Justicia de Dios

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Se refiere a como Dios es capaz de salvar a los pecadores sin comprometer lo que Él es en Sí mismo. “La justicia de Dios” tiene que ver con Dios actuando en amor para salvar a los pecadores, pero, al mismo tiempo, no comprometiendo lo que Él es como Dios santo y justo (Romanos 3:21).
El pecado del hombre aparentemente colocó a Dios en un dilema. Puesto que “Dios es amor” (1 Juan 4:8), Su propia naturaleza invoca la bendición el hombre, pues Él ama a todos los hombres (Juan 3:16). Pero, al mismo tiempo, “Dios es luz” (1 Juan 1:5), y así Su santa naturaleza exige, que, con justicia, el hombre sea juzgado por sus pecados (Hebreos 2:2). Si Dios actuase de acuerdo con Su corazón de amor y trajese a los hombres a la bendición sin tratar con sus pecados, dejaría de ser santo y justo. Por otro lado, si Dios actuase de acuerdo con Su naturaleza santa y juzgase a los hombres de acuerdo con las reivindicaciones de la justicia divina, todos los hombres serían justamente enviados al Infierno, y ninguno sería salvo—y el amor de Dios permanecería desconocido. ¿Cómo puede Dios entonces salvar a los hombres y seguir siendo justo? El evangelio anuncia esto. Declara la justicia de Dios y revela la buena nueva de que Él ha encontrado un modo de satisfacer Sus santas reivindicaciones contra el pecado y, así, poder alcanzar en amor a los pecadores que creen para la salvación. Así, Dios es presentado en el evangelio como siendo “el Justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26).
Muchos cristianos tienen la idea de que la justicia de Dios es algo que se imparte, coloca o se da al creyente. Sin embargo, la Escritura no lo presenta de esa manera. En pocas palabras, la justicia de Dios se refiere a un hecho de Dios, no a algo que Él transmite a los hombres cuando creen. Si Dios nos diese Su justicia cuando somos salvos, ¡entonces Él ya no la tendría! W. Scott dijo: “Es la justicia de Dios, no la del hombre. Dios no puede imputar aquello que es esencial a Sí mismo en sus tratos con los hombres” (Unscriptural Phraseology, p. 10). Es verdad que Dios ha dado la justicia (Romanos 5:17), pero esto es en el sentido de haberla garantizado o proporcionado a la humanidad, en Cristo, el Hombre resucitado y glorificado. Así, Cristo “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación” (1 Corintios 1:30), “para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” para testimonio al mundo (2 Corintios 5:21). Pero la justicia de Dios no es algo que fue enviado del cielo y colocado sobre el creyente, como algunos piensan.
W. Scott también dijo: “No se trata de colocar una cantidad de justicia dentro o sobre un hombre” (Doctrinal Summaries, p. 15).
J. N. Darby observó: “El que un hombre sea reconocido justo es su posición delante de Dios, no la cantidad de justicia transferida a él” (Collected Writings, vol. 23, p 254).
F. B. Hole dijo algo semejante: “No debemos leer esas palabras [‘la justicia de Dios’] como una idea comercial en nuestras mentes, como si quisiesen decir que llegamos a Dios trayendo una porción de fe por la cual recibimos en intercambio un equivalente en forma de justicia, de la manera que un comerciante cambia bienes por dinero” (Outlines of Truth, p. 5).
Algunas traducciones modernas, lamentablemente, dicen: “justicia que viene de Dios” (Romanos 1:17, 3:21, 3:22, 10:3; Filipenses 3:9). Estas son traducciones incorrectas que hacen que las personas piensen que es algo que Dios imparte o da a los creyentes cuando creen en el evangelio.
La justicia de Dios muestra lo que Dios ha hecho al tomar la cuestión del pecado y resolverla para Su propia gloria y para la bendición del hombre. Él envió a Su Hijo para ser Aquel que llevaría sobre Sí el pecado, y en Su muerte, Dios juzgó el pecado de acuerdo con Su santidad. El Señor Jesús tomó el lugar del creyente delante de Dios y llevó sus pecados (el juico de ellos) “en Su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). Su obra “consumada” en la cruz (Juan 19:30) satisfizo plenamente las reivindicaciones de la justicia divina y pagó el precio por los pecados del creyente. Así, Dios no comprometió lo que Él es como Dios santo y justo al extender la bendición al hombre. El amor de Dios ha llegado a los hombres con la buena noticia de que Él puede, sobre una base justa, redimir, perdonar, justificar y reconciliar al pecador que cree.