J. H. Smith
(continuación del número anterior)
“Mas como fue determinado que habíamos de navegar para Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos a un centurión, llamado Julio, de la compañía Augusta. Así que, embarcándonos en una nave adrumentina, partimos, estando con nosotros Aristarco, macedonio de Tesalónica, para navegar junto a los lugares de Asia” (Hechos 27:1-2).
Pablo había apelado a César y a él se encaminaba. Lucas (el historiador) “el médico amado” estaba con él (pues escribe, “embarcándonos”), también “Aristarco, macedonio de Tesalónica”. Ambos no estaban obligados a acompañar a Pablo, pues no eran presos. Su amor para con su amado hermano Pablo les motivó a identificarse con el siervo fiel del Señor en cadenas, aceptando cualquier circunstancia que se presentase.
Hoy en día “Pablo”, simbólicamente, aún está llevado cautivo por los hombres: quiere decir que la “doctrina” que el Señor, la cabeza de la Iglesia, dio a Pablo por “revelación” (Efesios 3:3) está siendo rechazada por la cristiandad. Los jerarcas religiosos no quieren reconocer a Cristo como “la Cabeza”: ellos quieren “tener el primado” (3 Juan 9). Tampoco se someten a la guía del Espíritu Santo, el cual no tiene voz en sus concilios ni en sus directivas. De la “vocación celestial” (Hebreos 3:1) no quieren saber nada: “sienten lo terreno” (Filipenses 3:19). ¡Cuán pocos están decididos a acompañar a Pablo el preso!
“Y otro día llegamos a Sidón; y Julio, tratando a Pablo con humanidad, permitióle que fuese a los amigos, para ser de ellos asistido” (Hechos 27:3).
¡Imagínense un preso que había de ser llevado a César, el gran emperador, teniendo libertad para tomar refrigerio espiritual con sus “hermanos en Cristo” en el puerto de Sidón! El Señor había inclinado el corazón del centurión Julio de manera maravillosa, pues un soldado romano encargado de la custodia de un preso si se le escapaba, pagaba la negligencia con su propia vida (compárese con Hechos 16:27).
“Y haciéndonos a la vela desde allí, navegamos bajo de Cipro, porque los vientos eran contrarios” (Hechos 27:4). El capitán de la nave se había propuesto “navegar junto a los lugares de Asia”, es decir, navegar costeando, tocando tal vez varios puertos; pero los vientos contrarios le obligaron a cambiar de rumbo y escapar de la fuerza de los vientos “bajo de Cipro”, una isla grande en medio del Mar Mediterráneo. A veces en nuestro viaje de la vida tenemos que abandonar ciertos propósitos a causa de los vientos contrarios.
“Y habiendo pasado la mar de Cilicia y Pamphylia, arribamos a Mira, ciudad de Licia. Y hallando allí el centurión una nave alejandrina que navegaba a Italia, nos puso en ella. Y navegando muchos días despacio, y habiendo apenas llegado delante de Gnido, no dejándonos el viento, navegamos bajo de Creta, junto a Salmón. Y costeándola difícilmente, llegamos a un lugar que llaman Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea” (Hechos 27:5-8).
A pesar de todas las dificultades y los vientos contrarios, la nave pudo llegar a “Buenos Puertos”. En los primeros días de los apóstoles, a pesar de la oposición de Satanás y de “hombres importunos y malos”, la “nave evangelista” seguía su ruta.
Ahora, para comentar sobre el viaje desde “Buenos Puertos” hasta la isla de “Melita”, vamos a aprovechar la mayor parte de un folleto llamado EL VIAJE DE PABLO DESDE LOS BUENOS PUERTOS A MELITA, Y SUS LECCIONES, escrito sobre el significado espiritual de esta travesía, pues el autor expresa la verdad doctrinal cristiana en buena forma.
La primera parte del viaje desde Cesarea a los Buenos Puertos (versículos 1-7) es descrita en pocas palabras, mas en la segunda etapa desde los Buenos Puertos hasta la llegada a Melita (Hechos 27:9-44), se escribe con tantos detalles que nos brinda profunda instrucción. Podemos considerar la nave como una figura del testimonio cristiano, la gente a bordo como la de los cristianos, y a Pablo mismo como representando la verdad llamada la ‘doctrina de Pablo’ acerca de la Iglesia (compárese 2 Timoteo 3:10), la cual comprende todo lo que es propiamente cristiano. Cuando decimos ‘propiamente cristiano’, significamos esa porción de la verdad como distintiva y peculiar a esta era de la Iglesia y que nos relaciona con el cielo y con Cristo la Cabeza allí de la Iglesia.
Los de a bordo de la nave decidieron zarpar de los Buenos Puertos —no conforme al consejo de Pablo, sino de los otros—. Los ‘Buenos Puertos’ nos hablan del principio —de la unidad feliz evidenciada en los ‘buenos’ tiempos de la historia de la iglesia primitiva—. Todo marchaba bien mientras los cristianos andaban en la verdad, y en el temor del Señor (compárese Hechos 9:31); pero tal posición nunca es agradable a la carne, y sólo se puede mantener si andamos con Dios. El ‘tiempo’ lo pone todo a prueba; así leemos: ‘Y pasado mucho tiempo, y siendo ya peligrosa la navegación, porque ya era pasado el ayuno, Pablo (les) amonestaba’ (5:9).
Siempre es comparativamente fácil entrar en el camino de la fe, pero la carne nunca puede continuar en él. ‘La navegación’ dirigida por la sabiduría humana es siempre ‘peligrosa’; por lo tanto precisamos de la Palabra de Dios para guiarnos. Debemos tener nuestras conciencias guiadas por las Escrituras en todo tiempo, pues sólo de tal manera podemos reclamar Su promesa, ‘Andarás por tu camino confiadamente, y tu pie no tropezará’ (Proverbios 3:23).
Hay algo muy triste en las palabras, ‘ya era pasado el ayuno’. Aquella devoción primitiva, aquel ‘ayuno y oración’ que caracterizaba a la iglesia al principio (compárese Hechos 13:3) se pasó. Uno se acuerda del comentario de otro: ‘No hay ningún sustituto para la comunión con el Señor’. Cuando no hay la reposada comunión con Dios y el esperar en su presencia, estemos seguros de que la turbación nos acecha. ¡Ojalá estas cosas ejerciten cada uno de nuestros corazones, a fin de que andemos en el poder del Espíritu de Dios, más bien que en los caminos de la prudencia humana!
(seguirá, Dios mediante)