Hechos 11

Acts 11  •  11 min. read  •  grade level: 14
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"Y oyeron los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Y como Pedro subió a Jerusalem, contendían contra él los que eran de la circuncisión, diciendo: ¿Por qué has entrado a hombres incircuncisos, y has comido con ellos?" (vv. 1 al 3).
Ya hemos leído en el capítulo 10 cómo el Señor hizo que Pedro, forzosamente, se diera cuenta que Dios quiso llamar y salvar a los gentiles; además, Pedro y no menos de otros seis judíos fueron hechos testigos oculares de que Dios había dado al Espíritu Santo a los gentiles que creyeron el evangelio de la gracia de Dios, y todo ello sin que fuesen bautizados en agua (Hch. 10:28, 43-47).
Pero los creyentes en Jerusalem-tal como Pedro antes-todavía y tenazmente creían que era una infracción grave de la ley de Moisés el comer con los gentiles. Por lo tanto, cuando llegó Pedro de la casa de Cornelio, el centurión romano, "los que eran de la circuncisión contendían contra él."
"Entonces comenzando Pedro, les declaró por orden lo pasado, diciendo: Estaba ye en la ciudad de Joppe orando, y vi en rapto de entendimiento una visión: un vaso, como un gran lienzo, que descendía, que por los cuatro cabos era abajado del cielo, y venía hasta mí, en el cual como puse los ojos, consideré y vi animales terrestres de cuatro pies, y fieras, y reptiles, y aves del cielo. Y oí una voz que me decía: Levántate, Pedro, mata y come. Y dije: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda entró jamás en mi boca. Entonces la voz me respondió del cielo segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. Y esto fue hecho por tres veces: y volvió todo a ser tomado arriba en el cielo.
"Y he aquí, luego sobrevinieron tres hombres a la casa donde ye estaba, enviados a mí de Cesarea. Y el. Espíritu' me dijo que fuese con ellos sin dudar. Y vinieron también conmigo estos seis hermanos, y entramos en casa de un varón, el cual nos contó cómo había visto un ángel en su casa, que se paró, y le dijo: Envía a Joppe, y haz venir a un Simón que tiene por sobrenombre Pedro; el cual te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda to casa.
"Y como comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces me acordó del dicho del Señor, como dijo: Juan ciertamente bautizó en agua; más vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo. Así que, si Dios les dio el mismo don también como a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era ye que pudiese estorbar a Dios?" (vv. 4 al 17).
Cuando Dios está obrando, la verdad se manifiesta tan claramente como la luz del sol. El testimonio claro de Pedro, respaldado por el testimonio ocular de seis acompañantes, fue incontrovertible y convincente: Dios había obrado.
"Entonces, oídas estas cosas, callaron ["los que eran de la circuncisión"], y glorificaron a Dios, diciendo: De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida" (v. 18). Así que, Dios hizo que los judíos creyentes en Jerusalem-el centro religioso lleno de sus tradiciones y prejuicios apilados durante trece siglos-reconociesen que El mismo había recibido a los gentiles igualmente como a ellos, "que de ambos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación" (Efe. 2:14).
Apropiadamente, entonces, a todo eso, hemos de leer seguidamente de cómo el evangelio se extendía a los gentiles y cómo iglesias fueron forma das:
"Y los que habían sido esparcidos por causa de la tribulación que sobrevino en tiempo de Esteban, anduvieron hasta Fenicia, y Cipro, y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos" (v. 19). Aquellos hermanos todavía tenían sus mentes cerradas;, sin embargo Dios, quien es soberano y ama a los pecadores, aprovechó su predicación para ganar almas; pero el propósito divino era dar el evangelio a todo ser humano (conforme a la gran comisión dada por el Señor Jesucristo después de su resurrección: "Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura"- Mar. 15:15); así que, entre los que fueron esparcidos de Jerusalem había naturales de otros países: "había unos varones ciprios y cirenenses, los cuales como entraron en Antioquía, hablaron a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor era con ellos: y creyendo, gran número se convirtió al Señor" (vv. 20, 21). Cornelio y su círculo familiar fueron "las primicias" entre los gentiles convertidos, pero en Antioquía, lejos de Palestina y Jerusalem, un gran número de griegos se convirtieron, una obra de Dios tan sorprendente que "llegó la fama de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalem: y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía." (v. 22). ¡He aquí el cambio de actitud de los judíos creyentes! Más bien que contender algunos con los esparcidos que ya se habían acercado a los gentiles, al contrario envió (dice ahora, "la iglesia que estaba en Jerusalem") un hermano y apóstol que tenía el don de "pastor" para ver cómo se encontraban los creyentes de entre los gentiles. Ya la gracia de Dios estaba obrando eficazmente en Jerusalem.
"El cual [es decir, Bernabé], como llegó, y vio la gracia de Dios, regocijóse; y exhortó a todos a que permaneciesen en el propósito del corazón en el Señor. Porque era varón bueno, y lleno de Espíritu Santo y de fe: y mucha compañía fue agregada al Señor" (vv. 23, 24). Conforme al conocimiento perfecto y al amor fervoroso de Cristo, la cabeza de la iglesia, tras el "evangelista" que trajo las buenas nuevas de salvación a Antioquía, vino el. "pastor," Bernabé, para animar la gray del Señor. (comp. 1 Cor. 14:3). Bernabé en tiempo pasado, supo bien lo que la ley de Moisés obraba: "ira" (Rom. 4:15); ahora en Antioquía vio lo que la gracia de Dios había obrado: "la paz." Se regocijó. Luego "exhortó a todos a que permaneciesen en el propósito del corazón en el Señor." Bernabé discernió que la necesidad apremiante de los nuevos creyentes era tener, y perseverar en el propósito del corazón en el Señor. Tal pro pósito abrigado en el corazón del creyente es como el timón de la embarcación; es como las aletas del pez que nada contra la corriente. El cristiano se ve en la urgente necesidad de dirigirse bien derecho por en medio de la mar de la vida; y para no perder su línea, a menudo tiene que irse también contra la corriente de este mundo puesto en maldad, mediante la energía del Espíritu Santo que mora en él.
Mucha bendición espiritual resultó de la visita de Bernabé en Antioquía; pero él discernía otra cosa, algo que le faltaba a la joven iglesia: un maestro que enseriara la palabra de Dios. Dándose cuenta Bernabé de esa necesidad espiritual, se puso a pensar en Saulo que se hallaba en su pueblo natal, Tarso, (a donde fue cuando los helenistas incrédulos en Jerusalem querrían matarle-véase Hch. 9:29). "Partió Bernabé a Tarso a buscar a Saulo; y hallado, le trajo a Antioquía. Y conversaron todo un año allí con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y los discípulos fueron llamados cristianos primeramente en Antioquía" (vv. 25, 26). Bernabé era varón bueno; no abrigaba ningún espíritu de envidia o celo. Vio la necesidad espiritual en Antioquía que él solo no podía satisfacer. Trajo a Saulo. Tras el "evangelista" vino el "pastor;" ahora tras el "pastor" viene el "doctor," o "maestro." Fue la persecución la que envió al "evangelista" a Antioquía; fue la iglesia de Jerusalem que envió a Bernabé, el "pastor" a Antioquía; y fue Bernabé quien trajo a Saulo, el "doctor," a Antioquía; pero sobre todo fue Cristo, la cabeza de la iglesia, quien los envió a todos, conforme a la palabra: "El mismo dio... evangelistas... pastores y doctores" (Efe. 4:11). Durante un año entero, Bernabé y Saulo servían al Señor en la iglesia en Antioquía. Allí la iglesia asumió su carácter normal como presentando a Cristo, su Señor, en el mundo; y allí "los discípulos fueron llamados 'cristianos' primeramente." "Cristianos": es decir, "los que son de Cristo." ¡ Qué testimonio." ¡ Qué testimonio tan eficaz dieron en aquel entonces! Notemos que los apóstoles Bernabé y Saulo no se enseñoreaban del rebaño en Antioquía a la manera de los grandes religiosos de hoy día, sino "conversaron" o "se reunían" con la iglesia en Antioquía; es decir: al lado de los demás creyentes de una manera humilde como lo hacía su Señor aquí durante los días de su carne y de acuerdo con lo %que Pedro más tarde escribió: "de un ánimo pronto; y no como teniendo señorío sobre las heredades del Señor, sino siendo dechados de la gray" (1 Ped. 5:2, 3). Y Bernabé y Saulo eran "apóstoles" (Hch. 14:14).
Luego llegaron "profetas": "y en aquellos días descendieron de Jerusalem profetas a Antioquía. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por [el] Espíritu, que había de haber una grande hambre en toda la tierra habitada: la cual hubo en tiempo de Claudio. Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar subsidio a los hermanos que habitaban en Judea, lo cual asimismo hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo" (vv. 27 al 30).
Ya hemos visto cómo el Señor Jesús, la cabeza de la Iglesia, lo había hecho todo, enviando sucesivamente y siempre a tiempo, a la asamblea nueva en Antioquía, "evangelistas," un pastor (Bernabé) y un doctor (Saulo), siendo los dos también "apóstoles". En este último pasaje transcrito, vemos cómo el Señor envió "profetas," y uno de ellos que tenía una profecía acerca del porvenir, advirtió acerca de "una grande hambre" que se aproximaba, para que la iglesia supiese de ella de antemano y fuese ejercitada de corazón. Notemos que en 'aquel entonces, cuando la palabra inspirada y escrita de Dios no existía todavía completa, había la palabra inspirada hablada por los apóstoles y los profetas, ambos dados por Cristo, el Señor de la iglesia, tanto como lo fueron los evangelistas, pastores y doctores: "dio... apóstoles... profetas... evangelistas... pastores y doctores" (Efe. 4:11). Murieron los apóstoles, también los profetas de la iglesia primitiva, pero los tenemos a todos en los escritos inspirados del Nuevo Testamento y su enseñanza es todo suficiente (véase 2 Tim. 3:16,17). El Señor sigue dando evangelistas, pastores y doctores, conforme a la necesidad espiritual de los suyos en todo lugar. Bendito sea El!
Es de señalar también en este pasaje que los discípulos en Antioquía, sabiendo del hambre que sobrevino por todas partes, fueron ejercitados de corazón, y determinaron dar de sus bienes materiales, "cada uno conforme a lo que tenía," (no un diezmo exigente del que tenía poco, y otro diezmo proporcionalmente escaso del que tenía mucho). "Porque si primero hay la voluntad pronta, será acepta por lo que tiene, no por lo que no tiene" (2 Cor. 8:12). Así que, los hermanos de entre los gentiles en Antioquía ayudaron a sus hermanos entre los judíos en Judea, conforme a lo que está escrito: "porque les pareció bueno, y son deudores a ellos: porque si los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes espirituales, deben también ellos servirles en los carnales" (Rom. 15:27). De esa manera práctica los creyentes judíos en Judea podían darse cuenta de la realidad de la verdad preciosa del "un cuerpo de Cristo," del cual los gentiles, ya no calificados "gentiles," tanto como ellos los judíos, ya no calificados "judíos," fueron divinamente constituidos "miembros en parte."
La iglesia en Antioquía envió un "subsidio a los hermanos que habitaban en Judea... a los ancianos," el debido método de comunicar en lo material. Lo envió "por mano de Bernabé y de Saulo." El Espíritu' sólo nos da a saber el hecho, pero no hace ningún comentario. Llevar ayuda material no era la obra de un apóstol, sino de los diáconos. (Comp. Rom. 6:2). Mientras Bernabé y Pablo estaban ausentes innecesariamente en Judea, de donde el Señor le había instruido a Pablo salir y no volver (véase Hch. 22: 17, 18), la iglesia en Antioquía carecía de un valioso ministerio. Otros hermanos de buen testimonio en Antioquía (comp. 1 Tim. 3:8-13), podrían haber cumplido con ese encargo de lo material.
En resumen tenemos en este capítulo, v. 19 al fin, la formación, el cuidado espiritual y el ejercicio en lo material, de una iglesia primitiva. Hemos visto cómo el Señor Jesús, la cabeza de la Iglesia, proveyó de evangelistas, pastor, doctor, apóstol y profeta, hasta los que hicieron también el servicio de diáconos para la iglesia local. ¿Por qué no dependemos hoy en día también de Cristo, nuestra cabeza?