“Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:3). Dios es perfectamente santo y en Su presencia no pueden permanecer las tinieblas porque Él es luz. Aunque Su gracia y amor reciben mucha atención jamás son contrarias a Su naturaleza de luz y santidad. En la muerte del Señor Jesucristo vemos la armonía entre Su luz y Su amor. En el Salmo 22:1 hay una expresión preciosísima: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, la cual nos muestra que Dios al ser Santo tuvo que desamparar al Señor Jesucristo cuando Él llevó sobre Sí mismo nuestros pecados en la cruz del Calvario. ¡Qué divina unión entre luz y amor! Así que no podemos menospreciar la santidad de Dios aduciendo que Su amor cubrirá el pecado; ni podemos presentar excusas por nuestros pecados porque 1 Juan 3:9 dice: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. En este pequeño estudio enfocaremos la luz de Su santidad.
El aspecto de Dios al entrar en el juicio es temible: “Y miré, y he aquí una figura que parecía de hombre; desde sus lomos para abajo, fuego; y desde sus lomos para arriba parecía resplandor ... ” (Ezequiel 8:2). Dios siempre espera antes de juzgar a Su pueblo; pero cuando lo hace, le presta una atención total, de manera que no permite que nada se escape de Su mirada. En el capítulo 8 de Ezequiel, Dios explica a Su siervo por qué tiene que juzgar al pueblo. Ezequiel ve en la visión el templo y las abominaciones de los ídolos que estaban adentro. El asunto empezó con los líderes del pueblo y aquello que hacían en tinieblas; de allí pasó a ver una abominación tras otra hasta que vio en figura a todos los sacerdotes con: “sus espaladas vueltas al templo de Jehová y sus rostros hacia el oriente, y adoraban al sol ... ” (Ezequiel 8:16). Pero nuestro Dios de luz muestra todo lo que descubrió en las tinieblas. Es posible que los líderes al dar sus espaldas a la casa de Dios pensaron que Él no podía descubrirlos ni juzgarlos; pero no fue así.
La actitud correcta cuando el Dios de luz revela la iniquidad es arrepentirnos y compartir con Él Su dolor en el asunto. “Y le dijo Jehová: Pasa por en medio de la ciudad ... y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones ... ” (Ezequiel 9:4). Dios quería que el corazón de todos sea conmovido por la iniquidad, pues cuando llega el juicio a la casa de Dios debemos tener un espíritu de humildad, ya que es la única actitud aceptable ante Dios en un tiempo de humillación y fracaso. En Apocalipsis 3:19 vemos algo similar cuando insiste en el arrepentimiento de Su pueblo: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Aquí observamos de nuevo la unión entre el amor y la luz de Dios, quien quiere hijos como Él mismo y por lo tanto no puede permitir que hagamos lo que queramos en Su nombre e insiste en que seamos diligentes en arrepentirnos. La gloria de Dios exige una santidad verdadera, no algo fingido; sin embargo, si no respondemos a la reprensión tiene que recurrir al castigo; pero todo tiene como finalidad producir arrepentimiento para que tengamos comunión y andemos con Él en la luz.