La adoración rendida a Jehová por los israelitas y la adoración rendida al Padre por los verdaderos cristianos (los creyentes) son cosas muy distintas. En Israel, sólo los hijos de una tribu, Leví, y de ella de una sola familia, la de Aarón, podían rendir culto.
Consideremos el culto en el templo tal como nos es reseñado en 2 Crónicas 5:12-14: ‘Y los levitas cantores... vestidos de lino fino, estaban con címbalos y salterios y arpas al oriente del altar; y con ellos ciento veinte sacerdotes que tocaban trompetas. Sonaban pues las trompetas, y cantaban con la voz todos a una, para alabar y confesar a Jehová; y cuando alzaban la voz con trompetas, y címbalos e instrumentos de música, cuando alaban a Jehová... no podían los sacerdotes estar para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había henchido la casa de Dios’.
Aquí, hermanos, tenemos divinamente sancionado el orden de la adoración para la antigua dispensación, el judaísmo, los siglos del trato de Dios con Su pueblo terrenal, antes de la cruz.
(cita de C. H. Brown)
En cambio, en la cristiandad todo verdadero creyente, lavado con la sangre preciosa de Cristo, puede rendir culto a Dios. Pedro, escribiendo a los cristianos que antes eran judíos, dijo: “Vosotros sois un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1 Pedro 2:5). Y el autor inspirado (sin duda, Pablo) escribió a los que antes eran hebreos: “ofrezcamos por medio de Él a Dios siempre sacrificio de alabanza, es a saber, fruto de labios que confiesen a Su nombre” (Hebreos 13:15). Ambos se dirigieron a todos los creyentes, no a una clase especial.
En Filipenses 3:3 leemos: “nosotros somos la verdadera circuncisión, los que adoramos a Dios en espíritu” (Versión Moderna).
Cuando la mujer samaritana dijo al Señor Jesús: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde es necesario adorar”, ella le dio oportunidad de hablar del cambio del judaísmo a la cristiandad, pues el Señor contestó: “Mujer, créeme, que la hora viene, cuando ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre.... La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:20-24).