Prefacio
Se ha sentido mucha necesidad de una declaración concisa y sencilla de los principios que deben guiar al pueblo del Señor a los cuales se les ha dado gracia y la fidelidad para ‘apartarse de iniquidad’ en la iglesia profesante (a la que Pablo compara con “una casa grande”) en los últimos años. Una cantidad tan grande de asechanzas y maquinaciones del enemigo han sido puestas en acción para impedirles andar en la verdad, que muchos se han hallado en una extrema dificultad para encontrar la senda de Dios en un laberinto de mal y corrupción tal como el que hay alrededor. Es de temer que las dificultades casi hayan disuadido a muchos de seguir buscando, si es que no los ha llevado a abandonar en desesperación los esfuerzos por descubrir la senda de Dios.
Siendo este el caso, los pocos comentarios que siguen a continuación (los cuales no contienen más que un compendio de los inmensos principios tratados) son presentados con la sincera y humilde esperanza de que el Señor los use para Su propia gloria, y las haga útiles para los hijos de Dios al tratar de discernir la senda de ellos en medio de las corrupciones de la cristiandad en estos postreros días. Una senda que es tan sencilla y clara para el creyente, una senda donde hay un ojo sencillo; y cuya verdad ha convencido más profundamente a medida que la han seguido, a las almas de aquellos a quienes un Dios de verdad ha guiado en ella por gracia.
Estos comentarios son encomendados en toda humildad a Aquel que es el único que puede hacer que ellos sean de algún valor usándolos en el poder de Su misericordioso Espíritu, encomendados a Aquel cuyo derecho es, junto con lo débil del mundo, confundir lo fuerte de él, a fin de que nadie se jacte en Su presencia (1 Corintios 1:25-29).
Con la esperanza de que Él los use y los bendiga, estos comentarios son manifestados a Su Iglesia.
La Iglesia, la cual es Su cuerpo
En Efesios 1:22-23, la Iglesia de Dios es denominada “su cuerpo”, el “cuerpo de Cristo”. Cuando Cristo fue exaltado al cielo como Hombre nosotros nos enteramos de que Dios “le ha constituido cabeza sobre todas las cosas, con respecto a su Iglesia, la cual es su cuerpo, el complemento de aquel que lo llena todo en todo” (Efesios 1:22-23 – VM). Véase también 1 Corintios 12:12, etc. “Porque de la manera que el cuerpo es uno mismo, mas tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un mismo cuerpo, así también es Cristo. Porque por un mismo Espíritu todos nosotros fuimos bautizados, para ser constituidos en un solo cuerpo, ora seamos judíos o griegos, ora seamos siervos o libres; y a todos se nos hizo beber de un mismo Espíritu. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos”, etc. (1 Corintios 12:12-14 – VM). Por otra parte, en Colosenses 1:18, Cristo resucitado de entre los muertos “es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia; de la cual él es el principio, el primogénito de entre los muertos” (Colosenses 1:18 – VM). Cristo ha sido exaltado como Hombre al cielo después de consumar la obra de la redención en Su cruz.
Él estaba “con Dios” y “era Dios”, el Hijo eterno, antes de que todo lo que pudiéramos concebir tuviera un principio. Él fue glorificado como Hombre cuando ascendió a la diestra de Dios. Dios fue glorificado en cuanto al pecado por Él en la obra de Su cruz. Todo carácter moral de Dios —juez supremo, verdad, majestad, amor, justicia— todos glorificados y establecidos en esa obra de Jesús. “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida (es decir, sin esperar el día del reino sino en seguida) le glorificará” (Juan 13:31-32). Y así Dios “le levantó de entre los muertos, y le sentó a su diestra en las regiones celestiales, ... y le ha constituido cabeza sobre todas las cosas, con respecto a su Iglesia, la cual es su cuerpo” (Efesios 1:20-22 – VM).
Cuando Jesús fue glorificado el Espíritu Santo descendió del cielo en el día de Pentecostés conforme a la palabra del Señor: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre ... el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre” (Juan 14:16-26). “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga”, etc. (Juan 16:7-8). Además, cuando Él resucitó de entre los muertos mandó a Sus discípulos que “no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:4-5).
Por otra parte: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados ... Y fueron todos llenos del Espíritu Santo”. Leemos, “Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él ... a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó ... Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hechos 2:1-2,4,22-24,33).
El Espíritu Santo descendido del cielo en aquel entonces cuando el Señor Jesús fue glorificado está con la Iglesia para siempre, leemos “ ... para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16); y, “Por un mismo Espíritu todos nosotros fuimos bautizados, para ser constituidos en un solo cuerpo, ... y a todos se nos hizo beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13 – VM). Desde Su descenso Él une a todos los creyentes como un solo cuerpo, a su Cabeza exaltada al cielo. “El que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Corintios 6:17). Todos aquellos que, no importa dónde, están unidos a Cristo por el Espíritu Santo, componen la “Iglesia, la cual es su cuerpo”, el complemento o plenitud de Aquel que lo llena todo en todo. De ellos se dice que se les ha dado vida juntamente con Él, resucitados juntamente con Él y hechos sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús (Efesios 1:19; 2:5-6). Ellos no están aún en presencia corporal real allí pero esperan que Él venga y los lleve consigo: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:2-3).
Por lo tanto, la formación y el llamamiento de la Iglesia de Dios, o cuerpo de Cristo, comienza al descender el Espíritu Santo en Pentecostés y termina cuando el Señor Jesús viene a arrebatarla para salir al encuentro con Él en el aire (1 Tesalonicenses 4:17). A los Corintios nada les faltaba en ningún don “esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 1:7). En Filipenses leemos, “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). Y en Colosenses está escrito, “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:4).
Los tesalonicenses se volvieron “de los ídolos a Dios ... para esperar a su Hijo, cuando venga de los cielos” (1 Tesalonicenses 1:9-10 – VM). Al escribirles, el Apóstol les presenta los detalles: “Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, de ninguna manera precederemos a los que ya durmieron ... (porque) los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos y habremos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, para el encuentro con el Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:15-17 – RVA). “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15: 51-52). Este capítulo trata la resurrección de los santos: “Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (versículo 23), y nadie más.
Entonces, estos dos acontecimientos son el principio y el fin del llamamiento de la Iglesia de Dios, o cuerpo de Cristo, a saber, el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés, y la venida del Señor para llevar a los santos al cielo. El Espíritu Santo une a los creyentes en un solo cuerpo, y los une a Cristo como cabeza de Su cuerpo. No hubo, ni podía haber habido alguna unión de este tipo en los tiempos del Antiguo Testamento. La salvación pertenecía a todos los santos en virtud de la obra de Cristo, los que habían existido antes que la Iglesia comenzó a ser formada, o los que existirán después que ella haya sido arrebatada; pero no hubo ninguna unión con Cristo, o posición en el cuerpo. La unión con Cristo es por la habitación del Espíritu Santo. Busque usted en vano en la Escritura el pensamiento común que reza, «unido a Cristo por la fe»: pues en la Escritura no existe un pensamiento tal. “El que se une al Señor, un espíritu es con él” y, “vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios” (1 Corintios 6:17-19).
En tiempos del Antiguo Testamento la Cabeza no estaba en el cielo como Hombre; y el Espíritu Santo no había sido dado. Leemos, “Jesús se puso en pie, y clamó, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de adentro de él fluirán ríos de agua viva. Esto empero lo dijo respecto del Espíritu, que los que creían en él habían de recibir; pues el Espíritu Santo no había sido dado todavía, por cuanto Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:37-39 – VM). Toda cosa buena de antaño, desde la Creación, fue hecha por el poder del Espíritu Santo; pero Él no fue dado en aquel entonces para habitar en el cuerpo de los creyentes, y unirlos así unos a otros, y a Cristo como en un solo cuerpo.
Entonces, la Iglesia de Dios es el “cuerpo de Cristo”, y nada más. En el propósito eterno de Dios ella existía antes que el mundo existiera. Ahora ella no es del mundo, pero sus miembros son aquí extranjeros y peregrinos. Ella no será del mundo en los días de la era milenial aunque estará reinando sobre el mundo con Cristo. Y en el estado eterno ella conserva su propio carácter eterno cuando todas las diferencias del tiempo — judíos, gentiles, etc.— hayan fenecido. A Dios “sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (Efesios 3:21).
Esto es, entonces, la Iglesia de Dios, el cuerpo de Cristo, a los ojos de Dios, y la posición normal de todos los creyentes que son miembros de dicho cuerpo. Los miembros más débiles, como los más fuertes, tienen su posición en él. Otra cosa es que ellos se den cuenta de su posición. Nosotros leemos en Efesios 5:30: “Somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos”. Tal es la unión con Cristo de todos los que creen. Y recuerde usted que esto pudo ser dicho cuando Cristo hubo consumado la redención, resucitado de entre los muertos y ascendido al cielo, y no antes.
Valor práctico de la doctrina
Pero siendo esto así, nosotros podríamos pensar que la doctrina de la Iglesia, el cuerpo de Cristo, no tuviese ningún valor práctico para sus miembros. Yo deseo mencionar el inmenso valor práctico que ella contiene. Creo que nada puede ser más importante en el día actual. Con la doctrina vienen muchas verdades colaterales el poder de las cuales muchos del pueblo del Señor se han estado apropiando en estos días; tal es el verdadero carácter del ministerio cristiano, es decir, los dones de Cristo conferidos en Su cuerpo, evangelista, pastor y maestro, etc. (Efesios 4:7-12), la amplia libertad del ministerio cristiano usado por el Espíritu Santo que distribuye individualmente a cada uno según la voluntad de Él (1 Corintios 12), etc., etc. Pero yo paso estos por alto por la importancia actual del tema que está ante mis lectores.
Casi no necesito decir ahora que el cuerpo en su integridad es el número total de creyentes reunidos por el Espíritu Santo entre Pentecostés y la venida del Señor, y unidos en un solo cuerpo a Él como Cabeza. Pero, en la medida en que el cuerpo nunca está reunido en su integridad en el mundo, en un momento dado entre estos dos acontecimientos, hay otro aspecto del uso de la palabra “cuerpo”. Nosotros encontramos que los miembros de Cristo que están en la tierra en cualquier momento dado entre los dos acontecimientos son siempre tratados en las Escrituras como el “cuerpo de Cristo”. “Vosotros pues sois el cuerpo de Cristo, e individualmente sois miembros de él”, escribe el Apóstol a la Asamblea de Dios en Corinto (1 Corintios 12:27 – VM). “Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu” (Efesios 4:4 – RVA). Esto es muy importante ya que nos presenta el uso práctico de la doctrina; de otra manera podríamos propender a tratarlo como si perteneciera sólo al cuerpo en su integridad y aspecto celestial, y por lo tanto no tendría valor práctico alguno. Incluso la Asamblea de Dios en Corinto era en principio el “cuerpo de Cristo”. Se reunía en el terreno y el principio del cuerpo, aparte del mundo.
La Cena del Señor
El apóstol Pablo, el cual revela la verdad de la Iglesia y a cuyo ministerio le fue dado hacerlo, recibió una revelación especial acerca de la Cena del Señor (1 Corintios 11:23-25), y esto en relación con el misterio de “Cristo y la Iglesia”, Su cuerpo, misterio que le fue confiado (Efesios 3:2-9; Colosenses 1:24-25). La Cena del Señor conforme a Dios une dos cosas, a saber, la muerte del Señor y Su regreso. Al participar de la Cena, anunciamos Su muerte, por la cual tenemos vida y redención, hasta que Él venga. “Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26). Pero la Cena del Señor es más que esto; ella es también el símbolo de la unidad del cuerpo de Cristo. Nosotros no podemos participar de ella, conforme a Dios, sin reconocer esto. Si sólo dos o tres miembros de Cristo se reunieran ahora —cuando la manifestación externa de la unidad del cuerpo de Cristo está destruida— para partir el pan (como tales ellos tienen el privilegio de hacerlo, véase Hechos 20:7; 1 Corintios 11:20), ellos expresan en el acto la unidad del “cuerpo de Cristo”. “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque habiendo un solo pan, nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo; porque todos participamos de aquel pan, que es uno solo” (1 Corintios 10:16-17 – VM).
De modo que es imposible participar de la Cena del Señor en su verdadero sentido, conforme a la Escritura, sin expresar en el acto la unidad del cuerpo de Cristo. Y de ahí el hecho no Escriturario de intentar asumir el terreno de la independencia, o aquel que es asumido por las diferentes sectas o iglesias humanas, así llamadas.
Es con referencia a la Cena que una disciplina es ejercida, ya sea el juicio propio, o la disciplina de la Asamblea, o la del propio Señor. Ella se convierte así en un centro moral —no, obviamente, el centro, sino un centro moral— y una prueba para la conciencia del cristiano individual o de la Asamblea. Es con referencia a la Cena que el creyente individual examina su conducta y andar; no dejándolo susceptible a otras disciplinas. “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (1 Corintios 11:31). Al faltar este escrutinio personal de nosotros mismos la Asamblea, que era reunida por el Espíritu en el terreno y el principio del cuerpo, tuvo la responsabilidad de quitar de entre ellos a ese perverso (véase 1 Corintios 5:13, y todo el capítulo); y si ellos fracasaban en esto el Señor ejercía la necesaria y descuidada disciplina; y leemos, “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (1 Corintios 11:30). Incluso ellos habían sido quitados por medio de la muerte. De modo que nosotros vemos que el escrutinio personal de nosotros mismos, la disciplina de la Asamblea, y la del Señor cuando las otras dos eran descuidadas, todas ellas eran ejercidas con referencia a la Cena, la cual es el símbolo de la unidad del cuerpo de Cristo.
Este es un principio inconmensurable, especialmente en estos días de ruina en la iglesia profesante. En estos días cuando incluso dos o tres que han sido reunidos de esta manera, separados del mal, son responsables de todo esto. “¿No juzgáis vosotros a los que están dentro?” (1 Corintios 5:12). Y además, es el único modo de obrar que la Escritura conoce o reconoce; y es la única manera en que podemos reunirnos conforme a Dios; a saber, en los principios del cuerpo de Cristo en el nombre del Señor. Incluso dos o tres son plenamente competentes y responsables, aunque no sean todo el cuerpo, para todo esto, incluso tal como son vistos en la tierra en un momento dado, o en un lugar determinado, y no pretenden serlo; y, además, ni por un momento pretender establecer o reconstruir nada, ni manifestar alguna unidad —aunque ellos lo expresen en la Cena, lo cual es otra cosa muy distinta— en la ruina de la Iglesia profesante de la cristiandad. Si ellos intentaran hacer esto, solo sería un fracaso y pronto descubrirían su error.
Por otra parte, ellos están necesariamente en comunión con todos los que hubiesen sido así reunidos, en el nombre del Señor, en el terreno y los principios de un solo cuerpo y un solo Espíritu, que actúa en el un solo cuerpo, sin importar dónde se encuentren ellos, sin que el espacio y la localidad hagan alguna diferencia. Por lo tanto, es inevitable que ellos deban estar en comunión con todos los que están así reunidos, mientras que, al mismo tiempo, no pretendiendo ser el cuerpo completo tal como es visto en la tierra en cualquier momento dado, ni hacerlo de tal manera que excluyan a otros miembros del cuerpo que no están así reunidos ante Dios, pues el derecho de todos a estar con ellos es la membresía de Cristo, y la correspondiente santidad de andar y de manera de vivir.
La Casa de Dios
La Iglesia tiene otro aspecto y nosotros lo encontramos en Efesios 2:20-22: ella es la casa de Dios aquí abajo, la morada de Dios por el Espíritu. Los santos son edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, (Efesios 3:5 demuestra que los profetas mencionados son los profetas del Nuevo Testamento), siendo Jesucristo mismo la principal piedra del ángulo. Este edificio es la cosa verdadera que Dios edifica. Pero cuando vamos a 1 Corintios 3 encontramos lo que el hombre edifica. Los corintios eran, como responsables ante el mundo, “edificio de Dios” (versículo 9) y “templo de Dios” (versículos 16-17). Pablo, como perito arquitecto, puso el fundamento en sus doctrinas, y ningún otro puede ser puesto; este fundamento estaría firme (2 Timoteo 2:19).
Luego el hombre comenzó a edificar e introdujo sobre el fundamento “madera, heno, hojarasca”, así como “oro, plata, piedras preciosas”, doctrinas nocivas e inútiles, personas, etc., con las cuales la casa está ahora llena, y mediante las cuales ella ha sido edificada por el hombre. Pero el Espíritu Santo no abandonó la casa. La casa comenzó a extender sus proporciones, desproporcionadamente con respecto al cuerpo, con el que había sido coincidente al principio. El cuerpo siguió siendo la cosa verdadera que Dios había formado.
De este modo la casa, en lugar de mantener su estado primigenio, es decir, la “casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte (o base) de la verdad” (1 Timoteo 3:15) se convirtió en una “casa grande”, con vasos para honra y vasos para deshonra en ella (2 Timoteo 2:20 – JND). Aun así, el Espíritu Santo estaba allí; y en cuanto a la responsabilidad ella permaneció como la casa de Dios en el mundo. Por eso Pedro nos dice que “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios”, (un principio invariable en las Escrituras, véase 1 Pedro 4:17. El cuerpo está infaliblemente seguro: y el Señor lo saca, saca lo verdadero, de la casa; y el juicio es ejercido sobre aquello que es responsable aquí abajo, y que así es tratado y juzgado conforme a la responsabilidad que había asumido. Yo no necesito añadir que la casa es toda la Iglesia profesante, compuesta de todas las sectas y sistemas, sin excluir a ninguno de los que están en ella.
Yo añadiría aquí una palabra acerca de la responsabilidad de los que son de Cristo. Al principio, en Hechos 2:47, “El Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. La iglesia (o Asamblea, que es la palabra correcta) era en aquel entonces una cosa a la que personas podían ser añadidas. Pero cuando llegamos al estado de cosas en 2 Timoteo, encontramos que en lugar de haber algo a lo que añadir una persona, nosotros leemos que “el Señor conoce a los que son suyos”, en lo que Él compara con una “casa grande”. La responsabilidad de cada uno es entonces, “Apártese de iniquidad”. Él no puede abandonar la casa de Dios, ni puede enmendar los asuntos ahora; por otra parte, tampoco ha de quedar satisfecho con las corrupciones de la casa; pero debe apartarse de iniquidad, — separarse de todo lo que deshonra al Señor en ella; y que él mismo se limpie de los vasos para deshonra a fin de que sea un vaso para honra, santificado y útil para el uso del Amo: que sea personalmente puro, y que se identifique con los que han hecho lo mismo y que de corazón puro invocan al Señor. Leemos, “Sin embargo, el firme fundamento de Dios permanece, teniendo este sello: El Señor conoce a los que son suyos; y, que todo aquel que invoca el nombre del Señor se aparte de la iniquidad. Empero en una casa grande, hay no solamente vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro: y algunos son para honra, y otros para deshonra. Si pues alguno se limpiare de éstos, separándose él mismo de ellos, será un vaso para honra, santificado, útil al amo, y preparado para toda buena obra. Mas huye de las pasiones juveniles, y sigue tras la justicia, la fe, el amor, la paz, con los que de corazón puro invocan al Señor (2 Timoteo 2:19-22 – JND).
La Asamblea de Dios
La palabra ‘asamblea’ o ‘iglesia’ es usada de dos maneras en las Escrituras. Si nosotros consideramos a Cristo en lo alto ella es Su cuerpo en la tierra; Si miramos hacia abajo ella es el cuerpo profesante. Obviamente, a nivel local se podía dirigir la palabra a la asamblea o iglesia de Dios en tal o cual lugar en aquel entonces, porque ella existía allí. Ahora bien, si Dios tuviera que escribir ahora una epístola a través de un Apóstol a ‘la asamblea o iglesia de Dios’ en un lugar tal, nadie podría reclamar la carta. Porque ninguna secta o sistema es “la Asamblea o iglesia de Dios”, ni nadie puede reivindicar serlo. Si es que lo hiciera ello sería para excluir a los otros miembros de Cristo en las sectas circundantes. Los santos pueden, y deben, andar en la verdad de ella y obedeciendo la palabra de Dios. Pero en el mejor de los casos ellos son un remanente: y un testimonio (si realmente andan en la verdad) del fracaso de la iglesia de Dios. Su testimonio debe ser: 1º, Un testimonio de la verdad de la iglesia tal como ella era, en el principio perdurable de “un solo cuerpo y un solo Espíritu” (Efesios 4:4 – RVA), y 2º, un testimonio del estado de la iglesia tal como es.
Cuando los cristianos han salido de los sistemas y sectas encuentran tal ruina alrededor que ellos apenas saben qué hacer; y encontrando las cosas en tal confusión recurren al principio de Mateo 18:20, “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”; y muchas dificultades han surgido cuando ellos no se han apropiado igualmente de los principios eternos de la iglesia de Dios, a saber, “un solo cuerpo y un solo Espíritu”. La promesa en Mateo 18:20 es verdaderamente bienaventurada, pero ella debe ser usada en referencia a la posterior revelación de la iglesia presentada por el apóstol Pablo. Lo primero que hay que constatar es: ¿qué es la iglesia (el cuerpo)? Y luego, de qué manera incluso dos o tres pueden congregarse, separados del mal, y ser considerados competentes por el Señor para ejercer toda la disciplina necesaria cuando ellos están así congregados.
Nosotros no tenemos necesidad alguna de dejar las epístolas de Pablo para apropiarnos de los principios. Y luego, cuando nos apropiamos así de principios que nunca sufren alteración, y de cuya observancia nosotros somos siempre responsables ante el Señor, se debe esperar en la promesa de Mateo 18:20 y ello es muy bienaventurado. Cuando ellos están así congregados, son moralmente una “asamblea o iglesia de Dios”, y la única cosa que el Señor reconoce como tal. Si no, ¿qué más? Al mismo tiempo, yo evitaría el abuso de la palabra “asamblea o iglesia”. Si ellos afirmaran ser “la asamblea o iglesia de Dios” en cualquier lugar, excluyendo a otros miembros del cuerpo que pudiesen estar en las sectas, ellos estarían equivocados, y estarían fuera del terreno que Dios puede reconocer y ha reconocido y bendecido. De lo contrario, no hay peligro alguno en el uso de la palabra. Ellos son una asamblea de Dios congregada en el nombre del Señor. Y además, al hacer esto, ellos nunca contemplan la reconstrucción de nada. Ellos están juntos en el único terreno que la Escritura conoce.
“La unidad del Espíritu”
Es el privilegio de todos aquellos que aman al Señor Jesucristo, y no sólo su privilegio sino también su responsabilidad, procurar “con diligencia guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3 – RVA). La unidad del Espíritu no es unanimidad de sentimientos u opiniones, aunque cuanta más espiritualidad exista más se encontrará esto. Es la unidad del un solo cuerpo de Cristo por medio del Espíritu Santo. El Apóstol había explicado en Efesios 2 la obra de Cristo en la cruz poniendo el fundamento de esta unidad, al hacer la paz, derribando la pared Intermedia de separación entre judíos y gentiles, para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo por medio de la cruz, dando entrada a ambos por un solo Espíritu, por medio de Él, al Padre.
Aquellos que así son juntados de judíos y gentiles son bautizados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo desde Su descenso en Pentecostés (véase Hechos 1:5; 1 Corintios 12:12-13, etc.), y son unidos a Cristo como Cabeza del cuerpo (Efesios 2:20-21; Colosenses 1:18), llegando a ser en la tierra morada de Dios en el Espíritu (Efesios 2:20-22). Habiendo sido formada esta unidad por el Espíritu Santo, ella está bajo Su custodia; pero el Apóstol, después de desvelar el misterio (Efesios 2 y 3) exhorta a los miembros del cuerpo, es decir, a todos los creyentes, que procuren con diligencia guardar la unidad que el Espíritu Santo así constituye, añadiendo él que: “hay un solo cuerpo y un solo Espíritu” (Efesios 4:3-4 – RVA). Todo creyente pertenece a este cuerpo. Lo que uno sostiene no son opiniones sino que de lo que estamos hablando es de la membresía de Cristo, el hecho de ser miembros de Cristo. Esto es lo que da derecho a cada uno a unirse con los demás, quienes lo están haciendo en debilidad por medio de la gracia para hacer avanzar así el designio de Dios, con la energía de un corazón obediente, y con esa humildad, mansedumbre y paciencia, y soportándose unos a otros en amor, lo cual es mucho más necesario en días de decadencia y ruina.
Por lo tanto, la unidad del Espíritu no depende de la unanimidad de opiniones o de la claridad de propósitos, o de lo que todos los miembros del cuerpo de Cristo comprenden, sino del hecho de que ellos pertenecen a ese cuerpo. La Cena del Señor expresa su unidad, como hemos visto, y todos los miembros tienen derecho en el acto de “partir el pan”, a recordar la muerte del Señor, y esperar Su venida, y a reconocer que son un solo cuerpo. Nadie debe ser excluido excepto aquellos que no están andando en santidad, o están a sabiendas en malas asociaciones, o que están afuera en disciplina, Yo no tengo duda alguna de que el Señor reconocerá, en Su propio tiempo, la fidelidad de aquellos que en sinceridad de corazón para con Cristo se les ha concedido la gracia para hacerlo en estos días de superabundante maldad.