Jesús

Narrator: Luiz Genthree
Duration: 5min
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J.G. Bellett
Jesús hizo el bien y prestaba, no esperando nada del ello (Lucas 6:35). Él daba, y Su mano izquierda no sabía lo que Su mano derecha hacía (Mateo 6:3).
Nunca ni en un solo caso, según yo creo, reclamó la persona o el servicio de aquellos que Él restablecía y rescataba. Nunca hizo del rescate efectuado un título para el servicio. Jesús amaba, sanaba y salvaba, no esperando nada en retorno. No le permitió a Legión, al Gadareno, estar con Él (Lucas 5:18-20). Al niño al pie de la montaña lo entregó a su padre (Lucas 9:42). A la hija de Jairo la dejó en el seno de su familia (Lucas 8:41-56). Al hijo de la viuda de Naín lo dio a su madre (Lucas 7:11-15). No reclama a ninguno de ellos. ¿Da Cristo para poder recibir otra vez? (Hechos 20:35). ¿No ilustra Él (el Maestro perfecto) Su propio principio, “Haced bien y prestad, no esperando de ello nada”? La naturaleza de la gracia es impartir a otros, no enriquecerse a sí misma: y Él vino para que en Él y en Sus maneras pudiesen brillar las grandes riquezas y gloria que pertenecen a la gracia (2 Corintios 8:9). Él encontró siervos en este mundo pero no los sanó primero y luego los reclamó. Los llamó y los dotó (Mateo 4:18-22). Eran el fruto de la energía de Su Espíritu y del afecto encendido en los corazones constreñidos por Su amor (2 Corintios 5:14-15). Y enviándoles, les dijo: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). Ciertamente hay algo más allá del concepto humano en la delineación de ese carácter (Mateo 11:27). Uno repite ese pensamiento una y otra vez. Y es muy placentero añadir que en las formas más sencillas esta gloria moral del Señor brilla a veces —esas formas que son inmediatamente inteligibles a todas las percepciones y simpatías del corazón—. Así de esta manera Él nunca rehusó la fe más débil, aun cuando aceptaba y contestaba, y eso también con deleite, los allegamientos y las demandas de los más atrevidos.
La fe fuerte, que se allegaba a Él sin ceremonia ni pidiendo excusa en una seguridad completa e inmediata, siempre era bienvenida por Él; mientras que el alma tímida que se allegaba a Él con timidez y con disculpas, era animada y bendecida. Sus labios inmediatamente quitaron del corazón del pobre leproso aquello que pendía sobre ese corazón como una nube. “Señor, si quieres, puedes limpiarme”, dijo él. “Quiero: sé limpio”, dijo Jesús (Lucas 5:12-13). Pero inmediatamente después los mismos labios pronunciaron la abundancia del corazón cuando la fe clara y sin duda del centurión gentil fue testificada (Lucas 7:2-10) y cuando la fe sincera y llena de confianza de una familia en Israel deshizo el techo de la casa donde Él estaba, para poder hacer descender y poner ante Él su enfermo (Marcos 2:3-5).
Cuando una fe débil apelaba al Señor, Él concedía la bendición que buscaba, pero reprochaba al que la buscaba. Pero aún este reproche está lleno de consuelo para nosotros; porque parece decir: “¿Por qué no hiciste uso de Mí de una manera más libre, más cabal y más feliz?”. Si apreciamos al Dador tanto como al don —el corazón de Cristo tanto como Su mano— este reproche de fe débil sería tan bienvenido como la respuesta a él (Lucas 8:24-25).
Y si la fe pequeña es reprendida de esta manera, la fe fuerte debe ser apreciada. Y por lo tanto, tenemos razón para saber que esa escena tan espléndida estaba bajo la vista del Señor, cuando en el caso ya visto, quebraron el techo de la casa para poder alcanzarlo. Fue, en verdad, bien seguro estoy, un gran espectáculo para los ojos del divino y pródigo Jesús. Su corazón fue penetrado por ese acto, tan ciertamente como la casa de Capernaum fue penetrada por ello.
Vemos glorias y humildades en, nuestro Redentor: ciertamente que sí; porque necesitamos ambas.
El que se sentó en el pozo de Sichar (Juan 4:6) es el que ahora está sentado arriba en el cielo (Hebreos 8:1). El que ascendió es el que descendió (Efesios 4:10). Las dignidades y las condescendencias están con Él —un asiento a la diestra de Dios (Hebreos 12:2), y sin embargo se inclinó a lavar los pies de Sus santos aquí— (Juan 13:3-5). ¡Qué combinación! Ninguna diminución de Sus honores, aun cuando se adaptó a nuestra pobreza: nada en que no nos pueda servir, aun cuando es glorioso y sin mancha y cabal en Sí mismo (Romanos 8:34-35).
[Nota del editor: Referencias añadidas por J.H. Smith].