El pecado de muerte

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Edward B. Dennett
Basta examinar cuidadosamente el texto de las Escrituras para ver lo que significa el “pecado de muerte”. Está descrito así: “Si alguno viere cometer a su hermano pecado no de muerte, demandará, y se le dará vida, digo, a los que pecan no de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que ruegue” (1 Juan 5:16).
La cuestión aquí es la del pecado cometido por un creyente: “Si alguno viere cometer a su hermano”. Y ya que es un creyente de quien se trata, el texto no puede aludir a la muerte eterna. En realidad aquí se trata de la muerte corporal. Así Ananías y Safira cometieron un pecado de muerte (Hechos 5). Tal era el carácter de su pecado, que Dios intervino y los apartó de la escena terrestre; ¡misericordioso castigo para ellos, y solemne advertencia para los demás! Pero, aunque pecaron de muerte, su posición eterna de redimidos “con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:19) no fue alterada, si eran verdaderos creyentes. Su muerte fue el resultado de la intervención disciplinaria de Dios en la Iglesia en este mundo. El Apóstol, escribiendo a los Corintios, alude a otras cosas similares. Con respecto a los abusos de la Cena del Señor, dijo: “ ... el que come y bebe indignamente, juicio come y bebe para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros; y muchos duermen” (1 Corintios 11:29-30); o sea que, por la intervención de la disciplina de Dios, muchos habían muerto.
Las explicaciones precedentes enseñan como no es posible saber de antemano lo que constituye el “pecado de muerte”, porque el Señor solo lo juzga. En realidad, el mismo acto no denota siempre el mismo grado de pecado, si las circunstancias difieren; no hay duda de que muchos han sido los Ananías y Safiras (léase Hechos 5:1-11) desde aquel día. Como lo hemos enseñado, ese pecado es el de un creyente y se refiere a la muerte corporal y no a la muerte eterna.