Iglesia (Véase Asamblea)

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Cuando Dios creó al hombre, dijo, “Hagamos al hombre á Nuestra imagen, conforme á Nuestra semejanza” (Génesis 1:26). “Imagen” tiene que ver con el hombre habiendo sido colocado en una posición de representación visible de Dios en la creación (1 Corintios 11:7). “Semejanza” tiene que ver con el hombre siendo hecho moralmente como Dios, que es sin pecado (Génesis 5:1; Santiago 3:9).
Cuando el hombre cayó, él dejó de ser como Dios, moralmente. Por eso, en su estado caído, el hombre perdió su semejanza con Dios. De ahí en adelante no se dice más que es “semejanza de Dios.” De hecho, en cuanto a la posteridad de Adán se dice que esta es “a su semejanza” (es decir, a la semejanza de Adán) (Génesis 5:3), lo que indica que Adán pasó a sus descendientes su naturaleza pecaminosa, que él adquirió en la caída (Romanos 5:12; Salmo 51:5). Sin embargo, incluso en su estado caído, el hombre es dicho ser “a imagen de Dios” (Génesis 9:6). La caída no lo absolvió de su responsabilidad de representar a Dios. Pero tristemente, esa imagen en el hombre fue manchada por el pecado. El hombre no ha representado a Dios debidamente en la creación.
Cuando Cristo vino al mundo, la Escritura dice que Él era “la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4; Colosenses 1:15; Hebreos 1:3). Él no fue “hecho” a imagen de Dios (como lo fue el hombre)—Él lo era en virtud de Quién Él era. Así, Él representó perfectamente a Dios como Cabeza de la creación. Pero la Escritura no dice que Cristo es “semejanza de Dios,” como lo fue el hombre cuando Dios le creó. La razón es que cuando Cristo anduvo aquí abajo, no era como Dios, Él era Dios (Juan 1:1). La Escritura sí dice que, al tomar parte en la humanidad, Cristo fue “hecho semejante á los hombres” (Filipenses 2:7; Romanos 8:3). Esto no quiere decir que Cristo unió Consigo a la carne pecaminosa. Él no era semejante a los hombres moralmente. Esta declaración se refiere al hecho del Señor siendo semejante a los hombres constitucionalmente—teniendo un espíritu humano (Juan 13:21), un alma humana (Juan 12:27) y un cuerpo humano (Hebreos 10:5). Aunque fue un Hombre real, era “sin pecado” (Hebreos 4:15)—es decir, sin la naturaleza pecaminosa.
La buena noticia es que Dios, en gracia, creó una nueva raza de hombres bajo Cristo (2 Corintios 5:17; Efesios 2:10; Apocalipsis 3:14), en la cual tanto la semejanza como la imagen son recuperadas. Los “muchos hermanos” (creyentes) de Cristo en la nueva raza ahora pueden exhibir las características morales de Dios, y así, representar a Dios en la tierra convenientemente (Romanos 8:29; Hebreos 2:11). La epístola a los efesios se concentra en “la semejanza de Dios” siendo exhibida en esta nueva raza (Efesios 4:24-32), y la epístola a los Colosenses se concentra en el hecho de que el nuevo hombre “es renovado conforme á la imagen del que lo creó” (Colosenses 3:10). Así, la nueva raza bajo Cristo ha recuperado aquello que la vieja raza perdió bajo Adán.