La amenaza de las langostas de comer lo que quedaba del granizo hizo entrar en razón a los siervos de Faraón; pero a petición de Moisés de que todos fueran, viejos y jóvenes, niños y ganado, para guardar su fiesta a Jehová (ni una palabra de tres días ahora), son expulsados de delante del rey, y el octavo golpe cae por toda la tierra. Los poderes del aire estaban bajo el mandato de Jehová y contra Egipto (Éxodo 10:1-20).
Así aún más solemnemente en la oscuridad sobrenatural de la novena plaga (Éxodo 10:21-29). El soberano que derivó su nombre del sol no sirvió de nada para toda la tierra de Egipto, mientras que la oscuridad que podía sentirse se hizo visible en su fuente por la luz que todos los hijos de Israel tenían en sus moradas.