Los israelitas, que no tenían al Espíritu Santo morando en ellos, no podían adorar a Dios “en espíritu y en verdad”. Tenían que hacer uso de instrumentos fabricados por el hombre: címbalos, flautas, salterios, arpas, trompetas, etc. Pero el cristiano tiene mejor instrumento, uno que el Espíritu de Dios, que mora en él, puede tocar: es su corazón: “hablando entre vosotros con salmos, y con himnos, y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor con [la mejor traducción] vuestros corazones, dando gracias siempre de todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:19-20). Es con el corazón, amados hermanos en Cristo, que adoramos al Padre, no con los instrumentos musicales hechos por el hombre. El Espíritu de Dios no toca tales, pero sí a los corazones agradecidos, de pecadores salvos por la gracia, Él quiere tocarlos.