Hechos 3

Acts 3  •  7 min. read  •  grade level: 13
 
"Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora de oración, la de nona. Y un hombre que era cojo desde el vientre de su madre, era traído; al cual ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo" (vv. 1, 2).
¡ Qué cuadro más triste!: un hombre judío cojo desde su nacimiento entre los judíos, el pueblo de Dios, al cual El había prometido toda suerte de bendición terrenal, inclusive la salud física con tal que le obedeciera (véase Deut. 28:1-13). Ese hombre era figura de la condición de los judíos mismos: espiritualmente enfermos y alejados de Jehová su Dios-rechazadores de Cristo, su Mesías.
"Este, como vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, rogaba que le diesen limosna. Y Pedro, con Juan, fijando los ojos en él, dijo: Mira a nosotros. Entonces él estuvo atento a ellos, esperando recibir de ellos algo. Y Pedro dijo: Ni tengo plata ni oro; mas lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó: y luego fueron afirmados sus pies y tobillos; y saltando, se puso en pie, y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios" (vv. 3-8).
Dios había permitido que ese hombre, que "era de más de cuarenta años" (cap. 4:22), fuese visto en su condición de "cojo" por todo el pueblo judío durante muchos años, quizá hasta veinticinco, para que todo el pueblo supiera que era él mismo que fue sanado milagrosamente, dando así una oportunidad para otro testimonio poderoso y eficaz dirigido por los apóstoles Pedro y Juan a miles de los judíos, a quienes Dios aún quería hacer misericordia, a pesar de que habían consentido en la crucifixión de su Mesías. 1 Cuán grande fue su amor para con su pueblo antiguo!
"Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. Y conocían que él era el que se sentaba a la limosna a la puerta del templo, la Hermosa: y fueron llenos de asombro y de espanto por lo que le había acontecido. Y teniendo a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón, atónitos" (vv. 9-11).
Así obró Dios para preparar los corazones de miles de testigos oculares, a fin de que estuviesen atentos al mensaje que Pedro ya estaba impulsado a pronunciar:
"Y viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? o ¿por qué ponéis los ojos en nosotros, como si con nuestra virtud o piedad hubiésemos hecho andar a éste? El Dios de Abraham, y de Isaac, y de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su Hijo Jesús, al cual vosotros entregasteis, y negasteis delante de Pilato, juzgando él que había de ser suelto. Mas vosotros al Santo y al Justo negasteis, y pedisteis que se os diese un homicida; y matasteis al Autor de la vida, al cual Dios ha resucitado de los muertos; de lo que nosotros somos testigos. Y en la fe de su nombre, a éste que vosotros veis y conocéis, ha confirmado su nombre: y la fe que por él es, ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros" (vv. 12-16).
De esa manera enfática Pedro les expuso cuán enorme era su culpa delante de Dios, para que se arrepintiesen. Luego les proclamó cuál era la actitud bondadosa de Dios, pese a la maldad de ellos y mayormente la de sus príncipes:
"Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros príncipes" (v. 17). ¿Fue por ignorancia? ¡ de ninguna manera, sino de propósito! "¡Crucifícale! ¡crucifícale!" Pero el apóstol Pedro, lleno del Espíritu Santo e inspirado de Dios en aquel momento, actuó según el intento de la oración perdonadora del Señor mismo cuando le crucificaron: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34). Jesús lo calificó como de un pecado cometido en ignorancia: "y si toda la congregación de Israel hubiere errado... ofrecerá un becerro por expiación" (léase el pasaje entero en Lev. 4:13-21). "Ya sabéis la. gracia de nuestro Señor Jesucristo" (2ª Cor. 8: 9). Por lo tanto Pedro, en el espíritu de su Maestro, les dijo que lo habían hecho "por ignorancia." Entonces prosiguió a advertirles cuál era el propósito de Dios-su Dios tan paciente y bondadoso-y cómo había cumplido e iba a cumplir con todo lo que estaba escrito en el Antiguo Testamento:
"Empero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; pues que vendrán los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor, y enviará a Jesucristo, que os fue antes anunciado: al cual de cierto es menester que el cielo tenga hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde el siglo. Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de vuestros hermanos, como ye; a él oiréis en todas las cosas que os hablare. Y será, que cualquiera alma que no oyere a aquel profeta, será desarraigada del pueblo. Y todos los profetas desde Samuel y en adelante, todos los que han hablado, han anunciado estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios concertó con nuestros padres, diciendo a Abraham: Y en su simiente serán benditas todas las familias de la tierra. A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, le envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad" (vv. 18-26).
En respuesta bendita a la oración del Señor Jesús "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", el Espíritu Santo ofreció-por la boca del apóstol Pedro-perdón a los judíos culpables de la crucifixión de su Mesías. Si ellos se hubieran arrepentido y convertido de su maldad, luego Dios habría enviado a Jesucristo del cielo para restaurarles el reino prometido según un sinnúmero de profecías en el Antiguo
Testamento. Una de esas profecías fue hablada por Moisés, quien había dicho a sus padres:
"Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como ye, to levantará Jehová to Dios: a él oiréis.... Y Jehová me dijo... Profeta les suscitaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que ye le mandare. Mas será, que cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, ye le residenciaré" ["le pediré cuenta de ello"]. (Deut. 18:15-19). Jesús era aquel profeta.
Los israelitas eran la simiente-según la carne-de Abraham, al cual Dios había dado las promesas. Pero la promesa: "en to simiente serán benditas todas las familias de la tierra," no se refiere a los israelitas, sino a Cristo. Leamos Gálatas 3:16: "A Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como de muchos; sino como de uno: Y a to simiente, la cual es. Cristo."
La descendencia natural de Abraham (hemos oído muchachos defenderse religiosamente, diciendo: "Mi padre es un reverendo, un predicador") no tenía mérito ninguno delante de Dios como una base de aceptación; ésta viene de la fe, y solamente de la fe. Los judíos dijeron a Jesús: "Nuestro padre es Abraham. Díceres Jesús: Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais" (Juan 8:39). Se refirió a su estado-no natural, sino-espiritual.
"Dios, habiendo levantádo a su Hijo, le envió para que os bendijese." Este dicho se refiere, no a la resurrección de Jesús, como debe ser muy claro del contexto, sino al hecho de que Dios le levantó como el Salvador de su pueblo, como leemos en Mateo 1:21, "llamarás su nombre JE-SUS, porque él salvará a su pueblo [Israel] de sus pecados."