El Señor Jesús sabía de antemano toda la ruina que vendría, la Iglesia dividida y subdividida, y solamente una muy pequeña grey queriendo apartarse de la confusión religiosa, para congregarse solamente a Su Nombre.
Una persona sola no forma una asamblea. Pero el Señor nos da el número más mínimo posible, y dice que aunque sólo hayan dos que quieran mantener los principios de este versículo, “Allí estoy en medio de ellos”. ¡Verdad preciosa y maravillosa! El ser pocos en número no nos afectará, con tal que nuestra mira esté puesta en ÉL. “Dos” es el número del testimonio, y “Tres” el número del testimonio en plenitud.
La verdad de Dios sigue siendo la misma; y como hijos de Dios, somos guiados a seguir adelante con lo que era desde el principio. La verdad de Dios no cambia con el tiempo. Si era la verdad hace dos mil años, también es la verdad hoy, y será la verdad eternamente. Debemos confesar nuestras flaquezas y fracasos, y a la vez, reconocer que la verdad de Dios se mantiene firme y permanente. Una cosa es estar de acuerdo con lo que es contra las Escrituras; otra cosa es estar de acuerdo con las Escrituras, y a pesar de ello, no obedecerlo. “Os he apartado de los pueblos” (Levítico 20:26). ¿Y qué se dice a los hijos de Dios hoy en día? “Yo os elegí del mundo” (Juan 15:19).
La línea de separación y distinción entre los creyentes y el mundo sería mucho más clara y sencilla. Si nuestros corazones responden a esto, haríamos lo que leemos: “Y sueltos, vinieron a los suyos” (Hechos 4:23). En los sistemas de los hombres encontramos a los más devotos cristianos como a los más descarados incrédulos todos juntos bajo el Nombre de Cristo. Tal mezcla no está de acuerdo con la Palabra de Dios (2 Timoteo 2:19-21). El primer principio divino de unidad es separación del mal, y de ningún modo su tolerancia.