Hechos 27:35-44

Acts 27:35‑44
J.H. Smith
(continuación del número anterior)
“Y habiendo dicho esto, tomando el pan, hizo gracias a Dios en presencia de todos, y partiendo, comenzó a comer” (versículo 35).
Hemos leído en los versículos anteriores (versículos 34-35) que había abundancia de pan en la nave en la cual Pablo fue llevado cautivo hacia Roma, pero que nadie lo había aprovechado durante una quincena. Entonces Pablo les exhortó a que comiesen del pan para su salud. Sacando de todo ello una enseñanza espiritual, conviene que comamos del rico manjar de la Palabra de Dios, la que, por nosotros, está lista a la mano en la Biblia, la comida imprescindible que nutre el alma.
De este versículo entresacamos otra enseñanza espiritual: el acto de Pablo, partiendo el pan después de haber dado gracias, señala el hecho de que hubo un movimiento poderoso del Espíritu de Dios al principio del Siglo XIX, y por todas partes del mundo —después de tantos siglos de falta de cumplimiento de la palabra del Señor: “Haced esto en memoria de Mí”— cuando los creyentes en el Señor Jesucristo comenzaron a partir el pan sencillamente como miembros del “cuerpo de Cristo”, congregados solamente en su Nombre (véase Mateo 18:20).
“Entonces todos teniendo ya mejor ánimo, comieron ellos también. Y éramos todas las personas en la nave doscientas setenta y seis” (versículos 36-37).
Todos los que estaban en el barco participaban con el apóstol Pablo. El partimiento del pan no es el acto de un solo individuo, sino el de la Iglesia. Para que los cristianos sepan que el partimiento del pan, instituido por el Señor Jesús antes de que la Iglesia existiera, es un privilegio conferido en ella, Él dio a Pablo una revelación especial:
“Yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed: esto es Mi cuerpo que por vosotros es partido: haced esto en memoria de Mí. Asimismo tomó también la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre: haced esto todas las veces que bebiereis, en memoria de Mí. Porque todas las veces que comiereis este pan o bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga” (1 Corintios 11:23-26). Este pasaje refuta terminantemente la enseñanza falsa de que la cena del Señor no es para Su Iglesia.
“Y satisfechos de comida, aliviaban la nave, echando el grano a la mar” (versículo 38). Este versículo nos presenta el cuadro de lo que está sucediendo hoy en día en la profesión cristiana. El movimiento modernista pregona: “Estamos hartos del Evangelio de Redención con la sangre de Cristo; no lo queremos. No precisamos de un Libro inspirado de Dios. Vamos a arrojar todo eso en la mar del olvido. Somos ricos, y estamos enriquecidos, y no tenemos necesidad de ninguna cosa” (compárese Apocalipsis 3:17).
“Y como se hizo de día, no conocían la tierra: mas veían un golfo que tenía orilla, al cual acordaron echar, si pudiesen, la nave”. (versículo 39)
Los marineros no consultaban con Pablo, el cual tenía la mente de Dios, sino obraron voluntariosamente. “No conocían la tierra”: es decir, no tenían discernimiento. El cristiano que no consulta su Biblia va a perder su discernimiento espiritual. “Mas veían un golfo que tenía orilla”. El cristiano espiritual no mira cual meta algo visible: “por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7). “Al cual acordaron echar, si pudiesen, la nave”. “Si” expresa incertidumbre. Pero no hay nada incierto acerca del destino del creyente en el Señor Jesús: “Nuestra vivienda es en los cielos; de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).
¿Era necesario arriesgarse al naufragio en el golfo que tenía orilla? No. Con cuatro anclas echadas, podían capear la tempestad hasta que cesara; tenían suficiente comida y habían satisfecho su hambre. ¿Para qué, entonces, seguir voluntariosamente con su propósito? Realmente, era un proceder necio de una acción independiente.
¿Y para dónde están los líderes prominentes del cristianismo moderno dirigiendo la nave del testimonio cristiano? “Cortando pues las anclas”, las doctrinas fundamentales de la fe, “las dejaron en la mar”, las han rechazado; “largando también las ataduras de los gobernalles”, el control por medio del timón, la guía del Espíritu Santo dejada de lado; “y alzada la vela mayor al viento”, un movimiento ecuménico, una apariencia de grande actividad religiosa; “íbanse a la orilla”, orillándose al naufragio (véase versículo 40).
“Mas dando en un lugar de dos aguas, hicieron encallar la nave; y la proa, hincada, estaba sin moverse, y la popa se abría con la fuerza de la mar” (versículo 41). “Las dos aguas”, convergiendo en el lugar donde la nave encalló, y atacándola con todas sus fuerzas, nos hacen pensar en los dos medios que el diablo está aprovechando para deshacer el testimonio cristiano: uno es el racionalismo, o sea el modernismo; y el otro es el ritualismo religioso que sustituye “obras” por la obra redentora y cabal de Cristo, el Hijo de Dios.
“Entonces el acuerdo de los soldados era que matasen los presos, porque ninguno se fugase nadando” (versículo 42). Tras el acuerdo de ellos estaba el propósito maligno del diablo: la destrucción de un testigo fiel del Señor, Pablo.
“Mas el centurión, queriendo salvar a Pablo, estorbó este acuerdo, y mandó que los que pudiesen nadar, se echasen los primeros, y saliesen a tierra, y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra” (versículos 43-44). El Señor puso en el corazón del centurión romano el querer salvar a Pablo y él lo guardó de muerte. Aunque el diablo ha querido estorbar la lectura de las Epístolas de Pablo, con la verdadera doctrina de la Iglesia —su constitución, su práctica y su finalidad— Dios, en Su soberanía supremo, las ha conservado íntegras para la instrucción de los creyentes en Cristo Jesús.
“Todos se salvaron”. Aunque la nave se deshizo, nadie de a bordo pereció. Aunque el cristianismo naufrague como testigo para el Señor, no obstante Él no va a dejar perder el alma ni siquiera de una de Sus ovejas por las cuales puso Su vida. “Yo les doy vida eterna y no perecerán para siempre” (Juan 10:28). Escogidos “en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de El en amor” (Efesios 1:4).
(seguirá, Dios mediante)