La Noción De Un Clérigo: Dispensacionalmente El Pecado Contra El Espíritu Santo

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Es necesario dar una breve narración del siguiente tratado, que ahora se publica por primera vez. Fue mi propósito publicarlo en la fecha cuando fue escrito; pero el impresor y publicador se lo mostró privadamente a algunos Clérigos influentes antes de publicarlo, y fui rodeado y rogado a no publicarlo (ciertamente no puedo decir, a esta distancia de tiempo, por quienes) y cedí. Todos podemos comprender (por lo menos cualquiera que haya tenido convicciones profundas sobre puntos que afectan la entera posición de la iglesia de Dios) como (por profundas que sean las convicciones íntimas acerca de tales o cuales verdades) una mente grave y escrupulosa pueda vacilar antes de exponer algo que pueda ofender los sentimientos de muchas personas piadosas, y violar el orden establecido: y en tales asuntos todos deben ser no solamente escrupulosos sino graves, tener el temor de Dios, y no meramente una opinión acerca de aquello que pudiera afectar hondamente las mentes de algunos, y tocar una cosa tan sagrada, la única cosa sagrada en el mundo, como es la iglesia de Dios. Por lo tanto ese tratado nunca salió. Y, aunque pudiera mostrar debilidad de mi parte, no lo lamento a las manos de Aquel que hace que todas las cosas les ayuden a bien a los que Le aman. Tengo una profunda convicción permanente que sólo la edificación del bien puede traer bendición duradera, y no el atacar al mal. Desearía impresionar con esto a todo aquel que busca el bien. Yo no tenía ni el más mínimo sentimiento de hostilidad contra ninguno, ni contra la Iglesia Establecida; la amaba aún, la consideraba como una barrera contra el Papismo. Cuando la dejé, publiqué el tratado sobre “La Naturaleza y la Unidad de la Iglesia de Cristo.” Todos saben, y para mí es un asunto de grande dolor, y una señal del juicio cercano, que ella ha dejado de ser una tal barrera, y, para muchos, ha sido el camino hacia éste, y además que principios ateísticos han sido pronunciados formalmente como enteramente admisible en ella. Los cristianos son echados (donde Pablo primeramente les echó cuando les advertía de los tiempos peligrosos de los últimos días) sobre la palabra de Dios, y el saber de quién hayan aprendido algo; en cuya relación tenemos esta palabra del apóstol Juan: “el que conoce a Dios, nos oye”—no la tradición, ni los padres en folios innumerables, sino “nos”—no la evolución ni los decretos de concilios violentos y contenciosos, sino “lo que era desde el principio,” y, agrego, sobre la fidelidad infalible de un Señor ascendido. Empero así somos echados sobre grandes principios, quiero decir principios y verdad según las escrituras. De esta verdad la presencia del Espíritu Santo es un punto cardinal. Podía agregar en cuanto a lo que condujo a esto (quiero decir en cuanto a la verdad misma en mi propia alma, que) después de seis o siete años de haber sido convertido, aprendí por enseñanza divina lo que el Señor dice en Juan 14, “En aquel día vosotros conoceréis que  .  .  . vosotros (estáis) en mí, y yo en vosotros”—que yo era uno con Cristo delante de Dios, y hallé la paz, y desde entonces, a pesar de muchas deficiencias, nunca la he perdido. Esta misma verdad me sacó de la Iglesia Establecida. Comprendí que la iglesia verdadera se componía de aquellos que eran así unidos a Cristo; puedo agregar, me condujo a esperar al Hijo de Dios de los cielos; porque si estuve sentado en lugares celestiales en Él, ¿qué más esperaba sino que Él viniera y me llevara allí? El amor infinito de Dios fue derramado en mi alma temprano en este proceso que el Señor llevaba a cabo. Previamente había tenido desde el principio las más profundas convicciones posibles de pecado, y había sabido, después de haber sido enseñado varios años, que sólo Cristo podía llenar aquel abismo, pero no que lo había hecho. Pasé en la manera más profunda, ayunando (cosa que, creo, si es usada espiritualmente, puede ser sumamente útil), pero entonces lo hice en un espíritu legal, y en un régimen detallado de devoción, sacramentos, y asistencia al oficio religioso, por lo que ahora se denomina “Puseyism”—una ritualidad, pero había encontrado que Cristo, y no aquello, podía dar la paz, sin embargo no la había hallado; la busqué, traté de encontrar las pruebas de regeneración en mí mismo, lo cual nunca puede dar la paz, descansé en esperanza en la obra de Cristo, pero nunca en fe, hasta que la hallé, como he mencionado, cuando fui obligado por algún tiempo, por medio de lo que se llama accidente, a desistir de trabajos visibles. La presencia del Espíritu de Dios, el Consolador prometido, entonces había llegado a ser una profunda convicción de mi alma por las escrituras. Esto poco después se aplicó al ministerio. Me dije a mí mismo: Si viniera Pablo aquí, él no podría predicar, él no tiene órdenes sacerdotales; si viniera el más acrimonioso opositor de sus doctrinas teniéndolas, él, según el sistema, tendría derecho a predicar. No es cuestión de la posibilidad que se insinúe un hombre malvado (eso puede suceder en cualquier lugar)—es el sistema mismo. El sistema está mal. Substituye al hombre por Dios. Ministerio verdadero es el don y el poder del Espíritu de Dios, no el nombramiento del hombre. Menciono sencillamente el gran principio. Este principio, con un procedimiento y una demora, cuyos detalles no puedo recordar, y son sin importancia, era, bajo profunda presión de conciencia, la fuente y el origen, como un principio, del siguiente tratado (impreso, supongo, ya hace treinta y siete años). Se encontrará en él falta de madurez en expresión. El término: el pecado contra el Espíritu Santo, aunque usado universalmente, no se usa en las escrituras. Todo pecado que comete un cristiano es un pecado contra el Espíritu Santo; porque el Espíritu Santo mora en él, y Le entristece a Aquél Santo por quien es sellado para el día de la redención. Pero el principio es uno de profunda importancia, uno sobre el cual depende la posición de la iglesia y del cristiano—la seguridad de éste, tanto como el medio por el cual es responsable y es juzgado en su caminar, y la base de juicio de aquélla. En ninguna manera me libré por no publicarlo. Bien pronto fue divulgado, y por cierto sostenido, que yo culpaba a cada clérigo con el pecado contra el Espíritu Santo, lo que el tratado mismo enteramente desmiente. Se trata de la posición en la dispensación de la iglesia en el mundo—una afirmación que ésa depende enteramente en el poder y la presencia del Espíritu Santo, y que la Noción de un Clérigo contradice Su título y poder, sobre lo cual depende la posición de la iglesia sobre la tierra. Es la morada de Dios por el Espíritu. La Escritura es clara, que si los Gentiles no permanecen en la bondad de Dios serán cortados de la misma manera que los Judíos. Igualmente predice una apostasía, que significa no continuar en la bondad de Dios. Creo que estos tiempos se avecinan apresuradamente. Agrego, a fin de que no haya equivocación, que tengo una confianza absoluta en la fidelidad del Señor Jesús, la grande Cabeza de la iglesia, en cuanto a que lo que Él edifica perdurará y será trasladada al cielo, cuando Dios juzga el sistema corrupto y malvado (lo cual tan ciertamente Él hará) ese sistema que lleva Su nombre, y luego Cristo Mismo en gloria se torna en el bendito testimonio de Su invariable fidelidad y amor. La doctrina de la iglesia como la casa de Dios (Ef. 2; 2 Ti.) se desarrolló en mi mente mucho más tarde; y aquí agrego, que creo que el confundir la iglesia, como la ha edificado el hombre, lo que fue encomendado a su responsabilidad (1 Co. 3), que ha resultado en la casa grande, con la que Cristo edifica (aunque la primera sea la edificación de Dios en responsabilidad en este mundo), y el atribuir los privilegios del cuerpo a todos los que están en la casa, es el origen de la corrupción, que ha manchado al cuerpo profesante culpable, y por lo cual Dios lo juzgará con Sus más severos juicios. El tratado es presentado como fue imprimido en primera instancia. Ya que he hablado de mí mismo (siempre cosa arriesgada), agrego que durante el mismo período en que fui traído a la libertad y dado de creer, con fe divinamente concedida, en la presencia del Espíritu Santo, pasé por los más profundos ejercicios acerca de la autoridad de la palabra: al preguntarme si, en caso que el mundo y la iglesia (es decir, como una cosa externa, pues como tal aún tenía cierto poder tradicional sobre mí) desaparecieran y fueran aniquilados, y quedara solo la palabra de Dios como un hilo invisible sobre el abismo, confiaría mi alma en ella. Después de grande ejercicio de alma fui traído por gracia a sentir que podía enteramente. Jamás he hallado que me haya faltado desde entonces. Yo he faltado muchas veces, pero jamás he hallado que la palabra me haya faltado. He agregado esto, no, espero, para hablar de mí mismo—cosa desagradable, poco satisfactoria y peligrosa—ni hablo de visión alguna, sino que, habiendo hablado de la presencia del Espíritu Santo, si no hubiese mencionado esto acerca de la palabra, el relato hubiera sido gravemente incompleto. En estos días especialmente, cuando por todos lados se pone en duda la autoridad de Su palabra escrita, vino a ser importante afirmar esta parte de la historia también.
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En la afirmación que hago a continuación, no hago ninguna expresión precipitada de sentimiento, sino lo que creo que el Señor traería fuertemente sobre la mente de los Cristianos, y lo que deben recibir: el inverso de ello, quizás Él, pasando por alto la ignorancia, toleraría en práctica, mientras no se interponía ni se oponía a los propósitos de Su gracia, pero no puede tolerarlo cuando lo hace.
La afirmación que hago es esto, que yo creo que la “Noción de un Clérigo” sea el pecado contra el Espíritu Santo en esta dispensación. No hablo de individuos cometiéndolo intencionalmente, sino afirmo que la cosa en sí es tal en cuanto a esta dispensación, y tiene que resultar en su destrucción.
La substitución de cualquier otra cosa por el poder y la presencia de aquel santo, bendito Espíritu que bendice, es el pecado por el cual esta dispensación se caracteriza, y por el cual el hombre no renovado, y la autoridad del hombre, ocupa el lugar que solo aquel bendito Espíritu tiene poder y derecho a llenar, como aquel otro Consolador que debe permanecer para siempre.
Si la “Noción de un Clérigo” haya tenido el efecto de sustituir algo que es del hombre, y por lo tanto sujeto a Satanás, en el lugar y la prerrogativa de aquel bendito Espíritu, operando como vicario de Cristo en el mundo, es evidente, que a pesar de que la providencia de Dios puede haberlo dirigido, en la ignorancia que Él pudo pasar por alto, sin embargo este concepto, cuando en él se apoya y descansa en contra de la presencia y la obra del Espíritu, llega a ser pecado directo contra Él—un mal sin mezcla, terrible y destructivo—la causa misma de la destrucción de la iglesia. Debe observarse aquí que no digo nada en contra de oficios en la iglesia de Cristo, y el ejercicio de autoridad en ellos, sean de carácter de obispo o de evangelista. Sería una obra vana e innecesaria probar aquí el reconocimiento de aquello que la escritura enseña tan claramente. Pero en las escrituras se habla de ellos solamente como dones derivados de lo alto: “El mismo constituyó a unos, apóstoles” (Ef. 4:11); también en 1 Corintios 12, son reconocidos solamente como dones. Mi objeción a la “Noción de un Clérigo” es, que sustituye algo en el lugar de todos estos, lo cual en ninguna manera puede decirse que es de Dios, y no se encuentra en la escritura. Ahora, creo que el principio íntegro de esto en esta dispensación tiene cabida en la palabra clérigo, y que esto es la raíz inevitable de aquella negación del Espíritu Santo que ciertamente, por la misma naturaleza de la dispensación, tiene que llevar a su disolución.
Bien sé que algunos dirán, que esto no es el pecado contra el Espíritu Santo, que quizás importe el resistir al Espíritu Santo, pero el pecado contra el Espíritu Santo es enteramente otra cosa. No es tanto otra cosa como la gente suponen. En todo caso la causa de la destrucción del sistema judaico fue esta misma cosa: “Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros.” Estoy perfectamente convencido, que como quiera que sea prolongada esta dispensación a fin de juntar a los elegidos de Dios, sacando las almas del mundo, sin embargo, ha sellado su propia destrucción por rechazar y resistir al Espíritu de Dios. Pero voy mucho más lejos, y afirmo, aunque eso fuese pecado suficiente, que la “Noción de un Clérigo” pone la dispensación específicamente en la posición del pecado contra el Espíritu Santo, y que todo clérigo contribuye a esto. El pecado contra el Espíritu Santo fue atribuir al poder maligno aquello que venía del Espíritu Santo: y tal es la operación directa de la idea de un “clérigo.” Imputa desorden y cisma al testimonio del Señor Jesucristo, que el Espíritu da por boca de aquellos a quienes Él escoge, a los cuales ellos califican de legos, y a la rectitud de conducta que fluye de la recepción de aquel testimonio. Ahora, Dios no es autor de confusión ni desorden, ni de cisma, sino lo es el enemigo de las almas; y el acusar de desorden y cisma al testimonio claro que da el Espíritu Santo tocante al Señor Jesucristo, y los resultados que esto produce, es acusar la obra de Dios de ser mala, y de proceder del maligno. Pero si los clérigos tienen el privilegio exclusivo de predicar, enseñar, y ministrar la comunión, lo cual ellos se arrogan, y lo cual es en verdad el sentido y significado de su título distintivo, entonces todo aquello debe ser malo. Por lo tanto, la “Noción de un Clérigo” necesariamente implica la imputación de maldad a la obra del Espíritu Santo, y por eso digo: que la “Noción de un Clérigo” compromete la dispensación, donde en ella se insiste, en el pecado contra el Espíritu Santo.
El caso es que pecadores se convierten a Dios, las almas son sacadas de las tinieblas, la verdad se predica con energía y amor a las almas, con el Espíritu Santo enviado desde el cielo, en el apremio y constancia del amor del Redentor (aunque sea en debilidad): hombres son rescatados de maldad y pecado (pues expondré el caso más completo que mis adversarios puedan desear) e introducidos a la comunión del amor del Señor, para atestiguar de su absoluta dependencia en Su amor que fue hasta la muerte; y esto es producir confusión y cisma—de lo cual no es Dios el autor, sino Satanás—porque no son, ni hayan sido reunidos por, los clérigos. ¿Qué es esto sino denunciar que la obra de divina gracia emane de, y tenga el carácter del autor de mal, lo cual es blasfemia? y esto es el efecto inmediato y directo, la consecuencia inevitable, de la noción—la exclusiva “Noción de un Clérigo.”
Y esto es una cosa de operación muy común donde hay un número de clérigos no convertidos; y qué corriente es, en verdad, como es así en la gran mayoría de los casos, es bien conocido. Allí todas las operaciones del Espíritu de Dios son culpadas de confusión y cisma; y por lo tanto, afirmo, que la idea dé un “Clérigo,” es decir, de un funcionario designado humanamente, tomando el lugar y asumiendo la autoridad del Espíritu de Dios, inevitablemente lo implica (por su condenación de lo que hace el Espíritu Santo) en el pecado contra el Espíritu Santo, y desafío a cualquiera a comprobar como puede ser otra cosa. Aquellos que más se opondrían a lo que ahora escribo, admitirían que ni media docena, ni posiblemente ninguno, de los Obispos son constituidos por Dios; y esto es el caso con los más altos funcionarios de la iglesia, en razón de ser constituidos simplemente por la Patente de Privilegio Real. Sin embargo, todos aquellos que imputan a la obra de otros la acusación de cisma y confusión, derivan toda su autoridad y distinción de aquellos quienes, según admiten, no son constituidos por Dios; no obstante, acusan a otros de cisma, porque obran de acuerdo con lo admitido, y por lo tanto no toman en cuenta esa autoridad; mientras que el efecto de la autoridad reconocida impíamente es inevitablemente colocar a aquellos que en verdad Dios constituye, en una posición de cisma y desorden. La “Noción de un Clérigo” consiste en reconocer aquello, como fuente de autoridad, que según admiten, no es constituido por Dios en modo alguno.
Que pregunte cualquier lego a un clérigo concienzudo, que es convertido a Dios, si cree que la gran mayoría de los Obispos son constituidos por Dios. Tiene que decir: No; sin embargo, él, como clérigo, no tiene ninguna otra autoridad; y condena a otros únicamente en virtud de poseer él mismo esta pretendida autoridad, que admite no ser de Dios, pero en virtud de la cual él califica de cisma y desorden las operaciones del Espíritu en y por otros.
Pero ¿no hay algunos clérigos cristianos? Sin duda, les hay. Y todos están tratando de hacer a pesar de los Obispos aquello por lo cual condenan a otros; y por el hecho de ser clérigos, son obligados a tomar una posición de resistir a Dios o a los obispos de quienes derivan su autoridad.
No pueden negar que la obra que se está desarrollando en el país es de Dios, aunque no sea por intermedio de clérigos; pero la condenan como mal, y en eso pecan contra el Espíritu Santo—y lo hacen como clérigos: y su única base por así condenarla es esta “Noción de un Clérigo.” Y ahora demos un vistazo alrededor a cada lugar, y veamos cual sea la posición y el carácter que ostenta este nombre. Afirmo que en ninguna manera procede de Dios. Un hombre impío, hasta uno que realmente odia a Dios, lo puede conferir tanto como el más pío, si ocupase el oficio (de obispo); el hombre más impío puede serlo tanto como el más pío, y el más impío lo puede recibir, y aceptar, y atribuirle todo su valor tanto como el más pío. ¿Puede ser así con algo espiritual que viene de Dios? Afirmo que no: que es enteramente distinto con autoridad espiritual, a la cual esto pretende asemejarse.
Y aun, mucho más, se encontrará que el aprecio y la estimación de un clérigo como tal (no hablo de gracia individual) esté precisamente en proporción con la ceguera, la obscuridad, y la ignorancia de la persona que lo tenga; pongo a cualquiera por testigo de la veracidad de esto.
Ahora, el respeto y la obediencia que se presta a un pastor espiritual será justamente en proporción al sentimiento bueno—a la santidad de mente del cristiano; pero en la misma proporción será debilitada su idea de un clérigo, y juzgará según ellos son, si asumen cualquier cargo relacionado circunstancialmente con el nombre. El valor que se le atribuye es puramente una cosa mundana: una cosa de este mundo, con la máscara de religión en su carácter exterior, el cual es precisamente la destrucción de la iglesia—la característica esencial de la apostasía.
Considerémoslo en su operación práctica. Si vamos a la India, la dificultad a superarse, las personas que han de ser apaciguadas y ganadas, a fin de que el evangelio no fuera impedido, son los clérigos; hablo del cristianismo nominal en la India, como en la Costa de Malabar, y sus Catanares. Vayamos a la Armenia: la dificultad surgirá de precisamente el mismo origen. Llevemos el evangelio en su poder, ¿de dónde esperaríamos oposición?—¿desde qué parte? De los clérigos. Supuesto lo mejor del caso, tendrían que ser conciliados. Vayamos a Egipto entre los Coptos: la misma cosa es cierta.
Vayamos a las iglesias en la Palestina, y dondequiera esté difundida la iglesia armenia, los hechos son los mismos. No digo que en ningún caso puedan ser conciliados: sino que la oposición a la verdad, cuando existe, surge de ellos. Vayamos a la iglesia griega: es precisamente lo mismo. Sus padres, o sacerdotes, los ministros y defensores de toda la corrupción y mal de la iglesia, son el grande impedimento a todo esfuerzo evangélico y espiritual.
Sus iglesias son caídas; por lo tanto en proporción estiman los clérigos, y no aprecian el evangelio. Pero los opositores y estorbadores, las personas cuya influencia es temida, son los clérigos.
Miremos ahora al gran cuerpo occidental, que se llama la iglesia, la cristiandad del mundo—la vid de la profesión cristiana. ¿Desde dónde surge la dificultad en cuanto a la predicación del evangelio? ¿Dónde está la barrera suprema de oposición a Cristo en Su evangelio? En seguida es conocida y sentida. La palabra sería repetida por toda persona versada en el asunto. Pero (dirá alguno) seguramente no debemos identificar los que resisten la verdad intencionadamente con aquellos que la predican y la promueven. En este punto sí; se identifican, ambos son clérigos, ambos tienen precisamente el mismo título; si un clérigo protestante tiene derecho a esto, o cualquier derecho al respecto que tiene, el sacerdote Católico Romano tiene el mismo. No hablo de mi propia estimación de ello, ni de la de cualquiera, sino de hechos. Y esto es verdad hasta tal punto que un sacerdote que quiere juntarse con la Iglesia Establecida, (Anglicana) sea cual fuese su motivo, conocimiento con o ignorancia acerca de la verdad, sería en seguida un clérigo de ésta. Su carácter de clérigo ya existía y su persona meramente fue transferida de una iglesia a la otra. Nada puede señalar más claramente la identidad de los dos caracteres. Su derecho es idéntico profesadamente, idéntico por el reconocimiento de que el título en que insisten como prerrogativa es el mismo por el hecho, y únicamente por el hecho de que se deriva de aquellos cuya apostasía y oposición a la verdad es el motivo del juicio contra la vid de la tierra, la iglesia nominal de Dios. Si soy obligado a reconocer el uno, soy obligado a reconocer el otro en el mismo título y oficio. Son sus propios testigos de que no hay diferencia entre ellos en título como clérigos. Si proviene de Dios el ministerio de los sacerdotes, su misión, que lo determinen ellos.
Pero, a fin de que ninguna parte del mundo elude nuestro escrutinio, miremos a Alemania Protestante. ¿Quienes son los impedimentos, los obstáculos al evangelio—a la propagación de la verdad entre la gente? Los clérigos. Examinen cualquier informe de los misioneros, o informe continental, o informes acerca de los judíos, o de la Sociedad de la Misión Nacional (Home Mission): se hallará universalmente que los clérigos son los impedimentos a la propagación de la verdad.
Pero se dirá: ¿Pretende Ud. colocar los esfuerzos de los clérigos en Irlanda en la misma categoría con todo esto? Consideremos la Misión Nacional. Mi contestación más pesarosa es: La Misión Nacional es la evidencia más plena y oscura de la veracidad de lo que afirmo. Entre todos los casos éste ha demostrado el carácter de los clérigos en los tonos más oscuros. Porque yo no niego ni cuestiono que haya clérigos individuales que son cristianos, sino alego que la “Noción de un Clérigo” es el más grande impedimento a la verdad. En la medida en que los clérigos, como individuos, hayan quebrado las trabas de su carácter y hecho cosas por las cuales son excomulgados por sus propios cánones, son bendecidos y tienen influencia. Pero el mal se adhiere a ellos con una tenacidad que no se remedia por ninguna circunstancia, y que demuestra el poder de las tinieblas obrando en él, y en esto mismo se manifiesta tan obscuramente la fuerza de esta noción.
La así llamada Misión Nacional fue comenzada por un clérigo, a consecuencia de circunstancias que no es necesario mencionar aquí. Los obispos y otros clérigos la resistieron, como naturalmente debieron, según los principios de la Iglesia Establecida, aunque es difícil decir ahora cuales son. El resultado fue que, aunque muchos fueron a escuchar el evangelio a su boca, que creo predicaban muy fielmente, desistieron.
Como clérigos se sometieron a la barrera que otros, como clérigos, pusieron al evangelio de salvación. Posteriormente fue llevado adelante por la instrumentalidad de legos, principalmente bajo la dirección de un clérigo quien no hizo caso de todas las ligaduras que como tal le fueron impuestas. Los legos por supuesto no estaban bajo ninguna ligadura. El resultado fue, que el sistema se estableció a pesar de los recursos débiles de los cuales, hablando humanamente, fue suplido. Pero el Señor no le permitió frustrarse, pero los clérigos no querían trabajar junto con ellos, ¿por qué? Porque eran clérigos: admitían que los legos eran cristianos, y pensaban que predicaban la verdad, muchos aun pensaban que debían predicar; pero no eran clérigos. Sin embargo, habiéndose establecido la Misión—que seguramente les hirió su amor propio como clérigos que la obra de evangelización del país fuera llevada a cabo enteramente por otros—los clérigos se ocuparon de ella. ¿Trabajarían juntos con los legos? No, ellos eran clérigos. Les echaron todos afuera para trabajar solos; debían desistir de la obra de Dios, o ser tachados con cisma dondequiera que trabajen. A los clérigos nada les importaba estas cosas con todo que preservaban ellos su carácter de clérigos. A tal punto fue llevado esto, que, habiéndose enviado de una de las Misiones a dos clérigos ineptos para tal fin, hombres no consistentes, de manera que los oyentes se quejaban, y previendo que fracaso en una ocasión resultaría en falta de asistencia en la próxima, convinieron en enviar un coche vacío para despedir las congregaciones cuando no podían conseguir un clérigo, antes de asociarse con legos piadosos ni aun permitirles llenar su lugar como suplentes en tal obra, considerando un coche vacío como mejor instrumento para la obra de Dios que un hombre lleno del Espíritu Santo, dado que no era un clérigo. Estas son las razones, sin explayar más en cuanto a cómo afectan el principio en general, que me hacen sentir que la Misión Nacional expone el carácter de los clérigos en matices más obscuro y no más claros. Quebraron toda obligación solemne de gobierno de los obispos, y excluyeron a todo otro, por el hecho de ser clérigos ellos mismos, sencillamente para preservar su propia importancia, como así mismo habían desistido de la obra de la Misión anteriormente por la misma razón hasta que fueron obligados a ello. Ahora si la “Noción de un Clérigo” puede tener tal poder sobre hombres piadosos, solo podemos ver en la luz más potente que se le puede aplicar, la horrible naturaleza de la cosa en sí, y su influencia sobre la mente. El mal que ha producido en forzar cisma por medio del rechazamiento de predicadores legos es incalculable, mientras que su influencia en cegar la conciencia es casi incomprensible a aquellos que no están envueltos en ella. Pero el mal me parece irremediable salvo en la plena confesión de que el título y su reconocimiento es un pecado grande y horrible—el sustituir algo en el lugar del Espíritu de Dios que acredita a un hombre, un hombre impío, con el título dé rechazar y negar al Espíritu Santo, y que por lo tanto implícitamente lo hace, sea o no en autoridad—no un cargo sino una orden de estimación mundana y sobre la cual es fundada toda religión falsa y su influencia guarda relación con la obscuridad en que yacen aquellos que son sujetos a ella. Cualquiera puede ver que no es un cargo, porque puede ser que un hombre no tenga cargo alguno y sin embargo sea igualmente un clérigo todo el tiempo. Puede ocupar todo su tiempo practicando el tiro o la caza o la agricultura, no tener ningún servicio en la iglesia y sin embargo ser no más que un clérigo, y esto sucede constantemente. Creo que la noción de un clérigo ha sido el gran obstáculo a la verdad en este país. Pero los efectos, creo, solo pueden ser combatidos por la convicción y la percepción de que es en esta dispensación el pecado contra el Espíritu Santo.
Puede quedar una pregunta por resolver: ¿Por qué se ha de insistir en tal punto ahora? Contesto: primero, porque es la verdad. La verdad de Dios es siempre provechosa, y se mantiene el testimonio en el mundo por ella. Pero, además, porque las cosas han llegado a tal condición por medio de esta misma noción que no queda otro recurso sin libertar a los santos de la red de sus efectos antes que la marca de poder papal que es fundada en ella, suba en su fuerza plena y subyugadora. A los hombres les es imprescindible descansar sobre el Señor pues de otra manera se hundirán en aquélla. Si la noción de un clérigo no fuese maldad, el separarse de ella sería cisma y mal. Pero si la obra del Espíritu Santo no es maldad, entonces aquello que pretende condenarla, e imputar mal a ella, es la peor de las cosas; y esa es la posición en que está todo clérigo en virtud de su título, y que viene envuelto en la misma noción de un clérigo; la esencia de su nombre es el signo y nombre distintivo de la apostasía y rebelión contra Dios. Creo plenamente que, si los clérigos de este país hubiesen consentido en que legos trabajaran con ellos, o si ellos hubiesen trabajado con los legos, habrían preservado todo el respeto sucesoral que se relaciona con el nombre, y habrían evitado cualquier división y dificultad; pero rehusaron esto, y lo rehusaron porque aquellos eran legos, y así quisiéranlo o no, levantaron la cuestión acerca de todo el asunto. ¿Qué es un clérigo? ¿Fue limitado a ellos el Espíritu Santo? Si no, ¿hicieron bien en prescribir su propio canal estrecho a la plenitud de vivificación que emanó de Él? Y, si no, qué son ellos? ¿en qué posición están? ¿y en qué situación colocan la dispensación, por así resistir y difamar con el nombre de cisma las operaciones del mismo Espíritu Santo? Yo creo que este nombre ha traído destrucción sin esperanza sobre la dispensación entera. ¿Cuál es el lamento de cierto bien conocido escritor en el “Periódico Cristiano”? Al buscar la ayuda de los clérigos para la Misión Nacional la contestación continuamente era admitir que haya necesidad y mal, pero ¡que ellos no eran responsables de ello! ¿Por qué? Estaban en sus puestos como clérigos. Puede que Dios les haya dado dones de evangelistas. Puede que las almas estuviesen pereciendo, por falta de recursos, pero no eran ellos responsables, no eran guarda de su hermano, y ¿por qué? Estaban fijos como clérigos en sus parroquias, y no eran responsables por lo otro.
¿Cuál fue la contestación de un pobre papista a los esfuerzos de un lego piadoso? (aunque creo que Dios está bendiciendo legos entre ellos mucho más que clérigos ahora). Replicó: Los clérigos de las dos religiones son suficiente—¿qué derecho tienen estos de hablar? ¿Quiénes realmente fomentan y confirman esto en cuanto puedan? Los clérigos—siendo así la grande barrera a la verdad de Dios. Vuélvase uno por dondequiera, esta es la noción que le encuentra, como la barrera a la verdad de Dios y Su obra, por quienesquiera se lleve a cabo.
Y pensemos por un momento en el significado de la palabra, y muy notablemente encontraremos la idéntica señal característica de la apostasía sobre ella: la sustitución de un orden privilegiado a quienes el hombre reconoce en lugar de la iglesia que Dios reconoce, y la consiguiente depresión de la iglesia y el desprecio del Espíritu Santo en ella, o blasfemia contra Él. ¿Qué significa clero? Significa en las escrituras el cuerpo elegido, o bien cuerpos de creyentes, como la herencia de Dios, en contraste con aquellos que eran instructores, o tenían cuidado espiritual sobre ellos; y es usado en el lugar donde el apóstol advierte a los tales contra el asumir en modo alguno el lugar mucho cual los ministros ahora se han colocado—mejor dicho, un lugar mucho peor han asumido; porque ellos no son meramente señores sobre sino se constituyen ellos mismos el cleroi entero. El uso presente de la palabra es precisamente la señal de la sustitución de los ministros en el lugar de la iglesia de Dios: tanto que los hombres se acostumbran hablar de “entrar en la iglesia.” Ahora todo esto es de la esencia de apostasía: poder ligado al ministerio, y el convertir de este en la iglesia en la vista del mundo, de manera que el mundo pueda librarse de la molestia de ser religioso por dejarlo todo al clero, y así la iglesia y el mundo vengan a ser una cosa, y gente irreligiosa sirva a la iglesia como seculares, porque la religión es asunto de los clérigos, y, si es de ellos, no es de nadie (pues ellos no la quieren para gente secular irreligiosa); y así aquella que tiene el nombre de la iglesia, siendo realmente el mundo, sirve para excluir y poner a un lado las operaciones del Espíritu de Dios en Sus hijos denunciándolas como cisma y mal; y ¿quién debe resolver? La iglesia; pero ellos son el mundo: y ¿recibirá el mundo jamás al Espíritu de Dios? No puede. ¿Qué pues? Por cierto, se consideran a ellos mismos la iglesia; tienen al clero que es la iglesia de Dios según su estimación; y el Espíritu de Dios y Su obra son juzgados como cisma. Tal es el verdadero y evidente significado de la palabra clero así usada. Ahora para volver al pasaje en la escritura—“No como teniendo señorío sobre las heredades del Señor” (versión antigua) dice Pedro, a los ancianos o instructores; es decir, sobre el clero de Dios. Los cuerpos de creyentes cristianos fueron llamados las porciones de Dios, correspondiendo con Deuteronomio 9:29, “tu pueblo y tu heredad.” Ahora los clérigos se han arrogado para sí solos el ser la porción de Dios, pero el único uso de clero en la escritura es su aplicación más bien al pueblo secular, en contraste con los ministros: exhortando a estos a no asumir señorío. Ahora la sustitución del clero por la iglesia es de hecho el poder moral de la apostasía. Pero esto es comprendido, indeleblemente, en la palabra misma en su uso presente, sean católicos romanos o protestantes: es decir, hallamos que la arrogación del clericalismo, el amor secreto a muchos nombres honradamente llevados, es realmente, en su carácter y operación, el pecado contra el Espíritu Santo, y el carácter formal de la apostasía. Cuántas veces hemos oído de boca de un ministro o un clérigo: “Mi grey,” como si fuese una virtud pensar así; mientras es de hecho una blasfemia espantosa—no digo que sea así deliberadamente—que un apóstol jamás se hubiera permitido pronunciar ni asumir para sí mismo. Era la grey de Dios la cual tenían la obligación de cuidar—las ovejas de Cristo, de que una porción les podía ser confiada—una porción (cleros) para apacentar guiar. Llamarles sus ovejas, o su rebaño, era ponerse a sí mismos en el lugar de Dios o Su Cristo; pero lo hacen porque son el clero—lo consideran su título como clero—desean ser como dioses. ¿Hablarán diciendo que son Dios delante del que las mata (las ovejas)?
Tengo el más grande afecto y aprecio por muchos de los individuos entre el cuerpo designado como el clero; y sin duda hay muchos desconocidos para mí. Pero esto no es una cuestión individual, sino una que afecta la gloria divina y el orden entero de la iglesia—una que es el resultado inevitable de su alejamiento de Dios, y la forma en que ese alejamiento fue madurado y se ha desarrollado; y su presente resultado práctico es, que las cosas por las cuales el Espíritu de Dios bendeciría al mundo, o a ellos en él, son culpadas, en virtud de este nombre, con ser aquello del cual Satanás es el autor inmediato; y así el nombre y título del cuerpo se vuelven en la concentración de aquel que, por su negación del Espíritu Santo y blasfemia injustificada contra Él, trae destrucción, destrucción inevitable, sobre todo lo que lleva ese nombre.
Cómo esto llegó a efectuarse es bastante evidente, sin cansar a nadie con una exposición de erudición. La iglesia había apostatado confesadamente, y la estructura de la apostasía, aquello en qué consistía, permaneció precisamente lo que era cuando entró la verdad, (en la Reforma) con esta sola diferencia—que el rey tomó el lugar del papa en el nombramiento de personas a los cargos en la iglesia, y el manejo de sus disposiciones. La iglesia, primitivamente, hundióse gradualmente en la mundanalidad, hasta que abrazó al mundo, y el mundo vino a ser su cabeza. El mundo no podía dirigir un cargo espiritual: podía dirigir formal autoridad local; disponía estas autoridades, y las dirigía. Por cierto lapso de tiempo, en la prevalencia de la ignorancia y la superstición, los cargos nominales de la iglesia tenían más poder que el dominio secular; cuando dejó de ser así, el poder civil reasumió la supremacía, pero la estructura permaneció la misma; rigiendo, o contendiendo, o siendo regido, la misma cosa permaneció. El mundo, habiendo adquirido la autoridad, dispuso el poder secular geográfico—dejando su influencia sobre los sentimientos supersticiosos ser lo que fuese—a fin de que sea un instrumento utilizable en sus manos para manejar al mundo en sus masas, no en la mano de Cristo para ministrar y guiar la iglesia. Si la Iglesia Establecida (en Irlanda) tiene o no suficiente de esta influencia para ser de alguna utilidad al Estado, es precisamente la cuestión discutida en este momento. ¿Pero qué tiene que ver con esto la iglesia de Dios? Yo no lo puedo ver. Es meramente un compuesto de influencia secular y restos de la superstición, por virtud del cual la iglesia es unida con el mundo, y todas sus energías verdaderas son estorbadas. Este sistema, o estructura, es conocido por el nombre de clero, sea el papa, o desde el papa hasta el cura del grado más inferior, quien puede tener derecho, en virtud de ello, a ocupar un lugar en el mundo que de otro modo no hubiera tenido; o si es un cristiano, le concede el derecho de obrar en algún campo donde sus esfuerzos pueden ser mal empleados y su utilidad desperdiciada; pero la iglesia está completamente perdida allí. Admito, tanto como puede cualquiera, que muchos entre el clero son hombres de sumo valor. Es posible que tengan dones eminentes para varios cargos, que las exigencias de los tiempos puedan requerir; pero el efecto de este sistema, por el cual forman parte de esta gran estructura mundana, es privarles de la oportunidad de avivar cualesquiera dones Dios les haya dado de participar, si no impedir enteramente el ejercicio de los mismos. El efecto de la Reforma era introducir una afirmación de fe individual, y de soltar en manera general, todo fuera de los límites del Imperio Romano, del poder inmediato de Roma y del Papismo. En ninguna manera separó la iglesia del mundo, sino el contrario; y, mientras cambió las relaciones, dejó los principios de la estructura precisamente lo mismo. El Escudo de Armas del Rey se ostentaba en lugar de la imagen de Cristo en las iglesias. En ningún caso gobernaba Cristo y Su Espíritu, salvo en nombre. Ciertamente creo, que el principio de un clérigo, ya que es parte esencial de la estructura del papismo, volverá a introducir el poder del papismo hasta donde permanece el nombre de la religión; porque desde que se apoya en la doctrina y el principio de la sucesión, no en la presencia del Espíritu, no hay base en que un ministro protestante, como clérigo, puede comprobar su título, que no valida el título del Papa y sus seguidores aún más que el suyo. El hecho de que tenga doctrina buena no le hace un clérigo; ni el tener doctrina falsa hace que no lo sea. El lego o ministro disidente, que tiene la misma verdad doctrinal, no es un clérigo. El sacerdote católico romano que se conforma a la Iglesia Anglicana, no es ordenado para entrar en ella: tiene ya lo que le hace un clérigo. Es más, en cuanto a los hechos, no fue predicada la verdad en la Iglesia Anglicana durante la mayor parte de su existencia distinta; y en la gran mayoría de los casos los clérigos aún no la predican; y el resto del cuerpo no admitirían que sean cristianos de modo alguno. ¿No es manifiesto que el vocablo clérigo, de influencia tan asombrosa en las mentes de los hombres, es el título distintivo de aquella asociación que ha surgido de la decadencia de la iglesia, y que ahora forma la base común, aunque variada, de su asociación con el mundo, y un impedimento para restringir las operaciones del Espíritu de Dios, el título de ligazón de aquella vid de la tierra que es echado en el lagar de la ira de Dios, y que imputa maldad a las operaciones del Espíritu de Dios, operaciones como rebelión a su autoridad, no obrando dentro de sus límites, ni en conformidad con sus disposiciones seculares y sus distribuciones de servicio, distribuciones de territorio formados no por la iglesia de Dios, ni con ninguna referencia a ella; y cuando el Espíritu de Dios opera por individuos dentro de sus límites (porque Dios elige a quien Él elige), les constituye en seguida cismáticos de sus hermanos que no se conforman a su geografía, ni reconocen la autoridad a que ellos prestan una reverencia fingida (porque es del sistema), aunque en realidad la desprecian, y violan al mismo tiempo todas las disposiciones por amor de las cuales rechazan sus hermanos piadosos y fieles? Si no fuese por este vocablo “Clero,” el eslabón y ligazón de la grande iniquidad de la tierra, y de influencia perniciosa sobre las mentes de los hombres, ¿dónde estaría el motivo de cisma, salvo en aquello que siempre debe ser vencido? O ¿qué oportunidad habría para carga, los frutos del Espíritu de Dios sobre el autor de confusión? ¿O qué otra cosa es que consume la ocasión de juicio al sistema (del cual ha llegado a ser la energía y el espíritu,) y que siempre se opuso a la bendición? Preguntaré: ¿Ha habido alguna vez una oposición y un obstáculo a las verdades de Dios, del cual no han sido el clero los autores humanos, y en que no hayan sido los verdaderos agentes activos? El clero, pues, es el título preciso que identifica a la iglesia con el mundo, no Dios y la iglesia; y como el mundo inevitablemente niega, rechaza, y blasfemará al Espíritu Santo, porque es el mundo, y no le puede recibir, la tendencia de este nombre es solamente comprometer a la iglesia, corporalmente, en la misma cosa, y debe considerarse el gran mal, el mal destructor, del día presente. ¿Cuál es el remedio? El reconocimiento del Espíritu de Dios donde está—buscando personalmente aquella santidad y sujeción de espíritu que discernirá, reconocerá, y se someterá a su guía y conducción, y clamará su bendición como la mano de Dios, dondequiera que opere, en la medida y forma que lo hace—aquel otro Consolador enviado para que esté con nosotros, a pesar de todo, para siempre; y trabajando en obediencia, para que poseemos su gozo—resolución contra todo lo que le entristece—contra el juntarse con el mundo, que no puede reconocer ni recibirle—contra el negar de la verdad, de que es testigo. El Señor nos dé de discernir cosas que son diferentes, y de entresacar lo precioso de lo vil.