La Verdad, Comprometida

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Pero con el paso del tiempo, las verdades y principios que gobernaban a J. N. Darby y a otros no fueron mantenidas por todos los que profesaban tomar el terreno de separación de la Iglesia Establecida y de las denominaciones, y han surgido varias crisis entre los «Hermanos». La verdad de Cristo y de la asamblea, al no ser mantenida en poder espiritual, llevó a diferencias de opinión y pronto se reveló la presencia de algunos que estaban dispuestos a aceptar una norma inferior o contemporizaciones. Había, por ejemplo, los que mantenían que la asamblea en su aspecto universal se había vuelto invisible, y que nada quedaba ahora sino establecer asambleas locales, cada una de ellas completa en sí misma, y sin responsabilidad para con otros grupos similares. Cada una de ellas sería así libre de recibir a cada creyente individual, suponiendo que fuera perfectamente sano en la fe, sin tener en cuenta las asociaciones a las que pudiera estar vinculado. La verdad de la asamblea en su unidad general—tan enérgicamente mantenida por J. N. Darby—perdió entonces su lugar debido, se abrió de par en par la puerta a la contemporización con el mal, y el curso del testimonio durante los últimos cien años ha estado repetidamente marcado por conflictos. No obstante, el movimiento original, que siguió al avivamiento de la década de 1830, se ha mantenido y expandido entre muchos que buscan humildemente y con la energía de la gracia divina «contender ardiente­mente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.»
El resultado de este conflicto por la fe y de la actividad de Satanás en su intento de corromper la verdad se puede observar hoy en todas partes, con la existencia de docenas de diferentes asociaciones religiosas. Es uno de los hechos más humillantes y penosos que tales condiciones deban caracterizar los últimos días de la historia de la iglesia.
La ruina pública de la iglesia y la pequeñez y debilidad externas de aquellos en ella que buscan mantener la palabra del Señor y no negar Su nombre, se hacen tanto más evidentes cuando los contrastamos con las grandes entidades após­tatas, las cosas del mundo, sean civiles o eclesiásticas, que están creciendo en fortaleza y magnificencia externas según se va aproximando su día del juicio. Pero todo ello está en conformidad con la profecía inspirada. Las exaltadas pretensiones de la gran apostasía están vívidamente exhibidas en las páginas de la Sagrada Escritura, mientras que no hay ninguna promesa en el Nuevo Testamento de que la iglesia vaya a recuperar su consistencia y hermosura antes de su arrebatamiento.
Ésta, pues, es la posición que nos confronta en el período presente de la historia pública de la iglesia, y, desde luego, la finalización de esta historia no puede retardarse ya mucho. En palabras de otro, la iglesia está a punto de pasar de sus ruinas a su gloria, mientras que el mundo va de su magnificencia a su juicio.