Juicio Propio

 •  9 min. read  •  grade level: 14
Listen from:
Hemos visto que debemos considerarnos «muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 6:11). Cuando hemos visto nuestra verdadera posición cristiana como muertos, sepultados y resucitados con Cristo, entonces nunca podremos quedarnos satisfechos con nada menos que esto para nosotros mismos. Por la fe aceptamos lo que la muerte de Cristo ha hecho por nosotros y aceptamos el hecho de que hemos muerto y resucitado con Él. Pero, ¡con cuánta facilidad recaemos en nuestras viejas maneras de hacer! Hemos de acudir a 2 Corintios 4 para descubrir cómo podremos vencer esta tendencia.
En 2 Corintios 4:10 leemos: «Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.» Esto es un paso más adelante que el de considerarnos muertos al pecado. Podemos tomar esta bendita posición delante de Dios, y es bueno hacerlo así, pero entonces encontramos que nuestra vieja naturaleza pecaminosa no acepta fácilmente ser puesta en el lugar de la muerte. Encontramos que Satanás no nos deja en paz sólo porque nos consideremos como Dios nos ve, como muertos y resucitados con Cristo. Cuanto más queramos vivir para Cristo, tanto más la vieja naturaleza levantará la cabeza. Más aún, cada nueva verdad que el Espíritu de Dios nos revele encontrará su correspondiente rechazo en alguna parte de mi vieja naturaleza.
Cuando era más joven, solía contemplar a los mayores que parecían estar andando con el Señor, y parecía que la vieja naturaleza quedaba «quemada» tras un tiempo. Al hacerme yo mayor, me di cuenta de lo falso que era esto. Se trataba más de que aquellos que parecían estar andando con el Señor habían aprendido en su medida a no tener confianza alguna en aquella naturaleza pecaminosa. Habían aprendido la verdad de este versículo, de que es un ejercicio diario, horario, constante, del juicio propio, para mantener la naturaleza de pecado en el puesto de la muerte.
Hay un significado muy especial en la manera en que este versículo está redactado. Observemos que no dice: «Llevando en el cuerpo siempre la realidad de que estoy muerto al pecado.» No, sino que debemos llevar en nuestros cuerpos «la muerte del Señor Jesús». Es la realidad práctica de aplicar la sentencia de muerte a los deseos de nuestros cuerpos naturales. El Señor Jesús apela a nuestros corazones, y nos recuerda que le costó a Él Su vida, a fin de que nuestro «viejo hombre» pudiera ser «crucificado juntamente con Él».
Nunca podremos andar de manera apropiada como cristianos a no ser que seamos continuamente devueltos a la cruz. No es suficiente que conozcamos de una manera intelectual que Dios quiere que estemos ocupados con Cristo, y no con nosotros mismos. Y fallaremos continuamente a no ser que nuestros corazones sean tocados por el hecho de que le costó al Salvador Su vida para que nosotros pudiésemos considerarnos como «muertos al pecado, pero vivos para Dios». Nunca podremos separarnos de este mundo de una manera correcta a no ser que recordemos que fue este mundo el que llevó a nuestro Salvador a la cruz. Dios apela a nuestros corazones más que a nuestros intelectos, porque es sólo cuando nuestro corazón está en su sitio que podemos vivir la vida cristiana de manera apropiada.
No es el que más sabe quien resulta el mejor cristiano, sino el que más ama. Querría alentarte a leer la Palabra de Dios, y también el excelente ministerio escrito disponible, porque ponen a Cristo delante de ti. Pero el conocimiento mismo no te guardará: la Persona de Cristo ha de llegarte a ser preciosa. A veces vemos a un sencillo creyente que conoce relativamente poco acerca de las Escrituras, pero que parece estar más cerca del Señor que nosotros, y que parece tener más gozo en su alma. Quizá nosotros hemos sido criados en un hogar cristiano y hemos sabido esas cosas desde nuestra más tierna infancia. Puede que hayamos sido salvos durante muchos años, y que conozcamos tanto más. ¿Y por qué no tenemos ese gozo? Se debe a que el sencillo creyente está gozando lo que conoce de Cristo, mientras que nosotros hemos dejado que se introdujese algún obstáculo.
Es posible que preguntes: «¿Cómo adquiero este amor en mi corazón para el Señor? ¡Quiero amarle más!» Un hermano que ahora está con el Señor solía recordarnos una y otra vez: «Nunca intentes amar más al Señor de lo que lo amas! ¡Sencillamente, piensa en cuánto te ama Él a ti!» Si hemos sido llevados de vuelta a la cruz y estamos ocupados con el amor del Señor para con nosotros, entonces nuestro amor fluirá hacia Él, y encontraremos que esas cosas se nos aclararán más y más.
Puedo oír a alguno de vosotros decir: «Pero es que tú no sabes las dificultades y problemas que tengo en mi vida. Tú no sabes de qué clase de hogar vengo yo, la situación laboral a la que tengo que hacer frente cada día. No sabes la soledad y las tentaciones a las que he tenido que hacer frente. Es fácil hablar de esas cosas, ¡pero qué difícil es ponerlas en práctica!»
Para responder a esa objeción, leamos Jeremías 2:13: «Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua.» Una fuente es un manadero continuo de aguas, mientras que una cisterna es sólo un lugar donde guardar agua. Una cisterna es algo bueno, pero si hay una grieta en ella, toda el agua se va, y es inútil. Deberíamos preguntarnos qué vamos a tener: ¿la fuente, o la cisterna rota? Podemos encontrarnos contemplando este mundo y decir que carecemos de amistades. Si no podemos tener amistades cristianas, entonces quizá buscaremos amistades mundanas. Otros pueden contemplar las cosas materiales, o una profesión, creyendo que esto les satisfará. Algunos mayores pueden centrarse en sus familias, o en viajes o en una afición. Aunque no hay nada inherentemente malo en esas cosas, tenemos que darnos cuenta que se trata en todos los casos de cisternas rotas. Mi alma tiene que quedar poseída de la verdad de que sólo Cristo puede dar satisfacción a mi corazón.
¿Y qué acerca del servicio para el Señor? Puede que me diga a mí mismo que saldré a predicar el evangelio; quizá esto dará satisfacción a mi corazón. Puede que decida ir a algún país extranjero y servir al Señor. O puede que me centre en la asamblea local, y que dé todas mis energías para hacer de ella un lugar feliz, porque quiero verla crecer, y cuidarme de que mis hermanos tengan buen ánimo. ¿Me hará feliz alguna de esas cosas? No, ninguna de ellas. «Pero», me dirá alguno, «¿no son ésas cosas buenas que hacer? ¿Acaso no nos manda el Señor que prediquemos el evangelio y que animemos a otros creyentes?» Sí, pero todas esas cosas dejan de alcanzar el más alto motivo que Dios ha puesto delante de nosotros. En todas esas cosas, nuestras miradas quedan demasiado abajo. Si emprendo la predicación del evangelio y quizá no veo demasiada bendición, seré propenso al desaliento. Si hago de la familia el centro de mi atención, puedo descuidar lo que debo al Señor.
¿Cuál es la respuesta a todo ello? La Palabra de Dios nos enseña que debemos poner nuestra mirada por encima de todo ello, en el mismo Cristo. Cuando lo tenemos a Él ante nosotros, no dependemos de nada aquí abajo para nuestra felicidad. Él es inmutable, y cuando nuestros corazones están ocupados con Él, hay una firmeza, serenidad, paz, que nada puede sacudir. Si nuestro gozo dependiera de nada aquí abajo, incluso de las cosas mejores, entonces el estado de nuestra alma oscilará hacia arriba y hacia abajo dependiendo de cómo van las cosas aquí abajo. Dios quiere elevarnos por encima de todo ello.
¿Acaso el estar ocupados con Cristo nos hará descuidar nuestras responsabilidades en esta escena? No, porque el pensamiento de que queremos agradarle en todo nos lleva a desear hacerlo todo para Él, y ello de la mejor manera posible. No descuidaremos nuestro trabajo, nuestra familia, la asamblea local, ni siquiera a nosotros mismos. Pero todo eso no será nuestro objeto; más bien, querremos hacerlo todo para Cristo.
Uno de los mayores problemas entre los cristianos hoy es que usamos los fracasos de otros en el cuerpo de Cristo como excusa para nuestros propios fracasos. Hacemos depender nuestro gozo de la conducta de otros, y hacemos depender nuestra capacidad para vivir como cristianos del modo en que otros andan.
Digo, con todo el convencimiento, que nuestro gozo en Cristo no debería depender de nadie más. En caso contrario, entonces hemos permitido que algo se interponga entre nosotros y el Señor, y Él nos ama demasiado para dejarnos ser verdaderamente felices en tales circunstancias. Nuestra dicha puede permanecer por un tiempo, pero entonces el Señor nos pondrá a prueba, quizá quitando a aquel de quien depende nuestra felicidad, o permitiendo que sobrevenga alguna prueba en nuestras vidas. Entonces se hace evidente que nuestro verdadero objeto son otros y otras cosas, y no Cristo.
Conocí a un hermano que se fue de la asamblea donde estaba porque había dificultades allí. Pensaba que si se llevaba a su familia a otro lugar, las cosas irían mejor y su familia sería más feliz en el Señor. No funcionó, porque ni nuestros hermanos ni la asamblea deberían ser la fuente de nuestro gozo. Si no podemos vencer en la situación en la que nos encontramos, no podremos vencerla en ninguna parte. Esto es de aplicación a una situación familiar, a un problema laboral, a la asamblea local o a cualquier otra situación. Cristo puede dar la gracia para cualquier circunstancia en la que Él nos ponga. Mis hermanos pueden llegar a ser para verdadero aliento, y una asamblea feliz es una gran bendición, pero ambas cosas son útiles sólo hasta el punto en que pongan a Cristo ante mí.
Naturalmente, el Señor puede conducirnos a veces a cambiar nuestras circunstancias, y con ello puede quitarnos de alguna situación difícil. Entonces podemos sentir agradecimiento por la eliminación de la prueba, y tomarlo de las manos del Señor. Pero sólo el Señor puede guiarnos en tales casos, y deberíamos estar muy en Su presencia, no sea que emprendamos el camino por nuestros propios motivos, y no debido a que es Su pensamiento.
Querría clarificar que no estoy refiriéndome a ninguna situación en la que el Señor no quisiera tenernos. A veces pedimos ayuda al Señor en una situación en la que Su única voluntad es que no estemos en ella. En tal caso, debemos abandonar aquella situación al precio que sea, como, por ejemplo, en una actividad en la que estemos asociados en yugo desigual con un incrédulo. No podemos vencer cuando estemos en clara desobediencia a la Palabra de Dios. Pero si se trata de una situación en la que nos haya puesto el Señor, deberíamos someternos a lo que Él ha permitido y aprender la lección que Él nos quiera enseñar. Nuestro siguiente tema es de mucha ayuda en relación con esto.