La obra de Dios en formar la Iglesia y hacer de ella Su vaso de testimonio: Capítulo 2

Ephesians 2
En el Capítulo 1, el apóstol Pablo reveló lo que Dios Se propuso en la eternidad pasada acerca de Cristo y la Iglesia. Ahora, en el capítulo 2, nos dice lo que Dios está haciendo en este tiempo presente en vista a Su propósito eterno. Actualmente está reuniendo el material que compone a la Iglesia, llamando a creyentes de entre los judíos y gentiles por el evangelio y uniéndoles en un “cuerpo en conjunto” (traducción J. N. Darby) que está ligado a Cristo por el Espíritu Santo (Efesios 3:6). Esta nueva compañía de personas bendecidas es el vaso especial de testimonio que Dios está formando, con la mira de manifestar la gloria de Cristo en el mundo venidero (el Milenio). Mientras tanto, ese mismo vaso se ha convertido en la morada de Dios por el Espíritu, como un testimonio presente de Su gracia en este mundo.
Tres condiciones insuperables que han sido superadas por la misericordia, el amor y la gracia de Dios
En el capítulo 2, vemos que aquellos a quienes Dios eligió se encontraban en el estado más inviable. Los hombres y mujeres entre judíos y gentiles son vistos como muertos en pecado, moralmente lejos de Dios, y teniendo un profundo prejuicio racial y discordia entre ellos. Por tanto, hay tres condiciones aparentemente insuperables que prevalecen sobre toda la escena donde Dios se propuso obrar:
•  Muerte espiritual (versículo 1).
•  Distanciamiento moral de Dios (versículo 13).
•  Discordia racial (versículos 15-16).
También se ve a Satanás en la escena obrando para oponerse a la ejecución del consejo de Dios, y así evitar que Su propósito eterno se complete. Sin embargo, el mismo poder grandioso que sacó a Cristo de la muerte y Le colocó a la diestra de Dios en el capítulo 1:20-21, es visto aquí en este capítulo superando estos grandes obstáculos de muerte, distancia y discordia, de modo que el propósito de Dios se cumpla.
Como en el primer capítulo, vemos aquí a las tres Personas de la Deidad obrando para garantizar lo que Dios se ha propuesto. Tenemos:
•  La obra de “Dios” de vivificarnos y crearnos en Cristo (versículos 1-10).
•  La obra de “Cristo” de redimirnos y reconciliarnos (versículos 11-13).
•  La obra del “Espíritu” de unir a los creyentes, tanto judíos como gentiles, en un nuevo hombre, y darles acceso al Padre (versículos 14-22).
Superación de la muerte espiritual
Capítulo 2:1-10.— Primeramente, tenemos la obra de Dios de vivificarnos y crearnos en Cristo, de este modo superando el obstáculo de la muerte espiritual.
Versículos 1-3.— Se ven tres fuerzas opositoras dominando y controlando a aquellos que Dios se propuso usar para la formación de este nuevo vaso —estas son el “mundo”, el “príncipe de la potestad del aire” (el diablo) y “la carne”—. Así, una condición de muerte espiritual se encontraba sobre los elegidos. El que estuvieran en este estado de muerte espiritual no significa que era una condición en la que no tenían responsabilidad, porque a estos muertos se les describe como que andaban. Es en cuanto a Dios que están muertos; en cuanto a las influencias del mundo, la carne y el diablo, están bien vivos y son controlados por ellos.
Versículos 4-6.— Sin embargo, tres impulsos divinos hicieron que Dios actuara —Su “misericordia”, “amor”, y “gracia”—. Y tres grandes resultados han sido producidos —Él “nos dió vida juntamente”, “juntamente nos resucitó” y “asimismo nos hizo sentar” en los lugares celestiales en Cristo.
Por lo tanto, el poder de Dios irrumpió en la aparentemente imposible condición de muerte y comunicó vida espiritual a aquellos que Él ha elegido. Esto es indicado en las palabras “dió vida”, que se refiere a la comunicación de la vida divina al alma, mediante la cual las facultades espirituales de una persona se activan y, desde allí, se vuelve capaz de recibir comunicaciones divinas. Tanto los gentiles elegidos (versículo 1) como los judíos elegidos (versículo 5) han experimentado este poder vivificante. (Nótese que él dice, “estando nosotros muertos en pecados”, refiriéndose a los judíos, entre los cuales Pablo también se incluye). El resultado es que ambos (los creyentes tanto judíos como gentiles) fueron resucitados juntamente de la condición de muerte espiritual, y han sido sentados juntamente “en las regiones celestiales, en Cristo Jesús” (traducción J. N. Darby). “Con Cristo” (versículo 5) indica nuestra asociación con Él en cuanto a la vida, y “en Cristo” (versículo 6, traducción J. N. Darby) indica nuestra nueva posición ante Dios en Él. Ahora estamos sentados en los lugares celestiales en Cristo, pero cuando Él venga y nos lleve a nuestro hogar en el cielo, estaremos sentados allí con Cristo.
Versículo 7.— Los versículos 1-3 describen lo que éramos en el pasado bajo el dominio del mundo, la carne y el diablo. Los versículos 4-6 describen nuestra posición actual, como resucitados y sentados juntamente en los lugares celestiales en Cristo. El versículo 7 nos habla de nuestro futuro lugar de bendición.
En los “siglos venideros” (el Milenio y el Estado Eterno) Dios “mostrará” ante todas Sus criaturas “las abundantes riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. Generalmente se piensa que este versículo se refiere a que las riquezas de la gracia de Dios se nos mostrarán en ese día venidero, pero este no es el punto del versículo. Es al mundo al que se le mostrarán las abundantes riquezas de Su gracia (Juan 17:23). A nosotros se nos muestran estas riquezas ahora por el Espíritu, cuando pasamos tiempo en Su presencia en comunión con Él (Juan 16:13-15); no tenemos que esperar hasta ese día para aprender de las maravillas de Su gracia.
Versículos 8-9.— Esta obra de Dios es enteramente “por gracia”, lo cual se menciona por segunda vez para su enfatización. Incluso la “fe” para creer en estas cosas maravillosas y ser salvos es un “don de Dios”. No tenemos nada de qué “gloriarnos” de nosotros mismos.
Versículo 10.— Somos “hechura suya” y somos parte de la raza de la nueva creación de hombres “creados en Cristo Jesús” para el propósito al que nos ha llamado. Por consiguiente, la condición de muerte espiritual no es un obstáculo para que Dios cumpla Su gran propósito.
Superación del distanciamiento moral de Dios
Capítulo 2:11-13.— En esta próxima serie de versículos, el apóstol se enfoca en la obra de “Cristo” al redimirnos y reconciliarnos, y así superar el segundo gran obstáculo de distancia moral en cuanto a Dios en que se encontraban los elegidos.
Aquellos a quienes Dios se ha propuesto utilizar en Su gran plan para glorificar a Su Hijo, no solo están muertos en delitos y pecados (versículo 1); también están lejos de Él moral y espiritualmente (versículos 11-12). Por naturaleza y práctica, se encuentran a una gran distancia moral de Dios. En tal estado, son totalmente inadecuados para representarlo a Él y para manifestar la gloria de Cristo. Antes que nos alcanzara la gracia de Dios, nos encontrábamos:
•  “Sin Cristo”
•  “Alejados” —sin amigo
•  “Extranjeros” —sin hogar
•  “Sin esperanza”
•  “Sin Dios”
No obstante, mediante la obra de Cristo en la cruz, Dios superó el obstáculo de la separación moral y espiritual y nos trajo a Él. Nosotros que estábamos “lejos” ahora hemos sido “hechos cercanos” en Cristo. Esto es la reconciliación. En 1 Pedro 3:18 el apóstol Pedro menciona esta gran obra, diciendo: “Cristo padeció una vez (propiciación) por los injustos (sustitución), para llevarnos á Dios (reconciliación).
La obra de Cristo se presenta aquí para mostrar que Dios obra soberanamente al vivificar las almas (versículos 1 y 5), porque Él tiene un fundamento justo sobre el cual hacerlo, que es “la sangre de Cristo” (versículo 13). La “sangre” es el medio de nuestra purificación, por la cual hemos sido hechos aptos para estar en la presencia de Dios y poder ser usados para manifestar la gloria de Su Hijo. La sangre satisfizo la necesidad de nuestra insuficiencia moral al lavar nuestros pecados. Así, en virtud del poder que tiene la sangre de Cristo de lavar, la distancia moral de los hombres no es un obstáculo para que Dios cumpla Su propósito eterno.
Superación de la discordia racial
Capítulo 2:14-22.— En esta última serie de versículos, la obra del “Espíritu” es prominente en unir a los creyentes, de entre judíos y gentiles, para formar “un nuevo hombre”, haciendo “paz” entre ellos y dándoles “entrad ... al Padre”, superando así el obstáculo de la discordia y el prejuicio racial.
Versículos 14-15.— Desde el punto de vista humano, judíos y gentiles nunca podrían vivir juntos en unidad en su estado actual. Pero Dios hizo lo imposible. Cristo es “nuestra paz, que de ambos (judíos y gentiles) hizo uno”.
El aspecto de “paz” aquí es racial. Es una de las tres partes que forman nuestra posición en cuanto a la paz. Primero, tenemos paz externa con Dios (Romanos 5:1). Este no es un estado de ánimo o sentimiento, sino una condición que prevalece entre dos personas que alguna vez estuvieron distanciadas. En segundo lugar, tenemos paz interior como resultado de conocer la liberación del pecado (Romanos 8:6). Es la paz en la mente y la conciencia que fluye de la vida divina en el alma del creyente, a través de la morada del Espíritu. En tercer lugar, la paz racial permanece entre los creyentes judíos y gentiles, que ahora viven juntos en esta nueva compañía (Efesios 2:14-15). Los tres aspectos de la paz están conectados con nuestra posición en Cristo y son nuestros desde el momento en que somos salvos y sellados con el Espíritu.
Dios “dirimió [solucionó]” (y no “abolió” como en la versión 1960 de Reina-Valera y la versión King James en inglés) lo que dio razón a la enemistad entre el judío y el gentil —“la ley de los mandamientos en orden á ritos”—. La enemistad se desarrolló entre los dos por la presencia de la Ley, que distinguía a judíos y gentiles en sus costumbres y formas de vida. El apóstol alude a “la pared intermedia de separación” que había en el templo, que separaba a los dos. Cada vez que los judíos iban al templo, se les recordaba su lugar privilegiado en cuanto a Jehová, lo que solo alimentaba su orgullo y prejuicio contra los gentiles que eran menos privilegiados. Los gentiles, por otro lado, han estado molestos por la hipocresía que ven en los judíos (Romanos 2:24), y esto ha despertado su disgusto y odio hacia los judíos. Con el tiempo, las “enemistades” se volvieron muy profundas.
En el cristianismo, Dios eliminó la división entre judíos y gentiles. Él “derribó” la pared de separación (por así decirlo) en esta nueva compañía de creyentes, “para edificar en sí mismo los dos en un nuevo hombre”. El “nuevo hombre” es Cristo —la Cabeza en el cielo— conectado a los miembros de Su cuerpo en la tierra por la morada del Espíritu. Esta es la unión en el cuerpo de Cristo. Así, en el “un nuevo hombre”, ya no hay más judío ni hay más gentil (Gálatas 3:28; Colosenses 3:11), haciendo que desaparezca la enemistad que existía.
Dios no solo formó una unión de judíos y gentiles bajo Cristo (la Cabeza) en un nuevo hombre, sino que hizo posible que hubiera unidad práctica entre ellos. Unión y unidad no son la misma cosa. Por ejemplo, podríamos atar las colas de dos gatos y hacer una unión, pero no tendríamos unidad. La unión es la conexión espiritual que existe entre los creyentes judíos y gentiles a través de su conexión con Cristo, por medio del Espíritu Santo. La unidad es algo práctico en que los miembros de ese nuevo hombre caminan en paz y amor los unos para con los otros. Esto resultó en que las “enemistades” fueran “matadas” en la cruz.
Versículo 16.— Una doble enemistad había existido; primero, entre los hombres y Dios y, segundo, entre judíos y gentiles. Pero una doble reconciliación los ha llevado a tener una relación feliz “con Dios”, y también los ha unido “en un mismo cuerpo” en una relación feliz entre ellos.
Versículos 17-18.— En el un solo cuerpo de Cristo, no solamente debemos habitar juntos, sino que también debemos trabajar juntos, siendo nosotros el vaso actual de testimonio de Dios en la tierra. Cristo, a través de los muchos miembros de Su cuerpo, ahora está predicando paz al mundo, tanto a los que están “lejos” (los gentiles) como a los que están “cerca” (los judíos). Aquellos que creen y que son traídos a esta relación favorecida para con Dios en la Iglesia, ahora tienen igual “entrada por un mismo Espíritu al Padre”. Esto es superior a las ventajas que tenía el judío sobre el gentil al acercarse a Dios en el orden del Antiguo Testamento. Los judíos tenían un acceso limitado en cuanto a Dios; su acercamiento a Jehová era a través de un sistema de ordenanzas que los mantenía a una distancia de Él. Ahora los creyentes judíos y gentiles pueden acercarse al “Padre” en libertad de hijos, a Su presencia inmediata (Hebreos 10:19-21).
Así, Dios superó el obstáculo aparentemente imposible de la discordia racial entre judíos y gentiles, y los ha llevado a una relación consigo mismo que va mucho más allá de lo que Israel había conocido antes.
Varios vínculos en la formación del vaso celestial de testimonio: la Iglesia
•  Somos vivificados (vivificación): versículos 1-10.
•  Somos hechos cercanos (reconciliación): versículos 11-13.
•  Somos hechos uno (unión): versículos 14-22.
Dos figuras utilizadas para describir el testimonio actual de la Iglesia: el cuerpo y la casa
Hay dos figuras principales utilizadas en el Nuevo Testamento para describir a la Iglesia de manera corporativa: el cuerpo y la casa. Los versículos 14-16 nos han mostrado el cuerpo de Cristo, y en los versículos 19-22 vemos la casa de Dios. Como cuerpo de Cristo, debemos manifestar unidad, y como casa de Dios, debemos manifestar orden de acuerdo con la santidad de Dios.
Versículo 19.— Los cristianos son “juntamente ciudadanos con los santos” en la ciudad celestial y están destinados a reinar con Cristo y serán el medio para manifestar Su gloria en el mundo venidero. Pero mientras tanto, Dios tiene la intención de que la Iglesia sea ahora Su actual vaso de testimonio en la tierra. Por lo tanto, el cuerpo y la casa entran en escena.
Versículos 20-21.— Hay dos aspectos de la casa de Dios en el Nuevo Testamento; primeramente, se ve como siendo construida por Cristo, el Maestro Constructor. Cada creyente es una piedra viva en la estructura (Mateo 16:18; 1 Pedro 2:5; Hebreos 3:6; 1 Corintios 3:9a). Las personas vienen a ser parte de ella por creer en el evangelio. Con cada nuevo creyente añadido, la casa “va creciendo” hasta que el último creyente es incorporado en ella. Entonces será Su “templo santo” y estará lista para manifestar la gloria de Cristo en el mundo venidero. La construcción de la casa ha llevado casi 2000 años. Las primeras piedras fueron colocadas en el día de Pentecostés, y cuando la última persona sea salvada y colocada en la estructura, el Señor vendrá y llevará a la Iglesia a su hogar en el cielo.
Versículo 22.— Segundo, la casa es vista como un lugar donde en el presente Dios habita por el Espíritu. En ese sentido, es “morada de Dios en Espíritu”. En el primer aspecto, los creyentes “son” la casa (Hebreos 3:6); en el segundo aspecto, los creyentes (así como los falsos profesantes) están “en” la casa (1 Timoteo 3:15; 2 Timoteo 2:20). En el primer aspecto vemos la soberanía de Dios —Él salva a las personas y las pone dentro de la casa—. En el segundo aspecto vemos la responsabilidad del hombre, donde se ve a los hombres como teniendo parte en la construcción de la casa (1 Corintios 3:9-17). En consecuencia, existe la posibilidad de la introducción de fallas y que se incorpore mal material a la estructura, aunque esto no se contempla aquí en Efesios. En 2 Timoteo 2:20, vemos este aspecto de la casa en manos de los hombres, y que falsos profesantes sean introducidos en la casa y la corrompan hasta el punto de convertirse en “una casa grande”, que abarca a todos los que profesan ser cristianos, tanto los verdaderos como los falsos. La casa de Dios a este respecto (en manos del hombre) se ha convertido en un lugar de corrupción, confusión y mucho fracaso.
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En conclusión, vemos que nada nunca ha impedido ni impedirá que Dios cumpla Su consejo en la formación de este vaso de testimonio celestial, que es la Iglesia. Job de manera correcta dijo: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no puedes ser impedido en ningún pensamiento Tuyo” (Job 42:2, traducción J. N. Darby; Eclesiastés 3:14). La Iglesia fue concebida en amor eterno y formada por el poder y la sabiduría de Dios, para que fuera un vaso adecuado para manifestar la gloria de Cristo. Cuando se introduzca el tiempo de la manifestación (el Milenio), Cristo reinará con Su complemento eterno a Su lado. Ella está allí como Su cuerpo y esposa, no para la gloria de sí misma, sino para realzar la gloria de Él. Toda la escena manifestará la sabiduría de Dios, la gracia de Dios y la gloria de Dios.