E.H. Chater
Prefacio a la primera edición
Los periódicos siguientes son en sustancia parecidos a los discursos sobre el tema de la venida y el reino de nuestro Señor, dados por el escritor en varios lugares. Ahora son enviados por medio de la imprenta, confiando que el Señor que se deleita en bendecir pueda benignamente usar lo que hay de Sí mismo en ellos, para animar y edificar al lector cristiano, y que sirva para la amonestación y salvación de cualquiera que esté todavía sin Cristo. Enero de 1880.
Arrebatados
Todo cristiano vive con la esperanza de estar un día con Cristo, su Salvador, de ver al Bendito que murió por él, y de morar con Él en el cielo para siempre, pero los pensamientos de miles están en confusión en cuanto a la manera en que esto se efectuará. Deseo en estos periódicos demostrar primeramente de la Palabra de Dios que la esperanza cristiana es la venida del Señor; cuál debe ser la actitud y conducta de aquellos que le esperan, y como se realizará esa esperanza, y también hablar de las circunstancias variadas que Dios ha revelado, que acompañarán y seguirán a su efectuación.
Haciendo a un lado los detalles por el momento, creo que podemos, en términos generales, dividir los pensamientos de los cristianos sobre este tema de la manera siguiente: a saber, aquellos que creen que Cristo ha venido espiritualmente, aquellos que creen que Él viene por ellos en la muerte, y aquellos que esperan Su retorno personal. Al conversar con los primeros, uno encontrará que ellos tratan los versículos de la Escritura que se refieren a la venida de Cristo de una manera espiritual, diciendo que Él ya ha venido a su corazón. Ciertamente ningún cristiano disputaría ni por un momento sobre el hecho de que Cristo mora en él; no sería un cristiano sin eso. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él” (Romanos 8:9.) Pero el Espíritu de Dios morando en el creyente no trae ningún cambio físico en su cuerpo; mientras que, cuando Cristo venga, hay prueba abundante de la Escritura que la mortalidad será sorbida con la vida (1 Corintios 15:50-53; 2 Corintios 5:4).
La segunda clase supone que cuando un creyente muere, entonces es cuando el Señor viene por él, y así aplican todos los versículos de la Escritura relacionados con esa verdad. Ahora ciertamente diremos que ningún cristiano puede negar por un momento que ha de morir, o dormir (lo cual es un término escritural de la muerte de un creyente, 1 Corintios 15:51), que al partir de esta vida va a estar con Cristo. La Palabra de Dios es igualmente clara en cuanto a esto: “Más quisiéramos partir del cuerpo, y estar presentes al Señor” (2 Corintios 5:8); “Estar con Cristo, lo cual es mucho mejor” (Filipenses 1:23). Pero aquí también el mismo récord de eventos que sucederán a la venida de Cristo refuta muy claramente que se refiere a nuestra muerte o a estar dormidos. Porque cuando este evento suceda, sabemos que el espíritu y el alma se separan del cuerpo, y este último va a la tumba y a la corrupción (1 Corintios 15:42-57); mientras que se nos enseña expresamente en Filipenses 3:20-21 que “esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de Su gloria”, etc. Y otra vez dice el apóstol: “Sabemos que si la casa terrestre de nuestra habitación se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser sobrevestidos de aquella nuestra habitación celestial; puesto que en verdad habremos sido hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo, gemimos agravados; porque no quisiéramos ser desnudados, sino sobrevestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida” (2 Corintios 5:1-4).
Sea suficiente lo que he dicho para demostrar la falacia de las interpretaciones arriba mencionadas de lo que dicen las Escrituras de la esperanza del cristiano de la venida del Señor Jesús, y ahora vamos a volver a la tercera clase que esperan esto. Aquí también encontramos al hablar con aquellos que tienen esta verdad preciosa, la mayor divergencia de pensamiento en cuanto a los detalles de la manera de su efectuación, aun cuando todos estén de acuerdo en cuanto al hecho de que será un retorno personal. Nos regocijamos que estamos en Cristo, y Él en nosotros (2 Corintios 5:17; Colosenses 1:27); estamos agradecidos al saber que si le place al Señor llamarnos a dormir, estaremos ausentes del cuerpo y presentes con Él; pero no podemos dejar que nadie nos robe de la tercera gloriosa verdad, que Cristo va a venir a cambiarnos a Su propia semejanza, a perfeccionarnos para siempre y para mostrarnos consigo mismo en gloria. Esta es la esperanza inmediata del cristiano. Nuestro único recurso, en medio de la confusión de pensamiento que nos circunda, es venir con espíritu semejante al de un niño a la Palabra misma, y con una dependencia humilde de la dirección y la enseñanza del Espíritu Santo, procurar encontrar la mente del Señor revelada allí. “Porgue”, dice Él, “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos Mis caminos; como son más altos los cielos que la tierra, así son Mis caminos más altos que vuestros caminos, y Mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9).
Pero antes de que tracemos de esta fuente infalible la enseñanza de Dios en cuanto a la venida de Su Hijo amado, la esperanza del cristiano, vamos a detenernos por un momento y considerar lo que es un cristiano. Porque a menos que mi lector pueda aplicarse debidamente este título a sí mismo, ¿cómo puede ser esta esperanza una fuente de consuelo o gozo para él? En lugar de eso, más bien llenará el corazón de temor y terror. ¿Qué es entonces un cristiano? Uno que se ha inclinado al testimonio de Dios en cuanto a su condición culpable y perdida como un pecador (Romanos 3:19-23), pero que ha sido conducido por medio de la gracia a creer en el Señor Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios (Romanos 3:26), que vino al mundo a salvar a los tales. Uno que al creer ha recibido el perdón de los pecados, y es justificado de todas las cosas; que ya disfruta de la paz con Dios, un poseedor del don inapreciable de Dios, “la vida eterna” (Juan 3:36); no uno que espera ser salvo, porque Dios nos describe en nuestro estado natural, como “sin Cristo ... sin esperanza, y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12); sino uno que es salvo “en esperanza” (Romanos 8:24) de la gloria de Dios. Limpiado por la preciosa sangre de Cristo, sus pecados están quitados; la pena del pecado —la muerte— ha sido llevada por este bendito Sustituto; el juicio ha sido pasado a Él en su lugar, y ahora, unido a Él que está sentado a la diestra de Dios, un espíritu con el Señor (1 Corintios 6:17), ve con gozo hacia el día en que verá a su Salvador cara a cara, para morar y reinar con Él.
Mientras tanto, hasta que esa esperanza gloriosa se realice, él camina aquí en el mundo como un peregrino y un extranjero (1 Pedro 2:11) en el conocimiento del amor de Dios, con el cual él está reconciliado. Le conoce y le llama “Padre” (Romanos 8:15), quién le ha hecho Su hijo, y le cuida como Padre.
Él sabe, también, porque Dios le ha dicho en Su Palabra, que es un ciudadano del cielo (Filipenses 3:20), que no es del mundo, así como Cristo tampoco es del mundo (Juan 17:16); y ha sido llamado a ser un seguidor de aquel Bendito, negándose a sí mismo y tomando su cruz (Lucas 9:23). Descubre que está aquí abajo en un mundo que ha rechazado, desechado y crucificado a su Señor. Por lo tanto, no puede tener compañerismo con el mundo, sino que debe testificar en su contra (Efesios 5:11). Esto trae la enemistad del corazón humano. Como su Maestro, así el siervo, y así es que tiene que sufrir por Su nombre (1 Pedro 2:21).
¡Cuán benigno es entonces que su Señor le haya dejado la dulce promesa de Su regreso, y mientras está ausente, de darle ese otro Consolador! Él Mismo también viniendo a él para que no esté sin consolación, o como un huérfano en esta escena triste (Juan 14:16-18).
(para continuarse, mediante la voluntad de Dios)