Humanidad sin Pecado de Cristo

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Esto se refiere al hecho de que el Señor Jesucristo tiene una naturaleza humana incapaz de pecar. No toca precisamente la cuestión de si Él pecó en Su vida (que, sin duda, no lo hizo), sino a si Él tenía una naturaleza que fuese capaz de pecar. Aunque todos los cristianos están unánimemente de acuerdo en que Cristo no pecó, muchos piensan que podría haber pecado, si así lo elegía. Pero esta falsa idea ataca la impecabilidad de la Persona de Cristo y es un error grave que afecta a la doctrina de Cristo.
Cuando Cristo vino al mundo (Su encarnación), Él tomó humanidad (espíritu humano, alma humana, y cuerpo humano) en unión con Su Persona. Esta unión de las naturalezas divina y humana es inescrutable (Mateo 11:27). Al hacerlo, Él no tomó la naturaleza humana inocente que Adán tuvo antes de la caída. Aquella naturaleza era sin pecado, pero no tenía el conocimiento del bien y del mal, y era capaz de pecar—lo que Adán tristemente demostró (Romanos 5:12). Cristo no podría haber tomado esa naturaleza porque ella ya no existía en su estado inocente en el momento de Su llegada al mundo. Ella había sido corrompida por la desobediencia de Adán y se encontraba caída. Tampoco Cristo podría haberse unido a Sí mismo con esa naturaleza en su estado caído, pues, al hacerlo, habría llevado el pecado a Su persona, y así habría dejado de ser santo. Si Él hubiera hecho esto, habría dejado de ser Dios, ¡porque la santidad (la ausencia del mal) es uno de los atributos esenciales de la divinidad! (Isaías 6:3; Apocalipsis 4:8). La Biblia indica que Dios preparó para Él una “santa” humanidad—espíritu, alma y cuerpo (Lucas 1:35; Hebreos 7:26, 10:5). Siendo santo, el Señor Jesús tuvo una naturaleza humana que no podía pecar.
Entonces, a partir de la caída de Adán, cuando una persona peca—sin importar quién sea—inmediatamente nos demuestra que tal persona tiene la naturaleza pecaminosa que produce esos pecados. Los pecados, como sabemos, son el producto del pecado (la naturaleza). Por eso, el decir que el Señor Jesús podría pecar (aunque no lo hizo), ¡implica decir que Él tenía la naturaleza caída del pecado! Esta, es una suposición terriblemente equivocada que la Palabra de Dios ciertamente no ampara.
Los siguientes versículos muestran que Cristo no participó de la humanidad caída, aunque se hizo Hombre en verdad:
1 Juan 3:5 dice que “no hay pecado en Él.” Esta declaración única de la Palabra de Dios resuelve la cuestión de si Cristo podría pecar. Ella nos dice que Él no tenía la naturaleza pecaminosa en Sí mismo y, por lo tanto, no tenía la posibilidad de cometer pecados.
En Lucas 1:35, en relación con la encarnación del Señor, el ángel que vino a María dijo: “Lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” Esto nos dice que la esencia de Su naturaleza como Hombre es “santa.” Esto no puede ser dicho de ningún otro hombre. Nosotros no nacimos santos (Salmo 51:5).
En Lucas 3:23 al trazar el linaje del Señor a Adán, la Escritura dice: “Y el mismo Jesús comenzaba á ser como de treinta años, hijo de José, como se creía.” La frase, “como se creía,” es insertada en el texto por el Espíritu Santo para mostrar que el Señor no era hijo natural de José; era sólo su hijo legal. Él fue “engendrado” por el Espíritu Santo, y no por José (Mateo 1:20). El hecho de que la Escritura afirma que José no tenía nada que ver (biológicamente) con la concepción del Señor, muestra el cuidado que Dios tiene de no permitir cualquier pensamiento de que Cristo heredara la naturaleza caída del pecado pasada a Él por los descendientes de Adán.
Romanos 8:3 dice: “Dios enviando á su Hijo en semejanza de carne de pecado, y á causa del pecado, condenó al pecado en la carne.” Una vez más, vemos que la Escritura tiene cuidado de proteger la humanidad de Cristo, afirmando que Su venida en humanidad fue “en semejanza de carne de pecado.” Por lo tanto, Él no tenía “carne de pecado,” sino fue sólo “en semejanza” de la misma. O sea, por todas las apariencias exteriores, se parecía a cualquier otro hombre (Hebreos 10:20), pero, interiormente, Él no tenía naturaleza de pecado.
Hebreos 2:6 dice: “¿Qué es el hombre, que te acuerdas de él?” Esta es una cita del Salmo 8. El salmista está maravillado con la gracia de Dios que se interesa por los hombres. La palabra en hebreo usada aquí para “hombre” es “Enosh.” Ella indica el estado débil y frágil del hombre—implicando una condición caída y degenerada. El Salmo prosigue diciendo: “... el hijo del hombre, que lo visites?” Esto se refiere a la visita de Dios a la raza humana en la Persona de Su Hijo (Lucas 1:78). Nótese que esta vez, el salmista usa una palabra en hebreo diferente para “hombre” de la que había usado antes. Aquí es “Adán,” que no lleva las connotaciones de “Enosh.” Esto significa que, cuando Cristo visitó la humanidad, para hacerse Hombre, no sería en el estado degenerado de “Enosh.”
Hebreos 2:14 dice: “Así que, por cuanto los hijos participaron (koinoneo) de carne y sangre, Él también participó (metecho) de lo mismo.” Aquí nuevamente, la Escritura guarda cuidadosamente la humanidad sin pecado de Cristo. Una vez más, la Escritura usa dos palabras diferentes en griego para distinguir entre los hombres caídos que participan de la humanidad y Cristo que tomó parte en la humanidad. La primera palabra (koinoneo), traducida como “participaron,” se refiere a una participación completa en algo. Es usada en este versículo para denotar el tipo de participación en la humanidad que tienen todos en la raza de Adán. Y cómo es una participación total, necesariamente incluirá participar de la naturaleza caída del pecado. La otra palabra (metecho) se traduce como “tomó parte” (traducción J. N. Darby), lo que significa participar de algo sin especificar la profundidad de la participación, y es usada para denotar la participación que Cristo tuvo en la humanidad. Él tomó parte en la humanidad, pero no al punto de participar en la naturaleza caída del pecado, que todos los demás hombres tienen. (Véase la nota al rodapié de la traducción de J. N. Darby sobre Hebreos 2:14).
En Hebreos 4:15, con respecto a las pruebas y a las tentaciones del Señor en Su senda terrenal, el escritor dice: “Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado [aparte del pecado].” Infelizmente, leyendo este versículo como está en la traducción Reina-Valera (y en muchas traducciones modernas), parece estar diciendo que el Señor no cometió ningún pecado en Su vida. Pero este no es el tema del versículo. La frase, “pero sin pecado” debería traducirse “aparte [separado, disociado] del pecado.” Aparte del pecado significa que Sus tentaciones no estaban en la clasificación de las tentaciones que tenían que ver con la naturaleza pecaminosa. Existen dos tipos de tentaciones a las que están sujetos los hombres: hay tentaciones y pruebas externas por las cuales la fe y la paciencia de alguien son probadas, y hay tentaciones internas que resultan de alguien tener una naturaleza de pecado. (Ver Santiago 1:2-12 y Santiago 1:13-16) El escritor de Hebreos está simplemente afirmando que el Señor fue tentado en todas las maneras en que un hombre justo podría ser tentado, pero no en la clase de tentaciones que están conectadas con la naturaleza interior del pecado. La razón de esto es obvia—Él nunca tuvo naturaleza de pecado. J. N. Darby dijo: “Hay dos tipos de tentaciones ... una viene de afuera—todas las dificultades de la vida cristiana. Cristo pasó por ellas de una forma mucho más intensa que cualquiera de nosotros. El otro tipo de tentación es cuando un hombre es llevado por su propia concupiscencia y seducido. Cristo, por supuesto, nunca tuvo esto” (Notes and Jottings, p. 6).
En Juan 8:46, el Señor les dijo a Sus acusadores: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” Nadie podría probar que Él tenía esa naturaleza caída, porque nadie podía apuntar a un solo pecado que Él hubiese cometido.
En Juan 14:30, el Señor dijo a los discípulos: “Viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en Mí.” Se refería a la venida de Satanás para acosarlo y amedrentarlo, pero Él les aseguró que no había nada “en” Él (es decir, la naturaleza de pecado) que respondiera a sus ataques.
Santiago 1:13 dice que “Dios no puede ser tentado de los malos.” Así, la santidad es un atributo intrínseco de Dios (Isaías 6:3; Apocalipsis 4:8). Si cuando Dios, en la Persona de Su Hijo, se hizo Hombre (1 Timoteo 3:16), se hubiera vuelto capaz de ser tentado a hacer el mal, entonces habría renunciado a uno de Sus atributos esenciales de la divinidad. Por lo tanto, si la doctrina que afirma que Cristo podría pecar fuera verdadera, ¡entonces Cristo dejó de ser todo lo que era como Dios al hacerse Hombre! ¡Eso es blasfemia!
1 Juan 3:9 dice: “Cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque Su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” Este versículo está hablando de que el creyente tiene una nueva naturaleza (resultante de un nuevo nacimiento) que no puede pecar. Juan explica que esto es así porque, al ser creado por Dios, tenemos “Su simiente” en nosotros. Esto confirma lo que todo cristiano ya conoce—que la “simiente” (o la vida) de Dios no puede pecar. Por lo tanto, como Cristo es “Dios ... manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16), entonces se concluye naturalmente que Él no podía pecar—¡porque Dios no puede pecar! ¿Qué podría ser más claro que eso?
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Tres Objeciones Principales a Esta Verdad
Hay tres objeciones principales a esta verdad sobre la humanidad de Cristo:
Aquellos que sostienen que Cristo podría haber pecado, pero no pecó, piensan que es robar al Señor de Su gloria de obediencia el decir que no podría pecar. Ellos dicen que, si eso fuese verdad, entonces Cristo no obtendría crédito (ninguna gloria) por Su vida de perfecta obediencia al Padre, porque Él no podía hacer nada más allá de lo que era correcto. Para la razón humana, puede parecer que estas cosas referentes a la humanidad de Cristo están robándole la gloria, pero, de hecho, enseñar que Él podría pecar ataca la impecabilidad de Su persona y mancha Su gloria. No somos más sabios que la Palabra de Dios. Cuando nuestra razón humana nos lleva a conclusiones que están en conflicto con las Escrituras—lo que hace esta doctrina—debemos declinar nuestros pensamientos y aceptar lo que la Escritura dice como la autoridad final, pues ella es la infalible Palabra de Dios (Salmo 12:6; Juan 10:35).
Los que sostienen que Cristo podría haber pecado, pero no pecó, apuntan a las tentaciones del Señor en el desierto, y preguntan: “¿Cuál fue el propósito de que Cristo pasara por esas tentaciones si Él no podría fallar?” La respuesta es que las tentaciones no eran para Dios descubrir si Cristo iba o no a pecar. Él conocía Su perfección sin pecado y pronunció Su aprobación sobre Él —“Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento” antes de haber sido tentado (Mateo 3:17-4:11). Si las tentaciones hubiesen sido con el propósito de descubrir si Cristo iba a pecar o no, entonces el pronunciamiento de Dios habría sido después que Él pasase por la tentación. Sería, por así decirlo, Su “sello de aprobación” en la perfecta obediencia de Cristo. Pero esas tentaciones no eran para Dios; son para que nosotros veamos y sepamos, más allá de cualquier sombra de duda, que Cristo no podría pecar. Si Él tuviera alguna tendencia en Sí al pecado, esto se habría manifestado bajo esas tentaciones tan intensas—pero nada fue manifestado más que la perfección moral. Donde muchos están confundidos, es en que piensan que “tentado” (Mateo 4:1) pierde su sentido si no envuelve la posibilidad de pecar. Pero eso es un error. Tentar significa probar, y no todas las pruebas implican la posibilidad de fallar. Supongamos que había un objeto valioso hecho de oro fino—era oro 100% puro. Pero la autenticidad había sido refutada. Entonces, para probar lo que ya sabemos, lo enviamos a probar con un joyero. Y con certeza, vuelve certificado como siendo 100% puro. ¿Por qué se probó el objeto? Sabíamos de lo que estaba hecho todo el tiempo. Obviamente, la prueba fue para aquellos que tenían alguna duda sobre él. De la misma manera, con las tentaciones del Señor, todas estas pruebas sólo probaron lo que era verdadero en Él—que Él no podía pecar. Estas pruebas que el Señor sufrió se registran en la Escritura para nosotros, para que pudiésemos conocer este hecho bendito acerca del Hijo de Dios.
Algunos que consideran que Cristo podría haber pecado, pero no pecó, dicen que no puede haber una verdadera humanidad sin que una persona tenga la capacidad de pecar, porque es una característica esencial del ser humano. Ellos dirán que enseñar que Cristo no podía pecar es decir que Él no era un verdadero Hombre. Ellos creen que enseñar eso roba de Cristo la capacidad de simpatizar con nosotros en nuestras tentaciones de concupiscencia y pecado. Sin embargo, la verdad es que hay muchas cosas que experimentamos en la vida, como hombres, que el Señor nunca experimentó. Pero eso no significa que Él no fuera un verdadero Hombre. También eso no Lo descalifica de ser un Sumo Sacerdote que se compadece. Por ejemplo, experimentamos enfermedades, pero el Señor nunca las experimentó. Nosotros experimentamos la alegría del perdón, pero el Señor nunca necesitó perdón. Él nunca se casó, ni crio hijos, pero Él era (y es) un verdadero Hombre. ¿Por qué pensaríamos que Él necesitaría tener todas esas experiencias antes de que pudiera ser considerado como un verdadero Hombre? Hebreos 4:15 es frecuentemente citado para dar soporte a esa idea equivocada. Dice que el Señor fue “tentado en todo según nuestra semejanza,” lo que (en su mente) incluirá la tentación de pecar. Sin embargo, los que dicen estas cosas pasan por alto el hecho de que el escritor inspirado describe estas tentaciones diciendo “sin pecado [o sea aparte del pecado]”—es decir, tales tentaciones relativas al pecado eran de una clase separada. Esto significa que las tentaciones del Señor no fueron de esa categoría. Si hubieran leído este versículo con más cuidado, también habrían visto que el escritor se refiere a pruebas en conexión con nuestras “enfermedades,” las cuales son enfermedades corporales (Mateo 8:17; Juan 5:5; Romanos 8:26; 2 Corintios 12:5). Enfermedades no son tentaciones para pecar. Notemos también que, aunque el Señor no haya tenido enfermedades personalmente (Él nunca estuvo enfermo), el versículo dice que Él puede simpatizar con nuestras enfermedades. Esto muestra que es falsa la suposición de que Cristo no podría haber sido un hombre verdadero sin experimentar todo lo que experimentamos.
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El razonamiento en esas ideas blasfemas es absurdo. Pensemos en las ramificaciones de que Cristo pudiera pecar. Si pudiese haber pecado cuando estaba en la tierra, entonces podría pecar ahora en el cielo—porque la Escritura dice que Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8; Hechos 1:11). Lejos esté tal pensamiento, pero si Él pudiese pecar ahora, ciertamente sería expulsado del cielo, ¡como Satanás lo fue una vez! ¿Y qué sucedería con nosotros? Lo perderíamos todo—nuestro Salvador, nuestra salvación y todas las bendiciones—¡porque todo lo que tenemos es “en Cristo!” Si esta mala doctrina fuese verdadera, no estaríamos eternamente seguros, como enseña la Escritura (Juan 10:27-28), porque en cualquier momento Cristo pudiera pecar y perderíamos a nuestro Salvador. Además de eso, si Cristo pecase, ¿qué parte de Él iría al Infierno? Debido a que en Su encarnación hubo una unión de la naturaleza humana y la naturaleza divina que nunca puede ser deshecha.