Jueces 2:1-5: Origen de la decadencia y sus consecuencias

Judges 2:1‑5
Hemos visto en qué consiste la decadencia y sus características: Israel no ha hecho sino una conquista incompleta de Canaán, se satisface con ella y convive con las naciones idólatras. Pero un hecho capital ha originado un tal estado de cosas: ¿cuál es? En el curso del capítulo primero, el lector ha leído los nombres de muchos lugares y ciudades, pero no ha aparecido el de Gilgal tan familiar en el comienzo del libro de Josué. ¿Dónde está Gilgal? Parece haber desaparecido del mapa de Israel.
En efecto, al narrar las victorias del pueblo de Dios, el libro de Josué revelaba también su secreto: se hallaba en Gilgal donde estaba el ángel de Jehová, el cuartel general de los ejércitos de Israel. Lugar maravillosamente bendecido donde los guerreros israelitas hallaban el secreto de su fuerza: Gilgal era el sitio de la circuncisión (Josué 5:1-12); en figura, el lugar del despojamiento del “viejo hombre”, es decir los pensamientos y voluntad de la carne; para nosotros la cruz (Colosenses 2:11). Además por la circuncisión en Gilgal, Jehová había quitado el oprobio de la esclavitud egipcia de sobre Su pueblo, el cual libre, le podía servir gozosamente: “Librados del pecado, sois hechos siervos de Dios”, escribe el apóstol a los Romanos. Pero era necesario volver constantemente a Gilgal para recordar estos hechos y obtener el poder de su significado. Esto explica las victorias del libro de Josué: y, salvo en una ocasión que les valió la derrota de Hai (Josué 7:2), los ejércitos de Israel retornaban siempre allí. ¿Pretenderíamos victorias, sin volver a buscarlas en la cruz?
En todo el curso del capítulo primero de Los Jueces no hallamos a Israel en Gilgal ni una sola vez. Gilgal había sido olvidado: y el ángel de Jehová, el representante de la potencia divina a favor de Israel, había quedado solo allí. Había esperado largo tiempo que Sus ejércitos volviesen a Él, sin que nadie apareciera: no le restaba más que abandonar este lugar bendito: ¿para ir adónde? A Boquim (esto es lloradores): “Y el ángel de Jehová subió de Gilgal a Boquim, y dijo: Yo os saqué de Egipto, y os introduje en la tierra de la cual había jurado a vuestros padres: y dije: no invalidaré jamás Mi pacto con vosotros con tal que vosotros no hagáis alianza con los moradores de aquesta tierra cuyos altares habéis de derribar: mas vosotros no habéis atendido a Mi voz: ¿por qué habéis hecho esto? Por tanto Yo también dije: no los echaré de delante de vosotros sino que os serán por azote para vuestros costados y sus dioses por tropiezo” (versículos 1-3).
¿Había faltado Dios a Su alianza? ¿No había cumplido todo lo que Sus labios habían pronunciado? Era Israel quien había roto el pacto: “Vosotros no habéis atendido a Mi voz”: Israel había malogrado la conquista de Canaán y hecho pacto con los moradores idólatras de la tierra. El ángel agrega: “No los echaré de delante de vosotros sino que os serán por azote para vuestros costados y sus dioses por tropiezo”.
Al oír el castigo de su infidelidad, este pobre pueblo llora, pero el ángel replica: ¿por qué habéis hecho esto? ¡Cuán incisiva es esta pregunta, cómo busca la conciencia y la sondea! Sí, ¿por qué? porque hemos preferido el mundo y sus concupiscencias a la potencia del Espíritu de Dios: los ídolos a la mirada inefable del Señor. “Y como el ángel de Jehová habló estas palabras a todos los hijos de Israel, el pueblo lloró en alta voz” (versículo 4). El ángel no contesta a estos lamentos: el pueblo no encuentra salida a su ruina porque no la hay: sufrirá pues la irremediable consecuencia de su caída.
¿Dónde estaban esos días de fuerza y de gozo cuando Jericó caía al sonido de las trompetas de Dios? ¿Y los días de Gabaón y de Hasor? ¡Desvanecidos para siempre! Estaban lejos estos tiempos felices cuando voluntariamente Israel subía a Gilgal, para juzgar allí “la carne” y pedir a Dios Su voluntad, buscando nuevas fuerzas para nuevas victorias; ¡muy lejos también el día doloroso pero bendito de Acor, cuando todo el pueblo unido juzgó y condenó su pecado para reencontrar el camino hacia la victoria! Los triunfos hallados en Gilgal no iban a renacer más para Israel: el poder de Jehová no estaba ya a disposición de su pueblo considerado en su unidad. Así como Gilgal caracterizó el libro de Josué, Boquim caracterizará el libro de Los Jueces.
Israel tenía un corazón como el nuestro: pecador, y precisaba humillación: lloran, y sacrifican allí a Jehová los sacrificios de Dios, que son el espíritu quebrantado: “Al corazón contrito y humillado no despreciarás Tú, oh Dios” (Salmo 51:17). ¡Cuán conmovedora es la gracia que provee al sacrificio aún en medio de la ruina! El lugar de las lágrimas es también el lugar del culto. Dios acepta las oblaciones ofrecidas en Boquim: sin embargo, ¡la restauración no es ya posible porque Dios no establece sobre sus mismas bases lo que el hombre ha echado a perder!
En el curso del libro de Los Jueces, hallaremos épocas de restauración parcial, hasta un principio de humillación en el tiempo de Jefté (Jueces 10:15-16); humillación que se hizo más profunda aún en el tiempo de Samuel, cuando en Mizpa (esto es un centinela) el pueblo lloró como en Boquim, pero acompañó sus lágrimas con un sincero dolor: “Allí sacaron agua y derramáronla delante de Jehová, y ayunaron aquel día ... Allí abandonaron sus falsos dioses”; encuentran también la intercesión del profeta Samuel y el sacrificio de un cordero ofrecido a Jehová (1 Samuel 3:6). Ese día fue el principio de una era de bendición que brilló con todo su esplendor en los reinados de David y de Salomón: pero su perspectiva no termina con esos tiempos pasados, se proyecta hasta el día milenial, cuando por la senda de una humillación mucho más profunda, Israel hallará las bendiciones prometidas, en su Mesías otrora rechazado (Zacarías 12:10-14).
La cristiandad siguió el mismo camino: como cuerpo responsable aquí abajo, su ruina perdurará hasta el fin de su historia en la tierra. La Iglesia se estableció en el mundo como Israel entre los Cananeos, y no es ya sino una mezcla corrompida de creyentes e inconversos. Sin embargo, podríamos preguntar como los siervos de la parábola a su señor: ¿no sembraste buena simiente en tu campo? ¿de dónde pues tiene cizaña? “Un hombre enemigo ha hecho esto”, es la respuesta. ¿En qué oportunidad? “Mientras dormían los siervos”. El sueño espiritual de los que debían velar ha permitido a Satanás penetrar en el campo: quizás haya una solución: “¿Quieres pues que vayamos y la arranquemos? Y él dijo: no, porque arrancando la cizaña no arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega” (Mateo 13:24-30).
Bajo este punto de vista, la palabra de Dios compara a la Iglesia a una gran casa donde hay vasos para honra y otros para deshonra: o también a un árbol grande, es decir una gran potencia, donde toda clase de aves, espíritus inmundos, vinieron a anidar: o todavía a la levadura, el pecado, que leudó toda la masa. La Iglesia está en ruinas: no es cuestión de revocar sus brechas, cosa peor que la ruina misma o pretender volver a los tiempos apostólicos. Debemos distinguir la actividad religiosa humana, en la que peligramos caer, con la del Espíritu Santo: los que aclaman la lluvia postrera de un nuevo pentecostés, aunque sinceros, hacen pensar en las muchedumbres de Samaria, embelesadas por Simón el mago: o en la presumida Laodicea que dice: “Yo soy rico, y estoy enriquecido” (Hechos 8:10; Apocalipsis 3:17).
Sin embargo, no olvidemos que si la Iglesia como testimonio colectivo en su unidad ha faltado, en medio de la ruina misma el Señor puede suscitar un testimonio para Él: este testimonio reconoce la decadencia, y se humilla en presencia de Dios. Hallamos algo similar en el tiempo de Ezequiel: el profeta ve un varón vestido de lino, el cual traía el tintero de escribano ceñido a sus lomos: éste recibe la orden de pasar por medio de Jerusalem, y poner una señal en la frente de los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella (Ezequiel 9:4). Estos hombres forman un residuo fiel caracterizado por una verdadera humillación a causa del mal que se comete en Jerusalem: reciben la señal que da la aprobación de su Dios sobre su conducta. Más tarde, en tiempos del profeta Malaquías, existe otro residuo: se ven dos partidos en Israel, unos dicen: “¿Qué aprovecha que andemos tristes delante de Jehová?”. Rehúsan reconocer su ruina. Otros, “los que temen a Jehová y piensan en Su nombre”, conscientes de su poca fuerza y de la ruina general, aceptan la humillación y saben que es la actitud conveniente ante Dios. Dios la aprueba, gozan también de una comunión verdadera con Él: “Hablaron cada uno a su compañero y Jehová escuchó y oyó: y fue escrito un libro de memoria delante de Él”. Reciben una plena aprobación a su conducta: “Serán Mi especial tesoro ... y además mayor discernimiento: entonces os tornaréis y echaréis de ver la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve” (Malaquías 3:14).
Hermanos cristianos, si somos conscientes del desmoronamiento y estado ruinoso de la Iglesia, tomemos también ese lugar señalado por ese residuo, reconozcamos con humillación nuestra parte que ha contribuido a sus ruinas; separémonos del mal. Estemos satisfechos cuando el Señor nos dice: “Tienes poca fuerza”, porque le oiremos también decir: “Tengo la llave de David”: la potencia está en Mí. Miremos hacia adelante también: porque si la Iglesia ha caído, vendrá el día cuando concluida ya la historia de su responsabilidad aquí en la tierra, el Señor se la presentará gloriosa, sin mancha, ni arruga: engalanada de su eterna belleza (Efesios 5:25). Como de Israel en la gloria milenial, en este tiempo no será dicho de ella: ¡Ved lo que ha hecho el hombre! sino: “¡Ved lo que ha hecho Dios!” (Números 23:23).