El llamamiento

El llamamiento de Israel, cuyo progenitor fue Abraham, era terrenal: “Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu simiente daré esta tierra” [Canaán] (Génesis 12:7). Jehová dijo a Jacob (Israel): “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac: la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu simiente” (Génesis 28:13).
El llamamiento de la Iglesia (es decir, el conjunto de todos los pecadores salvos por la gracia soberana de Dios desde el día de Pentecostés hasta el momento de la venida del Señor), es celestial: “ ... hermanos santos, participantes de la vocación celestial” (Hebreos 3:1); “Nuestra vivienda es en los cielos” (Filipenses 3:20); “ ... la esperanza que os está guardada en los cielos” (Colosenses 1:5); “que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27); bendecidos “con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3).
¿Cuándo fue hecho el llamado? Abraham fue llamado por Jehová casi dos mil años a. C. (Según las genealogías en Génesis, fijada la fecha de la creación de Adam a 4004 a. C.). La Iglesia fue escogida en Cristo antes de que el mundo fuese creado: “según nos escogió en Él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a Sí mismo, según el puro afecto de Su voluntad” (Efesios 1:4-5). Bien podemos exclamar con reverencia y adoración: “Para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos” (o, “nos favoreció”) “en el Amado” (en Cristo) (Efesios 1:6).