamento tenían la misma vida divina que los cristianos, pero no tenían la revelación de la verdad concerniente al Padre y al Hijo, a la obra de la redención y al sello del Espíritu. Por lo tanto, la Escritura no llama “vida eterna” a la vida divina que ellos tenían.
Esta vida más abundante, que es la vida eterna (Juan 10:10), no es llamada así porque esté describiendo la duración de esa vida, sino porque está describiendo su carácter. Es el propio carácter de la vida que el Padre y el Hijo disfrutaban en comunión el Uno con el Otro en la eternidad, antes de la fundación del mundo. Los cristianos nacen de nuevo (Santiago 1:18; 1 Pedro 1:23) así como los santos del Antiguo Testamento, pero al recibir a Cristo como su Salvador, los primeros tienen algo más: ellos tienen “vida eterna” (Juan 3:15-16).
Otra distinción entre el nuevo nacimiento y la vida eterna es que la vida divina transmitida a los pecadores a través del nuevo nacimiento es hecha sin ninguna acción consciente de su parte (Juan 3:8, 5:21), mientras que la vida eterna es dada a una persona cuando conscientemente cree en el Señor Jesucristo y Lo recibe como su Salvador (Juan 3:16, 3:36, 5:40, 6:47). (Véase Vida Eterna)
Obispo (Véase Oficio)
Oficio:
Este término tiene que ver con el gobierno de la iglesia—la administración de la asamblea (1 Timoteo 3:1, 3:10, 3:13). Es algo que se lleva a cabo exclusivamente a un nivel local. No hay nada en las Escrituras que hable de un gobierno central nacional o mundial colocado sobre las asambleas.
La Biblia enseña que hay dos de esos oficios administrativos en el gobierno de la iglesia:
•  Obispo (Hechos 14:23, 20:17-35; 1 Timoteo 3:1-7, 5:17-18; Tito 1:5-9; Hebreos 13:7, 13:17, 13:24; 1 Pedro 5:1-4; Apocalipsis 1:20).
•  Diácono [Ministro] (Hechos 6:3; 1 Timoteo 3:8-13).
Los obispos son los que “toman la iniciativa” (1 Tesalonicenses 5:12 – traducción J. N. Darby) en la dirección de la asamblea local en sus asuntos administrativos y están particularmente ocupados con el estado espiritual de la grey (1 Tesalonicenses 5:12-13; Hebreos 13:7, 13:17, 13:24; 1 Corintios 16:15-18; 1 Timoteo 5:17). La versión inglesa King James se refiere a estos hombres como “los que tienen dominio sobre vosotros,” pero esta expresión puede llevar a un mal entendimiento y podría transmitir la idea equivocada de que exista una casta especial de hombres que están “sobre” el rebaño—o sea, un clero. Debería ser traducido: “los que toman la iniciativa entre vosotros.” Esto demuestra que ellos no deben tener “señorío” sobre el rebaño (1 Pedro 5:3). Este trabajo no se refiere necesariamente al liderazgo en la enseñanza o la predicación de manera pública sino a los asuntos administrativos de la asamblea. Confundir estas dos cosas es entender mal la diferencia entre don y oficio, que son dos esferas distintas de la casa de Dios. Algunos de los que toman la iniciativa pueden no enseñar públicamente, pero es muy bueno y útil cuando lo pueden hacer (1 Timoteo 5:17). Estos hombres deben conocer los principios de la Palabra de Dios y poder exponerlos para que la asamblea pueda entender el curso de acción que Dios tomaría en algún asunto particular (Tito 1:9).
Hay tres palabras usadas en las epístolas para describir a estos guías en la asamblea local:
•  En primer lugar, “ancianos” (Presbuteroi). Esto se refiere a aquellos que están avanzados en edad. Implica madurez y experiencia en asuntos espirituales (Hechos 14:23, 15:6, 20:17; Filipenses 1:1; 1 Timoteo 5:17-19; 1 Pedro 5:1-4). Sin embargo, no todos los hombres de edad avanzada en la asamblea funcionan necesariamente en el papel de líderes (1 Timoteo 5:1; Tito 2:1-2).
•  En segundo lugar, “obispos” (Episkopoi). Esto se refiere a la labor que ellos hacen de pastorear el rebaño (Hechos 20:28; 1 Pedro 5:2), velar por las almas (Hechos 20:31; Hebreos 13:17) y dar amonestación (1 Tesalonicenses 5:12).
•  En tercer lugar, ellos son llamados “pastores [guías]” (Hegoumenos). Esto se refiere a su capacidad espiritual para dirigir y guiar a los santos (Hebreos 13:7, 13:17, 13:24).
Estas no son tres posiciones diferentes en la asamblea, sino tres aspectos de un mismo trabajo que estos hombres hacen. Esto puede verse en la forma en que el Espíritu de Dios utiliza estos términos de forma intercambiable. (Comparar Hechos 20:17 con 20:28 y Tito 1:5 con 1:7). En el libro de Apocalipsis, a aquellos que tienen este papel se les denomina “estrellas” y también como al “ángel de la iglesia [local] (Apocalipsis 1-3). Como “estrellas,” deben dar testimonio a la verdad de Dios (los principios de Su Palabra) como portadores de la luz en la asamblea local, proporcionando luz sobre los diversos asuntos que la asamblea podría afrontar. Esto es ilustrado en Hechos 15. Después de escuchar el problema que estaba preocupando a la asamblea, Pedro y Jacobo proporcionaron luz espiritual sobre el asunto. Jacobo aplicó un principio de la Palabra de Dios y dio su juicio en cuanto a lo que él entendía que el Señor quería que hiciesen (versículos 15-21). Como “el ángel de la iglesia,” ellos actúan como mensajeros para llevar a cabo la mente de Dios en la asamblea en la realización de la acción. Esto también es ilustrado en los versículos 23-29.
Hoy en día, no hay ningún nombramiento oficial de ancianos/obispos/guías para este trabajo, como había en la iglesia primitiva (Hechos 14:23; Tito 1:5), porque no existen apóstoles (o delegados de los apóstoles) en la tierra para ordenarlos. Esto no significa que la obra de sobreveedor no pueda continuar hoy. El Espíritu de Dios todavía está levantando a hombres para hacer este trabajo (Hechos 20:28). Estos hombres no se nominan a sí mismos para esta función, ni tampoco son nombrados por la asamblea, como es frecuentemente el caso en la Iglesia hoy en día. Estos seguramente serían los mismos a quienes un apóstol ordenaría si estuviera aquí hoy. La asamblea los conocerá por su devoto cuidado por los santos, por su conocimiento de los principios bíblicos y su sano juicio—y debe reconocerlos como tales, aunque no han sido oficialmente nombrados.
En el discurso de despedida de Pablo a los ancianos de Éfeso, él dio una descripción del carácter y obra de un anciano/obispo/guía, poniéndose a sí mismo como ejemplo (Hechos 20:17-35). Él delineó cuidadosamente lo que ellos debían ser:
•  Consistentes (versículo 18)
•  Humildes (versículo 19).
•  Compasivos (versículo 19).
•  Perseverantes (versículo 19).
•  Fieles (versículo 20).
•  Comprometidos (versículos 21-24).
•  Energéticos (versículos 24-27).
Entonces él describió lo que ellos debían hacer:
•  Pastorear el rebaño (versículo 28).
•  Vigilar por los peligros siempre presentes: de lobos entrando y de hombres atrayendo a discípulos tras sí (versículos 29-31).
•  Usar los recursos que Dios dio para esa obra: la oración y la Palabra de Dios (versículo 32).
•  Involucrarse de manera práctica en un ministerio de ayudar a los necesitados (versículos 33-35).
El segundo oficio administrativo en la asamblea local es el de un “diácono.” Esto se refiere a la labor de atender los asuntos temporales de la asamblea—cosas materiales, cosas financieras, etcétera (Hechos 6:3; 1 Timoteo 3:8-13). La palabra “diácono” significa “siervo” y puede ser traducido como “ministro”. Como ejemplo, cuando Bernabé y Pablo salieron en su primer viaje misionero “tenían también á Juan en el ministerio” (Hechos 13:5). La palabra “ministerio” o “ministro” en este caso puede ser traducida como “siervo” o “cooperador,” y se refiere al mismo tipo de trabajo. Por eso, Juan Marcos ayudó a Bernabé y a Pablo en cosas temporales en el campo misionero. En el caso del diácono en 1 Timoteo 3, sin embargo, es en relación con las cosas temporales que pertenecen a la asamblea local.
Hechos 6:1-5 ilustra esto. Una necesidad práctica de administrar las cosas materiales se presentó en la asamblea en Jerusalén. Los apóstoles en aquella asamblea dijeron: “No es justo que nosotros dejemos la Palabra de Dios, y sirvamos á las mesas.” La palabra “servir” aquí tiene la misma raíz que la palabra “diácono.” Ciertos hombres, por lo tanto, fueron designados para cuidar del “ministerio cotidiano” (o sea la distribución de fondos) y para “servir á las mesas,” para que los apóstoles tuviesen libertad de continuar su trabajo de ministrar la Palabra.
La Iglesia de hoy, tristemente, ha sacado el término “ministro” de su significado y uso bíblico y lo ha conectado a la posición creada por el hombre como siendo un clérigo con títulos oficiales de “Ministro” y “Pastor.” El lugar y el trabajo de un ministro han sido convertidos en una posición prominente de predicar y enseñar en la Iglesia—muchas veces con un equipo de personas que ayudan al predicador. En la Escritura, es todo lo contrario; ¡un ministro es un siervo de aquellos que predican y enseñan! (Hechos 13:5; Romanos 16:1).
Una diferencia notable en las calificaciones de un obispo y un diácono es que no hay ninguna mención de que el diácono sea “apto para enseñar.” Dice que él debe tener “el misterio de la fe,” lo que indica que él debe conocer la verdad—como todos los santos deben—pero no hay ninguna mención de que él sea apto para enseñar o predicar. Otra diferencia notable entre estos dos oficios es que, mientras los obispos no deben ser escogidos por la asamblea para su trabajo, la asamblea escoge a sus diáconos. Una vez más, esto se ve en Hechos 6. Los apóstoles instruyeron a la asamblea en Jerusalén para que escogieran a los hombres que ellos hallaran ser los más adecuados para ese trabajo. Hay sabiduría en esto: ¿Quién mejor conoce el carácter de estas personas que aquellos que andan en comunión con ellos diariamente? También cabe señalar que incluso después de que la asamblea eligió a estos hombres, ellos no los ordenaron, porque la asamblea (ya sea la de entonces o la de ahora) no tiene poder de ordenación. La asamblea trajo a los apóstoles a aquellos que había escogido, los cuales luego los designaron oficialmente para aquel oficio. Un ejemplo de este trabajo puede ser visto en el “hermano” que tenía buena reputación por su confiabilidad siendo “ordenado [escogido] por las iglesias” para ayudar en el manejo de la colecta y traerla a los santos pobres en Jerusalén (2 Corintios 8:18-19).
Si este trabajo temporal es realizado de forma fiel, el diácono/ministro ganará oportunidades en otras áreas del servicio—particularmente en el testimonio verbal del evangelio (1 Timoteo 3:13). La vida bien ordenada y el trabajo fiel de un diácono/ministro en la casa de Dios se convierte en un testimonio para todos de que él es alguien en quien se puede confiar. Esto es ilustrado en las vidas de Esteban y Felipe en Hechos 7-8. Estos hombres eran diáconos en la asamblea de Jerusalén (Hechos 6:5), y habiendo hecho su trabajo fielmente, fueron usados en la fe y testificaron del Señor ante el Sanedrín (Hechos 7) y en la ciudad de Samaria (Hechos 8). Esteban tenía un don de enseñanza, y Felipe era un evangelista dotado (Hechos 21:8). Pero esto no significa que todos los diáconos tengan tales dones públicos.
Padecer Con y Por Cristo:
Padecer “con” Cristo (Romanos 8:17) es un aspecto de sufrimiento que viene como consecuencia directa de tener “el Espíritu de Cristo” (Romanos 8:9). Esta función especial del Espíritu forma a Cristo en nosotros. Y una de las características de Cristo que Él está formando en nosotros son los sentimientos de Cristo. Cuando Cristo contempla la escena donde el pecado ha obrado, Él padece compasivamente por el padecimiento que tienen Sus criaturas bajo “servidumbre de corrupción” (Romanos 8:20-22). Como hijos de Dios y linaje de Dios, hemos sido hechos recipientes de las compasiones de Dios. Por lo tanto, estando enlazados por el cuerpo a la creación gimiente y teniendo el Espíritu de Cristo en nosotros, sufrimos compasivamente con Cristo en una pequeña medida. Cada creyente padece en cierta medida de esta manera porque tiene el Espíritu morando en él.
Padecer “por” Cristo (Filipenses 1:29; Hechos 5:41, 9:16, etcétera), por el contrario, tiene que ver con sufrir reproche y persecución por el testimonio del evangelio que está siendo anunciado en este mundo. Podemos evitar este tipo de padecimiento negándonos a confesar a Cristo ante los hombres. Hay un tipo de esta clase de padecimiento en la historia de David y Jonatán. David es un tipo de Cristo y Jonatán es un tipo del creyente. Cuando Jonatán se identificó públicamente con David, Saúl y los que le seguían se enfurecieron. Saúl incluso lanzó una lanza a Jonatán—¡su propio hijo! (1 Samuel 20:30-34; 2 Timoteo 3:12) Por lo tanto, padecer por Cristo es algo electivo, mientras que padecer con Cristo es inevitable.
Paraíso (Véase Hades, Estado Intermedio)
Pastor:
Este es uno de los dones que Cristo, la Cabeza ascendida de la Iglesia, ha dado a la Iglesia. “Pastor” (Efesios 4:11), se refiere a los hombres que fueron dotados con capacidades espirituales para guiar y aconsejar a los santos en cuestiones prácticas, y, por tanto, son capaces de cuidar del estado espiritual del rebaño. Una de las capacidades especiales que tiene un pastor es la “palabra de sabiduría” (1 Corintios 12:8). Es la capacidad dada por Dios para expresar sabiduría divina en palabras por las cuales los santos son ayudados en su caminar con el Señor. Es por esto que estas capacidades son llamadas “palabra” de sabiduría.
Es triste decir que los hombres han inventado una posición en la Iglesia (un clérigo) que no existe en la Palabra de Dios y han “secuestrado” el término “pastor” y lo han conectado a esta posición hecha por el hombre. Esta posición es llenada por un hombre o una mujer, que ha sido formalmente entrenado en un seminario y ordenado por los hombres con el fin de predicar y enseñar en una congregación cristiana. Esta posición no-bíblica ha sido aceptada por las masas en la profesión cristiana durante siglos. Hace tanto tiempo que existe y está tan difundida que es aceptada de forma incuestionable como siendo el ideal de Dios. Puede ser vista desde la basílica de San Pedro en Roma hasta la menor capilla evangélica en el campo.
Los hermanos en los años 1800 que estuvieron envueltos en la recuperación de mucha verdad que había sido perdida por siglos para la Iglesia, escudriñaron las Escrituras para ver si la posición de un clérigo era bíblica y descubrieron que no lo era. W. T. P. Wolston lo resumió sucintamente. Él dijo: “Hay una noción en la cristiandad de que un pastor es un hombre colocado sobre una congregación. La idea está en la mente de las personas, ¡pero no en la Escritura!” (The Church: What Is It?, p. 173) Estos hombres (en los años de 1800) vieron en las Escrituras que Cristo prometió estar “en medio” de aquellos a quienes el Espíritu de Dios ha reunido a Su nombre (Mateo 18:20). Y, con Alguien tan grande y tan competente como Él presente entre los santos reunidos, no es necesario nombrar a un hombre para dirigir y guiar la congregación—independientemente de cuan dotada pueda ser esa persona. C. H. Mackintosh dijo: “Si Jesús está en medio de nosotros, ¿por qué deberíamos pensar en establecer un hombre como dirigente? ¿Por qué no unánimemente y de todo corazón, permitir que Él ocupe el lugar de dirigente, e inclinarnos a Él en todas las cosas? ¿Por qué establecer una autoridad humana, cualquiera que sea su forma, en la casa de Dios?” (The Assembly of God, p. 23).
Establecer a un hombre en la asamblea para conducir las reuniones y administrar la Cena del Señor es un grave error eclesiástico. No hay ni siquiera una insinuación de algo así en la Palabra de Dios, de que un hombre, ni siquiera un apóstol, fuera separado para tal cosa. La Escritura simplemente dice: “juntos los discípulos á partir el pan” (Hechos 20:7). A pesar de que la Escritura enseña que los creyentes deben ser reunidos al nombre del Señor solamente para el culto y el ministerio, esperando la dirección del Espíritu como guía, uno difícilmente encontrará una reunión de oración sin que alguien (un líder de oración) sea nombrado para conducirla. ¡Esto no es más que el hombre usurpando el lugar de Cristo y del Espíritu Santo en la asamblea!
Todos los grupos cristianos dirán que ellos reconocen la presencia del Espíritu en medio de ellos, pero la prueba de si realmente creemos en el poder y la presencia del Espíritu en la Iglesia será demostrada al permitir que el Señor dirija las cosas en las reuniones de la Iglesia por el Espíritu. Lo que la Escritura requiere de nosotros es la fe en el poder del Espíritu, lo que es probado al dejarlo en Su debido derecho de emplear a quien Él quiera que hable en las reuniones. Si fue por el poder del Espíritu que Dios hizo el mundo y todo lo que en él hay (Job 26:13, 33:4; Génesis 1:2), ¡ciertamente el Espíritu es capaz de conducir a algunos cristianos que están reunidos para el culto y el ministerio! De hecho, la Escritura dice que esta es una de las razones por las que el Espíritu fue enviado para habitar en la Iglesia (1 Corintios 12:4-11). Así, desde el momento en que el Espíritu de Dios fue enviado al mundo en Pentecostés, será inútil buscar en el Nuevo Testamento ningún tipo de posición en la Iglesia que, ni aun remotamente, se asemeje a la de un clérigo.
La Escritura no enseña que debe haber un hombre en la congregación que tenga el derecho oficial al ministerio. De hecho, enseña que a cada miembro del cuerpo de Cristo le fue dado un don (1 Corintios 12:7; Efesios 4:7; 1 Pedro 4:10; Romanos 12:6-8) y todos los que tienen un don para ministrar la Palabra de Dios deben tener libertad para ejercer su don en la asamblea, como el Espíritu conduzca (1 Corintios 12:7-10). Sin embargo, la posición de un clérigo impide esta manifestación del Espíritu en las congregaciones cristianas (1 Corintios 12:1 – traducción J. N. Darby).
Todo el proceso de entrenamiento y ordenación de un Pastor/Ministro es también un invento humano. ¡No hay ni una persona en la Biblia que fuese ordenada por los hombres para predicar la Palabra a la Iglesia! W. Kelly dijo: “De hecho, según está tratado en el Nuevo Testamento—y está tratado de forma completa y precisa—nadie nunca fue ordenado por el hombre para que predicase el evangelio” (Lectures on the Church of God, p. 183). Las personas generalmente responden: “Pero hubo hombres que fueron ordenados en la Biblia.” Sí, la Biblia nos dice que Pablo y Bernabé ordenaron ancianos en cada ciudad en uno de sus viajes misioneros (Hechos 14:23). ¡Pero no hay una sola instancia en la Escritura donde Pablo, Bernabé, Tito, etcétera, hayan ordenado a un pastor, maestro o evangelista con el propósito de predicar y enseñar!
Que alguien profese tener el poder de ordenar es igualmente vacío. Todo el valor del nombramiento de una persona para un oficio depende de la validez del poder del que hace el nombramiento. La Escritura no permite ningún poder de nominación, excepto el de un apóstol, o de un enviado que haya recibido una comisión de un apóstol para ese propósito. Pero ¿Dónde está tal delegado en el día de hoy que pueda comprobar adecuadamente tener una comisión apostólica para la obra de nombrar? La Palabra de Dios ni siquiera sugiere la continuidad de estos poderes ordenadores. W. Kelly concluyó: “Mi afirmación es que, en esta cuestión de ordenación, la cristiandad ha perdido la mente y la voluntad de Dios, y está en ignorancia, pero no sin pecado, luchando para implementar un orden propio, que es un mero desorden ante Dios” (Lectures on the Church of God, p. 192). Está claro que aquellos que profesan ordenar hoy no tienen ninguna autoridad de Dios para ello.
Las organizaciones de la iglesia en la cristiandad no sólo han creado una posición que no existe en la Palabra de Dios, sino también han atribuido varios títulos a esa posición que tampoco tienen la aprobación de Dios. Es verdad que las palabras “ministro” y “pastor” son mencionadas en la Biblia, pero nunca son utilizadas como títulos. Un “pastor” es un hombre que ha sido dotado de capacidades espirituales para guiar, aconsejar, y pastorear a los santos en las cuestiones prácticas de la vida cristiana—no es el título de un clérigo. La Palabra de Dios enseña que los pastores son sólo uno de los muchos dones que Cristo ha dado (Efesios 4:11). ¿Por qué establecer este don en la iglesia con un título oficial y atribuir a esa persona preeminencia sobre los demás? La Escritura condena la entrega de títulos lisonjeros a los hombres (Job 32:21-22). Una denominación llama a su clérigo “Padre”, a pesar de que el Señor dijo que no se hiciese esto (Mateo 23:9). Otras organizaciones de la iglesia utilizan el título “Doctor”. (La palabra “doctor” proviene del Latín docere, que significa enseñar—o sea un profesor). Otras denominaciones utilizan el título “Reverendo.” Esto es ultrajante. Sólo debemos reverencia a Dios.
Paz:
Hay por lo menos siete aspectos de paz en las Escrituras—algunas relacionadas a la posición del creyente delante de Dios, algunas tocantes al estado del creyente, y una al futuro estado del mundo bajo el reinado público de Cristo. Algunos de estos aspectos son posicionales, otros son prácticos, y el último es profético (aún por cumplirse).
Paz en Conexión Con la Posición del Creyente
A. P. Cecil indicó que hay tres partes en cuanto a la posición del creyente en la paz. Las tres nos pertenecen en el instante en que creemos el evangelio y somos sellados con el Espíritu Santo. Estas son:
1) Paz Para Con Dios
(Romanos 5:1)—Esta es una “paz” exterior que existe entre Dios y el creyente como resultado de ser “justificados pues por la fe.” Es una condición exterior prevaleciente entre dos partes que antes estaban apartadas. De la misma forma, cuando dos naciones están en guerra, no hay paz. Pero si se hace la paz entre ellas, la guerra acaba; cesan las hostilidades y los enemigos se convierten en amigos. Esto es exactamente lo que ha sucedido con el creyente mediante la fe en la muerte y resurrección del Señor Jesucristo. Ya no existe una separación entre nosotros y Dios; ahora prevalece una condición de “paz para con Dios.”
Algunas personas piensan que el pecador tiene que hacer la paz con Dios. Ellos dirán: “Haz la paz con Dios.” Sin embargo, no podemos hacer paz con Dios porque no somos capaces de cumplir los reclamos de la justicia divina necesarios para la paz. Gracias a Dios, Él ha intervenido para asegurarla para el creyente. La Biblia enseña que esta paz fue hecha para los hombres por la obra de Cristo en la cruz (Colosenses 1:20). Así, todo lo que tenemos que hacer es creer el testimonio de Dios sobre ese hecho, y siendo “justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.”
Este aspecto de la paz es una realidad objetiva y no un sentimiento subjetivo o un estado de ánimo. Así, no es un sentimiento pacifico interior en el alma del creyente, como algunas personas piensan. Los sentimientos pacíficos pueden ir y venir, dependiendo de las circunstancias y del estado de alma de una persona, pero no tienen ninguna parte en la justificación del creyente ni de su “paz para con Dios.” La paz con Dios es una condición permanente en la cual el creyente habita con Dios. Es tan seguro y firme como su fundamento: la muerte y la resurrección de Cristo. Romanos 5:1 no está hablando del gozo de nuestra paz con Dios, sino del hecho de que tenemos paz con Dios. Esta paz no depende de nuestro estado de alma. Tampoco puede perderse por nuestras flaquezas y fracasos en el camino de la fe, porque es una cosa eternamente establecida e inseparablemente ligada a nuestra posición delante de Dios. Por lo tanto, no tenemos más de esta paz por caminar en comunión con el Señor, ni tenemos menos de ella si no caminamos con Él.
2) Paz de Liberación
(Romanos 8:6)—Este aspecto de la paz es algo interior. Tiene que ver con el creyente siendo llevado a descansar en su alma con relación a la culpa de sus pecados. Es una paz interna en el alma del creyente resultante de conocer su aceptación (Romanos 8:1) y liberación (Romanos 8:2-4). Así, el creyente tiene un profundo sentido de haber sido libertado del juicio, y esto provoca paz y descanso para su alma. Este aspecto interior de la paz es confundido a menudo con la paz exterior con Dios, arriba mencionada.
La aceptación tiene que ver con el entendimiento de lo que fue realizado en la obra consumada de Cristo en la cruz y del lugar que Él tiene a la diestra de Dios. Como consecuencia de Su resurrección y ascensión, el Señor ahora está en un lugar delante de Dios que está más allá de la condenación. Y, debido a la morada del Espíritu de Dios en el creyente, el creyente está “en Cristo” (Romanos 8:1, etcétera). “En Cristo” es un término técnico usado en la doctrina de Pablo para denotar al creyente estando “en el lugar de Cristo delante de Dios” (Efesios 1:6). Así, él es tan acepto como Cristo (1 Juan 4:17). (Ver los términos Aceptación y En Cristo)
La liberación tiene que ver con el Espíritu en el creyente efectuando una liberación en su alma del poder del pecado (Romanos 8:2-4). Esto no significa que ya no sea capaz de pecar, sino que existe un poder en él que le permite vivir sin pecar, si anda en el Espíritu. Esto es así en virtud de “la ley [principio] del Espíritu de vida en Cristo Jesús” actuando en el creyente para reemplazar las inclinaciones de la carne. J. N. Darby observó que cuando un alma obtiene esta paz, nunca más entra en problemas de alma relacionados con dudas de su salvación. (Véase Liberación)
3) Paz Racial
(Efesios 2:14-15)—Se refiere a la condición de paz existente entre los miembros del cuerpo de Cristo, a pesar de que sus posiciones anteriores como judíos y gentiles estaban en polos opuestos. La gran obra de reconciliación con Dios por medio de la sangre de Cristo (Efesios 2:13), no solamente hace que el creyente esté cercano a Dios, sino también lo une con los demás miembros del cuerpo de Cristo. Así, las diferencias que existieron durante siglos entre los judíos y gentiles han sido anuladas; ahora están unidos juntamente en el cuerpo de Cristo por la morada del Espíritu.
Como hemos mencionado, los tres aspectos de nuestra posición en la paz son nuestros en el momento en que creemos el evangelio y somos sellados con el Espíritu Santo.
Paz Con Relación al Estado del Creyente
Cuando el estado de alma del creyente está bien, y está caminando en comunión con el Señor, existen ciertos aspectos de la paz práctica que él va a disfrutar. Todo esto tiene que ver con el estado del creyente. Si descuida, sin embargo, andar con el Señor, no tendrá estos aspectos de la paz:
1) La Paz de Dios
(Filipenses 4:7)—Esta se refiere al estado de tranquilidad en el cual Dios mismo habita. Él ve y conoce todos los conflictos y problemas que ocurren en este mundo, pero ninguna de esas cosas perturba la paz en que Él habita. No es que Él sea indiferente a todo esto—Él está muy consciente del sufrimiento, dolor, violencia, etcétera y corregirá todo un día—pero esto no perturba Su paz. Pablo enseña en Filipenses 4 que Dios quiere que vivamos en la propia paz en que Él vive, para que nuestras mentes y corazones no sean turbados por las circunstancias preocupantes por las cuales pasamos en este mundo. Pablo dice que debemos traer delante de Dios en oración todo aquello que nos preocupa y nos incomoda y hacer que nuestras “peticiones” sean conocidas delante de Él (Filipenses 4:6). No dice que Dios necesariamente nos dará todo lo que pedimos, sino que Él nos dará la paz en estas situaciones estresantes de la vida (Filipenses 4:7). Pablo continúa diciendo que no sólo tenemos “la paz de Dios” en nuestras almas, sino que también tenemos “el Dios de paz” con nosotros en nuestras circunstancias (Filipenses 4:9). Es decir, Él nos concederá un sentido especial de Su presencia. Comparar Daniel 3:24-25. W. Scott dijo: “Oh, qué bueno es tenerle a Él como compañero de viaje, constantemente a nuestro lado, nuestro guía, guardián y amigo—¡el Dios de paz!” (Young Christian, vol. 5, p. 128).
Nunca podemos perder nuestra “paz con Dios,” pues está inseparablemente conectada con nuestra posición delante de Dios en Cristo. Pero si no traemos nuestras inquietudes y problemas a Dios en oración, no podremos tener la “paz de Dios” en nuestras almas y estaremos preocupados en cuanto a muchas cosas en las vicisitudes de la vida (Lucas 10:41).
2) La Paz de Cristo
(Juan 14:27; Colosenses 3:16)—Se refiere al estado de paz en el cual el Señor mismo vivió cuando anduvo por este mundo. Ninguno vio problemas como Él ni sufrió como Él. Los dolores que Él experimentó debido al odio y el rechazo de los hombres pesaban sobre Su corazón. Sin embargo, Él tomó todo en perfecta calma, sin ser indiferente. Esta calma vino de la aceptación de esas circunstancias como venidas de mano de Su Padre, en perfecta sumisión (Mateo 11:26). Así, Él vivió en paz (Marcos 14:61, 15:3-5) y durmió en paz (Marcos 4:37-41), y al final de Su senda en la tierra, dio esa paz a Sus seguidores (Juan 14:27), pues ellos tenían que pasar por el mismo mundo hostil.
La diferencia entre la paz de Cristo y la paz de Dios es que la paz de Dios resulta cuando traemos nuestros problemas y dificultades a Dios en oración, mientras que la paz de Cristo resulta cuando tomamos nuestros problemas y dificultades como venidos de Dios en sumisión.
3) Paz Entre Hermanos
(Romanos 14:19; 2 Corintios 13:11; Efesios 4:3; 1 Tesalonicenses 5:13; 2 Tesalonicenses 3:16; 2 Timoteo 2:22; Hebreos 12:14; Santiago 3:18; 1 Pedro 3:11)—Este aspecto de la paz tiene que ver con condiciones felices y pacíficas existentes entre hermanos. El salmista dijo: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos igualmente en uno!” (Salmo 133:1). Aunque esto está hablando de las tribus de Israel habitando juntas pacíficamente, el principio es aplicable a hermanos cristianos también. Satanás está haciendo todo lo posible para perturbar la paz entre hermanos. Los santos en cada asamblea local, por lo tanto, deben “ocuparse” en su “salvación” de los ataques malignos entre ellos, teniendo la humildad de Cristo y cada uno estimando al otro mejor que sí mismo (Filipenses 2:12).
Paz Mundial
(Salmo 72:3 y 7; Salmo 147:14; Lucas 2:14)—Esto tiene que ver con la paz entre las naciones en la tierra. Es algo que los reyes y gobernadores y los políticos han intentado conseguir durante miles de años, pero todos han fallado. La Escritura nos dice que la paz mundial será establecida por el Señor en Su Aparición. Él dice: “Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia” (Isaías 26:9). En aquel momento, el Señor es el “que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra” (Salmo 46:9).
Muchos cristianos creen que deben hacer lo posible para traer paz al mundo en este presente Día de Gracia. Ellos ven eso como su deber cristiano. Por eso, participan en la política, apoyan el porte de armas, se envuelven en protestar contra los actos injustos en la sociedad, etcétera. Este pensamiento equivocado tiene su origen en la Teología Reformada (Teología del Pacto), que enseña que el reino de Cristo será establecido por medio de la predicación y la influencia cristiana. Estas ideas han influenciado casi todos los sectores de la profesión cristiana de hoy. Sin embargo, aunque la Biblia nos enseña que debemos procurar vivir pacíficamente entre la gente de este mundo (Romanos 12:18; 1 Timoteo 2:1-2), no nos enseña a envolvernos en sus asuntos políticos, porque somos sólo peregrinos pasando a través de él (1 Pedro 2:11). La Biblia nos asegura que, aunque este mundo de cierto será ordenado correctamente por la fuerza en los juicios del Señor, el Día de la Gracia no es el momento para ello. El Señor enseñó que, como Él fue rechazado por este mundo, sus seguidores no deberían “pelear” en cuestiones de justicia en la sociedad (Juan 18:36; Apocalipsis 13:10; Mateo 26:52). Es una causa perdida porque la Escritura enseña que el mundo seguirá empeorando, moral y espiritualmente, hasta que el Señor intervenga en juicio (2 Timoteo 3:13). Por lo tanto, debemos esperar la Aparición de Cristo, cuando Él ordenará el mundo por medio del juicio (Hechos 17:31; 2 Tesalonicenses 1:7-9; Apocalipsis 11:15). En aquel momento, Él llevará “paz al pueblo” de todo este mundo (Salmo 72:3).
Pecados y Pecado:
Como regla en las epístolas del Nuevo Testamento, “pecados” (en plural) se refieren a las malas acciones que hacen los hombres, y “pecado” (singular) es la naturaleza caída en los hombres (la carne). Así “pecados” son acciones malas, mientras que “pecado” es la naturaleza mala. Lo primero es lo que hacemos, y lo segundo es lo que somos. Así, los “pecados” son las manifestaciones del “pecado,” o los “pecados” son el producto de “pecado,” o los “pecados” son el fruto de un árbol malo y el “pecado” es la raíz de ese árbol malo. El “pecado” es algo más que la vieja naturaleza de pecado; es aquella naturaleza mala con una voluntad determinada a satisfacer sus concupiscencias.
Otra diferencia entre estas dos cosas es que los “pecados” pueden ser “perdonados” por la gracia de Dios (Romanos 4:7), pero el “pecado” no es perdonado, sino que es “condenado” bajo el justo juicio de Dios (Romanos 8:3).
Es importante prestar atención a esta distinción al leer las epístolas; si no lo hacemos, llegaremos a conclusiones equivocadas.
Perdón (Remisión):
El significado básico que la palabra “perdón” transmite es “liberar (o remitir) a alguien de una deuda”. A veces es traducido como “remisión” para transmitir esa idea. W. Kelly dijo: “Perdón es la remisión de los pecados de aquellos que creen en Jesús por la fe en Su sangre” (The Bible Herald, vol. 1, p. 234).
W. Potter indicó que hay cinco aspectos del perdón en la Escritura (The Christian, enero 2006):
1) El Perdón Judicial o Eterno:
Esto tiene que ver con el perdón que una persona recibe de Dios por la fe, que lo libra del juicio eterno de sus pecados. Así, él tiene “la remisión” de sus pecados (Mateo 26:28; Lucas 24:47; Hechos 2:38, 5:31, 10:43, 13:38, 26:18; Efesios 1:7; Colosenses 1:14; Hebreos 9:22) o el “perdón” de pecados (Efesios 4:32; 1 Juan 2:12). Al recibir este perdón, la conciencia del creyente es purificada en cuanto a su culpa (Hebreos 9:14, 10:2, 10:22), y así, él está consciente de que sus pecados fueron divinamente perdonados. Esta es la bendición que cada creyente en el Señor Jesucristo ya posee (Efesios 1:7).
Este aspecto eterno del perdón de los pecados fue anunciado por primera vez cuando el Señor resucitó de entre los muertos (Lucas 24:47). Antes de eso, en los tiempos del Antiguo Testamento y durante el ministerio del Señor en la tierra, el perdón fue concedido a las personas en un sentido puramente gubernamental (p.ej.: Éxodo 32:32; Levítico 4:20, 4:26, 4:31, 4:35; 1 Reyes 8:34-39; Salmo 86:5; Jeremías 36:3; Mateo 6:14, 9:2-6; Lucas 7:47-48, 23:34). Así, los santos del Antiguo Testamento no conocieron este aspecto eterno del perdón de los pecados. Consecuentemente, ellos vivieron con incertidumbre de si sus pecados serían traídos a juicio por Dios (Salmo 25:7). H. E. Hayhoe dijo: “Antes de la primera venida de Cristo, la verdad del perdón eterno de los pecados no se había dado a conocer. De modo general, el perdón, como es contemplado en el Antiguo Testamento, era gubernamental—es decir, tenía que ver con esta vida, no con la eternidad” (Present Truth for Christians, p. 10).
Esto no significa que los santos del Antiguo Testamento no estén en el cielo, sino que no tenían la conciencia de que sus pecados habían sido perdonados, como la tienen los cristianos, porque no conocieron la obra consumada de Cristo. Sus pecados fueron mantenidos en suspenso bajo la “paciencia” de Dios, esperando el tiempo en que Dios los colocaría sobre el Señor Jesús en la cruz, donde ellos serían judicialmente tratados de acuerdo con las reivindicaciones de la justicia divina (Romanos 3:25). Pero los Santos del Antiguo Testamento no conocían esto. Así, sus pecados fueron cubiertos (Salmo 32:1), pero hoy en día con la obra de Cristo habiendo sido consumada y con la venida del Espíritu Santo, tenemos una revelación más completa por el evangelio en cuanto a lo que Dios ha hecho con nuestros pecados. Sabemos que nuestros pecados fueron “remitidos” (Hechos 13:38) y que han sido “deshechos” (Hebreos 9:26) y “quitados” (1 Juan 3:5).
2) Perdón Gubernamental:
Esto se refiere al perdón que Dios concede a una persona con lo cual el juicio gubernamental que Él ha colocado sobre esa persona a causa de sus caminos pecaminosos (Mateo 18:23-25; Gálatas 6:7; 1 Corintios 11:29-32; 1 Pedro 1:16-17, 3:12, 4:17; 1 Juan 5:16-17) ha sido levantado y la persona ha sido perdonada (Salmo 103:10-11; Mateo 18:26-35; Juan 5:14; Santiago 5:15).
Este aspecto del perdón está condicionado a dos cosas por parte de aquel que es perdonado. En primer lugar, debe haber arrepentimiento genuino (Levítico 26:40-41; 2 Crónicas 12:7, 12:12, 33:11-13, 33:19; Jonás 3:5-10; 1 Juan 1:9). En segundo lugar, debe haber el mantenimiento de un espíritu perdonador hacia los demás (Mateo 6:12, 6:14-15, 18:23-35; Marcos 11:25-26; Lucas 6:37). J. N. Darby señaló que estos dos requisitos son ilustrados en la vida de Job. Él se arrepintió en polvo y en ceniza (Job 42:6) y oró por sus tres amigos que lo habían acusado injustamente, pidiendo a Dios que los perdonase (Job 42:10). Cuando Dios vio estas dos cosas en Job, Él removió su disciplina y “mudó” su “aflicción.” Una persona no necesita ser un creyente verdadero para experimentar este tipo de perdón gubernamental de Dios. Este fue el caso del rey Acab (1 Reyes 21:27-29). Por lo tanto, ¡es posible que una persona sea gubernamentalmente perdonada, pero que no sea eternamente perdonada! (Collected Writings of J. N. Darby, vol. 31, p. 362).
Cuando vemos a los hijos de Dios pecando, en circunstancias normales debemos orar para que el pecado “no les sea imputado,” y que sean gubernamentalmente perdonados (2 Timoteo 4:16; 1 Juan 5:16). Pero puede haber ocasiones en que el discernimiento dictará que no deberíamos orar de esta manera por una persona y, por lo tanto, concordar con la sabiduría de Dios en Sus tratos gubernamentales con Su pueblo (1 Juan 5:16 segunda parte).
Es importante entender que tanto el juicio gubernamental como el perdón gubernamental tienen que ver con el trato de Dios con los hombres mientras viven en la tierra. Estos tratos no afectan su destino eterno. Los tratos gubernamentales de Dios con los creyentes se refieren a su comunión con Él, no a su relación con Él.
3) Perdón Restaurativo:
J. N. Darby trata esto como una forma de perdón gubernamental (Synopsis of the Books of the Bible en la nota al pie de 1 Juan 1:9). Tiene que ver con Dios retirando Su disciplina gubernamental que ha sido sentida por uno de Sus hijos que ha andado en el error y que tuvo su comunión rota a través de su propio descuido y pecado, por cuyo perdón la comunión es nuevamente disfrutada. La disciplina es retirada porque ha habido juicio propio y confesión de pecados (1 Juan 1:9). El Sr. Darby explica esta forma de acción gubernamental por Dios de la siguiente manera: “Si hablamos de manera áspera a nuestro hermano, o andamos descuidadamente por las calles y vemos alguna vanidad, descubriremos el efecto de ello en nuestras propias almas al final del día con Dios. Si alguna palabra airada se me escapa, yo siento su efecto al final del día con Dios; pero la gracia nos restaurará” (Nine Lectures on the First Epistle of John, p. 15). Así, incluso algo tan simple como tener pensamientos equivocados o pronunciar palabras airadas causará la interrupción de la comunión. Dios nos permite sentir esta pérdida como un trato gubernamental con nosotros. Cuando lo juzgamos y confesamos, la comunión es restaurada.
Mientras que esto podría ser tomado como parte del perdón gubernamental, es un poco diferente en el sentido de que la comunión puede ser restaurada a una persona, pero ella podría aun tener que llevar gubernamentalmente las consecuencias de sus acciones. Este fue el caso de David. Dios le dijo que debido a su pecado con Betsabé y el asesinato de su marido, la espada no se apartaría jamás de su casa (2 Samuel 12:9-10). Este juicio fue con David todos sus días. Pero el Señor dijo que él había remitido el pecado de David debido a su arrepentimiento, y así David fue restaurado a la comunión con el Señor (2 Samuel 12:13). Esto es evidente por el hecho de que él escribió muchos salmos de alabanza y adoración después de su restauración a la comunión con Dios.
4) Perdón Fraternal:
Esto tiene que ver con perdonar a nuestro hermano si él nos ha ofendido (Mateo 18:21-22; Efesios 4:32). Hay dos cosas aquí que no deben ser confundidas. En primer lugar, debemos perdonar de todo corazón (Mateo 18:35) a la persona que nos ha hecho mal. O sea, debemos mantener un espíritu perdonador para con ella, incluso si no hay ninguna señal de arrepentimiento en ella. Esto es importante porque si no hacemos esto, sentimientos malos podrían surgir en nuestro corazón con relación a esa persona. Y, en segundo lugar, cuando la persona que nos ha agraviado se arrepiente y se disculpa por lo que ha hecho, entonces debemos perdonarla expresándolo de forma audible o formal (Lucas 17:3-4).
Lucas 17:3-4 se ha utilizado para justificar el espíritu de no perdonar a otra persona, porque la persona no se ha disculpado. La parte ofendida dirá: “No voy a perdonarlo hasta que se arrepienta, porque eso es lo que la Escritura dice que debo hacer.” Sin embargo, Mateo 18:35 muestra que independientemente de si la persona se ha disculpado o no, debemos mantener un espíritu de perdón para con ella. La Escritura advierte que aquellos que no perdonan de corazón a sus hermanos tendrán el perdón gubernamental del Señor reusado en los errores que han cometido (Mateo 6:14-15, 18:23-35; Marcos 11:25-26).
5) Perdón Administrativo:
Esto se refiere a la asamblea actuando administrativamente en asuntos de disciplina en relación con individuos que han errado. Los apóstoles recibieron esta autoridad de parte del Señor para actuar administrativamente por Él en asuntos de retener y de remitir los pecados de una persona (Juan 20:23). Las asambleas reunidas al nombre del Señor también tienen este poder (Mateo 18:18-20; 1 Corintios 5:4). Si actúan para “quitar” a una persona de la comunión de los santos (1 Corintios 5), y si esa persona está arrepentida, deben remover la corrección colocada sobre ella y “perdonarle” (2 Corintios 2:6-11). (Véase Juicio Administrativo en la Asamblea en la sección titulada Juicio).
Perfección:
La palabra “perfecto” significa lo que está totalmente desarrollado y completo. Es aplicado a los cristianos en tres maneras:
•  En cuanto a nuestra presente posición delante de Dios.
•  En cuanto a nuestro estado práctico.
•  En cuanto a nuestra condición final.
1) Perfecto en Posición
En el momento que alguien cree el evangelio de su salvación, es sellado con el Espíritu Santo (Efesios 1:13) y tiene una posición delante de Dios “en Cristo” que es perfecta. Esta posición no será más perfecta por su entrada al cielo. Él es “acepto” delante de Dios como Cristo es, pues está en el lugar de Cristo delante de Dios (Efesios 1:6). Esto fue hecho posible por la ofrenda única de Cristo. La Escritura dice, “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre [en perpetuidad] á los santificados” (Hebreos 10:14). Esta perfección incluye la conciencia siendo “limpiada” por la cual el creyente sabe que sus pecados han sido tratados justamente y han sido borrados (Hebreos 9:14). Es algo que las ofrendas en el judaísmo no podían hacer (Hebreos 9:9, 10:1), pero esas ofrendas apuntaban a la única ofrenda de Cristo, que ha resuelto la cuestión del pecado delante de Dios para siempre (Hebreos 10:1-18). Conocer esto convierte al creyente en un adorador en la presencia inmediata de Dios (Hebreos 10:19-22).
2) Perfecto en Estado
La Escritura también habla del creyente siendo hecho “perfecto” en cuanto a su estado práctico. Perfección en este sentido tiene que ver con la madurez cristiana—o sea, un creyente alcanzando crecimiento pleno. La gran carga del apóstol Pablo en el ministerio era presentar a los santos “perfectos en Cristo Jesús”. Él diligentemente se esforzó “enseñando” y en la oración para ese fin (Colosenses 1:28-2:1; 1 Tesalonicenses 3:10; 2 Corintios 13:9, 13:11). Epafras es también mencionado como uno que oraba por los santos para que fuesen “perfectos” de esta manera (Colosenses 4:12).
Hay una serie de áreas donde los cristianos necesitamos ser perfeccionados de esta forma (2 Pedro 3:18):
Perfeccionando el Enfoque de Nuestros Corazones (Filipenses 3:13-15)—En Filipenses 3, vemos que la vida de Pablo se centró en “una cosa”—Cristo y Sus intereses. Él prosiguió “al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús.” (El “blanco” en el camino de la fe es alcanzar a Cristo en lo alto, el “premio” al final del camino es estar con Él y ser como Él en gloria.) Todas las energías de Pablo fueron canalizadas para aquella búsqueda que lo absorbió totalmente. Cristo había conquistado su corazón, y lo único que quería era más de Él. Así, todos los otros intereses, ambiciones y búsquedas en la vida fueron consideradas extrañas y fueron dejadas de lado (Filipenses 3:4-8). Él dice que tantos cuantos tuviesen este “sentir” eran “perfectos.” Así, un cristiano completamente maduro, en lo que se refiere a su enfoque, es aquel que persigue una sola cosa en su vida—Cristo en gloria y Sus intereses en la tierra.
Perfeccionar el enfoque de nuestros corazones es una de las primeras cosas que Dios obra en nosotros después de convertirnos en cristianos. Tiene mucho que ver con nuestras prioridades. Antes de que una persona sea salva, generalmente está absorbida en algún aspecto del mundo y en la búsqueda de ciertos objetivos terrenales. Pero cuando se convierte a Cristo, y deja las ambiciones y objetivos terrenales que una vez capturaron su atención, ha alcanzado la perfección cristiana en este sentido. Una consecuencia de tener nuestros corazones centrados en esta “una cosa” es que nos convertimos en cristianos devotos. El celo y la energía en las cosas de Dios caracterizarán nuestras vidas. En cuanto a Pablo, esto fue algo inmediato en su vida (Hechos 9). Sin embargo, en cuanto a la mayoría de los creyentes, es un proceso, y tristemente, muchos nunca alcanzan este tipo de madurez cristiana. Pablo bien comprendió que el desarrollo espiritual es una cosa progresiva y afirmó que aquellos que estaban sintiendo “otra cosa” (aquellos que no estaban tan enfocados como él estaba), Dios les revelaría que la búsqueda de Cristo es la única búsqueda que vale la pena tener en la vida (Filipenses 3:15). Pablo tenía la confianza de que, a medida que avanzaban en su vida cristiana y crecían en la gracia, tendrían menos intereses superfluos y Cristo se convertiría en su único objeto.
Perfeccionando Nuestra Comprensión de la Revelación Divina—Pablo dijo a los corintios que fueran “perfectos en el sentido” (1 Corintios 14:20). Perfección, es este sentido, tiene que ver con nuestra comprensión de la revelación de la verdad cristiana. Esto demuestra que Dios no sólo quiere que seamos devotos cristianos, sino que quiere que seamos cristianos inteligentes también. Para ello, Él nos ha traído a un lugar favorecido de “hijos” (Efesios 1:5) y “sobreabundó en nosotros en toda sabiduría é inteligencia; descubriéndonos el misterio de su voluntad” (Efesios 1:8-9). Esto nos fue revelado en las Escrituras del Nuevo Testamento—particularmente en Efesios y Colosenses. Si absorbemos la verdad por medio del estudio diligente (1 Timoteo 4:6; 2 Timoteo 2:15), obtendremos un conocimiento práctico de la verdad, y así vendremos a ser “perfectos” en este sentido (Hebreos 5:14). Como tal, seremos hombres de Dios que pueden ser usados por Dios en la obra del Señor (2 Timoteo 3:16-17). Podremos levantarnos para la defensa de la fe y, de forma inteligente, “responder con mansedumbre y reverencia á cada uno que [n]os demande razón de la esperanza” que tenemos en Cristo (1 Pedro 3:15; Judas 3).
El escritor de la epístola a los hebreos exhorta a los santos a ir “adelante á la perfección” en este sentido (Hebreos 6:1). Para hacer esto, él les dijo que no debían volver a la posición judía del Antiguo Testamento de donde habían venido, sino seguir “adelante” de los principios del reino enseñados por el Señor en los evangelios sinópticos—los que él llama “la palabra del comienzo en la doctrina de Cristo”—hasta la “perfección” en el cristianismo, que es la verdad presentada en las epístolas. Estos creyentes hebreos estaban, por así decirlo, sobre un puente que se extendía desde el judaísmo al cristianismo. Él les exhortó a no regresar por el puente al terreno del Antiguo Testamento (el sistema legal del judaísmo) de donde ellos venían, pero tampoco que permanecieran sobre el puente abrazando solamente la verdad que había sido manifestada en el ministerio del Señor (Juan 14:25 – “estas cosas”). Él quería que ellos continuasen hasta el pleno cristianismo, que él llama la “perfección.” Esta es la verdad encontrada en las epístolas (Juan 14:26 – “todas las cosas”). Si ellos se quedaban dónde estaban, sobre el puente, por así decirlo, en algún lugar entre el judaísmo y el cristianismo, esto entorpecería su crecimiento espiritual y permanecerían como bebés (Hebreos 5:11-13).
La necesidad de este trabajo de la “perfección de los santos” en este sentido es grande, pues hasta que no sean establecidos en la verdad, van a estar en peligro de ser “llevados por doquiera de todo viento de doctrina” (Efesios 4:12-14). De hecho, esta es la propia razón por la cual Cristo dio “dones” de edificación a la Iglesia—pastores, maestros, profetas, etcétera (Efesios 4:11). Si aprovechamos su ministerio, seguiremos “adelante á la perfección” en nuestra comprensión de la revelación cristiana. Aunque no tengamos don de enseñar, podemos ayudar a otros a entender “más particularmente el camino de Dios.” Esto es lo que Aquila y Priscila hicieron con Apolos (Hechos 18:24-28).
Perfeccionando la Santidad en Nuestro Andar (2 Corintios 6:14-7:1)—Dios quiere que no sólo seamos devotos e inteligentes, sino también santos (en la práctica). Así, la perfección también es usada en la Escritura en relación con el andar en santidad del creyente. En 2 Corintios 6:14-7:1, el apóstol Pablo indicó que, perfeccionar la santidad en nuestras vidas tiene dos partes: hay el lado externo que envuelve la separación de cosas externas y de las personas del mundo (2 Corintios 6:14-18) y también está el lado interno de deshacerse de hábitos y caminos impuros por medio del juicio de nosotros mismos en la presencia del Señor (2 Corintios 7:1). Tener lo exterior sin lo interior es hipocresía (Salmo 51:6).
La ropa de los sacerdotes del Antiguo Testamento, que era hecha de lino, ilustra (típicamente) el equilibrio de los dos lados (Éxodo 28:39-43). “Lino” habla de pureza y justicia prácticas. Los sacerdotes llevaban “túnicas de lino” (ropa exterior), que hablan de pureza exterior ante los ojos de los hombres, pero llevaban “pañetes” bajo sus túnicas los cuales nadie veía, sino Dios. Habla de la pureza interior. La perfecta santidad en nuestros caminos y manera de andar nos hacen cristianos santificados.
Perfeccionando el Amor de Dios en Nuestros Corazones (1 Juan 2:5, 4:11-12)—Una parte importante para alcanzar madurez cristiana tiene que ver con el amor de Dios siendo perfeccionado en nosotros, de modo que amemos como Dios ama. Esto es visto a la perfección en la vida del Señor Jesús. Él demostró perfectamente el amor de Dios. Aquellos que tienen el amor de Dios perfeccionado en ellos amarán como Cristo amó. Esto se manifestará prácticamente de varias maneras. Será visto en obediencia genuina a la Palabra de Dios: “El que guarda Su Palabra, la caridad [amor] de Dios está verdaderamente perfecta en él” (1 Juan 2:5). Se verá en nuestro amor unos por los otros: “Si nos amamos unos á otros, Dios está en nosotros, y Su amor es perfecto en nosotros” (1 Juan 4:12). Será visto en nuestra voluntad de caminar juntos en unidad: “Para que sean consumadamente una cosa” (Juan 17:21-23). Será visto en el control de nuestra lengua: “Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto” (Santiago 3:2). Será visto en nuestra benevolencia hacia los pobres y necesitados: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y da lo á los pobres” (Mateo 19:21; 1 Juan 3:17). Muchas veces, Dios usará pruebas para hacer desarrollar estas cosas en nosotros (Santiago 1:4).
Perfeccionando Nuestras Obras de Servicio—Nuestro servicio para el Señor es amplio y variado, pero todos tenemos algo que hacer para Él, pues no hay zánganos en la colmena de Dios. Al caminar con el Señor y crecer, nuestro servicio para Él debe desarrollarse proporcionalmente. Cuanto más maduremos en las cosas de Dios, más aumentará nuestra eficacia en el servicio del Señor—llevando fruto “uno á treinta, otro á sesenta, y otro á ciento” (Marcos 4:20). El escritor de Hebreos oró por los santos para este fin (Hebreos 13:20-21).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Un perfil bíblico de un cristiano maduro (perfecto) es el siguiente:
•  Tiene un único interés en la vida—Cristo (Filipenses 3:13-15).
•  Consume el manjar sólido de la palabra, y no solamente la leche (Hebreos 5:11-12).
•  Anda en separación del mundo (2 Corintios 6:14-17).
•  Se juzga a sí mismo (2 Corintios 7:1).
•  Ha dejado el judaísmo y todos sus principios (Hebreos 6:1-4).
•  Se rige por genuina obediencia (1 Juan 2:5).
•  Tiene un profundo amor por los demás (1 Juan 4:11-12).
•  Es menos ansioso en las pruebas (Santiago 1:2-4).
•  Controla su lengua (Santiago 3:2).
•  Es generoso en cuanto a sus posesiones (Mateo 19:21).
•  Mantiene el paso con sus hermanos (Juan 17:21-23).
•  Su servicio es de acuerdo con la mente de Dios (Hebreos 13:21).
3) Perfecto en la Condición Final
El perfeccionamiento de la conciencia del creyente es el principio de la obra de Dios de perfeccionar a los santos. La conclusión de la obra tiene que ver con la glorificación de los cuerpos de los santos (Romanos 8:17, 8:30; Filipenses 3:12; Hebreos 11:40, 12:23). Esto incluye la erradicación de la naturaleza pecaminosa caída—la carne (1 Juan 3:2). El Señor experimentó ser hecho “perfecto” en Su cuerpo cuando resucitó de entre los muertos (Lucas 13:32; Hebreos 5:9). Sin embargo, Él no tuvo la necesidad de que Le fuera erradicada la naturaleza caída porque no tenía una naturaleza pecaminosa.
En Hebreos 11, el escritor menciona muchos santos del Antiguo Testamento que hace mucho han salido de esta escena y ahora están con el Señor. Él concluye diciendo, “para que no fuesen (los santos del Antiguo Testamento) perfeccionados sin nosotros (los santos del Nuevo Testamento).” Así, la obra del Señor de perfeccionar a los santos de todas las épocas anteriores (así como los cristianos) en esta última forma acontecerá al mismo tiempo. Esto, sabemos, será en la venida del Señor—el Arrebatamiento (1 Tesalonicenses 4:15-18). En ese momento, lo “corruptible” se revestirá de “incorrupción.” Esto se refiere a los santos que han dormido. Ellos serán resucitados en un estado glorificado. También, en ese mismo momento, lo “mortal” se revestirá de “inmortalidad.” Esto se refiere a los santos siendo transformados en un estado glorificado (1 Corintios 15:51-57).
Por lo tanto, todo creyente experimentará dos vivificaciones: la primera es la vivificación de su alma y su espíritu cuando pasa de muerte a vida por el poder de Dios (Efesios 2:5; Colosenses 2:13), y la segunda es la vivificación en su cuerpo, que todavía está por ocurrir en la venida del Señor (Romanos 8:11).
Plenitud de los Gentiles:
Esta expresión se refiere al número total de gentiles elegidos que serán salvos—a quienes Dios ha escogido para ser parte de la Iglesia (Romanos 11:25). Hoy Dios está alcanzando por medio del evangelio y visitando “á los Gentiles, para tomar de ellos pueblo para Su nombre” (Hechos 15:14). Cuando todos los gentiles que Él escogió crean, el Señor vendrá y llevará a la Iglesia al cielo en un estado glorificado (1 Tesalonicenses 4:15-18).
Posición y Estado:
La distinción entre estos dos términos es de gran importancia si queremos tener una comprensión de las Escrituras del Nuevo Testamento—especialmente de las epístolas. Posición y estado se refieren a dos lados de la verdad en una gran cantidad de temas, y distinguir esto requiere de alguien que “traza bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). Si no distinguimos estas cosas, vamos a llegar a conclusiones equivocadas.
Posición
Esto tiene que ver con la situación de una persona con relación a Dios. Hay solo dos posiciones posibles que los hombres pueden tener delante de Dios:
•  “En Adam” (1 Corintios 15:22).
•  “En Cristo” (Romanos 8:1).
Por recibir al Señor Jesucristo como nuestro Salvador, nuestra posición delante de Dios es para siempre cambiada de estar “en Adam” para estar “en Cristo.” Es una posición en “gracia” eternamente establecida (Romanos 5:1-2; 1 Corintios 15:1; 1 Peter 5:12). ¡Es perfecta y completa tanto ahora como siempre lo será! No será más perfecta cuando entremos en el cielo. Tener una posición delante de Dios “en Cristo” significa que el creyente está en el lugar de Cristo ante Dios (Efesios 1:6; 1 Juan 4:17). (Ver Aceptación y En Cristo)
Estado
(Filipenses 2:19-20)—Esto tiene que ver con la condición moral del creyente. Si caminamos cerca del Señor en comunión con Dios, estaremos en un buen estado de alma. Pero si somos descuidados e indiferentes a las reivindicaciones de Cristo en nuestras vidas y vivimos distantes de Él en nuestra práctica, el estado de nuestra alma será pobre. No hace falta decir que nuestro estado tendrá un efecto en nuestro andar.
Las exhortaciones prácticas en las epístolas, que tienen que ver con nuestro estado, se basan en nuestra posición en Cristo. Por ejemplo, Colosenses 3:9-10 dice: “No mintáis los unos á los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestídoos del nuevo, el cual por el conocimiento es renovado conforme á la imagen del que lo crió.” El hecho de que fuimos despojados del viejo hombre y vestidos del nuevo (que tiene que ver con nuestra posición) nos debe ejercitar a no mentir más los unos a los otros—porque aquello que es verdad de nuestra posición también debe ser verdad en nuestro estado. Así, aunque nuestra posición en gracia delante de Dios es inquebrantable, nuestro estado espiritual de alma puede variar, dependiendo de cómo caminamos.
En Filipenses 4:11, Pablo dijo: “he aprendido á contentarme con lo que tengo.” No debemos confundir lo que él estaba diciendo en este versículo. No se refería a su estado espiritual, sino a su estado temporal—sus circunstancias, es decir, en cuanto a la posesión o carencia de bienes materiales. Pablo nunca incentivaría a estar satisfechos con un estado espiritual bajo.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Como se ha mencionado, al estudiar los diversos temas de la Escritura debemos tener cuidado en “trazar bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). En cada asunto que nos ocupe, tenemos que distinguir lo que se refiere a nuestra posición y lo que se refiere a nuestro estado. Si no nos preocupamos por esto, nos confundiremos muy rápidamente. Podemos ser llevados a pensar que la Biblia se contradice. Los siguientes son algunos ejemplos:
Perfección
Hebreos 10:14 dice que la obra de Cristo en la cruz nos “hizo perfectos para siempre.” Pero Hebreos 13:20-21 dice que Dios está buscando hacer al creyente “apto [perfecto]”—indicando, entonces, ¡que los creyentes no están al presente perfectos! Esto parece contradictorio, pero cuando entendemos que la primera cita se refiere a nuestra posición y la última a nuestro estado, el problema se resuelve.
Santidad
En Colosenses 3:12, los creyentes son llamados “santos y amados,” pero en 1 Pedro 1:16, se nos exhorta: “Sed santos.” De nuevo, estos pasajes parecen entrar en conflicto uno con el otro, pero cuando entendemos la distinción entre posición y estado, vemos que no hay contradicción. El primer pasaje se aplica a nuestra posición, y el segundo a nuestro estado.
Aceptación
En Efesios 1:6, se nos dice que los creyentes son “Aceptos en el Amado,” pero en 2 Corintios 5:9 se nos dice que “procuramos ... serle agradables [aceptables].” Una vez más, no se trata de una contradicción: lo primero tiene que ver con nuestra posición y lo segundo con nuestro estado.
Santificación
En 1 Corintios 1:2, se nos dice que los creyentes son “santificados en Cristo Jesús,” pero en 2 Timoteo 2:21, se nos dice que, si nos separamos de los vasos para deshonra, seremos “santificados.” Lo primero se refiere a nuestra posición y lo segundo a nuestro estado.
Salvación
En Hechos 16:31 se nos dice que hay que “creer” en el Señor Jesucristo para ser “salvo,” pero en Filipenses 2:12 nos habla de “ocuparse [operar, efectuar]” nuestra “salvación.” ¿Debemos creer para obtener la salvación o debemos trabajar para obtenerla? Una vez más, la respuesta está en la comprensión de que una se aplica a nuestra posición y la otra a nuestro estado.
Purificación
En Hebreos 1:3 y 9:14 dice que los creyentes son purificados por la fe en la obra consumada de Cristo, pero en 2 Timoteo 2:21, debemos purificarnos a nosotros mismos. Una vez más, tenemos la diferencia entre posición y estado.
Muerto Con Cristo
Romanos 6:2 dice que los creyentes están “muertos,” pero en Romanos 8:13 y Colosenses 3:5 se nos dice que los creyentes deben “mortificar” las obras de la carne. Nuevamente, esto sólo puede ser entendido por el conocimiento de la diferencia entre posición y estado.
Una persona quedará totalmente confundida al tratar de entender estos y muchos otros tópicos bíblicos, que podrían incluirse aquí, si no sabe la diferencia entre posición y estado.
Postreros Días:
Esta expresión es usada en el Nuevo Testamento para describir dos tratos completamente diferentes de Dios para con los hombres. Estudiantes de la Biblia que no comprenden los caminos dispensacionales de Dios con Israel y la Iglesia se encontrarán en un dilema a la hora de interpretar el significado de “los postreros días.” Por ejemplo, la Escritura indica que Dios ha visitado a Su pueblo terrenal Israel en los “postreros días” en la persona de Su Hijo (Hebreos 1:2) y en los “postrimeros tiempos” Cristo murió y resucitó de entre los muertos (1 Pedro 1:20-21). La Escritura también indica que Israel será atacado por el Rey del Norte (Daniel 8:19, 8:23, 11:40-43) y será restaurado y traído a una relación con el Señor en los “postreros tiempos” (Miqueas 4:1-2; Daniel 12:1-4; Isaías 2:2-4). Algunas de estas cosas acontecieron hace 2000 años y algunas están aún por acontecer. La pregunta obvia es: “¿Cómo pueden estas cosas todas acontecer en los postreros días?”
Personas han presentado todo tipo de ideas intentado explicar esto. Sin embargo, cuando entendemos que el llamamiento de la Iglesia por el evangelio es algo interpuesto, o sea un paréntesis en los caminos de Dios con Israel, el problema se soluciona. Sacando fuera del cuadro el tiempo de la jornada de la Iglesia en la tierra (que ha sido de casi 2000 años), vemos que los tratos de Dios con Israel van directos desde el tiempo de la muerte y resurrección del Señor hasta la 70ª semana de Daniel (Daniel 9:27), que son los últimos siete años de su historia antes de que Cristo aparezca y restaure a Israel y establezca Su reino milenario. En ese sentido, la muerte de Cristo, así como los eventos proféticos relativos al ataque a Israel y la restauración final de la nación están realmente todos en los postreros días de Israel.
Entre la muerte de Cristo y la restauración de Israel (el intervalo actual), Dios ha dirigido Su atención a llamar a la Iglesia por medio del evangelio de Su gracia (Hechos 15:14). La Iglesia permanecerá en la tierra en una posición de testimonio hasta que el Señor venga a llevársela a casa, al cielo, en el Arrebatamiento. Ella también tiene sus “postreros días” de testimonio en la tierra. Los apóstoles Pablo, Pedro y Juan, así como Judas, el hermano del Señor, todos hablan de esto (1 Timoteo 4:1; 2 Timoteo 3:1; 2 Pedro 3:3; 1 Juan 2:18; Judas 18). Estamos en estos postreros días ahora, pero no estamos en los postreros días de Israel; estas, pues, son dos relaciones distintas de Dios que no deben ser confundidas.
Predestinación:
Esto tiene que ver con la soberanía de Dios en pre-organizar el destino de aquellos a quienes Él escogió para bendición (Romanos 8:29; Efesios 1:5 – “nos marcó de antemano” – traducción J. N. Darby). La elección está íntimamente relacionada con la predestinación, pero no son la misma cosa. La diferencia es:
•  “Elección” tiene que ver con personas siendo seleccionadas (Romanos 11:5, 11:7, 11:28; 1 Tesalonicenses 1:4; 2 Pedro 1:10).
•  “Predestinación” tiene que ver con el lugar (el destino) para el cual esas personas han sido seleccionadas (Romanos 8:29-30; Efesios 1:5, 1:11).
La Biblia enseña que Dios ha predestinado al justo para bendición, pero no hay ninguna Escritura que declare que Él predestinó a personas para una eternidad perdida. Dios ama a todos los hombres, “no queriendo que ninguno perezca” (2 Pedro 3:9; 1 Timoteo 2:4). Romanos 9:22 habla de los hombres siendo “vasos de ira preparados para muerte,” pero Dios no los preparó como tales; ellos se preparan a sí mismos por su propia incredulidad.
Presciencia:
Este es un atributo de la deidad que se refiere a la habilidad de Dios de conocer todas las cosas antes de que sucedan (Isaías 41:2-4; Hechos 2:23, 15:18; Romanos 8:29, 11:2; 1 Pedro 1:2). Es diferente de la providencia divina, que es el poder de Dios para guiar y dirigir todas las cosas en la tierra según Su voluntad (Efesios 1:11; Proverbios 21:1). Con la presciencia y la providencia, Dios predice el futuro, pues Él controla la historia mundial.
Primer Hombre:
Este término denota lo que es natural y terreno en la raza humana (1 Corintios 15:47). La Escritura nunca nos dice que el “primer hombre” es corrupto o pecaminoso, porque lo que es intrínsecamente natural al hombre no es malo, pues fue Dios que lo creó. Por esta razón, no es dicho que el “primer hombre” fue “crucificado” con Cristo, como es el caso del “viejo hombre” (Romanos 6:6).
La creación del hombre, según el primer orden, tiene muchas características de Dios mismo, pues fue creado a Su “imagen” y conforme a Su “semejanza” (Génesis 1:26). Por ejemplo, el hombre tiene una personalidad definida con preferencias y aversiones. Él también tiene sentimientos y poder de razonamiento, entre otras características. Estas cualidades naturales no son malas, pero son parte de la composición de un ser humano. Dios no trae esto a juicio, porque salió de Su propia mano en la creación. Es lo mismo con nuestros cuerpos; ellos nunca son considerados malos. (En la traducción inglesa King James se traduce Filipenses 3:21 Como “nuestro vil cuerpo” pero esta no es la mejor traducción, pues lo que Dios creó no es vil, en el sentido moderno de la palabra. [Es traducido “cuerpo de nuestra bajeza” en la versión Reina-Valera Antigua]. Si nuestros cuerpos fueran viles en ese sentido, nosotros nunca seríamos intimados a presentarlos a Dios como un sacrificio vivo, como es afirmado en Romanos 12:1. “El cuerpo del pecado,” mencionado en Romanos 6:6, no está hablando de nuestros cuerpos físicos, sino de la totalidad del pecado como un sistema. Nosotros usamos la palabra “cuerpo” de forma semejante en otros tópicos. Por ejemplo, decimos, “el cuerpo de bomberos,” o “el cuerpo médico,” etcétera.)
Aunque lo que es natural en el “primer hombre” no se dice que está bajo el juicio de Dios, todo el orden humano fue reemplazado por otro orden humano bajo Cristo, el cual es superior. Esta es la fuerza de la palabra “luego” en 1 Corintios 15:46. Por eso el primer hombre fue puesto de lado y sustituido por el nuevo orden humano bajo Cristo. Los cristianos son parte de esa nueva raza de creación ahora (2 Corintios 5:17; Efesios 2:10) y están esperando el tener físicamente la imagen del “segundo hombre,” cuando fueren glorificados (1 Corintios 15:47-49).
El término “primer hombre” es frecuentemente usado de forma alterna con el término “viejo hombre,” pero como hemos observado, estos términos no son sinónimos. El apóstol Pablo utiliza estos términos para definir dos aspectos diferentes de la raza humana bajo Adán. El “viejo hombre” denota el estado corrupto de la raza caída, mientras que el “primer hombre” denota lo que es natural y terreno en la raza. El primer hombre fue substituido, pero el viejo hombre ha sido juzgado. (Véase Viejo Hombre)
Primogénito:
Este término se utiliza en la Escritura de dos maneras:
•  Para indicar a aquellos que nacen primero en una familia—o sea, el orden de nacimiento.
•  Para indicar a aquellos que están en primer rango y posición, teniendo un lugar de preeminencia entre otros.
Algunos ejemplos de las dos maneras en que el término se utiliza en el Antiguo Testamento son:
Los Hijos de Isaac:
Esaú nació primero (Génesis 27:19), pero Jacob (Israel) recibió el lugar de preeminencia como “primogénito” (Éxodo 4:22).
Los Hijos de Jacob:
Rubén nació primero (Génesis 46:8), pero Judá fue escogido para tener el linaje real (Génesis 49:8; 1 Crónicas 5:1-2).
Los Hijos de José:
Manasés nació primero (Génesis 41:51, 48:14), pero a Efraín le fue dado el lugar de ser primero como “primogénito” (Jeremías 31:9).
Los Hijos de Isaí:
Eliab nació primero (1 Crónicas 2:13-15), pero a David fue dado el lugar de preeminencia como “primogénito” (Salmo 89:27).
El Señor Jesucristo:
Él nació primero en la familia de José y de María (Mateo 1:25; Lucas 2:7) y Él también se encuentra en el primer lugar, en cuanto a rango y posición, en todo aquello que está conectado con el propósito de Dios (Romanos 8:29; Colosenses 1:15, 1:18; Hebreos 1:6; Apocalipsis 1:5). Así, Él es “Primogénito” en ambos sentidos.
Colosenses 1:15 dice que Él es “el Primogénito de toda criatura.” Siendo el Creador del universo (Juan 1:3 y otros pasajes), cuando Él vino al mundo (Su encarnación), no podría tener otro lugar que el de Cabeza de Su propia creación. Siendo el Primogénito de todas Sus criaturas, a Él se Le distingue como teniendo un lugar superior a ellas. Colosenses 1:18 indica que el Señor es Primogénito de otra manera. Cuando Él se levantó “de [entre] los muertos,” Él se convirtió en el “Primogénito” de toda una nueva raza de hombres (Romanos 8:29 – “muchos hermanos”). Puesto que son de la misma “especie” que Él en nueva creación (comparar con Génesis 1:24), ellos son perfectamente adecuados para ser Sus eternos compañeros y así Él “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:11). Como “el Primogénito de [entre] los muertos,” el Señor Jesús es el Redentor triunfante que ahora tiene el derecho de recibir la alabanza y adoración de los santos (Apocalipsis 1:5-6). Apocalipsis 1:5 indica que el Señor como “Primogénito” tiene el título y el derecho de tomar la herencia (todo lo creado) y reinar sobre ella, lo que Él hará en Su Aparición (Apocalipsis 1:7).
Como “Primogénito,” el Señor tiene muchos hermanos debajo de Él en Su nueva creación (Romanos 8:29), pero como el “Unigénito,” Él no tiene hermanos conectados Consigo porque ese término indica la esencia divina, la cual ninguna criatura puede tener o alcanzar nunca. (Véase Unigénito).
La Iglesia de Dios:
El término “primogénito” también se aplica a los cristianos. En los manuscritos griegos se encuentra en plural y es traducido “primogénitos” para indicar esto (Hebreos 12:23). Esto muestra que aquellos que fueron llamados por el evangelio hoy en día, y por lo tanto forman parte de la Iglesia de Dios, fueron colocados en una posición especial y favorecida entre todas las criaturas bendecidas en la familia de Dios (Efesios 3:15). Ellos tienen una posición superior en la familia de Dios—incluso por encima de los ángeles—¡con bendiciones superiores que corresponden con su posición privilegiada! No es que sean mejores que otros en la familia, sino porque Dios se propuso mostrar “la gloria de Su gracia” por medio de ellos (Efesios 1:6). Él tomó a los más bajos de los hombres y por medio de la gracia los colocó en el lugar más alto posible de bendición. (Ver Adopción).
Profecía:
Hay dos tipos de profecía mencionadas en el Nuevo Testamento:
•  Profecía que predice eventos futuros y también transmite revelaciones de Dios a los santos (Hechos 11:28, 21:10-11).
•  Profecía que dice la mente de Dios teniendo como fuente la Palabra de Dios de tal manera que resulta en la “edificación, y exhortación, y consolación” de los santos (1 Corintios 14:1, 14:3).
El primero de estos se encontraba en los primeros días de la Iglesia, pero cuando las Escrituras del Nuevo Testamento fueron completadas, este aspecto de la profecía no siguió. La Iglesia fue edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas” (Efesios 2:20, 3:5). Una vez que el fundamento fue establecido, estos dos dones fundacionales no fueron más dados a la Iglesia por Cristo. Sin embargo, todavía tenemos el ministerio fundamental de estos dones en sus escritos inspirados en el Nuevo Testamento. El segundo tipo de profecía todavía se encuentra en función hoy.
Propiciación (Véase Expiación)
Propósito Eterno:
Esto se refiere al gran esquema de Dios para desplegar la gloria de Cristo en el mundo en dos esferas (en el cielo y la tierra) por medio de un vaso de testimonio especialmente formado—la Iglesia, el cuerpo y la novia de Cristo (Efesios 3:11).
Muchos creen que el objetivo principal de los tratos de Dios en la tierra es la salvación y la bendición del hombre. Por eso, piensan que Juan 3:16 es el verso clave de la Biblia. Sin embargo, las Escrituras indican que el gran propósito de Dios tiene que ver con algo mucho más elevado que la bendición del hombre. Envuelve el despliegue de la gloria de Cristo por medio de la Iglesia en la consumación de los siglos (2 Tesalonicenses 1:10; Apocalipsis 21:9-22:5). Por lo tanto, Efesios 1:10 es un verso más apropiado para encapsular el más alto propósito de Dios en este mundo. Dios ama a todos los hombres y está salvando a muchos por Su gracia, pero, a pesar de lo grande que es la obra de salvación, esta viene como consecuencia de Dios obrar hacia Su objetivo final que es desplegar la gloria de Su gracia en Cristo en el día futuro (Juan 17:22-23).
Propósito y Consejo de Dios:
J. N. Darby dijo: “El propósito y la intención de Su voluntad, es el consejo y la sabiduría que Él emplea para realizarlo” (The Christian Friend, vol. 9 [1882], p. 215). W. Scott dijo que el propósito “se refiere al hecho bendito de que Dios en Sí mismo, en el ejercicio de Su propia voluntad divina y soberana, ha ideado un sistema de gobierno y gloria para ser exhibido en los próximos siglos.” Él también dijo que “el consejo es un término que indica la forma, los medios y el método para realizar ese propósito” (Doctrinal Summaries, p. 46; Truth For The Last Days, vol. 2, p. 166). G. Davison dijo: “El término ‘consejo eterno’ nunca es mencionado en la Escritura, sino ‘la determinación eterna’ [Efesios 3:11]... Determinación requiere consejo y de eso provienen los caminos de Dios. Aún no he encontrado una Escritura conectando propósito con los caminos de Dios, pero tenemos al menos dos conectando Sus caminos con Su consejo [Hechos 2:23; Efesios 1:11]... Propósito es el objetivo que Dios tiene delante de Sí; las Personas divinas tomaron consejo en cuanto a cómo debería ser asegurado el propósito; y los caminos de Dios están trayendo todo a efecto” (Precious Things, vol. 4, p. 212).
Reconciliación:
Esto se refiere a la obra de Dios trayendo de vuelta a la unidad, la paz y la comunión, de aquello que se había apartado de Él. Envuelve tanto a personas (creyentes) como a cosas (Colosenses 1:20-22). El fundamento para la reconciliación descansa en lo que Cristo realizó en la cruz en Su muerte y en el derramamiento de Su sangre. Esto es mencionado por el apóstol Pedro, que dijo: “Cristo en verdad ha padecido una vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18 – traducción J. N. Darby). Hay tres cosas indicadas en este verso:
•  “Ha padecido una vez por los pecados”—Esta es la propiciación.
•  “El Justo por los injustos”—Esta es la sustitución.
•  “Para llevarnos a Dios”—Esta es la reconciliación.
Nótese que Pedro coloca la propiciación y la sustitución (las dos partes de la expiación) antes de la reconciliación. Esto nos muestra que las demandas de la justicia divina en relación con el pecado tuvieron que ser resueltas primero antes de que Dios pudiese llegar a los hombres con bendición. Esto fue hecho en la propiciación (Romanos 3:25; Hebreos 2:17; 1 Juan 2:2, 4:10), que es el lado de Dios en la obra de Cristo en la cruz. Él satisfizo totalmente a Dios con relación a toda la epidemia del pecado, y así ha hecho que “todo el mundo” sea salvable (1 Juan 2:2). La sustitución, que es el lado del creyente de la obra de Cristo en la cruz, tiene que ver con lo que Cristo hizo en la cruz para los creyentes, llevando los pecados de ellos sobre Sí mismo y soportando el juicio en lugar de ellos (1 Pedro 2:24). Por haber resuelto el asunto del pecado en la cruz, Dios ahora puede tender la mano al hombre y reconciliar a los creyentes Consigo mismo en una base justa.
Como se ha mencionado, hay dos cosas envueltas en la obra de reconciliación de Dios:
•  La reconciliación de personas.
•  La reconciliación de cosas.
1) Reconciliación de Personas
El caos que el pecado causó en la caída del hombre fue mucho más devastador de lo que podríamos imaginar. No sólo deshonró a Dios y arruinó Su hermosa creación, sino que también trajo daño para el hombre y su posteridad—espiritualmente (en su espíritu y alma) y físicamente (en su cuerpo). Uno de los tristes resultados de la entrada del pecado en este mundo es que existen relaciones distanciadas entre los hombres y Dios. Sentimientos y pensamientos errados ahora dominan el corazón y la mente del hombre con relación a Dios (Colosenses 1:21). Por el pecado, los hombres, en su estado caído, se convirtieron en “aborrecedores de Dios” (Romanos 1:30) y, por lo tanto, tienen gran “enemistad contra Dios” (Romanos 8:7). Por eso, los hombres son “extraños y enemigos” de Dios (Colosenses 1:21). Esta condición de enemistad es toda del lado del hombre; fue el hombre quien pecó y se alejó de Dios. En su alejamiento, él desarrolló malos sentimientos y odio contra Dios.
Aunque el corazón del hombre en relación con Dios se haya corrompido, la disposición de Dios con relación al hombre no ha cambiado. Él todavía está dispuesto a favor de Sus criaturas, pues Él es el Dios inmutable (Malaquías 3:6). Esto puede verse en el hecho de que “Dios encarece su caridad para con nosotros, porque siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Así, en su confundido estado de pensamiento, el hombre ve a Dios como enemigo—pero Él no es para nada un enemigo. En verdad, Dios está buscando el bien y la bendición del hombre. Un cambio de corazón es desesperadamente necesario en el hombre, pero no en Dios, porque Él siempre ha amado al hombre. Por lo tanto, no es Dios quien precisa ser reconciliado hacia el hombre, sino el hombre hacia Dios. Si dijésemos que Dios necesita ser reconciliado, esto negaría Su “amor eterno” por el hombre (Jeremías 31:3; Juan 3:16). A veces, cuando las personas son movidas a ver su necesidad de ser salvas, piensan equivocadamente que, puesto que han pecado y se han alejado de Dios, tienen que hacer algo para tornar el corazón de Dios hacia ellas. Algunas piensan que necesitan derramar lágrimas, mientras que otras piensan que necesitan limpiar sus vidas y tornarse religiosos. Pero una vez más, esto demuestra un malentendido en cuanto al corazón de Dios. La verdad es que Su corazón siempre fue para con el hombre, y desde el día en que el pecado entró en la creación, Dios ha estado buscando la liberación y bendición del hombre.
Siendo este el caso, la Escritura no presenta la reconciliación como la conocemos hoy en el sentido moderno de la palabra. O sea, como teniendo que ver con dos partes que habían sido distanciadas, siendo aproximadas la una a la otra con cierto grado de compromiso, de modo que las relaciones entre ellas puedan volver a estar como estaban en el pasado. La reconciliación bíblica siempre trata el asunto como el hombre siendo traído de vuelta a Dios. Por lo tanto, cuando dice en algunas traducciones que somos reconciliados con Dios, más bien debería decir que somos reconciliados “a” Dios como en la traducción J. N. Darby (Romanos 5:10; 2 Corintios 5:20; Efesios 2:16; Colosenses 1:20). “Nosotros” recibimos “la reconciliación”—Dios no la recibe (Romanos 5:11; Colosenses 1:21). (Mateo 5:24 dice “vuelve primero en amistad con tu hermano” en el sentido de dos partes que se juntan. Pero “volver en amistad” es una frase diferente en el griego que la palabra traducida “reconciliación” en algunas versiones, y no es en conexión con las bendiciones del evangelio que estamos considerando.)
Existen cuatro pasajes principales en el Nuevo Testamento donde la reconciliación de personas es considerada—cada una ve el asunto desde un aspecto diferente:
•  Colosenses 1:19-22—para el agrado de la Divinidad.
•  Romanos 5:1-11—para el gozo del creyente en Dios.
•  Efesios 2:11-16—considerando la unidad entre los miembros del cuerpo de Cristo.
•  2 Corintios 5:19-21—como testimonio con relación al mundo.
Reconciliación para el Agrado de la Divinidad (Colosenses 1:19-22)—Este pasaje presenta la reconciliación desde la perspectiva de Dios; enfatiza lo que la reconciliación hace para el placer de Dios. Es, por lo tanto, el aspecto más elevado de la reconciliación, pues lo que pertenece a Dios siempre debe venir primero. Tiene que ver con Su obra de traer Sus criaturas y Su creación a un lugar donde Él puede deleitarse en ellos. El Espíritu de Dios dice “reconciliar todas las cosas á Sí” lo cual incluye “toda la plenitud de la Divinidad” (compare Colosenses 1:19 con Colosenses 2:9). Enfatiza el hecho de que las tres personas de la Deidad están profundamente interesadas en la bendición del hombre y están envueltas en su reconciliación a la comunión feliz Consigo en el terreno de la redención.
Este pasaje muestra que la condición caída del hombre es doble: él ha venido a ser un extraño y un enemigo de Dios (Colosenses 1:21). “Extraño” es lo que los hombres son por naturaleza; “enemigos” es lo que son por la práctica. Como extraño, el hombre ahora está lejos de Dios, moral y espiritualmente, sin relación con su Creador. Esta separación no fue sólo con Adán que pecó, sino también con toda la raza bajo él (Romanos 5:19 primera parte). El corazón del hombre está lleno de odio y enemistad contra Dios. Esta condición existe en cada persona perdida en la raza caída de Adán. Es evidente en la forma profana con la que los hombres utilizan Su santo nombre (Salmo 139:20) y en las “malas obras” que practican (Colosenses 1:21). Estas cosas han contribuido a que el hombre se aleje de Dios; los hombres tienen la sensación de que han hecho mal, y eso los hace alejarse de Aquel a Quien han ofendido.
En Colosenses 1, Pablo muestra que Dios, en gracia, ha superado esta condición doble del hombre caído en la gran obra de la reconciliación. Esto no significa que toda persona en el mundo esté ahora reconciliada, o que todos serán reconciliados, sino que una provisión ha sido hecha para alcanzar y restaurar a cada persona, si ellas estuvieren dispuestas. Él muestra que, para que Dios realizase la reconciliación, Cristo tenía que hacerse Hombre (vs. 19) e ir a la cruz para pagar el precio por el pecado y por los pecados (vs. 20). Así, la encarnación de Cristo trajo a Dios hasta el hombre. Dios ha llegado al hombre en la persona del Señor Jesucristo y Su corazón se ha manifestado plenamente. Sin embargo, la encarnación en sí misma no era suficiente para efectuar la reconciliación; también se requería la obra de Cristo en la cruz. Pablo indica esto al mencionar “la sangre de Su cruz” (vs. 20) y “el cuerpo de Su carne por medio de muerte” (vs. 22). Por lo tanto:
•  La encarnación trajo a Dios al hombre (vs. 19).
•  La muerte y el derramamiento de la sangre de Cristo traen a los hombres (los creyentes) a Dios (vs. 20).
El ser perdonado nos habría satisfecho a nosotros, pero no satisfaría a Dios. Lucas 15 ilustra esta gran verdad. El padre no estaba satisfecho en sólo dar al hijo pródigo los besos de perdón—él lo vistió con el mejor vestido, con un anillo y con zapatos en sus pies, para que sus ojos pudiesen descansar sobre su hijo con complacencia (Lucas 15:20-23). Así, aprendemos de eso, que Dios obra efectuando la reconciliación para que podamos ser encontrados en un estado adecuado delante de Él como “santos, y sin mancha, é irreprensibles” a Sus ojos, para que Él pueda encontrar Su placer en nosotros. Así, la reconciliación no sólo incluye el perdón de los pecados y la justificación, sino que va más allá para traer al creyente “cercano” a Dios en paz (Efesios 2:13). W. Kelly dijo: “La reconciliación, por lo tanto, es un término de rico significado, y va mucho más allá del arrepentimiento o la fe, la vivificación o la justificación” (Notes on the Second Epistle to the Corinthians, p. 114). Esto es el lado de Dios en este gran asunto.
Reconciliación para el Gozo del Creyente en Dios (Romanos 5:10-11)—Este pasaje presenta la reconciliación desde la perspectiva del creyente y muestra lo que Dios ha hecho para satisfacer la condición que este tenía habiéndose alejado de Él. Como “enemigos” de Dios, los hombres tienen enemistad y malos sentimientos hacia Dios. Sus malos sentimientos son producidos por su mala conciencia que los condena como pecadores. Les da una sensación de haber hecho mal, y eso los incomoda en cuanto a tener que encontrarse con Dios. Así, su conciencia obra para mantenerlos a una distancia de Dios.
A pesar de que tal condición prevalezca en la raza humana, Dios ha emprendido a removerla y a traer a los hombres (creyentes) de vuelta a Él. Este quinto capítulo de Romanos muestra que Dios, en gracia, ha dado el primer paso para la reconciliación del hombre. Él tuvo que hacer el primer avance, porque el hombre, dejado a sí mismo, en su condición caída, nunca haría un movimiento en dirección a Dios. Así, Dios mostró Su amor para con el hombre, al ofrecer un sacrificio por el pecado, y esto fue hecho a un gran costo para Sí mismo (Romanos 5:8).
Pablo continúa diciendo cómo es que Dios remueve la enemistad en el corazón de un pecador—es por medio de “la muerte de Su Hijo” (vs. 10). En este pasaje, el apóstol enfatiza el gran amor de Dios por el hombre. ¡Este es tan grande que Él quiso dar aún a Su propio Hijo para traer a los hombres a Sí mismo! Nótese que no se dice la muerte “de Cristo”, sino la muerte de “Su Hijo.” Esto enfatiza el afecto que existía en Su relación con Su Hijo. Dios tenía un único Hijo, y Él Lo amaba profundamente, ¡pero estaba dispuesto a darle para salvar a los pecadores! Por lo tanto, ¡el costo de este sacrificio para Dios es incalculable!
Cuando este gran hecho—que Dios ha ofrecido a Su muy amado Hijo para traer a los hombres de vuelta a Sí mismo—alcanza el corazón del pecador por el poder del Espíritu, su corazón es profundamente tocado. Entonces, conociendo que la disposición de Dios ha sido para con él todo el tiempo (aunque él haya albergado malos pensamientos para con Dios) es más de lo que su corazón puede soportar. El amor y la compasión de Dios prensan tanto su corazón que la enemistad que una vez habitó allí es totalmente disipada. Todos los malos sentimientos y el odio son removidos prontamente de su alma y “el amor de Dios está derramado” en su corazón por el Espíritu (Romanos 5:5, 5:8). Así, sus pensamientos para con Dios son todos cambiados, y Su Hijo, que se entregó para hacer eso posible, se convierte en la Persona más maravillosa y atrayente para él.
Al recibir a Cristo como Salvador, el corazón del creyente, que estaba una vez lleno de pecado y pensamientos errados para con Dios, está ahora lleno de paz y de amor, de modo que pueda gloriarse “en Dios” (Romanos 5:11). Antes se encontraba incómodo ante la idea de encontrarse con Dios, pero ahora se encuentra cómodo en Su presencia, y en verdad, se deleita en estar allí. En relación con este aspecto de la reconciliación, J. N. Darby observó: “Me siento en casa con Dios. Todos Sus sentimientos de gracia son para conmigo, y yo lo sé, y mi corazón es traído de vuelta a Él.” “Gloriarse en Dios” es la actitud adecuada del creyente. Su corazón se olvida de sí mismo, y se regocija en aquello que él posee en Dios y en Cristo.
En Romanos 5:11, la versión inglesa King James dice que el creyente recibe “la expiación”, pero esto es un error en la traducción; debe leerse “la reconciliación.” En la salvación de hombres y mujeres, Dios recibe la propiciación porque el pecado afrentó Su santidad, pero nosotros recibimos la reconciliación. Así, Pablo dice, “por el cual hemos ahora recibido la reconciliación” (vs. 11). Esto indica que es un hecho consumado; no es algo que estamos esperando recibir cuando el Señor venga.
Reconciliación con Respecto a Judíos y Gentiles en el Cuerpo de Cristo (Efesios 2:11-16)—Este aspecto de la reconciliación tiene que ver con la divergencia que ha existido en la raza humana durante miles de años entre judíos y gentiles. En la gran obra de la reconciliación, los hombres no son sólo reconciliados a Dios, sino también unos con otros en el cuerpo de Cristo.
El tema en la epístola a los Efesios tiene que ver con el gran plan de Dios para mostrar la gloria de Su Hijo en el cielo y en la tierra en el reino milenario venidero, por medio de un vaso de testimonio especialmente formado—la Iglesia, que es el cuerpo y la novia de Cristo. En este segundo capítulo, vemos a Dios salvando a los pecadores de entre los judíos y los gentiles y reuniéndolos en la Iglesia. Su deseo es que ellos puedan ahora habitar juntos en unidad práctica en este mundo antes de que el reino milenario sea establecido, y así dar testimonio al hecho de que son un solo cuerpo en Cristo. El problema es que ha habido una animosidad y preconcepto que data de largo tiempo entre aquellos a quienes Dios escogió para formar parte de esta compañía especial de creyentes. Hacer que los judíos y los gentiles habiten juntos es, humanamente hablando, imposible. A pesar de esto, Pablo muestra que la gran obra de reconciliación de Dios es tal que remueve este obstáculo.
En este pasaje en Efesios 2, Pablo explica cómo es que esto es hecho. Tanto los judíos como los gentiles precisan de reconciliación, no solamente a Dios, sino también uno para con los otros. Los gentiles están “lejos” de Dios (Efesios 2:13) y los judíos también están “lejos” de Dios (Mateo 15:8). Sin embargo, Pablo dice, “Porque Él (Cristo) es nuestra paz, que de ambos (judíos y gentiles) hizo uno.” El aspecto de la “paz” que Pablo menciona aquí es paz racial. Es uno de los tres aspectos de la paz relacionados con la posición del creyente en Cristo—todos los cuales pertenecen a los creyentes en el momento en que son salvos y sellados con el Espíritu (Véase Paz). Dios establece esta paz racial entre aquellos que creen por medio de la “anulación” (y no la “abolición” como es traducido en la versión Reina-Valera) de lo que dio causa a la enemistad entre judíos y gentiles—“la ley de los mandamientos.” La Ley de Moisés no fue abolida; todavía tiene su aplicación para los que están en la carne, mostrándoles que son pecadores (1 Timoteo 1:9-10). Pero para aquellos que creen, y así forman parte de esta nueva compañía celestial (la Iglesia), la ley es “anulada.”
La enemistad ha sido anulada por el hecho de Dios “tomar” a creyentes judíos y gentiles y librarlos de las posiciones anteriores que tenían en la carne (Hechos 15:14, 26:17), convirtiéndolos en miembros del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:12-13). Así, Él ha eliminado la distinción entre judíos y gentiles. Quienes formamos parte de esta nueva compañía no somos ni judíos ni gentiles (Gálatas 3:28; Colosenses 3:11). Para los creyentes, la pared intermedia de separación fue derribada, y Dios hizo de los dos “un nuevo hombre.” El “un nuevo hombre” es Cristo (la Cabeza en el cielo) ligado a los miembros de Su cuerpo en la tierra por la habitación del Espíritu. Por lo tanto, en el nuevo hombre, ya no existe judío, ni existe el gentil, ¡y con ellos, desapareció la enemistad que antes existió!
Reconciliación Anunciada al Mundo (2 Corintios 5:18-22)—Este pasaje muestra que después de que Dios reconcilia a los creyentes Consigo mismo, Él los usa como instrumentos para anunciar la verdad de la reconciliación al mundo. Esto es hecho por la predicación del evangelio. Efesios 2:17 alude a esto. Dice que el Señor “anunció la paz á vosotros que estabais lejos (los gentiles), y á los que estaban cerca (los judíos).” Podríamos preguntarnos, ¿cómo podría el Señor estar predicando en la tierra cuando ha regresado al cielo? Pero este hecho sólo ilustra la gran verdad del “un nuevo hombre.” Cristo está predicando al mundo hoy a través de los miembros de Su cuerpo. (Comparar Hechos 9:4)
Estos versículos en 2 Corintios 5 muestran que Dios estaba trabajando para traer al mundo (o sea a personas) de regreso a Él por el ministerio del Señor Jesús cuando estaba aquí en la tierra. Estos versículos también muestran que esta obra fue transmitida a los apóstoles y a otros trabajadores cristianos en el tiempo de la ausencia de Cristo. Su ministerio era “buscar y ... salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Así, como Pablo dice, “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a Sí.” Él agrega: “No imputándole sus pecados [ofensas].” Esto significa que el Señor no condenó a los pecadores con los cuales interactuó (Juan 3:17, 8:11). Sin embargo, a pesar de todo el amor y la bondad mostrados por medio del ministerio del Señor, todos Le rechazaron, excepto un remanente de creyentes—Su misión para con los pecadores parecía ser en vano (Isaías 49:4).
Ahora que Cristo fue quitado de este mundo a través de la muerte, Pablo dice: Dios “puso en nosotros la palabra de la reconciliación.” El “nosotros” aquí primeramente se refiere a los apóstoles, pero también incluye a otros trabajadores cristianos que actualmente están envueltos en la obra del evangelio. Es llamada “la palabra” de la reconciliación porque tiene que ver con comunicar la verdad del evangelio, y hacemos esto utilizando palabras. Pablo dijo: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” Por eso, somos un pueblo reconciliado en un mundo no reconciliado, anunciando un mensaje de reconciliación. La historia de Mefiboset ilustra (en figura) la verdad de la reconciliación (2 Samuel 9).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Hay un aspecto de la reconciliación de personas que es puramente una cosa exterior; esto no significa que todos los que son reconciliados sean salvos (Romanos 11:15). Este aspecto de la reconciliación tiene que ver con Dios trayendo al mundo gentil a un lugar de proximidad relativa a Sí mismo, en este Día de Gracia. El hecho de que Israel ha rechazado el evangelio y que, por consecuencia, ha sido puesto de lado temporalmente, ha abierto una gran oportunidad para los gentiles hoy—en que el evangelio ha sido enviado por todo el mundo. Así, ha sido llamada reconciliación “provisional” o “dispensacional.” Como se ha mencionado, esto no significa que el mundo entero haya sido salvado y reconciliado en el sentido en el que ya hemos considerado, sino que el privilegio de ser bendecido por creer en el evangelio ha sido extendido a ellos. Por lo tanto, el mundo gentil es visto como estando cercano a Dios en el día de hoy, mientras que Israel es dejado de lado. Es una proximidad relativa a Dios.
2) Reconciliación de Todas las Cosas
La segunda parte de la reconciliación tiene que ver con las cosas creadas. Esto acontecerá en un día venidero en que la Divinidad va a “reconciliar todas las cosas á Sí” (Colosenses 1:20).
En Colosenses 1:16, Pablo dice que “todo fué criado por Él y para Él.” El gran propósito de la creación es, en última instancia, para Dios que la creó (Apocalipsis 4:11). Sin embargo, dado que la creación ha sido manchada por el pecado, para que Dios pueda tener complacencia en ella, tiene que ser libertada de “la servidumbre de corrupción” (Romanos 8:21-23). Sólo entonces podrá ser usada debidamente para el propósito para el cual Dios la creó—para ser el escenario en el cual exhibirá la gloria de Su Hijo.
Toda la creación (cielo y tierra) se ha visto afectada por el pecado y está contaminada. Todo debe ser vuelto a su adecuada relación con Dios. La creación inferior está actualmente sufriendo bajo los efectos del pecado y necesita ser redimida—liberada (Efesios 1:14). A pesar de que la creación no se ha apartado de Dios por su propia voluntad (Romanos 8:20), aun así, ha sido contaminada y necesita ser purificada (Job 15:15, 25:5). En virtud de la sangre de Cristo, Dios puede, y va a efectuar, en el día venidero, la purificación de la creación (Hebreos 9:23). Él va a quitar la creación material de las manos de los hombres pecadores y la libertará para el uso de Dios. En la Aparición de Cristo, Dios libertará a la creación de su esclavitud y entonces comenzará a reconciliar Consigo todas las cosas creadas. Esta obra no terminará hasta que todo rastro de pecado desaparezca en la creación—lo que no se alcanzará hasta que el Estado Eterno comience y todo sea hecho nuevo.
Nótese que, aunque Colosenses 1:20 dice que “todas las cosas” serán reconciliadas, no dice que todas las personas serán reconciliadas. Esto muestra que la voluntad del hombre puede resistir la gracia de Dios. Todos los que no crean “la palabra de la reconciliación” tendrán su fin en una eternidad perdida. No hay ninguna reconciliación para seres infernales—el diablo y sus ángeles, y los hombres incrédulos.
Redención:
Esto significa “comprado de nuevo y liberado.” Es usada en el Nuevo Testamento en aplicación a Israel y también a los cristianos.
En relación con Israel, históricamente, la nación fue redimida o liberada de la esclavitud de Egipto por el poder de Dios por medio de Moisés (Éxodo 6:6, 15:13, etcétera). Pero la redención completa y final de Israel de sus enemigos es todavía futura, cuando el Señor aparezca (Lucas 21:28). En un sentido exterior, la redención de ellos podría haber ocurrido cuando el Señor vino la primera vez (Lucas 1:68, 2:38), pero Él fue rechazado por Su pueblo (Isaías 53:3; Juan 1:11). En consecuencia, la redención de Israel como nación fue postergada para un tiempo futuro (Lucas 24:21). Cuando el Señor aparezca, Él redimirá a un remanente de los judíos y de las diez tribus, y así los libertará de todo poder adverso y hostil que ha operado contra ellos (Isaías 52:9; Oseas 13:14).
Con relación a los cristianos, la redención es vista de cuatro maneras:
1) La Redención de Nuestras Almas
Esto es algo que ocurre de una vez por todas cuando recibimos a Cristo como nuestro Salvador. Somos libertados de la sentencia de juicio que estaba sobre nosotros (Romanos 3:24; Gálatas 3:13, 4:5; Efesios 1:7; Colosenses 1:14; Tito 2:13-14; Hebreos 9:12; 1 Pedro 1:18). Una vez que hemos sido redimidos de esta manera, jamás tenemos que ser redimidos nuevamente.
Este aspecto de la redención tiene en vista la liberación del creyente para que pueda hacer la voluntad de Dios—en adoración y en servicio. Esto es ilustrado típicamente en las palabras del Señor a Faraón por medio de Moisés, “Deja ir á Mi pueblo, para que Me sirvan” (Éxodo 8:1). Como regla general, puesto que la palabra redimir envuelve “liberar,” la redención siempre es presentada en las Escrituras como siendo esto “de” alguna cosa adversa que mantiene a las personas en esclavitud (Éxodo 15:13; Salmo 25:22; Salmo 49:15; Salmo 130:8; Jeremías 15:21; Malaquías 4:10; Romanos 8:23; Gálatas 3:13; Tito 2:14). (En la versión Reina-Valera, Apocalipsis 5:9 dice, “Nos has redimido para Dios...” pero ahí, redimido no es la palabra correcta; debería ser traducido, “Nos has comprado para Dios”).
2) La Redención de Nuestro Tiempo
Este aspecto de la redención es algo que debería persistir durante toda nuestra vida como una cuestión de ejercicio diario. Tiene que ver con liberar “tiempo” (“aprovechar cada oportunidad buena y favorable” – Nota al rodapié de la traducción J. N. Darby en Efesios 5:16) y usarlo para el Señor. Este aspecto de la redención es mencionado dos veces en la Escritura, cada una con una esfera diferente de actividad y servicio cristianos.
•  Debemos liberar tiempo en nuestras vidas para que pueda ser usado en promover comunión y ánimo dentro de la comunidad cristiana (Efesios 5:15-21 – “entre vosotros”).
•  Debemos liberar tiempo y aprovechar las oportunidades para ser utilizados en el evangelio hacia aquellos que están fuera de la comunidad cristiana (Colosenses 4:5 – “para con los extraños”).
Dios colocó esta preciosa provisión—el tiempo—en nuestras manos. Algunos recibirán más, y otros menos. Ha sido dicho que la mayor pérdida de tiempo es gastarla en la satisfacción de intereses egoístas, pero que el mayor uso del tiempo es emplearlo al servicio del Maestro.
3) La Redención de Nuestros Cuerpos
Esto ocurrirá en el Arrebatamiento cuando seremos glorificados como Cristo (Romanos 8:23; 1 Corintios 15:51-57; Efesios 4:30; Filipenses 3:21). En aquel momento, seremos libertados de todos los obstáculos que tocan a nuestros cuerpos físicos. Este aspecto de la redención incluye la erradicación de nuestra naturaleza caída de pecado.
4) La Redención de Nuestra Herencia
Esto ocurrirá en la Aparición de Cristo, cuando los juicios del Señor serán derramados sobre la tierra (Efesios 1:14). La herencia incluye todas las cosas creadas en el cielo y en la tierra. La herencia fue “adquirida [comprada]” por la obra de Cristo en la cruz (Hebreos 2:9—Él gustó la muerte “por todos [todo]” – traducción J. N. Darby), pero ello todavía está en una condición de esclavitud a los efectos del pecado y necesita ser redimida (Romanos 8:20-22).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Muchos confunden ser “comprado” con ser “redimido,” asumiendo que son la misma cosa—pero estos términos no son sinónimos en la Escritura. El Sr. Kelly dijo: “La palabra ‘comprar’ no significa ‘redimir;’ pero estos dos pensamientos han sido tan confundidos en la mente de los cristianos en general, que la diferencia fue completamente ignorada por las dos partes que se oponen la una a la otra como lo han sido durante 1400 años... El hecho notable es que ambas concuerdan en considerar estas dos palabras como equivalentes, al punto de no pensar en discriminarlas; existe una confusión habitual de las dos ideas en ‘compra’ y ‘redención’” (Bible Witness and Review, vol. 2, p. 433). La verdad es que ser redimido incluye ser comprado, pero va más allá de la idea de compra para introducir el hecho de ser libertado. Ser comprado tiene que ver con un cambio de propiedad, mientras que ser redimido tiene que ver con un cambio de condición. Efesios 1:14 prueba que existe una diferencia entre adquisición [compra] y redención. Nos dice que hay algo—la “posesión adquirida” (que es la herencia)—que ha sido comprada, pero aún no ha sido redimida. ¿Qué podría esto significar, si ambos términos fueran sinónimos? Todos los hombres y todas las cosas fueron compradas por Cristo, y, por lo tanto, Le pertenecen (Mateo 13:44; Hebreos 2:9), pero solamente aquellos que reconocen la compra de Cristo por la fe son redimidos. Así, los hombres y mujeres perdidos en este mundo han sido comprados (2 Pedro 2:1) pero no son redimidos.
La siguiente ilustración nos ayuda a entender la diferencia entre comprado y redimido. Supongamos que usted ve a un perro enjaulado cautivo por un amo cruel. Usted muchas veces presencia la escena lamentable de aquel hombre cruel golpeando y maltratando a su perro. Para libertar al perro de tal crueldad, usted se aproxima al amo con una oferta para comprar el animal. El hombre acepta la oferta, y establece su precio y usted paga el valor. Usted compra el perro junto con la jaula y se va. Hasta este punto, el perro ha sido comprado; tiene un nuevo dueño. Ha habido un cambio de propiedad, pero no ha habido un cambio de condición—el perro continúa preso en la jaula. Pero cuando usted llega a la casa y abre la jaula y el perro sale y corre alrededor, ¡entonces hay un cambio de condición—el perro es puesto en libertad! Este es el significado de la redención; no sólo implica compra, sino también liberación. W. Scott dijo: “La redención es una cosa muy diferente de la adquisición [compra]; la primera se refiere a un cambio de estado o condición, mientras que la última sólo indica un cambio de dueño. Usted puede comprar un esclavo, pero esto no implica liberación del estado de esclavitud” (Handbook of the Old Testament, p. 370). (Ver Compra).
Regeneración:
Esta palabra significa un nuevo comienzo en la vida de un creyente—un cambio moral exterior, resultante de ser salvo y sellado con el Espíritu Santo. Este cambio es algo que las personas deberían ver en la vida de cada creyente. W. Scott dijo: “El lavamiento de la regeneración puede ser percibido por los ojos de los hombres, pues es un cambio exterior” (Doctrinal Summaries, p. 28).
El “lavacro de la regeneración” (Tito 3:5) se refiere a la limpieza moral de la vida de un creyente, como resultado de su separación de su antiguo estilo de vida que tuvo antes de la conversión, que era según la carne. Tiene que ver con el pasar de la antigua forma de vida en la que una vez vivió una persona a un nuevo orden de vida que va de acuerdo con el cristianismo. De ahí viene el comentario que muchas veces se oye: “¡Esa persona limpió su vida y ahora anda en buen camino!” Si este cambio viene de una obra verdadera de Dios en la vida de una persona, es el resultado del lavamiento de la regeneración. El “lavacro” envuelto en la regeneración está conectado con lo que significan las aguas del bautismo para el bautizado. La persona es así colocada en un lugar nuevo y limpio en la tierra, en la casa de Dios, en donde debe caminar en santidad como cristiano (Salmo 93:5; Hebreos 12:14; 1 Tesalonicenses 4:7; 1 Pedro 1:16). Pablo le enfatizó a Tito la necesidad de la regeneración entre los creyentes en la isla de Creta, porque había una clara falta de justicia práctica en sus vidas (Tito 1:12).
No obstante, cristianos de todas las escuelas de pensamiento generalmente no entienden el significado de la regeneración. Piensan que, ya que la palabra “regenerar” significa reiniciar algo, se está refiriendo a nacer de nuevo, y, por lo tanto, utilizan estos términos indistintamente. Sin embargo, aunque el nuevo nacimiento y la regeneración se refieren a un nuevo comienzo, son dos comienzos diferentes en la vida de una persona.
•  El nuevo nacimiento (que ocurre primero en la vida de una persona) es un nuevo comienzo interior en el alma, por recibir una nueva vida de Dios. Una evidencia de esto se verá en su búsqueda de Dios.
•  La regeneración es un nuevo comienzo exterior de la vida de un creyente, como consecuencia de ser salvo y sellado con el Espíritu Santo. La evidencia de esto se verá en su visible ruptura de las asociaciones y hábitos profanos que tenía, y su adopción del estilo de vida cristiano.
El Sr. Darby dijo: “La regeneración no es la misma palabra que ‘nacer de nuevo’, ni es usada de esa forma en la Escritura” (nota al rodapié en la traducción J. N. Darby en Tito 3:5). W. Scott dijo: “El nuevo nacimiento no es lo mismo que la regeneración, y este último término sólo ocurre dos veces en el Nuevo Testamento (Tito 3:5; Mateo 19:28). El primer término se refiere a una obra interior; el último a un cambio exterior” (The Young Christian, vol. 2, p. 131). El Sr. Scott también dijo: “[La regeneración] es casi universalmente considerada equivalente al nuevo nacimiento, pero no es así en la Escritura. La regeneración es un estado o condición objetiva, mientras que el nuevo nacimiento es la expresión de un estado interno y subjetivo” (Bible Handbook, Old Testament, p. 372).
El nuevo nacimiento y la regeneración, ambos envuelven lavamiento, lo cual implica limpieza. El “lavacro” envuelto en el nuevo nacimiento es una limpieza interior en el alma por el hecho de recibir una nueva vida limpia de Dios (Juan 13:10 – traducción W. Kelly; 1 Corintios 6:11), mientras que el “lavacro” en la regeneración es una limpieza exterior en la vida de la persona en un sentido práctico (Tito 3:5 – nota al rodapié de la traducción J. N. Darby). El primero es efectuado por la “vivificación” del Espíritu Santo (Juan 6:63). El último es efectuado por la “renovación” del Espíritu Santo (Tito 3:5). El efecto práctico de la regeneración puede ser ilustrado por el ejemplo dado en el bautismo de un nuevo creyente. Este deja sus pertenencias (sus cigarrillos, su frasco de licor, revistas mundanas, etcétera) a la orilla del agua y entra en el agua. Después de ser bautizado y salir del agua, él prosigue su camino con los otros cristianos que asistieron al bautismo. Pero alguien le llama y le dice: “Juan, olvidó sus cosas.” Él responde: “déjelas allí; pertenecen al viejo Juan.” Este debe ser el efecto práctico del lavamiento mencionado en la regeneración; hay una separación (y por lo tanto una limpieza) del estilo de vida antiguo. Significa un nuevo comienzo en la vida de un creyente que debe ser observable por todos.
Para complicar aún más los malentendidos que surgen de suponer que la regeneración es lo mismo que el nuevo nacimiento, muchos cristianos tienen la idea de que la regeneración es una obra milagrosa de Dios en renovar o rehacer la naturaleza de una persona cuando cree el evangelio. Piensan que es una infusión de nueva vida en la naturaleza antigua de una persona, tornándola nueva. Partiendo de esta idea errónea, la mayoría de los teólogos de la Reforma, y muchos predicadores evangélicos también, enseñan que los cristianos no tienen dos naturalezas, ¡sino una naturaleza que ha sido regenerada! Esto hace que el nuevo nacimiento y la regeneración no sean nada más que una rehabilitación de la carne. La verdad es que la vieja naturaleza no es capaz de ser mejorada, y, por lo tanto, no puede ser rehabilitada. La Escritura dice: “La intención de la carne ... no se sujeta á la ley de Dios, ni tampoco puede” (Romanos 8:7). La carne simplemente no puede ser sujeta a Dios. El Señor enseñó esto a Nicodemo. Él le dijo, “Lo que es nacido de la carne, carne es” (Juan 3:6). Es decir, los hombres pueden aplicar muchas cosas a la carne en un esfuerzo para mejorarla—la influencia de la cultura, la educación, la religión, etcétera—pero el resultado final es que nada cambia moralmente. La carne sigue siendo carne. Y es eso por lo que el Señor le dijo: “Os es necesario nacer otra vez.” Es decir, los hombres necesitan una vida enteramente nueva y de una naturaleza separada y distinta de la vieja naturaleza que les fue impartida (Juan 3:7).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Mateo 19:28 habla también de “regeneración,” pero de una manera ligeramente diferente. Se refiere al nuevo orden moral exterior de la vida que permeará el mundo venidero—el Milenio (Salmo 72:8; Zacarías 14:9). Los hombres en aquel día se verán forzados a vivir conforme a los principios justos por miedo a la muerte (Isaías 32:1; Salmo 101:7-8; Zacarías 5:1-4).
Reino, el:
Este término tiene que ver con la esfera de autoridad del Señor en relación con los hombres en la tierra de varias maneras. Hay al menos diez expresiones diferentes en la Escritura con respecto al reino, plasmando sus diferentes aspectos. No es que existan diez reinos, sino diez aspectos o caracteres distintivos de un único reino (Precious Things, vol. 3, p. 272):
1) El Reino de Dios:
Este término (mencionado más de 70 veces en la Escritura) tiene que ver con el estado moral que Dios forma en los súbditos del reino. Es decir, cuando este término es usado, está enfatizando el orden moral que debe ser encontrado en los caminos y conductas de aquellos que están en el reino. En Romanos 14:17, el apóstol Pablo define este aspecto del reino no como siendo rituales y ceremonias religiosas exteriores (“comida ni bebida”), sino como características molares (“justicia y paz y gozo por el Espíritu Santo”) que Dios produce en Su pueblo.
Esto es visto en la respuesta que el Señor dio a los que estaban esperando el establecimiento del reino de Dios. La gente pensaba que vendría con una manifestación exterior de poder político y de bendición material. Sin embargo, el Señor explicó que ya este había llegado y estaba siendo manifestado “entre” ellos, siendo demostrado en Su vida, porque Él ejemplificaba perfectamente las características morales del reino en Sus caminos y conductas (Lucas 17:20-21).
Una persona entra en el reino de Dios por el nuevo nacimiento (Juan 3:5). Recibir una nueva vida y naturaleza de Dios (a través del nuevo nacimiento) permite que una persona viva de acuerdo con el orden moral del reino. Sin ello, una persona no puede exhibir correctamente las características morales del reino de Dios en su vida, ni puede comprenderlas ni apreciarlas cuando son exhibidas en otros (Juan 3:3). Aunque una persona precisa entrar en el reino de forma verdadera por el nuevo nacimiento, es posible que alguien exhiba de forma exterior las características morales del reino de Dios sin ser un verdadero creyente. Lucas 13:18-21 revela esta hipocresía. Una gran exhibición exterior de fe se ha desarrollado entre los hombres en la ausencia del Señor, mezclada con mucha mala doctrina. En el día milenario, el reino será marcado por las características morales que le son propias a sus súbditos.
2) El Reino de los Cielos:
Este es un término que sólo es encontrado en el evangelio de Mateo—ocurriendo 33 veces. Se refiere al reino que fue prometido en las Escrituras del Antiguo Testamento el cual el Mesías de Israel establecería en la tierra, teniendo su sede de gobierno en los cielos (Génesis 49:10; 2 Samuel 7:12-13; Daniel 2:44). No es un reino en los cielos, como comúnmente se piensa, sino, un reino en la tierra con la sede de su gobierno en los cielos (Salmo 103:19). Los profetas de Israel describen este reino como teniendo condiciones utópicas increíbles. (Véase Milenio).
La Escritura indica que, debido al rechazo del Mesías por los judíos, el establecimiento del “reino de los cielos,” con sus bendiciones exteriores, sería postergado (Daniel 9:26; Miqueas 5:2-3; Zacarías 11:4-14). La historia da testimonio de este hecho, pues por casi dos mil años desde que los judíos crucificaron a su Mesías, prácticamente nada se ha materializado para ellos con relación al establecimiento del reino prometido en el Antiguo Testamento.
Dios no ha sido frustrado por este rechazo de Cristo; Él ha ordenado que, mientras tanto, el Señor Jesús establezca “el reino de los cielos” en forma de misterio. Esto puede ser visto a través de todo el evangelio de Mateo. En los capítulos 1-10 de Mateo, el Señor se presentó a la nación como su Mesías. Estos capítulos demuestran que Él tenía todas las credenciales, así como el poder para introducir el reino de acuerdo con la descripción dada por los profetas del Antiguo Testamento. Sin embargo, la gente común (Mateo 11) y los líderes (Mateo 12:24-45; Marcos 3:22) Lo rechazaron. En consecuencia, en los capítulos 12-13 de Mateo, por medio de una serie de acciones simbólicas y enseñanzas, el Señor indicó que cortaría Sus relaciones con la nación (temporalmente) e introduciría el reino con este carácter místico. Así, el reino de los cielos pasaría por una fase mística (Mateo 13:10-17) antes de ser establecido en una manifestación pública en la Aparición de Cristo, de acuerdo con lo prometido por los profetas de Israel. Estas dos fases se pueden distinguir como:
•  El reino en misterio (Mateo 13:11).
•  El reino en manifestación (1 Juan 3:2, nota al rodapié de página en la traducción J. N. Darby).
La parábola en Lucas 19:11-27 indica que el Señor recibió el reino cuando Él ascendió al cielo después de Su muerte y resurrección. En la parábola, El “hombre noble” (Cristo) se fue a “una provincia lejos” (el cielo) para recibir un reino (versículo 12). Así, la fase del misterio del reino de los cielos tuvo su inicio en aquel momento. Estando en forma de misterio en este momento, no parece que haya un reino en sesión. Considerando todas las apariencias exteriores, parecería que Dios no está haciendo nada en este mundo. En la actualidad, está en forma de misterio porque:
•  No tiene un rey visible.
•  No tiene un centro terrenal, geográfico y administrativo.
•  No tiene fronteras territoriales.
•  La mayoría de sus súbditos profesos no respetan la autoridad del rey y viven como si no hubiera rey.
Independientemente de estas particularidades, la fe ve al Rey (el Señor Jesús) hoy en Su trono en Su reino. Como buenos súbditos en el reino, la fe lleva al creyente a vivir de acuerdo a los principios del reino, conforme a lo que fue dado en el Sermón del Monte (Mateo 5-7), hasta el momento en que el reino pase a su fase de manifestación pública.
Una persona entra en el reino en su forma de misterio haciendo profesión de conocer al Señor Jesucristo, pero la manera formal de entrada es a través del bautismo. Así, “el reino de los cielos” es la esfera de la profesión cristiana. Incluye aquellos que son verdaderos creyentes y aquellos que meramente profesan fe en Cristo. Del capítulo 13 al 25 de Mateo, el Señor dio diez similitudes del reino de los cielos en su fase de misterio. Estas similitudes presentan una descripción completa del carácter que el reino tendría en el día de hoy cuando el Rey está ausente. El punto de estas parábolas especiales no es reconciliar la revelación cristiana de la verdad (dada en las epístolas) con lo que es presentado en las similitudes. Cada similitud tiene un punto de destaque prominente que el Señor quiere que entendamos, pero estas no necesariamente incorporan todas las doctrinas del cristianismo en sí mismas. Por ejemplo, Dios es visto como el Rey en vez del Señor Jesús en las similitudes 7a y 9a. También, en la 9a y 10a, los creyentes son vistos como invitados a la boda y no como la novia. La novia en ambas similitudes no es el enfoque de la enseñanza del Señor, y, por lo tanto, no está en la figura. Así, es importante concentrarse en el punto de destaque que el Señor está enfatizando en cada una de ellas, en lugar de tratar de reconciliar la doctrina cristiana con los detalles de cada parábola. Las diez similitudes pueden ser divididas en tres grupos: El primer grupo (de la 1ª a la 3ª) nos dice lo que Satanás está haciendo en el reino. El siguiente grupo (de la 4ª a la 6ª) nos dice lo que el Señor está haciendo en el reino a pesar de la obra de Satanás. El último grupo (de la 7ª a la 10ª) nos dice lo que deberíamos nosotros estar haciendo en el reino como buenos súbditos.
•  Similitud No.1—Satanás está introduciendo a personas malas (“cizaña”) en el reino (Mateo 13:24-30, 13:37-43).
•  Similitud No.2—Satanás está introduciendo a espíritus malos (“aves”) en el reino (Mateo 13:31-32).
•  Similitud No.3—Satanás está introduciendo a doctrinas malas (“levadura”) en el reino (Mateo 13:33).
•  Similitud No.4—El Señor está asegurando individuos (un “tesoro”) para Sí mismo (Mateo 13:44).
•  Similitud No.5—El Señor está llamando a la Iglesia (la “perla”) con un gran costo para Sí mismo (Mateo 13:45-46).
•  Similitud No.6—El Señor está salvando a las almas por el evangelio (la “red”) y colocándolos en asambleas locales (“vasos”) (Mateo 13:47-50).
•  Similitud No.7—Debemos mantener un estado de alma correcto en relación con el Señor y tener un espíritu perdonador hacia nuestros hermanos, temiendo a los tratos gubernamentales de Dios en nuestras vidas (Mateo 18:23-35).
•  Similitud No.8—Debemos servir voluntariamente en la viña del Señor sin competencia, celos o quejas (Mateo 20:1-16).
•  Similitud No.9—Debemos anunciar el evangelio al mundo, a pesar de que el Señor sea rechazado (Mateo 22:1-14).
•  Similitud No.10—Debemos estar esperando el inminente regreso del Señor (Mateo 25:1-13).
Como se ha mencionado, “el reino de los cielos” pasará a su fase de manifestación en la Aparición de Cristo (Daniel 2:31-45, 7:9-28). El reino en este aspecto será introducido por el poder de Dios a través del juicio (Isaías 26:9; Hechos 17:31). Lo primero que el Señor hará será limpiar el reino de los cielos de la mixtura que ha existido en él durante muchos siglos. Aquellos que meramente profesan ser creyentes y aquellos que abandonaron la fe en Dios (apóstatas) serán tomados en juicio por los ángeles (Mateo 13:40-43, 24:40-41; Apocalipsis 19:20). Muchos de ellos han profesado sujeción al Rey, pero no han creído el evangelio de la gracia y de la gloria de Dios.
3) El Reino del Hijo del Hombre:
Cuando el reino de los cielos pase a su plena manifestación en el Milenio, Cristo reinará públicamente como “el Hijo del Hombre” (Mateo 13:41). Habrá dos esferas en el reino—una esfera celestial y una esfera terrenal. La esfera terrenal del reino es llamada el reino del Hijo del Hombre (Mateo 13:41, 16:28, 19:28, 20:21; Lucas 22:30, 23:42; 2 Timoteo 4:1; Hebreos 1:8; Apocalipsis 3:21, 20:4) y será compuesto del remanente de Israel y las naciones gentiles (Zacarías 2:11; Apocalipsis 2:26-27, 21:24).
4) El Reino de Su Padre [de los Justos]:
Este término se refiere a la esfera celestial del reino en el día del reinado público de Cristo en el Milenio (Daniel 7:18, 7:22, 7:27 – traducción J. N. Darby; Mateo 6:10, 13:43, 26:29; 1 Tesalonicenses 2:12; Hebreos 12:28). En Mateo 13:43, el Señor usó la figura del “sol,” que es un orbe celestial, para describir a aquellos en la esfera celestial del reino. Los “justos” que “resplandecerán” no son aquellos que serán dejados en la tierra después que los ángeles hayan tomado a los malvados en juicio, sino aquellos que han sido recogidos en el “alfolí” en el cielo (Mateo 13:30). Esta esfera celestial del reino será compuesta de santos resucitados del Antiguo Testamento (“los espíritus de los justos hechos perfectos”—Hebreos 12:22-23; Mateo 8:11; Lucas 13:28), los que han muerto por debajo de la edad de responsabilidad para rendir cuentas y han sido resucitados (Mateo 18:10), los que forman parte del remanente resucitado de judíos martirizados (Apocalipsis 11:11-12; 14:13; 20:4) y por la Iglesia—los “muertos en Cristo” que serán resucitados y los santos vivos que serán arrebatados (1 Tesalonicenses 4:15-18; Filipenses 3:20-21). Estos santos celestiales reinarán con Cristo sobre la tierra en el día milenario (Hebreos 12:22-23; Apocalipsis 3:21). El tiempo en que los santos celestiales reinarán concluirá al final del Milenio (Apocalipsis 20:4). Apocalipsis 22:5 confirma esto, cuando dice: “Reinarán hasta los siglos de los siglos” (traducción J. N. Darby), esto es, reinarán hasta el Estado Eterno.
5) El Reino de Su Amado Hijo:
(Colosenses 1:13). Este término describe la única regla de vida que prevalece para aquellos que están en el reino ahora, que tienen la posición especial de ser “hijos”—es decir, los cristianos (Romanos 8:14-15; Gálatas 4:5; Efesios 1:5). Ellos son tan cercanos a Dios como el Hijo mismo (Efesios 1:6) y son amados por el Padre como al Hijo mismo (Juan 17:23).
6) El Reino Mundial de Nuestro Señor y de Su Cristo:
(Apocalipsis 11:15 – traducción J. N. Darby). Este término se refiere a la autoridad de Señorío de Cristo siendo establecida sobre el mundo entero por el poder del juicio en Su Aparición. Este aspecto del reino se relaciona con “el día del Señor,” cuando Él afirma públicamente Su poder y autoridad universales sobre todos los hombres (Isaías 2:10-22; Jeremías 46:10; Joel 1:15; Sofonías 2:2-3; Malaquías 4:5; 1 Tesalonicenses 5:2; 2 Tesalonicenses 2:2; 2 Pedro 3:8-10).
7) El Reino de Cristo y de Dios:
(Efesios 5:5). Este aspecto del reino tiene que ver con la exhibición de la gloria de Cristo en el Milenio. Está relacionado con “el día de Cristo,” que enfatiza la manifestación de Su gloria y la manifestación de las recompensas de los santos celestiales (Juan 8:56; 1 Corintios 1:8, 3:13, 5:5; 2 Corintios 1:14; Filipenses 1:6, 1:10, 2:16; 2 Tesalonicenses 1:10).
8) El Reino de Nuestro Padre David:
(Marcos 11:10). Este aspecto del reino ve a Israel como el centro de las operaciones de Dios en la tierra.
9) El Reino Celestial:
(2 Timoteo 4:18). Esto tiene que ver con el destino de los santos celestiales.
10) El Reino Eterno de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo:
(2 Pedro 1:11). Este aspecto del reino enfatiza la longevidad del reino. Literalmente durará hasta el fin del tiempo, sin rival. “Eterno” en este versículo no significa “que durará para siempre”, sino más bien que continuará hasta el fin del tiempo. Es decir, el reino existirá mientras hubiere tiempo pasando—lo que será hasta el fin del Milenio. (El término “para siempre” es utilizado de la misma manera en muchos lugares en el Antiguo Testamento). Así, el reinado de los santos con Cristo, en el gobierno del mundo venidero, continuará “hasta el siglo de los siglos,” es decir, hasta el Estado Eterno (Daniel 7: 18; Apocalipsis 22:5 – traducción J. N. Darby). Cuando el Estado Eterno comience, no habrá ninguna necesidad de reinar ni de controlar los poderes adversos que podrían surgir, como acontece en un reino.
G. Davison dijo: “Este título nos asegura que, una vez que el reino haya sido establecido en poder, nunca más será sucedido por otro, pues durará mientras dure el tiempo. No significa que el reino continuará para siempre en el Estado Eterno, sino que no tendrá sucesor. Los reinos son establecidos para mantener poderes adversos en sujeción, así como para proteger a sus súbditos. De hecho, lo uno es el resultado de lo otro, pero, como no hay poderes adversos en el Estado Eterno, el reino no será necesario. Esto es claro partiendo de 1 Corintios 15:24-26” (Precious Things, vol. 1, Answers to Correspondence – julio/agosto).
Al final del tiempo, el Señor entregará el reino al Padre, para dedicarse a Su novia (1 Corintios 15:24-28). Habiendo recibido el reino de Dios, Él lo entregará a Él con una gloria mayor. Todos los administradores en la historia han fallado en mantener la esfera de autoridad en la que han reinado; ni Adán, ni David, ni Salomón, ni ninguna monarquía gentil lo ha podido hacer. Sin embargo, cuando el Señor reciba el reino, “los enemigos” no habrán sido todos “quitados,” pero cuando Él lo entregue al Padre en el “fin,” todos estarán en completa sujeción a Dios. Esto distingue a Cristo de todos los demás como el mayor Administrador de todos.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Muchos cristianos confunden el reino con la Iglesia y, consecuentemente, utilizan frases como, “El reino de la Iglesia.” Sin embargo, el reino no es sinónimo de la Iglesia por las siguientes razones:
En primer lugar, el reino en misterio se extiende por un período mayor que el tiempo de la Iglesia en la tierra. Es más largo en su duración, teniendo inicio diez días antes de que comenzara la Iglesia, cuando el Señor regresó al cielo (Lucas 19:12; Hechos 1:9-11). Y también continuará en su fase de misterio después de que la Iglesia sea llevada al cielo, al final de la semana 70ª de Daniel, como siete años después del Arrebatamiento. Además, la Iglesia es algo que ha sido concebido en el corazón de Dios desde “antes” de la fundación del mundo (Efesios 1:4), mientras que el reino se dice que es “desde” la fundación del mundo (Mateo 13:35, 25:34).
En segundo lugar, el reino es más amplio que la Iglesia en lo que se refiere a sus súbditos. Como hemos visto, el reino en la actualidad tiene “cizaña” (meramente profesantes) y “trigo” (verdaderos creyentes), mientras que la Iglesia consiste solamente de verdaderos creyentes. Las personas se pueden unir a una denominación llamada iglesia y formar parte de su registro oficial de miembros, pero, si no han sido salvadas por la fe en Cristo, no forman parte de la Iglesia de Dios.
En tercer lugar, Cristo es el Rey en Su reino y nosotros somos Sus siervos, pero en la Escritura nunca se habla de Él como el Rey de la Iglesia. Por el contrario, Él es la Cabeza de la Iglesia y los creyentes son miembros de Su cuerpo (1 Corintios 12:12-13; Colosenses 1:18).
En cuarto lugar, Mateo 16:19 nos dice que a Pedro fueron dadas “las llaves del reino de los cielos,” no las llaves de la Iglesia. Estas llaves son el bautismo y el discipulado. Por estas dos cosas, uno entra en el reino exterior, pero ellas no hacen que alguien sea parte de la Iglesia. La entrada en la Iglesia de Dios es sólo por haber nacido de Dios y ser sellado con el Espíritu Santo (Juan 3:5; Efesios 1:13, 4:4).
Por último, en la comunión de la Iglesia, debemos quitar la levadura excomulgando a la persona o personas en quienes se encuentra (1 Corintios 5:11-13). En el reino de los cielos (en misterio), los malhechores y la levadura no son removidos, sino que se les permite continuar “hasta la siega” (Mateo 13:28-30).
Remanente:
Este término significa “una pequeña porción de pueblo” o “el resto del pueblo.” Es utilizado de algunas maneras diferentes en la Escritura. Puede ser en conexión con la historia de Israel (2 Reyes 19:4, 19:30-31; Isaías 1:9; Esdras 9:8; Nehemías 1:3), o en conexión con los judíos (Apocalipsis 12:17) y las diez tribus de Israel en el día venidero (Isaías 10:20-22, 11:11, 11:16). O, podría ser usado en referencia a los creyentes en el testimonio cristiano hoy (Apocalipsis 2:24 – “los demás [remanente]” – traducción W. Kelly).
En cuanto a Israel en el día venidero, Dios prometió que Él no abandonará a la nación para siempre. La ceguera gubernamental que está sobre sus corazones será retirada, y la bendición de Dios será derramada sobre ellos cuando el Señor aparezca y “en sus alas traerá salvación” (Malaquías 4:2; Romanos 11:25; 2 Corintios 3:14-16). Pero la Escritura no dice que esto aplica a todos los israelitas de nacimiento. Como ha sido mencionado anteriormente, la redención de Israel será realizada solamente en un remanente del pueblo. Romanos 11:26 dice que “todo Israel será salvo” y bendecido de Dios, pero antes, en el capítulo 9:6-8, Pablo explica que “no todos los que son de Israel son Israelitas.” Así, para ser un verdadero israelita, uno no necesita sólo ser del linaje de Abraham, sino también tener la fe de Abraham. Muchos de los descendientes de Abraham son “simiente” de Abraham, pero no son “hijos” de Abraham y, por lo tanto, no son “hijos de Dios.” (Comparar con Romanos 2:28-29). Por lo tanto, cuando Pablo dijo que “todo” Israel sería salvo, él estaba asumiendo que el lector acompañaría la lógica de su discurso en la epístola, sobre este punto. El “todo” en Romanos 11:26, es, por lo tanto, todos los verdaderos israelitas—interior y exteriormente. Esto demuestra la importancia del contexto en la lectura de la Escritura.
Las Escrituras proféticas indican que habrá dos partes en el remanente, o tal vez dos remanentes: un remanente de judíos (las dos tribus) y un remanente de las diez tribus de Israel. Estos serán reunidos en uno cuando el Señor aparezca y restaure la nación, y heredarán el reino juntos (Isaías 11:12-13; Ezequiel 37:15-19, etcétera). Para tener una comprensión de las relaciones de Dios con Israel, el estudiante de la profecía debe distinguir estas dos partes de la nación. Las tres principales diferencias son:
•  Los judíos (las dos tribus) regresarán a su patria en la primera parte de la 70a semana de Daniel (Daniel 9:27) antes de la Gran Tribulación (Isaías 18:1-4), y un remanente se distinguirá entre ellos por tener fe y temor de Dios (Isaías 8:16, 66:2; Salmo 1:1-3). Las diez tribus no regresarán a la tierra hasta después de que termine la Gran Tribulación y el Rey del Norte haya devastado la tierra (Mateo 24:29-31). Aunque la masa de las diez tribus volverá a su patria, sólo un remanente de ellos tendrá fe verdadera, y se le permitirá entrar en la tierra (Ezequiel 11:9-11, 20:34-38; Amos 9:9-10).
•  Los judíos han rechazado a Cristo (Juan 19:15) y recibirán al Anticristo (Juan 5:43), pero las diez tribus no son culpadas de ninguna de las dos. Las diez tribus no estaban en la tierra cuando Cristo vino a los Suyos y los Suyos no Le recibieron (Juan 1:11). Ni tampoco estarán en la tierra cuando el Anticristo se presente y sea recibido por los judíos.
•  El remanente de los judíos confesará el crimen de “homicidio” por la crucifixión de Cristo y también el quebrantamiento de la Ley (Salmo 51:14; Hechos 7:53), pero el remanente de las diez tribus confesará su fracaso por abandonar la Ley y volverse a la idolatría (Isaías 26:13; Oseas 14:8).
Habrá ciertos sabios y entendidos que serán levantados de entre el remanente judío temeroso de Dios, quienes serán iluminados en los caminos de Dios y en Sus tratos con la nación. Ellos serán conocidos como los “Masquilim” (Daniel 12:3; compare también Daniel 11:33). [Nota del traductor: El Morrish Bible Dictionary define Masquil como “una palabra hebrea que ocurre en los títulos de los Salmos 32, 42, 44, 45, 52-55, 74, 78, 88, 89 y 142. La palabra significa ‘instrucción,’ y estos salmos proveen instrucción para el remanente, la cual ellos entenderán. La misma palabra en plural “Masquilim” significa los ‘sabios’ o ‘entendidos.’ Ver Daniel 11:33, 11:35, 12:3, 12:10.”] Estos entendidos actuarán como instructores para los otros, y serán “los que enseñan á justicia la multitud”—Daniel 12:3.
Su entendimiento probablemente será tal que ellos verán al Señor Jesucristo, a Quien la nación crucificó, como el verdadero Mesías de Israel, y animarán a otros a recibirle como tal. El remanente de judíos finalmente hará esto cuando aparezca Cristo y mirarán “á Quien traspasaron” (Zacarias 12:10; Juan 19:37). En aquel tiempo, ellos llorarán en arrepentimiento (Zacarías 12:11-14), y el Señor abrirá un “manantial” para su purificación, después de lo cual ellos serán restaurados a Él (Zacarías 13:1).
El remanente judío fiel consta de dos partes: Una porción preservada que será protegida milagrosamente de los ataques de sus perseguidores y de otros peligros, y entrará en el reino de Cristo en la tierra—el Milenio (Apocalipsis 12:6, 12:13-17; 14:1; Salmo 91). Habrá también una porción martirizada del remanente que Dios permitirá que sea muerta por su testimonio fiel durante los siete años de tribulación (Apocalipsis 6:9-11, 11:2-12, 14:23 primera parte, 15:2-4; Isaías 57:1-2). Estos judíos piadosos serán resucitados al final de la Gran Tribulación y tendrán una mejor porción en el cielo—serán glorificados (Apocalipsis 14:13). Ellos reinarán con Cristo sobre la tierra con los santos del Antiguo Testamento y la Iglesia, en el Milenio (Apocalipsis 20:4; Daniel 7:18, 7:22, 7:27).
Ya que existen estas diferencias de responsabilidad entre los judíos y las diez tribus, el Señor tratará con ellos de forma diferente con vistas a su restauración. El resultado será el mismo en ambos—verdadero arrepentimiento y una restauración completa al Señor, con lo cual, las bendiciones de Su reino serán derramadas sobre ellos. Ellos constituirán la nación de Israel en el Milenio.
La multitud incrédula de los judíos que no son verdaderos hijos de Abraham será destruida por el Rey del Norte y su confederación árabe (Salmo 83:1-8; Salmo 79:1-3; Daniel 2:40-42; Zacarías 13:8-9). La multitud de las diez tribus de los israelitas que no son verdaderos hijos de Abraham retornará a la tierra con ayuda de los ángeles de Dios (Mateo 24:31) y con la ayuda de algunas naciones gentiles que temen a Dios (Isaías 14:1-2, 49:22, 60:9, 66:19-20). Ellos serán traídos al “término” de la tierra de Israel donde el Señor hará que sean zarandeados haciéndolos “pasar bajo de vara,” y así “apartará” a los que no tienen verdadera fe (Ezequiel 11:9-12, 20:34-38). Un “décimo” de ellos (un remanente) será hallado verdadero y los hará entrar “en vínculo de concierto” (Isaías 6:13; Ezequiel 20:37; Jeremías 31:31-34). Ellos subirán a la tierra y serán juntados al resto de las dos tribus (los judíos) y serán “en uno” y “nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos (Ezequiel 37:14-22; Isaías 11:13, 49:18-23). ¡Este será un momento triunfante porque han estado separados por casi 3000 años! La masa de los israelitas que serán separadas de entre las diez tribus será destruida por el propio Señor, cuando Él ruja de Sion para destruir la última confederación bajo Gog en el juicio del Lagar (Apocalipsis 14:17-20; Isaías 63:1-6; Joel 3:13-16). Dos acciones son mencionadas en Apocalipsis 14:19 en relación con el juicio de Israel. La “viña de la tierra” (Israel) es primero “vendimiada [reunida]” (de vuelta a la tierra), y entonces, los apóstatas entre ellos, “echados” en el lagar del juicio de Dios.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Como se ha mencionado, la palabra “remanente” también es usada en relación con el testimonio cristiano (Apocalipsis 2:24 – traducción W. Kelly). Se refiere a aquellos que son verdaderos creyentes en medio de la masa de cristianos meramente profesantes. Hoy en día hay millones de personas en la profesión cristiana, pero la gran mayoría de estos sólo son cristianos nominales (solamente de nombre).
Rescate:
Este término significa el precio que fue pagado para la redención de algo o de alguien (Job 33:24; Salmo 49:7; Proverbios 6:35; Mateo 20:28; 1 Timoteo 2:6). La obra consumada de Cristo en la cruz fue lo que pagó el precio de nuestra redención.
Restitución de Todas las Cosas:
Esta expresión se encuentra en Hechos 3:21 y se refiere a todas las cosas que los profetas de Israel habían profetizado con respecto a la bendición de la nación bajo su Mesías en el mundo venidero. Esto coincide con la declaración del Señor sobre la venida de Elías y la restauración de “todas las cosas” (Mateo 17:11).
La afirmación, “la restauración de todas las cosas,” se ha utilizado erróneamente para apoyar la falsa doctrina del universalismo—la eventual salvación de todas las criaturas de Dios, para que nadie acabe en el Infierno. Sin embargo, Pedro calificó su observación sobre la restitución de todas las cosas, agregando: “que habló Dios por boca de sus santos profetas.” Así, las “todas las cosas” a las cuales se refería eran aquellas cosas que los profetas de Israel habían profetizado—a saber, la restauración de la nación y su bendición bajo su Mesías.
Resurrección:
El hombre es un ser tripartito—teniendo un espíritu, un alma y un cuerpo. La muerte física ocurre cuando el espíritu y el alma se separan del cuerpo (Santiago 2:26). La resurrección, por el contrario, implica la reunión del alma y el espíritu con el cuerpo. La Escritura dice: “Porque así como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22). El “todos” en este pasaje se refiere a todos en la raza humana—independientemente de si son salvos o perdidos. Aunque todos los muertos van a ser resucitados, no todos lo serán al mismo tiempo. De hecho, hay dos resurrecciones: una que envuelve a los “justos” y otra que envuelve a los “injustos” (Juan 5:26-30; Hechos 24:15; Apocalipsis 20:5, 20:12-13). La Escritura indica que estas dos resurrecciones ocurrirán con una diferencia de cerca de mil años. Eso es algo que los santos del Antiguo Testamento no conocían; ellos solamente conocían la resurrección de una manera general (Juan 11:24). El evangelio trajo luz a este asunto y ahora sabemos que hay dos resurrecciones (2 Timoteo 1:10).
La primera resurrección, refiriéndose a los justos, es mencionada como la resurrección “de entre los muertos” en la traducción de J. N. Darby. Así, ella es una cosa selectiva; los muertos justos serán seleccionados de entre los muertos injustos y serán resucitados. Esta resurrección fue enseñada por primera vez por el Señor Jesucristo (Mateo 17:9) y después por los apóstoles (Romanos 6:4; 1 Corintios 15:20; Efesios 1:20; Filipenses 3:11; Colosenses 1:18, etcétera).
La Primera Resurrección Tiene Tres Fases:
•  “Cristo las primicias” (1 Corintios 15:23 primera parte). Esto aconteció cuando el Señor resucitó de entre los muertos (Mateo 28:1-6). El carácter de Su resurrección es una muestra de aquello que acontecerá también para los justos. Por eso, Él es “las primicias” de esta resurrección.
•  “Los que son de Cristo, en Su venida” (1 Corintios 15:23 segunda parte). Esto se refiere a los santos del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento que serán resucitados en el Arrebatamiento (1 Tesalonicenses 4:15-18; Hebreos 11:40).
•  Los judíos y gentiles fieles que murieren durante la semana 70a de Daniel, serán resucitados al final de la Gran Tribulación, completando así la primera resurrección (Apocalipsis 14:13).
Los cristianos generalmente hablan de la resurrección y la inmortalidad como si los santos fueren a recibir cuerpos “nuevos,” pero esto no es bíblicamente correcto. La Escritura no dice que los santos recibirán cuerpos “nuevos,” sino que sus cuerpos serán “transformados” (Job 14:14; 1 Corintios 15:51-52; Filipenses 3:21). Los propios cuerpos en los cuales los santos han vivido serán resucitados, pero en una condición completamente diferente de glorificación (Lucas 14:14; Juan 5:28-29; 1 Corintios 15:51-55; 1 Tesalonicenses 4:15-16, etcétera). 1 Corintios 15:42-44 afirma esto claramente. Dice que el mismo cuerpo que es “sembrado” en la tierra, siendo sepultado, resucitará nuevamente. Obsérvese cómo la palabra “cuerpo” es usada en el pasaje, refiriéndose tanto a la siembra como a la resurrección. Si los santos recibiesen cuerpos “nuevos” cuando el Señor venga, entonces no habría necesidad del Señor resucitar los cuerpos de los santos en los cuales vivieron una vez. Si tomamos esta idea errónea y la avanzamos a su conclusión lógica, realmente niega la resurrección. Para evitar una idea como esta, la Escritura es cuidadosa en nunca decir que recibiremos cuerpos “nuevos.”
La Escritura registra diez casos de personas resucitadas de los muertos, pero estos no forman parte de la primera resurrección (1 Reyes 17:21-22; 2 Reyes 4:32-37, 13:20-21; Mateo 9:24-25, 27:52-53; Lucas 7:14-15; Juan 11:43-44; Hechos 9:40-41, 14:19-20, 20:9-11). Todos estos murieron otra vez. La primera resurrección es una resurrección a un estado de glorificación; aquellos así resucitados nunca morirán otra vez.
La Segunda Resurrección
La segunda resurrección—la de los injustos—ocurrirá al final del Milenio (Apocalipsis 20:5, 20:11-15). Los muertos impíos serán resucitados en aquel momento, y juzgados delante del Gran Trono Blanco y asignados a una eternidad perdida en el lago de fuego.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
La Escritura indica por lo menos doce razones por las cuales Dios resucitó al Señor Jesús de entre los muertos:
•  Para hacer cumplir las Escrituras (1 Corintios 15:3-4).
•  Para probar que el Señor Jesús es el Hijo de Dios (Romanos 1:4).
•  Para colocar un sello de aprobación en la obra consumada del Señor en la cruz (1 Pedro 1:21).
•  Para que el Señor fuese establecido como objeto de fe para la salvación (Romanos 10:9).
•  Para nuestra justificación (Romanos 4:25).
•  Para que el Señor sea la Cabeza de la raza de la nueva creación (Colosenses 1:18).
•  Para que el Señor pudiese llevar a cabo Su intercesión como Sumo Sacerdote (Romanos 8:34; Hebreos 7:25).
•  Para que nosotros pudiésemos llevar fruto para Dios en nuestras vidas (Romanos 7:4).
•  Para que el Señor fuese el Primogénito de los que duermen (1 Corintios 15:20).
•  Para fortalecer la fe de Sus discípulos para poder testificar por Él (Hechos 2:32-36).
•  Para demostrar el poder de Dios al establecer el reino de acuerdo con las promesas del Antiguo Testamento (Efesios 1:19-20).
•  Para dar certeza a todos los hombres respecto al juicio venidero (Hechos 17:31).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
La resurrección también es usada en un sentido nacional. Israel tendrá una resurrección nacional (Isaías 26:19; Ezequiel 37:1-14; Daniel 12:2; Oseas 6:2; Romanos 11:15). La nación de Israel ha sido inexistente durante unos 2000 años, pero cuando el Señor venga (Su Aparición) y restaure la nación, habrá una reaparición pública de la nación. De hecho, se convertirá en la principal nación en la tierra durante el Milenio.
El regreso de unos 5 millones de judíos a su patria desde el 1948 no es esta resurrección nacional. Esto es más bien “la higuera” echando “hojas,” más sin ningún fruto para Dios (Mateo 24:32). Los judíos en la tierra hoy en día no han recibido a Jesucristo como su Mesías, y, por lo tanto, solo existe una profesión exterior de vida espiritual entre ellos, de la cual hablan las hojas de la higuera. No habrá ningún fruto para Dios en Israel hasta que ellos reciban a Cristo como su Mesías (Genesis 49:22; Oseas 14:8). Cuando lo hagan, Él los restaurará y entonces habrá esta resurrección nacional de la cual habla la Escritura.
Retroceso (o Caída):
La Biblia habla de dos tipos de apartamientos de Dios: la apostasía y el retroceso. Ambos son malos, pero la apostasía es infinitamente peor. Un creyente nunca puede apostatar, pero sí puede retroceder si no es cuidadoso en su andar. Si un creyente retrocede, hay un remedio para ello (confesión y arrepentimiento, con lo cual es restaurado al Señor – 1 Juan 1:9), pero si alguien es simplemente profesante, y apostata, no hay ningún remedio (Hebreos 6:4-6). (Ver Apostasía)
Las palabras “retroceso” y “reincidente” no se encuentran en el Nuevo Testamento, pero este triste tipo de abandono de Dios ciertamente es mencionado (Marcos 14:30; Santiago 5:19). Tiene que ver con un creyente volviéndose descuidado en su corazón en cuanto a la comunión con Dios (Proverbios 14:14). Si esto no se juzga, resultará en un caminar incompatible con el Señor. La obra de Cristo como abogado trae al descarriado de vuelta. La restauración del descarriado implica el arrepentimiento y la confesión de sus pecados al Padre (1 Juan 1:9). (Ver Abogacía)
Es importante entender que el retroceso no afecta la posición del creyente delante de Dios; por lo tanto, el descarriado no pierde su salvación. Pero como Proverbios 14:14 indica, el descarriado paga un alto precio por su extravío, al cosechar lo que sembró (Gálatas 6:7-8; Proverbios 13:15). Si dejamos de juzgar el pecado en nuestras vidas, habrá resultados desastrosos:
•  Se rompe el vínculo de comunión con Dios (Romanos 8:13).
•  Adquirimos una mala conciencia que resultará en una falta de confianza en la oración (1 Juan 5:14-15).
•  Perderemos energía espiritual.
•  Perderemos el discernimiento (Oseas 7:8-9).
•  Podemos convertirnos en esclavos de los pecados que permitimos en nuestra vida (1 Corintios 6:12).
•  La mano correctora de Dios será colocada sobre nosotros para hacernos volver (Hebreos 12:6). Tal disciplina podría llegar a tal punto que alguien podría ser llevado prematuramente por la muerte (Eclesiastés 7:17; 1 Corintios 11:31-32; Santiago 5:20; 1 Juan 5:16).
•  Arruinamos nuestro testimonio cristiano ante el mundo (Génesis 19:14).
•  Perderemos una recompensa que el Señor deseaba darnos (1 Corintios 3:13-15; 2 Corintios 5:10; Apocalipsis 3:11).
Sacerdocio de Cristo:
Esta es una de dos funciones que envuelven la obra presente del Señor en las alturas por Su pueblo—Su sacerdocio y Su abogacía. Ambas tienen que ver con la intercesión (Romanos 8:34), pero de maneras diferentes:
•  Su intercesión como Sacerdote tiene que ver con el mantenimiento de Su pueblo en el camino de la fe para que ellos no fallen (Hebreos 7:25).
•  Su intercesión como Abogado entra en operación si ellos fallan en el camino de la fe, y necesitan ser restaurados (Lucas 22:32; 1 Juan 2:1-2).
En cuanto al sacerdocio del Señor, Él intercede para ayudarnos en el camino. El efecto de Su obra intercesora es que somos mantenidos en el camino y, por lo tanto, somos salvados de los peligros espirituales en el camino (Hebreos 7:25). Como nuestro Sumo Sacerdote, Él se compadece de nuestras debilidades y flaquezas, pero no de nuestros pecados (Hebreos 2:17-18, 4:14-16).
Muchos se han preguntado por qué es que alguien en el pueblo del Señor falla, cuando tiene al Señor intercediendo por él para que no falle. Se quedan perplejos porque nuestro fracaso en el camino ciertamente no podría ser debido a una falla en Su gran obra sacerdotal. R. F. Kingscote le escribió al Sr. Darby preguntándole acerca de esto. Él respondió: “La intercesión es un término general, usado aún en cuanto al Espíritu Santo en nosotros (Romanos 8); pero el sacerdocio (en Hebreos) es para con Dios, para hallar misericordia y gracia para ayuda en tiempo de necesidad: la abogacía es para con el Padre para restaurar la comunión cuando hemos pecado. No tenemos el sacerdocio por los pecados en Hebreos porque el adorador, una vez purificado, no tiene más conciencia de pecados. Esto responde a sus tres primeras preguntas, excepto el final de la tercera; ¿Por qué fallamos? Es porque forma parte del gobierno de Dios para que seamos ejercitados en cuanto a nuestra responsabilidad, aunque no sin darnos la gracia suficiente y el poder que se perfecciona en la debilidad. Pero si nos olvidamos de nuestra debilidad y dependencia, también nos olvidaremos de la gracia y estamos camino a una caída. Véase el caso de Pedro; el Señor no pidió que él no fuese zarandeado; Su voluntad era que lo fuera.
El mal no está en la caída, a pesar de lo dolorosa que es, sino en el estado que ella manifiesta. Dios puede permitirla para que podamos aprender esto.” (Letters, vol. 2, p. 274).
Por lo tanto, si nuestro estado es bajo y no estamos escuchando la voz del Señor a ese respecto, Él puede dejar que aprendamos dependencia por medio de un fracaso humillante. Así, en ciertas ocasiones, Él puede dejar de interceder por nosotros en Su forma habitual. En el caso de Pedro, el Señor no oraba para que no cayese, sino para que cuando sucediera, su fe no desfalleciera (Lucas 22:32). Su intercesión condujo a la restauración de Pedro. Así, para sacar provecho de la intercesión sacerdotal del Señor, debemos estar responsablemente ejercitados para “allegarnos á Dios” por medio de Él (Hebreos 7:25), lo que implica expresar dependencia en oración. Si habitualmente olvidamos esto, no podemos esperar ser preservados.
Sacerdocio de los Creyentes:
Hay tres esferas de privilegio y responsabilidad que los cristianos tienen en la casa de Dios—sacerdocio, don y oficio.
En cuanto al sacerdocio de los creyentes, el libro de Apocalipsis nos enseña que todos los cristianos son “sacerdotes para Dios,” y que fueron hechos así por la obra consumada de Cristo en la cruz (Apocalipsis 1:6, 5:10). El apóstol Pedro confirma esto al decir que somos “un sacerdocio santo” que tenemos el privilegio de “ofrecer sacrificios espirituales, agradables á Dios por Jesucristo” (1 Pedro 2:5, 2:9). Puesto que todos somos sacerdotes, la epístola a los hebreos exhorta a los cristianos en general a acercarse a Dios dentro del velo (en el lugar santísimo), y participar de algo que sólo los sacerdotes pueden hacer (Hebreos 10:19-22). Tal exhortación no fue dada a ningún otro sino a aquellos que son sacerdotes. Por otra parte, el hecho de que esta epístola dice que el Señor es “gran sacerdote” implica que los demás sacerdotes están por debajo de Él.
Puesto que la Escritura enseña que todos los cristianos son sacerdotes, y que todos los hermanos tienen un mismo privilegio de ejercer su sacerdocio públicamente en la asamblea, en reuniones para el culto y la oración, tenemos simplemente que esperar en el Espíritu de Dios para llevar a cabo las oraciones y alabanzas de los santos. Si permitimos que Él conduzca la asamblea, en Su legítimo lugar, Él guiará a uno y a otro hermano para expresar audiblemente la adoración y la alabanza como boca de la asamblea. Claro que el ejercicio de las funciones sacerdotales no se limita a la asamblea, sino que puede ser ejercido privadamente también—en cualquier lugar y en cualquier momento.
Salvación:
Este es quizás el término más amplio de todos en el Nuevo Testamento, con una gran variedad de significados y aplicaciones. Tiene que ver con todo tipo de liberación de peligros y juicios que podría haber para el creyente, desde su justificación hasta su glorificación. Ya que existen muchos aspectos y aplicaciones diferentes para la salvación, es igualmente cierto para un creyente decir: “Fui salvado, estoy siendo salvado y seré salvado.”
Ha surgido confusión por los cristianos no distinguir estos aspectos de la salvación y de ahí han resultado ideas erróneas. En la mente de muchos, toda referencia a la salvación en la Escritura se presume que tiene que ver con el aspecto eterno de la salvación del castigo de nuestros pecados. Sin embargo, W. Kelly ha señalado que este aspecto generalmente no es lo que está en vista en la mayoría de los pasajes que hablan de salvación (Lectures on Philippians, p. 43). El estudiante de la Biblia, por lo tanto, debe discernir a cuál aspecto de la salvación se está refiriendo el pasaje que se está leyendo. El contexto normalmente indicará esto. Existen tres categorías principales de salvación:
•  Salvación eterna.
•  Salvación presente.
•  Salvación final.
1) Salvación Eterna
(Hebreos 5:9). Esto es lo que se predica a los pecadores en el evangelio, por el cual ellos creen en el Señor Jesucristo y son salvos del castigo eterno de sus pecados (Hechos 4:12, 16:30-31; Romanos 10:1, 10:9-10, 10:13; 1 Corintios 1:18, 7:16, 15:1-2; Efesios 1:13; Filipenses 1:28; 1 Timoteo 2:4; 2 Timoteo 2:10; Santiago 1:21; 1 Pedro 1:9). A veces es referida como la salvación de nuestras almas y tiene que ver con la paz que el creyente encuentra por descansar en fe en la obra consumada de Cristo, momento en el cual es sellado con el Espíritu Santo. Esta salvación eterna nunca puede perderse. (Véase: Seguridad Eterna del Creyente)
Los cristianos tienden a usar prematuramente el término “salvo” en conexión con la salvación eterna, al referirse a personas que muestran señales de vida divina. El Sr. Kelly dijo: “En verdad, creo que es una gran falla en la actualidad el hacer de la ‘salvación’ una palabra muy común y muy usual. Usted encontrará a muchos evangélicos constantemente diciendo que cuando un hombre se convierte, es salvo, pero probablemente sería bastante prematuro decir tal cosa ... Es imposible decir que toda persona convertida es salva, porque puede todavía estar con dudas y temores—esto es, puede estar hasta cierto grado bajo la ley en su consciencia. Ser ‘salvo’ libera a la persona de toda sensación de condenación—lo trae a Dios consciente de ser libre en Cristo, y no solo ante Dios con un sincero deseo de ser piadoso. Una persona no es convertida hasta que no es traída delante de Dios en cuanto a su consciencia, pero en este estado [siendo convertida solamente], puede sentirse la persona más miserable y desesperada. ¿Nos permite la Escritura llamar a esa persona ‘salva?’ Desde luego que no” (Lectures Introductory to the Study of the Minor Prophets, p. 375-376).
Cornelio es un ejemplo de una persona en este estado. Antes de que Pedro entrara en contacto con él, evidentemente había nacido de Dios, y, por lo tanto, tenía vida divina. Era un hombre temeroso de Dios y devoto; un hombre cuyas oraciones fueron oídas delante de Dios (Hechos 10:2-4). El Señor mostró a Pedro en una visión que Cornelio había sido limpiado (Hechos 10:15, 10:28). ¡Pero en ese momento, claramente no era salvo! Sabemos esto porque Pedro fue enviado para hablarle “palabras” por las cuales él y toda su casa serían “salvos” (Hechos 11:14). Tal persona tiene su destino eterno seguro, porque tiene vida (por medio de la vivificación), pero no es salva, en el sentido en el que Pablo usa la palabra, hasta que descanse por la fe en la obra consumada de Cristo.
2) Salvación Presente
Este aspecto de la salvación tiene que ver con la liberación de circunstancias adversas de la vida por las que pasamos. Puesto que hay muchos peligros en el camino de la fe, los creyentes tienen necesidad de este tipo de salvación práctica.
Existen muchas maneras por las cuales los creyentes son salvados en este sentido práctico:
Salvados por el Bautismo—El juicio gubernamental de Dios está sobre el mundo incrédulo de judíos y gentiles por haberle abandonado, y que actualmente está sintiendo las consecuencias de ello (Gálatas 6:7).
En cuanto a la generación de los judíos que fueron responsables por la muerte de Cristo (Hechos 3:14-15; 1 Tesalonicenses 2:14-15), en los primeros días de la historia de la Iglesia (Hechos 2-7), Dios estaba a punto de contestar la oración del Señor en la cruz y causar una ceguera gubernamental que rodease a la nación culpable (Salmo 69:22-23; Hechos 28:25-27; Romanos 11:25; 2 Corintios 3:14-15). Este juicio no sólo resultaría en ceguera, sino también en la destrucción de la nación por los romanos (Salmo 69:24-26; Mateo 22:7; Lucas 21:5-24). Por otro lado, otra oración del Señor en la cruz pidiendo perdón gubernamental, fue respondida en relación con los que creyeron en Él (Lucas 23:34). Así, la misericordia de Dios estaba siendo extendida a la nación por cierto tiempo antes de que el juicio de Dios cayera sobre ellos. Si el pueblo huía hacia Cristo buscando refugio (Hebreos 6:18-20) y era bautizado (Hechos 2:38-40, 22:16), podría evitar ese juicio gubernamental de ceguera. El bautismo formalmente los desasociaría de aquel terreno culpable sobre el cual la nación se encontraba y los colocaría en el terreno cristiano, donde el visible favor de Dios reposaba. Así, el apóstol Pedro podía decir: “El bautismo ... nos salva” (1 Pedro 3:21). Pedro calificó su comentario para que ninguno entendiese mal, añadiendo en un paréntesis: “(no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia delante de Dios).” En consonancia con esto, en el día de Pentecostés, él predicó a la nación culpable de los judíos: “Sed salvos de esta perversa generación” (Hechos 2:40). Él explicó que ellos podrían recibir esta salvación, arrepintiéndose y siendo bautizados en el nombre de Jesucristo (Hechos 2:38). Esto demuestra que la salvación a la que él se estaba refiriendo era algo gubernamental, así como algo eterno, y que libraría a aquellos que creían del juicio que había sido pronunciado sobre la nación. (Ver El Gobierno de Dios).
En cuanto a los gentiles que también están bajo el juicio gubernamental de Dios por vivir lejos de Dios moral y espiritualmente (Éxodo 34:7 segunda parte), ellos también necesitan ser bautizados y así desvincularse del terreno pagano en que estaban viviendo. Con respecto a los gentiles, el Señor dijo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Marcos 16:15-16). Creer daría a una persona salvación del alma y ser bautizado le daría salvación gubernamental. El bautismo desasociaría a los creyentes gentiles de su posición anterior y los colocaría en terreno cristiano (Hechos 10:47-48).
Salvados por el Poder de la Vida de Cristo en lo Alto—(Romanos 5:10). Esto tiene que ver con ser salvado, en un sentido práctico, en el camino de la fe, de los peligros espirituales dispuestos exteriormente contra nosotros por el enemigo (Satanás) e interiormente por las malas obras de la naturaleza pecaminosa. Andar en un mundo que se opone a Dios y a Sus principios es como andar por un campo minado. Hay peligros espirituales en todas partes y mucho para atraer y excitar nuestra naturaleza pecaminosa (la carne). Dios conoce plenamente esto y está ocupado en salvarnos de esos peligros de manera práctica.
Para efectuar esa salvación práctica, el Señor subió a lo alto para realizar tres cosas para este fin—así, somos “salvos por Su vida.”
•  En primer lugar, el Señor subió a lo alto para enviar el Espíritu (Hechos 2:33) y así nos da el poder de la vida de resurrección, que, cuando es así vivida, neutraliza la actividad interior de la carne (Romanos 8:2).
•  En segundo lugar, Él subió a lo alto para ser el Objeto del corazón del creyente en una esfera completamente fuera del mundo y de la carne (Juan 17:19). En la medida en que nos ocupamos con Él y Sus cosas donde Él se encuentra, el mundo, la carne y el diablo pierden su poder de influencia en nuestras vidas (1 Juan 5:4-5).
•  En tercer lugar, Él subió a lo alto para interceder por nosotros, en nuestro camino en el desierto, como nuestro Sumo Sacerdote. El efecto de Su intercesión es que somos salvados “eternamente [completamente]” de los peligros y dificultades espirituales que han sido colocadas en el camino por el enemigo de nuestra alma. Para obtener los beneficios de la intercesión de Cristo, tenemos que “por Él” acercarnos “a Dios,” lo que se refiere a expresar nuestra dependencia de Dios en la oración (Hebreos 7:25).
Salvados por el Cuidado Providencial de Dios—(Mateo 8:25, 14:30, 24:13; 1 Timoteo 2:15, 4:10, 6:13). Hay también muchos peligros físicos y riesgos que todos los hombres en la tierra enfrentan diariamente. Estos pueden ser accidentes, problemas de todo tipo, enfermedades, la mala voluntad y ataques de quienes se nos oponen, etcétera. Muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de estos peligros que nos rodean, pero las misericordias de Dios son tales que Él trabaja tras bastidores (providencialmente) para salvarnos de esas cosas. En condiciones normales, este aspecto de la salvación o preservación diaria es experimentado por todas las criaturas de Dios, no sólo los cristianos. La Escritura dice, “Esperamos en el Dios viviente, el cual es Salvador [Preservador] de todos los hombres, mayormente de los que creen” (1 Timoteo 4:10 – véase también Salmo 145:15-19 y Hechos 14:17).
Podríamos preguntarnos por qué algunos sufren accidentes y problemas cuando Dios está obrando para preservar a Sus criaturas del peligro. Estas cosas acontecen a los pecadores de vez en cuando porque Dios está intentando llamar su atención y hacer que se vuelvan a Cristo. Pero también acontecen con los creyentes por estar en la escuela de Dios, y Dios usa esos problemas para enseñarles lecciones morales (Salmo 119:65-72). Sus caminos son perfectos; Él no comete errores en las cosas que permite (Salmo 18:30; Romanos 8:28). Pero en condiciones normales, Él preserva misericordiosamente a todos los hombres y especialmente a “los que creen.”
En 1 Timoteo 2:15, Pablo indica que, si los cristianos continúan en el camino de la fe en “caridad y santidad,” ellos pueden tener una mayor confianza de saber que el cuidado preservador de Dios será experimentado en sus vidas. Pablo menciona esto en cuanto a que se “salvará engendrando hijos,” pero el cuidado providencial de Dios será experimentado por Su pueblo en muchas diferentes formas temporales, no sólo en la maternidad, si continúan fielmente en el camino.
Mateo 24:13 indica que, en la Gran Tribulación, el remanente fiel de judíos sufrirá dificultades y tentaciones increíbles. El Señor dice que el “que persevere hasta el fin, éste será salvo.” Esto se refiere a sus vidas siendo libradas de la muerte del martirio, y así siendo ellos preservados vivos en esos tiempos difíciles “hasta el fin” de ese período. Todos esos celebrarán su “salvación” en alabanza al Cordero en el reino milenario (Apocalipsis 7:9-12). Algunos del remanente creyente serán martirizados, y, por tanto, no serán salvos en este sentido. Sus almas irán al cielo (Apocalipsis 6:9-11, 15:2-4) para esperar la resurrección de sus cuerpos más tarde (Apocalipsis 14:13, 20:4).
Salvados por la Sana Doctrina—(1 Timoteo 4:16; Santiago 1:21). El apóstol Pablo anunció a Timoteo que habría una gran apostasía inminente que acontecería a la profesión cristiana “en los venideros tiempos” (1 Timoteo 4:1). Como resultado, muchas doctrinas erróneas impregnarían la profesión cristiana y llevarían a las masas lejos de la verdad. Aunque un verdadero creyente no puede apostatar, sí puede ser afectado por la corriente de la apostasía y así comenzar a abandonar ciertos principios y prácticas que una vez sustentó. Pablo le dijo a Timoteo cómo es que podría ser preservado de este descarrío. Él le dijo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello; pues haciendo esto, á ti mismo salvarás y á los que te oyeren” (1 Timoteo 4:16). Así, la verdad doctrinal nos preservará de caer en el error, si fuere mantenida en comunión con Dios (Salmo 40:11).
Salvados por Llevar Puesto el Yelmo de la Salvación—(Efesios 6:17; 1 Tesalonicenses 5:8). Esto tiene que ver con la protección de nuestros pensamientos (Efesios 6:17 primera parte). Satanás está constantemente tratando de apartar a los cristianos de seguir al Señor. Una de sus maneras más efectivas es sembrando semillas de mal en nuestras mentes. Él no conoce nuestros pensamientos (él no es omnisciente), pero puede traer ciertas cosas ante nosotros que son calculadas para producir una respuesta en nuestros corazones que al final apartará nuestros pensamientos de Cristo. Cuando otras cosas, aparte de Cristo, ocupan nuestras mentes, y cuando no estamos disfrutando de nuestra porción en Cristo, estaremos en un estado donde podremos fácilmente apartarnos del camino de la fe. Sin embargo, cuando mantenemos nuestros pensamientos fijos en Cristo y Sus intereses, estamos en este sentido llevando puesto “el yelmo de la salud,” y esto funcionará como una liberación práctica de esta línea de ataque. Pero nótese que nosotros tenemos que ponernos el yelmo; Dios no lo coloca sobre nosotros. Esto muestra que Dios quiere que estemos ejercitados de forma responsable en esta salvación práctica. H. E. Hayhoe solía decir: “Ten cuidado con lo que piensas y que eso pueda ser Cristo” (Salmo 94:19; Isaías 26:3; Lucas 12:29; Filipenses 4:7; Colosenses 3:1).
Salvados a Través del Ejercicio de Juicio Propio—(1 Pedro 4:17-18). El apóstol Pedro habló de los juicios gubernamentales de Dios con relación a los que están en Su casa. Esto incluye a los verdaderos creyentes y los que simplemente profesan ser creyentes. Él menciona que hay muchas dificultades a través del camino por el cual un creyente necesita ser “salvado.” Esto se refiere a los juicios gubernamentales de Dios con Su pueblo, si no son cuidadosos en su caminar (1 Pedro 1:17, 3:12). Teniendo en cuenta que el carácter de la epístola es judaico en su aplicación, la nota al rodapié de la traducción de J. N. Darby en 1 Pedro 4:18 indica que para la frase “se salva” quiere decir: “Salvado aquí en la tierra a través de los juicios y pruebas que especialmente afligían a los judíos que se habían convertido a Cristo.”
El apóstol Pablo menciona esta misma necesidad de juicio propio en 1 Corintios 11:28-32. Él afirma que “si nos examinásemos á nosotros mismos, cierto no seríamos juzgados” por Dios de esta manera. Él también menciona que algunos de los corintios, evidentemente, no habían estado practicando el juicio propio y estaban siendo “castigados [disciplinados] del Señor” como consecuencia—al punto que algunos de ellos estaban “enfermos” y muchos “dormían” en muerte (1 Juan 5:16).
Santiago menciona esta misma acción gubernamental de Dios (Santiago 5:19-20). Él indica que, si un creyente no es cuidadoso en su caminar y se aparta de alguna manera, y persiste en ese curso, Dios puede tratar con él de manera gubernamental y puede incluso llevarlo a la muerte. Esto no significa que perdería su salvación eterna, pero sí perdería el privilegio de vivir en este mundo como un testigo de Cristo. Como eso no es lo que Dios desea, Santiago nos dice que los hermanos del que está andando errado deben buscarlo para restaurarlo antes de que las cosas lleguen a ese punto (Gálatas 6:1). Si un hermano o hermana puede alcanzar la persona descarriada y ella fuere restaurada, Santiago dice que aquel que hace este buen trabajo “salvará un alma de muerte (prematura) (Eclesiastés 7:17).
Esto también se aplica a una asamblea local en un sentido colectivo (2 Corintios 7:10). Si una asamblea descuida juzgar el mal en medio de ella, incurrirá en el juicio gubernamental de Dios (1 Corintios 11:30). Pablo dice que “el dolor que es según Dios, obra arrepentimiento saludable.” Así, la asamblea se salva del juicio gubernamental de Dios al tratar con el mal en su seno y excomulgar a los implicados en el mal.
La Asamblea es Salvada Manteniendo su Unidad Práctica—(Filipenses 2:12). El enemigo de nuestras almas desea destruir la paz en la asamblea local, sembrando discordia en su seno. Él provoca “contienda” consiguiendo que ciertos individuos busquen “vanagloria” (Filipenses 2:3). Muchas asambleas han sido destrozadas a consecuencia de ello.
Pablo enseñó en Filipenses 2 que, si la unidad feliz es mantenida en la asamblea, el enemigo será frustrado. Él explica que esto es hecho cuando cada uno tiene “humildad, estimándoos inferiores los unos á los otros” (versículos 2-4). Pablo también enseñó que, para producir esta humildad, es necesario tener la mente fija en Cristo, que es el modelo de humildad (versículos 5-11). Si cada uno adoptase la mente humilde de Cristo e imitase Su humildad, la asamblea sería salvada de los designios de Satanás para perturbar la unidad. Así, ellos deberían colectivamente ocuparse en su propia “salvación” cada uno tomando en lugar más bajo (versículos 12-14). Pablo dijo que cuando la unidad es mantenida en una asamblea, resulta en un testimonio brillante en la comunidad (versículos 15-16; Juan 13:35). Así, Pablo estaba hablando de una salvación práctica y diaria, en relación con conflictos internos dentro de la asamblea. Su mención de salvación aquí no tiene nada que ver con la salvación eterna del alma.
Las notas de una reunión de lectura sobre Filipenses 2:12 en un periódico mensual nos dicen: “Este versículo ha sido muchas veces mal interpretado como si dijese, trabajen para alcanzar la salvación, mientras que lo que dice es que ‘se ocupen.’ Entiendo que el versículo se refiere a las dificultades que se presentaron en la asamblea de Filipos, y no a algo individual. Alguien ha señalado que el verbo está en plural, y cuando dice ‘vuestra,’ Pablo aparentemente tiene en mente las dificultades en la asamblea local... La salvación referida en este pasaje no es la salvación del alma, la cual es obtenida mediante la fe en nuestro Señor Jesucristo, sino que es la salvación diaria con relación a las muchas dificultades que nos asechan en nuestro camino. Se torna más obvio, a medida que avanzamos en esta epístola, que esta desunión los marcaba, y que era de esto que precisaban ser salvados. Parece indicar que la manera de ser salvados de estas dificultades es que la parte contendiente se humille en cuanto a su ego” (Precious Things, vol. 5, p. 263-264).
A. M. S. Gooding dijo, “‘Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor.’ ¿Salvación de qué? Salvación de las contiendas” (The 13 Judges, p. 95).
S. Maxwell dijo: “El apóstol está más bien diciendo aquí: ‘Estoy consciente de sus problemas internos y les he dado un ejemplo a seguir (Filipenses 2:5-7); ahora operen su propia salvación como una asamblea.’ La palabra indica claramente que ellos necesitaban ser salvados de lo que finalmente sería destructivo al testimonio, si ellos no actuaban para terminar con sus contiendas” (Philippians, p. 210).
W. Potter dijo: “Ocupaos en vuestra salvación’... [esto es] en relación con las dificultades de asamblea... este es el claro significado de ‘ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor.’
Israel Será Salvado Temporalmente Recibiendo a Cristo Como Su Mesías—(Hebreos 2:3-5). La salvación “tan grande” a la que el escritor de Hebreos se refiere en este pasaje no es la salvación eterna del alma, como normalmente se piensa, sino la liberación temporal del yugo romano que estaba sobre la nación. En aquella época lo judíos eran cautivos de los romanos que gobernaban sobre ellos en su propia tierra, y ellos precisaban mucho de esta salvación. El Señor Jesús fue enviado por Dios para efectuar esa liberación como la “salvación” de Dios para la nación (Lucas 1:68-71 – traducción J. N. Darby). Así, Él vino anunciando este aspecto de la salvación, predicando “á los cautivos libertad” (Lucas 4:18-19). A Su entrada en Jerusalén la gente gritó “Hosanna” (Mateo 21:15), que significa “¡Salva ahora!”. Pero los líderes condujeron al pueblo a rechazarle, y la promesa de esta grande salvación, por lo tanto, fue pospuesta. Si los judíos hubiesen recibido a Cristo, Él los habría salvado de sus enemigos y libertado de su esclavitud, y la nación habría evitado su destrucción en el año 70 d.C.
El escritor dice que esta grande salvación “comenzó á ser publicada por el Señor.” Él fue por toda la tierra de Israel predicando “el evangelio del reino” que anunciaba esta liberación exterior para la nación (Mateo 4:23; Marcos 4:14). El escritor también dice que la promesa de esta salvación temporal fue “confirmada” al pueblo por los apóstoles (Hebreos 2:3; Hechos 3:19-21) y también por el “testimonio” de Dios mismo en los milagros que acompañaron la predicación del evangelio (Hebreos 2:4; Hechos 3:6-10, etcétera). Así, como nación, ellos “gustaron la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero” (Hebreos 6:5) y habrían tenido las bendiciones del reino según lo prometido por sus profetas, si hubiesen recibido a Cristo.
La “salud tan grande” en Hebreos 2:3 no podría estarse refiriendo a la salvación del alma anunciada en “el evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24; 1 Pedro 1:9), porque dice que esta salvación fue anunciada por primera vez por el Señor cuando estuvo aquí en la tierra. Pero Él no predicó ese evangelio. Esto no aconteció hasta que Israel formalmente rechazó a Cristo, enviando a un hombre (Esteban) a Dios con el mensaje: “No queremos que Éste reine sobre nosotros” (Lucas 19:14; Hechos 7:54-60); sólo entonces el evangelio de la gracia de Dios fue extendido al mundo (Hechos 13:46-48, 15:14, 20:24, 28:28). Como se ha mencionado, el evangelio que el Señor predicó fue el del reino (Mateo 4:23; Marcos 4:14). Este mensaje Lo presentó a Él como el Rey y Mesías de Israel que llegaría a la nación en su momento de necesidad para salvarlos de sus enemigos, y entonces Él establecería el reino en poder y gloria como había sido prometido en los escritos de los profetas del Antiguo Testamento (Salmo 95-96). (Ver Evangelio)
H. Smith dijo: “En su interpretación estricta [Hebreos 2:3], la salvación de la cual el escritor habla no es el evangelio de la gracia de Dios, como es presentado hoy, ni contempla la indiferencia de un pecador en cuanto al evangelio. Sin embargo, una aplicación en este sentido ciertamente puede ser hecha, pues es verdad que no puede haber escapatoria para quien finalmente deja de lado el evangelio. Aquí es la salvación que fue predicada por el Señor a los judíos, por la cual se abrió un camino de escape al remanente creyente, del juicio que estaba a punto de caer en la nación. Esta salvación fue predicada por Pedro y otros apóstoles en los primeros capítulos de los Hechos, cuando ellos dijeron: ‘Sed salvos de esta perversa generación’. Este testimonio fue confirmado por Dios con ‘señales y milagros, y diversas maravillas.’ Este evangelio del reino será nuevamente predicado después de que la Iglesia haya sido completada” (The Epistle to the Hebrews, págs. 12-13). En relación a Hebreos 2:3, J. N. Darby, dijo: “Es la predicación de una grande salvación, hecha por el Señor mismo cuando estaba en la tierra; no el evangelio predicado y la Iglesia unida después de la muerte de Cristo. Este testimonio, consecuentemente, continua en el Milenio sin hablar de la Iglesia, un hecho a notar no sólo en estos versículos, sino en toda la epístola” (Collected Writings, vol. 28, p. 4).
3) Salvación Final
(Romanos 5:9, 13:11; Filipenses 3:20-21; Hebreos 9:28; 1 Pedro 1:5). Este aspecto de la salvación tiene que ver con nuestros cuerpos siendo hechos perfectos por el poder de Dios en glorificación. Esto ocurrirá cuando el Señor venga por nosotros en el Arrebatamiento. Los santos fallecidos resucitarán en “incorrupción” y los santos vivos tendrán sus cuerpos transformados en un estado de “inmortalidad” (Romanos 8:11; 1 Corintios 15:53-55).
Este aspecto final de la salvación también incluye ser salvados de la “ira que vendrá” por ser sacados de este mundo en el Arrebatamiento, para que no pasemos por la Gran Tribulación (Romanos 5:9; 1 Tesalonicenses 1:10; Apocalipsis 3:10). F. B. Hole dijo: “El día de la ira se acerca. Dos veces antes, en la epístola [de Romanos] esto fue notificado (Romanos 1:18, 2:5). Seremos salvos de aquel día por Cristo. Por otras Escrituras, sabemos que Él nos salvará, sacándonos de la escena de ira antes de que ella sea derramada” (Paul’s Epistles, vol. 1, p. 15).
Sangre de Cristo:
La sangre de Cristo permanece como la evidencia de la obra de expiación hecha para la gloria de Dios y para la bendición del hombre (Juan 19:34). La Escritura habla de la sangre de Cristo siendo “derramada” por los creyentes, la cual es una provisión de Dios para que puedan ser salvos (Mateo 26:28; Marcos 14:24; Lucas 22:20). La Escritura también habla de la sangre de Cristo como siendo “rociada” en los corazones de los creyentes, lo que se refiere a la apropiación por la fe de la obra consumada de Cristo en la cruz (Hebreos 10:22, 12:24; 1 Pedro 1:2). El Nuevo Testamento menciona al menos doce cosas que la sangre de Cristo hace:
•  Hace expiación: propiciación (Romanos 3:25) y sustitución (Mateo 26:28).
•  Compra todas las cosas y personas (Hechos 20:28; Apocalipsis 5:9).
•  Efectúa redención (Romanos 3:24; 1 Pedro 1:18-19).
•  Concede perdón (Efesios 1:7).
•  Produce una conciencia purificada (Hebreos 9:14, 10:2).
•  Da libertad para entrar en la presencia de Dios (Hebreos 10:19).
•  Efectúa la justificación (Romanos 5:9).
•  Hace la paz (Colosenses 1:20).
•  Nos aproxima a Dios: reconciliación (Efesios 2:13).
•  Nos santifica (Hebreos 10:29, 13:12).
•  Nos lava o limpia (1 Juan 1:7; Apocalipsis 1:5, 7:14).
•  Da el derecho a la victoria final sobre Satanás (Apocalipsis 12:11).
Santificación:
Este término significa “ser hecho santo por ser apartado”. Puede ser aplicado a:
•  Personas (Éxodo 13:2; Juan 10:36; 1 Corintios 7:14).
•  Lugares (Éxodo 19:23, 29:43).
•  Cosas (Génesis 2:3; Éxodo 40:10-11; 1 Timoteo 4:5).
Con relación a las personas, existen tres aspectos principales en el Nuevo Testamento. Estos son:
1) Santificación Absoluta o Posicional
Este aspecto es el resultado de una obra de Dios hecha en el creyente por medio del nuevo nacimiento (1 Corintios 6:11; 2 Tesalonicenses 2:13; 1 Pedro 1:2) y para el creyente por ser justificado por la fe en Cristo (Hechos 20:32, 26:18; Romanos 1:1; 1 Corintios 1:2, 1:30; Hebreos 10:10, 10:14, 13:12; Apocalipsis 22:11). Como resultado, el creyente, que una vez estaba entre la masa de personas no salvas que se dirigen a una eternidad perdida, ha sido separado en una nueva posición ante Dios. Este aspecto de la santificación es algo hecho una sola vez en la vida de un creyente. Todo cristiano ha sido santificado en este sentido posicional—independientemente del estado en que su vida práctica puede estar.
2) Santificación Progresiva o Práctica
Este aspecto es el resultado del creyente siendo ejercitado sobre su estado moral y espiritual. Por la gracia de Dios, el creyente busca perfeccionar la santidad en su vida de forma práctica. Ver Juan 17:17; Romanos 6:19; 2 Corintios 7:1; 1 Tesalonicenses 4:4-7, 5:23; Efesios 5:26-27 y Hebreos 12:14. Este aspecto de la santificación debe ser un ejercicio diario en la vida del creyente de forma continua.
3) Santificación Relativa o Provisoria
Este aspecto tiene que ver con personas siendo colocadas en un lugar limpio en la tierra por medio de la separación, sin necesariamente tener una obra de fe interior en su alma.
En el caso de un matrimonio donde uno de los cónyuges es salvo y el otro no, el incrédulo es “santificado” en un sentido relativo por su asociación con el cónyuge creyente (1 Corintios 7:14). Esto no significa que el incrédulo sea salvado de esa forma, sino que está en un lugar de privilegio santo.
En el caso de aquellos asociados con Abraham, Romanos 11:16 afirma que están en un lugar de santidad relativa. El punto que el apóstol establece en este versículo es que si la “raíz” de la nación de Israel (Abraham) ha sido establecida en un lugar de privilegio en relación con Dios, entonces las “ramas” (descendientes de Abraham) están en ese lugar “santo” también (Deuteronomio 7:6, 14:2; 1 Reyes 8:53; Amos 3:3). Él no está hablando de lo que es vital por medio del nuevo nacimiento, sino de estar en un lugar de favor y privilegio exteriores.
El apóstol Pablo también se refiere a alguien que se purifica de la confusión que ha entrado a la casa de Dios (la Cristiandad) apartándose “de iniquidad” y así siendo “santificado” en este sentido relativo (2 Timoteo 2:19).
La santificación relativa también es vista en Hebreos 10:29. Los judíos que profesaban fe en Cristo, en aquellos días, habían entrado en terreno cristiano, y, por lo tanto, habían sido “santificados,” en un sentido relativo, por la sangre de Cristo. Una vez más, estar en este lugar santificado no significa necesariamente que ellos eran salvos. El escritor de la epístola les advierte que, si ellos abandonaban esa posición y volvían al judaísmo, probarían ser apóstatas, y no habría nada más que juicio esperándoles (Hebreos 10:30-31).
El Señor mismo también fue “santificado” en este sentido relativo. Él fue separado para venir al mundo con el fin de cumplir la voluntad de Dios (Juan 10:36). Él también se separó para dejar este mundo y volver al Padre (Juan 17:19).
Una persona también es capaz de apartarse para hacer el mal (Isaías 66:17).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
J. N. Darby advirtió sobre el peligro de enfatizar excesivamente el lado práctico de la santificación, afirmando que podría ser entendido por algunos como que una persona puede hacerse aceptable a Dios en su estado natural, por medio de limpiar su vida. Él señaló que, si las personas no fuesen inicialmente separadas delante de Dios por medio de la santificación absoluta, la santificación se convertiría en un mero ajuste gradual hecho por el hombre en su estado natural para alcanzar la aceptación delante de Dios—lo que, por supuesto, no puede ser (Collected Writings, vol. 10, p. 78). No obstante, es exactamente esto lo que ha sucedido en la historia de la Iglesia. Muchas almas ignorantes, a lo largo de los años, intentaron mejorarse por la observancia de la ley y por la moderación con la esperanza de llegar a ser aceptables ante Dios. Tal idea no ve la carne como irremediablemente mala y esencialmente ignora la necesidad del nuevo nacimiento. Por lo tanto, es preciso que haya equilibrio en el ministerio cristiano al presentar la verdad de la santificación, y así evitar suposiciones erróneas, como la que el Sr. Darby mencionó. De hecho, la Escritura se refiere a la santificación en su sentido posicional con más frecuencia que en los sentidos prácticos y relativos.
Santos y Pecadores:
Un “santo” es “alguien separado” o “alguien santificado.” Todos los que conocen al Señor Jesucristo como su Salvador son santificados (posicionalmente) y, por tanto, son santos.
En Romanos 1:7, algunas versiones modernas dicen: “llamados a ser santos,” pero las palabras a ser no están en el texto griego y han sido añadidas por los traductores de esas versiones para ayudar a la lectura del pasaje (nótese que la Reina-Valera Antigua dice “llamados santos”). Lamentablemente, esto quita el significado y hace de la santidad un objetivo a ser alcanzado en algún momento en el futuro. (Este es un error católico romano. La religión católica enseña que, si alguien se mantiene fiel a ese sistema, después que deje este mundo por la muerte, puede ser promovido a la posición especial de un santo). El texto debe simplemente ser leído “llamados santos.” Esto significa que uno viene a ser santo obedeciendo el llamado del evangelio. No es algo que esperamos ser, sino algo que la Palabra de Dios dice que somos por la gracia de Dios. No hay ninguna Escritura que nos diga que intentemos alcanzar la santidad, pero sí hay Escrituras que nos dicen que todos los creyentes son santos, aun cuando todavía vivan en este mundo. Sin embargo, algunas personas piensan que es una señal de humildad si rehúsan llamarse a sí mismos santos, pero no es orgullo o presunción creer la Palabra de Dios. De hecho, un creyente que rehúsa llamarse a sí mismo santo está negando la verdad de la Escritura.
Un “pecador” en la Escritura es una persona que no es salva. Sin embargo, cuando alguien es justificado, es libertado de todas las cargas del pecado por ser traído a una nueva posición delante de Dios, en la cual Dios ya no lo ve en la posición de pecador, sino como santo. Por lo tanto, el que los creyentes hablen de sí mismos como “pobres pecadores” está por debajo de la dignidad de su posición delante de Dios. Realmente niega la verdad de lo que somos como hijos de Dios. En cierto sentido, disminuye el valor de la obra de Cristo que nos salvó y nos colocó en esa nueva posición de favor como “santificados en Cristo Jesús” (1 Corintios 1:2). No estamos diciendo que los cristianos no deban usar el término “pecadores” con respecto a sí mismos, sino que deben decir que fueron una vez pecadores.
W. Kelly dijo: “Algunas personas hablan de ‘un pecador creyente’, o hablan de la adoración ofrecida a Dios por ‘pobres pecadores’. Muchos himnos, de hecho, nunca colocan al alma más allá de esta condición. Pero lo que se entiende por ‘pecador’ en la Palabra de Dios es un alma que está completamente sin paz, un alma que puede tal vez sentir su necesidad de Cristo, siendo vivificada por el Espíritu, pero sin el conocimiento de la redención. No es honesto negar lo que los santos son a la vista de Dios” (Lectures on the Epistle to the Galatians, p. 47).
El Sr. Kelly dijo también: “Existe entre muchas personas evangélicas un mal hábito de hablar de ‘pecadores salvos.’ Para mí, no es solo inexacto, sino engañoso y peligroso. La Escritura nunca habla de ‘pecadores salvos.’ Podemos alegrarnos en la salvación de un pecador si es que hemos experimentado la misericordia en nuestras propias vidas, pero si admitimos la frase—un ‘pecador salvo’—el efecto moral de esto es que, aunque ya sea salvo, todavía tendría la libertad de pecar ... Es completamente cierto que, cuando Dios comienza a tratar con alguien, comienza con él siendo un pecador, pero Él nunca termina allí. No conozco ninguna parte de la Palabra de Dios en que un creyente, a no ser tal vez en un estado de transición, sea llamado ‘pecador’ ... Es evidente que ser santo y pecador al mismo tiempo es simplemente una clara contradicción. En resumen, la Sagrada Escritura no sanciona tal combinación, y cuanto antes nos deshagamos de esas frases, que no merecen un nombre mejor que el de una hipocresía religiosa, mejor será para todos” (Lectures Introductory to the New Testament, p. 213-214).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Hay una excepción a esto en Santiago 5:19-20. Santiago llama a un creyente que falla un “pecador,” pero esto no es en el sentido de su posición, como Pablo y Pedro usan el término. Santiago está hablando más bien de lo que caracteriza a un creyente que persiste en seguir un curso de pecado en su vida.
Seguridad Eterna del Creyente:
La expresión exacta “seguridad eterna” no se encuentra en la Biblia, pero la verdad que ella transmite ciertamente está ahí. Se refiere al hecho de que, si una persona es verdaderamente salva, por medio de la fe en Cristo, no puede perder su salvación y su aceptación en Cristo ante Dios. Los siguientes versículos enseñan esto: Lucas 15:3-6; Juan 6:37-40, 10:28-29, 14:16; Romanos 6:23 con 11:29; Romanos 8:30-39; 1 Corintios 1:7-8, 3:13-17, 5:5; Efesios 1:13 con 4:30; Filipenses 1:6; 1 Timoteo 4:1; Hebreos 10:14, 13:5; 1 Pedro 1:5; 1 Juan 2:1.
Si un creyente perdiera su salvación y acabase en el infierno, Dios daría prueba de ser mentiroso, porque Su palabra dice que las ovejas de Cristo “no perecerán para siempre [jamás]” (Juan 10:28-29). Cristo tendría que acabar en el infierno con el creyente, porque Él prometió: “No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5). El Espíritu Santo también tendría que ir al infierno, porque la Escritura dice que Él habitará en, y estará con, los creyentes “para siempre” (Juan 14:16). Todo esto, por supuesto, es absurdo y totalmente imposible.
Hay algunos pasajes de la Escritura que parecen enseñar que un creyente podría perder su salvación, pero un vistazo más atento a estos pasajes muestra que no están hablando de creyentes verdaderos en el Señor Jesucristo, sino de simplemente profesantes que apostatan de la fe cristiana. Algunos de estos pasajes son: Mateo 7:21-23, 12:43-45, 13:5-6, 13:20-21, 24:13, 25:26-30; Marcos 3:28-30; Lucas 22:31-32; Juan 15:2-6; Romanos 11:22; 1 Corintios 9:27, 15:2; Hebreos 6:4-6, 10:26-29, 12:14; 2 Pedro 2:1, 2:20-21. Las dificultades que las personas tienen con estos pasajes, que las llevan a una conclusión errada, es que no saben la diferencia entre retroceso y apostasía. Ambas se refieren a una persona apartándose de Dios, pero una (la apostasía) es infinitamente peor que la otra. Un verdadero creyente puede retroceder y dejar de andar con el Señor, pero no va a apostatar. Sólo los creyentes meramente profesos pueden apostatar, que es abandonar la confesión de fe que una vez hicieron. Si hacen esto, ellos están condenados, ¡aunque están vivos en este mundo! No pueden ser renovados al arrepentimiento y traídos a la salvación por la fe en Cristo (Hebreos 6:4-6, 10:26).
La clave para entender estos pasajes, que parecen enseñar que un creyente puede perder su salvación, es ver que ellos se refieren a la apostasía, y no al retroceso. Tienen que ver con creyentes meramente profesantes, no creyentes verdaderos. Se puede preguntar: “¿Por qué estas advertencias con respecto a la apostasía son presentadas en los libros de la Biblia que fueron escritos a los creyentes, cuando no es posible que los creyentes pequen de esta manera?” La respuesta es que los escritores del Nuevo Testamento, divinamente inspirados, en muchas ocasiones hablaban a una multitud mixta de creyentes verdaderos y meramente profesantes. Así, sus observaciones incluían advertencias para aquellos que se movían entre los verdaderos creyentes y que estaban meramente profesando fe en Cristo. Esas observaciones estaban destinadas a llegar a las conciencias de estas personas y tenían la intención de despertarlas a su necesidad de ser salvos. ¡Así, se les advierte que, si se desviaban de la fe cristiana que profesaban creer, estarían perdidos para siempre! (Ver Apostasía y Retroceso)
Sellado Con el Espíritu Santo:
Este término se refiere al Espíritu Santo, habitando en una persona cuando esta cree “el evangelio de vuestra salud” (Efesios 1:13, 4:30; 2 Corintios 1:22). Por haber sido sellada, tal persona entiende que pertenece a Cristo, y, como resultado, es consciente de que la salvación de su alma está eternamente segura.
El sello del Espíritu no tiene tanto que ver con que otros sepan que somos de Cristo, sino en que nosotros conozcamos nuestra seguridad en Él. H. P. Barker dijo: “El pensamiento principal conectado con el sello en las Escrituras es el de la seguridad. Algo es sellado para volverlo seguro para su dueño” (The Holy Spirit Here Today, p. 33). La “prenda del Espíritu” (2 Corintios 1:22, 5:5; Efesios 1:14) y la “unción del Santo” (1 Juan 2:20, 2:27) también se refieren a la presencia permanente del Espíritu, pero tienen que ver con diferentes funciones del Espíritu en el creyente. (Ver Arras del Espíritu y Unción).
Muchos cristianos no tienen claro cuándo es que el sello del Espíritu acontece en la vida de un alma con Dios. La mayoría piensa que alguien recibe el Espíritu Santo (“ungido,” “sellado” y dado como “prenda” – 2 Corintios 1:21-22) cuando nace de nuevo (vivificado). Sin embargo, esto no es lo que la Escritura enseña. Una persona vivificada o nacida de nuevo no será ungida, sellada y dada las arras del Espíritu hasta que descanse en la obra consumada de Cristo. Vivificación y sello son dos acciones distintas del Espíritu que no ocurren al mismo tiempo en la vida de una persona para con Dios. Una persona puede ser vivificada (nacida de nuevo) por el Espíritu y por la Palabra sin que ella tenga conocimiento consciente del evangelio de la gracia de Dios (Juan 3:3-8). Pero ser sellada, ungida y tener las arras del Espíritu exigen que ella comprenda la verdad del evangelio con relación a la obra consumada de Cristo en la cruz y que descanse por la fe en esa obra para la salvación de su alma.
No se deben confundir estas dos acciones del Espíritu Santo. Nosotros somos “nacidos del Espíritu” (Juan 3:8) y, así, recibimos una vida divina, y nos convertimos en linaje de Dios. Pero no es hasta que somos “sellados con el Espíritu Santo” (Efesios 1:13) al creer en el Señor Jesucristo y en Su obra consumada que nos convertimos en hijos de Dios (Romanos 8:14-15; Gálatas 4:6-7). Filiación (ser hijos) se refiere a un lugar favorecido en la familia de Dios. (Ver Adopción). Al recibir el Espíritu Santo, la consciencia del creyente es purificada (Hebreos 9:14) y él es hecho parte del cuerpo de Cristo (Efesios 2:16-18). (Ver Nuevo Nacimiento, Liberación y Salvación).
En cuanto a la diferencia entre vivificación y sello, J. N. Darby dijo: “La morada del Espíritu Santo es una cosa muy diferente del poder vivificante del Espíritu. Los santos del Antiguo Testamento estaban sujetos a este poder vivificante del Espíritu, pero la morada del Espíritu Santo no podía existir hasta que Jesús fuese glorificado ... Ejemplos dados en los Hechos donde había un intervalo de tiempo, nos hacen sensibles en cuanto a la distinción entre los dos” (Collected Writings, vol. 26, p. 8). A. P. Cecil dijo: “Creo que la Escritura claramente enseña no sólo una distinción entre el nuevo nacimiento y el sello del espíritu, sino también un intervalo de tiempo entre las dos cosas. Puede ser largo o corto; pero el intervalo de tiempo está ahí, de la misma forma que cuando un hombre construye su casa y luego pasa a habitar en ella” (Helps by the Way, vol. 3, NS, p. 175). F. G. Patterson dijo: “Estas dos acciones del Espíritu Santo nunca son, hasta donde yo sé, sincrónicas—no acontecen en el mismo momento” (Scripture Queries and Answers, Words of Truth, vol. 3, p. 138).
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Juan 6:27 indica que el Señor Jesús fue “sellado” con el Espíritu Santo (traducción King James y otros en inglés). Esto es una referencia a lo que ocurrió en Su bautismo (Juan 1:29-33). Él, por supuesto, no precisaba de limpieza antes de que el Espíritu pudiese reposar sobre Él, así como Aarón (un tipo de Cristo) no necesitaba ser esparcido con sangre—como sus hijos precisaban, que son un tipo de la Iglesia—antes que él fuese ungido con aceite, que es un tipo del Espíritu Santo (Levítico 8:12).
Señorío de Cristo:
Este no es un término usado en la Escritura, pero la verdad que transmite sin duda se encuentra en la Palabra de Dios. El Señorío de Cristo es referido en muchos lugares en el Nuevo Testamento por la frase “en el Señor” (Romanos 16:2, 16:11-13, 16:19; 1 Corintios 7:22, 7:39, 9:1-2, 11:11, 15:58; 2 Corintios 10:17; Efesios 2:21, 4:1, 4:17, 5:8, 6:1, 6:10, 6:21; Filipenses 2:19, 2:24, 2:29, 3:1, 4:1-2, 4:4, 4:10; Colosenses 4:7, etcétera). El Señorío tiene que ver con que un creyente reconozca la autoridad de Cristo en su vida de una manera práctica.
En las epístolas de Pablo, “en el Señor” es diferente de “en Cristo”—otra expresión que él utiliza a menudo. “En Cristo” se refiere a la posición del creyente delante de Dios en el lugar de aceptación de Cristo (Efesios 1:6; 1 Juan 4:17). Es una posición establecida eternamente en la cual todos los cristianos están (ver En Cristo). “En el Señor,” por otro lado, tiene que ver con que el creyente reconozca la autoridad del Señor en su vida en cuestiones prácticas. Por eso, todos los cristianos están “en Cristo,” pero puede ser que no todos los cristianos estén viviendo sus vidas “en el Señor”—esto es, reconociendo Su Señorío y autoridad sobre ellos prácticamente.
Reconocer el Señorío de Cristo en nuestras vidas significa que no debemos simplemente salir y hacer cualquier cosa que queramos hacer, sino conocer, por los principios en la Palabra de Dios, lo que al Señor Le gustaría que hiciésemos. Por lo tanto, el Señorío implica hacer lo que Él quiere que hagamos en cuestiones de conciencia (Romanos 14:5-9), comunión (Romanos 16:2, 16:19; Filipenses 2:29), compañerismos y matrimonio (1 Corintios 7:39), los roles de hombres y mujeres en la asamblea (1 Corintios 11:11), caminando de una manera que exprese la verdad de que la Iglesia es el cuerpo de Cristo (Efesios 4:1-4), en la obediencia de los niños (Efesios 6:1), en los planes de viaje (Filipenses 2:24), en el servicio (Romanos 15:58, 16:11-13; Efesios 6:21; Colosenses 4:7), etcétera. Vivir de manera práctica bajo el Señorío de Cristo es el secreto de una vida cristiana feliz y fructífera.
Separación:
Esto se refiere a la convicción del cristiano en mantenerse apartado del mundo—tanto en el sentido religioso como el secular. Lo siguiente son algunas de las razones por las cuales Dios insiste en la separación en la vida de un cristiano:
En Primer Lugar
La separación es necesaria porque la asociación con el mundo resultará en la disminución del afecto del creyente por Cristo y por Su pueblo. En pocas palabras, trae frialdad al alma. En 2 Corintios 6:12-18, el apóstol Pablo explica que en nuestras “entrañas” (afectos) nos tornaríamos “estrechos” (limitados) si descuidamos caminar en separación del mundo. Este efecto triste es visto en el caso de Efraín que se “envolvió con los pueblos” (Oseas 7:8). El resultado fue que vino a ser “como paloma incauta, sin entendimiento” (Oseas 7:11). Su asociación con el mundo llevó su corazón lejos del Señor.
En Segundo Lugar
La asociación con el mundo echa a perder el apetito del creyente por la Palabra de Dios. Vemos esto ilustrado en la historia de Israel en el desierto. Dios les dio el “maná” por comida (Éxodo 16). El Nuevo Testamento nos dice que el maná es un tipo de Cristo, que es el alimento espiritual para el creyente (Juan 6:31-58). Sin embargo, hubo un tiempo en su jornada por el desierto en el cual ellos se cansaron del maná, y esto era porque estaban deseando los alimentos de Egipto—un tipo del mundo (Números 11:4-6). Así, los creyentes que desean los placeres y las diversiones mundanas echarán a perder su apetito por la Palabra de Dios.
En Tercer Lugar
La asociación con el mundo desensibiliza los estándares morales del creyente. El cristiano que se asocia con las personas mundanas será influenciado por ellas. Comenzará a pensar y actuar como ellos, y los valores mundanos y normas morales de ellos se convertirán en los suyos. La Palabra de Dios dice: “No erréis: las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33). Los estándares morales de Lot cayeron al nivel de los hombres de Sodoma (Génesis 19). Esto es visto en el hecho alarmante de que ofreció sus hijas a los hombres de la ciudad.
En Cuarto Lugar
La asociación con el mundo dificulta el crecimiento espiritual del creyente. Una vez más, esto es visto en el caso de Efraín que se mezcló con los gentiles. El resultado fue que era como “torta no vuelta” (Oseas 7:8). Es decir, era como un panqueque a medio cocer—llegando a ser sólo medio desarrollado.
En Quinto Lugar
La asociación con el mundo hace que el cristiano pierda su energía espiritual en su vida personal. Josué advirtió al pueblo en su tiempo, que, si ellos se establecían entre los impíos cananeos, perderían su poder para resistirlos (Josué 23:12-13). Ya no serían capaces de estar de pie delante de sus enemigos. Una vez más, en cuanto a Efraín dice: “Comieron extraños su sustancia” (Oseas 7:9). Sansón es otro ejemplo de esto. Por su asociación con la joven filistea mundana (Dalila), “su fuerza se apartó de él” (Jueces 16:19).
En Sexto Lugar,
La asociación con el mundo hará que el creyente pierda su discernimiento espiritual. Otra vez, el ejemplo de Efraín ilustra esto. Dice: “Comieron extraños su sustancia, y él no lo supo; y aun vejez se ha esparcido por él, y él no lo entendió” (Oseas 7:9). Habiéndose asociado con el mundo, llegó a ser insensible a su estado personal. Había decadencia espiritual, ¡y él no lo sabía! Aconteció lo mismo con Sansón. Él no parecía saber que él también había perdido su fuerza. Dice: “no sabiendo que Jehová ya se había de él apartado” (Jueces 16:20). Los laodicenses estaban también desprovistos de discernimiento en cuanto a su verdadero estado e imaginaban que estaban correctos y andaban bien, pero su estado era realmente desagradable al Señor (Apocalipsis 3:14-22).
En Séptimo Lugar,
¡La asociación con el mundo acabará por apartar completamente al creyente de seguir al Señor! Los hijos de Israel son un ejemplo. No debían mezclarse con las naciones en la tierra de Canaán, las cuales no conocían al Señor, porque aquellas personas los iban a alejar del Señor (Deuteronomio 7:1-4). Ellos no prestaron atención a esta advertencia y eso es exactamente lo que sucedió.
En Octavo Lugar
La asociación con el mundo destruye el testimonio personal del creyente. Lot es un ejemplo. Por vivir en Sodoma (un tipo de este mundo en su corrupción moral) perdió su poder de testimonio. Cuando fue a llamar a sus yernos para que salieran de aquella ciudad que estaba bajo juicio, sus palabras les parecían “como que se burlaba” (Génesis 19:14). Ellos no lo tomaron en serio porque su vida contaba otra historia. Los cristianos, de forma general, no se han mantenido separados del mundo, y como resultado ha habido un testimonio deficiente ante el mundo. Es una maravilla que alguien se convierta al Señor y sea salvo. Gandhi, en la India, dijo que, si no fuera por los cristianos, ¡se habría convertido en uno!
Siglo (Período):
Término que se refiere a una época o período cuyo curso de tiempo ha ocurrido, está ocurriendo, o estará ocurriendo en la tierra. Dichos períodos son referidos como “tiempos de los siglos” (o “las edades del tiempo” – traducción J. N. Darby) (2 Timoteo 1:9; Tito 1:2; Romanos 16:25).
El Señor habló de dos siglos en especial en Su ministerio aquí en la tierra: “este siglo” y “el venidero” (Mateo 12:32). “Este siglo” es el período mosaico que comenzó en el monte Sinaí con la entrega de la Ley, y estaba en curso en la primera venida del Señor. Cuando Él fue rechazado y expulsado de este mundo, este “siglo” recibió una nueva denominación y ahora es llamado “este presente siglo malo” (Gálatas 1:4). Esto es porque los “príncipes de este siglo” cometieron el mayor de todos los pecados: el crucificar al Señor de gloria (1 Corintios 2:6, 2:8). “El siglo venidero” es el Milenio, el reinado público de mil años de Cristo, que todavía está por venir en los caminos de Dios (Marcos 10:30; Efesios 1:21; Hebreos 2:5, 6:5; Apocalipsis 20:4). Hubo “otros siglos” antes del período mosaico, que ya terminaron en su curso, como Pablo indica en Efesios 3:5, tales como: el período antediluviano, el período de los patriarcas, etcétera.
Algunos han pensado que el presente llamamiento de Dios por el evangelio interrumpió el período mosaico, y que este no va a recomenzar hasta algún día futuro, pero esto no es cierto. El período mosaico sigue teniendo su curso en la tierra hoy. La venida del Espíritu Santo y la introducción del cristianismo no hizo que este acabase como tampoco inició un nuevo período. Sin embargo, aunque el período mosaico no está suspendido, el vínculo formal de Dios con Israel, como nación, está en suspenso. Aquellos que crean en el evangelio predicado hoy son llamados de entre los judíos y de entre los gentiles para formar parte de la Iglesia de Dios. Ellos son librados “de este presente siglo malo,” y posicionalmente, no forman parte de él (Gálatas 1:4). La iglesia, por lo tanto, no tiene ninguna relación con la tierra y los períodos del tiempo. Por eso, hablar de este tiempo presente, en el que el evangelio de la gracia de Dios está siendo predicado al mundo, como “el período de la iglesia” no es doctrinalmente correcto. Los cristianos aún tienen que andar en este presente siglo malo, pero posicionalmente, ellos no son parte de él. Es triste decirlo, pero algunos cristianos de hoy están dejando su firmeza en seguir a Cristo y están amando “este siglo,” y como resultado, se están estableciendo en el mundo. Demas es un ejemplo (2 Timoteo 4:10).
Este presente siglo está bajo el control de Satanás, como su dios y príncipe (2 Corintios 4:4; Efesios 2:2), y está avanzando en dirección al juicio. Sabemos por las Escrituras proféticas que hay por lo menos siete años restantes, que tendrán su inicio después de que la Iglesia sea llamada al cielo en el Arrebatamiento. Estos siete años corresponden a la 70a semana de Daniel (Daniel 9:27). Este siglo se cerrará con la aparición de Cristo, el cual es llamado: “el fin de este siglo” (Mateo 13:39-49, 24:3, 28:20). En aquel tiempo, el Señor traerá “el siglo venidero,” es decir, el Milenio (Mateo 12:32; Marcos 10:30; Efesios 1:21; Hebreos 2:5, 6:5). Cuando el Milenio hubiere transcurrido su curso de 1000 años, el Estado Eterno comenzará (Apocalipsis 21:1-8). La Escritura llama esto “el siglo de los siglos” (Gálatas 1:5; Efesios 2:7, 3:21; 1 Timoteo 1:17; 1 Pedro 5:11; Apocalipsis 5:13, 22:5). Técnicamente hablando, no es en verdad un período, porque los períodos tienen que ver con el tiempo, y no hay tiempo en la eternidad.
Siglo Venidero:
Esta expresión se refiere al reino milenario de Cristo (Mateo 12:32; Marcos 10:30; Lucas 18:30; Efesios 1:21; Hebreos 6:5).
Hay al menos diez expresiones diferentes que se refieren al tiempo en que Cristo tendrá Su día de gloria y poder en este mundo:
•  El Siglo Venidero (Mateo 12:32; Marcos 10:30; Efesios 1:21; Hebreos 6:5).
•  El Reino de los Cielos (Mateo 4:17, 6:10, 7:21, 8:11, 10:7).
•  El Milenio (Apocalipsis 20:6 – en la versión Vulgata Latina).
•  Tiempos de Refrigerio (Hechos 3:19).
•  La Restauración de Todas las Cosas (Hechos 3:21).
•  La Regeneración (Mateo 19:28).
•  El Tiempo de Reformar las Cosas (Hebreos 9:10).
•  La Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos (Efesios 1:10).
•  El Día del Señor (1 Tesalonicenses 5:2; 2 Tesalonicenses 2:2).
•  El Día de Cristo (1 Corintios 1:8, 3:13, 5:5; 2 Corintios 1:14; Filipenses 1:6, 1:10, 2:16).
Sueño:
Esta palabra es usada en el Nuevo Testamento de tres maneras:
1) El Sueño Físico
Esto tiene que ver con una persona descansando en la noche (Mateo 8:24, 13:25, 26:40; Hechos 12:6, 20:9; 1 Tesalonicenses 5:7, etcétera).
2) El Sueño de la Muerte
Esto tiene que ver con el espíritu y el alma de un creyente siendo separados de su cuerpo por medio de la muerte (Mateo 9:24, 27:52; Juan 11:11; Hechos 7:60, 13:36; 1 Corintios 11:30, 15:6, 15:51; 1 Tesalonicenses 4:14, 5:10, etcétera). Este tipo de sueño pertenece al cuerpo del creyente (Mateo 27:52), no a su espíritu y alma que “viven a Él” después de la muerte (Lucas 20:38). El cuerpo está dormido “en Jesús” en la muerte (1 Tesalonicenses 4:14). Esto es, Él induce la muerte en Sus amados cuando los llama para Sí. Esto nos muestra que la muerte para el creyente no ocurre por accidente.
Hay por lo menos, tres razones por las cuales un creyente duerme en la muerte:
•  Su trabajo para el Señor ha terminado (Hechos 13:36; 2 Timoteo 4:6-7; 2 Pedro 1:14).
•  Su muerte es para la gloria de Dios—por el martirio (Juan 11:4, 21:18-19; Filipenses 1:20).
•  Él es sacado de la tierra por la muerte bajo la mano disciplinante del Señor (Hechos 5:1-11; 1 Corintios 11:30; 1 Juan 5:16).
3) El Sueño Espiritual
Se refiere a un estado de apatía espiritual al que un creyente puede llegar por la influencia del mundo (Marcos 13:36; Romanos 13:11; 1 Tesalonicenses 5:6; Efesios 5:14, etcétera).
Sufrimientos de Cristo:
El apóstol Pedro nos dice que las Escrituras del Antiguo Testamento tienen dos grandes temas con relación a Cristo – “las aflicciones que habían de venir á Cristo, y las glorias después de ellas” (1 Pedro 1:11). Mirando más de cerca los sufrimientos de Cristo, las Escrituras indican que hay al menos cinco clases diferentes:
1) Sus Sufrimientos Intrínsecos
El Señor Jesús sufrió porque era un Hombre santo. Siendo “Dios ... manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16), toda la esencia o constitución de la Persona de nuestro Señor Jesús era de la más infinita santidad. El ángel que habló a María antes de Su encarnación dijo: “Lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Después de Su muerte y resurrección, los apóstoles oraron a Dios diciendo: “Tu santo Hijo Jesús, al Cual ungiste” (Hechos 4:27).
Cuando el Señor condescendió a entrar en este mundo, entró en una escena llena de pecado e impureza. El mundo entero estaba contaminado por el pecado, moral, espiritual y físicamente. Era una escena totalmente extraña a Su santa naturaleza. Por eso, siendo el Hombre santo que era, sufrió por estar en tal ambiente de corrupción. A pesar de que entró en contacto con el pecado y los pecadores, Él nunca fue personalmente contaminado por ellos—Él permaneció “limpio” (Hebreos 7:26). Si Lot “afligía” su alma justa por lo que vio y oyó en Sodoma cuando estaba tan lejos de Dios moralmente (2 Pedro 2:7-8), ¡cuánto habrá sufrido el Señor cuando pasó por un mundo como este!
2) Sus Sufrimientos Por Simpatía
Además de sufrir por estar en la constante presencia del pecado, el Señor Jesús también sufrió a causa de Su profundo amor por las personas. Sea lo que fuere que las personas estuviesen sufriendo bajo el fruto del pecado en el mundo, Él se identificaba con ellos en simpatía. Esto es evidente de varias maneras:
A) El Señor sufrió en relación con lo que el pecado había hecho a Sus criaturas físicamente (en sus cuerpos). Cuando Él veía a personas afligidas con alguna enfermedad o dolencia, Su corazón estaba con ellas en su aflicción. En perfecta simpatía, Él sentía en Su propia alma sus dolores y sufría con ellas (Isaías 53:4; Mateo 8:17). Un ejemplo de esto fue en la curación del hombre sordo y mudo (Marcos 7:31-37). Dice que el Señor “gimió”—lo que indica que sintió el sufrimiento que este hombre estaba pasando en su aflicción—y luego abrió los oídos del hombre e hizo soltar su lengua. J. N. Darby observó que el Señor nunca curó a una persona enferma sin antes sentir el peso de esa enfermedad como fruto del pecado. Por eso, no fue fácil para Él extender Su mano y decir a un leproso, “Sé limpio” (Marcos 1:41), porque cada vez que Él sanaba a una persona, Él llevaba la carga de esa tristeza en Su propia alma. Así, que ha sido dicho correctamente que “Él llevó en Su espíritu lo que Él quitó por Su poder.”
B) El Señor también sufrió por lo que el pecado había hecho en la vida de las personas emocionalmente. Aunque algunos pueden no haber sido afectados personalmente con enfermedades, los efectos de esas cosas en aquellos a quienes conocían y amaban, produjeron tristeza y sufrimiento en ellos. El Señor sentía simpatía con todos ellos también. Un ejemplo de esto es el caso de María y Marta, cuando su hermano había muerto (Juan 11). La enfermedad y la muerte no las habían tocado a ellas, pero se encontraban con gran tristeza por esa causa (versículos 31-33 primera parte). En simpatía con ellas en sus pruebas, el Señor “se conmovió en espíritu, y turbóse” (versículo 33 segunda parte). Él sintió profundamente su situación y “lloró” en la tumba de Lázaro (versículo 35).
C) El Señor también sufrió en conexión con las tristezas de remanente judío en un día futuro. No sólo sintió los dolores de aquellos que estaban a Su alrededor, sino también sintió los dolores de aquellos que sufrirán por su fidelidad en la futura Gran Tribulación. En el momento de la última cena, cuando Satanás entró en Judas, “el hijo de perdición,” los pensamientos del Señor fueron proyectados hacia el futuro, cuando el remanente judío sufrirá por causa de la justicia bajo la persecución del futuro “hijo de perdición”—el Anticristo (2 Tesalonicenses 2:3-4; Mateo 5:10-12; Salmo 69:6-11). En aquel día de tinieblas, el Anticristo llevará a la nación a la apostasía y perseguirá al remanente judío por su fe y obediencia (Mateo 24:21-22; Salmo 10). En simpatía divina, el Señor entró en la porción de ellos y sintió en Su corazón los dolores del rechazo que ellos experimentarán en aquel día (Juan 13:18-21).
D) El Señor también sufrió compasivamente hacia el castigo que tendrá el remanente judío en un día venidero. Como parte de la nación que es culpable de la muerte de Cristo—el Mesías de Israel—el remanente experimentará el fruto de su pecado nacional bajo los tratamientos gubernamentales de Dios. Al formar parte de la nación culpable, necesariamente ellos deben ser castigados, pero, en el castigo que Él derrama sobre ellos, ¡Él siente eso junto con ellos con compasión! (Isaías 63:9). Habiéndose substituido a Sí mismo en el lugar de Israel ante Dios (Isaías 49:1-5), sintió el pecado de Israel a la luz de la santidad de Dios, aunque Él mismo no estuviese bajo el gobierno de Dios.
3) Sus Sufrimientos Anticipativos
La cruz y su sufrimiento estuvieron siempre ante nuestro Señor. Por toda Su senda, Él los tuvo delante de Sí. Él podía decir: “De bautismo Me es necesario ser bautizado: y ¡cómo Me angustio hasta que sea cumplido!” (Lucas 12:50). Varias veces el Señor llevó a Sus discípulos aparte, y les dijo que “Le convenía ir á Jerusalén, y padecer mucho de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mateo 16:21, 17:22-23, 20:17-19). Él habló de Sí mismo como “el grano de trigo” que caería sobre la tierra y moriría (Juan 12:24). Esto Le llevó a decir: “Padre, sálvame de esta hora. Mas por esto He venido en esta hora” (Juan 12:27). Él anticipó la cruz y sus sufrimientos, y eso Lo perturbó profundamente.
Cuando llegó a Getsemaní, el tentador vino con todo su poder en un esfuerzo por aterrorizarle. Satanás presionó en Su alma lo que significaría ser rechazado de los hombres y abandonado por Dios. Él podía decir: “Cercáronme dolores de muerte, y torrentes de perversidad [Belial – traducción J. N. Darby] Me atemorizaron” (Salmo 18:4). “Belial” es una referencia a Satanás (2 Corintios 6:15). En el Salmo 102 (“El Salmo de Getsemaní”), vemos al Señor anticipando el sufrimiento de las manos de Dios por el pecado. Siendo la Persona omnisciente que era, Él anticipó esos sufrimientos de la cruz completamente, como ninguna criatura podría. El resultado fue que cayó sobre Su rostro “en agonía [conflicto]” y clamó a Dios: “Padre, si quieres, pasa este vaso de Mí” (Lucas 22:42; Mateo 26:39). El Señor podría haber ejercido Su poder divino y hubiera alejado al diablo, pero permaneció en el lugar de un Hombre obediente y dependiente, y “oraba más intensamente” (Lucas 22:44).
4) Sus Sufrimientos de Martirio
El Señor sufrió como un Mártir justo en las manos de los hombres de dos maneras—en Su espíritu y en Su cuerpo (físicamente):
A) Como resultado del testimonio santo del Señor en este mundo, Él sufrió reproche en Su alma y espíritu. El amor que hizo que Él ministrase a los hombres de las riquezas de la gracia de Dios Le trajo más tristeza y sufrimiento, pues desencadenó el odio y la maldad en los hombres. Cuanto más Él amaba, más era odiado (Salmo 109:5). Él sintió el rechazo de los hombres y sufrió en Su espíritu y fue afligido con lo que el pecado había hecho en sus corazones, endureciéndolos con incredulidad (Marcos 3:2-5, 8:12). También sintió profundamente la traición de Judas (Juan 13:21; Salmo 41:9, Salmo 55:12-14) y el desamparo de Sus únicos seguidores (Juan 16:32)—particularmente la negación de Pedro (Lucas 22:61). Él también sintió en Su alma el engaño, los insultos y el escarnio que fueron echados sobre Él en Su juicio y crucifixión (Mateo 26:57-68, 27:27-44; Salmo 22:6-8). Él también sintió la violación de la decencia humana cuando los soldados Lo despojaron de Sus ropas y Lo colocaron en la cruz (Salmo 22:17-18). Y para añadir a todo eso, Él llevó en Su espíritu el dolor de ser mal entendido. Las personas Le tenían por “azotado, por herido de Dios y abatido.” Ellos Lo vieron como si estuviese muriendo justamente bajo el juicio gubernamental de Dios por atreverse a decir que Él era el Mesías. Ellos lo vieron como un impostor, ¡pero no percibieron que Él era realmente el Mesías que estaba muriendo por sus pecados! (Isaías 53:4-5).
B) Como un resultado del santo testimonio del Señor en este mundo, Él también sufrió físicamente en manos de hombres malvados. En fidelidad y amor, Él testificó de la maldad del hombre, y eso Lo llevó a un sufrimiento notorio (Salmo 40:9-10). Él sufrió contusiones de los golpes de una caña y de las palmas de las manos de los hombres (Miqueas 5:1-2; Mateo 26:67, 27:30); laceraciones de los azotes (Isaías 50:6; Mateo 27:26); penetraciones de la corona de espinas (Mateo 27:29-30); y perforaciones de los clavos en Sus manos y pies (Salmo 22:16; Mateo 27:35). Por último, Él fue crucificado y muerto “por manos de los inicuos,” (Hechos 2:23, 3:13-15, 5:30, 7:52-53, 13:27-29).
5) Sus Sufrimientos Expiatorios
Finalmente, y el mayor de todos, el Señor sufrió por llevar sobre Sí mismo los pecados. Todos los otros tipos de sufrimiento que el Señor sintió no podían quitar los pecados. Esto sólo podría hacerse a través de Sus sufrimientos expiatorios que Él soportó en las últimas tres horas en la cruz (Mateo 27:45-46; Marcos 15:33-34; Lucas 23:44-45). Sus sufrimientos de martirio fue lo que Él sufrió en manos de hombres impíos (Salmo 69), pero Sus sufrimientos expiatorios fue lo que Él sufrió en mano de Dios (Salmo 22).
Para hacer expiación por el pecado y los pecados, el Señor soportó y agotó el justo juicio de Dios. La Biblia indica que Su gran sacrificio resolvió toda la cuestión del pecado ante Dios (Hebreos 1:3, 9:26, 10:12). Cuando el Señor hizo expiación por nuestras almas, Él fue “dejado” por Dios (Salmo 22:1). Siendo “hecho pecado” en la cruz (2 Corintios 5:21), Dios, que es santo y “muy limpio ... de ojos para ver el mal” (Habacuc 1:13), no podía tener comunión con Él. En aquel momento, la comunión se rompió entre esas dos Personas divinas. Pero, aunque el Señor Jesús fue abandonado por Dios, aún era el objeto de complacencia (satisfacción) de Su Padre, porque Él estaba haciendo la voluntad de Dios, y eso era agradable a Él (Isaías 53:10).
Hay dos partes en la obra de Cristo en la expiación en la cruz: la primera es el lado de Dios, que se llama “propiciación” (Romanos 3:25; Hebreos 2:17; 1 Juan 2:2, 4:10). La propiciación ha realizado para Dios la solución completa en cuanto a la cuestión del surgimiento del pecado en la creación y los pecados de los creyentes. Así, la obra consumada de Cristo en la cruz atendió a la exigencia de la naturaleza santa de Dios, y así, por ella, las reivindicaciones de la justicia divina han sido satisfechas (Salmo 85:10). La segunda parte de la obra expiatoria de Cristo es para el hombre—atendiendo a la necesidad de la culpa del creyente. Esto es llamado “sustitución.” Para quitar sus pecados y culpabilidad, el creyente debe entender que el Señor tomó su lugar en la cruz delante de Dios y “llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). El gran resultado de descansar por fe en la obra sustitutiva de Cristo es que nuestra conciencia es “limpiada” (Hebreos 9:14, 10:2, 10:17, 10:22).
La Biblia dice: “Del trabajo de Su alma verá y será saciado” (Isaías 53:11). El fruto de los sufrimientos expiatorios de Cristo son demasiados para que puedan ser enumerados aquí. Toda la bendición que Israel, la Iglesia y los santos en el día del reino milenario disfrutarán será el resultado de esa obra consumada. (Ver Expiación)
Tiempos de los Gentiles:
Esta expresión se refiere al período de tiempo, actualmente en curso, cuando la sede del gobierno de Dios en la tierra (“el trono de Jehová”)—que una vez fue con la casa de David en Israel (1 Crónicas 29:23)—ha sido transferida a los gentiles por el fracaso de Israel (Daniel 2:37, 5:18-19). Comenzó cuando Nabucodonosor derrotó a Faraón-Necao en el 606 A.C. a partir de lo cual los babilonios se convirtieron en los líderes indiscutibles del mundo habitable (2 Reyes 24:1-4; Jeremías 46:2). La supremacía gentil ha continuado a través de los reinados de los babilonios, los medos y los persas, el Imperio griego y el Imperio romano (Daniel 2:31-45, 7:1-27). El Señor dijo que Jerusalén sería “hollada de las gentes, hasta que los tiempos de las gentes sean cumplidos” (Lucas 21:24). Esto no quiere decir que Jerusalén estaría literalmente nivelada a escombros hasta que “los tiempos de las gentes” acabasen, sino que sería sometida bajo los pies de los gentiles, hasta ese momento.
Lo que trae “los tiempos de las gentes” a su fin es la venida de Cristo como el Hijo del Hombre para juzgar al mundo—Su Aparición (Lucas 21:25-28; Daniel 2:35, 2:44). En aquel tiempo, el Señor juzgará a las naciones de los gentiles y liberará a Israel de ese yugo. Cuando la nación de Israel sea restaurada, “el trono de Jehová” será transferido de nuevo a la casa de David en Jerusalén (Jeremías 3:17) e Israel gobernará a las naciones de los gentiles de acuerdo con el propósito original de Dios para con ellos (Deuteronomio 28:13; Salmo 47:2-3; Jeremías 51:19-20; Miqueas 5:7-9).
Tiempos de Refrigerio:
Este término se refiere a las condiciones felices que se encontrarán durante el Milenio, cuando la vida en la tierra será ordenada según la mente de Dios, bajo el reino de Cristo (Hechos 3:19).
Tierra Profética:
Esta expresión no se encuentra en las Escrituras, pero lo que ella transmite sí. Es una expresión que los maestros bíblicos han dado a una esfera específica en la tierra, donde mucho de la profecía será cumplida, particularmente en conexión con la Bestia romana.
Hay realmente tres esferas en la tierra (zonas de la tierra) donde la profecía será cumplida. Estos son círculos concéntricos, cada uno con una gama más amplia y cada uno teniendo diferentes grados de luz de parte de Dios, y, por lo tanto, con un nivel diferente de responsabilidad para con Dios. Estos son:

•  La primera esfera de la “tierra”—La porción de tierra que fue prometida a Abraham y a sus descendientes—la herencia completa de Israel, cubriendo alrededor de 775,000 kilómetros cuadrados de tierra. Este es el círculo menor—Isaías 26:18, 28:22; Mateo 24:30, etcétera.
•  La segunda esfera de la “tierra”—La porción de la tierra donde el antiguo Imperio Romano ejerció su autoridad en el pasado, y donde el Imperio Romano revivido bajo la Bestia también tendrá su territorio en el futuro. Incluye la primera esfera de la tierra, pero también engloba a Asia menor y a Europa occidental. Algunos piensan que, dado que América ha sido poblada en gran parte por personas que salieron de Europa (Daniel 2:43), que los Estados Unidos y Canadá podrían ser parte de esta esfera. Esta área es referida por maestros de la Biblia como “la tierra profética,” o “la tierra romana” o “la tierra profética occidental.” Ella es mencionada 14 veces en Apocalipsis 8-9, por la expresión: “la tercera parte.” “La cuarta parte de la tierra” es una parte restringida de la tierra profética: Europa occidental (Apocalipsis 6:8).
•  El “mundo”—Esta es una esfera más amplia todavía, que cubre el globo entero, incluyendo también a las naciones periféricas.
Ocasionalmente se habla de las tres esferas en un mismo pasaje de la Escritura—Isaías 18:2-3, 24:1-6, 26:9-10, 26:18-19.
Tribunal de Cristo:
(Véase el Juicio de las Obras del Creyente)
Unción del Espíritu:
Este es un aspecto de la habitación del Espíritu Santo—el Cual el creyente recibe cuando cree al evangelio—que le da el poder para andar en el camino de la fe y la capacidad de discernir la verdad del error (2 Corintios 1:21; 1 Juan 2:20, 2:27).
Si el creyente anda en el Espíritu, en comunión con el Señor, tendrá el poder de discernir lo que es verdad y lo que es error cuando se encuentre con ambos (1 Juan 4:6). El apóstol Juan dijo: “La unción que vosotros habéis recibido de Él, mora en vosotros, y no tenéis necesidad que ninguno os enseñe; mas como la unción misma os enseña de todas cosas, y es verdadera, y no es mentira, así como os ha enseñado, perseveraréis en Él” (1 Juan 2:27). Algunos han usado este versículo para rechazar la enseñanza de maestros dotados, porque tienen el Espíritu Santo y piensan que eso es todo lo que necesitan. Por consiguiente, no leen ningún libro de ministerio, etcétera. Pero no es lo que este versículo está diciendo. El apóstol Juan no está diciendo que todos los creyentes instintivamente conocen la verdad porque tienen el Espíritu. Si eso fuera cierto, ¿por qué ha dado Dios maestros a la Iglesia? (1 Corintios 12:28; Efesios 4:11) El verso simplemente significa que cuando la verdad o el error nos son presentados, no necesitamos que alguien nos diga lo que es. Si estamos en comunión, y por lo tanto “perseveramos en Él,” la “unción” del Espíritu en nosotros nos dará a conocer si algo es o no la verdad.
La morada del Espíritu es una bendición exclusivamente cristiana. El Espíritu venía sobre los santos del Antiguo Testamento para ejecutar acciones divinas, pero el Espíritu de Dios no moraba en ellos como Lo hace con los cristianos. De hecho, los cristianos tienen la presencia del Espíritu en ambos aspectos (Juan 14:16; Hechos 2:1-4). La diferencia puede ser ilustrada en un barco de motor y un velero. Uno de ellos tiene su fuente de energía adentro y el otro obtiene su energía de afuera: del viento. Los santos del Antiguo Testamento eran como el velero, “inspirados [movidos] del Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21) cuando el Espíritu venía sobre ellos. Pero así como el viento que sopla, esto era ocasional. Los salvados hoy en estos tiempos cristianos, tienen Su presencia divina dentro de ellos en todo momento. Como el barco de motor, ellos son “guiados por el Espíritu” (Romanos 8:14), y esto depende del creyente rindiéndose al control del Espíritu que habita en él. Esto tiene que ver con el estar “llenos del Espíritu” (Efesios 5:18). (Ver Lleno del Espíritu)
La unción del Espíritu de Dios fue dada al Señor Jesús con la finalidad de investir Su Ministerio de poder. La Escritura dice, “Cuanto á Jesús de Nazaret; cómo Le ungió Dios de Espíritu Santo y de potencia; el Cual anduvo haciendo bienes, y sanando á todos los oprimidos del diablo” (Hechos 4:27, 10:38; Hebreos 1:9).
Unidad del Espíritu:
Esta expresión tiene que ver con la unidad práctica que debe existir entre los miembros del cuerpo de Cristo (Efesios 4:3-4). Se trata de una unidad de comunión que el Espíritu de Dios está formando en la tierra para expresar la verdad del “un cuerpo” (Efesios 4:4). F. G. Patterson dijo que mantener la unidad del Espíritu es “esforzarse por mantener en la práctica lo que existe de hecho.” Así, Dios quiere que los miembros del cuerpo de Cristo anden eclesiástica y prácticamente juntos, para que el mundo vea una demostración de la unidad que existe en el cuerpo de Cristo—independientemente de donde los miembros del cuerpo estén localizados en la tierra.
“La unidad del Espíritu” no es simplemente una exhortación para tener unidad en la comunión de la iglesia en una localidad determinada; es más que eso. Esta unidad tiene en vista al un cuerpo—como el versículo siguiente (Efesios 4:4) indica: hay “un cuerpo.” Dado que el cuerpo de Cristo no está en un sólo lugar en la tierra, está claro que esto se refiere a una unidad de creyentes de todo el mundo. Por lo tanto, Dios quiere que los cristianos anden juntos en comunión universalmente, dando expresión al hecho de que son un solo cuerpo, a pesar de que los miembros están en muchos lugares de la tierra. El hecho de partir el pan es una confesión práctica de esta verdad (1 Corintios 10:16-17), pero la Iglesia debe también manifestar la unidad del cuerpo en cuestiones prácticas de comunión y en la disciplina. Dios quiere que esto sea hecho en una escala mundial—dondequiera que los miembros del cuerpo se encuentran en la tierra. Esto excluye la idea de asambleas locales siendo autónomas. Las epístolas a los corintios enfatizan ese lado de la verdad.
Muchos confunden la unidad del Espíritu (Efesios 4:3) con la unión del cuerpo y la Cabeza (1 Corintios 12:12-13; Efesios 2:15). Debemos mantener lo primero, pero Dios mantiene lo segundo por el Espíritu que mora en nosotros. La unidad del Espíritu puede ser interrumpida y rota. Sin embargo, la unión nunca puede ser rota. En los primeros días de la Iglesia, esta unidad fue guardada. Los santos “estaban todos unánimes juntos” (Hechos 2:1, 4:32), pero es triste decir que no permaneció así por mucho tiempo. C. H. Brown dijo: “Evidentemente, la unidad del Espíritu debe haber sido quebrada en algún momento, resultando en dos grupos separándose el uno del otro. La unidad del Espíritu debe haber sido rota, y de hecho lo fue” (The Ground of Gathering, p. 28). C. H. Mackintosh dijo: “Romperíamos la unidad del Espíritu si sustentásemos que hay muchos cuerpos” (The Church, p. 9). J. N. Darby dijo: “Ananías y Safira fueron los primeros en romperla (Hechos 5). Después de esto vemos a los helenistas murmurando contra los hebreos (Hechos 6).” La unión, sin embargo, permanece intacta universalmente, independientemente de si los miembros del cuerpo de Cristo caminan juntos en unidad práctica o no. Unión, por lo tanto, no es lo mismo que unidad. Para enfatizar la diferencia entre estos, se ha dicho que, si amarrásemos dos gatos por la cola, tendríamos unión, pero no habría unidad.
Es un hecho triste que la Iglesia no ha mantenido la unidad del Espíritu, y como resultado, se ha dividido en cuanto al testimonio. Hoy en día, hay miles de partidos, sectas y comuniones – cada uno con sus propios principios de gobierno, todos independientes entre sí. Si bien esto es cierto, los cristianos todavía pueden mantener la unidad del Espíritu hoy, pero esto sólo puede cumplirse en el testimonio de un remanente. La unidad del Espíritu encuentra su centro en Cristo, y guardarla envuelve estar en armonía con la mente del Espíritu, que lleva a los cristianos a este propósito práctico. Los miembros del cuerpo no sólo deben reconocer la autoridad de Cristo en todas las cosas, sino que también deben caminar en santidad y verdad, porque el Espíritu de Dios, que reúne a los cristianos conforme a la verdad de Dios, es “el Espíritu de santidad” y “el Espíritu de verdad” (Romanos 1:4; Juan 14:17). Esto necesariamente implica la separación de todo, sea doctrina o práctica, que sea inconsistente con Su persona.
Unigénito:
Este término expresa la ternura que tiene un hijo único en el corazón de su padre (Lucas 8:42; Juan 1:14, 3:16, 3:18; 1 Juan 4:9) o madre (Lucas 7:12). Engendrado, en el sentido en que la palabra es usada en este término, no se refiere al comienzo congénito de una persona—su nacimiento. Una prueba clara de ello es que el Señor era el “Hijo unigénito” antes de nacer en este mundo (Juan 3:16). El énfasis en el término es “único,” en lugar de “engendrado”. Cristo es el único y el unigénito Hijo del Padre. Traducido libremente, podría leerse: “El afectuosamente amado.”
Por lo tanto, cuando el término “Unigénito” es aplicado al Señor Jesús, se está refiriendo a Su increada relación con Dios el Padre como Su muy amado Hijo. Denota el deleite del Padre en Él. Juan 1:14 habla de la gloria que los hombres contemplaron en el Señor cuando Le vieron vivir en el gozo del amor de Su Padre. Juan dijo, en un paréntesis, que es similar a la relación que un hijo unigénito tiene con su padre, teniendo la total e indivisa atención y afecto de su padre. (Es por lo que la palabra “padre” en “unigénito del Padre” no está escrito con mayúscula en traducciones más literales como la de J. N. Darby [“father”], pues se refiere a la relación humana de un padre con su hijo y el Espíritu de Dios está usando esto para ilustrar el afecto que el Padre tiene para con el Hijo.) Así, el Señor fue el Objeto de atención y deleite indivisos de Su Padre (Mateo 3:17), pues siempre habitó “en el seno del Padre” como “el unigénito Hijo” (Juan 1:18; Proverbios 8:30) y “el Hijo de Su amor” (Colosenses 1:13 – traducción J. N. Darby).
Venida del Señor (Véase Arrebatamiento, Aparición)
Vida Eterna:
En los evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas, el término vida eterna se refiere a tener la vida divina de Dios en la tierra en el reino milenario de Cristo (Mateo 19:16, 19:29, 25:46; Marcos 10:17, 10:30; Lucas 10:25, 18:18, 18:30, etcétera). Esto fue prometido en el Antiguo Testamento (Salmo 133:3; Daniel 12:2) y tendrá cumplimiento en el remanente de Israel (Apocalipsis 7:1-8) y los creyentes de las naciones gentiles (Apocalipsis 7:9-10) en un día venidero.
Sin embargo, en el evangelio de Juan y en las epístolas del Nuevo Testamento, vida eterna tiene un significado completamente diferente, donde es presentada como algo celestial. En este aspecto cristiano, vida eterna tiene que ver con la posesión de vida divina de acuerdo con la relación que los cristianos tienen con el Padre y el Hijo. El Señor la definió como: “Esta ... es la vida eterna: que Te conozcan el solo Dios verdadero, y á Jesucristo, al cual has enviado” (Juan 17:3). Esta es una bendición exclusivamente cristiana, poseída “en Cristo” (Romanos 6:23; 2 Timoteo 1:1). F. G. Patterson dijo: “La vida eterna es el término cristiano para aquello que tenemos en Cristo; por ella somos traídos a la comunión con el Padre y el Hijo y, por tanto, tenemos una naturaleza adecuada para el cielo” (Scripture Notes and Queries, p. 112).
La vida eterna, en este sentido cristiano, es llamada así porque se refiere a una calidad especial de vida divina que el Padre y el Hijo han disfrutado juntos en comunión con el Espíritu Santo, eternamente. Antes de la venida de Cristo al mundo, este aspecto de la vida divina era desconocido por los hombres—estaba “con el Padre” en el cielo (1 Juan 1:2). Mas ahora ha sido dada a los cristianos (Juan 3:16; 1 Juan 5:13, etcétera) por la cual ellos son capaces de disfrutar de la comunión con el Padre y el Hijo (Juan 17:3; 1 Juan 1:3).
Contrario a lo que muchos cristianos piensan, la “vida eterna” no es una descripción de la duración de la vida divina, sino más bien una descripción del carácter y de la calidad de la vida divina. Por lo tanto, “vida eterna” no significa “vida que dura para siempre.” Puesto que toda vida humana dura para siempre— independientemente de si una persona es salva o no—el término ciertamente debe significar más que una vida de duración interminable. H. Nunnerley dijo: “Mucha mala comprensión ha surgido en cuanto a la vida eterna, limitando su significado a la duración sin fin de la existencia y la seguridad eterna de aquellos que poseen esta vida” (Scripture Truth, vol. 1, p. 195). A. C. Brown dijo que la vida eterna “no significa meramente que tenemos vida que dura para siempre. Tampoco se refiere particularmente a nuestro primer encuentro con el Salvador, como ha sido subrayado por algunos evangelistas” (Eternal Life, p. 4). H. M. Hooke comentó: “Muy pocos de nosotros nos esforzamos en detenernos y pensar lo que es la vida eterna. Recuerdo una vez haber preguntado a una hermana anciana si ella me podría decir lo que era la vida eterna. ‘Oh, ¡sí!’ ella dijo, ‘es la perpetuidad de la existencia’. ‘Entonces’, le dije, ‘usted no tiene nada más de lo que el diablo tiene—¡porque él tiene la perpetuidad de la existencia!” Creo que lo que ella dijo es un entendimiento común. Incluso los perdidos tienen perpetuidad de la existencia; pues van a pasar la eternidad en el lago de fuego, pero no tienen la vida eterna” (The Christian Friend, vol. 12 [1885], p. 230).
Muchos confunden la vida eterna con el nuevo nacimiento, pero estos términos no son sinónimos. Ambos tienen que ver con poseer vida divina, pero la vida eterna es tener la vida divina en su sentido más pleno, lo que hizo necesario la venida del Hijo de Dios. El Señor dijo: “He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Antes de Su venida al mundo, las personas no conocían este carácter de vida divina. No es que existan dos tipos diferentes de vida divina. La vida dada en el nuevo nacimiento y la vida eterna son la misma vida en esencia. Es la propia vida de Cristo—de hecho, Él es llamado “aquella Vida Eterna” (1 Juan 1:2). La diferencia es que nacer de nuevo es tener la vida divina en embrión, por así decirlo; mientras que la vida eterna es la vida en su plenitud. Lo mismo podría ser dicho de la vida en una semilla de manzana en contraposición a la vida en un árbol de manzana adulto. Ambos tienen la misma vida, pero una no se ha desarrollado.
La posesión de la vida eterna en su sentido cristiano involucra cuatro cosas:
1) Conocer a Dios Como Padre
(Juan 17:3) Esto requirió la venida de Cristo al mundo para revelar al Padre (Juan 1:18, 14:6-11). J. N. Darby dijo: “La revelación del nombre del Padre trae consigo la vida eterna” (Notes and Jottings, p. 102). H. Nunnerley, dijo: “La vida eterna es una vida de comunión, de participación en las relaciones divinas, un conocimiento práctico del Padre y Su Enviado” (Scripture Truth, vol. 1, p. 197). (“Padre” es usado algunas veces en el Antiguo Testamento en referencia a Dios, pero está denotando Su cuidado para con Su pueblo como un padre guía y cuida de su familia. No se utiliza como un nombre de Dios revelando Su persona como tal, como es revelado en el Nuevo Testamento. Algunos ejemplos son: Isaías 63:16, 64:8; Jeremías 3:4.)
2) Creer en Cristo el Hijo de Dios
(Juan 3:16, 3:36, 5:24, 6:47; Romanos 6:23, etcétera)
3) Conocer la Obra Consumada de Cristo en la Cruz
(Juan 3:14-15)
4) Ser Habitado Por el Espíritu Santo
Juan 4:14, que trae al creyente en una relación con el Padre y con el Hijo. F. G. Patterson dijo: “Tenemos vida eterna en Cristo—Cristo vive en nosotros; y esta vida eterna nos lleva a la comunión con el Padre y el Hijo, lo que no podría acontecer hasta que el Padre fue revelado en Él y el Espíritu Santo fue dado, por medio del cual la disfrutamos” (Words of Truth, vol. 3, p. 178). A. C. Brown dijo: “La vida eterna se refiere a la vida de Dios disfrutada en comunión con el Padre y el Hijo por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros” (Eternal Life, p. 4).
Así, aunque los santos del Antiguo Testamento fueron sin duda nacidos de nuevo (y así tenían vida divina), ellos no podían haber tenido vida eterna, simplemente porque el Señor Jesús aún no había venido para revelar al Padre, ni Él había sido revelado como el Hijo de Dios, ni había consumado la redención, ni había subido a lo alto para enviar al Espíritu Santo. H. M. Hooke dijo: “Me he quedado impresionado al examinar las Escrituras del Antiguo Testamento y no encontrar ni una sola instancia mencionando un santo del Antiguo Testamento que tuviese vida eterna; no se conocía” (The Christian Friend, vol. 12 [1885], p. 230). A J. N. Darby le preguntaron: “‘¿No tenían los santos del Antiguo Testamento vida eterna?’ Él respondió: ‘En cuanto a los Santos del Antiguo Testamento, la vida eterna no forma ninguna parte de la revelación del Antiguo Testamento, aun suponiendo que los santos del Antiguo Testamento la tuviesen’” (Notes and Jottings, p. 351). Él también dijo, “El conocimiento de Dios, del Padre, del Hijo, y del Espíritu de filiación, la conciencia de estar en Cristo y Cristo en nosotros, la comunión con el Padre y el Hijo, nada de esto poseían los Santos del Antiguo Testamento” (Collected Writings, vol. 10, p. 26). F. G. Patterson dijo: “No se puede entonces decir que ellos [los santos del Antiguo Testamento] tenían vida eterna. Ella sólo fue traída a la luz por medio del evangelio (2 Timoteo 1:10; Tito 1:2, etcétera).” (Scriptures Notes and Queries, p. 66).
Enseñar que los santos del Antiguo Testamento tenían vida eterna obscurece la distinción entre los dos Testamentos y las bendiciones y privilegios que distinguen a la Iglesia con respecto a Israel. Es un error de la Teología del Pacto, que considera a Israel y la Iglesia como un pueblo con bendiciones iguales.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Hay dos aspectos de la vida eterna en su sentido cristiano. No sólo se refiere al carácter de la vida divina en el creyente como una posesión presente (Juan 3:15-16, 3:36), sino que también se refiere a una esfera de vida en la cual el creyente debe vivir en comunión con el Padre y el Hijo (Juan 17:3; 1 Timoteo 6:12, 6:19). Usamos la palabra “vida” de forma semejante al describir una esfera en la cual una persona habita—por ejemplo: “la vida del campo,” “la vida urbana,” etcétera. En este último sentido, la vida eterna es un ambiente de vida en que todo es luz y amor, y en que la comunión con el Padre y el Hijo lo es todo. En virtud de que el Espíritu habita en nosotros, podemos vivir en esa esfera ahora mientras estamos aquí en la tierra (Juan 4:14; 1 Juan 5:11-13). Así, alguien bien dijo que la vida eterna es “una condición de cosas fuera de este mundo,” en la cual el creyente vive por el Espíritu.
El apóstol Pablo se refiere a este aspecto de la vida eterna como algo en que entraremos en el futuro, cuando seamos recibidos en el cielo en nuestro estado glorificado (Romanos 2:7, 5:21, 6:22-23; Gálatas 6:8; 1 Timoteo 1:16, 6:12, 6:19; Tito 1:2, 3:7). Esto no significa que no podemos disfrutar de esta vida ahora. Podemos ciertamente disfrutarla ahora por el Espíritu, pero luego estaremos en esta vida en su plenitud. Por otro lado, el apóstol Juan habla de la vida eterna en el creyente como una posesión presente (Juan 3:15, etcétera), aunque habla de ella también en su sentido futuro (Juan 4:36, 12:25).
Viejo Hombre:
Esta expresión es encontrada en Romanos 6:6, Efesios 4:22 y Colosenses 3:9. Así como el “nuevo hombre,” este es un término abstracto que describe el estado corrupto de la raza caída de Adán—su carácter moral depravado. El “viejo hombre” no es Adán personalmente, sino aquello que caracteriza la raza caída de Adán. Es la encarnación de cada una de las horribles características que marcan la raza. Para ver correctamente el viejo hombre, precisamos mirar a la raza como un todo, pues es poco probable que una persona sea marcada por todas las horribles características que caracterizan este corrupto estado. Por ejemplo, una persona en la raza caída puede caracterizarse por ser iracundo y engañoso, pero puede ser que no sea inmoral. Otra persona puede que no sea conocida por perder los estribos, ni por ser engañosa, pero es terriblemente inmoral. Sin embargo, tomando la raza como un todo, vemos todas las terribles características que componen al viejo hombre.
Romanos 6:6 y Romanos 8:3 afirman que Dios juzgó al “viejo hombre” en la cruz de Cristo. Y, Efesios 4:22 y Colosenses 3:9 nos dicen que es algo de lo cual el creyente se “despojó” al recibir a Cristo como su Salvador. Como parte de la posición cristiana, por nuestra profesión, nos hemos confesadamente despojado de todo lo relacionado con ese estado corrupto. Este despojamiento es mencionado en el griego en el tiempo verbal aoristo—o sea habiendo ocurrido una vez para siempre. Por lo tanto, como cristianos, confesamos que ya no estamos asociados con él. Lamentablemente, la versión Reina-Valera traduce Efesios 4:22-24 como una exhortación, haciendo al despojamiento algo que debemos hacer en nuestras vidas como una cosa diaria. Pero en realidad, el despojamiento del viejo hombre es algo que el creyente hace una vez por todas cuando toma su posición con Cristo. El pasaje debería ser leído como: “Habiéndoos despojado, en cuanto a la manera de vivir anterior, del viejo hombre...” (traducción J. N. Darby).
El “viejo hombre” es frecuentemente usado como sinónimo de la vieja naturaleza (la carne) en el creyente. Esto es un malentendido generalizado entre los cristianos. Ellos dirían cosas como: “El viejo hombre en nosotros desea cosas pecaminosas.” O, “nuestro viejo hombre quiere hacer este o aquel mal...,” sin embargo, estas afirmaciones confunden al viejo hombre con la carne. Las Escrituras no utilizan el término de esa manera. El Sr. Darby señaló: “El viejo hombre está siendo habitualmente utilizado como si fuera la carne, incorrectamente” (Food for the Flock, vol. 2, p. 286). Una diferencia es que del viejo hombre nunca se dice que está en nosotros, mientras que la carne ciertamente lo está. F. G. Patterson dijo: “Tampoco creo que las Escrituras nos permitan decir que tenemos al viejo hombre en nosotros—mientras que sí enseña totalmente que tenemos la carne en nosotros” (A Chosen Vessel, p. 51). Por eso, no es correcto hablar del viejo hombre como siendo algo que vive en nosotros, con apetitos, deseos y emociones, así como la carne. H. C. B. G., dijo: “Yo sé lo que quiere decir un cristiano cuando pierde los estribos, y dice: ‘es el viejo hombre’. Sin embargo, la expresión es incorrecta. Si dijese que fue ‘la carne,’ habría estado más correcto” (Food for the Flock, vol. 2, p. 287). Si el viejo hombre fuera la carne, ¡entonces Efesios 4:22-23 nos estaría diciendo que precisábamos despojarnos de la carne! Sin embargo, no hay ninguna exhortación en la Escritura para despojarnos de la carne. Es algo que no sucederá hasta que muramos, o cuando el Señor venga.
Así, el “viejo hombre” ha sido juzgado en la cruz y fue despojado por el creyente al recibir a Cristo como su Salvador. Aunque no existe ninguna exhortación en las Escrituras para despojarnos del viejo hombre, hay una exhortación para “dejar” aquellas cosas que pueden estar en nuestras vidas que caracterizan al viejo hombre (Colosenses 3:8-9). Tampoco hay una exhortación en la Escritura para los cristianos “considerar muerto al viejo hombre,” como las personas acostumbran a decir. Esta idea equivocada supone que es algo maligno que vive en nosotros (es decir, la carne). La Escritura dice que debemos considerarnos nosotros “muertos al pecado” (Romanos 6:11). Otros hablan del viejo hombre como siendo muerto. Esto es un malentendido también. Una vez más, sugiere que era algo que una vez vivía en el creyente, pero que ha muerto.
Siete cosas que el “viejo hombre” no es:
•  No es Adán personalmente.
•  No es la carne en el creyente.
•  No es nuestra antigua posición delante de Dios.
•  No es sinónimo del primer hombre.
•  No es algo que precisa ser muerto, o que haya muerto.
•  No es algo de lo que el creyente se despoja diariamente.
•  No es algo que enterramos en el bautismo.
Vivificación:
Este término puede ser aplicado al alma (Juan 5:21, 6:63; Efesios 2:1, 2:5; Colosenses 2:13) y también al cuerpo humano (Romanos 4:17, 8:11; 1 Timoteo 6:13)—incluso al cuerpo del Señor (1 Pedro 3:18).
En cuanto al alma, Dios obra sobre los elegidos en poder soberano para vivificar a personas espiritualmente muertas impartiéndoles una vida divina (Efesios 2:1, 2:5 primera parte). Como resultado, cuando alguien es así vivificado, les son concedidas facultades espirituales por las cuales es capaz de escuchar y comprender lo que Dios comunica espiritualmente—es decir, el evangelio. Al creer el evangelio y descansar en fe en la obra consumada de Cristo, el alma “vivificada” es “salva” (Efesios 2:5 segunda parte, 2:8). Así, la vivificación se refiere a la misma acción del Espíritu como siendo “nacido de nuevo,” pero visto de una perspectiva diferente:
•  El nuevo nacimiento ve la condición del hombre como teniendo una naturaleza corrompida, y, por lo tanto, precisa de una nueva vida y naturaleza, que Dios imparte por medio de Su poder soberano.
•  La vivificación ve la condición del hombre desde la perspectiva de estar muerto, y así, precisando de una nueva vida de Dios, que la vivificación transmite.
Si Dios no actuara soberanamente de esta manera en las almas, nadie creería en el evangelio, porque antes de ser vivificados, los hombres están espiritualmente inconscientes (estando muertos), y, por lo tanto, no tienen capacidad de oír y responder al llamado de Dios. (Ver Nuevo Nacimiento y Libre Albedrío).
En cuanto a nuestros cuerpos, Romanos 8:11 afirma que el cuerpo del creyente será vivificado, y así glorificado por el Espíritu Santo. Aquí no dice cuándo ocurrirá, pero sabemos por otros pasajes que será en el Arrebatamiento (1 Corintios 15:51-56; Filipenses 3:21).

Contraportada

Conocer el significado de los términos de la Escritura es esencial para entender la revelación divina que Dios colocó en nuestras manos: la Biblia. Sin una comprensión básica de estos términos y expresiones doctrinales, iremos ciertamente a perder lo que Dios desea que aprendamos en Su Palabra.
Es nuestra convicción de que los cristianos que buscan la verdad en su forma más pura, es decir, con más exactitud, deberían apegarse lo más cerca posible a las enseñanzas de aquellos que estuvieron vinculados con el movimiento de Dios para recuperar mucha verdad en los años 1800. Estos serían hombres espirituales y entendidos tales como: J. N. Darby, J. G. Bellett, G. V. Wigram, C. H. Mackintosh, W. Kelly, F. G. Patterson, F. W. Grant, C. Stanley, A. P. Cecil, E. Dennett, T. B. Baines, A. Miller, W. Scott, J. A. Trench, W. T. Turpin, H. H. Snell, W. W. Fereday, W. J. Hocking, W. T. P. Wolston, S. Ridout, H. Smith, etcétera. Estos hombres estaban más próximos a la fuente, cuando Dios la abrió nuevamente y trajo de vuelta a la Iglesia muchas preciosas verdades que habían sido perdidas por siglos. Como resultado, sus escritos presentan la verdad con un brillo inigualable. El objetivo de este libro es darle al lector una versión condensada de la verdad doctrinal que fue recuperada en aquellos años.