La Fe Que Una Vez Ha Sido Dada a Los Santos

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Judas 3
Es importante, amados amigos, en toda nuestra senda saber adonde estamos, y luego conocer la mente de Dios, no solamente acerca de donde estamos, sino acerca de nuestro lugar en la senda en que nos encontramos.
Que Dios nos ha visitado en gracia es verdad, pero debemos dar cabida en nuestras mentes a lo que es el actual resultado presente de esa gracia, a fin de que mantengamos tenazmente los grandes principios bajo los cuales Dios nos ha colocado como cristianos; y al mismo tiempo debemos saber aplicar esos principios a las circunstancias en que nos encontramos. Esas circunstancias pueden variar según nuestra posición, pero los principios nunca varían.
Su aplicación a la senda de fe puede variar. Por ejemplo: en el tiempo del rey Ezequías la palabra al pueblo era: “En quietud y en confianza será vuestra fortaleza” (Is. 30:15), y les fue dicho que el Asirio no entraría en Jerusalén, ni aun levantaría contra ella baluarte. Debían permanecer perfectamente quietos y firmes; y el ejército de Asiria fue destruido. Sin embargo, cuando había llegado cierto tiempo de juicio, en los días de Jeremías, entonces aquel que saliese a los Caldeos, sus enemigos, se salvaría.
Eran aún el pueblo de Dios, tanto como anteriormente, aunque, por el momento Él, en juicio decía: “No pueblo mío,” y eso hizo la diferencia. No se había alterado la mente de Dios ni Su relación con Su pueblo—eso no será jamás. Sin embargo la conducta del pueblo tenía que ser exactamente lo contrario. Bajo Ezequías fueron protegidos; bajo Sedequías debían someterse al juicio.
Me refiero a estas circunstancias como un testimonio, para demostrar que mientras la relación de Dios con Israel es inmutable en este mundo, sin embargo su conducta en cierto tiempo tenía que ser lo opuesto a lo que fue en otro.
Miremos al principio de Los Hechos de los Apóstoles, en cuanto a la iglesia, la asamblea de Dios en este mundo. Allí encuentro la manifestación plena de poder; todos tenían un corazón y una mente, y tenían todas las cosas en común; aun el lugar en que estaban congregados tembló. Pero si tomamos la iglesia ahora, incluyendo el sistema católico romano y todo, si miramos todo eso y lo reconocemos, nos sometemos a todo lo malo en seguida.
Mientras que los pensamientos de Dios no varían y es verdad que Él conoce a los Suyos, sin embargo, nos hace falta discernimiento espiritual para ver adonde nos encontramos, y cuáles son los caminos de Dios en las circunstancias, en tanto que nunca nos hemos de apartar de los grandes principios primordiales que Él ha asentado en Su palabra para nosotros. Hay otra cosa también que debemos tomar en cuenta como un hecho en las Escrituras, y esa es que dondequiera que Dios haya puesto al hombre, la primera cosa que el hombre ha hecho ha sido arruinar la posición; siempre debemos tomar eso en cuenta.
Miremos a Adán, a Noé, a Aarón, a Salomón y a Nabucodonosor. Dios sigue en misericordia paciente, sin embargo, el camino uniforme del hombre, según leemos en las Escrituras, ha sido malograr y arruinar la cosa que Dios estableció buena. Por consiguiente, no puede haber un andar con verdadero conocimiento de nuestra posición si esto no se toma en cuenta. Pero Dios es fiel y sigue en amor paciente. Así en Isaías 6:10 encontramos: “Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, etcétera, pero no se cumplió sino después de 800 años, y cuando vino Cristo le rechazaron a Él.
Así seguía la paciencia, almas individuales fueron convertidas, había varios testimonios por los profetas y un remanente fue preservado aún. Sin embargo, si alegásemos la fidelidad de Dios, que es invariable, para dar sanción positiva al mal que el hombre ha introducido, todo nuestro principio sería falso.
Eso sería exactamente lo que hacían en los días de Jeremías cuando se acercaba el juicio, y lo que hace la cristiandad ahora; dijeron: “Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este,” y “La ley no faltará al sacerdote, ni el consejo al sabio” (Jer. 7:4; 18:184Trust ye not in lying words, saying, The temple of the Lord, The temple of the Lord, The temple of the Lord, are these. (Jeremiah 7:4)
18Then said they, Come, and let us devise devices against Jeremiah; for the law shall not perish from the priest, nor counsel from the wise, nor the word from the prophet. Come, and let us smite him with the tongue, and let us not give heed to any of his words. (Jeremiah 18:18)
), cuando todos estaban por ser llevados a Babilonia. La fidelidad de Dios fue invariable, pero tan pronto la apropiaron para apoyarles en una posición mala, vino a ser la causa misma de su perdición. Los mismos principios que serían nuestra protección se vuelven en nuestra perdición, si pasamos por alto el sentido de la posición en que nos encontramos.
Tenemos la palabra: “Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados, y al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados. Mirad a Abraham vuestro padre, y a Sara que os dio a luz; porque cuando no era más que uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué” (Is. 51:1-2); una escritura que a menudo se usa mal. Dios dice allí: Abraham estaba solo y lo llamé. El pueblo de Israel, a quienes se dirigía esta palabra eran entonces sólo un remanente pequeño; mas Dios les quiso decir: No os preocupéis por eso, llamé a Abraham solo. Que fuesen pequeños no importaba—Dios podía bendecirles solos tanto como Abraham.
Ahora en Ezequiel, algo similar dicho por el pueblo en circunstancias distintas, es denunciado como iniquidad. Dijeron: “Abraham era uno, y poseyó la tierra; pues nosotros somos muchos” (Ez. 33:24); Dios le bendijo y cuánto más a nosotros. Por falta de conciencia, realmente, no entendieron la condición en que se encontraban, y con la cual Dios trataba. Así ahora, si dejamos fuera de cuenta el sentir de nuestra condición—quiero decir la de toda la iglesia profesante en medio de la cual estamos—seremos enteramente faltos en inteligencia espiritual.
Estamos en los últimos días, pero a veces pienso que algunos no pesan debidamente el significado de eso. Creo que puedo mostrarles de las Escrituras que, la iglesia como un sistema responsable en la tierra era, desde el mismo principio, la que había entrado en la condición de juicio, y su estado era tal que requería fe individual para juzgarlo.
El principal pensamiento que es corriente entre miles de personas es de escaparse de la confusión presente a cierto expediente: que la iglesia enseña y juzga y hace esto y aquello; pero, al contrario, Dios juzga la iglesia. Ciertamente demuestra paciencia y gracia, llamando almas a Si Mismo como hizo en Israel; pero el hecho que debemos mirar de frente es que la iglesia no haya escapado de los efectos de ese principio en la pobre naturaleza humana, que siempre empieza por desviarse de Dios, y arruina lo que Él ha establecido.
Cuando hablamos de los últimos tiempos no hay nada nuevo, sino algo que tenemos en las Escrituras, algo que Dios en Su bondad soberana nos ha expuesto antes de cerrar el canon de las Escrituras. Permitió que surgiese la maldad a fin de que pudiera darnos el juicio de las Escrituras al respecto. Si miramos a Judas—y ahora tomo solamente algunos de los principios que la iglesia de Dios necesita—dice: “Amados por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.” La fe estaba en peligro ya, debían contender por aquello que se les estaba escurriendo, por así decir, porque “algunos hombres han entrado encubiertamente,” etc., pues es necesario considerar el juicio ahora. Dios salvó Su pueblo de Egipto y después tenía que destruir aquellos que no creyeron. Así, también, con los ángeles en la misma manera.
Luego otra vez Enoc profetizó de aquellos de quienes habla Judas, los impíos contra quienes el Señor ejecutará juicio cuando viene otra vez. Estos ya estaban allí, y el comienzo del mal en los días de los Apóstoles era suficiente para dar la revelación de la mente de Dios en Su palabra. La base del juicio que hará el Señor cuando vuelva ya estaba presente. Si tomamos la primera epístola de Juan, capítulo 2:18, dice: “Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo.” Así que no es cosa nueva que se ha desarrollado, pero empezó en los primeros tiempos, precisamente como en Israel hicieron el becerro al principio de su historia, sin embargo, Dios les soportó por siglos, pero el estado del pueblo era juzgado por un hombre espiritual. Dice Juan: “conocemos que es el último tiempo.” Supongo que la iglesia de Dios difícilmente haya mejorado desde entonces. En versículo 20 agrega: “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas”—tenéis lo que os capacitará a juzgar en estas circunstancias.
Otra vez, miremos el estado práctico de la iglesia como lo ve Pablo en Filipenses 2:20-21: “Pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús.” Eso sucedía en sus días. ¡Qué testimonio! No quiere decir que habían dejado de ser cristianos.
Dice a Timoteo: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta” (2 Ti. 4:16). ¡Ninguno se quedó con él! Pedro nos dice que “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 P. 4:17). Menciono estas escrituras como la autoridad de la palabra de Dios, mostrando aun entonces, al mismo principio, que algo estaba sucediendo públicamente que el Espíritu de Dios podía discernir y denunciar como la causa del juicio final, pero ya evidente en la iglesia de Dios.
Hay otra cosa que muestra este principio claramente, y eso es la causa de la acción, en las circunstancias descubiertas en las siete iglesias en Asia; Apocalipsis 2-3. No dudo que es la historia de la iglesia de Dios, pero el punto es “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” Las iglesias no podían guiar, ni tener autoridad, ni nada de esa clase, pero todo aquel que tenía oído para oír la palabra de Dios debía juzgar el estado de ellas. Eso muy evidentemente es un principio importante, y es cosa muy solemne. Cristo habla a las iglesias, no como Cabeza del cuerpo, aunque lo es para siempre, pero se las está contemplando como responsables aquí en la tierra. No es que el Padre envía mensajes a la iglesia, como en las diversas epístolas; no es eso, sino es Cristo caminando en medio de ellas para juzgarlas. Aquí, pues, es presentado no como Cabeza del cuerpo, ni como el Siervo. Está vestido de una ropa que llegaba hasta los pies (uno la recoge si quiere servir). Anda en medio de ellos para juzgar su estado. Es algo nuevo.
Es cuestión de responsabilidad, por lo tanto, hallamos algunas aprobadas y otras desaprobadas. Su condición es sujeta al juicio de Cristo, y son llamadas para escuchar lo que Él tiene que decir. No es precisamente la bendición de Dios lo que tenemos en relación a estas iglesias, aunque tenían muchas bendiciones, pero la condición de las iglesias cuando estas bendiciones les habían sido confiadas. ¿Qué uso habían hecho de ellas?
Consideremos los Tesalonicenses en su frescura—la obra de fe, el trabajo de amor y la constancia en la esperanza eran manifiestos. Pero en la primera de las epístolas a las iglesias, aquella a Éfeso, leemos: “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia.” ¿Dónde estaban la fe y el amor? Faltaba el impulso. El Señor tenía que decir: “Quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.” Habían sido colocadas en un lugar de responsabilidad y Él trata con ellas de acuerdo con ello. La primera cosa es, “has dejado tu primer amor” así era “tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 P. 4:17).
Estas palabras de Pedro se refieren a Ezequiel cuando dice: “comenzaréis por mi santuario” (Ez. 9:6); la casa de Dios en Jerusalén, porque es allí donde Dios busca primero la justicia—en Su propia casa. Siento que es una cosa sumamente solemne, y uno que debe doblar nuestros corazones delante de Dios. La iglesia ha faltado en ser la epístola de Cristo—como tal fue puesta en el mundo—¿pero ahora en algo responde a tal propósito? Mirémoslo de esta manera ¿puede un pagano ver algo de ello? Es posible que algunos individuos caminen en santidad; sin embargo ¿dónde encontramos fe como la de Elías?—aunque él no conocía a ninguno en Israel que era fiel, mientras Dios conocía a siete mil. Hombre bendito era él, pero aún su fe faltaba y Dios le preguntaba: “¿Qué haces aquí Elías?” Esto no debe desanimarnos tampoco, porque Cristo nos es suficiente. Nada iguala la absoluta fidelidad perfecta de la propia gracia de Dios, y nuestros corazones deben inclinarse enteramente al contemplarla.
No cabe tampoco el pensamiento de atacar ni culpar, porque todos somos responsables en cierto sentido, pero nuestros corazones deben tomar en cuenta: aquello que fue instituido tan hermoso en el poder del Espíritu de Dios—¿en qué ha quedado todo? ¡Nos echa sobre la potencia que nunca falta!
Cuando volvieron los espías a Israel, la fe de diez cedió. Caleb y Josué dicen: “ni temáis al pueblo de esta tierra, porque nosotros los comeremos como pan.” Es lo mismo para nosotros en vista de la dificultad y oposición ahora. Somos llamados a ver donde estamos, y cuales son el camino y el lugar en que debemos andar, y a tener un sentido del estado de todo lo que nos circunda. Sin embargo, si la iglesia haya fracasado, la Cabeza nunca puede faltar. Cristo es suficiente para nosotros ahora, tanto en el estado de cosas en que nos encontramos, como al principio cuando Él inauguró la iglesia en hermosura y santidad. Posiblemente tengamos que mirar Su palabra y encontrar cual sea Su mente, pero no debemos cerrar nuestros ojos a lo que es el estado en que nos encontramos.
Al leer Los Hechos es muy notable ver que hay poder en medio del mal. Cuando lleguemos al cielo no habrá ningún mal, no nos hará falta la fe ni la conciencia en ejercicio entonces, pero ahora sí, y la única cosa que tenemos es el poder del Espíritu de Dios donde predomina el mal, y por ello debemos nosotros dominar el mal en nuestro camino.
No dice que todo cristiano será perseguido; pero dice: “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12). Si un hombre demuestra el poder del Espíritu de Dios, el mundo no lo puede tolerar; eso es el principio. En Los Hechos, cuando vemos el poder del Espíritu demostrado en milagros, como antes fue en Cristo, ¿qué provocó? La misma enemistad que crucificó al Señor. Ahora tenemos el bien en medio del mal—eso es lo que Cristo fue, el bien perfecto en medio del mal; pero el resultado de la manifestación de Dios en Él, ya que la mente carnal es enemistad contra Dios—fue que provocó la hostilidad, y cuanto mayor la manifestación, tanto más la hostilidad; pues por Su amor le devolvieron odio. Todavía no hemos llegado al tiempo cuando el mal es quitado—eso será cuando Cristo vuelve—y eso es la diferencia entre aquel tiempo y este; aquel tiempo será el advenimiento del bien en poder, a fin de atar a Satanás y sojuzgar el mal. Pero la estadía de Cristo en este mundo, y luego Sus santos, es al contrario, el bien en medio del mal, mientras Satanás es el dios de este mundo.
Una vez que estas cosas se confundieron, el bien fue sumergido y todo fue llevado junto por la corriente. Miremos el caso de las vírgenes prudentes y las insensatas; mientras duermen todas pueden permanecer juntas—¿por qué no? Pero tan pronto se levantan y arreglan sus lámparas viene el asunto del aceite, y ya no andan juntas más. Y nosotros encontraremos la misma cosa. Otra vez en Josué era un tiempo de poder. Es verdad que pecaron en Jericó y fueron derrotados en Hai, pero en general fue un tiempo marcado por poder. Enemigos fueron vencidos y ciudades grandes y fortificadas fueron tomadas, la fe venció todo, y eso es una ilustración bendita—el bien en medio del mal, y poder llevando adelante el bien y aplastando los enemigos. En Jueces es el contrario; el poder de Dios estaba allí, pero poder fue manifestado por el mal porque el pueblo no fue fiel. En seguida llegaron a Boquim (Jue. 2:1-5), eso es, lágrimas, lloro, mientras en Josué fueron a Gilgal, donde se había efectuado la separación total de Israel del mundo; habían cruzado el Jordán y eso fue la muerte, y luego les fue quitado el oprobio de Egipto. Pero el ángel de Jehová subió a Boquim; no dejó a Israel aunque ellos se habían apartado de Gilgal. Fue la gracia que les seguía. Y en cuanto a nosotros, si no vamos a Gilgal, si no volvemos a la completa humillación de nosotros mismos en la presencia de Dios, no podemos salir en poder.
Si la comunión con Dios de un siervo no sobrepasa su testimonio a los hombres, él caerá y fracasará. Le es imprescindible renovar sus fuerzas. El gran secreto de la vida cristiana es que nuestra comunión con Dios no haga nada de nosotros mismos. Sin embargo, Dios no abandonó a Israel, y edificaron un altar a Jehová, pero estaban llorando junto al altar; no estaban en triunfo, sino constantemente sus enemigos triunfaron sobre ellos.
Luego Dios les envió jueces y Él estaba con los jueces, aunque el pueblo habían perdido su lugar. Eso es lo que tenemos que tomar en cuenta en la misma manera. “Todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Fil. 2:21). ¿No fue eso perder su lugar?—no quiero decir que cesaron de ser la iglesia de Dios. Si no tomamos en cuenta esto, nosotros también llegaremos a Boquim, el lugar de lágrimas. El estado entero de la iglesia de Dios tiene que ser juzgado; solamente la Cabeza nunca pierde Su poder, y hay una gracia que concuerda con la condición, también.
Lo que veo en el principio de la historia de la iglesia es primeramente este poder bendito convirtiendo 3000 almas en un día. Luego vino la oposición; el mundo les puso en la cárcel, pero Dios muestra Su poder contra eso, y no dudo que si fuéramos más fieles habría mucho más de la intervención de Dios. Pero el poder del Espíritu de Dios estaba allí, y ellos caminaban en una unidad bendita, mostrando aquel poder, y eso en medio del poder del mal, aunque antes de cerrarse esa escena encontramos, tristemente, el mal obrando adentro, visto en Ananías y Safira. Procuraron falsamente la reputación de haber sacrificado sus bienes. El Espíritu de Dios estaba allí, y cayeron muertos y vino gran temor sobre todos, tanto adentro como afuera. Luego, antes de cerrarse la historia de las Escrituras, “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios.” Es una cosa muy solemne que caracteriza el tiempo presente hasta que viene Cristo, y luego Su poder quitará el mal—algo muy diferente.
Seguidamente tenemos el testimonio acerca del mal abierto donde debía encontrarse el bien: “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos; porque habrá hombres amadores de sí mismos” etcétera (2 Ti. 3:1-2). Allí la iglesia profesante—porque de ella se trata—es descrita en las mismas palabras como los paganos en el principio de la epístola a los Romanos. Es una declaración positiva que tales tiempos habían de venir, y que el estado de cosas volvería a lo que había sido en el paganismo. Luego dice que “los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Ti. 3:13). Pero Pablo encarga a Timoteo de continuar en las cosas que había aprendido.
Algunos dicen ahora que la iglesia enseña estas cosas, pero pregunto: ¿Quién es esa? ¿La Iglesia? ¿Qué quieren decir? Es todo algo en el aire—no hay persona inspirada en la iglesia ahora para enseñar. Tengo que ir a Pablo y a Pedro y entonces sé de quién aprendo. Como Pablo mismo dijo a los ancianos de Éfeso: “Os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia.” Los malos hombres y engañadores habían ido de mal en peor, pero el apóstol lo echa a Timoteo sobre la certidumbre del conocimiento que había recibido de personas señaladas; para nosotros ahora es: “las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación.” Tenemos que aprender todo esto, cuando la iglesia profesante es una cosa juzgada, y se caracteriza por la mera forma de piedad. Creo que estos son los hechos que los cristianos deben mirar de frente. ¿No vemos a hombres, quienes antes se llamaron cristianos, volviéndose atrás: los tales tornándose incrédulos?
La mera formalidad se vuelve en incredulidad abierta o en superstición descubierta. Es notorio, aun en manera pública, como andan las cosas. En sí mismo el cristianismo es el cristianismo como Dios lo dio, pero públicamente, en lo que se ve a nuestro alrededor, ha desaparecido. Es el cristianismo que queremos, como se encuentra en la Palabra de Dios. En verdad no hay nada que temer—en cierto sentido es un tiempo bendito, echándonos sobre Dios, sin embargo debemos mirar estas cosas con sencillez y firmeza.
No hay una escena más bendita de fe y piedad, antes del advenimiento del evangelio, que aquella que encontramos en los dos primeros capítulos de Lucas. Entre toda la iniquidad de los Judíos, vemos a Zacarías, María, Simeón, Ana y otros del mismo ánimo. Y se conocieron unos a otros, y Ana “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén;” como nosotros debemos esperarla en otro sentido.
Pero en cuanto al presente estado de cosas—tomando el lado de la responsabilidad del hombre—el hombre se desvía en seguida de lo que Dios establece, y luego entra una corrupción creciente, hasta que es necesario el juicio. Juan habló de los últimos tiempos, que ya habían llegado, porque ya habían surgido muchos anticristos; pero la paciencia de Dios ha continuado, hasta que al final, tiempos peligrosos han venido.
Ahora agrego una palabra en cuanto a cómo debemos andar en medio de tal condición. Es evidentemente por medio de la Palabra de Dios—por referirnos directamente a ella. No digo que Dios no usa ministerio—el ministerio es Su propia ordenanza—pero para la autoridad debemos volvernos a la misma Palabra de Dios. Allí está la autoridad directa de Dios, para determinar todo, y tenemos la actividad de Su Espíritu para comunicar las cosas. Sin embargo, no es bueno si una persona va solamente a las Escrituras, rehusando ayuda de otros, ni es bueno mirar a los hombres como guías directas, negando el lugar del Espíritu.
Una madre debe ser bendecida en el cuidado de sus hijos, y así también un ministro entre los santos; eso es la actividad del Espíritu de Dios en un hombre—él es un instrumento de Dios. Sin embargo, mientras reconocemos eso plenamente, debemos ir a la Palabra de Dios y eso directamente, y en esto debemos insistir. Todos decimos que la Palabra de Dios es la autoridad, pero tenemos que insistir en que Dios habla por la palabra. Una madre no es inspirada, ni tampoco ningún hombre, pero la Palabra de Dios lo es, y es directa: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” Nunca encuentro que la iglesia enseña—la iglesia recibe enseñanza, pero no enseña; personas enseñan. Pero los apóstoles y otros a quienes Dios usó en esa manera, eran los instrumentos de Dios, para comunicar directamente de Dios a los santos, pues dice: “Os conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los santos hermanos” (1 Ts. 5:27). Esto es de primordial importancia, porque es el derecho de Dios de hablar a las almas directamente. Puede usar cualquier instrumento que Le place, y nadie puede objetar—“Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito” (1 Co. 12:21); pero cuando se trata de autoridad directa, es cosa sumamente solemne tocar esa. Ni hablo yo de juicio privado en las cosas de Dios, no lo admito como un principio. Es necesario discernir acerca de otras cosas, pero el momento que se trata de cosas divinas ¿puedo hablar de juzgar la Palabra de Dios? Esa es una evidencia de la maldad de los tiempos en que estamos.
Cuando reconozco la Palabra de Dios, traída por Su Espíritu, me siento para oír lo que Dios quiere decirme a mí, y luego la palabra me juzga, yo no la juzgo a ella. Es la palabra divina traída a mi conciencia y corazón, y ¿he de juzgar yo a Dios cuando Dios me está hablando a mí? Eso sería negar que Él me está hablando. Para que tenga verdadero poder es necesario que la reconozco como la Palabra de Dios a mi alma, y luego no pienso de juzgarla, pero me siento en su presencia para que sea sondeado mi corazón y ejercitada mi conciencia. Luego debo recibirla, pues ella me da lo que era desde el principio. ¿Por qué? porque Dios la dio. En el principio no tenemos la cosa como ha sido corrompida, sino lo que Dios estableció.
De nada sirve presentarme la iglesia primitiva; lo que es preciso es que tenga lo que fue desde el principio. Entonces tengo la palabra inspirada y la unidad del cuerpo. Pero después del principio, lo que sucedió de inmediato en la historia eclesiástica fue todo desgraciada división. Dice Juan: “Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre” (1 Jn. 2:2424But Jesus did not commit himself unto them, because he knew all men, (John 2:24)). Uno pierde su lugar en el Hijo y en el Padre si se aparta de aquello que fue desde el principio. Es evidente, pues, al aplicar esto, que debo tomar en cuenta las circunstancias en que estamos, porque en ellas tengo, no lo que fue desde el principio, sino lo que el hombre ha hecho de lo que Dios estableció al principio. Se dice que la iglesia es esto o aquello, pero si tomo lo que Dios estableció, veo la unidad del cuerpo, y Cristo la Cabeza, y eso es lo que la iglesia era manifiestamente sobre la tierra. ¿Pero lo encontramos ahora?
Al contrario tenemos una advertencia. Pablo, como perito arquitecto, puso el fundamento, y cuando otros edifican les advierte que no edifiquen con materiales malos, madera, heno, hojarasca—que serán destruidos (1 Co. 3:12). La obra de edificación fue encargada a la responsabilidad del hombre, y como tal vino a ser sujeta al juicio. “Sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mt. 16:18), me presenta la edificación de Cristo y esa procede; todavía no está terminada. Otra vez en Pedro, “Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual” (1 P. 2:4-5). Allí también es vista como todavía en construcción; luego en Efesios 2:21, Pablo dice que el edificio “bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor.” Ahora todo eso es la obra de Cristo, lo que los hombres llaman la iglesia invisible, y por cierto lo es. Pero del otro lado: “Cada uno mire cómo sobreedifica” (1 Co. 3:10), eso es, sobre el fundamento puesto por Pablo; allí tenemos la obra del hombre como un instrumento responsable.
Ahora los hombres confunden estas dos cosas; siguen edificando con madera, heno, hojarasca, y luego hablan de que las puertas del infierno no prevalecen contra eso, porque no prestan atención a la Palabra de Dios. Nos es necesario mirar los principios de Dios y el poder del Espíritu de Dios, oír lo que el Espíritu dice a las iglesias, y descubrir verdaderamente donde estamos, hallando así la senda que Dios ha señalado y en que claramente debemos caminar y además es necesario fe en la presencia del Espíritu de Dios. Ese Espíritu usará la Palabra y nos capacitará para tomar en cuenta el estado de cosas, no confundiendo la fidelidad de Dios con la responsabilidad del hombre—lo que hace el mundo supersticioso—sino confesando que hay un Dios viviente y que ese Dios viviente está entre nosotros en la persona y el poder del Espíritu Santo. Todo es basado en la cruz, ciertamente, pero ha venido el Consolador, y por un Espíritu todos fueron bautizados en un cuerpo.
Pues, si considero el individuo o la iglesia, encuentro este secreto de poder para todo el bien contra el mal, sea afuera o adentro, este hecho—la Palabra siendo el guía—el hecho de la presencia del Espíritu de Dios. “¿O ignoráis,” (dijo Pablo a algunos que andaban muy mal, a fin de corregirles) “que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis, de Dios?” (1 Co. 6:19). ¿Creéis vosotros, amados amigos, que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo? ¿Pues qué clase de personas debemos ser?
En 1 Corintios 3:16 encontramos que se dice la misma cosa de la iglesia: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” La presencia del Espíritu da poder, y poder práctico, también, para bendición, sea en la iglesia o en el individuo, y solamente Él puede hacer algo para bendición verdadera.
Otra vez, es solamente sobre la base de la redención que Dios mora con el hombre. No moraba con Adán en inocencia, aunque descendió a él. No moró con Abraham, aunque le visitó y comió con él. Pero cuando Israel salió de Egipto, Dios dijo que los había traído a Sí “para habitar en medio de ellos” (Ex. 29:4646And they shall know that I am the Lord their God, that brought them forth out of the land of Egypt, that I may dwell among them: I am the Lord their God. (Exodus 29:46)). Y en seguida fue edificado el tabernáculo, y allí estaba la presencia de Dios en medio de Su pueblo.
Por cierto, ahora tenemos la verdadera y plena redención, y el Espíritu Santo ha descendido a morar en los que creen, a fin de que sean la expresión de lo que Cristo Mismo fue cuando estuvo aquí. “Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Jn. 4:1515The woman saith unto him, Sir, give me this water, that I thirst not, neither come hither to draw. (John 4:15)); y: “En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1 Jn. 4:1,31When therefore the Lord knew how the Pharisees had heard that Jesus made and baptized more disciples than John, (John 4:1)
3He left Judea, and departed again into Galilee. (John 4:3)
). Donde quiera haya una persona que es verdaderamente un cristiano, Dios mora en él; no es meramente que tiene vida, sino que está sellado con el Espíritu Santo quien es el poder para toda conducta moral. Si tan sólo creyésemos que el Espíritu de Dios mora en nosotros, qué sujeción habría, y qué clase de personas seríamos, no entristeciendo el Espíritu.
Además, en 1 Corintios 2:9 encuentro: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu”—“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios.” El Espíritu de Dios y el del mundo están siempre en contraste. Pero luego encuentro que la revelación está en contraste con nuestro estado. Tenemos que decir: “ojo no vio”; estas cosas son tan grandes que no las podemos concebir, pero Dios las ha revelado por Su Espíritu. Los santos del Testamento Antiguo no las pudieron descubrir ni conocer, pero con nosotros es lo opuesto; nosotros las conocemos, y Él nos ha dado Su Espíritu “para que sepamos lo que Dios nos ha concedido.”
En este pasaje el Espíritu Santo es visto en tres pasos distintos; primero, estas cosas son reveladas por el Espíritu; luego, son comunicadas con palabras enseñadas por el Espíritu; y luego, son percibidas por el poder del Espíritu—“se han de discernir espiritualmente”; estas tres son la operación del poder del Espíritu de Dios.
Si tomara la Palabra de Dios por sí sola y dijera que puedo juzgar y entenderla, entonces soy un racionalista; es la mente del hombre juzgando la revelación de Dios. Pero donde tenemos la mente de Dios comunicada por el Espíritu Santo, y percibida por el poder del Espíritu Santo, allí tengo la mente de Dios. Hay tanta sabiduría y tanto poder de parte de Dios a nuestra disposición para afrontar el estado de ruina en que nos encontramos ahora, como hubo en el principio cuando Él estableció la iglesia; y en esto debemos apoyarnos.