La mesa del Señor

“Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga” (1 Corintios 11:26).
El deseo que debe estar en el corazón de cada creyente realmente nacido de nuevo es acordarse del Señor en Su muerte, por participarse en el partimiento del pan, o sea la cena del Señor, cada primer día de la semana, hasta que Él venga (1 Corintios 11:26).
“Tomad, comed: esto es Mi cuerpo que por vosotros es partido: haced esto en memoria de Mí” (1 Corintios 11:24). ¿Cuándo? En Hechos 20 dice, “El primer día de la semana, juntos los discípulos a partir el pan, Pablo (el Apóstol) les enseñaba, habiendo de partir al día siguiente: y alargó el discurso hasta la media noche” (Hechos 20:7). ¡Cuan grande es este privilegio! y es “hasta que venga”. ¿Cómo vamos a responder a semejante amor? Semejante deseo por parte del bendito Señor (véase Lucas 22:15) debiera conmover a nuestros corazones no solamente para hacerlo, sino, en conformidad con lo que está escrito en Hechos 20:7. Las Escrituras nos enseñan que nuestro deber y privilegio es partir el pan, no cada mes, o cada tres meses, como se practica entre las Sectas, sino cada primer día (el Domingo) de la semana.
Quisiéramos llamar la atención del lector de este pequeño folleto a dos verdades importantes en 1 Corintios:
1.- Capítulo 10:21 habla de “la mesa del Señor”. Hay una sola mesa, no muchas.
2.- Capítulo 11:20 habla de “la cena del Señor”; así, la verdad en cuanto a la mesa del Señor precede a las instrucciones dadas tocante a la cena del Señor.
El Señor exige que seamos partícipes de Su cena en el lugar y de la manera que Él indica; no como nosotros queremos, sino como Él indica a los suyos. La obstinación es pecado, y la causa de disensión y divisiones entre los creyentes. Dios todo hace y ordena para el bien de Sus hijos. Por ejemplo, en Deuteronomio 12:13-14 se lee: “Guárdate, que no ofrezcas tus holocaustos en cualquier lugar que vieres: mas en el lugar que Jehová escogiere”. Varias veces se repiten estas palabras en Deuteronomio. Dios así escogió un lugar especial para Su pueblo terrenal Israel, y reconoció tal lugar, y a ningún otro.
Debemos fijarnos bien que Jesús instituyó Su cena antes de ser traicionado. Él escogió un lugar para Sus discípulos (véase Lucas 22:12). Después de Su resurrección, Él escogió el lugar donde iba a juntarse con ellos antes de ascenderse al cielo (véase Mateo 28:16). Más tarde Él escogió a Jerusalén como el lugar en donde sus discípulos tenían que esperar la venida del Espíritu Santo. Véase Lucas 24:49.
Hoy en día tenemos la Palabra de Dios que explica fielmente y con igual claridad lo que quiere decir la mesa del Señor y la cena del Señor. Vamos a contemplar ciertas porciones de la Palabra de Dios en cuanto a estas verdades tan importantes.
La mesa del Señor es la que Él ha establecido en acuerdo con Su Palabra, donde Él está en medio de los Suyos. Leemos en Mateo 18:20: “Donde dos o tres están congregados en (a) mi nombre, allí estoy en medio de ellos”. En este lugar Su autoridad está reconocida. “Si no oyere a ellos, dilo a la Iglesia (Asamblea), y si no oyere a la Iglesia, tenlo por étnico y publicano. De cierto os digo que todo lo que ligareis en la tierra, será ligado en el cielo; y todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo”. Véase Mateo 18:17-18.
Otra vez: “En el nombre del Señor nuestro Jesucristo, juntados vosotros y mi espíritu, con la facultad de nuestro Señor Jesucristo”. Véase 1 Corintios 5:4. En este lugar, la unidad del cuerpo se expresa por un solo pan que se halla sobre la mesa. “Porque un pan, es que muchos somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel un pan” (1 Corintios 10:17).
La asamblea en su aspecto local es la expresión de esto. ¡Cuan precioso es, en cuanto a la fe! Los ritos dados por Dios a Israel ya se anulan, y ahora podemos entrar por la fe al “santuario por el velo, esto es por Su carne”.
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Santuario (el lugar santísimo) por la sangre de Jesucristo, por el camino que Él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es por Su carne ... lleguémonos con corazón verdadero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala consciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia” (Hebreos 10:19-22). (El agua es figurativa de la Palabra de Dios).
Adoramos pues ahora como miembros del cuerpo de Cristo, testificando a Su obra redentora en la cruz hasta que Él vuelva por la Iglesia, Su esposa.
¡Cuán grande privilegio es adorarle tal como Él manda en Su Palabra! Es de notar que el Señor mismo invita a los Suyos a Su mesa, pero es la responsabilidad de cada creyente de examinarse antes de participar en el partimiento del pan. “Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa” (1 Corintios 11:28).
Igualmente la asamblea debe juzgar toda iniquidad, sea moral o eclesiástica, que se presentara en su medio (véase 1 Corintios 5:12-13), porque “la casa de Dios (que es la Asamblea) ... es la Iglesia del Dios vivo, columna y apoyo de la verdad” (1 Timoteo 3:15).
Quisiera hacer notar al que lee, que aunque un individuo cristiano fuera miembro de una Secta fundamentalmente sana en cuanto al evangelio, no sería posible recibirle en la mesa del Señor hasta que se separase él del Sistema a que pertenece. En todos los Sistemas de los hombres existe iniquidad eclesiástica, y así no se puede tener comunión con tal persona que pertenece y persiste en continuarse allí. “No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?” (La levadura en las Escrituras es figura del pecado). Debemos mostrarles un amor sincero, pero no podemos andar con ellos. ¿Por qué? Porque no andan conforme a la verdad de Dios. Compárese 2 Juan 4.
El hecho de participar en el partimiento del pan es expresar comunión con la mesa, donde se parte al pan. Véase 1 Corintios 10:18-22.
La Palabra de Dios habla claramente de vasos para honra, y vasos para deshonra en la casa grande. La casa grande se compone de aquellos que profesan ser de Cristo, y aquellos que son poseedores de la vida eterna; algunos falsos y otros que son nacidos de nuevo, que son creyentes verdaderos. La casa grande es el conjunto de Sectas cuyos miembros se componen de creyentes verdaderos y otros falsos. “Si alguno se limpiare de estas cosas, será vaso para honra, útil para los usos del Señor, y aparejado para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21). “Huye también los deseos juveniles, y sigue la justicia, la fe, la caridad (amor), la paz, con los que invocan al Señor de puro corazón” (2 Timoteo 2:22).
Quedarse en una posición contraria a la sana doctrina, es declarar que existe más que una sola mesa, una, puesta por el Señor, y otra, puesta por los hombres. Esto no puede ser. ¡La mesa es una! No puede haber una pluralidad de mesas. Nuestro deber es mantener a todo costo la honra y la gloría del Señor en medio; “Solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3).
Dios quiera que examinemos estas verdades en la luz de la Palabra de Dios. Las divisiones y sectas en la iglesia profesante son el resultado de permitir la entrada de iniquidad en su medio, negar la Palabra de Dios, y la eficacia preciosa del nombre del Señor Jesucristo.
En cuanto a la cena del Señor y aquellos que son partícipes allí, es preciso:
1.- Que sean verdaderos creyentes salvos, lavados en la sangre de Cristo.
2.- Que hayan separado definitivamente de toda iniquidad, y que andan en novedad de vida.
3.- Bautizados, y
4.- Que siguen fielmente:
a.- En la doctrina de los apóstoles.
b.- En la comunión.
c.- En el partimiento de pan y,
d.- En las oraciones (Hechos 2:41-42).
¿Cuándo se juntan para partir el pan?
“El día primero de la semana, juntos los discípulos a partir el pan” (Hechos 20:7).
¿A qué hora? “Y como fué hora, sentóse a la mesa, y con Él los apóstoles” (Lucas 22:14). La Palabra de Dios no nos indica una hora precisa. Se parte el pan en una hora conveniente para todos que estén en comunión. Los ancianos verán la hora más conveniente para la asamblea, no según el capricho de un hermano particular.
Dios quiera que mantengamos la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:3). “Que habléis todos una misma cosa y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (1 Corintios 1:10).