El Hombre Como Criatura Caída

 •  10 min. read  •  grade level: 14
Listen from:
Hemos visto que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, desconocedor del mal, y que Dios pudo declarar el producto de Su obra como «bueno en gran manera». Sin embargo, este hermoso estado de cosas persistió sólo por un tiempo muy breve, y el hombre introdujo el pecado en este mundo al transgredir la única prohibición que Dios le había puesto. El pecado se introdujo en la creación de Dios y estropeó todo lo que Él había hecho. Toda la creación ha padecido como resultado de la caída del hombre, su cabeza, pero el hombre, como ser más exaltado, ha sentido quizá el efecto de la misma más que el resto de la creación.
Es importante que cada uno de nosotros se dé cuenta de que hemos nacido en este mundo con naturalezas pecaminosas y caídas como resultado de la introducción del pecado en este mundo. David se refería a este hecho cuando dijo: «En pecado me concibió mi madre» (Salmo 51:5). También leemos en Romanos 5:12: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.»
¿Qué relación tiene esta solemne verdad de la caída del hombre con nuestro tema? En el siglo pasado, un joven acudió a un cristiano mayor que había andado con el Señor durante muchos años. El joven le preguntó si tendría un consejo para un joven que estaba justo comenzando en la vida cristiana. Su respuesta fue breve y al punto, porque le dijo: «Aprende bien cinco palabras: “La carne para nada aprovecha”.» Esta cita, de Juan 6:63, presenta de manera muy sucinta una verdad de importancia capital. El pecado, habiendo entrado en este mundo, ha afectado a cada parte y parcela de nuestro ser.
Este efecto del pecado en todas las facetas de nuestras vidas se ilustra con lo que le sucedió a un hermano en Cristo que gestiona una vaquería y que tenía una excelente manada de vacas. Compraba su pienso (alimento seco para animales) a una gran compañía que también fabricaba pesticidas. Una vez algo del pesticida se mezcló en fábrica con el pienso, y esta mezcla la vendieron en una bolsa sencillamente etiquetada como pienso para ganado. Era un potente veneno, y el resultado fue que toda su manada de vacas tuvo que ser sacrificada y enterrada. Lo más perturbador fue que no hubo suficiente con librarse del pienso envenenado. Había afectado a la descendencia de las vacas que no habían muerto y había contaminado el granero y muchas cosas en el granero. Apenas si había algo que no hubiera quedado afectado por aquel tóxico, y se precisó de mucho tiempo para normalizar las cosas. El pecado en este mundo es algo parecido. No es algo que afecte aisladamente a algunas cosas, como quizá nos gustaría pensar. No, sino que ha afectado a todo, a cada parcela de nuestro ser.
Sabemos que todos hemos pecado y que tenemos una naturaleza pecaminosa, pero, ¿nos damos cuenta de que el pecado ha llegado a cada parte de nosotros, como personas individuales naturales?
Muchos de vosotros sois conscientes de que hay diferentes tipos de personalidad, y que de una manera general todos podemos encuadrarnos en uno de esos diferentes tipos (o en una combinación de ellos). Por ejemplo, hay algunos que son muy trabajadores, disciplinados y buenos organizadores. Esas son las personas que pueden dirigir cualquier cosa, y que generalmente hacen mucho en este mundo. Es indudable que esas cualidades les fueron dadas por Dios, y es correcto decir que habrían poseído esas cualidades incluso si no hubieran caído. Pero esas personas suelen tener un aspecto negativo, porque a menudo son arrogantes e intolerantes con los demás. Pueden ser sarcásticas, y a menudo no trabajan bien con otros. Puede que lleguen a la cima del mundo de los negocios y que accedan a posiciones directivas, pero a veces no son queridas por sus subordinados.
Luego hay aquellas personas mucho más abiertas y amistosas, y que son lo que podríamos designar como «personas orientadas a la gente». Son intuitivas, pueden sentir los sentimientos de los demás y reaccionar de una forma apropiada. Generalmente, tienen muchos amigos y caen bien. De nuevo, tenemos aquí un rasgo dado por Dios, y habría formado parte de ellos aparte de la caída. La faceta negativa es que esas personas suelen tener un problema de autodisciplina, y encuentran difícil disciplinar a otros. Encuentran mayores dificultades para mantener puntualidad en sus compromisos, para gestionar sus asuntos de una manera ordenada, y para tomarse sus responsabilidades en serio.
Lo que vemos en las personalidades humanas, incluyéndonos a nosotros mismos, es en parte lo que Dios creó en Su sabiduría, y en parte lo que el pecado ha introducido. Vemos belleza en la naturaleza, y reconocemos la obra de la mano de Dios, pero luego vemos la ruina que el pecado ha introducido. El hombre natural, sin la sabiduría de la Palabra de Dios, no puede relacionar esas dos cosas. Encuentra que el mundo es una mezcolanza inextricable de bien y mal. Sólo la Palabra de Dios puede hacernos ver cómo esas cosas pueden coexistir en el mundo.
Esos aspectos negativos de nuestras personalidades forman parte del efecto de la caída del hombre. Cuando tiene que ver con nosotros mismos, ¡cuántas veces presentamos excusas diciendo, «es que soy así»! La implicación es que se me tiene que aceptar como soy, porque así es como el Señor me ha hecho. Pero eso no es conforme a la Palabra de Dios. «Formidable y prodigiosamente he sido hecho» (Salmo 139:14, RVR97), y esto incluye nuestra constitución mental además de la física. Sin embargo, los efectos del pecado son demasiado evidentes en nosotros, mental y físicamente. Deberíamos reconocer las capacidades con las que Dios nos ha dotado, pero nunca atribuir a la mano de Dios aquellas cosas que el pecado ha introducido en este mundo.
El pecado no ha arruinado toda la creación por un igual. Mientras que la creación entera ha sentido los terribles efectos del pecado, Dios ha preservado este mundo de los plenos efectos de la caída del hombre. Recordemos al joven rico que acudió al Señor Jesús, queriendo conocer qué debía hacer para heredar la vida eterna. Cuando le dijo al Señor que había guardado todos los mandamientos desde su juventud, se registra que «Jesús, mirándole, le amó» (Marcos 10:21). Aquí no tenemos el mismo pensamiento que el amor de Dios hacia este mundo tal como se expresa en Juan 3:16. Es cierto que el amor de Dios se dirige a todos en este mundo, pero este versículo en Marcos 10 muestra más bien el amor que el Señor Jesús sintió por un hermoso carácter, uno que tenía un verdadero deseo de hacer lo recto. A veces nos encontramos con aquellos que de natural tienen una disposición muy atrayente, así como nos encontramos también con los que son lo muy contrario de esto. Aquí el Señor amó a este joven por lo que era de natural. Pero la conversación que siguió con él reveló lo que realmente estaba en su corazón.
Cuando el Señor le dijo claramente lo que le faltaba, quedó desvelado su verdadero estado delante de Dios. Pensaba él que podría alcanzar la vida eterna guardando la ley, pero las palabras del Señor pusieron en evidencia que estaba faltando a la misma esencia de la ley. Cuando le preguntaron al Señor Jesús cuál era el primer mandamiento de la ley, contestó:
«El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos» (Marcos 12:29-31).
Si el joven rico hubiera amado a Dios con todo su corazón, con toda su alma y con toda su mente, habría seguido gustoso al Señor Jesús. Si hubiera amado a su prójimo como a sí mismo, habría dado con agrado sus bienes a los pobres.
Es humillante darse cuenta de que a menudo Dios no escoge a las personalidades más agradables, sino más bien a aquellos que parecen más gravemente afectados por el pecado. Pablo nos dice en 1 Corintios 1:27-28: «Sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es.» Nos sentimos atraídos a aquellos como el joven rico que presentan de natural las personalidades más atrayentes, pero a menudo los tales no sienten interés por el evangelio. Luego, quizá encontramos al Señor salvando a aquellos a los que de natural menospreciaríamos. Todo esto tiene el efecto de cumplir 1 Corintios 1:29, que dice: «A fin de que nadie se jacte en su presencia.» La gracia de Dios se magnifica al llevar a los peores de este mundo a Cristo y exhibirlos por toda la eternidad como trofeos de Su gracia.
Esto nos lleva a otro punto, de lo más importante. ¿Qué hay acerca de aquellos aspectos de nuestras personalidades que no son malos, de aquellas capacidades que hemos recibido de parte de Dios? ¿No podemos acaso ufanarnos algo por ellas, y en este sentido estimarnos a nosotros mismos? Podemos admitir que somos pecadores, y sin embargo sentir que hay cosas buenas en nosotros que podemos desarrollar.
Tenemos que darnos cuenta de que incluso aquellas capacidades que Dios nos ha dado están afectadas por el pecado, debido a que nuestra naturaleza pecaminosa, indudablemente bajo el control de Satanás, emplea esas capacidades para el mal. En tanto que las capacidades mismas no son malas, se les puede dar un mal uso.
Supongamos que alguien tenga capacidad para las matemáticas. Como hemos visto, no hay nada malo con esta capacidad, e indudablemente fue dada por Dios. Pero Satanás, usando el pecado como palanca, quiere tomar esta capacidad y usarla para un mal fin. Así, los hombres han empleado sus capacidades para la física y las matemáticas para construir bombas que tienen ahora la capacidad de destruir el mundo. Otro puede que tenga capacidad para la música, mientras que algunos que puedan no tener capacidad para la misma tienen sin embargo oído para apreciarla. Es indudable que esto es también parte de la bondad de Dios para con el hombre. Una vez más, el diablo usa la música para ocupar las mentes de los hombres con placer y para apartarlos de pensar acerca de cuestiones eternas. Es algo solemne que la primera mención de música en la Biblia tiene relación con la familia de Caín. Caín salió de delante de la presencia del Señor, edificó una ciudad y procedió a rodearse de todo lo que pensaba que le haría feliz, pero dejó a Dios fuera. Fue uno de los descendientes de Caín (Jubal) el que «fue padre de todos los que tocan arpa y flauta» (Génesis 4:21). Esto no significa que la música sea nada malo, pero subraya el hecho de que el pecado usurpa incluso aquellas cualidades que Dios ha dado, y nos lleva a usarlas para malos fines.
Vayamos un paso más allá. Supongamos que las capacidades de que Dios nos ha dotado son empleadas de una manera correcta. ¿Estamos entonces haciendo lo que agrada a Dios? ¿Podemos entonces recibir algún crédito nosotros mismos? No, porque incluso al hacer lo que es recto, como criaturas caídas sin Cristo, el motivo será siempre malo. Entrará el orgullo, incluso si uso mi capacidad con un buen propósito. Esto nos conduce a nuestra siguiente consideración.