Las mujeres mayores entre los cristianos deben de enseñar “a las mujeres jóvenes a ser prudentes, a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a ser templadas, castas, que tengan cuidado de la casa, buenas, sujetas a sus maridos; porque la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tit. 2:4-5).
El Apóstol Pablo había instruido a Tito a enseñar a los ancianos, las ancianas, y los jóvenes lo que les convenía hacer, a fin de que todos juntos pudiesen mostrar su fe cristiana en la vida cotidiana; pero cuando se trataba de enseñar a las mujeres jóvenes, Tito había de dejar eso a las mujeres mayores. Tal instrucción era oportuna, para que Tito fuese guardado del peligro sutil de una atención indebida a las jóvenes. ¡Ay! qué perjuicio ha resultado entre los cristianos por las aparentemente buenas intenciones de hombres que tomaban un interés especial en el bienestar espiritual de las jóvenes. Aun la solicitud para la salvación de las jóvenes está llena de peligro grave para los siervos del Señor.
Hay una función exclusiva para las mujeres mayores (no es cuestión de ser mucho mayores, sino de mayores en contraste con las hermanas más jóvenes), el de aconsejar a las jóvenes en cómo se honrará a Dios en la vida doméstica. La Palabra de Dios puede ser blasfemada si las mujeres cristianas no cumplen con sus obligaciones en sus propios hogares.
El lugar propio, entonces, para las mujeres casadas es el hogar, porque ellas han de tener “cuidado de la casa.” Otra traducción dice: “diligentes en el trabajo hogareño.” Sin embargo las mujeres casadas hoy en día sobrepasan a las solteras en los puestos de trabajo que ocupan en el mundo. Es común que las mujeres jóvenes casadas permanezcan en sus trabajos que tenían antes de casarse, o que salgan y busquen uno poco tiempo después de su matrimonio. Esta no es una cosa sana para las cristianas, porque no está de acuerdo con la Palabra de Dios. Las esposas cristianas tienen la responsabilidad definitiva de ser diligentes en el trabajo de su casa y de atender al cuidado de sus esposos y de los hijos cuando los hay.
El mismo Apóstol, escribiendo a Timoteo, dijo que las mujeres casadas “gobiernen la casa” y de no dar “ninguna ocasión ... al adversario para maldecir” (1 Ti. 5:14).
Aunque el esposo es la cabeza de la familia, y como tal es el responsable inmediato al Señor por la conducta del hogar, sin embargo hay un lugar en el cual la esposa es la guía: en el manejo de la casa. Hemos hablado de esposos que descuidan de sus responsabilidades delante de Dios como cabeza en la familia, pero por otra parte hemos sabido de algunos maridos que ordenan el trabajo para la esposa en la casa hasta en los detalles más pequeños. Esto también está fuera de lugar.
Hay dos peligros característicos para la esposa que trabaja en algún empleo y deja su puesto asignado por Dios en el hogar. El primero de estos es que trastorna el orden de las posiciones relativas de los cónyuges. El marido pierde el sentimiento de su deber como el que provee por las cosas necesarias en el hogar; y por otro lado la esposa asume la posición del esposo en la manutención del hogar. Eso no promueve un orden piadoso. El segundo riesgo es que los ingresos adicionales de la esposa tienden a elevar el nivel económico de la familia más arriba de lo que el trabajo del esposo solo podría proveer, y una vez subido es muy difícil rebajarlo. Y si más tarde la esposa se ve obligada a dejar su empleo, a menudo surgen el descontento y la desdicha.
Algunas veces hay otro peligro que acecha a las mujeres casadas que salen a trabajar: el de sus asociaciones morales y sociales. Pueden tener contactos y asociaciones con hombres donde trabajan, que llegarán a ser degradantes y así una esposa cristiana puede ser arrojada indebidamente a la tentación.
Los cristianos muchas veces se han hallado fuera de sitio acosados de grandes pruebas y peligros en medio de donde casi no han sabido a qué lado volverse, mientras si hubieran permanecido donde el Señor los había colocado, habrían salido ilesos de todo. Abraham no estaba preparado para la prueba que encontró en Egipto con respecto a su esposa, pues recurrió a la mentira (véase Gn. 12:10-20); pero ¿por qué se hallaba en Egipto? Dios le había llamado a vivir en Canaán. Siempre es bueno orar: “no nos metas en tentación”; y es sabio no buscarla deliberadamente.
Hay una lección sana que aprender de Génesis 18. El Señor apareció a Abraham “en el valle de Mamre, estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del día” (v. 1). Evidentemente los dos ángeles que visitaron más tarde a Sodoma también fueron huéspedes de Abraham ese día. ¡Qué hombre tan privilegiado fue Abraham! En el Nuevo Testamento leemos esto: “No olvidéis la hospitalidad, porque por ésta algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (He. 13:2). Esos ángeles no aparecieron como ángeles, sino como hombres; así fue que Abraham hospedó ángeles “sin saberlo.” Él también hospedó al Señor de la gloria en ese día. Pero ¿qué hubiera hecho Abraham sin ayuda y cooperación de Sara, su esposa? Cuando “los varones” le preguntaron: “¿Dónde está Sara tu mujer?” él pudo responder: “Aquí en la tienda.” Ella no estaba lejos, trabajando; estaba en la tienda, allí oportunamente para preparar la comida para aquellos huéspedes celestiales. Cuando la esposa no es la “que [tenga] cuidado de la casa,” ¿no es eso estorbo al ejercicio de la hospitalidad a los santos? ¿No pasa desapercibida en la puerta de las tales oportunidades semejantes para servir al Señor? No hay mejor lugar para servir al Señor que en donde Él nos ha colocado conforme a Su Palabra. ¿Quién puede medir la influencia de una esposa temerosa de Dios, la cual maneja su hogar para el Señor, reconoce a su esposo como su cabeza y que está lista para toda buena obra que está dentro de su alcance? En todas las épocas grandes bendiciones han sido realizadas por medio de las mujeres que guardaron sus lugares señalados y sirvieron allí a Dios. Jael no salió de su tienda para ganar una victoria que el ejército de Israel no pudo ganar, tampoco usó armas de guerra que no eran propias a la mujer (véase Jue. 4:18-22).
En el Nuevo Testamento se hace mención honrosa de varias mujeres. Marta servía al Señor en su propio hogar, como también María de otra manera (Lc. 10:38-42; Jn. 12:1-3). María Magdalena, Juana y Susana, y otras muchas “le servían de sus [bienes]” (Lc. 8:2-3). La madre de Juan Marcos abría su casa a los santos, y una reunión de oración se celebró allí cuando Pedro estaba en prisión (Hch. 12). Priscila trabajaba con su esposo Aquila. La asamblea cristiana se reunía en su casa (Ro. 16:3-5; 1 Co. 16:19). Esa pareja también llevó a Apólos a su hogar y lo instruyeron más perfectamente en el camino del Señor. Febe había ayudado a muchos, y aun a Pablo mismo (Ro. 16:1-2); y en este mismo capítulo otras mujeres son mencionadas: Dice que Trifena y Trifosa trabajaban en el Señor y Pérsida se esforzaba mucho en el Señor. Cómo lo hicieron, no se nos dice, pero sí sabemos que hay un lugar para las mujeres en el cual glorifiquen y sirvan al Señor sin “tomar autoridad sobre el hombre” o que hablen en la iglesia, siendo estas dos cosas prohibidas (1 Ti. 2:12; 1 Co. 14:34).
“Engañosa es la gracia, y vana la hermosura: la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada” (Pr. 31:30).