Los enemigos de Israel: Cuando Abraham vivía en la tierra prometida a él y a sus descendientes, acerca de éstos, le dijo el Señor: “en la cuarta generación volverán acá: porque aún no está cumplida la maldad del amorrheo hasta aquí... los cineos, y los ceneceos, y los cedmoneos, y los hetheos, y los pherezeos, y los raphaitas, y los cananeos, y los gergeseos, y los jebuseos” (Génesis 15:16,19-21). Aquellas gentes se corrompieron. Levítico 20:1-23, particularmente el versículo 23, establece el hecho. Por eso, Jehová mandó a los israelitas que destruyesen totalmente esas gentes malvadas por ser enemigos de Dios y de ellos.
Los israelitas destruyeron al cananeo (Números 21:3), a los amorrheos (Números 21:21-35); y a 31 Reyes y sus gentes (Josué 12:7-24). Los que dejaron de aniquilar corrompieron a los mismos israelitas, como está escrito en el libro de los Jueces y en los libros históricos siguientes del Antiguo Testamento.
Israel entró en la tierra prometida con la espada en mano para acabar con los enemigos de Dios. Pero Cristo entró en el mundo con la espada del mundo en contra de Él, y se sometió a ella. De ahí el contraste entre la debida actitud del israelita y la del cristiano, el seguidor de Cristo.
Los enemigos del Cristiano: Él mismo no es enemigo de nadie, pero los que se oponen a la verdad cristiana son enemigos de él por cuanto son enemigos de Cristo mismo, quien es “la verdad”.
El cristiano no debe levantar nunca la espada de acero ni de por sí ni por mandato de “César”. Cristo nos dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajen y os persiguen” (Mateo 5:44).
La espada del cristiano es “la espada del Espíritu que es la palabra de Dios” (Efesios 6:17).