El Espíritu De Dios

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Recordemos que Dios nunca nos da instrucciones en Su Palabra que sean imposibles de cumplir. No, sino que Dios ha puesto al creyente en la posición sumamente bendita de estar «en Cristo», y ahora le emplaza a que viva en conformidad con la posición en que ha sido puesto. En Su Palabra, Dios nos da toda la instrucción que necesitamos para ello, y nos da el poder para hacerlo. Este poder es el Espíritu de Dios.
Sólo el Espíritu de Dios puede ministrar a Cristo en nuestras almas y apartar nuestra atención de nosotros mismos. Romanos 8 pone esto ante nosotros: «Porque los que son conforme a la carne, ponen su mente en las cosas de la carne; pero los que son conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque la mentalidad de la carne es muerte, pero la mentalidad del Espíritu es vida y paz» (Romanos 8:5-6, RVR77).
Podemos preguntarnos con razón qué significa «la mentalidad del Espíritu». Si somos verdaderamente salvos, tenemos vida en Cristo. Es la vida en abundancia a la que se refería el Señor Jesús en Juan 10:10, y tiene el propósito de ser vivida en el poder del Espíritu de Dios. Esto es muy descuidado entre los cristianos en la actualidad, porque en lugar de ser guiados por el Espíritu, tratamos de vivir la nueva vida en nuestras propias fuerzas.
Recientemente, leí un libro escrito por un cristiano acerca de la cuestión de conocer la voluntad de Dios. Todo su énfasis era que teníamos que emplear nuestro propio criterio dentro del marco de la Palabra de Dios, y que en tanto que lo que quisiéramos hacer no fuese contrario a la Palabra de Dios, podíamos sentirnos libres de emplear nuestro mejor criterio para tomar una decisión. Esto es totalmente contrario a la enseñanza del Nuevo Testamento, porque debemos vivir no conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
En Juan 14:16, el Señor Jesús hace referencia al Espíritu Santo como el «Consolador», y nos dice que Él Lo enviará para que permanezca para siempre con nosotros. Quizá «consolador» sea la mejor palabra de que disponemos en la lengua castellana, pero no comunica de manera adecuada el concepto que contiene el término griego original parakletos. Esta palabra se traduce también como «abogado» en 1 Juan 2:1, y significa «uno que se encarga de todos tus asuntos y se cuida de ellos». ¿Nos damos cuenta de que tenemos una Persona de la Deidad que habita en nosotros para cuidar de nosotros en todas las formas posibles? Sí, Él está aquí para ello, pero, ¿le dejamos que Él conduzca y guíe como deberíamos dejarle? ¿O confiamos en nuestros propios pensamientos, en nuestra propia fuerza, y le contristamos admitiendo el pecado en nuestras vidas?
No tenemos que pedir ni impulsar al Espíritu de Dios que nos guíe. Más bien, lo que tenemos que hacer es eliminar los obstáculos a Su obra. Cuando estamos en un buen estado de alma y no hay en nuestra conciencia ningún pecado sin juzgar, entonces el Espíritu de Dios nos ocupa con Cristo y trae gozo a nuestros corazones. Cuando hemos pecado, entonces el Espíritu de Dios tiene que ocuparnos con aquel pecado hasta que lo confesamos y experimentamos el perdón de Dios (1 Juan 1:9).
Vemos entonces que el Espíritu de Dios es el poder de la nueva vida que tenemos en Cristo, pero aquel pecado que admitimos en nuestra vida contrista al Espíritu (Efesios 4:30), y le estorba llevar a cabo Su verdadera obra. Somos responsables de tratar acerca de los obstáculos a Su obra, y éste es el tema de nuestra siguiente sección.