G.H. Hayhoe
“En Él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Colosenses 2:9).
“ ... Para que en todo tenga el primado” (Colosenses 1:18).
Antes de tratar detalladamente este asunto importantísimo de la humanidad sin pecado del Señor como hombre, creemos oportuno llamar la atención a la gloria de Su Persona bendita. Él es el Verbo eterno (Juan 1:1). Él es el Hijo unigénito que está en el seno del Padre (Juan 1:18). Él es Aquel por el cual todas las cosas fueron creadas y que sostiene todas las cosas con la palabra de Su potencia (Hebreos 1:2-3). Él era la delicia del Padre desde la eternidad (compárese Proverbios 8:30). Se les exhorta a los ángeles que Le adoren como Hombre (Hebreos 1:6). Los magos del Oriente también se postraron y Le adoraron cuando Él era un Niño (Mateo 2:11).
Teniendo presentes estos pensamientos, verdaderamente es cosa muy solemne la de tratar de Su humanidad perfecta. Debemos de hacerlo como adoradores, “cautivando todo intento (o pensamiento) a la obediencia de Cristo” (2 Corintios 10:5). El misterio de Su Persona gloriosa trasciende más allá de la comprensión de la mente humana, como el Verbo dijo: “Nadie conoció [o conoce] al Hijo, sino el Padre” (Mateo 11:27). Ya que podemos saber solamente lo que nos ha sido revelado por medio de la Palabra de Dios, es imprescindible que no vayamos más allá de lo que dicen las Escrituras de Verdad, a las que deben sujetarse nuestros pensamientos o en nuestros comentarios acerca del Señor Jesús.
En contraste, notemos lo que las Escrituras nos informan acerca de Adam, el primer hombre, en inocencia en el huerto de Edén. No tenía el conocimiento del bien y del mal antes de que pecara, sino estaba sencillamente en el estado de obediencia (compárese Génesis 2:16-17). Cuando fue creado no tenía una naturaleza caída, tampoco tenía una naturaleza santa, porque la santidad consiste en aborrecer el mal con deleite en lo bueno. Tenía una naturaleza inocente la cual perdió en su caída, para jamás recobrarla. (Génesis 3:22-24). Los niños no nacen con una naturaleza inocente, sino caída (Salmo 51:5).
Cuando vino “el cumplimiento del tiempo” en que el Señor Jesús había de nacer según la promesa, el mensaje dirigido a la virgen María fue éste: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra; por lo cual también lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Él era y es santo ... es el Hijo de Dios. Es el “Cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19). La Escritura dice: “no hay pecado en Él” (1 Juan 3:5), es decir, ninguna naturaleza pecaminosa. Él pudo decir: “viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en Mí” (Juan 14:30). El Señor Jesús, bendito sea Su Nombre, como hombre en este mundo, tenía exclusivamente una naturaleza santa como lo era santo desde la eternidad (Hebreos 13:8; Salmo 111:9).
Los que somos nacidos de la raza de Adam nacimos en un estado pecaminoso (Salmo 51:5; Santiago 1:14) y tenemos una naturaleza caída dentro de nosotros. “Lo que es nacido de la carne, carne es”. Es preciso, entonces, que un hombre renazca para poder entrar en el reino de Dios: “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). La vida que Dios nos da cuando renacemos es la vida de Cristo mismo; así leemos que “Cristo” es nuestra “vida” (Colosenses 3:4). Y somos informados que en esta vida el así llamado “nuevo hombre” “es criado conforme a Dios en justicia y en santidad de verdad” (Efesios 4:24). Leemos también que “cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque Su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan 3:9). Así estas Escrituras demuestran muy claramente que Dios imparte al creyente la vida de Cristo la cual es creada en justicia y en santidad de verdad y no puede pecar.
Sin embargo encontramos hoy en día personas, presumiblemente bien instruidas en la doctrina de Cristo, que enseñan el error terrible de que Cristo podía pecar, aunque reconocen que no lo hizo. Aun pensar en ello causa profunda tristeza de corazón a los que Le aman y Le adoran como Dios el Hijo. Un versículo mal interpretado para dar apoyo a esta enseñanza falsa es Hebreos 4:15: “Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Ahora bien, este versículo en realidad niega el pensamiento que Cristo podía pecar. Nos señala que el Señor Jesús como hombre perfecto sentía cabalmente todo lo que un hombre justo podía sentir en este mundo de pecado, no obstante Él mismo era “sin pecado”. [La Escritura no dice que “Él no pecó”, como si Él hubiera sido capaz de cometerlo, sino que Él era “SIN PECADO”]. Él experimentaba hambre, sed, cansancio, reproches, pero a pesar de todo era absolutamente santo. Cuando el diablo se acercó a Él en la tentación en el desierto, no cedió un ápice a la tentación, porque “no hay pecado en Él”. Cuando, sin haber recibido un orden de Su Padre, rehusó transformar piedras en pan, Él tenía hambre por cuanto era un hombre real, y de consiguiente “padeció siendo tentado” (Hebreos 2:18). Este pasaje no sugiere ni siquiera por un instante que había en Él tendencia alguna de desobedecer a Su Padre. Habiendo Él tomado el lugar de un hombre, aprendió lo que costaba la obediencia. (Hebreos 5:8).
Algunos han dicho que la palabra “tentar” pierde su significado si no implica la posibilidad de pecar. Pero esto es contrario a la Escritura y una deshonra ofensiva a Dios, por cuanto la Escritura no solamente habla del Señor Jesús como un hombre tentado, sino también de hombres que tentaron a Dios en los tiempos antiguos (Salmo 95:8-9). ¿Acaso se infiere de esto que Dios podía pecar? ¡Que seamos preservados de abrigar un pensamiento tan deshonroso de la Deidad! Ningún verdadero hijo de Dios podría abrigar tal pensamiento a menos que el tal dejase de reconocer en qué manera tan terrible doctrina deshonra a Dios y a Su Hijo. ¿Cómo podríamos depender de Su Palabra para nuestra salvación si fuera así? Damos gracias a Dios que la Escritura nos dice que “es imposible que Dios mienta” (Hebreos 6:18). Ahora bien, la tentación del Señor Jesús tuvo como propósito demostrar quién era Él como hombre aquí. Satán se llegó al primer hombre, Adam y con una sola tentación, Adam cedió y cayó. [Después de haber pasado cuatro milenios] Satán vino con sus tentaciones al Segundo Hombre —“el Señor ... del cielo” (1 Corintios 15:47)— pero el maligno se encontró con Aquel que tenía sólo una naturaleza santa y que replicó a todas sus tentaciones haciendo uso de la Palabra de Dios, como convenía a un hombre dependiente de Dios. Cuando nosotros, como cristianos poseyendo la vida de Cristo, respondemos a las tentaciones de Satanás con la Palabra de Dios, le venceremos también. Pero todavía tenemos la vieja naturaleza caída ¡ay! tanto como la nueva vida; así es posible que nosotros cedamos a la tentación: “cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído, y cebado” (Santiago 1:14). Este versículo no tuvo nada que ver con el Señor Jesús.
Tal vez algunos dirán que el Señor Jesús en el huerto de Getsemaní dijo a Su Padre: “no se haga Mi voluntad, sino la Tuya” (Lucas 22:42). Pero esta súplica, cuando es percibida en su verdadero sentido, es preciosísima. El Señor Jesús —como el Santo— se retrajo de ser hecho pecado, (“Al que no conoció pecado, Dios hizo pecado por nosotros”; 2 Corintios 5:21), como lo fue en aquellas tres horas de las tinieblas. Pero Él era el hombre perfecto y obediente que había venido para hacer la voluntad de Su Padre a todo trance. Aquí la luz y el amor brillan en todo su esplendor: el Señor Jesús aborreciendo el pecado —puesto que el pecado era tan contrario a Su bendita y santa voluntad—, sin embargo en amor y en obediencia a la voluntad de Su Padre sometiéndose a la cruz para que Dios fuese glorificado y el pecado quitado para siempre jamás.
Así en vez de procurar sondear el misterio divino de la Persona del Señor Jesús quien era Dios perfecto y hombre perfecto, postrémonos en adoración como lo hicieron los magos del Oriente de antaño.
Hay dos cosas enseñadas claramente en las Escrituras: (1) que la ruina del primer hombre Adam por medio de la caída, es total, de modo que su voluntad está en enemistad contra Dios; y (2) que Dios empieza de nuevo en Sus tratos con el hombre, enviando a Su bendito y santo Hijo, el Señor Jesucristo, cuya voluntad era hacer solamente la voluntad de Su Padre. Cuando Dios empieza una obra en el alma de un hombre, Él imparte primeramente una nueva vida; todo lo que es aceptable y agradable a Él emana de esa nueva vida. “Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios” (Juan 1:13). “Así que, los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8). Si somos inteligentes en cuanto a la Persona gloriosa del Señor Jesús en el cual mora toda la plenitud de la Deidad, y con respecto a las dos naturalezas en el creyente, entonces no cabe duda de que seremos conservados del error terrible de negar la humanidad perfecta, santa y pura del Hijo de Dios.
Único Hijo de Dios, divino en Su persona,
Naturaleza humana Él por siempre asumió;
Y de estas dos la unión —fundadas ya en una—
En Jesús el manantial de tierno amor formó.
Que Dios guarde a los corazones y las mentes de Su pueblo, en estos días de pruebas, de cualquiera y toda cosa que ataca a la Persona o la obra de Su amado Hijo.
Referencias: Juan 8:46; Hebreos 4:15; 7:26; 2 Corintios 5:21; 1 Pedro 2:22; 1 Juan 3:5.