Éxodo 27:1-8; 37:1-7
Los dos muebles que estaban dentro del atrio del tabernáculo eran el altar del holocausto y la fuente de bronce. Ahí estaban en línea recta entre la puerta del atrio y la puerta del Lugar Santo. En muchos puntos pueden ser contrastados con los demás vasos.
En esto difieren de los muebles del Lugar Santo, que sólo eran vistos por los sacerdotes que entraban allí. Fueron hechos de cobre, o de madera de Sittim y cobre; mientras que los vasos de adentro eran de oro, o de madera de Sittim cubierta de oro. El cobre nos habla de Dios en juicio; el oro, de la gloria de Dios y su justicia. Afuera, Dios procede en justicia con el pecado y toda inmundicia—el cobre; adentro Dios es revelado en su gloria divina a sus santos en comunión consigo—el oro.
El altar del atrio era el lugar de sacrificio. La palabra "altar" quiere decir "matar"—un lugar de matanza. El lector debe fijarse bien en las palabras de Éxodo 29:11-12. Se llama "el altar," porque no había otro. Cristo, y Él solo, es representado por esta figura. Él es "el altar" y "el Cordero," y no hay otro lugar de encuentro entre Dios y el pecador.
En Levítico 4:7, se lee del "altar que está a la puerta:" ¿Por qué? Por la sencilla razón de que no había manera de acercarse a Dios sino por medio de aquel altar; no había acceso a Dios sino sobre la base de sacrificio. Dios quiera que caiga todo el peso de esta verdad solemne sobre la consciencia del lector. No hay camino a Dios sino por la sangre de Cristo. Allí—a la puerta—estaba el transgresor; allá—en el extremo occidental—Jehová de Israel se sentaba sobre su trono; la sangre y el agua (figura de la Palabra de Dios) estaban entre ellos, indicando la necesidad de la expiación y la limpieza antes de que el pecador pudiera acercarse a Dios, tres veces santo.
La llama brillante del fuego ardiendo de día y de noche sobre el altar (véase Levítico 6:12-13), era lo primero que se presentaba a la vista del pecador cuando miraba hacia la morada de Dios. Ese "altar" tenía que ser satisfecho; sus demandas tenían que ser del todo cumplidas, antes de que el israelita pudiera tomar un solo paso hacia Dios. Esto se cumplió en el "lugar que se llama de la Calavera" (Lucas 23:33), del cual hablaba ese altar. El fuego encendido allí debe ser suficiente para convencernos de que Dios de ningún modo justificará al impío. El juicio del pecado, como se ve en la cruz de Cristo, es el testimonio permanente de que "la paga del pecado es la muerte" (Romanos 6:23). El fuego nunca debía apagarse. Mientras durare la santidad de Dios, así continuará el castigo del pecado. La llama inapagable de aquel "fuego eterno" en el cual tiene que morar el que está sin Cristo, es un testimonio horrendo a la santidad perpetua de Dios.
Hay que notar que EL ALTAR ERA CUADRADO, cada lado igual. Esto habla de la perfección e igualdad. "No hay diferencia"; los pecadores de todos los rangos y condiciones son igualmente necesitados, y no importa de dónde vengan. Cristo permanece fiel para con todos.
ESTABA COLOCADO EN TIERRA; quiere decir que era accesible para todos, sean grandes o pequeños. Así es la cruz de Cristo: está al alcance del pobre pecador, no importa cuál fuese su estado: no se necesitan "gradas" para alcanzarla (véase Éxodo 20:26).
ESTABA HECHO DE MADERA DE SITTIM Y DE COBRE. La madera de Sittim de por sí, no aguantaría el fuego: el cobre daba resistencia y fuerza. "Sittim" o "madera incorruptible" representa la humanidad de nuestro Señor, y el cobre en combinación con ella habla de la fuerza, la resistencia absoluta de Cristo como "el Dios Fuerte" (Isaías 9:6). ¡Qué misterios y combinaciones hay aquí! ¡Cómo deberían doblarse nuestros corazones y andar suavemente nuestros pies, mientras nos acercamos para contemplar a la Persona gloriosa de Cristo! Su naturaleza humana era perfecta como lo era su divinidad. Era Hijo del hombre tanto como el Hijo de Dios.
A veces, por ignorancia y a veces por maldad, ciertos predicadores dicen: "Él tomó sobre sí nuestra naturaleza pecaminosa," pero esto no es el lenguaje de las Sagradas Escrituras; más bien es una grave detracción hecha a la Persona de nuestro adorable Señor y Salvador. Cristo, "al que no conoció pecado," (Dios) "hizo pecado por nosotros, para que fuésemos hechos justicia de Dios en Él" (2ª Corintios 5:21). La carga inmensa de nuestros pecados fue puesta sobre Él en la cruz, y "por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:5). ¿Cómo? Por la fe en su sangre preciosa.
"¡Qué carga inmensa! ¡Oh Señor!
Fue impuesta sobre Ti;
Tú padeciste por amor
El mal que merecí,
Cuando en la cruz, Señor Jesús,
Moriste en vez de mí.
Su santa vara Dios blandió,
Hiriéndote a Ti;
Dios mismo Te desamparó,
Para ampararme a mí;
Tu sangre en don de expiación,
Vertiste Tú por mí."
Quisiéramos poner énfasis en la verdad sublime de que Cristo era siempre perfecto en su naturaleza humana; no tenía ninguna mancha de la humanidad caída. Su concepción fue en virtud del Espíritu Santo; Él era "lo Santo" en cuanto a su naturaleza (Lucas 1:35), el "Santo Hijo" (Hechos 4:27), el "Santo" (Hechos 13:35); su carne no "vio corrupción;" todo esto era el cumplimiento de lo que la "madera incorruptible" prefiguraba.
Hay que notar que los CUERNOS del altar estaban colocados en las cuatro esquinas. El cuerno en las Escrituras habla muchas veces para indicar poder (véanse Daniel 8:3-20; Apocalipsis 17:12). Los cuernos fueron rociados con la sangre de la expiación (Éxodo 29:12), y a ellos como refugio huían los culpables (véase 1ª Reyes 2:28). Así el pecador que huye a Cristo para refugiarse probará el poder de Dios para su salvación. El momento en que el pecador echa mano por la fe a la sangre de Cristo, el poder de Dios obra, y desde aquel momento Cristo es su "cuerno de salud” y “refugio” de la ira venidera.
"Cristo refugio de mí, pecador,
Doy gloria a Ti, sí, sólo a Tī...
Tu sangre preciosa vertida por mí
Me da tan segura morada en Ti:
Cristo refugio de mí, pecador,
Doy gloria a Ti, sólo a Ti."
En el medio del altar había un enrejado de cobre: era entonces de un codo y medio de altura—la misma altura del propiciatorio. Se oye mucho de la misericordia de Dios y los Modernistas frecuentemente declaran que Dios es amor y no va a castigar al pecador, siendo Él demasiado bondadoso. ¡Ah!, pero olvidan una cosa de tantísima importancia: que el Dios de amor también es el Dios de justicia. "Dios es luz." Así, pues, vemos que la misericordia de Dios y su justicia son atributos iguales. Los salvos pueden, por eso, cantar: "Misericordia y juicio cantaré: A Ti cantaré yo, oh Jehová" (Salmo 101:1).
Ahora, sobre este enrejado el holocausto fue puesto, y allí fue consumido. Las cenizas caían abajo por el enrejado, y después fueron sacadas por el sacerdote. En esto, vemos una figura solemne de la cruz de Cristo.
Desde una hora muy temprana se podía ver el israelita caminando con su víctima viva hacia el altar de Dios. Se paraba por la puerta y allí la víctima fue degollada; sus varias piezas fueron tendidas, después levantadas sobre la leña en el enrejado de cobre, y de allí ascendía un olor suave al Señor. Después se veía a un hombre cubierto de vestimenta de lino fino, quien se acercaba al altar, teniendo en la mano una cazuela de cobre que él llenaba de las cenizas. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que la víctima había sido ofrecida y aceptada, y las cenizas fueron depositadas en un lugar limpio fuera del real (véase Levítico 6:10-11).
En esto, vemos y entendemos lo que está escrito de aquel día en que el Cordero de Dios (Cristo) fue sacrificado en una cruz fuera de las puertas de Jerusalén. Era un día de mucha actividad, y la ciudad estaba en movimiento desde temprano. De madrugada los sacerdotes consultaban y la multitud se juntaba. Más tarde entre los sollozos suprimidos de los que le amaban y la rabia de sus enemigos, el Cordero de Dios fue llevado por las calles de Jerusalén, prosiguiendo camino hasta la cruz. Sobre aquel altar murió voluntariamente el bendito Salvador. El fuego consumió el sacrificio (véase Mateo 27:27-54). ¡Oh, cuán preciosas eran las cenizas de aquel holocausto! Así la obra fue consumada y el sacrificio aceptado; habiendo terminado la obra de redención, fue sepultado en aquel sepulcro nuevo preparado por José de Arimatea. Después se manifestó como el Dios de la resurrección: se levantó de entre los muertos y ascendió a la diestra de la Majestad en los cielos (Hebreos 1:3). Este es el evangelio de salvación para el pobre pecador, "que Cristo fue muerto por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras" (1ª Corintios 15:3-4). Este es el evangelio, o sea las buenas nuevas de salvación. ¡Cuán glorioso es! ¡Benditas noticias! "Consumado es," dijo el bendito Salvador, "y habiendo inclinado la cabeza, dio el espíritu" (Juan 19:30).
"Ni sangre hay ni altar,
Cesó la ofrenda ya;
No sube llama ni humo hoy,
Ni más cordero habrá;
Mas ved, ¡he aquí la sangre de Jesús!
Que quita la maldad y al hombre da salud."