"El príncipe de los sacerdotes dijo entonces [a Esteban]: ¿Es esto así? Y él dijo: Varones hermanos y padres, oíd: El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Charán, y le dijo: Sal de to tierra y de to parentela, y ven a la tierra que te mostraré. Entonces salió de la tierra de los Caldeos, y habitó en Charán: y de allí, muerto su padre, le traspasó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora; y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie: mas le prometió que se la daría en posesión, y a su simiente después de él, no teniendo hijo" (vv. 1-5).
Esteban, acusado por "testigos falsos" (cap. 6:13), estaba delante del concilio de los judíos. El empezó su discurso con Dios: habló del "Dios de la gloria," el Dios que no es solamente glorioso en sí mismo, sino es el Autor de la gloria, como también lo es "de la vida" (Hch. 3:15), Abraham, el padre de la raza judía, fue llamado por el Dios de la gloria que se le apareció en una tierra lejana llena de ídolos, pues Josué dijo a los hijos de Israel:
"Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente de esotra parte del río, es a saber, Tharé, padre de Abraham y de Nachor; y servían a dioses extraños" (Josué 24:2). Abraham no era hombre mejor que los demás, pero Dios se compadeció de él y se le apareció a él. El corazón de Abraham fue conquistado: dejó luego los ídolos "para servir al Dios vivo y verdadero" (como lo hicieron los tesalonicenses milenios después-véase 1a Tes. 1:9, 10).
El llamamiento supremo apartó a Abraham de su "tierra," su "parentela" y la casa de su "padre" (Gén. 12:1). Apartarse uno de su pueblo es difícil; de su parentela, aun más difícil; pero apartarse uno de la casa paterna es lo más difícil de todo. Pero el Dios de la gloria llamó a Abraham, y él le obedeció.
"¡Alma mía! Dios te llama,
¡Oh, no dejes deˆacudir!
Con su poderosa mano
El camino talla deˆabrir.
El ha roto la cadena,
Ya deˆEgipto salvo estás;
Libertado de la pena,
Con to Dios caminarás."
"Y hablóle Dios así: Que su simiente sería extranjera en tierra ajena, y que los reducirían a servidumbre y maltratarían, por cuatrocientos años. Mas ye juzgaré, dijo Dios, la nación a la cual serán siervos: y después de esto saldrán y me servirán en este lugar. Y diole el pacto de la circuncisión: y así Abraham engendró a Isaac, y le circuncidó al octavo día; e Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas. Y los patriarcas, movidos de envidia, vendieron a José para Egipto; mas Dios era con él, y le libró de todas sus tribulaciones, y le dio gracia
y sabiduría en la presencia de Faraón, rey de Egipto, el cual le puso por gobernador sobre Egipto, y sobre toda su casa" (vv. 6-10). En el Libro de Génesis capítulo 37 se nota de la envidia en los corazones de los padres de la nación de Israel, prototipos de los judíos que mataron al verdadero "José," al Señor Jesucristo. Notemos también cómo Dios obró maravillosamente e hizo que José fuese ensalzado a lo sumo en Egipto por Faraón, "puesto por señor de todo Egipto."
"Vino entonces hambre en toda la tierra de Egipto y de Canaán, y grande tribulación; y nuestros padres no hallaban alimentos. Y como oyese. Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres la primera vez, y en la segunda, José fue conocido por sus hermanos, y fue sabido de Faraón el linaje de José. Y enviando José, hizo venir a su padre Jacob, y a toda su parentela, en número de setenta y cinco personas." (vv. 11-14).
En los capítulos 42 a 44 del Libro de Génesis se hace referencia a los tratos de José con sus hermanos para traerlos al arrepentimiento.
"Así descendió Jacob a Egipto, donde murió él y nuestros padres; los cuales fueron trasladados a Sichem, y puestos en el sepulcro que compró Abraham a precio de dinero de los hijos de Hemor de Sichem" (vv. 15, 16). Esteban no notó nada que era de "fe" en Jacob y sus hijos en Egipto, y lo único notado en Hebreos cap. 11 es que "por fe Jacob, muriéndose, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró estribando sobre la punta de su bordón" (v. 21). ¡Qué lástima que un creyente llegara al fin de su vida antes de hacer algo que Dios reconozca como procedente de fe!
"José.... dio mandamiento acerca de sus huesos" (v. 22), porque sabía que Dios iba a sacar su pueblo de Egipto y quería que sus huesos estuvieran enterrados en la tierra prometida.
De paso, notemos que hay una contradicción en el texto de Cipriano de Valera, y en otros, cosa que los incrédulos han atacado, procurando demostrar que la Biblia no es la palabra de Dios. Ahora bien, el texto original de la Biblia, sea el hebreo y el arameo del Antiguo Testamento, o sea el griego del Nuevo Testamento, era divinamente inspirado, era absolutamente perfecto, hasta todas las "jotas" y las "tildes" (véase Matt. 5:18; Juan 10: 35; 2ª Tim. 3:16).
"Abraham" no compró el sepulcro en Sichem, sino la cueva en Macpela enfrente de Mamre, de Ephrón el heteo (véase Gén. 23:14-20). Jacob compró una "parte del campo... de mano de los hijos de Hamor, padre de Sichem" (Gén. 33:19). Jacob fue enterrado en la cueva de Macpela (véase Gén. 50:13); pero "enterraron en Sichem los huesos de José que los hijos de Israel habían traído de Egipto, en la parte del campo que Jacob compró de los hijos de Hemor padre de Sichem" (Josué 24:32).
Ahora bien, suprimiendo el nombre "Abraham" (que probablemente algún copista errado insertó), no se presenta ninguna contradicción, leyendo el pasaje con un poco de aclaración así: "así descendió Jacob a Egipto, donde murió él [y fue sepultado por José en la cueva de Macpela]. Más tarde murieron sus descendientes, los padres de Israel, y fueron trasladados a Sichem [donde fue enterrado José]; y puestos en el sepulcro que [Jacob] compró a precio de dinero de los hijos de Hamor de Sichem."
"Mas corno se acercaba el tiempo de la promesa, la cual Dios había jurado a Abraham, el pueblo creció y multiplicóse en Egipto, hasta que se levantó otro rey en Egipto que no conocía a José. Este usando de astucia con nuestro linaje, maltrató a nuestros padres, a fin de que pusiesen a peligro de muerte sus niños, para que cesase la generación. En aquel tiempo nació Moisés, y fue agradable a Dios: y fue criado tres meses en casa de su padre Mas siendo puesto al peligro la hila de Faraón le tomé v le crió como a hijo suyo" (vv. 17-21).
Nadie Puede estorbar o deshacer los propósitos de Dios; la hija misma del Faraón que quiso matar a todos los niños de los hebreos, rescató a Moisés y I lo crió como hijo Propio!
"Y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus dichos y hechos. Y cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino voluntad de visitar a sus hermanos los hijos de Israel. Y como vio a uno que era injuriado, defendióle, e hiriendo al egipcio, vengó al injuriado. Pero él pensaba que sus hermanos entendían que Dios les había de dar salud por su mano; mas ellos no lo habían entendido. Y al día siguiente, riñendo ellos, se les mostró, y los ponía en paz, elidiendo: Varones, hermanos sois, ¿por qué os injuriáis los unos a los otros? Entonces el que injuriaba a su prójimo, le rempujó, diciendo: ¿Quién te ha puesto por príncipe y juez sobre nosotros? ¿Quieres tú matarme, como mataste ayer al egipcio? A esta palabra Moisés huyó, y se hizo extranjero en tierra de Madián, donde engendró dos hijos" (vv. 22-29).
El Señor Jesús era "poderoso en [1] obra y en [2] palabra" (Luke 24:19). Moisés "era poderoso en sus [1] dichos y [2] hechos." Para cumplir con el propósito que Jehová tenía pendiente, "toda la sabiduría de los egipcios" que Moisés poseía no tendría ningún valor. Así, el Señor permitió que Moisés tuviera que huir del palacio del Faraón de Egipto, y vivir en el desierto durante cuarenta años más, aprendiendo lecciones necesarias en la escuela de Dios. Sin embargo, Esteban señaló a los del concilio que el hombre escogido por Dios para ser el libertador del pueblo de Israel en aquel entonces fue rechazado por los del mismo pueblo, igualmente como Cristo fue rechazado por los judíos.
"Y cumplidos cuarenta años, un ángel le apareció en el desierto del monte Siria, en fuego de llama de una zarza. Entonces Moisés mirando, se maravilló de la visión: y llegándose para considerar, fue hecha a él voz del Señor:
"Ye soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Más Moisés, temeroso, no osaba mirar. Y le dijo el Señor: Quita los zapatos de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa. He visto, he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído el gemido de ellos, y he descendido para librarlos. Ahora pues, ven, te enviaré a Egipto" (vv. 30-34).
Moisés, durante los primeros cuarenta años de su vida, aprendió en el palacio real de Faraón a ser alguien; pero Dios dispuso que pasara los cuarenta años subsiguientes en el desierto aprendiendo a no ser nada. No somos nada y es una lección saludable que tenemos que aprender. "Cristo es el todo": "sin Mí nada podéis hacer" (Col. 3:11; John 15:5).
La zarza ardiendo en fuego, y no consumida, nos hace pensar de la nación de Israel y de las pruebas terribles por las cuales ha tenido que pasar, y aún tendrá que pasar; pero así como la zarza no fue consumida, tampoco será destruido Israel: "todo Israel será salvo [no toda persona, sino todas las doce tribus], como está escrito: Vendrá de Sión el Libertador, que quitará de Jacob la impiedad" (Rom. 11:26).
El Señor le dijo a Moisés que era "el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob." ¿Quién jamás hubiera pensado que la doctrina de la resurrección de los muertos estuviera escondida en ese dicho? Pero muchos siglos después, el Señor Jesús dijo: "que los muertos hayan de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abraham, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, mas de vivos: porque todos viven a él" (Luke 20:37, 38).
El Señor se compadeció de su pueblo en Egipto, y le dijo a Moisés: "he descendido para librarlos." Esto nos hace pensar de cómo el Señor Jesús descendió del cielo para salvarnos a nosotros-los pecadores de los gentiles-de nuestra miseria y pecado: "Ye soy el pan de vida... es el pan que desciende del cielo, para que el que de él comiere, no muera. Ye soy el pan vivo que he descendido del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre" (John 6:48-51).
"A este Moisés, al cual habían rehusado, diciendo: ¿Quién te ha puesto por príncipe y juez?, a éste envió Dios por príncipe y redentor con la mano del ángel que le apareció en la zarza. Este los sacó, habiendo hecho prodigios y milagros en la tierra de Egipto, y en el mar Bermejo, y en el desierto por cuarenta años" (vv. 35, 36). El redentor de Israel en Egipto, Moisés, fue rehusado por los israelitas; asimismo el Mesías de Israel, Jesucristo, fue rehusado por los judíos. Este era el punto principal en el discurso de Esteban, hacia el cual clímax él iba desarrollando la historia vergonzosa de Israel.
"Este es el Moisés, el cual dijo a loa hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor Dios vuestro de vuestros hermanos, como ye; a él oiréis. Este es aquél que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sina, y con nuestros padres; y recibió las palabras de vida para darnos, al cual nuestros padres no quisieron obedecer; antes le desecharon, y se apartaron de corazón a Egipto, diciendo a Aarón: Haznos dioses que vayan delante de nosotros porque a este Moisés, que nos sacó de tierra de Egipto, no sabemos qué le ha acontecido. Y entonces hicieron un becerro, y ofrecieron sacrificio al ídolo, y en las obras de sus manos se holgaron. Y Dios se apartó, y los entregó que sirviesen el ejército del cielo; como está escrito en el libro de los profetas:
"¿Me ofrecisteis víctimas y sacrificios en el desierto por cuarenta años, casa de Israel? Antes, trajisteis el tabernáculo de Moloch, y la estrella de vuestro dios Remphan: figuras que os hicisteis para adorarlas: os transportaré pues, más allá de Babilonia" (vv. 37-43).
Esteban les dio a recordar que sus antecedentes en la marcha hacia Canaán se apartaron a Egipto de corazón e hicieron un becerro de oro que adoraron; además llevaban consigo por el desierto los ídolos de las naciones paganas de alrededor. Esa acusación fue escrita en el profeta Amós (5: 25-27) cuando el Señor anunció que iba a transportar su pueblo cautivo fuera de la tierra prometida.
"Tuvieron nuestros padres el tabernáculo del testimonio en el desierto, como había ordenado Dios, hablando a Moisés que lo hiciese según la forma que había visto. El cual recibido, metieron también nuestros padres con Josué en la posesión de los gentiles, que Dios echó de la presencia de nuestros padres, hasta los días de David; el cual halló gracia delante de Dios, y pidió hallar tabernáculo para el Dios de Jacob. Mas Salomón le edificó casa. Si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano; como el profeta dice:
"El cielo es mi trono, y la tierra es el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿o cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi maco todas estas cosas?" (vv. 44-50).
Esteban proseguía su discurso, hablando del lugar de adoración que había entre los hijos de Israel, primeramente el tabernáculo en el desierto, y después el templo magnífico construido por Salomón; subrayando el hecho de que el Dios altísimo no moraba en "templos hechos de mano," como había escrito el profeta Isaías (véase cap. 66:1, 2).
"Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo: como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? y mataron a los que anunciaron la venida del Justo, del cual vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis. Y oyendo estas cosas, regañaban de sus corazones, y crujían los dientes contra él" (vv. 51-54).
Esteban, fortalecido del Espíritu Santo, culminó su discurso con este resumen corto de la enemistad de los judíos contra Jehová su Dios, la que obró primeramente en los padres cuando mataron a los profetas, y que llegó a su colma de iniquidad cuando los hijos mataron al Mesías de Israel. Ni entre los padres ni los hijos hubo arrepentimiento.
"Mas él [Esteban], estando lleno de Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios" (vv. 55, 56). A Esteban, cerca del martirio, le fue dado el privilegio de ver los cielos abiertos para que mirara a Jesús, el hombre glorificado a la diestra de Dios, y diera testimonio ocular al hecho majestuoso.
Mencionamos de paso, que en el Nuevo Testamento leemos no menos de cuatro veces de los cielos abiertos, y siempre es el objeto Jesús el Hijo de Dios: dos veces en la tierra y dos veces en el cielo. Primeramente, cuando se sometió al bautismo: "Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y he aquí una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento" (Matt. 3:16,17). En segundo lugar cronológico, en esta ocasión del martirio de Esteban; en tercer lugar, "vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que estaba sentado sobre él, era llamado Fiel y Verdadero, el cual con justicia juzga y pelea" (Apo. 19:11). No cabe duda a quién se refiere: ¡ al "Rey de reyes y Señor de señores" que va a descender del cielo para juzgar al mundo! Luego la cuarta vez que leemos de los cielos abiertos: "De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del hombre" (Juan 1: 51). En las ocasiones del bautismo de Jesús, del martirio de Esteban y de la salida del Señor Jesús del cielo como el gran Vencedor del mal, los cielos se abrieron momentáneamente; pero cuando el "Hijo del hombre," Jesús, esté reinando con los ángeles sirviéndole, los cielos permanecerán abiertos, nos parece. Habrá una comunión bendita e íntima entre los cielos y la tierra, entre la nueva Jerusalem, morada celestial de la Iglesia, y el mundo bajo los pies de Cristo. "Y te desposaré conmigo en fe... y será que en aquel tiempo responderé, dice Jehová, ye responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra" (Oxeas 2:20, 21).
"Entonces dando grandes voces, se taparon sus oídos, arremetieron unánimes contra él; y echándolo fuera de la ciudad, le apedreaban: y los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un mancebo que se llamaba Saulo. Y apedrearon a Esteban, invocando él y diciendo: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les imputes este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió" (vv. 57-60).
Así murió el primer mártir de la Iglesia del cual tenemos mención en las Escrituras. ¡ Qué muerte más gloriosa, la de Esteban, dando testimonio ocular de Cristo, su Señor, ensalzado a lo sumo y glorificado a la diestra de Dios! Y ¡ qué propósito más benigno abrigaba el Señor en aquel momento, mientras lo miraba todo y se fijó en el "mancebo que se llamaba Saulo," enemigo número uno de los cristianos y-sin saberlo-de su Señor, al cual El iba a revelarse y perdonarle sus pecados!
Notemos que Esteban oró: "Señor Jesús, recibe mi espíritu." Iba a "estar con Cristo, lo cual es mucho mejor" (Fil. 1:23). Luego, al pedir perdón por sus asesinos, "durmió." El dormir se refiere solamente al cuerpo del creyente, nunca al espíritu: "Lázaro nuestro amigo duerme" (John 11:11).
El Señor Jesús, crucificado, oró así: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Luc. 23: 34). Esteban oró, con el mismo espíritu perdonador: "Señor, no les imputes este pecado." Todos los tratos de los cristianos para con sus enemigos-y con sus hermanos también-deben de ser hechos en el mismo espíritu. ¿no es verdad?
"¿Quién puede tal amor contar?
El grande amor del Salvador
¿Quién lo podrá contar?"