Encarnación de Cristo

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Este término no es encontrado en la Escritura, pero la verdad que transmite ciertamente lo es. Se refiere a lo que el Señor hizo cuando unió a la humanidad con Su Persona y se hizo Hombre. Esto significa que Él tuvo un “espíritu” humano (Juan 11:33, 13:21), un “alma” humana (Mateo 26:38; Juan 12:27) y un “cuerpo” humano (Hebreos 10:5). Sin embargo, al hacer esto, Él no renunció a Su divinidad. Así, Él era totalmente Hombre y totalmente Dios. Esta unión de las naturalezas divina y humana es inescrutable para la mente del hombre (Mateo 11:27). No somos llamados a comprenderla, sino simplemente a aceptarla y creerla. Esta encarnación ocurrió cuando María concibió del Espíritu Santo (Mateo 1:20) y Él nació en el mundo (Lucas 1:35). Ver Juan 1:14; Romanos 1:3; Filipenses 2:5-8; 1 Timoteo 3:16 primera parte.
El Señor no tomó simplemente un cuerpo humano como si fuera una cápsula dentro de la cual Su espíritu divino habitó—lo que es el error del Apolinarianismo. Había una unión verdadera entre todo lo que hay en Él como Persona divina con todo lo que constituye un ser humano. El hacerse Hombre fue una condescendencia increíble, pues esta unión de la naturaleza divina y la humana es algo que será para siempre. El Señor vivió y se movió y tuvo Su ser en este mundo como Hombre, y Él entregó Su vida en la muerte como Hombre, y así pasó al estado intermedio (Su alma y espíritu fueron temporalmente separados de Su cuerpo), pero incluso en la muerte, Él todavía era Hombre (Hechos 2:27). En la resurrección, Él retomó Su cuerpo y ascendió a la diestra de Dios en un estado glorificado (1 Timoteo 3:16 segunda parte)—¡y seguirá siendo Hombre por toda la eternidad!
Cuando la Escritura habla de la humanidad de Cristo, ella cuidadosamente se guarda de la idea de que Él hubiese tomado parte en la naturaleza caída de pecado que tenemos. Por ejemplo, Hebreos 2:14 dice: “por cuanto los hijos participaron (koinoneo) de carne y sangre, Él también participó (metecho) de lo mismo.” Esto significa que “por cuanto” los seres humanos participan en la humanidad (la cual envuelve tres partes: un espíritu humano, alma humana y un cuerpo humano), Cristo también participó “de lo mismo.” En otras palabras, Él era un Hombre verdadero. Sin embargo, al hablar de la humanidad de Cristo, el Espíritu utiliza una palabra diferente de la que usa para describir nuestra humanidad. Los “hijos,” dice el escritor, “participaron” de carne y sangre. La palabra griega traducida como “participaron” (koinoneo) se refiere a algo universal compartido por toda la humanidad. Esto es cierto de todos los hombres, pues todos participamos plenamente de la humanidad—hasta la participación en la naturaleza de pecado. Sin embargo, cuando el versículo pasa a hablar de Cristo haciéndose Hombre, el escritor usa otra palabra griega. Dice que el Señor “participó” (metecho) de lo mismo. Esta palabra indica un compartimiento de algo, sin especificar a qué grado participa, y, por lo tanto, indica que, cuando Cristo se hizo Hombre, Su humanidad no llegó tan lejos al punto de participar de la humanidad caída.
Además, Hebreos 4:15 afirma que la humanidad del Señor era “sin pecado.” El “pecado” (singular) es frecuentemente usado en las epístolas del Nuevo Testamento para indicar la vieja naturaleza caída de pecado. Este versículo, por lo tanto, deja en claro que el Señor no tenía una naturaleza humana caída, como tienen todos los descendientes del Adán caído (Salmo 51:5).
La encarnación, por lo tanto, es diferente de las manifestaciones divinas en el Antiguo Testamento. Estas fueron ocasiones en que Cristo tomó forma humana e interactuó con los hombres para determinados fines. Muchas veces, la Escritura utiliza el título “Ángel” para indicar esto (Génesis 16:7, 18:1-33, 32:24-32; Éxodo 3:2, 4:24, 14:19; Josué 5:13-15; Jueces 6:11-24, 13:3-5, 13:9-21; 1 Crónicas 21:18-30, etcétera). En esas ocasiones, el Señor se apareció en forma humana, pero esto no era la unión de las dos naturalezas (divina y humana) en Su encarnación.